CAPÍTULO 8

SER AMIGOS resultaba mucho más difícil que antes, aunque los dos lo intentaron a conciencia. Jack estaba muy contento de que hubiera tanto trabajo. Gray necesitaba los hombres que le había prestado, pero ya había contratado a otros tres para la temporada. Se pasaban el día en el campo, arreglando vallas, repasando los pozos y asegurándose de que los corrales estaban en buenas condiciones antes reunir el ganado para comprobar su estado.

Empezaron por los caballos, que habían estado sueltos durante años. Jack adoraba los caballos y pasaba horas con ellos hasta conseguir que se pudieran montar. A veces Ellie llevaba a Alice al corral para observarlo. Era la excursión favorita de las dos. A Alice le gustaba ver los caballos y a Ellie le gustaba ver lo bien que Jack los trataba. Se solía poner en medio del cercado y les hablaba suavemente hasta que desaparecía toda la excitación; daba la sensación de encontrarse en casa, con sus vaqueros, sus botas y el sombrero usado. Era su marido, pero el único momento en que podía mirarlo tranquilamente era cuando estaba absorto con su trabajo. Ellie lo miraba y temblaba con el deseo de volver a tocarlo. El recuerdo de la noche que habían pasado juntos seguía siendo una brasa en su interior. Intentaba desterrar ese recuerdo, pero era inútil; cada vez que Jack levantaba una mano o giraba la cabeza volvía con toda su intensidad. Ellie hacía todo lo que estaba en su mano, era alegre y amistosa, pero tenía mucho cuidado de no rozarlo o de dar la sensación de que buscaba su compañía. Se propuso mantenerse ocupada para ocultar su soledad y frustración. Le habría gustado ayudar a Jack y a los hombres, pero había tarea de sobra en la casa. Deseosa de salir un poco al campo, aunque fuera al jardín, se hizo una huerta y se pasaba horas cavando y preparando la tierra. Era un trabajo agotador y muy caluroso, pero también era gratificante.

Sabía que no iba a ser fácil, pero por lo menos estaba en Waverley con Jack. Si hacía lo que habían pactado y no lo incomodaba ni asustaba, acabaría por acostumbrarse a ella y, a lo mejor, cambiaba de idea. Ellie intentaba convencerse de que lo único que necesitaba era paciencia.

El día que Alice dio el primer paso Ellie se emocionó tanto como si fuese su propia hija y la tomó en brazos.

– Creo que a papá le gustaría ver cómo andas, ¿verdad?

– ¡Papá! -dijo Alice complaciente.

Ellie esperaba que Alice mostrara sus habilidades esa noche cuando Jack fuese a bañarla, pero siguió gateando y tirando todas las cosas que encontraba a su alcance. Ellie podría haber jurado que Alice se estaba reservando para encontrar a Jack en la disposición ideal. No hizo su exhibición hasta dos días después. Ellie estaba en el huerto y Alice estaba sentada en la sombra con un sombrero que la cubría casi por completo. Ellie le había dado un cubo lleno de agua y estaba concentrada en sus propios experimentos. Cuando Jack las encontró, ella estaba en cuclillas y sonreía a Alice. Ninguna de las dos se dio cuenta de su presencia y los ojos de Jack pasaron de Alice a Ellie, que tenía la cabeza cubierta con un sombrero de paja, las manos tan sucias como las de Alice y una sonrisa deliciosa.

– Parece que os lo pasáis muy bien -dijo con una voz injustificadamente seca.

El corazón le dio un vuelco a Ellie, como ocurría siempre que lo veía. Se levantó instintivamente mientras él se acercaba con esa gracia perezosa tan característica. Ella se quitó el sombrero y se enjugó el sudor de la frente, solo para que él pudiera comprobar que si tenía las mejillas coloradas, era por el sol, no por un repentino ataque de timidez.

– Alice desde luego sí. Puede estar horas jugando con el agua.

