CAPÍTULO 1

ELLIE APARCÓ la camioneta a la sombra de un árbol y se bajó. Estaba agarrotada después de un viaje tan largo y se quedó durante un momento apoyada en la puerta, mirando las tierras familiares que se extendían ante ella.

Bushman's Creek. El hogar de Jack.

Habían pasado más de tres años desde la última vez que viera a este, pero su imagen brillaba en el caluroso ambiente tan nítida como si la tuviera delante, como entonces, radiante de energía, con una sonrisa que cortaba la respiración y unos luminosos ojos marrones.

Ellie suspiró. Había intentado olvidarlo por todos los medios. Se había recordado un millón de veces que Jack era tan solo un viejo amigo, alguien que pensaba en ella, si acaso pensaba en ella, como la hermana pequeña que no había tenido.

Se había atormentado recordando cada una de sus novias, todas ellas hermosas y alegres, exactamente lo contrario que ella. Incluso se alejó durante tres largos años con la esperanza de borrar su recuerdo, pero no había servido para nada. Solo deseaba volver a verlo.

Y ya había regresado. Ella creía que no habría ningún peligro. Su madre le había comentado que Jack estaba fuera. No había riesgo de volver a quedar atrapada en ese círculo de anhelo sin esperanza. Recordaba la seguridad con que se había puesto en marcha esa misma mañana, y sonrió con cierta amargura. Debería haberlo sabido. Era posible que Jack no estuviera, pero su recuerdo estaba presente allí donde mirara, casi tan perturbador como el propio Jack.

Ellie, haciendo un esfuerzo por deshacerse de sus recuerdos, dio un portazo y se dirigió hacia la casa a través del patio polvoriento. No había vuelto por Jack. Había vuelto para saber qué hacía su caprichosa hermana mayor y por qué estaba con Gray, el hermano de Jack.

– ¡Ellie! -Lizzy estaba encantada de verla, sin sentimiento de culpa ni recelosa, como Ellie había temido-. No te puedes imaginar cuánto me apetecía tener a alguien con quien cotillear. Es tan aburrido no hablar con nadie en todo el día… -confesó una vez superada la emoción de encontrarse después de tres años.

Eso le dio a Ellie la excusa que necesitaba. Se sentaron en la vieja mesa de la cocina.

– Lizzy, ¿qué haces aquí? Mamá me dijo que rompiste tu compromiso y que te viniste con Gray ¿Qué demonios está pasando?

– Vaya, puedes estar segura de que mamá lo ha entendido todo al revés. He roto mí compromiso, pero, desde luego, ¡no me he venido con Gray! Hace tiempo que sabemos que no estamos hechos el uno para el otro. Solo me ocupo de las cosas hasta que vuelva Clare.

– ¿Clare?, ¿quién es Clare?

– La mujer de Gray, ¿no te habló mamá de la boda?

Ellie negó con la cabeza sin entender nada.

– ¿Te importaría empezar por el principio?

– Es muy sencillo -Lizzy puso agua hirviendo en la tetera y la dejó sobre la mesa-. Hace un par de meses Gray se casó con una chica inglesa que se llama Clare. Ojalá hubieses estado, Ellie. Fue una boda preciosa -suspiró con nostalgia mientras se sentaba-, ahora están en Inglaterra, pasando una merecida luna de miel. Además, yo no tenía nada que hacer y me vino muy bien dejar Perth una temporada para echar una mano aquí. Pero me iré pitando a casa en cuanto vuelvan, ¡así que puedes decirle a mamá que deje de preocuparse! -aclaró mientras servía el té en dos tazas.

Ellie tomó la taza que su hermana le acercó.

– ¿Gray no está aquí? -dijo como si acabara de comprender lo que había contado Lizzy-. ¿Quieres decir que estás sola?

– Ah, no -dijo Lizzy como si tal cosa-. Jack sí está.

El corazón le dio un vuelco, como ocurría siempre que se mencionaba el nombre de Jack, y Ellie dejó la taza con mano temblorosa.

