Lionel eligió el peor momento para escapar…
El área de recepción de Bayside Property estaba llena de gente y había mucho ruido. Los empleados de la limpieza se habían quejado de que los perros de una de las propietarias eran peligrosos y no querían acercarse a su terreno. Sophia, una de las propietarias que más apreciaba Molly, estaba furiosa porque hubieran criticado a sus perros. Jackson Baird estaba reunido con el jefe de Molly. Y entonces…
– Lionel se ha escapado -dijo Molly, sin dejar de mirar la caja vacía y con un tono de voz que hizo que todos se callaran-. Angela, ¿has…?
– Solo se la enseñé a Guy. Pasó a tomar café y no se creía que tuvieras una rana en tu escritorio.
– Pero volviste a ponerle la tapa, ¿verdad?
Angela contuvo la respiración. Cada vez estaba más nerviosa.
– Se la estaba enseñando a Guy cuando entró Jackson Baird. ¡Era Jackson Baird!
Estaba todo dicho. Jackson Baird… Bastaba con que aquel hombre entrara en una habitación para que todas las mujeres se olvidaran hasta de cómo se llamaban! ¿Qué tenía aquel hombre?
Era muy atractivo, alto y fuerte. Además, tenía la piel bronceada. Y la expresión de su rostro no era arrogante, sino dulce como la de un cachorro. Era una cara de «llévame a casa y quiéreme», con unos alegres ojos grises y una maravillosa sonrisa.
¿Llévame a casa y quiéreme? Molly leía las páginas de sociedad de los periódicos y sabía que eso era justo lo que hacían las mujeres. Aquel hombre había heredado muchos millones de unas minas de cobre que su familia tenía en Australia, y había tenido éxito en sus negocios. Era famoso.
Y esa mañana había entrado en su oficina y todo el mundo se había quedado de piedra. Molly acababa de regresar de inspeccionar la propiedad de Sophia, e incluso esa mujer locuaz se había callado al ver entrar a Jackson y a su abogado.
– Ese es Jackson Baird -había dicho Sophia al verlo-. Nunca lo había visto en persona. ¿Es cliente vuestro? -la mujer mayor había quedado claramente sorprendida.
«Si fuera cliente ayudaría mucho al negocio», pensó Molly, y se preguntó cuál de sus propiedades podría interesar a Jackson.
– Jackson hizo que me olvidara de la rana -admitió Angela-. Hay que reconocer que es muy atractivo.
– Claro que es muy atractivo -contestó Molly-. Pero, ¿dónde está mi rana?
– Debe de estar por aquí, en algún sitio -Angela se arrodilló junto a Molly bajo el escritorio. Ambas rondaban los treinta años y eran muy atractivas. Pero ahí terminaba su parecido. Angela se enfrentaba al mundo como si fuera a recibir algo positivo, mientras que Molly sabía que no sería así-. ¿Dónde se habrá metido?
– la agencia inmobiliaria de Trevor Farr era una empresa pequeña y, su dueño, el primo de Molly, era un hombre atolondrado. El lugar estaba abarrotado de archivadores. Y entre ellos, se había escondido una rana verde.
– Sam me matará -se quejó Molly.
– La encontraremos.
– No debí traerla al trabajo.
– No tenías más remedio -contestó Angela.
No. No tenía más remedio. Aquella mañana, Molly y Sam viajaban en el mismo tren… su sobrino de ocho años, se dirigía a Cove Park Elementary y Molly a Bay sid Property. Estaban a punto de terminar el viaje cuando Molly se dio cuenta de que algo se movía en la mochila de Sam, y se quedó horrorizada.
– No puedes llevarte a Lionel al colegio.
– Sí puedo -había dicho Sam en tono desafiante-. Me echaría de menos si la dejo en casa.
– Pero los otros niños… -suspiró Molly. Conocía muy bien la estructura social del colegio, ya que la semana anterior había ido a hablar con el director.
– A Sam lo están intimidando -le había dicho Molly.
– Hacemos lo que podemos -había contestado él-. La mayor parte de los niños, en la situación de Sam, agacharían la cabeza y evitarían meterse en problemas.
Pero, aunque Sam es mucho más pequeño que la mayor parte de los niños de tercer grado, es valiente y se en frenta con los más grandes. Me da miedo que alguno se comporte de forma agresiva. Pero, por supuesto, veremos qué podemos hacer.
