Capítulo 2

Menos mal que Lionel no había muerto.

Sam se comportó de manera estoica, tal y como Molly esperaba. Llevaba seis meses comportándose de esa manera. Había escuchado las malas noticias con entereza, y cuando Molly intentó abrazarlo, él se retiró. Como siempre.

– No debí quedármela, en primer lugar -dijo el niño. No. Pero en el apartamento en el que vivían no permitían tener mascotas, así que Sam no tenía nada. Habían encontrado la rana mientras cruzaban una bulliciosa calle de Sydney. Estaba lloviendo y había mucho tráfico, y Lionel estaba quieta en mitad de la calzada. Era una rana suicida, y cuando Sam la recogió y se la guardó en el bolsillo, Molly no protestó. De otra manera, la rana habría muerto.

«Espero que no se muera ahora», pensó Molly al ver el entramado de pequeños estanques que Sam había construido en el suelo del baño.

– Tendré que limpiar todo esto cuando se muera -el niño metió las manos en el bolsillo y pegó la barbilla contra su pecho. Molly sabía que tenía ganas de llorar Esperarían un rato y, al final, sería Molly la única que lloraría.

– No se morirá. Lo dijo el señor Baird.

– Supongo que, de todos modos, las ranas no viven mucho tiempo.

– Supongo que no -admitió, y colocó la mano sobre el brazo de Sam. Corno siempre, él lo retiró. Era un niño muy arisco. Como si el hecho de perder a sus padres le hubiera hecho perder la confianza en todo lo demás. «,Y por qué va a confiar en mí?», pensó Molly con amargura. «Ni siquiera soy capaz de mantener una rana a salvo»-. Nos han invitado a pasar el fin de semana en una granja -le dijo MoIly-. Nos llevaremos a Lionel. Será una granja de recuperación.

– ¿Una granja?

– Sí.

– No me gustan las granjas.

– ¿Has estado alguna vez en una?

– No.

– Entonces…

– No me gustan. Quiero quedarme aquí.

– Sam, el señor Baird nos ha invitado a los dos.

– Él no quiere que yo vaya.

– Estoy segura de que sí.

– No quiero ir.

– Vas a ir -dijo Molly con decisión-. Iremos los dos y lo pasaremos muy bien.

¿Podría disfrutar de un fin de semana con Jackson Baird?

Una parte peligrosa de su mente le decía que podía disfrutarlo muchísimo.

– ¿Cara?

– Jackson, qué alegría -Cara estaba al otro lado del Atlántico, pero su alegría era evidente-. ¿A que se debe este placer?

– Creo que he encontrado una propiedad que podría encajar con lo que buscamos.

– ¿De veras?

– De veras. En el pasado la utilizaron como criadero de caballos. Está en un lugar magnífico y suena estupendamente. ¿Quieres tomar un avión y venir a verla?

Se hizo un silencio.

– Cariño, estoy muy ocupada -¿Y cuándo no lo estás?», pensó Jackson sonriendo.

– ¿Quieres decir que lo dejas en mis manos?

– Eso es.

– ¿Y si la compro y no te gusta?

– Entonces, tendrás que comprarme otra.

– Ya, claro. ¿Cara…?

– Cariño, de verdad no puedo ir. Hay algo… Bueno, sucede algo que está absorbiendo toda mi atención, y no me atrevo a contarlo por si se evapora de repente. Pero confío en ti.

El sonrió otra vez. Un nuevo plan. Su hermanastra siempre tramaba algo, pero él confiaba en ella, y sabía que ella confiaba en él.

– Hay muchos que no lo harían.

– Pero tú eres uno entre un millón. ¿No lo sabes?

– Sí, y yo también te quiero.

Se oyó una risita y que colgaban el teléfono. Jackson se quedó mirando el auricular.

¿Sería una buena idea?

– De acuerdo, abandono. No vas a pedírmelo, ¿verdad?

