CAPÍTULO 9

PERO CUANTO más lo deseaba Ellie, más improbable parecía que lo quisiese Jack. Le espantaba notar que cada vez estaba más resentida con él, y se entregó a las tareas domésticas, como si barrer y fregar pudiesen aliviar su soledad y desengaño.

Un día estaba limpiando el suelo de la zona de estar cuando entró Jack. Era la primera vez que la buscaba intencionadamente desde que había vuelto de reunir el ganado y ella se enfureció al darse cuenta de que, a pesar de todo, el pulso se le alteraba.

– ¿Qué haces? -Jack frunció el ceño al verla de rodillas.

– ¿Tú qué crees?

Después de una mirada rápida volvió a su tarea con un suspiro. ¿Qué pasaba con Jack? La desdeñaba, la hería, era desagradecido, pero ella seguía queriéndolo. Todo sería más fácil si pudiese dejar de quererlo. Si pudiese dejar de preocuparse porque era infeliz, como lo era ella. Si pudiese dejar de tener la esperanza de que algún día la quisiera.

– ¡Debe haber cosas más importantes que hacer que fregar el suelo!

– Sí, las hay, pero no las puedo hacer ahora mismo -seguía exasperándola que le dejase todas las tareas de la casa y que, para colmo, criticase la forma en que organizaba su tiempo-. Alice está dormida, y tengo que estar en algún sitio desde donde pueda oírla. Ya que tengo que quedarme en casa, voy haciendo cosas que no puedo hacer cuando está despierta.

Jack ni siquiera notó el tono de su voz. Gruñó algo y se sentó en el borde de una silla con las manos en los bolsillos. Miraba el suelo, perdido en sus pensamientos, y no tenía ningún interés en lo que ella estaba haciendo.

Muy típico, pensó Ellie amargamente, y siguió frotando el suelo con ira. El ruido del cepillo chirriaba en medio del silencio, Jack levantó la cabeza.

– ¿No podrías parar un minuto? -dijo con irritación-. Hay algo que quiero comentar contigo.

Ellie se sentó sobre los talones y lo miró con cautela.

– ¿De qué se trata?

– No te va a gustar.

Ellie sintió un nudo en el estomago. Había llegado el momento, pensó aterrada. Iba a decirle que no podía soportarlo más y que quería dar por terminado el matrimonio.

– Dime.

Vio cómo Jack dudaba, ella se preparó para lo peor.

– He estado hablando con Scott Wilson.

El alivio fue tal que se le cayó el cepillo. Ella lo miraba sin saber si saber si reírse histérica o si creer las palabras que acababa de oír.

– ¿Scott…?

– Lo conoces, ¿no?

Ella se limpió las manos en los vaqueros dándose un tiempo para adaptarse a una conversación para la que no estaba preparada.

– Claro que lo conozco -dijo cuidadosamente, todavía sin creérselo del todo-. Estuvo en la boda.

– Desde luego que estuvo, también estuvo en la fiesta de compromiso, ¿no?

– Sí. ¿Por qué? No le habrá pasado algo…

– Viene a dormir.

– ¿A dormir? -Jack asintió con la cabeza y Ellie parpadeó intentando darle sentido a una conversación que cada vez le parecía más extraña-. ¿Cuándo?

– Esta noche.

– ¡Esta noche! ¿Por qué?

– Mañana vamos a reunir los potros del oeste. Es una zona perfecta para utilizar un helicóptero y Scott se contrata para ese tipo de trabajos. Con él en el aire y nosotros tres en tierra lo haremos más rápido. Scott dijo que vendría esta noche para empezar mañana. Pensé que debería avisarte de que esta noche hay una persona más para cenar.

¡Y todo para decirle que tenía que pelar un par de patatas más! El alivió que sintió en un principio estaba desapareciendo rápidamente y ella volvía a sentir que nada, absolutamente nada, había cambiado. Ni siquiera sabía que pensaba reunir esos potros. Podía haber ayudado… Pero no, soló servía para preparar comidas.

– Muy bien -dijo secamente.