Molly comprendió que no era mucho lo que podían hacer en cuanto vio que Sam regresaba del colegio, una vez más, lleno de moraduras. Si llevaba la rana a clase, los otros chicos intentarían quitársela, ¿y quién sabía qué pasaría después?
– Es demasiado tarde como para llevarla a casa -le dijo Sam a Molly, con la expresión de ir a comerse el mundo que ella conocía tan bien.
Y como era demasiado tarde, Molly se llevó la rana al trabajo.
Molly no llevaba mucho tiempo en ese puesto. Al principio, su primo no quería contratarla. Ese día, tenía una cita con Sophia a las diez, y no podía llegar tarde.
Así que había ido con la caja donde estaba la rana bajo el brazo y ese había sido el resultado.
– Sam no me perdonará jamás -las dos chicas estaba debajo del escritorio ignorando al resto de personas que había en la habitación.
– ¿Perdón? -la voz de Sophia dejaba claro que no le hacía ninguna gracia-. ¿Es cierto que están buscando una rana?
– Es la rana de Sam -dijo Molly medio sollozando, y comenzó a separar un archivador de la pared-. Ayúdenos.
– Me niego a esperar por una rana. Y en cuanto a lo de ayudarlas…
Angela se puso en pie y colocó las manos sobre sus caderas. Molly estaba moviendo los muebles como si su vida dependiera de ello. Durante las semanas que habían trabajado juntas, se habían hecho buenas amigas.
– ¿Sabe quién es Sam? -le preguntó.
– Por supuesto que no, jovencita. ¿Por qué iba a saberlo?
– ¿Recuerda ese horrible accidente que hubo hace seis meses? -preguntó Angela-. Un camión se saltó la barrera y cayó sobre un coche. Los adultos murieron en el acto, pero hubo un niño que se quedó atrapado durante horas.
– ¿Ese era Sam? -preguntó la mujer horrorizada.
– Sí. Y es el sobrino de Molly.
– Oh, no.
– Y ahora hemos perdido su rana.
Hubo un tenso silencio. Las tres mujeres de la limpieza y Sophia, se miraron, y todas comenzaron a buscar.
Trevor Farr estaba cada vez más nervioso.
Al principio, estaba encantado. No podía creer la suerte que tenía. Hannah Copeland lo había llamado por la mañana y sus palabras lo habían dejado de piedra.
– He oído que Jackson Baird está pensando en comprar un terreno en la costa. Hay muy pocas personas a las que les vendería Birranginbil, pero Jackson podría ser una de ellas. Mi padre solía tratar con tu abuelo, o eso creo, así que quizá podrías llamar al señor Baird de mi parte y, si está interesado, le venderé la finca. Esto es, si te interesa la comisión.
¿Si le interesaba la comisión? Birranginbil… «una venta como esa me solucionaría la vida», pensó Trevor, y sin dudarlo, llamó al abogado de Jackson. Aún no podía creer que Jackson Baird estuviera en su despacho. Iba vestido con un elegante traje italiano, y con una mirada fría y calculadora esperaba pacientemente a que le dieran todos los detalles.
El único problema era que Trevor no podía darle ningún detalle.
Así que hizo todo lo que pudo para ganar tiempo.
– El terreno está en la costa, a doscientas millas al sur de Sidney -le dijo a Jackson y a su abogado-. Hoy es viernes. El fin de semana estoy ocupado, pero, si quieren, podemos ir a verlo el lunes.
– Pensé que al menos tendría algunas fotografías -el abogado de Jackson parecía contrariado. Igual que a Trevor, a Roger Francis lo había pillado desprevenido, el abogado tenía motivos para estar descontento. El hablaba de un terreno en Blue Mountain y quería que Jackson fuera a verlo, por supuesto, porque sería él quien se embolsaría la comisión. Por desgracia, su secretaria había contestado la llamada sobre el terreno de Copeland y había llamado a Jackson sin consultárselo primero. ¡Estúpida mujer! El abogado estaba de muy mal humor y las tácticas que empleaba Trevor no eran de gran ayuda.
– Llámenos cuando tenga los detalles -dijo el abogado-. Si hubiéramos sabido que tenía tan poca información no habríamos venido tan lejos. Está haciendo que el señor Baird pierda su precioso tiempo.