– ¿Perdón? -aquella noche su amiga apareció en la puerta de su casa y Molly se sorprendió. Angela llevaba un vestido ceñido y brillante y el pelo recogido de manera elegante y adornado con plumas de pavo real.

– Me voy a una fiesta de los años veinte. Guy cumple treinta años, pobrecillo, así que vamos a celebrarlo con una fiesta. ¿Te gusta mi modelito?

– Me encanta.

– Sabes que podrías venir.

– Y tú sabes que no puedo.

«Es imposible», pensó Molly, «es imposible tener vida social».

Hasta que Sarah murió, Molly dirigía su agencia inmobiliaria en la costa. Se había convertido en uno de los mejores agentes inmobiliarios, y su vida amorosa, también había sido muy satisfactoria. Michael era un buen abogado y todo el mundo decía que hacían muy buena pareja.

Pero su plan de vida no incluía a Sam.

– Mételo en un colegio interno -había dicho Michael cuando Sarah murió, pero Molly no le hizo caso. Y tampoco alejó a Sam de su casa de Sidney, aunque comenzaba a preguntarse sí había tomado la decisión correcta.

Era difícil abrirse paso en el mercado inmobiliario de la ciudad. Su primo era un tipo detestable. El colegio de Sam no era nada satisfactorio, y ella no podía permitirse cambiarlo a otro mejor. Sam estaba muy triste, ¡y ella se sentía tan sola!

Pero dejar a Sam al cuidado de alguna niñera no solucionaría las cosas. El niño se despertaba por las noches con pesadillas, y Molly tenía que estar con él. Después de todo, ella era todo lo que él tenía.

– Eh, anímate -le dijo Angela al ver la expresión de su rostro-. Estás a punto de pasar un fin de semana con el soltero más cotizado de Australia.

Era verdad, pero lo más triste era que no deseaba ir. Igual que Sam, Molly había cerrado todas las puertas. Desde la muerte de Sarah, veía el mundo como un lugar peligroso. Los periódicos solo publicaban malas noticias, los programas de la televisión eran amenazantes… y si para ella era así, ¿cómo sería para un niño que lo había perdido todo?

– ¿La rana está bien? -preguntó Angela.

– Parece que sí.

– Gracias a Jackson.

– Si no hubiera sido por Jackson, Lionel no estaría herida.

Pero Angela estaba dispuesta a defenderlo.

– Fue el abogado de Jackson quien la hirió. Jackson fue muy amable.

– Ese hombre es peligroso. Tiene una reputación que deja a Casanova por los suelos.

– Qué suerte tienes -suspiró Angela con dramatismo-. Mi Guy es muy aburrido.

– Lo aburrido es más seguro.

– Ahora, por eso… -Angela entró en el salón de Molly con sus zapatos de tacón y se dejó caer en una silla-…, por eso estoy aquí. Para evitar que estés aburrida. Volviendo a mi pregunta original: ¿no vas a pedírmelo, verdad?

– ¿El qué?

– Que vaya de acompañante.

– No.

– Vas a llevarte a Sam, ¿verdad?

– Verdad.

Angela respiró hondo.

– Bueno, he decidido perdonarte por no llevarme contigo. Aunque no sé por qué lo he hecho. Porque conmigo allí no tendrías tiempo ni de abrir la boca. Tardaría dos segundos en deslumbrar a ese hombre.

– Pero tú tienes a Guy. Tu novio, ¿recuerdas?

Angela sonrió.

– Así es. Tengo a Guy, y nobleza es mi segundo nombre…

– ¡Oh, por favor!

– No me interrumpas cuando trato de actuar con nobleza. He decidido ofrecerte mis servicios como niñera. Por Sam. Y por Lionel -sonrió-. ¿Qué te parece?

– Muy noble por tu parte -Molly hizo una mueca. Le dolía la mano, estaba muy cansada y tenía un montón de trabajo que terminar antes de irse a la cama. Y lo que le sugería su amiga era imposible-. Angela, gracias por tu oferta, pero sabes que no puedo dejar a Sam.

