Capitulo 4

– No, señor Baird, no soy su sirviente -contestó ella, y siguió empaquetando.

Pero él no la ayudo, Permaneció mirándola, con una extraña expresión en su rostro pensativo.

«Menuda mujer!» El pensamiento había salido de la nada, y Jackson no tenía si idea de qué hacer con él. Montaron a caballo durante tres horas y a penas hablaron. No había necesidad de hacerlo.

Molly decidió que la finca se vendía por sí sola. Cada zona parecía mejor que la anterior. Era como un paraíso alejado del mundo. Cuanto más veía, los tres millones le parecían cada vez menos dinero.

Pero no era ella la que había puesto el precio. Hannah Copeland la había puesto a la venta por ese dinero y era Jackson quién tenía que decir sí o no. Si él decía que no, Molly llamaría a Hannah y le diría que aumentara el precio la próxima vez que se la enseñara a alguien.

– ¿Qué estás pensando? -preguntó Jackson, y Molly descubrió que él la estaba observando-. Estaba pensando en subir el precio.

– ¿Crees que tres millones es barato?

– Lo es, y tú lo sabes.

Jackson miró a su alrededor y tuvo que admitirlo.

– Si.

– Entonces, ¿si te pido más dinero?

– Te diré que te des una ducha de agua fría.

– Qué franco -sonrió ella-. ¿Pero estás de acuerdo en que es una ganga?

– Imagino que hay algunas condiciones, ¿no?

– Puede que sí. Si estás interesado de verdad contactaré esta misma tarde con la señora Copeland y le preguntaré qué tiene pensado.

– Puede que una condición sea quedarse con Doreen y Gregor.

Molly pensó que podía ser una posibilidad. La pareja de ancianos había vivido allí la mayor parte de su vida y sería muy duro para ellos tener que mudarse a otro lugar.

– ¿Eso sería un problema?

– Ese tipo de obligaciones son una lata.

– Supongo que serían fieles al nuevo propietario.

– Deberían retirarse, y tú lo sabes.

Ella lo miró a los ojos.

– ¿Y serás tú quien los despida? -de pronto, sintió que su respuesta era muy importante para ella. Sabía cuál debía ser su respuesta, él era un despiadado hombre de negocios, pero en el poco tiempo que había pasado con él, había descubierto su amabilidad, y era muy importante para ella que él siguiera mostrándosela.

– Solo porque haya curado a una rana no creas que soy un hombre sensible.

– También te portaste muy bien con Sam.

– De acuerdo, fui amable con Sam -admitió-. Ninguna de esas dos cosas me costaron dinero.

– Y si te hubieran costado dinero… ¿lo habrías hecho?

– Depende de cuánto. Cualquier cosa que fuera más de dos peniques la habría consultado con mi contable.

Ella se rió y se volvió hacia el sol. Hacía tiempo que no se sentía tan bien. Al menos desde la muerte de Sarah. Jackson le había regalado ese día, y tenía que estarle agradecida.

– ¿Mantendrás a Doreen y a Gregor como empleados?

– Todavía no he dicho que vaya a comprar este lugar.

– Tampoco has dicho que no.

– Puede que no lo haga.

– Sí, claro -Molly sabía que lo tenía atrapado. Parecía que las cosas iban muy bien. Pero no quería presionarlo, así que guió a su caballo hacia el río-. Si seguimos el río acabaremos en casa -le dijo.

– No.

– ¿No?

– Acabaremos nadando -le dijo él-. Parece fabuloso.

– Parece mojado.

– ¡Gallina!

– No he traído bañador -dijo ella-. Y los agentes inmobiliarios respetables no se bañan en ropa interior con sus clientes. No está bien visto.

– Qué lástima.

– Es una lástima -sonrió ella-. Pero no permitas que yo te lo impida.

– ¿Desnudarme?

– Como si fueras mi invitado. Te prometo que no sacaré una cámara. Y si lo hago, será una muy pequeña.

– Sabes, no me sorprendería nada que llevaras una junto al repelente para sanguijuelas -dijo él.

Ella soltó una carcajada. El sonido de su risa era alegre, y él permaneció sentado en la silla de montar, mirándola. Cuando ella continuó avanzando, él tuvo que hacer un esfuerzo para seguirla.

