Capítulo 11

Después de cenar los hombres recogieron la basura y limpiaron la zona del picnic mientras las mujeres y los niños entraban en la casa para ocuparse del postre. Nash sacó una cerveza de la nevera y se la pasó a Craig, y luego se hizo con otra para él.

Todos los hermanos estaban sentados alrededor de la barbacoa apagada.

– Earl Haynes, nuestro padre, fue el único de sus hermanos que se casó -estaba contando Travis-. Yo dudo de que fuera fiel ni un solo día de su vida. Solía presumir de que era un buen padre y un buen marido porque regresaba cada noche a casa. Desde su punto de vista, dormir en su propia cama era suficiente. No importaba con quién hubiera estado minutos antes.

Los hermanos se intercambiaron miradas en silencio y luego Jordan volvió a tomar la palabra.

– ¿Qué será biológico y qué no? -se preguntó en voz alta-. Ninguno de nosotros parece haber heredado esa tendencia a la infidelidad.

– Es cierto -aseguró Austin tomando por primera vez la palabra-. ¿Cuánto tendremos de nuestro padre? ¿Por qué después de tres generaciones de mujeriegos hemos conseguido por fin relaciones estables?

– No ha sido fácil -reflexionó Craig-. Yo cometí un error la primera vez, y ahí está mi divorcio como prueba.

– Yo también -intervino Travis-. Pero cuando conocía a Elizabeth todo pareció encajar.

– Cuando se encuentra a la mujer adecuada todo cambia -aseguró Jordan mirando hacia la casa.

– Sí, yo también lo he vivido -dijo Kevin con una convicción que provocó la envidia de Nash.

Tras años de correrías y de asegurar que no quería sentar la cabeza, su hermano gemelo había terminado por enamorarse.

Nash sintió de pronto deseos de preguntarle cómo podían estar tan seguros. ¿Cómo era posible que hubiera una mujer que fuera la adecuada? Cuando él salía con Tina nunca pensó en ella como alguien adecuado o inadecuado. Era alguien con quien salía y punto. Cuando ella presionó para llevar las cosas hacia el segundo nivel Nash estuvo de acuerdo. Cuando Tina habló de matrimonio, él consideró las opciones y finalmente se lo pidió. Pero ¿había sido la mujer adecuada? Lo dudaba.

– Ahora somos un atajo de viejos aburridos y casados -dijo Craig-. Con hijos, hipotecas, trabajos fijos y unas mujeres maravillosas.

– Brindo porque nada de todo eso cambie -aseguró Travis levantando su cerveza.

Los hombres brindaron con las latas. Nash se unió a ellos pero sabía que no tenía ninguna razón para hacerlo. ¿Quería que su vida continuara exactamente igual? Dos semanas atrás habría dicho que sí, que tenía todo lo que quería. Pero ahora, después de haber pasado unos días con Stephanie, no estaba tan seguro. Ella le había recordado que la vida era algo más que limitarse simplemente a existir. Hacía falta participar, y él había hecho todo lo posible por evitarlo.

En aquel momento Kevin se puso de pie y se acercó hasta donde él estaba.

– Y cuéntame, ¿qué hay entre Stephanie y tú? -le preguntó sin más preámbulo.

A Nash no les sorprendía que su gemelo hubiera notado su interés. Kevin y él no eran idénticos pero estaban más unidos que la mayoría de los hermanos y no tenían demasiados problemas para averiguar lo que pensaba el otro.

– Nada importante -aseguró Nash bajando los ojos.

– Eso no es lo que parece.

– Es una mujer fantástica pero no quiero tener ninguna relación estable. Y da la casualidad de que ella tampoco.

– No puedes seguir solo el resto de tu vida -aseguró Kevin.

– ¿Por qué no?

– Porque es mejor estar con la persona adecuada.

Nash negó con la cabeza.

– Tú dices eso ahora porque has encontrado a Haley, pero hace seis meses pensabas que no se estaba nada mal solo.

– Querías a Tina lo suficiente como para casarte con ella. ¿Qué ocurrió que fuera tan malo como para que no te atrevas a arriesgarte de nuevo?

– No ocurrió nada malo.