– ¿Jack? -dijo, consciente del tono elevado y tenso de su voz. ¿Por qué el mero nombre de Jack impedía que respirara normalmente? Se aclaró la garganta-. Creía que mamá me había dicho que estaba fuera.

– Lo estaba. Pasó una temporada en Estados Unidos y Sudamérica, pero volvió hace un mes. Me sorprende que mamá no lo sepa.

Ellie no contestó. Miraba por la ventana, con sus ojos verdes perdidos en el infinito. Más allá del porche, los enormes y fantasmales sauces se recortaban con toda nitidez contra el cielo azul, pero Ellie no los veía. El rostro de Jack se apareció ante sus ojos y, de repente, fue consciente de la silla de madera sobre la que se sentaba, del color de la taza, del olor a té y de los latidos de su corazón.

Jack. Todo cobraba vida al saber que él estaba cerca.

– ¿Qué tal… qué tal está? -preguntó, intentando por todos los medios parecer indiferente.

– Bien… -Lizzy dudó, pero el sonido de unos pasos en el exterior tranquilizaron su rostro-. Lo podrás comprobar tú misma. Creo que ahí viene.

La puerta que daba al porche se cerró con estrépito y Ellie, sin saber muy bien lo que hacía, se levantó, agarrándose al respaldo de la silla para no caerse.

Jack entró en la cocina mientras sacudía el polvo de su sombrero.

– Lizzy, has… -se calló de golpe al darse cuenta de que Lizzy estaba acompañada y miró con curiosidad.

Una y otra vez Ellie rezaba para que la magia hubiese desaparecido, y una y otra vez pasaba lo mismo. Bastaba con que Jack entrase en la habitación para que ella se quedara sin respiración y mareada, y consciente de cómo la sangre fluía alegremente por sus venas.

Una y otra vez rezaba para que él fuese menos atractivo de lo que ella recordaba, pero nunca lo era. Estaba casi exactamente igual. El mismo cuerpo largo y estilizado; el mismo pelo rubio oscuro; los mismos ojos marrones y sonrientes. La misma mirada desconcertada mientras intentaba adivinar por qué ella le resultaba vagamente conocida.

«No ha llevado mi imagen en el corazón desde que nos vimos por última vez», pensó Ellie con tristeza. Estaba acostumbrada a que nadie la recordara. No es que no tuviese atractivo. Sencillamente no tenía nada especial, era normal. Pelo normal, ojos normales… Una cara normal y corriente.

– Hola, Jack.

Sus dedos se clavaron en el respaldo de la silla, hizo todo lo posible por parecer natural. Siempre pasaba lo mismo, tenía que fingir que le agradaba volver a encontrarse con un viejo amigo, aterrada de que alguien pudiese darse cuenta de lo que sentía. A veces se sorprendía de que todavía no hubiese ocurrido. ¿No se daban cuenta de lo que la afectaba su sola presencia? ¿No oían cómo el corazón golpeaba contra sus costillas?

El rostro de Jack se iluminó.

– ¡Ellie! -dijo, sonriendo y dándole un fraternal abrazo-. No te había reconocido. ¡Has crecido!

Ya había crecido tiempo atrás, pero él no se había dado cuenta. Siempre se sorprendía de que no siguiera correteando por ahí vestida con un peto y con coletas, pensó Ellie con cierta amargura. Siempre sería la hermana pequeña de Lizzy, demasiado pequeña para jugar con ella, demasiado pequeña para bailar con ella, demasiado pequeña para besarla.

– Me alegra volver a verte -continuó mientras le daba un último abrazo-. Hacía años que no te veía.

– Tres años y medio -dijo ella, arrepintiéndose al instante por dar la impresión de que llevaba la cuenta-. Aproximadamente -añadió sin convicción.

Le temblaban las piernas por el contacto con él y volvió a hundirse en la silla.

Jack dejó su sombrero en la mesa y a Ellie le pareció que su rostro se ensombrecía.

– ¿Qué has hecho durante todo ese tiempo? -preguntó él.

«Amarte, intentar olvidarte».