¿Qué diablos le estaba pasando? ¡No tenía ni la menor idea!

Pero al final, Molly terminó nadando. No tuvo elección. Llegó al río antes que Jackson, y cuando él la alcanzó, se percató de que su risa había desaparecido y de que miraba fijamente a la corriente.

– ¿Qué ocurre? -miró hacia donde miraba ella y lo comprendió-. Oh…

Un poco más arriba, habían caído un par de troncos sobre el río, y las ramas y las hojas se habían amontonado encima. Un cachorro de canguro había saltado sobre las ramas pensando que era suelo firme y el animal había quedado atrapado y la corriente lo arrastraba hacia el mar.

En la otra orilla, una canguro seguía horrorizada los pasos de su cachorro. Saltaba de un lado a otro, sabiendo que no debía arriesgarse, pero sin querer abandonar a su cría. El cachorro de canguro podía ahogarse en poco tiempo. Jackson miró a Molly y vio que se había bajado del caballo y se estaba quitando las botas.

– ¿Qué diablos estás haciendo?

– Puedo alcanzarlo.

– El agua te arrastrará hasta el mar.

– A mí no. Soy una chica de campo… ¿recuerdas? Nací y crecí junto al mar Puedo nadar como un pez.

Jackson se bajó del caballo y la agarró del brazo para retenerla.

– No seas estúpida, solo es un canguro -Molly trató de zafarse con fuerza, pero él la retuvo-. Molly, no.

– Puedo hacerlo. ¿Solo es un canguro? Sí, y también era solo una rana. No puedo dejar que se ahogue.

– ¿Y cómo piensas agarrarlo? Te hará pedazos -vio la expresión de su rostro y decidió estudiar la entrada al río.

Quizá ella tuviera razón. Quizá era posible. El agua parecía lo bastante clara. Aparte de los troncos y las ramas que atrapaban al canguro no había mucho más dónde poder engancharse, y el fondo del río parecía de arena.

– Entraré yo -dijo él.

– ¡No puedes!

– ¿Por qué no? -él estaba quitando la silla del caballo-. Necesitaremos las correas y la manta para sujetar al canguro. Ayúdame.

– Si te ahogas, Trevor me matará. Millonario muerto por un canguro. No creo que le guste.

– No pienso ahogarme.

Ambos se miraron.

– Entraremos juntos -dijo Molly.

– No seas ridícula -Jackson se estaba quitando las botas.

– ¿Quién es el ridículo? Si entra uno, entramos los dos -dijo Molly, y se metió en el agua antes que él.

Jackson no la siguió. La observó y esperó.

Sabía que no merecía la pena lanzarse sin más. Lo había aprendido durante su carrera profesional. Era mejor esperar y emplear la lógica.

Molly parecía saber lo que estaba haciendo y, tras observarla, Jackson lo confirmó. Se había metido en el agua y nadaba contra corriente para llegar al centro del río antes que el canguro. Al ver que nadaba con fuerza y decisión, Jackson se quedó tranquilo. Molly estaba a salvo. Se ató la manta y las correas a la cintura y se metió en el agua.

Molly era una buena nadadora, pero Jackson era mejor. Mientras ella tenía que atravesar la corriente en diagonal, él podía atravesarla en perpendicular.

El canguro seguía flotando río abajo, hacia ellos. Y apenas se le veían las orejas y los ojos en la superficie. Las ramas sobre las que se encontraba se estaban rompiendo y cada vez estaba más hundido.

Jackson llegó hasta la mitad del río primero, y Molly poco después. Cuando llegó junto a él, Jackson le tendió la mano y ella se agarró con decisión. Segundos más tarde, el canguro se dirigía hacia la barrera que ellos habían creado con los brazos.

El canguro no era muy grande, pero con el peso de las ramas en las que estaba atrapado parecía que pesaba una tonelada. Y la criatura estaba aterrorizada. Al ver a las dos personas en medio del río trató de retroceder, pero la plataforma de ramas se tambaleó. No pudo saltar. Jackson y Molly formaban una trampa con sus brazos y con el ramaje, y poco a poco, todos eran arrastrados hacia la desembocadura del río.

Y en la desembocadura había rocas.

– Regresa a la orilla -gritó Jackson-. No puedes hacer esto.

– Sí puedo.

