CAPITULO 24

Cirocco había desistido de tener opiniones.

—¿Sabes una cosa? —preguntó, sintiéndose algo más que aturdida—. Si alguien dijera ahora mismo que la Ringmaster jamás abandonó la órbita de la Tierra, que todo esto ha sido escenificado en un solar de Hollywood, no creo que yo me inmutara.

—Una reacción perfectamente natural —la tranquilizó Gea, que andaba como un pato por la habitación, sirviendo un vaso de vino para Gaby, un whisky doble con hielo para Cirocco, enderezando cuadros, limpiando el polvo de las mesas con el raído doblez de su vestido.

Gea era bajita y rechoncha, como un tonel. Su piel estaba curtida y morena. Tenía la nariz como una patata. Pero había arrugas en las comisuras de los ojos y en sus sensuales labios.

Cirocco trató de situar el rostro, ofreciendo algo que hacer a su mente mientras evitaba formular teorías de un modo deliberado. ¿W. C. Fields? No, sólo la nariz servía para ese papel. Luego lo encontró. Gea se parecía mucho a Charles Laughton en La vida privada de Enrique VIII.

Gaby y Cirocco se encontraban sentadas en los extremos de un sofá ligeramente desgastado. Gea dejó los vasos en la mesa junto a cada una de ellas, después cruzó la estancia, resoplando, para alzar su mole en un sillón de respaldo alto. Jadeó y entrelazó los dedos en su regazo.

—Preguntadme cualquier cosa —dijo, y se inclinó hacia adelante a la expectativa.

Cirocco y Gaby se miraron, la una a la otra, y después volvieron su observación a Gea. Se produjo un breve silencio.

—Hablas inglés —dijo Cirocco.

—Eso no es una pregunta.

—¿Cómo es que hablas inglés? ¿Dónde lo aprendiste?

—Veo televisión.

Cirocco sabía qué deseaba preguntar a continuación, pero ignoraba si debía hacerlo. ¿Y si esta criatura era el último sobreviviente de los constructores de Gea? Cirocco no había visto prueba alguna de que Gea fuera en realidad un solo organismo, como April había afirmado, pero era posible que esta persona creyera que era una diosa.

—¿Qué me dices de todo ese… espectáculo ahí fuera? —preguntó Gaby.

Gea le quitó importancia con un gesto.

—Todo hecho con espejos, querida. Puro truco —Gea miró su regazo y después pareció avergonzada—. Quería espantaros en caso de que no hubierais sido auténticos héroes. Dediqué a eso mis mejores artes. Pensé que a estas alturas sería más fácil que nos relacionáramos aquí. Ambiente confortable, comida y bebida… ¿Os gustaría comer algo? ¿Café? ¿Cocaína?

—No, yo… ¿Has dicho…?

—¿Has dicho café?

—¿…cocaína?


* * *

Cirocco recelaba, aunque se sentía más alerta y menos temerosa que desde que habían entrado en el cubo de la rueda. Se acomodó en el sofá y escudriñó los ojos de la criatura que se autodenominaba Gea.

—Espejos, has dicho. Entonces, ¿qué eres tú?

La sonrisa de Gea se agrandó.

—Al grano, ¿eh? Bien, me gusta la claridad —frunció los labios y dio la impresión de que consideraba la pregunta—. ¿Preguntas qué es esto, o qué soy yo? —colocó las manos justo encima de sus enormes senos y no aguardó una respuesta—. Soy tres tipos de vida. Existe mi cuerpo, que es el ambiente por el que habéis estado viajando. Existen mis criaturas, tales como las titánidas, que provienen de mí pero que no están controladas por mí. Y existen mis herramientas, separadas de mí, pero parte de mí. Tengo ciertas facultades mentales, que fueron muy útiles en las ilusiones que acabáis de ver, dicho sea de paso. Llamadle hipnotismo y telepatía, aunque no es nada por el estilo.