– Bueno, ya sabes… trabajar, viajar, ese tipo de cosas.

Lo observó disimuladamente mientras él acercaba una silla y se sentaba frente a ella y, con cierta sorpresa, notó que en realidad no era el mismo. Parecía cansado, por primera vez desde que lo conocía, su radiante energía había desaparecido, sus ojos parecían apagados, no tenían el fulgor y el encantador atrevimiento de antes.

Mientras lo miraba sintió una sensación heladora en la boca del estómago. «¿Qué ha ocurrido?», quiso gritar, pero Jack estaba forzando una sonrisa a la vez que le preguntaba por dónde había viajado.

– Sobre todo por Estados Unidos -contestó, todavía desconcertada por el cambio en la expresión de Jack-. Cuidé niños una temporada y luego conseguí un trabajo en un rancho de Wyoming. Fue maravilloso.

– No entiendo por qué no te quedaste en casa -dijo Lizzy mirando a su hermana pequeña con afecto y resignación-. ¡No me puedo creer que hayas pasado tres años en Estados Unidos y no conozcas Nueva York!

– No me gustan las ciudades -Ellie no sabía por qué siempre se ponía a la defensiva con ese asunto-. No soy como tú, Lizzy. Me gusta el campo.

– No tiene nada de malo -dijo Jack con una leve sonrisa, mientras miraba a las dos hermanas.

Era difícil de creer que fuesen de la misma familia. Lizzy era rubia y chispeante, con unos intensos ojos azules y un estilo difícil de definir que, como siempre, eclipsaba a su hermana. Ambas usaban vaqueros, pero ese era el único parecido. Los de Lizzy tenían un corte precioso, y llevaba una blusa blanca más apropiada para ir de compras o para una comida al aire libre que para una finca ganadera en el interior del país.

Ellie, por el contrario, parecía preparada para ayudar en los establos. Sus vaqueros eran funcionales, la camisa azul estaba gastada y el pelo, que se ondulaba suavemente alrededor de su cara, tenía el corte más cómodo posible.

Ellie, consciente de lo poco atractiva que parecía al lado de su hermana, cambió de conversación enseguida.

– Lizzy me ha contado que Gray se ha casado -dijo un poco bruscamente-. Siento haberme perdido la boda.

– Yo también -dijo Jack ante su sorpresa. No se podía imaginar que no hubiese estado en la boda de su hermano.

– ¿No fuiste?

Él negó con la cabeza.

– ¿Por qué, dónde estabas?

Hubo un silencio. Jack miró a Lizzy, pero cuando se disponía a contestar, el ruido de un intercomunicador rompió el tenso silencio; y lo que era más increíble de todo: al ruido le siguió un balbuceo.

Ellie miró a su alrededor sin entender nada. Era tan improbable oír ese sonido en la cocina de un soltero en Bushman's Creek, que no podía evitar pensar que se lo había imaginado.

– ¿Habéis oído eso? -preguntó desconcertada-. ¡Parecía un bebé!

Lizzy y Jack sonrieron.

– Es un bebé -dijo Lizzy señalando al intercomunicador que estaba sobre la encimera- Es Alice.

Ellie miró a su hermana dándole vueltas a todo tipo de posibilidades disparatadas.

– ¿Tienes un hijo? -preguntó con mucha cautela.

Lizzy se rio al ver su expresión.

– No te preocupes, no es mío; ¡aunque no me importaría que lo fuese, es tan maravillosa!

– No dices lo mismo cuando intentas darle de comer -dijo Jack.

Incluso en medio de tanta sorpresa, Ellie no pudo evitar la conocida sensación de envidia al ver la afectuosa mirada que se cruzaron. Jack y Lizzy eran de la misma edad y siempre habían sido muy buenos amigos.

– Entonces, ¿de dónde ha salido? -preguntó tajantemente-. No creo que sea de Gray.

Lizzy negó con la cabeza y a Ellie la pilló desprevenida lo que oyó.

– Es mía -dijo Jack.