– Lo haré yo. Tú regresa a la orilla -intentó soltarle la mano, pero ella no se dejó.

– No, intentémoslo juntos.

– Molly, no tienes derecho. Acuérdate de Sam.

Perfecto. Ella estaba arriesgando su vida y él recordándole sus responsabilidades. Como si necesitara que se las recordaran. «No estoy arriesgando nada», pensó enfadada, «puedo hacerlo».

– Estamos malgastando energía -dijo ella-. Nada.

Seguían agarrados de la mano. El la sujetaba con fuerza y ella no pensaba soltarse. El canguro estaba entre ellos, y era evidente que estaba muerto de miedo.

El animal intentó retroceder. No se quedaría en la plataforma esperando a que lo llevaran a la orilla. Trataría de saltar en cualquier momento.

– Me pondré detrás de él -gritó Jackson-. Quédate donde estás.

Había una rama más larga que las demás. Molly la agarró con cuidado, tratando de no hundirla más para que el canguro no se hundiera también.

– Mírame -le dijo al canguro cuando adivinó cuáles eran las intenciones de Jackson. Continuo hablando con el animal mientras este retrocedía poco a poco. Intentaba que el cachorro mantuviera la mirada clavada en ella.

Cuando Jackson se colocó detrás del animal, desató la manta empapada y la levantó. Antes de que el canguro pudiera reaccionar, Jackson lo cubrió con la tela y lo envolvió.

El animal comenzó a arañar con sus afiladas garras, pero la manta era de fieltro grueso. Jackson lo inmovilizó y se quedó flotando de espaldas. El canguro se retorcía con furia sobre el pecho de Jackson, pero finalmente, se quedó quieto.

– No puedo hacer nada con él encima -dijo Jackson-. ¿Puedes arrastrarme?

Molly soltó la plataforma de ramas para que siguiera rumbo al mar y nadó para colocarse detrás de Jackson. Lo sujetó por la barbilla, se tumbó de espaldas y comenzó a nadar tirando de él. Jackson pataleaba a la vez que ella y, despacio, avanzaron hacia la orilla.

Necesitaron todas sus fuerzas para arrastrar al canguro hasta la orilla. Después, Jackson no comprendía cómo habían podido hacerlo. Sin duda, él no habría podido hacerlo solo.

Molly tenía una fuerza increíble. Él podía patalear, pero nada más, y eso solo no bastaba para luchar contra la corriente. Pero de algún modo, ella encontró la fuerza necesaria para trasladar a todos hasta la orilla.

El río se ensanchaba en la desembocadura y su lecho estaba formado por rocas. Las olas del mar rompían en la entrada y la corriente disminuía un poco justo antes de la desembocadura.

Molly y Jackson patalearon al mismo tiempo y llegaron a la orilla justo antes de ver la primera roca.

Pero incluso allí, el canguro no estaba a salvo. Cuando se pusieron de pie en la zona de baja profundidad, vieron que en la orilla había un talud de arena bastante alto y ningún sitio donde agarrarse.

– ¿Y ahora qué? -preguntó Jackson con preocupación. Estaba sujetando al animal fuera del agua, pero el canguro empezaba a revolverse de nuevo.

– Sube tú y yo te empujo -dijo Molly.

– ¿Estás bromeando?

– No.

– Tengo una idea mejor -Jackson envolvió al canguro de nuevo para asegurarse de que no pudiera sacar las patas y se lo tendió a Molly. Se pegó al talud y entrelazó las manos para que ella pudiera utilizarlas como escalón.

– Sube.

Molly miró a Jackson y después al talud.

– No puedo.

– Claro que puedes, chica -dijo él-. Además, no hay otra elección… así que, ¿qué remedio te queda?

De algún modo, el plan funcionó. Molly consiguió subir al talud y riéndose aterrizó junto a la manta mojada en la hierba. Después, ayudó a subir a Jackson. El subió de golpe y estuvo a punto de caer sobre ella y el canguro.

Estaban a salvo.

– Lo hemos conseguido -dijo Molly mientras Jackson desenvolvía al canguro.

Sí. Lo habían conseguido. Jackson miró a Molly y sonrió. Tenía aspecto de agotada y estaba empapada. Pero nunca había visto nada más bello…

– Es precioso -murmuró Molly cuando el canguro quedó al descubierto.