“Soy capaz de construir criaturas que sean extensiones de mi voluntad. Esta tiene ochenta años de edad, la única en su tipo. También tengo otras clases, que construyeron esta sala y la escalera exterior, sobre todo partiendo de planes que robé de películas. Soy gran aficionada a las películas, y comprendo que tú…

—Sí, pero…

—Lo sé, lo sé —la calmó Gea—. Estoy divagando. Es todo un fastidio, ¿comprendéis? Tengo que hablaros así. Antes, cuando dije “Te oigo”…, bueno, usé la válvula superior de Océano como laringe, forzando el aire desde el radio. Es algo que hace estragos con el tiempo: esas dos palabras lanzaron nieve a todo Hiperión.

“Pero permitir que veáis este cuerpo os hace querer creer en otra cosa. A saber, que soy una vieja chiflada, solitaria aquí arriba —miró fijamente a Cirocco—. Todavía lo sospechas, ¿no es cierto?

—Yo… No sé qué pensar. Aunque te creyera, seguiría sin saber qué eres.

—Soy un titán. Queréis saber qué es un titán —se recostó en el sillón y su mirada se hizo distante.


* * *

—Lo que soy realmente es un ser perdido en el pasado.

“Somos criaturas viejas, eso está claro. Fuimos construidas, no evolucionamos. Vivimos tres millones de años y hemos existido más de mil de nuestras generaciones, aunque no mediante procesos evolutivos tal como vosotros los entendéis… La mayor parte de nuestra historia se ha perdido. Desconocemos qué raza nos construyó o con qué fin. Baste con decir que nuestros constructores construían bien. Han desaparecido, pero nosotros seguimos aquí. Quizá sus descendientes continúan viviendo en mi interior, pero en ese caso, han olvidado su anterior grandeza. Escucho mensajes de mis hermanas diseminadas por esta galaxia, y ninguna habla de los constructores.

Gea cerró los ojos por un instante, luego los abrió de nuevo. a la espera.

—Muy bien —dijo Cirocco—. Te dejas un montón de detalles. ¿Cómo llegaste aquí? ¿Por qué eres la única? Escuchas la radio, ¿hablas por ella también? Y si es así, ¿por qué no te has puesto en contacto con la Tierra antes de esto? Sí…

Gea levantó una mano y soltó una risita.

—Una pregunta cada vez, por favor. Estás haciendo muchísimas suposiciones. ¿Qué te hace pensar que soy un visitante? Nací en este sistema, igual que vosotras. Mi hogar es Rea. En Japeto mi hija se aproxima a la madurez en este momento. Hay una familia de titanes circundando Urano. Forman los anillos invisibles. Son todos más pequeños que yo: soy el mayor titán de la vecindad.

—¿Japeto? —dijo Gaby—. Una de las razones…

—Tranquila. Lo explicaré, y te ahorraré un viaje. No podemos viajar entre estrellas. No podemos movernos como no sea para ajustes orbitales secundarios.

“Libero huevos desde mi borde, donde ya tienen una velocidad respetable debido a mi rotación. Los apunto lo mejor que puedo, pero con estas distancias dar en el blanco es problemático, ya que los huevos no tienen control una vez lanzados.

“Cuando caen en un mundo adecuado (Japeto es perfecto: sin oxígeno, rocoso, lleno de luz solar, ni demasiado grande ni demasiado pequeño), echan raíces. En cincuenta mil años el bebé titán está listo para nacer. En ese momento, ha cubierto todo un hemisferio con el cuerpo natal. Así es como Japeto se veía hace setenta y cinco años: un lado era significativamente más brillante que el otro.

“El bebé titán se contrae a continuación hasta formar una espesa banda que circunda el planeta de polo a polo. En eso se ha convertido Japeto. Mi hija ha cavado muy profundo. Ha llegado hasta el núcleo para buscar elementos que precisa para su viabilidad. Temo que Japeto ya ha sido demasiado saqueado; mi abuela, y mi bisabuela antes que ella, usaron esta luna.

