La cosa iba por ahí, pensó Stephanie mientras sentía un nudo de vergüenza atravesado en la garganta. Le parecía asombroso que Nash lo hubiera expresado a la primera con tanta facilidad.
Una cosa era pensar en hacer el amor salvajemente con un desconocido imaginario que resultara ser guapo, sensual y erótico hasta decir basta y otra muy distinta que el objeto de su deseo averiguara sus intenciones y se las dijera en voz alta.
A la luz del día la idea parecía absurda, fuera de lugar y completamente irrealizable.
Sin pensar en lo que hacía, Stephanie se puso de pie y salió de la cocina. No tenía ningún destino en mente. Sólo necesitaba apartarse de Nash.
Mientras caminaba por el pasillo trató de repetirse a sí misma que no había hecho nada malo. Era una persona adulta. Él la había besado y les había gustado a ambos. Entonces, ¿qué tenía de malo sugerir que avanzaran hacia el siguiente nivel? ¿Acaso no era eso lo que todo el mundo hacía?
«Tal vez», pensó algo agitada. Pero ella no. Sólo había estado con un hombre en toda su vida: con su marido. Las normas de comportamiento social del mundo actual se le escapaban completamente. Nunca antes se había atrevido a pedirle a un hombre que la tomara de la mano, ni mucho menos que tuvieran una aventura.
Stephanie llegó al final de la escalera pero antes de que pudiera poner el pie en el suelo alguien la agarró del brazo.
Ella se detuvo y aguantó la respiración. De acuerdo, no se trataba de alguien. Era Nash. Inclinó la cabeza porque podía sentir el calor en las mejillas. No sólo por lo que él pudiera pensar respecto a su sugerencia, sino porque salir huyendo no había sido una reacción madura, precisamente.
Los dos se mantuvieron callados hasta que el silencio se hizo tan denso que hubieran podido cortarlo con un cuchillo. Finalmente Nash se decidió a hablar.
– Te pido disculpas -dijo con suavidad-. Al parecer he malinterpretado la situación y te he insultado.
Aquellas palabras estaban tan alejadas de lo que ella estaba pensando que Stephanie no pudo evitar darse la vuelta y quedarse mirándolo fijamente.
– He expresado en voz alta mis propios deseos -continuó explicándose Nash-. Fueron unos besos muy apasionados. Me hicieron desear más.
Stephanie procesó aquella frase. Los escalofríos de vergüenza se transformaron en pequeñas descargas de placer mientras consideraba las posibilidades.
– ¿No te importa que no esté interesada en una relación duradera? ¿No crees que eso es barato y sucio por mi parte?
La boca de Nash se curvó en una lenta sonrisa al tiempo que sus ojos echaban chispas.
– ¿Tengo aspecto de que me importe? -preguntó soltándole el brazo y acariciándole la mejilla-. Eres una mujer atractiva y sensual y besas como una fantasía húmeda que hubiera cobrado vida.
Cielos. Ya que hablaba de humedad, Stephanie sintió cómo se empapaba por dentro. Sintió un foco de deseo entre las piernas que comenzó a extenderse en todas direcciones. Se sentía a la vez débil e increíblemente poderosa. El deseo se apoderó de todo su cuerpo, un deseo como no había sentido en lo que le parecía una eternidad.
– ¿Por qué no vuelves a hacerme la pregunta? -le pidió-. Esta vez intentaré no salir corriendo.
La expresión de Nash se endureció y se hizo más intensa. Alrededor de ellos el aire pareció hacerse más denso y creció la tensión. Stephanie pudo sentir cómo se le erizaban los vellos de la nuca y de los brazos. Los dos se miraban a los ojos.
– ¿Estás interesada en tener una aventura? -le preguntó con voz ronca y cargada de deseo sexual-. Sexo, diversión y, cuando me llegue el momento de partir, nos separaremos sin más. Sin reproches. Sin expectativas.
Sonaba escandaloso. Sonaba de maravilla.