Se hizo un silencio eterno en el que tan solo se oía el tictac de un reloj. Los ojos de Ellie pasaron de su hermana a Jack.

«No ha dicho lo que creo haber oído», se dijo desesperada. «Está bromeando». Esperaba que hiciera una mueca burlona; esperaba, contra toda esperanza, que se riera y que dijera que no iba en serio, que él no tenía una hija.

Tener una hija significaba que había encontrado alguien a quien amar y con quien vivir, y ¿por qué iba a hacer tal cosa? Él era Jack el indisciplinado, sin ataduras, siempre con una chica distinta, siempre había disfrutado de la vida demasiado como para dejarse atrapar por la responsabilidad de una mujer y una hija.

«No», quiso gritar. «Dime que no es verdad».

Pero Jack la miraba con una sonrisa forzada.

– A mí también me sorprendió -dijo.

Era el tipo de noticias que Ellie había temido desde que supo que estaba enamorada de Jack. No había podido evitar que él no la amara, pero había soportado amarlo porque sus idilios nunca habían ido en serio, porque estaba claro que Jack no era de los que sentaban la cabeza.

Sin embargo, lo había hecho.

Ellie sintió como si un puño de hierro atenazara su garganta, como si la arrastrara una ola de desesperanza mezclada con furia por su propia estupidez. ¿Cuántas veces se había permitido creer que Jack nunca se comprometería con otra mujer? Tantas horas, tantos años desperdiciados soñando que algún día él la miraría, que se le caería el velo de los ojos y comprendería que ella era la única mujer a la que podría amar de verdad…

¿Cómo pudo haber puesto tantas esperanzas en semejante fantasía? Naturalmente, Jack había acabado encontrando alguien especial. Y, naturalmente, no era ella.

Jack y Lizzy la miraban expectantes. Tenía que decir algo, pero no le salían las palabras.

– Yo… no sabía… que estuvieses… casado, también -consiguió decir por fin.

Su voz sonaba como si viniese de otro mundo.

– No lo estoy -un gesto de tristeza se apoderó del rostro de Jack.

– Entonces… -Ellie, completamente desconcertada, miraba el intercomunicador que seguía emitiendo la incomprensible conversación de un bebé. ¿Habría oído mal después de todo?

Lizzy puso una mano sobre el brazo de Jack.

– ¿Quieres que lo explique yo? -dijo amablemente.

– No, no hace falta -Jack esbozó una sonrisa tranquilizadora-. Lo haré yo. Tendré que acostumbrarme a explicar por qué, de repente, tengo una hija -se volvio hacia Ellie y respiró profundamente-. Hace dos años, Pippa, la madre de Alice, vino a Bushman's Creek como cocinera. Era una chica inglesa que estaba de viaje por Australia, pero en cuanto llegó fue como si hubiese estado toda la vida. Me enamoré en cuanto me fijé en ella. Era… -la voz de Jack se quebró ligeramente-, era el tipo de persona que ilumina una habitación en cuanto entra en ella -«como tú», pensó Ellie-. Nunca había conocido a nadie así. De repente me di cuenta de lo que era el amor. A Pippa le pasó lo mismo. Pasamos tres meses maravillosos y entonces…

– Entonces, ¿qué? -Ellie tragó saliva.

– Entonces lo tiramos todo por la borda -Jack sonrió con cansancio-. Tuvimos una de esas discusiones tontas sobre nada en particular y, por algún motivo, se nos fue de las manos. Antes de que supiéramos qué había pasado, Pippa había hecho las maletas y se había ido a Inglaterra, diciendo que no quería volver a verme -suspiró y, aunque miraba a Ellie, estaba claro que veía a la chica que había amado y perdido-. Debería haber impedido que se montara en aquel avión, pero estaba demasiado furioso y demasiado obcecado como para hacerlo -dijo con amargura-. Me dije que Pippa era muy emotiva e impresionable y no podría vivir en el interior del país, y que pronto la olvidaría. El problema fue que no lo conseguí. Me pasé un año echándola de menos y fingiendo que no era así. Intenté todo lo que estaba en mis manos para olvidarla, pero nada funcionó. Allí donde miraba había recuerdos de ella y, al final, pensé que sería más fácil si me marchaba una temporada. Me fui a Estados Unidos y a Sudamérica. Pensaba que allí no encontraría nada que me recordara a Pippa, pero tampoco sirvió. Al final me di por vencido.