“Mi hija está ocupada en sintetizar los combustibles que necesitará para liberarse de Japeto. Eso tendría que suceder dentro de cinco o seis años. Cuando ella esté lista, y no puede ser un solo día antes, porque en cuanto nazca tendrá toda la masa de que dispondrá para siempre, se lanzará al espacio. Es probable que Japeto se resquebraje en el proceso, como el mundo que finalmente se convirtió en los anillos de asteroides. Después…

—¿Estás afirmando que los titanes son responsables de los asteroides? —preguntó Gaby.

—¿Es que no acabo de explicarlo? —Gea pareció algo molesta, aunque estaba muy concentrada en su relato.

“Eso fue hace mucho tiempo, y no puedes hacerme responsable. En cualquier caso, en cuanto mi hija esté libre, acabará con la rotación que tenga y se pondrá a girar como yo. La parte de mi hija que se transformará en su centro está tocando actualmente la superficie de Japeto. En el espacio, esta parte se contraerá, sacando los radios al hacerlo. Girará más aprisa, estabilizándose, llenándose de aire, empezará a mover montañas en su interior como preparación para las criaturas que… bueno, ya tenéis una imagen. Divago cuando hablo de mi hija, como cualquier madre, supongo.

—No, no, estoy fascinada —dijo Cirocco—. ¿Tendrá tu hija titánidas, ángeles y dirigibles en su interior?

Gea ahogó su risa.

—Ninguna titánida, sospecho. Si tiene ese capricho, habrá de inventarlas como yo hice.

Cirocco meneó la cabeza.

—Me he perdido.

—Es muy sencillo. La mayoría de mis especies son descendientes de criaturas que los titanes protegieron cuando fuimos creados. Cada huevo que lanzo contiene el germen de un millón de especies, como por ejemplo las plantas electrónicas. No creo que mis constructores se hubieran preocupado mucho por las máquinas. Cultivaban todo lo que precisaban, desde vestimenta a casas y circuitos. Titánidas y ángeles son otra cosa. Os habéis preguntado, antes de que os acostumbrarais a estos seres, cómo era posible que tuvieran un aspecto tan humano… La respuesta es simple. Usé humanos como modelo. Las titánidas fueron fáciles, pero los ángeles… ¡Cuántos dolores de cabeza! Vuestros narradores eran mucho más caprichosos que prácticos. El ancho de las alas tenía que ser tremendo para levantar del suelo a las criaturas, incluso con mi baja gravedad y elevada presión atmosférica. Admito que no se parecen al modelo bíblico, ¡pero funcionan! El problema básico, ¿sabéis?, fue…

—Tú los creaste —dijo Cirocco—. Lo hiciste todo, desde el principio.

—Acabo de decirlo, ¿no? Ideé el ADN. No es más difícil para mí que elaborar un modelo en arcilla lo es para vosotras.

—Todos los detalles de los ángeles son de tu invención. Y lograste las ideas básicas en la radio, lo que significa que no podían ser muy viejos como civilización. No llevamos mucho tiempo, según tu cómputo, emitiendo por radio.

—Menos de un siglo, por lo que respecta a las titánidas. Los ángeles son aún más jóvenes.

—Entonces…, eres un dios. No quiero entrar ahora en teología, pero creo que sabes a qué me refiero.

—Para todo fin práctico, aquí, en mi pequeño rincón del universo, sí…, lo soy.

Gea entrelazó las manos y pareció estar muy complacida de sí.


* * *

Cirocco observó la puerta con añoranza. Sería tan agradable cruzarla y tratar de olvidar que todo aquello había sucedido… ¿Qué importaba que esta persona fuera una loca sobreviviente de los constructores?, se preguntó Cirocco. Controlaba el mundo que ellos llamaban Gea. Era indiferente que la mujer fuera de hecho el mismo mundo; en cualquier caso, el poder era primario.