Nada concreto. No podía pensar en una causa específica y decir: «Ésta es la razón por la que no quiero volver a tener una relación». Seguramente porque el problema no era el matrimonio, sino él mismo.

– Eres un cabezota -aseguró Kevin.

– Igual que tú.

– Lo sé. Mamá solía quejarse constantemente de eso -dijo Kevin con un suspiro-. Por cierto, quiero invitarlos a Howard y a ella unos días. Para que conozcan a todo el mundo. Sé que no te gusta la idea pero tendrás que aguantarte. No puedes…

– Por mí está bien -lo cortó Nash.

– ¿Lo dices en serio? -preguntó Kevin mirándolo con asombro.

– Claro. Dales el nombre de la posada de Stephanie. Pueden quedarse allí.

Nash pensó en sus últimas revelaciones respecto al pasado. Tal vez las cosas no hubieran sido exactamente como él las recordaba. Tal vez al tener doce años había coloreado la realidad. Tal vez fuera el momento de cambiar algunas cosas.

– Estupendo. Los llamaré esta noche.

En aquel momento se abrió la puerta de atrás de la casa y docenas de niños salieron al jardín. Detrás iban varias mujeres, algunas llevando tartas, otras bandejas con galletas o tarrinas de helados. Stephanie tenía en la mano platos, tenedores y cuchillos.

Nash la observó moverse, vio la facilidad con la que caminaba y cómo sonrió cuando Adam y Jason se acercaron a la carrera. Ella se inclinó para decirles algo. Los niños se rieron, contestaron y luego se dirigieron hacia Nash.

Adam lo vio primero. Lo señaló con la mano y los gemelos corrieron hacia él. Nash tuvo apenas el tiempo justo para dejar la lata de cerveza en el césped antes de que los dos niños se tiraran en plancha encima de él. Jason lo agarró de una pierna mientras que Adam le rodeó el cuello con los brazos.

– Mamá dice que podemos tomar helado con la tarta -anunció Jason con emoción.

– Dice que puedo comerme las guindas -aseguró Adam ladeando ligeramente la cabeza-. ¿Tú vas a tomar tarta, Nash?

– Por supuesto.

– Entonces ven.

Los gemelos lo agarraron cada uno de una mano y trataron de moverlo. Nash se impulsó para ponerse de pie. Cuando levantó la vista por encima de sus cabezas vio a Kevin observándolo. Conocía bien la expresión de su hermano.

Nash sintió el impulso de detenerse y decirle algo. Decirle que se equivocaba, aunque no estuviera muy seguro de en qué estaría pensando. No lo había pillado fuerte aquella historia, porque de hecho no lo había pillado en absoluto. Esta vez con Stephanie se trataba sólo de una distracción y poco más. No podía haber más… Porque no estaba dispuesto a pagar el precio que supondría una nueva relación.


Los niños no se acostaron de inmediato. Hicieron falta tres intentos y varias amenazas para conseguir meterlos en la cama con las luces apagadas. Stephanie cerró la puerta de la habitación de Brett y se dirigió al salón, donde Nash la esperaba. Se sentó a su lado en el sofá.

– Tendremos que esperar un poco -aseguró ella-. Estoy segura de que dormirán de un tirón toda la noche pero tal vez tarden un poco en pillar el sueño.

– Entonces hablaremos hasta que se duerman. Stephanie se giró un poco para mirarlo a la cara.

– Vaya, un hombre más que decente en la cama al que encima le gusta hablar -bromeó-. ¿Cómo he podido tener tanta suerte?

– Ésa es una pregunta que debes hacerte a ti misma todas las mañanas.

Ella soltó una carcajada.

– Aunque te parezca sorprendente tengo otras cosas en mente cuando me levanto.

– Pues sí me sorprende. No deberías pensar en otra cosa que no fuera lo bien que te hago sentir.

De hecho aquello era en lo primero que pensaba pero no estaba dispuesta a admitirlo delante de él, y menos después de comprobar lo seguro que estaba de sus habilidades en el dormitorio. Aunque lo cierto era que Nash tenía motivos más que de sobra para sentirse orgulloso de sí mismo. El cielo sabía que hacía temblar de excitación cada rincón de su cuerpo.

– Hoy lo he pasado muy bien -dijo Stephanie-. Tienes una familia estupenda.