– El asunto es que Scott viene como un favor. Tiene varios hombres trabajando para él, pero están muy ocupados, de forma que vendrá él personalmente. Me dijo que podíamos considerarlo como un regalo de bodas -dijo con un hilo de voz-. En estas circunstancias, creo que deberíamos ofrecerle una cama dentro de la casa.

Ellie lo miraba asombrada, sin saber dónde quería ir a parar.

– De acuerdo.

Jack se levantó inquieto. Estaba claro que había más. Fue hasta la ventana y miró fuera; sus hombros estaban rígidos por la tensión.

– Ya sabes cómo es Scott. No conozco a nadie que hable tanto como él. Cuenta todo lo que sabe…

– ¿Y qué?

– Que si tiene la más leve sospecha de que no vivimos como unos recién casados, lo difundirá por toda la provincia -dijo Jack en tono impaciente.

Ellie se levantó despacio.

– Entiendo -dijo pensativamente.

– No parece que te preocupe. Pensé que no te gustaría que tu familia se enterase de que las cosas no son tan perfectas…

Ellie lo miró fijamente a los ojos.

– Estoy preocupada. ¿Qué me sugieres que hagamos?

Jack bajó la mirada.

– Creo que deberíamos fingir que somos una pareja normal. Habría que actuar un poco, pero ya lo hicimos una vez y convencimos a todo el mundo.

– ¿Quieres decir que deberíamos fingir que estamos enamorados?

– Sí…, ¿crees que podrás?

– Me imagino que lo conseguiré.

Jack respiró hondo.

– Creo que también deberíamos dormir juntos esta noche -Ellie se ruborizó y el aire se cargó de electricidad de repente-. Ya sabes lo que quiero decir -dijo cautelosamente, intentando apartar el recuerdo de su cuerpo, de su boca y de sus caricias-. Me refiero a compartir la habitación, nada más.

– Es posible que a Scott le guste hablar, pero no creo que vaya fisgando en los dormitorios -dijo Ellie, igual de inquieta por los recuerdos. Le parecía esencial convencer a Jack de que ella tenía tan poco interés en dormir juntos como lo tenía él.

Él se encogió de hombros.

– Es una cuestión tuya, tú eres la que quiere convencer a tu familia de que este es un matrimonio perfecto.

Tenía razón. Si sus padres intuían siquiera que ella no era tan feliz como decía ser, aparecerían al instante para preguntarle qué pasaba y Lizzy la llamaría desde Perth. Lo último que quería era disgustarlos.

– Está bien. Haremos eso.

Una vez Jack se hubo ido, Ellie siguió frotando el suelo, pero su brazo se movía mecánicamente mientras que sus pensamientos estaban en esa noche. Ellie no sabía qué hacer para que las cosas fuesen mejor, pero sabía que tenía que hacer algo. La situación era desgraciada para los dos. Ser amigos no había funcionado, así que a lo mejor era el momento de agarrar el toro por los cuernos y preguntarle a Jack si consideraría la posibilidad de ser amantes. Quizá dijese que no. Seguramente diría que no, pensó Ellie, pero merecía la pena intentarlo. No iba a pedirle que olvidase a Pippa, solo quería que también la reconociese como mujer. ¿Era eso mucho pedir?

«Qué aspecto tengo», pensó Ellie mientras se lavaba las manos. En el espejo se reflejaba una figura colorada, sucia, despeinada y sudorosa. Estaba horrible.

No importaba que Jack no pareciese muy ilusionado ante la idea de tener que fingir estar enamorado. Ellie hizo una mueca al espejo. ¿Por qué iba a quejarse de que Jack solo la considerase un ama de llaves si ella no hacía nada por parecer otra cosa? A lo mejor era el momento de hacer algo.