El cachorro de canguro era precioso, pero la chica también. Haciendo un esfuerzo, Jackson consiguió responder.

– Sí, claro. Precioso. Pero estúpido -el animal los miraba con incredulidad. Estaban en la orilla contraria de donde habían empezado, en el mismo lado que su madre, y esta estaba mirando hacia ellos para ver qué estaba pasando.

– ¡Estúpido! ¡Vaya cosas que dices!

– Soy muy pragmático -contestó él-. Alguien tiene que serlo. Si yo no fuera tan pragmático habrías intentado rescatar al canguro sin la manta, y ahora estarías sangrando sin parar.

Ella sonrió.

– Entonces, me alegro de que seas tan pragmático. Pero también… Oh, Jackson, ¡va a saltar!

– Mmm.

Molly entornó los ojos.

– ¿Estás bien?

De pronto, él se sentía muy bien. Habían luchado con ímpetu y habían ganado, y no tenía nada que ver con la lucha diaria que había llevado a cabo durante años en sus negocios. Miró a Molly y se percató de que sus ojos brillaban con triunfo y alegría.

– Lo hemos hecho muy bien. Bien por nosotros.

– Jackson…

No hacían falta más palabras. Al oír el tono de su voz, Jackson se volvió y vio a la madre del canguro saltando hacia ellos. Había visto a su cachorro y estaba dispuesta a recuperarlo.

– Dale un empujón -dijo Molly, medio riéndose. Los canguros eran muy grandes, e interponerse entre una madre y su cría…

– Eso intento -Jackson agarró la manta y la levantó con fuerza. Después, se retiró con rapidez.

El canguro se puso en dos patas y corrió con su madre como si Molly y Jackson fueran la causa de todos sus problemas en lugar de sus salvadores.

– ¿Has visto eso? -pero Jackson tenía una amplia sonrisa en el rostro. El canguro había alcanzado a su madre. Esta lo olisqueé de arriba abajo y el pequeño se metió directamente en su bolsa. La madre comenzó a moverse enseguida y, mientras se dirigía hacia el resto de la manada, miró hacia atrás una sola vez.

– Eso es una muestra de agradecimiento.

– Yo también estoy agradecida -dijo Molly. Ella sola no podría haber salvado al canguro. Quizá había sido un poco arriesgado intentarlo, pero en los últimos meses había visto demasiadas muertes, y si podía evitar una más…

– Sabes, no puedes salvar el mundo -él la estaba mirando y sabía lo que pensaba.

Ella se sonrojé.

– Pero puedo intentarlo.

– Molly… -y entonces, antes de saber cuáles eran sus intenciones, se acercó a ella.

¿Por qué? Jackson no lo sabía. Pero ella parecía tan sola. Arrodillada en la arena mirando al canguro con preocupación. Estaba empapada y llena de arañazos, y Jackson no pudo evitar tomarla entre sus brazos. Sujetarla contra su cuerpo de forma que sus senos se apretaran contra su pecho.

Para consolarla…

No. Era algo más que consuelo. ¡Era deseo! Él podía sentir el latido de su corazón contra su pecho. La besó en la frente, y cuando ella levantó el rostro para mirarlo, la besó en los labios abrazándola con más fuerza.

Sabía a sal marina. Sabía a…

¿A qué? Él no lo sabía. Lo único que sabía era que nunca había sentido nada como aquello.

Había besado montones de bocas llenas de pintalabios que lo reclamaban con decisión. Pero en ese beso no había pericia.

El primer roce fue extraño., como si ella no lo esperara, o no lo deseara… como si no supiera qué hacer cuando lo recibió.

Pero tampoco se retiró. Su respuesta fue de asombro, como si no comprendiera por qué la estaban besando.

Molly necesitaba consuelo. Necesitaba que le confirmaran que la vida era más fuerte que la muerte. Que lo había intentado y había ganado, y que el hombre que la había ayudado estaba con ella. Era un hombre fuerte y maravilloso…

Ella no pedía nada más. Le sujetó el rostro con las manos y separó los labios para recibir el beso. ¡Y disfrutar del momento, de Jackson y de la vida!