Cuando se calló, miró al suelo y vio una cosa verde que saltaba.
Era una pequeña rana, un símbolo de la naturaleza. Pero el abogado sabía qué era lo que tenía que hacer cuando la naturaleza trataba de introducirse en la civilización.
Levantó el pie.
– ¿Crees que podría haberse metido en el despacho de Trevor cuando abrieron la puerta? -Preguntó Molly, mirando detrás del archivador-. ¿Dónde puede estar si no?
– Supongo que sí podría haber entrado -dijo Angela-. Quiero decir… todas estábamos mirando a Jackson.
– Iré a mirar -dijo Molly poniéndose en pie.
– Trevor te matará si lo interrumpes ahora, Molly. Jackson Baird está en su despacho.
– Me da igual que la Reina de Saba esté en su despacho. Voy a entrar -Molly acercó la cara al cristal de la puerta del despacho de Trevor. Y lo que vio la hizo moverse más rápido de lo que se había movido nunca.
Jackson estaba sentado entre un abogado furioso y un agente inmobiliario confuso cuando, de pronto, vio una mancha verde sobre la moqueta beige y que su abogado levantaba el pie para aplastarla, justo cuando una mujer entraba por la puerta y se lanzaba al suelo.
El ahogado bajó el pie con fuerza, pero no pisó una rana, sino un par de manos de mujer que protegían al animalito.
– ¡Molly!
– ¿Qué diablos…?
– ¿La tienes?
– La ha pisado. Ha pisado la rana de Sam. ¡Es un bruto! -Sophia Cincotta fue la primera en entrar después de Molly, y al ver lo que había pasado, levantó su bolso para golpear a Roger Francis-. ¡Asesino!
Ángela entró después, mirando horrorizada. Molly estaba tumbada sobre la moqueta, sujetando a Lionel como si su vida dependiera de ello.
– Molly… tu mano. Estás sangrando.
– ¡Le ha roto los dedos! -Sophia golpeó de nuevo al abogado y este se apresuró para colocarse al otro lado del escritorio de Trevor.
– ¿Y Lionel está bien? -preguntó Angela.
– La ha aplastado -contestó Sophia-. Claro que no está bien. ¿No has visto cómo este bruto la pisoteaba?
– Creía que esos animales estaban protegidos -dijo una de las mujeres de la limpieza.
– No es más que un sapo, estúpida -contestó otra persona-. Se supone que hay que matarlos.
– No en mi moqueta -dijo Trevor enfadado-. ¿Es una rana? ¿Una rana? Molly, ¿la has traído tú?
– Claro que la he traído yo -contestó Molly, mirando entre los dedos sangrantes de su mano-. Y no es un sapo. Oh, cielos, parece que se ha roto un anca… Parece que tiene un anca rota.
– Tus dedos también parecen rotos -contestó Angela se arrodilló junto a ella. Después miró a Roger Franis-. El es el sapo.
– Qué falta de profesionalidad… -dijo Roger-. Señor Baird, le sugiero que busquemos un terreno en otro lugar.
Trevor trató de mantener la compostura y se colocó entre Molly y Jackson. Podía imaginarse una comisión de miles de dólares evaporándose.
– Señor Baird, no sabe lo mucho que lo siento. Normalmente, esta es una de las mejores agencias -miró a Molly-. Mi padre me convenció de que contratara a mi prima porque le daba pena. Pero si va a ofender a mis mejores clientes… Molly, levántate. Puedes pasar a recoger tu indemnización y marcharte.
Pero Molly no estaba escuchando. Seguía mirando a la rana que tenía un anca colgando de manera extraña. Debe de estar rota», pensó, y supuso que no tenía remedio.
¿Qué diablos iba a decirle a Sam?
– Molly, márchate -dijo Trevor con desesperación.
– Quieres decir que mi rana está a punto de morir y que además estoy despedida? -preguntó enfadada. ¿Cómo se las arreglaría entonces?
– Si vas a disgustar al señor Baird…
– Se merece que la despidan -dijo el abogado, y Sophia lo amenazó otra vez con el bolso.