Alice dormía. La cena estaba preparada. Ella estaba preparada. Todo lo que tenía que hacer era salir y unirse a Jack y Scott en el porche. Pero se quedó un rato en su habitación intentando reunir valor suficiente para enfrentarse a Jack, la aterraba que se diera cuenta al instante de lo que intentaba hacer y también la aterraba que ni siquiera se diese cuenta. Solo se había puesto una falda con reflejos azules y una blusa blanca sin mangas. Se había lavado el pelo que le caía suave y brillante alrededor del rostro, y se había pintado los labios con una de las múltiples barras que Lizzy la había obligado a comprar y que nunca usaba. No era para tanto, pero Ellie se encontraba cohibida. Respiró hondo y salió antes de que tuviera tiempo de cambiar de idea. Scott y Jack se tomaban unas cervezas sentados en las viejas sillas, pero al oír la puerta se dieron la vuelta y se levantaron.

– ¡Ellie! -Scott la recibió con un gran abrazo-. ¡Estás fantástica!

Ellie sonrió nerviosamente.

– Gracias -dijo, pero el alma se le cayó a los pies cuando miró a Jack. Tenía el ceño fruncido y los dientes apretados.

– Me alegro mucho de verte -decía Scott, mientras la admiraba-. No pude hablar contigo durante la boda. ¿Desde cuándo no tenemos una conversación de verdad?

Ellie era muy consciente de la cara de Jack y tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse.

– Debe de hacer unos cuantos años. En cualquier caso, desde antes de que me fuese a Estados Unidos.

– Exactamente. Recuerda que te llevé a la fiesta de los solteros antes de que te marcharas -Scott sonrió-. Lo pasamos bien esa noche. Parece increíble cómo han cambiado las cosas desde entonces. ¿Sabías que me he casado?

– Sí, mamá me lo contó -dijo Ellie girándose un poco para ver mejor a Jack-. No sabía que Anna y tú fueseis novios.

– No lo éramos. Nunca nos habíamos gustado y, de repente, un día… ¡bang! Fue como caído del cielo. No puedo entender que no me diera cuenta antes de lo maravillosa que es Anna. Y cuando me enteré de que ella también me quería… Bueno, que os voy a contar a vosotros…

– Desde luego…

Había tal ironía en la voz de Jack que Ellie siguió hablando inmediatamente.

– Me alegra que seas feliz, Scott.

– Lo soy, nunca pensé que un hombre pudiese ser tan feliz. Ya sabes todos esos rollos románticos sobre encontrar la media naranja. Pues yo me siento así. Sabes lo que quiero decir, ¿verdad?

– Sí, lo sé -dijo Ellie con media sonrisa.

Jack la miró y vio cómo se le oscurecían los ojos, de repente todo encajaba. Había sospechado desde que se le cayó el cepillo a Ellie cuando oyó el nombre de Scott. No parecía el tipo de persona de la que Ellie se pudiera enamorar, pero podía ser él. Cuanto más lo pensaba más convencido estaba de que había desvelado el secreto de Ellie. Las pocas pistas que había dado señalaban en la dirección correcta. Conocía a Scott más de lo que él había pensado y el matrimonio de este con Anna podía ser el motivo por el que decidiera que no tenía esperanzas. Scott tenía su base en Mathison, donde Ellie quería haberse quedado para estar cerca de él. Scott había estado en la fiesta de compromiso y Jack recordaba la cara que había puesto cuando le preguntó si el hombre al que amaba estaba ahí. «Sí», dijo ella.

Comprendió que para Ellie tuvo que ser impactante enterarse de que Scott iba a ir a Waverley. No era de extrañar que se molestara cuando se lo dijo. De haberlo sabido, no le habría pedido la ayuda. Para Ellie tenía que ser una tortura fingir que era feliz mientras estaba con Scott. Pero no era culpa de él, no tenía telepatía; si Ellie no quería ver a Scott, podía haberlo dicho. Salvo que realmente quisiera verlo. El rostro de Jack se ensombreció cuando vio el esfuerzo que había hecho Ellie vistiéndose para Scott. Nunca usaba ese tipo de blusas ni carmín. Jack habría cruzado el porche y le habría borrado esa sonrisa complaciente de un tortazo, y después habría arrastrado a Ellie hasta su habitación para que se pusiese sus vaqueros y su camisa vieja.

Pero se giró bruscamente sobre sus talones.

– Te traeré una cerveza -le dijo a Ellie.