«Como me ha pasado a mí», pensó Ellie. Recordaba sus intentos desesperados por borrar a Jack de su cabeza. Lo comprendía mejor de lo que él se podía imaginar. Sabía exactamente lo que significaba darse cuenta de que ya no tenía sentido seguir luchando, ella también tendría que aceptar que Jack iba a ser el único hombre al que iba a amar.

– Tomé un avión a Londres -dijo Jack, que hablaba más despacio a medida que se acercaba a la parte más dolorosa de la historia-. Sabía que podría encontrar a Pippa a través de su hermana, así que fui a verla. Tenía perfectamente planeado lo que iba a decir. Iba a decirle a Pippa cuánto la quería. Iba a rogarle que se casara conmigo y que volviera a Bushman's Creek. Iba a prometerle que la haría feliz.

Ellie escuchaba paralizada. Cada palabra era como una capa de hielo que agarrotaba su corazón. Quería cerrar los ojos y taparse los oídos, pero no podía apartar la mirada de la expresión de angustia de Jack, que suspiró prolongadamente.

– Era demasiado tarde -dijo él con un hilo de voz-. Cuando por fin llegué al piso de Clare, allí no había nadie. Un vecino me contó que Pippa había fallecido poco tiempo después de que naciera su hija y que Clare se había llevado a la niña a Australia para que estuviera con su padre.

– Oh, Jack… -dijo Ellie, sintiéndose impotente.

El dolor que ella había sentido al enterarse de que Jack era padre resultaba frivolo comparado con lo que este había tenido que padecer. Sintió una compasión enorme por él y por la mujer que había amado.

– Así me enteré de que Alice existía -dijo Jack como si le estuvieran arrancando las palabras-. Al principio no lo asimilé. Todo lo que sabía era que Pippa había muerto y que yo no le había dicho cuánto la quería.

– Clare es la hermana de Pippa -continúo Lizzy al observar las dificultades de Jack-. Pippa, antes de morir, hizo prometer a Clare que traería a Alice a Australia para que creciera en Bushman's Creek junto a Jack. Clare cumplió su promesa, pero cuando llegó aquí Jack se había ido. Gray y ella cuidaron juntos a Alice hasta que volvió.

Ellie escuchaba, pero su atención estaba puesta en Jack. La desolación de este era tal que se moría por consolarlo, pero no podía decir ni hacer nada que sirviera de ayuda.

– Ahora estoy en casa -dijo Jack-. Gray y Clare tienen que vivir su vida y yo tengo que cuidar a mi hija -miró a Ellie con gravedad-. De no ser por Lizzy, no sé qué habría hecho cuando se fue Clare.

– Habrías aprendido a cambiar pañales más rápidamente de lo que lo has hecho -contestó Lizzy-. Y hablando de cambiar pañales…

Miró el intercomunicador, los balbuceos de Alice se habían convertido en un quejido imperioso. Jack se levantó con una sonrisa triste.

– En cualquier caso, estoy aprendiendo mucho -miró a Ellie-. ¿Quieres conocer a mi hija?

Ellie se oyó decir que le gustaría y, sin saber bien cómo, consiguió levantarse. Para sorpresa suya, las piernas se mantuvieron firmes mientras seguía a Jack por el pasillo.

El abrió la puerta y, al verlo, un bebé con mechones rubios y un par de descarados ojos marrones exactamente iguales que los de su padre, estalló en una radiante sonrisa. Se había puesto de pie y se agarraba a los barrotes de la cuna; sus piernecitas rechonchas se tambaleaban mientras ella luchaba valientemente por mantenerse erguida.

– ¡Papá! -gritó.