Sus cuerpos mojados recibían los cálidos rayos del sol y, poco a poco, iban recuperándose. Se abrazaban con deseo desesperado, algo que no tenía nada que ver con los rituales de cortejo a los que ambos estaban acostumbrados. Eran un hombre y una mujer, en la arena bajo el sol, y el mundo que los rodeaba era como un telón de fondo para el deseo.

Y cuando por fin se separaron, ninguno de los dos se sentía confundido. Ambos sabían que habían hecho lo correcto. En el lugar adecuado. En el momento adecuado. El hombre adecuado para la mujer adecuada.

Los ojos de Molly brillaban con alegría, y no con la confusión de una mujer que se fijaba en el dinero antes que en Jackson. No lo miraba con timidez. Se estaba riendo y se disponía a acariciarle el cabello.

– Llevas, una corona de algas, rey Neptuno.

– Lo mismo te digo -le retiró un mechón de pelo de los hombros-. Cielos, debemos parecer…

– ¿Náufragos? -ella seguía riéndose-. Pero por un buen motivo. Oh, Jackson, ¿no ha sido maravilloso?

– Maravilloso -convino él.

– ¿Quieres hacerlo otra vez?

– ¡Espero que el canguro no sea tan estúpido!

– ¿Me refería al canguro? -preguntó entre risas-. Bueno, vale, sí que hablaba del canguro -se separó de él y comenzó a arremangarse el pantalón-. Y no quiero volver a hacerlo. Me golpeé la pierna con un tronco mientras subía el talud. ¡Mira que nadadora!

Maldita sea, era como si el beso no hubiera tenido lugar. Jackson no podía evitar sentirse un poco afectado. Después de todo, la había besado y no estaba acostumbrado a besar a una mujer y que esta no reaccionara.

Sobre todo, cuando el beso había sido perfecto.

«Nos hemos besado por la emoción del éxito obtenido. Por nada más. Ha sido la emoción del momento», se dijo. Molly sabía igual que para ti que el beso no significaba nada, que a partir de ese momento, volverían a mantener una relación estrictamente de negocios.

«Así que no le des importancia», se dijo Jackson, a pesar de que sentía un enorme deseo de tomarla entre sus brazos y…

– Yo también tengo moraduras -le dijo a Molly, y solo él sabía el esfuerzo que tenía que hacer para que no se le quebrara la voz.

– ¿Puedo verlas?

Jackson soltó una carcajada.

– No. Están en un sitio que un agente inmobiliario no debería mirar.

– Territorio inexplorado, ¿eh?

– Algo así -se miraban y sonreían como idiotas. De pronto, la tensión se apoderó del ambiente y él no supo qué hacer Porque no podía besarla otra vez, ¿verdad? No. No podía. No quería iniciar algo que luego no pudiera parar. Porque tener una pequeña aventura con Molly Farr…

¡No! Era imposible, y él no sabía por qué. Sería como empezar un fuego salvaje. El no sabría cómo apagarlo y, ni siquiera, si quería hacerlo.

¿En qué estaba pensando? Por supuesto que querría apagarlo. ¿No había aprendido nada durante los últimos meses? ¿No había hecho un pacto con Cara? No tendrían ninguna relación con nadie de quien pudieran enamorarse. Ese era el trato.

Trató de no pensar en ello y se puso en pie. Forzó una sonrisa y tendió la mano para ayudar a Molly.

Ella miró la mano durante un instante y después la aceptó. Era como si hubiera tomado una decisión. Su mano era cálida, fuerte y segura…

– Será mejor que regresemos a casa -dijo él. Ella lo miró y sonrió, como si no fuera consciente del torbellino de emociones que él tenía en la cabeza. Jackson miró al otro lado del río para dejar de pensar en Molly-. Oh, cielos. Tu yegua no está. No debiste de atarla.

– Entonces tenemos que regresar pronto. Llegará a casa sola y se asustarán.

– Y eso no puede ser.

– No quiero asustar a Sam -dijo ella, y comenzó a caminar hacia donde el río se estrechaba para poder cruzarlo con más facilidad.

Él la alcanzó. Cada vez se sentía más resentido. No estaba acostumbrado a que lo trataran como lo estaba tratando aquella mujer.

– Pero sí te metes en un río para salvar a un canguro corriendo el riesgo de ahogaste. ¿Cómo se corresponde eso con no asustar a Sam?