Ella, desesperada, lo vio salir. Todo era culpa suya. No podía parecer femenina, pensó con tristeza mientras intentaba sonreír a Scott. Tenía que haberse puesto los viejos vaqueros. Debía ser muy evidente que hacía todo lo posible por seducir a Jack, sin ningún éxito. No era de extrañar que estuviese tan enfadado.

Por lo menos Scott creía que estaba guapa. Él no parecía pensar que estuviese ridicula. Su alegría amistosa y el placer que había demostrado al volver a verla fueron un consuelo para sus sentimientos heridos y se dirigió agradecida hacia él. Además, alguien tenía que hacerle sentirse cómodo y, desde luego, no iba a ser Jack. Sin esa mirada atravesada sobre ella, Ellie podía estar tranquila y disfrutar hablando con Scott de los tiempos cuando todo era más fácil.

En la cocina, Jack oyó las risas y cerró la puerta de la nevera de un portazo. Parecían muy contentos sin él. Scott Wilson… qué demonios podía ver Ellie en él. No era que lo preocupara de quién estaba enamorada Ellie, pero después de todo lo que le había dicho sobre cuánto quería a ese hombre, esperaba que fuese alguien un poco más especial que Scott Wilson. Scott era un tipo que hablaba demasiado y se reía demasiado de sus propios chistes. Ellie nunca sería feliz con alguien así. Ella necesitaba alguien que la mimara, alguien como… Bueno, alguien distinto a Scott.

Aunque Ellie parecía no pensar lo mismo. Cuando salió al porche, ella parecía tranquila y contenta. Estaba sentada y se inclinaba provocativamente hacia Scott. Jack dejó con frialdad una cerveza sobre la mesa que tenía Ellie a su lado. Ella lo miró y pudo sentir la tensión que le producía su proximidad.

– Gracias.

Hubo algo en la forma en que Ellie apartó la silla cuando él se iba a poner a su lado que enfureció a Jack. ¡Por el amor de Dios!, se suponía que era su marido. Se acercó y le acarició la nuca intencionadamente. Pasaba los dedos una y otra vez, muy posesivamente, dejándole claro a Scott que era suya.

– Haría lo que fuese por ti, cariño -dijo Jack con una sonrisa provocadora.

Scott soltó una risotada.

– ¡Ellie!, veo que tienes bien agarrado a Jack.

Los insistentes dedos de Jack la hacían sentirse incómoda, tenía que hacer un esfuerzo enorme para no cerrar los ojos y abandonarse a sus caricias.

– Yo no diría tanto -dijo, nerviosa.

– ¿No…?

La mano de Jack bajó de la nuca al cuello de la blusa y a los hombros, y Ellie no pudo evitar un escalofrío de deseo que le recorrió toda la espalda con una intensidad tal que tuvo que reprimir un jadeo.

– No -consiguió decir a duras penas y Jack retiró la mano en un arrebato repentino de ira. Con Scott por sus comentarios estúpidos, con él mismo por su comportamiento y, sobre todo, con Ellie por la forma en que, incómoda, se retiraba cada vez que él la tocaba.

– Entiendo -dijo Jack.

– Jack sabe quien manda de verdad -dijo Scott entre risas-. El matrimonio es algo maravilloso, ¿eh, Jack?

– Maravilloso.

– Eres un hombre muy afortunado por tener a Ellie.

– Lo sé -consiguió decir entre dientes. Él no se sentía afortunado. Se sentía desconcertado como un principiante e inexplicablemente deprimido.

Ellie le dirigió una mirada cariñosa. Había sonado como si hubiese tenido que sacar las palabras con sacacorchos y esa no era la mejor forma de convencer a Scott de que eran una pareja feliz. Invitar a Scott había sido idea de Jack, pensó furiosa. Podría hacer un pequeño esfuerzo. Scott no era tonto. Podía ver como sus astutos ojos iban de uno a otro. Acabaría dándose cuenta de que algo no funcionaba.

– Espero que te hayas comprado un coche nuevo desde la última vez que nos vimos -dijo Ellie rápidamente para cambiar de conversación.

– Lo primero que hizo Anna cuando nos casamos fue obligarme a deshacerme de él. Dijo que o el coche o ella -se rio ruidosamente-, ¿te acuerdas cuando se estropeo camino de las carreras?