– Conmigo estará bien.

– Se comportará de manera estoica. Siempre se comporta así, y me rompe el corazón.

– Comparte su cuidado. Yo también quiero al chico, ¿sabes?

– Ya lo sé -Angela tenía un gran corazón-. Pero, Angie, solo le queda un pequeño hueco en su corazón para querer a alguien, y es para mí. Y es solo porque me parezco a su madre.

– ¿Y eso dónde te coloca?

– Aquí. Junto a él. Donde yo quiero estar.

– ¿Y qué vas a hacer ahora?

– Irme a la cama -era mentira. Molly tenía que llamar a Hannah Copeland para obtener los detalles de la finca, leer todo lo posible sobre el lugar y preparar el Artículo Treinta y dos. Pero si se lo contaba a Angela, ella lo dejaría todo para ayudarla.

– Solo son las nueve.

– Estoy herida.

– No tan herida. Ven a la fiesta.

– ¿Y dejar a Sam? No tengo elección, Angie, así que déjalo.

Angela miró a su amiga.

– Es tan injusto.

– La vida no es justa.

– Debería serlo. ¿Estás segura de que no cambiarás de opinión acerca de ir sola? ¿Deja a Sam conmigo solo por esta vez?

– Estoy segura.

– Entonces, el domingo por la noche vendré a que me lo cuentes todo. Sin olvidarte de nada.

– Tú y Trevor, los dos. Él ya me ha pedido que le haga un informe el domingo por la noche.

– Lo harás -Angela dudó un instante-. Sabes… -le cambió la cara y Molly supo lo que iba a decir. No conseguiría nada con ello.

– Angela, no.

– ¿No qué?

– No trates de solucionar los problemas del mundo -Molly empujó a su amiga hacia la puerta-. Vamos, vuelve con Guy.

– Al menos cuéntame lo que vas a ponerte mañana -dijo Angela mientras la empujaban hacia el recibidor.

– Ropa aburrida. De negocios. Un traje negro con blusa blanca.

Angela se detuvo al oír sus palabras.

– ¿No irás a vestir de manera aburrida para Jackson Baird?

– No. Voy a vestir así por mí.

– Es la oportunidad de tu vida.

– ¿Para que me seduzcan? No creo.

– Molly, hay tipos y tipos de seducción. Cielos, si Jackson Baird quisiera poner sus botas bajo mi cama… -Angela se rió-. Y en serio, Molly -se volvió para mirar a su amiga-, cuando os he visto mirando a la rana…

Molly sonrió al recordar la escena.

– Muy romántico, ¿verdad?

– Lo era -dijo Angela-. Parecías la futura señora de Jackson Baird.

– Oh, sí. En tus sueños.

– Bueno, ¿y por qué no? Es soltero. Y tú eres soltera. El es rico. Es todo lo que se necesita para el matrimonio.

– Angie, ¡vete!

– Solo si me prometes que no te pondrás el traje de negocios.

– Quizá debería ponerme vaqueros.

– ¿Y tú qué sugieres?

– Algo cómodo. Y ceñido -se rió de nuevo y miró el vestido que llevaba puesto-. Algo como esto.

– Claro. Y adornado con plumas de avestruz. Para mostrarle la granja a un hombre y cuidar de un niño de ocho años.

– Y para casarte con un millonario -añadió Angela-. O multimillonario. Piénsatelo bien.

– Buenas noches, Angela -dijo Molly, y la empujó a la calle antes de que pudiera decir otra palabra más.

Jackson no sabía quién esperaba que fuera el acompañante de Molly pero, desde luego, se sorprendió al verla con aquel niño de gafas que tenía a su lado.

«Está preciosa», pensó al verla acercarse. No encontraba otra palabra para describirla. Era alta y atractiva. Las curvas de su cuerpo eran sensuales y la melena de rizos oscuros le llegaba hasta los hombros.