– Se divierte con cualquier cosa, ¿no? -Jack se agachó y pellizcó la nariz de Alice- Sería fantástico si solo necesitásemos un cubo con agua para ser felices.

Miró a Ellie mientras hablaba. Su tono era de broma, pero su expresión era seria y, cuando sus ojos se encontraron pareció como si el aire se desvaneciera.

– Desde luego -reconoció casi sin respiración-. Pero las cosas nunca son tan sencillas, ¿no te parece?

Jack pensó en sus propias contradicciones, en cómo se encontraba dividido entre su fidelidad a la memoria de Pippa y su deseo de conseguir lo mejor para Alice, entre la pena y el arrepentimiento, y en lo inquieto que lo hacía sentirse Ellie, como lo estaba haciendo en ese instante, con la cara sucia y una paleta en la mano.

– No, no lo son.

Notó un tirón en los vaqueros. Era Alice, que reclamaba ser el centro de atención sin atender a la forma en que se miraban los dos. Hizo un esfuerzo y consiguió ponerse de pie agarrada a los pantalones de su padre.

– Está a punto de andar -dijo Ellie con toda la frialdad que pudo-. Vamos a ver si va donde tú estas.

Ellie la separó de Jack y se agachó por detrás sujetándola por la cintura. Jack, con una rodilla en el suelo estiró los brazos.

– Vamos Alice. Ven a papá.

Alice dudó, pero la sonrisa de Jack la animaba y las manos de Ellie la sujetaban. Dio un paso y luego otro, hasta que se dio cuenta de que Ellie la había soltado y estaba en brazos de su padre.

– ¿Has visto eso?, ¡ha andado!

Alice estaba radiante y parecía tan orgullosa de sí misma que Ellie no pudo evitar reírse, a pesar del dolor que atenazaba su corazón.

– Es una niña muy lista -dijo Ellie-, y lo sabe.

Jack estaba emocionado con los avances de su hija.

– A ver si lo hace otra vez -dejó a Alice en el suelo y se fue donde estaba Ellie. Su paso era inestable y casi todo el recorrido lo hizo gracias al primer impulso, pero andaba-. ¡Fíjate! ¡Sus primeros pasos y ya se sabe el truco! -dijo orgulloso.

Ellie sonreía, muy contenta por no haber estropeado la sorpresa contándole los primeros pasos que ya había dado.

– ¡Ya no habrá quien la pare! -Alice estaba feliz por la atención que recibía y la tensión casi imperceptible se había desvanecido. Ellie y Jack se reían juntos de la expresión de importancia que tenía Alice. Todo habría sido perfecto si no llegan a mirarse el uno al otro en vez de mirar a la niña. Ellie notaba perfectamente la proximidad de Jack. Podía ver el polvo sobre su piel, el leve reflejo de su barba incipiente, las arrugas que formaba su sonrisa. Sintió una sensación de deseo tal que se levantó bruscamente y dejó de sonreír-. Se hace tarde. Debería darle la merienda.

Jack se levantó despacio, balanceando a su hija en el aire.

– Iremos contigo. Ha sido un día muy importante. Cuando vine a buscarte eras un bebé y ahora eres una niña que anda.

Jack sonreía orgullosamente y Alice se abrazó a él y escondió la cara detrás del cuello de su padre. Ellie los observaba y sintió que el corazón se le encogía.

– Por cierto, ¿querías algo? -consiguió preguntar.

– ¡Es verdad! -recordó Jack-. Estoy pensando en reunir el resto de ganado la semana que viene. Está en una zona muy difícil y solo se puede ir a caballo. Sería muy difícil para nosotros cuatro. He hablado con Gray y está dispuesto a echarnos una mano, pero seguiríamos siendo pocos, él sugirió que podría venir con Clare para que se hiciese cargo de Alice y que tú vinieses con nosotros -Jack dudó un instante-. Nos vendría muy bien tu ayuda, pero no te sientas obligada.