Jack la sacó de la cuna, sus grandes manos la sujetaban firmemente en el aire, sonrió tiernamente y le dio un beso, pero Ellie sintió un profundo dolor. Ya no había duda sobre quién ocupaba el primer lugar en el corazón de Jack.

– Esta es Alice -dijo él con orgullo mientras olía los pañales-. Pero será mejor que la adecente un poco antes de presentártela como Dios manda.

Ellie colocó en su sitio una vieja caja de juguetes mientras observaba cómo él ponía a Alice sobre una mesa y le desabrochaba el pijama. Era evidente que todo lo relacionado con el cuidado de un bebé le resultaba nuevo, pero la ternura y el cuidado que puso al cambiar los pañales a su hija resultaban más conmovedores en alguien tan poco hábil.

Ellie, al observar los torpes intentos por quitarle los pañales sucios y ponerle unos limpios mientras Alice jugueteaba, pensó que nunca lo había tenido tan cerca ni, paradójicamente, tan lejos de su alcance. Era difícil imaginar al gran Jack cambiando pañales, pero una vez las preocupaciones de la paternidad habían diluido el aire sofisticado que lo acompañaba en el pasado, tampoco había más probabilidades de que se fijara en ella que antes, cuando él era el centro de todas las miradas.

Debería aceptar que solo sería una amiga para Jack. Y las amigas estaban para echar una mano.

Sin decir una palabra, Ellie se levantó y le quitó a Jack el pañal sucio, lo tiró y puso el limpio en su sitio.

– ¿Cómo lo haces para que parezca tan fácil? -preguntó él mientras peleaba con los corchetes del pijama.

– Cuestión de práctica -se rio Ellie-. Siempre he ejercido de tía, al revés que Lizzy. Además, cuando estuve en Estado Unidos cuidé bastantes bebés. Llegó un momento en que podía cambiar los pañales con los ojos cerrados.

– Yo tengo esa misma sensación -reconoció Jack con cierta tristeza-. ¡ Solo que lo hago mucho peor que tú! -Alice se agarró de sus dedos y él tiró hasta que se sentó-. No tenía ni idea de lo agotador que puede ser cuidar un bebé -continuó mientras miraba a Ellie por encima de la cabeza de Alice-. Tenía la ligera idea de que había que darles un biberón de vez en cuando y que el resto del tiempo lo pasaban dormidos. Ahora he aprendido un poco, ¿verdad? -le dijo a Alice, quien le contestó con unos gorgoritos, se soltó de sus dedos y se agarró de la camisa, utilizándolo de apoyo para ponerse de pie con un gritito de satisfacción-. Creo que nunca había estado tan cansado como este último mes -Jack estaba preparado para agarrar a Alice cuando perdiera el equilibrio-; he tenido un curso acelerado de paternidad, y ni siquiera he pasado todo el día ocupándome de ella. En realidad ha sido Lizzy quien se ha ocupado.

– Bueno, eres un alumno aplicado. ¡Nunca me pude imaginar que te vería cambiando pañales! -respondió Ellie.

– Me lo figuro -Jack hizo una mueca-. Si me llegas a preguntar hace dos meses que si quería hijos, habría contestado que ¡ni loco! Pero en el momento en que Clare dejó a Alice en mis brazos me sentí perfectamente -acarició el pelo rubio de Alice con tal ternura que Ellie sintió que las lagrimas acudían a sus ojos-perfectamente pero asustado. Nunca había sido responsable de nadie. Es tan pequeña e indefensa… Me da terror no ser capaz de cuidarla adecuadamente.

– Por supuesto que podrás -contestó Alice con decisión-. ¡Mírala, es maravillosa!

Alice, como si hubiese entendido, miró a Ellie con una sonrisa de oreja a oreja.

– ¿Quieres sujetarla tú? -le ofreció Jack.

– Me encantaría.

Alice resultaba cálida y mullidita, y Ellie la acunó mientras se deleitaba con su suave olor a bebé.

– Me encantan los bebés -confesó sonriendo-. ¿Qué tiempo tiene?