– Un momento -dijo Jackson Baird alzando la mano. Su voz era suave, pero tenía la capacidad de hacer que todo el mundo se detuviera. Era la voz de alguien nacido para mandar. Se levantó de la silla y se arrodilló junto a Molly. Su presencia se apoderó de la habitación.
– ¿Qué es…, una rana de San Antonio? -le preguntó a Molly. Ella se secó las lágrimas con el dorso de la mano que tenía libre y asintió.
– Sí.
– ¿Y el señor Francis, mi abogado, la ha herido?
– No me gustan los insectos -murmuró Roger.
– No es un insecto -protestó Molly, y Jackson intervino.
– Me parece muy duro que la señorita Farr se haga daño en la mano, vea cómo hieren a su mascota y pierda el trabajo, todo en el mismo día.
Con cuidado, abrió la mano de Molly y le quitó la rana. Después, se puso en pie con decisión, y con una pequeña rana de San Antonio entre sus manos.
Un mechón de pelo negro cayó sobre sus ojos y lo retiró con un dedo. Necesitaba un corte de pelo. O quizá no. No había muchas mujeres que se quejaran del aspecto de Jackson Baird.
Y tenía un aspecto fantástico. La ranita lo miraba con incomprensión mientras él la examinaba con delicadeza.
Trevor miró a la rana con aprensión.
– Esto es ridículo… Démela, señor Baird, y encontraré un cubo donde meterla.
Pero Jackson solo estaba centrado en la rana.
– Sabes, parece que solo tiene una rotura limpia. No parece que se haya hecho nada más. Creo que esto podremos curárselo.
Molly respiró hondo. Se puso en cuclillas, se recolocó la falda y miró a Jackson con incredulidad.
– Está bromeando.
El la miró…, y se fijó bien en ella.
«Es extraordinaria», pensó Jackson. Tenía la piel pálida, casi translúcida, una melena negra y rizada que enmarcaba su rostro y unos grandes ojos marrones…
«Concéntrate en la rana, Baird!», se recordó.
– En serio -le dijo a Molly-. Podemos ponerle un vendaje.
– ¡Qué bueno! -Angela intervino desde detrás-. Podemos ponerle unas muletas.
– Cállate, Angela -Molly la fulminó con la mirada mientras se ponía en pie, y apenas notó que Jackson la ayudaba a estabilizarse-. ¿Qué estaba diciendo, señor Baird?
– Estoy seguro de que podemos curarla. Tenemos que entablillarla -dijo Jackson.
– ¡Muletas! -exclamó Angela entre risas-. No me contentaré con menos -entonces, dejó de reírse-. Molly, estás manchando la moqueta de sangre.
– No es nada -Molly escondió el puño entre su falda, pero Jackson le agarró la mano para mirársela. Tenía la piel levantada en los nudillos y estaba sangrando bastante.
– Maldito seas, Roger.
– Iba a pisar a la rana. No esperaba que esa estúpida chica…
– Hay que curarte.
– No hace falta -Molly retiró la mano y la escondió detrás de la espalda-. Es solo un rasguño. Si Lionel puede curarse…
– ¿Lionel?
– Mi rana -dijo ella, y él asintió.
– Claro, Lionel. Ya veo. Sí, podemos curarla.
Molly miró a Jackson como si él intentara engañarla.
– ¿Cómo lo sabes?
– Cuando era niño, teníamos un embalse en nuestro terreno -le dijo, y se fijó en la tensión que había en su mirada-. Pasaba las vacaciones criando renacuajos -y evitando a sus padres-. Cualquier cosa que quieras saber sobre las ranas, pregúntamela a mí.
– ¿Se curará?
– Se curará.
Molly respiró hondo y se relajo una pizca.
– Entonces, la llevaré al veterinario.
– Puedo entablillársela yo, si me dejas. Pero lo que no puedo es curarte la mano.
– La llevaré al hospital para que se la curen -dijo Angela, y se acercó para abrazar a su amiga-. Si usted cuida de la rana, yo cuidaré de Molly.
– ¡Angela! -exclamó Trevor enfadado, pero ella le dedicó una de sus mejores sonrisas.
– Al señor Baird le gusta la rana de Molly -dijo ella con recato-. Y no queremos disgustar al señor Baird, ¿verdad?
Al ver la cara que puso su primo, Molly estuvo a punto de atragantarse.