– Me encantaría -estaba tan emocionada ante la idea de salir al campo que no se quejó de que no la considerara esencial. Habría preferido que no fuese Gray quien sugiriese que podía hacer algo fuera de la cocina, pero por lo menos saldría, conocería Waverley y haría el trabajo que adoraba. Si consiguiese demostrar a Jack lo útil que podía ser, a lo mejor la dejaría participar más en los asuntos de la finca. Podrían hablar del campo y rellenar esos silencios que se producían cuando estaban solos. Poco a poco todo sería como antes. Quizá, incluso llegara a necesitarla. De repente la vida estaba llena de posibilidades. Se volvió a Jack con una sonrisa-. ¿Cuándo vamos?

Jack parpadeó ante tanta alegría. Los ojos de Ellie brillaban y su rostro estaba tan radiante que parecía que le había ofrecido la luna en vez de la posibilidad de cabalgar durante horas bajo un sol abrasador y tener que dormir en el suelo. Sintió que la garganta se le secaba. Ellie tenía la frente manchada y las uñas llenas de tierra. El sombrero estaba machacado y la camisa deformada, pero cuando sonreía así uno no se fijaba en esas cosas. «No es guapa», pensó Jack, su mirada recorrió sus mejillas y terminó en el hueco de la base del cuello, donde se podía notar un leve latido. Al verlo, Jack recordó lo que había sentido al besarlo. «No es guapa», se repitió. Tan solo era Ellie. Había tardado semanas en apartar el recuerdo de la noche de bodas. Quería ser su amigo, pero le resultaba muy difícil si se producían esas situaciones que él no podía prever. Antes de la boda se imaginaba que se sentarían por las tardes hablando de cómo había transcurrido el día y de los planes que tenían para Waverley, pero eso no había ocurrido ni una vez. En cambio, se había encontrado dándose cuenta de pequeños detalles sobre Ellie que no conocía: la ternura de su rostro cuando daba las buenas noches a Alice, lo recta que era su espalda, la forma en que se colocaba el pelo detrás de la oreja. Hubo un momento en que pensó que Ellie era una persona que transmitía tranquilidad y sosiego, pero ya no pensaba lo mismo. Lo incomodaba y lo irritaba ligeramente. No era culpa de ella, Jack lo sabía. Ellie era estupenda. Era alegre y amigable, como siempre, pero no daba señales de que la noche de bodas hubiese cambiado nada entre ellos. Eso debería hacerlo sentirse mejor, pero, al contrario, se sentía peor. Durante el día se podía distraer con el trabajo físico o con Alice. Pero por la noche… Jack se tumbaba en la cama mirando el techo, deseando olvidarse de la forma exacta del cuerpo que había acariciado desde los pechos hasta la cintura y las caderas. Intentaba tratarla como siempre, pero le resultaba difícil.

Después de unas semanas, la sensación de intranquilidad había desaparecido y había empezado a pensar que exageraba. Todo marchaba bien. Alice estaba feliz, Ellie parecía contenta y a los hombres les encantaba su comida. La sugerencia de Gray para que Ellie se uniera al grupo llegó justo en el momento en que Jack se estaba preguntando cómo recuperar la relación. Parecía una solución perfecta y no habría habido problemas si Ellie no hubiera sonreído de esa forma. ¿Qué era lo que le resultaba tan turbador? Jack tenía la sensación de no poder bajar la guardia, también se sintió ridículo por pensar eso de alguien que nunca había pretendido ser nada más que una amiga.