– Sí -susurró ella-. Eso es exactamente lo que quiero.
No podía creer que hubiera dicho aquellas palabras en voz alta, pero antes de que pudiera pararse a pensarlo Nash la atrajo hacia sí.
– Eso es lo que yo quiero también -murmuró él-. Llevo años escuchando rumores y por fin he averiguado que son ciertos.
– ¿Rumores? ¿Sobre mí?
Nash depositó suavemente los labios sobre su cuello. Ella sintió un escalofrío delicioso que le recorrió la espina dorsal haciéndole casi imposible pensar.
– No sobre ti en concreto -le dijo-. Sobre las mujeres mayores.
Stephanie le había colocado las manos en los hombros y estaba disfrutando de la sensación de sus músculos poderosos bajo los dedos. Pero en lugar de apartar las manos los apretó con más fuerza para no romper el contacto con aquel cuerpo imponente.
– ¿Mujeres mayores?
Nash levantó la cabeza y sonrió.
– Me dijiste que tenías treinta y tres años. Yo tengo treinta y uno. Desde que comencé a visualizar las posibilidades entre un hombre y una mujer he escuchado historias sobre lo estupendo que es estar con una mujer mayor. Con toda su experiencia, todo ese deseo latente cuando alcanzan la cima… Siempre me he preguntado si sería verdad lo que cuentan.
Stephanie supuso que había dos maneras de responder a aquel reto. Salir corriendo o retarlo a su vez. Su primer impulso fue la huida, pero algo le decía que sería más divertido optar por la segunda opción.
– Por supuesto que es verdad -aseguró acercándose más-. Espero que seas capaz de aguantar.
Nash soltó una carcajada profunda antes de buscarle la boca.
La besó con una pasión y un ansia que la dejó sin respiración. Los labios de Nash se apretaron contra los suyos con fuerza suficiente como para asegurarle al cien por cien que la deseaba tanto como ella a él. Stephanie abrió la boca al instante y él se deslizó dentro.
Nash sabía a café y a pecado. Ella se estremeció de placer al primer embiste de íntimo contacto. Una ola de fuego se apoderó de ella provocándole debilidad en las piernas y problemas para respirar. El deseo hizo explosión estallándole en profundidad, provocando en su interior un ansia desconocida.
Stephanie inclinó la cabeza para besarlo con más profundidad y él la abrazó con más fuerza. Se tocaron por todas partes. Sus senos se apretaron contra el torso de Nash, y notó su erección clavada en el vientre. Él le acariciaba la espalda con las manos, recorriéndoselas arriba y abajo al mismo ritmo que marcaba su corazón.
Mientras Stephanie le trazaba la amplitud de los hombros él le exploró la cintura y después las caderas. Deslizó una mano hasta su trasero y lo apretó. Ella sintió cómo la quemaba aquel contacto a pesar de que tenía la piel cubierta por la ropa.
De repente, sin previo aviso, Nash le mordió el labio inferior. Ella suspiró. Cuando él se introdujo en la boca aquella parte tan sensible y la succionó el suspiro se transformó en gemido.
Stephanie pensó que tenían que estar más juntos. El deseo se estaba convirtiendo en frenesí. Tenían que estar más cerca, desnudos y tocándose. Ya. En aquel instante.
Aquel mensaje voló desde su cerebro a sus manos. Mientras los dedos de Nash le recorrían los pezones, provocándole una nueva oleada de humedad entre los muslos, Stephanie le sacó la camisa de la cintura. Entonces le desabrochó los dos primeros botones. Nash le deslizó las manos por debajo del jersey. Ella aguantó la respiración. Sus manos grandes y cálidas le cubrieron los senos.
El sujetador se había convertido en una barrera de acero que le impedía llegar a su piel desnuda. Stephanie se debatió entre terminar de quitarle la camisa y el deseo de sentir su piel sobre la suya, así que intentó quitarse el jersey sin dejar de insistir con los botones. Al mismo tiempo se giró y trató de alcanzar el último escalón con el pie.