El día anterior llevaba puesto un traje de chaqueta negro. Ese día, iba en vaqueros y con una blusa blanca abrochada hasta el cuello. Tenía un aspecto fresco, y cuando se aproximó a Jackson y le sonrió, este tardó más de cinco segundos en poder contestarle.

– Buenos días -dijo ella sin dejar de sonreír. Él intentó ignorar su sonrisa y hablar con normalidad, en tono de negocios.

– Buenos días -contestó.

Molly también se había fijado en él. El día anterior Jackson vestía un traje de chaqueta que hacía que pareciera un hombre de mundo, atractivo, pero inalcanzable para Molly. Ese día, iba con unos pantalones de lino y con una camisa de manga corta que dejaba al descubierto su cuello y sus brazos desnudos. Parecía…

Bueno, puede que él tuviera problemas para concentrarse en el negocio, ¡pero a ella tampoco le resultaba nada fácil!

Al menos, Molly podía concentrarse en Sam.

– Señor Baird, este es mi sobrino, Sam. Sam, te presento al señor Baird.

«Así que no es madre soltera», pensó Jackson.

Pero, ¿por qué se ha traído al niño?» Ninguna mujer con la que había quedado antes había hecho algo parecido. «Pero esto es un asunto de negocios, ¡no una cita!», se recordó.

– Sam ha traído a Lionel con nosotros -Molly señaló la caja que Sam llevaba bajo el brazo-. Espero que no le importe, pensamos que una granja de recuperación era justo lo que Lionel necesitaba.

– Claro -dijo Jackson, y le tendió la mano a Sam. Estaban situados en la pista de aterrizaje para helicópteros y en cualquier momento el aparato se pondría en marcha y ahogaría la conversación-. Encantado de conocerte, Sam.

Sam lo miró fijamente mientras se estrechaban las manos.

– ¿Eres el hombre que aplastó a mi rana?

– Ya te he dicho que no fue él -dijo Molly-. El señor Baird fue quien curó a Lionel.

– Molly dice que es posible que muera de todos modos.

– Yo no he dicho eso -suspiró Molly-. Solo he dicho que las ranas no viven mucho tiempo -miró a Jackson con desesperación.

– Supongo que se morirá -dijo Sam con tristeza, y agarró la caja como si fueran los últimos minutos de vida para Lionel-. Todo se muere.

Jackson miró a Molly y esta se encogió de hombros.

– Los padres de Sam murieron en un accidente de coche hace seis meses -le dijo. Le habría gustado advertírselo a Jackson, pero ya no era posible-. Desde entonces, su visión de la vida es muy pesimista.

Jackson asintió y dijo:

– Lo comprendo. Siento lo de tu familia, Sam.

– Le he dicho a Sam que puede que Lionel viva muchos años.

– Yo tuve una rana cuando tenía ocho años -dijo Jackson pensativo y enfrentándose a la situación con aplomo-. Vivió dos años conmigo y después se escapó en busca de un rana hembra. Quizá Lionel haga lo mismo.

Sam lo miró con incredulidad. Se hizo un silencio.

«Que arranque el helicóptero», pensé Molly. El silencio era desesperante. Pero Jackson y Sam se miraban como si fueran dos contrincantes en un ring de boxeo.

– Sam, te diré algo más que quizá te guste saber -miró al niño a los ojos. Molly quedaba completamente excluida. Jackson solo se centraba en Sam-. Cuando yo tenía diez años, mi madre murió -le dijo-. Yo pensé que había llegado el fin del mundo, y, como tú, esperaba que todo lo que me rodeaba muriera también. Esperé y esperé, aterrorizado. Pero ¿sabes qué? No murió nadie más hasta que cumplí veintiocho años. Un vejestorio.

Sam se quedó callado un momento. Al final, dijo:

– Veintiocho es la edad que tiene Molly.

Jackson miró a Molly y ella percibió una sonrisa tras su seria mirada.

– Ya te lo he dicho. Un vejestorio. Mi abuelo murió cuando yo tenía veintiocho años, pero entre los diez y los veintiocho no murió nadie. Ni siquiera una rana.