– Oh, por el amor de Dios… -respiró hondo y se separó de Angela-. Muchas gracias a todos, pero yo llevaré la rana al veterinario, y me pondré una tira en la mano, eso es todo. Así que puedo ocuparme yo sola. Y no importa que tenga que marcharme -miró a su primo y suspiró. Ese hombre era un idiota. Quizá fuera mejor si saliera de allí para siempre-. Después de todo, estoy despedida.
– No pueden despedirla -gruñó Jackson, y se volvió hacia Trevor, fulminándolo con la mirada-. He venido a que me informaran sobre una propiedad. La información que me han dado es tentadora, pero poco detallada. Necesito saber más. Y tengo que verla. ¿Dijo que estaba ocupado el fin de semana?
– Sí, pero…
– Tengo una opción de compra de otra propiedad hasta el lunes, así que me gustaría tomar una decisión antes de ese día. El martes me marcho del país. Si el lunes veo el terreno por primera vez, apenas tendremos tiempo para negociar.
Trevor escuchó sus palabras y pensó que podía ser un buen comprador.
– Por supuesto, tendré que cambiar mis planes…
– No quiero molestarlo -le dijo Jackson con frialdad-. No necesito que usted me enseñe el terreno. Puede hacerlo uno de sus empleados.
– Todavía tiene tiempo de visitar otra vez la propiedad de Blue Mountain -le interrumpió su abogado.
– Gracias, pero estoy más interesado en la de Copeland. Además, en vista de que la señorita Farr ha sufrido un shock y ha resultado herida, ¿qué mejor manera hay para ayudar a que se recupere que llevársela a pasar el fin de semana a un bonito lugar? Señor Farr, ¿supongo que no pensaría en serio despedir a una empleada por una nimiedad tal como traer un rana al trabajo?
– No… -empezó a decir Trevor- Sí. Pero…
Pero Jackson ya no estaba escuchándolo.
– Señorita Farr, apreciaría mucho si me acompañara a ver la propiedad. Señor Farr, si su empleada llevara a cabo una venta como esa, estoy seguro de que podría contratarla de nuevo.
Trevor dudó un instante. No era completamente estúpido. Una vez más, veía como una importante comisión se le iba de las manos.
– Puede que no. Acabo de acordarme de que puedo acompañarlo, después de todo.
– No quiero molestarlo -dijo Jackson con una gélida mirada. Se volvió hacia su abogado-. Ni al señor Francis. Si el terreno de Copeland es la granja que estoy pensando, entonces, las ranas serán lo menos tentador para el despiadado zapato del señor Francis. Así que, creo que la señorita Farr y yo prescindiremos del intermediario. Señorita Fan, ¿podría acompañarme a la propiedad de Copeland el fin de semana?
Molly respiró hondo. Miró a su alrededor… a Trevor… al abogado… y a la pequeña rana que Jackson Baird tenía en la mano.
La mirada de Jackson era amable, y ella no tenía elección. Aunque su primo fuera una persona detestable, ella necesitaba ese trabajo, y Jackson le estaba ofreciendo una manera de mantenerlo.
– Será un placer -dijo Molly. E instantes después no podía creer lo que había hecho.
Estaba claro quién estaba al mando. Trevor estaba fuera de lugar. Jackson había decidido organizarlo todo, y era evidente que no le habían nombrado «Mejor Hombre de Negocios de Australia» por nada. Aquel hombre emanaba poder.
– Nos encontraremos mañana a las nueve en el aeropuerto Mascot -le dijo a Molly.
– Um… ¿iremos en avión?
– Alquilaré un helicóptero. ¿Podrá tener el Artículo Treinta y Dos preparado?
«Sería un milagro que el abogado de la agencia lograra preparar la escritura esa misma noche», pensó Molly, pero Jackson Baird esperaba que actuaran como profesionales.
– Por supuesto -contestó ella.
– ¿La casa está preparada para alojarse allí?
– Creo que todavía hay algunos empleados -Trevor luchaba por recuperar el mando de la situación-. La señora Copeland dijo que lo recibirían, pero yo…
Jackson no estaba de humor para oír sus objeciones.
– Entonces, perfecto.
– No me gusta que vaya Molly -dijo Trevor de pronto, y Jackson arqueó las cejas.
– ¿No es una mujer competente?