Nash la agarró cuando estaba a punto de caer. Sus brazos poderosos la sujetaron con fuerza.
– Creo que deberíamos seguir arriba -murmuró sin dejar de besarla en el lóbulo de la oreja.
– De acuerdo.
Ella inclinó la cabeza hacia atrás en gesto suplicante. Le estaba rogando sin palabras que no se detuviera nunca. Nash volvió a ponerle las manos sobre los senos y Stephanie fue incapaz de pensar. Era incapaz de hacer nada que no fuera sentir. Todo era demasiado maravilloso, demasiado increíble, demasiado asombroso. El calor húmedo de su boca, el modo en que deslizaba la lengua por aquella zona tan sensible que tenía detrás de la oreja… Y luego estaban sus dedos, la manera en que los movía y presionaba con ellos sus pezones, ni suave ni fuerte, sino exactamente como debía ser. Perfecto.
– Stephanie…
– ¿Sí?
– Espera un momento.
Nash la tomó en brazos, exactamente igual que Rhett Butler había hecho con Escarlata O'Hara. Tras un momento inicial de desconcierto, Stephanie se sintió ligera, femenina y más sensual de lo que podía describir con palabras.
– Ojalá estuviera desnuda ahora misma -dijo.
Los ojos oscuros de Nash brillaron de deseo.
– Yo también. Mi habitación está más cerca. ¿Te parece bien?
Stephanie no pudo contestar porque la estaba besando, pero trató de decirle que sí con los labios y con la lengua. Al parecer él captó el mensaje porque lo siguiente que supo fue que estaban en el segundo piso avanzando por el pasillo.
Nash abrió la puerta de su cuarto y entró. Las persianas estaban levantadas y la luz del sol se filtraba a través de las cortinas de encaje. La puerta se cerró con fuerza detrás de ellos. Nash se acercó a la cama y depositó a Stephanie delicadamente en el suelo.
En cuanto ella sintió algo firme bajo los pies le echó los brazos al cuello y se apretó contra él. Nash la estrechó con fuerza entre sus brazos y la besó con más profundidad.
Cada rincón del cuerpo de Stephanie reclamaba sus caricias, su desnudez, su alivio. Trató de quitarse los zapatos pero su cerebro no podía concentrarse en otra cosa que no fuera la sensación de la boca de Nash contra la suya, así que renunció a enviar ningún mensaje a sus músculos. Nash intentó desabrocharse la camisa y compuso una mueca.
– No estamos haciendo ningún progreso -dijo dejando de besarla y dando un paso atrás.
Terminó de quitarse los botones y se sacó la prenda. Ella consiguió sacarse los zapatos y trató de hacer lo mismo con el jersey, pero cuando lo tuvo a la altura de la cabeza Nash se inclinó hacia abajo y le besó la piel desnuda debajo del sujetador. Le cubrió las costillas de besos suaves y húmedos. Stephanie se quedó paralizada con los brazos en las mangas, saboreando aquel placer. Nash le cubrió los senos antes de tirarle del jersey y terminar el trabajo.
Volvió a buscar su boca para besarla. Mientras le saboreaba la lengua consiguió desabrocharle el sujetador y bajarle los tirantes a la altura de los brazos.
Los pezones de Stephanie, ya erectos, rozaron el vello de su torso. Aquel contacto tierno y al mismo tiempo excitante provocó en ella una hipersensibilidad que le hizo desear con desesperación más y más. Se colgó de sus hombros y movió el cuerpo arriba y abajo para que sus pezones acariciaran la piel desnuda de Nash. Al mismo tiempo le succionó con fuerza la lengua y apretó el vientre contra su erección.
Nash gimió desde lo más profundo de su garganta, alzó las manos para cubrirle con ellas los senos y le acarició con los pulgares los pezones. Una oleada de placer estalló en el pecho de Stephanie y luego descendió hasta instalarse entre sus muslos. Aumentó la temperatura de su cuerpo y también la humedad. Estaba más que dispuesta, pensó con cierta desesperación. Ambos estaban todavía medio vestidos y ella temblaba de deseo.