Ella se detuvo y se volvió para mirarlo, contestando enojada:

– Nunca he estado en peligro. Si no hubiera podido salvar al canguro habría nadado hasta la orilla.

– ¿Y si la corriente hubiera sido demasiado fuerte?

– Sabes muy bien que el río se ensancha en la desembocadura. Que el agua es menos profunda y que la corriente disminuye. Si hubiera corrido el riesgo de pasar el punto de no retorno, habría podido regresar antes de llegar a las rocas.

– ¡Maldita seas, Molly! Podías haber muerto.

– No lo creo. No me conviertas en una heroína.

– ¿No es eso lo que eres? -había rabia en su tono de voz-. Lanzándote al suelo para salvar una rana. Metiéndote en el río para salvar un canguro. Adoptando un huérfano…

– No digas eso -le echó una mirada fulminante con sus ojos marrones-. Adopté a Sam por mi bien. Por mí. Claro que Sam me necesita, pero yo también lo necesito a él. Perdí a mi hermana y a mi cuñado, y mi forma de vida. No tengo a nadie más que a Sam. Y si quieres tildar a alguien de heroína, vete a buscar un cuento de damiselas, pero no me escojas a mí.

– Yo…

– No creo que me lanzara temblando a tus brazos como harían las buenas heroínas -le dijo antes de que él pudiera hablar.

– Nunca pensé tal cosa.

– Entonces, ¿por qué me besaste?

– Hey, no fui solo yo. Tú también me besaste.

Molly tenía las manos en las caderas, su pelo estaba empapado y todavía tenía algunas algas en la cabeza… una vez más, Jackson pensó que nunca había visto nada tan bello.

– Puede que te besara, pero no era mi intención hacerlo -musitó ella-. Tenía frío.

– Estabas temblando.

– Y tú también.

– ¿Yo? ¿Temblando? -preguntó él arqueando las cejas.

– Sí -sonrió, y su rabia disminuyó-. Estabas temblando. Así que, señor Baird, los héroes también tiemblan.

– Yo no temblaba.

– Sí que temblabas, y no podía dejar que muñeras de frío. Me causaría muchos problemas.

– ¿Te preocupa perder un buen cliente?

– Sin duda. Ya te lo he dicho. Trevor me mataría si regreso contigo muerto. Esa es la única razón por la que te besé.

– Sí, claro.

No había nada más que decir. Se deslizaron por el talud hasta caer al agua y cruzaron hasta la otra orilla, uno junto al otro.

Había mucha intimidad entre ellos. Nadar al mismo ritmo era algo muy íntimo. Era como silos dos fueran uno solo…

Llegaron al lugar donde los esperaba un caballo. Encontraron sus botas y las miraron sin convicción.

– Tengo los calcetines empapados.

– Yo voy a quitármelos -Molly se sentó en el suelo y comenzó a quitárselos. Después, se volvió y vio que Jackson la estaba mirando-. ¿Qué? ¿Nunca has visto unos pies descalzos?

Por supuesto que sí. Pero lo que no sabía era por qué, al ver a Molly quitándose los calcetines, había sentido algo extraño.

– Me ha parecido muy erótico -murmuró, y ella soltó una carcajada.

– Esa soy yo. Mata Hari no tiene nada que hacer conmigo. La danza de los siete velos está pasada de moda.

– Ahora se lleva la de los calcetines mojados -arqueó las cejas-. ¿No me acompañas?

– ¿En el strip-tease? No creo -se sentó, se puso las botas sobre los calcetines mojados, y ella lo miró asombrada.

– Hay modestia, y estupidez. No voy a desmayarme por ver unos pies descalzos.

– No, pero las botas me harán daño si me las pongo directamente sobre la piel.

– No tienes que caminar. Tu caballo está aquí… ¡el mío se ha escapado!

– Puedes montar en el mío.

Ella sonri6.

– Vaya un héroe. Muchas gracias, pero no.

– ¿Por qué no?

– ¿Para que le digas a Trevor que hice volver andando a su cliente? Ni lo sueñes. Sé lo que vale mi trabajo.

– No le diré nada de eso a Trevor. Por supuesto que vas a montarlo.

– Por supuesto que no.

– Entonces, iremos los dos caminando.

– Eso es ridículo.

– Ridículo o no, es lo que hay.

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