– Es extremadamente competente -dijo Angela mirándolo a los ojos, y el millonario la miró con aprobación.
– Quizá le preocupe lo adecuado de la situación -Jackson sonrió-. Debí haber pensado en ello. Señorita Farr, si le preocupa acompañarme a una granja desconocida durante todo un fin de semana, le sugiero que se traiga un acompañante. Pero no un chaperón. Ni un primo. Una tía, ¿quizás? Sobre todo si también le gustan las ranas.
«Se está riendo de mí», pensó Molly, pero estaba demasiado desconcertada como para reaccionar, Un acompañante. ¿Y dónde diablos iba a encontrar un acompañante?
– Eso es todo, entonces. En el aeropuerto Mascot, mañana a las nueve, con o sin acompañante -dijo Jackson. Los ojos le brillaban con malicia-. ¿Será suficiente para que deje de pensar en su mano herida y en la rana?
Molly pensó que él creía que bastaba que le ofrecieran algo así para que ella dejara de pensar en todo lo demás. Quizá en otro momento, habría sido así, pero estaba Lionel. Sam había confiado en ella para que cuidara a su rana. ¿Cómo iba a explicarle lo que había sucedido?
– De acuerdo -dijo ella sin emoción.
– ¿Todavía está preocupada por la rana?
– Por supuesto.
– Sabe, las ranas se mueren.
– Me dijo que podría curarla.
– Eso dije. Y así es -se volvió hacía Angela-. ¿Puedes llevar a tu amiga para que le curen la mano?
– Después de que cure a Lionel.
– Sabe… no me gusta ser pesado, pero solo es una rana.
– Cúrela -dijo ella. Empezaba a dolerle la mano, y la tensión de la última media hora comenzaba a pasarle factura. Claro que Lionel era solo una rana, pero significaba mucho para Sam. Lionel había conseguido que el chiquillo se interesara en algo, por primera vez desde la muerte de sus padres, y eso era muy importante-. Cúrela -dijo de nuevo. Y Jackson la miró confuso. Lo que vio en su rostro, no lo ayudó.
– De acuerdo, señorita Farr, entiendo que su rana sea muy importante -acercó la mano y le acarició la mejilla-. Pero usted también lo es. Si no va a que le vean la mano ahora mismo, la curaré yo. Y después curaré a la rana.
– La rana primero.
– Su mano primero -dijo él, con un tono que no admitía discusión-. Lionel no está manchando la moqueta de sangre. Así que siéntese y deje que la cuiden. ¡Ahora!
Era una sensación muy extraña.
Dejar que la cuidaran… ¿Cuándo había sido la última vez que la habían cuidado? Desde que murió su hermana, ella había sido la que había tenido que cuidar a Sam, y la sensación de que alguien cuidara de ella, le resultaba muy extraña.
– No es una herida profunda -ignorando sus protestas, Jackson miró la herida que ella tenía en los nudillos-. Estoy seguro de que no necesita puntos.
Mandó a Angela a la farmacia más cercana para que comprara un antiséptico, gasas, esparadrapo y una pequeña tablilla. Cuando regresó, se quedó a observar.
Las mujeres de la limpieza y Sophia Cincotta se habían marchado, pero Trevor y el abogado de Jackson seguían allí. Ambos, mirando con desaprobación.
Molly hizo caso omiso. Permaneció sentada mientras el hombre de mirada amable se arrodillaba junto a ella, le examinaba la herida y se la cubría con una gasa. Era emocionante. Era…
Molly no sabía qué era lo que sentía. El hombre que tenía delante causaba sensación entre las mujeres, y ella comprendía por qué. Bastaba con que él la tocara para que…
– Ya está -Jackson la miró y sonrió. Molly sintió que le daba un vuelco el corazón.
– Sí. Gracias. Ahora…
– Ahora la rana -dijo él sin dejar de sonreír.
Angela le tendió la caja donde habían guardado a Lionel y miró a su amiga. Le parecía extraño que estuviera tan acelerada.
Pero Molly no se fijaba en nadie más que en Jackson. El la había cautivado. Jackson colocó a Lionel en la mano que Molly tenía sana y comenzó a hacer lo que le había prometido. Cortó una pequeña tablilla y la vendó contra el anca de la rana para que no pudiera moverla.