– ¿De veras?

– De veras -sonrió él-. Así que a lo mejor también tienes esa suerte.

– A lo mejor no.

– Pero a lo mejor sí.

Sam se quedó pensativo.

– Solo me queda Molly. Y Lionel.

– A mí me parece que los dos están muy sanos.

– Sí…

– ¿Los alimentas bien? Lionel parece rellenito, y Molly también.

– ¡Hey! -exclamó Molly, pero no le importaba lo que había oído. Era la primera vez que sentía que Sam se relajaba-. Eso es una tontería -dijo esbozando una sonrisa.

– Comer bien es importante -dijo Jackson-. No puede pasarse por alto. Eso, y hacer mucho ejercicio. Espero que no dejes que Molly vea mucho la televisión.

Sam estaba sonriendo y la tensión había desaparecido como si hubieran hecho magia.

– Le gustan los programas de amor y esas cosas.

– Eso es muy poco saludable. Yo lo pararía de golpe.

– Jackson puso una sonrisa tan amplia que Molly supo enseguida por qué las mujeres se enamoraban de él. ¡Por cómo estaba tratando a Sam ella también estaba a punto de enamorarse! ¡Deseaba abrazar a aquel hombre!-. ¿Quieres entrar en mi helicóptero? -le preguntó Jackson al niño tendiéndole la mano.

Sam se quedó pensativo durante un instante, y después, como si hubiera tomado una importante decisión, le dio la mano a Jackson.

– Sí, por favor -le dijo.

Molly no podía dejar de sonreír. Jackson, se fijó en su sonrisa y pensó: «va a ser un fin de semana estupendo».

Él no esperaba tanta eficiencia. Desde el momento en que entró en la oficina de Trevor Farr, Jackson sospechó que si quería averiguar algo sobre la propiedad de Hannah Copeland, tendría que averiguarlo él mismo. Pero la preparación de Molly lo sorprendió gratamente. Tan pronto como despegó el helicóptero, ella le entregó las escrituras, el plano de obra, la lista de empleados…

– ¿Cómo ha conseguido todo esto?

– Hacemos lo mismo para todos nuestros clientes.

– ¿Y por qué será que no me lo creo?

Ella lo miró con una media sonrisa. En realidad, aquella era el tipo de propiedad que a ella le gustaba vender… una granja con mucho terreno. Había estado trabajando hasta las tres de la mañana, pero había conseguido hacerle a Jackson una presentación de primera. Como en los viejos tiempos.

– Deje de ponerme en entredicho y lea -le ordenó ella, y él obedeció. Pero cada vez estaba más pendiente de Sam y de Molly. Parecían una mujer y un niño enfrentándose al mundo, y su presencia lo afectaba como hacía mucho que no lo afectaba nada.

«Solo es una relación de negocios», se recordó, «y Sam no tiene nada que ver conmigo».

La granja de Copeland era un lugar maravilloso. El piloto sobrevoló una amplia extensión de tierra. La finca comenzaba en una zona estrecha y se expandía en una vasta lengua de tierra que llegaba hasta el mar.

– Toda la lengua de tierra pertenece a la granja -le dijo Molly, y él sonrió y le mostró el mapa que ella le había dado.

Pero ni los mapas ni las fotos hacían justicia al lugar. El mar rodeaba la tierra con su agua azulada. La playa era de arena dorada, y las colinas y las praderas, con los animales pastando plácidamente, parecían lugares exuberantes y maravillosos.

Desde el helicóptero se veían torrentes de agua que bajaban hasta el mar entre los árboles. También había cascadas y pequeños islotes. Cuando descendieron hacia tierra, vieron cómo un grupo de canguros saltaba para ponerse a cubierto, y Jackson pensó, «esto es el paraíso».

Aunque fuera un lugar paradisíaco, no podía olvidar que era un negocio. Era el futuro para Cara y para él. No podía tomar decisiones con el corazón, debía tomarlas con la cabeza.