Y curiosamente, Cirocco se encontró con que Gea le gustaba en sus momentos desprevenidos. Hasta que recordó qué la había traído al cubo.

—Hay dos cosas que desearía preguntarte —dijo Cirocco, con toda la firmeza de que fue capaz.

Gea se irguió vivamente.

—Sigue, por favor. Sucede que también yo desearía preguntarte dos cosas.

—Yo… ¿Tú? ¿Preguntarme? ¿A mi? —la idea era totalmente insospechada. Cirocco estaba muy nerviosa con el pensamiento de sacar a discusión la Ringmaster. Sabía que ella y su tripulación habían sido agraviados, pero ¿cómo decir eso a una diosa? Cirocco ansió tener al menos una milésima del valor que le había permitido estar en el cubo y lanzar maldiciones al aire vacío—. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Tal vez te sorprendas —dijo Gea, sonriendo.

Cirocco miró un instante a Gaby, que abrió los ojos ligeramente y cruzó los dedos a escondidas.

—La primera pregunta… eh, la primera pregunta se refiere a las titánidas —maldición, se supone que esa pregunta debía de ser la segunda. Pero no iría mal sondear el agua—. Una titánida llamada Maestra Cantora —Cirocco cantó el nombre, luego prosiguió—, me pidió que…, si alguna vez llegaba a verte, te preguntara por qué ellas deben estar guerreando.

Gea frunció el ceño, pero por confusión más que por ira.

—Seguramente, eres tú quien ha deducido eso.

—Bueno, sí, es cierto. La agresión a los ángeles está arraigada en sus mentes. Es un instinto, y lo mismo pero al contrario sirve para los ángeles.

—Precisamente correcto.

—Y ya que tú los diseñaste, debes haber tenido un motivo para…

Gea adoptó un aire de sorpresa.

—Bien, claro que sí. Quería tener una guerra. Nunca supe de guerras hasta que empecé a ver vuestros programas de televisión. Parece que os gustan mucho las guerras, tenéis una cada pocos años, así que pensé intentarlo.

Cirocco no encontró nada que decir durante largo rato. Notó que su boca estaba abierta.

—Hablas en serio, ¿no?

—Totalmente.

—No sé cómo explicarme.

Gea suspiró.

—Ojalá no me tuvierais miedo. Os aseguro que no tenéis nada que temer por mi parte.

Gaby se inclinó hacia adelante.

—¿Cómo podemos saberlo? Tú… —se detuvo y miró a Cirocco.

—Yo destruí vuestra nave. Ese es el segundo punto de la orden del día, estoy convencida. Hay muchas cosas que desconocéis en cuanto a eso. ¿Querríais un poco más de café?

—Ahora no, gracias —se apresuró a decir Cirocco—. Gea, o santidad, o como deba llamarte…

—Gea está bien.

—…no nos gusta la guerra. No me gusta a mí, y no creo que a ninguna persona cuerda le guste. Seguramente también habrás visto películas antibélicas…

Gea se puso seria y se mordisqueó un nudillo.

—Naturalmente que sí. Pero eran las menos, y aun así, eran populares. Contenían más derramamiento de sangre que la mayoría de las películas proguerra. Dices que no te gusta la guerra, pero ¿por qué estás tan fascinada por ella?

—Desconozco la respuesta. Lo único que sé es que odio la guerra, y que las titánidas también la odian. Les gustaría verla acabada. Vine aquí para pedirte eso.

—¿Nada de guerra? —fijó la vista en Cirocco, con aire suspicaz.

—Nada.

—¿Ni siquiera una escaramuza de vez en cuando?

—Ni siquiera eso.

Los hombros de Gea se hundieron de repente, después se alzaron con un gran suspiro.

—Muy bien —dijo—. Considéralo hecho.

—Espero que no cree demasiados problemas —prosiguió Cirocco—. No sé cómo te las arreglas para…

—¡Está hecho!