– Es como si supiera que la está ayudando -dijo Molly, y Jackson la miró con curiosidad.
– Sí.
– ¿Cuánto tiempo tendrá que llevarla?
– Puede que un par de semanas. Se dará cuenta de cuándo la tiene curada.
– No sé cómo agradecérselo.
– Mi abogado le hizo daño -levantó la caja de Lionel y puso cara de aprobación. Sam había forrado la caja y había preparado una cama de hojas para Lionel-. Es un buen centro de recuperación -metió a Lionel y cerró la tapa-. Ya está.
– Estupendo.
– Ahora usted. Se ha llevado un buen susto. ¿Quiere que el señor Francis y yo la llevemos a casa?
Lo que le faltaba. Aquel hombre comenzaba a afectarla seriamente, y ella tenía que mantener una relación estrictamente laboral con él.
– Gracias, pero estaré bien.
– Le gustaría que la llevaran -intervino Angela, pero Molly la miró frunciendo el ceño y respiró hondo para mantener el control de la situación.
– Lo veré mañana, a las nueve -le dijo a Jackson. Él la miró con cierta confusión.
– ¿Con acompañante?
– Sin duda, con acompañante.
El sonrió y le acarició la mejilla.
– Muy inteligente. De acuerdo, señorita Farr. La veré mañana, a las nueve. Cuídese la mano. Y a la rana.
Tras esas palabras, salió de allí, y todos lo siguieron con la mirada.
– Molly, ¿puedo ir? Por favor, ¿puedo ir contigo? Necesitarás ayuda, y yo puedo ayudarte. No te molestaré para nada -Jackson acababa de salir cuando Angela se agarró al brazo de Molly para suplicarle-. Seré una buena acompañante.
– Gracias, pero ya me buscaré a mi acompañante -Molly trató de sonreír.
– Tengo que ir contigo -le dijo Trevor-. La agencia inmobiliaria es mía.
Quizá fuera así, pero no lo parecía. La empresa familiar había acabado en manos del tercer Trevor Farr, y bajo su inexperta forma de dirección tenía todo el aspecto de llegar a la quiebra. El padre de Trevor había hablado con Molly en el funeral de su hermana y la había convencido para que le diera una oportunidad a la agencia.
– Si necesitas un trabajo en la ciudad, te estaría agradecido si te incorporaras a la empresa familiar. Trabaja con Trevor durante una temporada, hasta que te acostumbres a la ciudad. El puede enseñarte cómo está el mercado, y sin duda, aprenderá muchas cosas de ti. Eres la mejor.
Hasta entonces, ella se había dedicado a vender granjas desde la agencia que tenía en la costa. Vender propiedades en la ciudad, era algo muy distinto, y su primo no le facilitaba las cosas. Era una persona débil e ineficiente y, desde un principio, estaba molesto porque ella fuera tan competente.
– Puedo arreglármelas sola -le dijo Molly a Trevor-. Tengo la sensación de que el señor Baird no quiere que el señor Francis ni tú participéis en esto, y si lo que queremos es vender… ¿Cuánto has dicho que pide la señora Copeland por el lugar?
Trevor tragó saliva.
– Tres millones -Molly se quedó boquiabierta. «Tres millones. Guau», pensó.
– No lo estropees.
– No lo haré.
– ¿Tienes a alguien respetable que pueda acompañarte? -puede que Trevor fuera un tarugo, pero no era completamente estúpido y sabía que tendría que dar la cara ante su padre-. Ese hombre tiene fama de ser un donjuán. Angela no es la persona adecuada,
– Desde luego que Angela no es la adecuada -dijo Molly, y le guiñó un ojo a su amiga.
– ¿Tienes a alguien en mente?
– Así es.
Trevor la miró, sorprendido por su falta de comunicación.
– Entonces, supongo que estarás bien.
– Supongo que sí.
– ¿No te duele mucho la mano como para seguir trabajando? Será mejor que empieces si es que quieres tener preparado el Artículo Treinta y dos.
– Lo haré ahora mismo -dobló los dedos y puso una mueca de dolor, pero Trevor era la única persona allí que podría ayudarla con esos papeles, y la ayuda de Trevor era lo último que deseaba-. De acuerdo -dijo ella-. Vamos a venderle una granja al señor Baird.