Estaba preocupado mientras bañaba a Alice esa noche. La niña estaba muy excitada por sus nuevas habilidades y no había forma de tranquilizarla. Se quedó un rato junto a la cuna, recordando la cara que había puesto cuando se dio cuenta de que podía andar y recordando la sonrisa de Ellie cuando la soltó. Jack frunció el ceño. No quería pensar en Ellie. Su mirada se detuvo en la fotografía de Pippa y la tomó con tristeza. En ese momento sabía bien lo que quería. Quería a Pippa, con su belleza y su pasión. Pippa lo había llevado a los extremos: de felicidad, de ira y de amargo arrepentimiento cuando se fue. Pero incluso en los momentos más negros sabía exactamente lo que sentía. No sentía la confusión y la duda que lo dominaban en esos momentos. Jack ni siquiera sabía de qué dudaba. Lo único que tenía claro era que no sabía si reunirse con ella en la cocina. Cuando entró, Ellie estaba cocinando.

– ¿Qué pasa? -preguntó ella después de una rápida mirada.

Jack había echo un gran esfuerzo por recomponer sus facciones en un gesto de indiferencia y lo molestó comprobar que había sido una pérdida de tiempo.

– Nada -respondió con tono cortante.

Ellie no dijo nada. Solo lo miró con sus ojos verdes y Jack sintió que la irritación que había sentido se le escapaba como el aire de un globo pinchado. Se sentó en la mesa mirándose las manos.

– Pensaba en Pippa -dijo en otro tono.

Ellie volvió a mirar lo que estaba cocinando.

– La echas de menos, ¿verdad?

– Echo de menos lo que pudo haber sido -dijo con un suspiro-. Echo de menos que no haya oído a Alice decir sus primeras palabras, que no haya estado hoy para verla dar sus primeros pasos. No debería haber muerto.

– No, no debería haber muerto. No fue justo.

Jack se levantó, incapaz de estarse quieto.

– Pensé que sería más fácil lejos de Bushman's Creek -dijo Jack mientras daba vueltas por la cocina-. En Waverley no hay recuerdos suyos, pero por algún motivo eso es peor. Pippa habría sido feliz aquí. Habría sido muy feliz con Alice y conmigo. Hay veces que me lo imagino tan claramente que puedo oír su risa -miró a Ellie casi a la defensiva-. Te parecerá estúpido.

– No, Jack. Significa que la amabas y que sufres por ella.

Jack se agarró al respaldo de la silla con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Ellie ni siquiera estaba segura de que la hubiese oído.

– Lo que siento es… -buscó las palabras precisas. Quería explicar a Ellie que el eco de la risa de Pippa estaba desapareciendo, que su imagen se estaba borrando, que se tenía que aferrar a su memoria porque se sentía culpable de que se estuviera marchando. Pippa le había dado a Alice y él estaba obligado a mantener su recuerdo tan vivo y diáfano como el día que se fue-. Siento como si ella debiera estar aquí, disfrutando de todo. Pero cuando miro, no está. Tú estás ahí…

Jack no pudo seguir, era incapaz de explicar lo que sentía hacia ella, que todo lo que había dado por supuesto, de repente, no estaba nada claro.

Ellie seguía cocinando. Qué estúpida había sido al pensar que el recuerdo de Pippa terminaría por desvanecerse. Deseaba tanto ayudar a reunir el ganado… Estaba convencida de que podría haber significado el principio de un cambio en su relación, de que podría acabar sustituyendo a Pippa. ¡Qué necedad pensar que él iba a olvidar a alguien como Pippa! El día de la boda buscó consuelo, pero nada más que consuelo. Era algo que ya sabía, pero no podía evitar sentirse herida, porque desde entonces la había apartado. El fantasma de Pippa estaba presente en todo momento.

– Lo siento, Jack -fue todo lo que pudo decir, sabía que no podía hacer nada para ayudarlo-. Me gustaría que todo fuese distinto. De verdad.

Los rizos le cubrían la cara, pero Jack pudo notar la tristeza en su voz y se acordó de que tenía sus propias penas que soportar. Durante todo el tiempo que Jack había estado preocupado por el efecto turbador que Ellie tenía en él, ella habría estado pensando en otro hombre y deseando, como él, que las cosas hubiesen sido de otra forma. Jack se alegraba de no haberle dicho cuánto pensaba en ella. Lo habría complicado todo mucho.