– Parece que está bien conservado -dijo él, pero su comentario le pareció ridículo. Miró a Molly y a Sam y se percató de que ambos lo miraban asombrados.

– ¿No has visto esa cascada? -preguntó Sam-. ¿Es maravillosa? ¿No crees que es maravillosa?

– Maravillosa -admitió él, y Molly sonrió.

– Con Sam aquí, no tengo que hacer de vendedora -miró cómo la hélice del helicóptero se detenía-. Es más, creo que no tengo que hacer de vendedora en ningún caso. Si tiene el dinero, este lugar se venderá solo -dijo bromeando-, Y si no tiene el dinero, puedo proponerle un plan de financiación muy interesante.

– Estoy seguro de ello -dijo él con frialdad, pero impresionado. Ella había hecho sus deberes.

– No hay ninguna otra propiedad como esta en el mercado australiano -le dijo ella-. No sé para qué quiere este Sitio… pero sea para lo que sea, estoy segura de que Birranginbil cubrirá sus necesidades.

– ¿Birranginbil?

– ¿No sabe que Birranginbil es el nombre de la granja? -sonrió ella-. Ahora, pregúnteme por qué no lo he puesto en letras grandes al principio de la presentación que le he entregado.

Él la miró pensativo, Parecía que tenía mucha seguridad en sí misma y, de pronto, se le ocurrió que Molly estaba haciendo algo que le encantaba. A pesar de que Trevor fuera espantoso, la mujer que trabajaba con él era una auténtica profesional.

Jackson sonrió y se unió al juego.

– Bueno, dígame lo que significa.

– Lugar de sanguijuelas -se rió al ver la expresión de su rostro, y la de Sam-. ¡No me diga que tiene miedo de unas pocas sanguijuelas! -ella rebuscó en su bolso y sacó una pequeña lata-. Hay que ir preparado. Eso es lo que nos enseñaron en la escuela de venta inmobiliaria. Sal. Si hay sanguijuelas, con esto estoy preparada para enfrentarme a ellas.

– ¡Guau! -él estaba cada vez más impresionado. ¡Era muy buena vendedora!

– ¿De verdad que hay sanguijuelas? -preguntó Sam con voz temblorosa y Molly lo abrazó.

– Sí, pero solo en lo profundo del pantano. Los estuarios de alrededor de la playa están limpios, y los embalses que hay cerca de la casa son perfectos para nadar.

– ¿Y para las ranas? -preguntó Jackson, y Molly arqueó las cejas. Ella sonrió, agradecida de que él tratara de que Sam se sintiera incluido.

– Estoy segura de que para las ranas es un buen lugar.

– ¿Podemos enseñárselo a Lionel? -Sam se interesó enseguida.

– Sí -ella dejó de mirar a Jackson y él sintió una pizca de… No estaba seguro. ¿Resentimiento? ¿Celos? Seguramente no. Pensaba que había hablado de las ranas para que Sam sonriera, pero, de pronto, se había dado cuenta de que lo había hecho para que Molly sonriera. Era una extraña manera de llamar la atención de una mujer… pero la atención de una mujer no era algo que a Jackson le resultara difícil conseguir.

Y Molly le había dado la espalda. Molly solo le estaba mostrando su lado profesional, mientras que su lado personal lo reservaba exclusivamente para Sam. Parecía bastante justo. Sam la necesitaba y Jackson no.

Entonces, ¿por qué sentía ese resentimiento?

– Le pediremos al encargado de la granja que lleve al señor Baird a dar un paseo para ver el lugar. Mientras tanto, nosotros buscaremos dónde viven las ranas -le dijo Molly a Sam, y el sentimiento irracional que Jackson estaba experimentando, se agudizó. Después de todo, Molly era la agente inmobiliaria, era su trabajo mostrarle el lugar al cliente…

Jackson decidió que intentaría que así fuera. Y de pronto, sintió que lo importante no era ver la granja, sino verla con Molly.

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