Jack bebía su cerveza sin decir una palabra. No sabía que Ellie y Scott se conocían tanto. Por primera vez, Jack se dio cuenta de su edad. Los dos eran ocho años más jóvenes que él. Escuchaba con aire taciturno mientras ellos hablaban de las fiestas, las carreras y los rodeos a los que habían ido juntos. Para él era una experiencia nueva comprender que Ellie también tenía amigos propios, una vida propia que no tenía nada que ver con él, y no le gustaba nada esa experiencia. Furioso, dio un trago a su cerveza. Estaba acostumbrado a considerar a Ellie como parte de su vida, no de la de nadie más y, menos, de la de Scott Wilson.

Cuando Scott decidió irse a la cama, Jack apenas acertó a decirle adiós. Estaba harto de oír hablar de fiestas en las que a lo mejor se habían besado y enamorado. Estaba harto de la forma en que Ellie miraba a Scott, de sus risas y de la forma que había apoyado el codo en la mesa para acercarse a él sin tener en cuenta lo que pudieran pensar los demás hombres. Desde luego, no le importaba lo que él pensara, decidio amargamente Jack. Apenas lo había mirado en toda la noche.

Jack esperaba que, cuando los demás hombres se retiraran a dormir, Scott haría lo mismo, pero no lo hizo. Ellie le ofreció más café, más vino, y él tuvo que aguantar otra hora escuchando sus recuerdos interminables. Por fin Scott dejó escapar un bostezo y Jack se levantó.

– Debes de estar muy cansado, y mañana nos tenemos que levantar pronto. Te diré cuál es tu habitación.

Esperó hasta que la puerta del cuarto de Scott estuvo cerrada y volvió a la cocina, donde Ellie estaba fregando con una furia controlada.

– Siento haber interrumpido una charla tan amena -dijo en un tono muy desagradable-, pero quiero que mañana Scott empiece a trabajar temprano y, si dependiese de ti, no se habría acostado nunca.

Ellie tiró una sartén contra el fregadero.

– ¿Charla amena…? No puedo imaginarme nada menos ameno que la noche que acabamos de pasar, contigo ahí sentado con cara de perro. ¿Por qué fuiste tan grosero con Scott?

– No fui grosero.

– No has abierto la boca en toda la noche. Has hecho que todos nos sintiéramos muy incómodos.

– No me ha parecido que tú estuvieras muy incomoda. Parecías muy divertida.

Ellie respiró hondo. ¿Muy divertida…? Había sido una de las peores noches de su vida y Jack creía que se había divertido mucho. Hizo un esfuerzo por controlarse.

– Bueno, esperemos que Scott piense lo mismo -dijo sosegadamente.

– No tengo la menor duda.

– Te recuerdo que fuiste tú quien dijo que Scott nos estaba haciendo un favor y, como no has hecho el más mínimo esfuerzo por ser amable, he pensado que alguien tendría que hacerlo.

– ¿Ser amable? -dijo en tono de burla-. A eso te refieres con hacer el ridículo contoneándote y provocándole. ¡Dios mío, nunca había visto algo tan lamentable! «Scott, ¿te acuerdas cuando fuimos a nadar?» -se burló cruelmente imitando su voz-, «Oh, Scott, te acuerdas qué mona era…». No te imaginas lo aburridos que habéis resultado, te acuerdas de esto, te acuerdas de aquello…, ¿no hay nada más interesante de lo que hablar?

– ¿Cómo qué? -Ellie estaba tan furiosa por la injusticia que estaba oyendo que apenas podía hablar-. Créeme, Jack, me habría encantado tener algo distinto de lo que hablar con Scott, pero no creo que le interese mucho la cocina, la limpieza de la casa o el cuidado de Alice, y eso es todo lo que he hecho desde que me casé contigo. Entiendo que mi pasado te parezca aburrido, pero te puedo asegurar que es mucho más divertido que mi presente. Esto sí que es aburrido.

La cara de Jack se crispó.

– ¿Qué tiene de malo?