– Estoy de acuerdo. Todavía me cuesta trabajo asumir que hayan estado ahí todo el tiempo sin que yo lo supiera.

– Yo solía soñar con descubrir de pronto que tenía una gran familia -admitió ella-. Quería tener tíos, tías y un montón de primos. Sobre todo en vacaciones. Mi casa estaba siempre demasiado tranquila. Mis padres emergían de su trabajo lo justo para saber que era Navidad o mi cumpleaños, pero no participaban activamente. Recuerdo que solían regalarme juegos de mesa pero nunca se tomaban el tiempo para jugar conmigo. Yo intentaba ocupar el puesto de los dos jugadores, pero no era muy divertido.

– Eso es muy triste -aseguró Nash con mirada sombría.

– No me mires con lástima -le pidió Stephanie levantando la mano-. Ya lo he superado. Lo único que digo es que habría estado bien tener más niños alrededor. Tú por lo menos has tenido siempre a Kevin.

– No sólo a él, sino también a Gage y a Quinn. Siempre estábamos los unos en casa de los otros. Gage, Kevin y yo somos de la misma edad y Quinn es sólo un año más pequeño. Nuestras madres eran amigas también -le contó Nash reclinando la cabeza sobre el cojín del sofá-. Solíamos decir que éramos hermanos. Y al final, irónicamente, resultó ser verdad.

– ¿Dónde está ese misterioso Quinn? -le preguntó Stephanie-. He oído hablar mucho de él pero todavía no lo conozco.

– Trabaja para el gobierno. En alguna rama secreta del ejército. Viaja por todo el mundo y no siempre está disponible. Gage le ha dejado un mensaje y en cuanto lo reciba aparecerá por aquí.

– Suena un poco peligroso. Me imagino a un tipo todo vestido de negro y con una gran ametralladora.

– Eso suena más a Quinn -aseguró Nash frunciendo el ceño-. De adolescente era un poco rebelde. No se llevaba muy bien con su padre. Aunque supongo que ya no se puede decir que Ralph siga siendo su padre. Al menos no biológicamente -dijo mirando a Stephanie-. Edie y Ralph no podían tener hijos. Es una historia complicada.

– Creo que es maravilloso que su madre ayudara a la tuya cuando ella fue rechazada por su propia familia al quedarse embarazada tan joven -dijo ella-. Aunque tu hermano y tú no supierais que erais parientes de Gage y Quinn crecisteis muy unidos.

– Me alegro de que Edie fuera tan cariñosa. Mi madre estaba en una situación muy mala -aseguró Nash sacudiendo la cabeza-. Apenas había cumplido los dieciocho años y tenía dos bebés. ¿Qué clase de padres echan a su hija de casa en semejantes condiciones? Edie estaba allí para ayudarla.

Nash estiró la mano y cubrió con ella la de Stephanie.

– ¿Quién está para ayudarte a ti, Stephanie?

Aquella pregunta la pilló por sorpresa.

– Tengo amigos. En caso de urgencia me echarían una mano.

– ¿Y qué me dices del día a día?

– Por desgracia la gente no hace cola en la puerta de mi casa para ayudarme -admitió ella-. Pero me las arreglo.

– ¿Y te basta con arreglártelas?

Stephanie pensó que aquella conversación podría llevar a un terreno peligroso. Peligroso y tentador. Tal vez no le importaría fantasear con la idea de que Nash estuviera dispuesto a apoyarla en todo, pero la realidad era muy distinta y tenía que acordarse de mantener los dos mundos separados.

– Es una pregunta difícil de responder, porque no tengo elección -aseguró frotándose las manos-. Oye, cambiemos de tema. La única responsabilidad que tienes conmigo es complacerme en la cama. Nada más.

Nash la observó fijamente como si quisiera decir algo más pero luego se limitó a asentir con la cabeza.

– Esta noche han estado hablando de nuestro padre -dijo-. Earl Haynes era un completo canalla.

– He oído muchos cotilleos al respecto durante los últimos años.

– Se acostaba por ahí con todo el mundo y no parecían importarle en absoluto ni su mujer ni sus hijos. Todos los hermanos tienen miedo de haber salido como él.

– Por lo que yo he visto, ninguno se le parece. ¿Tú también estás preocupado?