La habitación se iluminó con un relámpago que formó una corona en torno a la cabeza de Gea. El trueno hizo que Gaby y Cirocco se pusieran de pie. Gaby, con la espada a medio sacar de la funda, se puso entre Cirocco y Gea.

Pasaron varios desagradables segundos.

—No quería hacer eso —dijo Gea, las manos agitándose nerviosamente—. Yo sólo… bueno —suspiró—, estaba como desilusionada —hizo un gesto para que las dos mujeres se sentaran.

“Tendría que haber dicho se está haciendo —explicó cuando las cosas se calmaron—. Estoy retirando a la totalidad de ángeles y titánidas. La reprogramación llevará un tiempo.

—¿Reprogramación? —preguntó Cirocco, de modo suspicaz.

—Nadie resultará dañado, querida. La tierra se los tragará. Surgirán al cabo de un tiempo, liberados de la compulsión. ¿Satisfecha?

Cirocco se preguntó cuál sería la alternativa, pero movió la cabeza afirmativamente.

—Perfecto. Ahora viene el otro problema. Vuestra nave.

“Yo no lo hice.

Gea alzó la mano, aguardó hasta estar segura de que Cirocco no le interrumpiría, luego prosiguió.

—Sé que os dije que soy todo el mundo, que soy Gea. Eso fue del todo cierto en una época. Ahora no lo es tanto. Recordad que tengo tres millones mil doscientos sesenta y seis años —hizo una pausa y alzó una ceja.

—Tres millones… —Cirocco entornó los ojos—. Dijiste que esa era la envergadura de tu vida.

—Correcto. Soy vieja hasta según mis cómputos, no sólo según los vuestros. Lo habéis visto en el borde y en el cubo. Mis desiertos están más resecos y mis páramos más llenos de hielo que nunca antes, y no puedo hacer nada para remediarlo. Dudo de que viva otros cien mil años más.

Cirocco se echó a reír de repente. Gaby se sorprendió y Gea se limitó a quedarse cortésmente inmóvil, la cabeza ladeada, hasta que Cirocco pudo dominarse.

—Perdóname —dijo Cirocco, todavía respirando con dificultad—, pero, no sé, me resulta difícil mostrarme compadecida del modo correcto. ¡Sólo cien mil años! —volvió a reírse, y en esta ocasión la acompañó Gea.

—Tienes razón —dijo la diosa—. Aún queda mucho tiempo para enviar flores. Puedo sobrevivir a toda vuestra raza —se aclaró la garganta—. Pero volviendo a lo que os explicaba, agonizo. No funciono bien en mil aspectos… que todavía aguantan, sí, pero no soy la que fui en otro tiempo.

“Pensad en un dinosaurio. Un cerebro en la cabeza, otro en su grupa. Control descentralizado en un cuerpo voluminoso.

“Yo funciono de la misma forma. Cuando era joven mis cerebros auxiliares actuaban conmigo, igual que vuestros dedos os obedecen. En el último medio millón de años la situación ha cambiado. He perdido buena parte del control sobre mis zonas externas. Existen doce inteligencias distintas en el borde, y yo me estoy fragmentando en dos personalidades incluso en mi nexo nervioso central, el cubo.

“En cierto modo, es como la teogonía griega a la que tan aficionada soy. Mis hijos tienden a ser díscolos, tercos, hostiles. Peleo con ellos constantemente. Allá abajo hay tierras buenas y tierras malas. Hiperión es una de las buenas. Ella y yo nos las arreglamos bien.

“Rea es temperamental y bastante insensata, pero al menos puedo inducirla con frecuencia a que haga lo correcto.

“Pero Océano es el peor. El y yo hemos dejado de hablarnos. Lo que hago en Océano es mediante instrucciones erróneas, engaños, ardides.

“Fue Océano quien tendió la trampa a vuestra nave.

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