– Diez meses -de repente la expresión de Jack se entristeció-. He pasado mucho tiempo sin ella.

– Lo estás recuperando -contestó Ellie amablemente-. Está sana y protegida, y es feliz. No se puede pedir más.

– Eso se lo debe a Clare -Jack no estaba preparado para que lo tranquilizaran-. Ella estuvo todo el tiempo con Alice, y me preocupa que yo no pueda hacer lo mismo. Con Gray ausente, no puedo ocuparme de la finca y de Alice a la vez. Lizzy se ha portado maravillosamente, pero no puedo pedirle que se quede mucho tiempo. Sé que quiere montar un negocio propio y tiene que ir pensando en volver a Perth.

– Estoy segura de que se quedará hasta que vuelva Clare. No creo que vaya a tardar mucho.

– Lo sé, pero no sería justo depender de Clare. Ya ha hecho bastante por Alice, y ella y Gray se merecen poder disfrutar juntos -Jack recogió distraídamente uno de los juguetes que Alice había tirado fuera de la cuna -. He pensado mucho sobre el asunto, y he decidido que Alice y yo debemos empezar desde cero en un lugar nuestro.

Ellie apoyó su mejilla sobre la cabeza de Alice. La idea tenía sentido.

– ¿Estás pensando en comprar algún terreno?

– La finca de Murray está en venta -contestó-. Len Murray falleció hace un par de meses y su hija no está interesada en las tierras. Hay unas grandes extensiones al norte y al este que se venden por separado, pero Waverley será una finca más que suficiente apara mí. Podría ser lo que estoy buscando.

– Pero Jack, Len Murray era prácticamente un ermitaño -Ellie, preocupada, levantó la cabeza -. Recuerdo que la última vez que papá estuvo allí nos contó que Len no había tocado la tierra en quince años y que todo estaba en un estado lamentable, y eso fue hace casi cinco años. No creo que haya mejorado desde entonces.

– Creo que merece la pena echar una ojeada -dijo Jack obstinadamente-. Waverley Creek está a una media hora en avión de aquí. No quiero alejar mucho a Alice de Clare, y no se me ocurre ningún sitio tan idóneo que esté en venta. Mañana voy a verlo. ¿Por qué no me acompañas? -miró a Ellie, que instintivamente-se había colocado a Alice sobre una cadera.

– ¿Yo? -dijo sorprendida.

– Tú sabes llevar una finca mejor que la mayoría. Siempre estabas arreglando vallas y reuniendo toros, mientras Lizzy se pintaba las uñas y soñaba con las luces de la gran ciudad.

– Es verdad, aunque al final la experiencia de Lizzy ha resultado más útil a la hora de encontrar un empleo -suspiró Ellie.

– Para mí, no. Quiero mucho a Lizzy, pero no creo que sea de ayuda cuando se trata de comprar una explotación ganadera. Tú sabes de lo que hablas y podrías darme una opinión muy valiosa. Acompáñame -le rogó-. Podrías evitar que hiciese una tontería.

La miró con una sonrisa aduladora que echó por tierra cualquier resistencia. No era justo que le sonriera de esa forma, pensó Ellie, y abrazó a Alice como para protegerse de la fuerza de su encanto. Si fuese sensata, le diría que estaba muy ocupada. Asimilaría que Jack no iba a amarla nunca y se marcharía para conseguir olvidarlo. De una vez por todas dejaría de torturarse y evitaría que la volviese a absorber la espiral del deseo secreto. ¿Pero se podía resistir a la perspectiva de pasar un día con él? ¿Qué tenía de malo si lo único que quería era alguien que pudiese conducir un camión y entendiera de ganado? Por primera vez durante años de sueños sin esperanza, tenía la oportunidad de estar con Jack y saber que la quería con él. Así que, ¿dónde estaba su sensatez?

– Vamos -dijo Jack-, te lo pasarás bien.

Ellie sucumbió a la tentación, tal y como sabía que iba a ocurrir.

– De acuerdo -dijo-, me encantará ir.

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