Nash se encogió de hombros.

– No debes preocuparte por eso -aseguró Stephanie acercándose más a él.

– ¿Por qué no? ¿Cómo sabes que yo soy distinto? Me estoy acostando contigo.

– Sí, pero es sólo una prueba de tu excelente gusto.

– ¿Eso crees? -preguntó él alzando levemente las comisuras de los labios.

– Estoy convencida.

Estaban tan cerca que Stephanie podía aspirar su aroma y sentir su calor. El deseo se apoderó de ella pero no actuó en consecuencia. Por una parte quería darles a los niños unos minutos más para que se durmieran y por otra le gustaba experimentar aquella sensación de anticipación. Tras tantos años viviendo en castidad era divertido sentirse de pronto como una gatita sensual.

– Al tener esa información sobre tu padre tienes la oportunidad de elegir con la cabeza -dijo-. Sabes lo que necesitas.

– Una de tus elecciones fue quedarte con Marty -respondió Nash-. ¿Crees que acertaste?

Stephanie suspiró.

– En lo que se refiere a mis hijos, sí. No los hubiera dejado por nada del mundo. Pero en lo respecta a mí personalmente, no. Marty no fue una buena elección. No fui feliz en mi matrimonio.

Nash estiró el brazo para acariciarle dulcemente la mejilla.

– ¿Estás bien? Económicamente, me refiero…

– ¿No hemos tenido ya esta conversación? -preguntó Stephanie.

– Sí, pero no contestaste a mi pregunta.

– Déjame adivinar. No vas a parar hasta que lo haga, ¿verdad?

Nash asintió con la cabeza.

Stephanie sabía que podía callarle la boca diciendo que nada de todo aquello era asunto suyo. Pero Nash sólo le estaba preguntado porque se preocupaba por ella, nada más. Aunque no tenía muy claro qué haría él si le dijera que tenía problemas económicos. ¿Le ofrecería un crédito a bajo interés?

Aquella idea le parecía divertida, pero no podía desviarse del tema. ¿Iba a contarle la verdad o no?

Se decidió por la verdad porque nunca se le había dado bien mentir.

– No nos va mal -comenzó a decir muy despacio-. Ya te he contado cómo era la vida con Marty, así que te imaginarás que no contábamos con mucho dinero extra cada mes. Yo era la única que tenía un trabajo fijo en la familia, y eso provocaba ciertas tensiones. Cuando Marty cobró aquella herencia fue como un milagro.

– Me sorprendió que me contaras que estuvo de acuerdo en comprar una casa. Eso no cuadraba con su estilo.

– No, no cuadraba. Tuvimos muchas peleas. Al final accedió pero con una condición. Compramos está mansión en lugar de una casa normal.

Stephanie alzó la vista para observar los techos altos de la zona familiar de la posada.

– Al principio la odiaba. Lo último que me hubiera gustado era tener una gran hipoteca y verme obligada a hacer reformas. Cuando Marty murió me puse furiosa. Me había dejado sola con aquel desastre. Pero pasado el tiempo me di cuenta de que aquello era lo mejor que me podía haber pasado. Por aquí pasan gran cantidad de turistas y a muchos de ellos les encanta la idea de quedarse en una posada. He podido acometer yo sola muchas de las obras, lo que me ha ahorrado bastante dinero. Y como soy yo la que me organizo puedo estar con los niños cuando salen del colegio. Si tuviera un trabajo normal necesitaría ayuda doméstica y eso me resultaría económicamente inviable.

– Una información muy interesante -intervino Nash-. Pero no has respondido a mi pregunta.

– No nos va mal -le dijo ella-. Algunos meses se dan peor que otros. Conseguí que Marty mantuviera su póliza de seguros, así que cuando murió recibí una pequeña cantidad de dinero. No me la gasté. Si ocurriera alguna emergencia podría tirar de ella. Cruzo los dedos para no tener que utilizar nunca ese dinero -aseguró alzando una mano-. Si todo va bien lo utilizaré para pagar la universidad de los niños. Así que estoy bien -concluyó-. De verdad.

– Estás mejor que bien -respondió Nash con una sonrisa-. Eres responsable, generosa, y una excelente madre.