– No hago otra cosa que cocinar para ti, limpiar para ti y cuidar de tu hija por ti, y ni siquiera me lo agradeces. Estoy todo el día encerrada en casa. Nunca voy a ningún lado, ni veo a nadie, ni hago nada.

– Antes no te importaba.

– Pues ahora me importa.

– Sabías a lo que te exponías. Si no querías ser un ama de llaves, no haberte ofrecido.

Ellie palideció.

– Me ofrecí a ser tu mujer, Jack, no tu ama de llaves -dijo con toda la frialdad de la que fue capaz.

– Es lo mismo -Jack daba vueltas por toda la cocina-. Hicimos un trato. Tú querías estar en el campo y yo quería alguien que se ocupara de Alice, eso es todo.

– ¡Acordamos ser socios!

– Tienes la mitad de Waverley -dijo sin inmutarse-. ¿Qué más quieres?

Ellie quitó el tapón del fregadero y observó cómo se iba el agua, igual que sus esperanzas. No tenía sentido seguir discutiendo. Jack no entendía nada.

– Quiero participar -dijo sintiéndose impotente-. Nunca me dices nada de lo que vas a hacer.

– No puedo venir corriendo a la casa cada vez que se me ocurre algo. Ellie, no hay motivos de queja. Las cosas son así. Lo sabías cuando te casaste, ¿o no? -Ellie negó con la cabeza-. ¿Cómo que no? -Jack estaba furioso.

– Tienes razón -dijo Ellie con una voz carente de toda expresión-, lo sabía.

Su afirmación enfureció todavía más a Jack. Lo único que quería era herirla.

– En ese caso sugiero que cumplas lo que acordaste y que dejes de quejarte porque no participas y de contar historias aburridas de tus aburridos amigos. Y que dejes de soñar sobre tu ridículo romance que nunca ocurrió.

Ellie no podía apartar la mirada del paño de cocina con el que se estaba secando las manos. Era de cuadros azules y blancos desteñidos por el uso. Sentía frío y estaba mareada. Eso era lo que Jack pensaba de ella: aburrida, quejica, ridicula. Colgó el paño del respaldo de la silla y se dirigió hacia la puerta.

– ¿Dónde vas? -preguntó Jack con un grito.

– A la cama.

– No puedes irte en medio de una discusión.

– Sí puedo.

Jack la miraba impotente.

– No he terminado.

Ellie ni siquiera se volvió para responder.

– Creo que ya has hablado suficiente -dijo Ellie, y salió al pasillo.

Jack se subía por las paredes. Lo espantaba que Ellie actuara así. No podía soportar que se fuera sin más en vez de afrontar las cosas que no le gustaban. Ni siquiera lo insultaba. Sencillamente se iba. Salió y la alcanzó en la puerta del dormitorio.

– Vas a hablar conmigo. Vamos a dormir en la misma cama y no puedes hacer como si no existiera.

Ellie se giró con la mano en el picaporte.

– No creo que tenga mucho sentido compartir la habitación.

– ¿Y Scott? -Jack se sorprendió de encontrarse gritando-, ¿qué va a pensar cuando mañana nos vea salir de habitaciones distintas?

– Ya no importa -Ellie entró y le cerró la puerta en las narices.

Pasó despierta toda la noche, demasiado impresionada para poder llorar. ¿Cómo no se había dado cuenta de cuánto la despreciaba Jack? Sus palabras resonaban una y otra vez en la cabeza de Ellie. Aburrida. Quejica. Ridicula. Se sentía terriblemente humillada cada vez que se acordaba de las esperanzas que tenía cuando se vestía para él. Lo único que había conseguído era hacer el ridículo. Jack tenía razón, era penoso. Había sido penoso esperar que él la amara; era penoso creer que si alguna vez miraba a otra mujer que no fuese Pippa, sería a ella; había sido penoso desperdiciar todo esos años por algo que nunca iba a ocurrir.

El sueño había terminado.

Jack nunca la perdonaría por no ser Pippa. Era el momento de acabar con esa situación que estaba haciendo desgraciados a los dos. Lo habían intentado.

Lo único que podía hacer por él era marcharse.

Загрузка...