Tardaron dos días en llegar al pie de la sierra. Era un terreno muy abrupto, lleno de cortados y de rocas inmensas, pero a Ellie le encantaba. Cabalgaba sin ninguna dificultad y disfrutaba del espacio y la luz que la rodeaban. Por la noche se metían en los sacos y dormían bajo las estrellas. Ellie era feliz. A primera hora de la mañana volvía a montar su caballo y a sacar el ganado de los desfiladeros para que se uniera al rebaño principal que se estaba formando en la llanura. Cuando la casa apareció en el horizonte, el rebaño era una masa gigantesca de bestias que bramaban en medio de una nube de polvo.

El último día, cuando Ellie se bajó del caballo, estaba agotada y le dolía todo el cuerpo, pero se sentía más feliz que nunca y la alegría de Alice al verla fue un bálsamo para su corazón herido. Jack no se había acercado a ella ni una vez mientras habían estado fuera, pero Alice la necesitaba. Ellie la tomó en brazos y le dio un beso y pensó que mientras tuviese a Alice y a Waverley, se daba por satisfecha.

Jack no había disfrutado nada de esos días. Se arrepentía de haberle dicho que fuese. Intentó no hacerle caso, pero era imposible, cada vez que miraba a algún lado, ahí estaba ella, cabalgando como si fuese su elemento natural, como si ese paisaje fuese su hogar. Quitó la silla con un suspiro. Por las noches, cuando se sentaban alrededor del fuego, él se ponía lo más lejos posible, pero eso también había sido un error. Desde su sitio, no podía apartar la mirada de ella mientras hablaba con los hombres o miraba pensativa las llamas. Habría querido poder pensar que su presencia había sido decorativa o una molestia, pero no había sido así. Se había integrado perfectamente en el equipo. Sabía instintivamente qué tenía que hacer. Había sido muy útil. Debería haberle dado las gracias por la colaboración, en vez de despedirse secamente cuando llegaron a la casa. La sensación de culpa lo irritaba.

– Todo ha ido bien.

Se giró y vio a Gray apoyado contra la valla.

– Sí -contestó lacónicamente.

– ¿Qué pasa?

– Nada.

Gray levantó las cejas, pero no insistió. Esperó a que Jack cerrase la verja y lo acompañó.

– Es fantástico tener a Ellie cerca, ¿verdad? -Jack gruñó. Gray lo miró oculto por el sombrero-. Y, además, es muy guapa -Jack emitió un sonido indescifrable. Quería que se callase. Para él todo era perfecto, tenía una mujer adorable que lo esperaba en casa. Gray no sabía lo difícil que era vivir con una amiga-. ¿Sabes Jack?, creo que tienes mucha suerte con ella.

Jack, harto, se giró.

– Tú…, ¿qué sabrás? -dijo en tono cortante.

– Solo lo que veo con mis propios ojos.

– Pues no puedes verlo todo, ¡y basta!

Su mal humor duró hasta avanzada la semana siguiente, hasta bastante después de que Gray y Clare se hubiesen marchado. Para Ellie, las esperanzas de que la reunión del ganado cambiase las cosas se desvanecieron pronto. Jack no daba señales de que pensase hacerla participar la gestión de la finca. Apenas le hablaba, tan solo se dirigía a ella para decirle cuándo llegarían los hombres a comer. Esta actitud la hería y enfurecía, y pensó que se conformaría con el trato amistoso que tanto la disgustaba antes. Prefería cualquier cosa antes de que la tratara como a un ama de llaves. La sensación de haber acertado que tuvo al volver del campo se había evaporado. ¿Estaba haciendo lo que tenía que hacer? Sí, estaba en Waverley en vez de en una oficina. Sí, Alice era adorable. Pero comprendió que no era suficiente, por mucho que hubiese intentado convencerse de lo contrario.

No quería ser un ama de llaves, quería que Jack la tratara como a una pareja.

Como a una mujer.

Como a su mujer.

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