Aquel cumplido la halagó, pero se dijo a sí misma que aquello era una tontería. Y sin embargo se sentó un poco más recta y luchó contra el deseo de sonreír de puro orgullo.

– Lo intento.

– Y lo consigues.

Stephanie se giró y, sin dejar de mirarlo, se apoyó contra el respaldo del sofá.

– De acuerdo, ahora me toca a mí. Tú me has hecho una pregunta muy personal y quiero hacer lo mismo contigo.

– De acuerdo.

Stephanie pensó en todas las posibilidades que tenía y se decidió por la que más la turbaba de todas ellas.

– Háblame de tu esposa.

Ella lo observó de cerca, pero la expresión de Nash no cambió en absoluto.

– ¿Qué quieres saber?

– Lo que tú quieras contarme. Lo que tú…

Stephanie se quedó sin palabras cuando un horrible pensamiento se le cruzó por la cabeza. ¿No querría hablar de ella porque todavía la seguía amando? Nash le había asegurado que no pensaba en su esposa cuando hacían el amor, pero ¿y se mentía? ¿Y si había fantasmas que…?

– No es por eso -dijo él.

Stephanie parpadeó varias veces.

– ¿A qué te refieres?

– Estoy dudando porque no se qué contarte de ella, no porque tenga el corazón destrozado.

– Es un alivio -aseguró Stephanie apretando los labios-. Espera un momento. ¿Cómo sabías lo que estaba pensando?

– Lo he dado por hecho. Era lo más lógico.

– Ya.

Stephanie no se lo creyó ni por un segundo. Pero ¿qué otra explicación podría haber? Qué extraño era que Nash la conociera tan bien después de tan poco tiempo. A pesar de todos los años que habían estado juntos, Marty nunca había llegado a conocerla. ¿Se debía aquello a una carencia por parte de su marido o acaso era que nunca la había considerado lo suficientemente interesante?

– Cuando empecé a trabajar en el FBI -dijo Nash-, aprendí enseguida que saber mantener la distancia emocional era un punto a mi favor. Todas las situaciones son difíciles en mayor o menor medida, y si te dejas llevar por el corazón tienes muchas posibilidades de meter la pata. Aprendí desde niño a mantener las distancias emocionalmente hablando, y eso es algo que me ha servido de mucho en el trabajo.

Después de haberlo oído hablar de su familia, Stephanie no podía entender por qué Nash querría mantener aquella actitud. En ocasiones parecía distante de su familia, pero eso podía deberse a la timidez o a que fuera reservado. No había nada en la relación que tenía con ella ni con sus hijos que indicara que no fuera apegado, pero aquél no era el momento para hablar de eso. Stephanie se guardó la pregunta para formulársela más adelante.

– Ya te he hablado alguna vez de Tina. Era completamente opuesta a mí. Era emotiva, desorganizada, y se dejaba llevar siempre por el corazón en vez de por la cabeza. Al principio ni siquiera estaba seguro de que me gustara -aseguró entornando ligeramente los ojos-. Te hablo de después de que se convirtiera en agente. Mientras realizaba la instrucción nunca la vi. De otro modo que no fuera como compañera de trabajo.

– Por supuesto que no -murmuró Stephanie.

Se lo creía. Nash nunca rompería una norma de ese tipo.

– Empecé a salir con ella y una cita llevó a la otra. Pasado un tiempo Tina sugirió que viviéramos juntos. Casarse era el siguiente paso según una escala lógica.

Stephanie pensó que aquello era muy interesante. ¿Había sido Tina la que llevaba las riendas de la relación? Por lo que contaba Nash, parecía como si él se hubiera limitado a dejarse llevar.

– ¿Cuántos años tenías cuando te casaste? -le preguntó.

– Veintisiete.

Bien. Aquélla era la edad habitual en que la mayoría de los hombres pensaba en sentar la cabeza. Entonces, ¿Tina estaba en el lugar adecuado en el momento preciso? Aquélla era una pregunta que no pensaba formular.

Stephanie resistió el deseo de golpearse a sí misma la cabeza. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Si podía convencerse de que Nash se había casado con Tina únicamente porque era el momento adecuado, y no porque estuviera locamente enamorado de ella, entonces ella se sentiría de alguna manera más a gusto con la relación que estaban manteniendo. Un locura, pero así era. Se dijo a sí misma que tenía que pensar en otra cosa.

– No tuvisteis oportunidad de tener hijos -continuó diciendo-. Supongo que ella falleció antes de que os lo hubierais planteado en serio.

Nash se encogió de hombros.

– Nunca hablamos de ello. Yo siempre quise tener hijos. Supongo que Tina también. Entonces la mataron.

– ¿Cómo? -preguntó Stephanie sin poder evitarlo.

– Cumpliendo con su deber. Hizo explosión una bomba.

Ella esperaba cualquier respuesta, pero desde luego no aquélla. Una bomba sonaba demasiado violento. Porque era violento, pensó. Violento, inesperado e impactante.

– Lo siento -susurró.

– Gracias.

La expresión de Nash no había cambiado mientras hablaba, pero había un brillo en sus ojos que le llegó al corazón.

– ¿Quieres seguir hablando de esto o cambiamos de tema? -le preguntó.

– Cambiemos.

– Bien. Dime, ¿qué ocurrió para que un niño con un hermano gemelo y amigos cercanos decidiera desconectar emocionalmente? -le preguntó.

Nash sacudió la cabeza.

– Es más sencillo de lo que parece. Mi madre volvió a casarse cuando Kevin y yo teníamos doce años. Howard y yo nunca nos llevamos bien.

Aquello la pilló por sorpresa.

– ¿Y seguís sin llevaros bien? Tu madre y él llegarán dentro de dos días. ¿Va a suponer eso un problema? -preguntó Stephanie frunciendo el ceño-. ¿Por qué demonios quieres que se queden aquí si no os habláis?

– Sí nos hablamos. No pasará nada.

– No os pondréis a gritaros el uno al otro en mitad del pasillo, ¿verdad? -insistió Stephanie sin terminar de creerse del todo las palabras de Nash.

– No. Si tenemos que gritar lo haremos fuera, como tiene que ser.

Ella sonrió.

– Me parece bien. Entonces dime, ¿ese distanciamiento emocional que tanto te gusta es la razón por la que no has salido con nadie desde que tu esposa murió?

– No. He evitado las relaciones porque amaba a Tina y no podré amar nunca más a nadie.

Stephanie se lo quedó mirando fijamente durante unos segundos y luego explotó en una carcajada.

– Venga ya. Eso es una tontería. ¿No podrás amar nunca más? ¿En qué momento hemos dejado la vida real para entrar en una telenovela? ¿Me estás diciendo que el corazón humano sólo tiene capacidad para amar una vez? ¿Y qué me dices de mis hijos? ¿Debería devolver a los gemelos porque ya quería a Brett cuando ellos llegaron?

Nash parecía tan conmocionado como si ella hubiera sacado una pistola y lo estuviera apuntando. El silencio tenso que se hizo entre ellos la obligó a preguntarse si no habría ido demasiado lejos. No podía hablar en serio cuando dijo que no podría amar de nuevo. La gente no funcionaba así. Pero ¿lo creería Nash así? ¿Se sentiría gravemente insultado?

Stephanie esperó con impaciencia mientras él la miraba fijamente. No podía leer su expresión… hasta que las comisuras de la boca de Nash se curvaron ligeramente hacia arriba.

– ¿No te has creído mi actuación? -le preguntó por fin.

Stephanie sintió una oleada de alivio.

– Ni por un instante. ¿Se la cree alguien?

– Todo el mundo menos tú.

– Ya veo. Cuando dices «todo el mundo» te refieres a las mujeres, ¿verdad?

– En su mayor parte sí.

– Entonces deberías empezar a salir con mujeres un poco más inteligentes.

Nash se rió y le pasó el brazo por la cintura para ayudarla a subirse a su regazo.

– Me gusta que las mujeres me tengan un poco más respeto que usted, señorita.

Stephanie le puso los brazos sobre los hombros y le rozó los labios con los suyos.

– Eso no va a ocurrir nunca si sigues hablando como un idiota.

– Idiota, ¿eh? Soy un idiota al que no puedes resistirte…

Ella se inclinó para volver a besarlo.

– En eso tienes razón -susurró mientras se dejaba llevar.

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