Descendió las manos hasta su propia cintura y se desabrochó los pantalones. Nash siguió su ejemplo, lo que los acercó más a la desnudez aunque la dejó a ella con ganas de seguir sintiendo las caricias en sus senos.
En cuestión de segundos, Stephanie se despojó del resto de ropa. Nash se quitó los pantalones y los calzoncillos, se sacó los calcetines y la besó fugazmente.
– No te muevas -le ordenó entonces.
Y desapareció en el cuarto de baño. Escuchó ruido de trastos, tres palabrotas y luego el sonido de algo duro cayendo al suelo. Nash reapareció llevando en la mano una caja de preservativos. Los dejó encima de la mesilla de noche y la acompañó a sentarse en la cama. Luego la reclinó sobre el colchón y se puso de rodillas delante de ella. Deslizó una pierna entre las suyas. Mientras se inclinaba para introducirse en la boca su pezón derecho, apretó su muslo rígido contra la expectante humedad de Stephanie.
La combinación de aquel beso succionador y la presión que sentía sobre el centro de su deseo estuvo a punto de enviarla al cielo. Gimió sin palabras y le hundió los dedos en el pelo.
– No pares -susurró desesperada.
Alzó las caderas sin vergüenza alguna, frotándose contra él, acercándose todo lo que podía para que la presión se hiciera más fuerte, más rápida, más intensa.
Nash giró la cabeza para dedicarse al otro pecho y se movió de manera que quedó de rodillas entre sus piernas. Entonces retiró el muslo y lo sustituyó por una mano.
Dos dedos fuertes y seguros se abrieron camino entre sus rizos húmedos hasta llegar a la piel. Nash la exploró por todas partes, acariciando aquel punto tan sensible de un modo tal que se vio obligada a contener la respiración. Entonces él hundió los dedos con más firmeza en su interior.
Stephanie sintió que le salían palabras de los labios pero no habría sabido decir cuáles eran. No podía hacer otra cosa que sentir el modo en que Nash entraba y salía de ella. El deseo se hizo aún más ardiente y se expandió por todas las células de su cuerpo. Apenas se dio cuenta de que él había dejado de besarle los pechos y en su lugar apretaba los labios contra su vientre. Nash se iba deslizando cada vez más hacia abajo sin dejar de mover los dedos en su interior.
Con la mano que tenía libre le apartó el vello púbico, posó suavemente los labios en su zona sensible y la lamió con delicadeza.
Los pulmones de Stephanie se quedaron sin aire. Antes de que pudiera recuperar el aliento, Nash cerró los labios alrededor de ella y succionó sin dejar de mover los dedos. Ella sintió que volaba.
El orgasmo llegó inesperadamente con mucha fuerza. Stephanie se estremeció y gimió y gritó y clavó los talones en el colchón. Los espasmos la atravesaron al tiempo que el placer aliviaba la tensión que la había invadido durante lo que le parecía un siglo. Nash siguió besándola aunque con más ternura y continuó moviendo los dedos, llenándola una y otra vez hasta que tuvo la sensación de que llevaba horas en estado de clímax.
Su cuerpo se relajó por fin y Nash se detuvo. Stephanie tenía la sensación de que se le había derretido los huesos. Tal vez no pudiera volver a caminar nunca, pero ¿qué importaba? Lo único que importaba era aquel delicioso letargo en el que se hallaba sumida.
Nash le besó la cara interior del muslo y luego se giró para tumbarse a su lado. Sonreía.
– No tengo que preguntarte si ha ido bien -bromeó.
– Creo que no. Si sale en las noticias que ha habido un terremoto en la zona creo que será culpa mía. O tuya, para ser más exactos.
– Me gusta que sea culpa mía.
Stephanie le acarició el rostro antes de deslizarle el pulgar por los labios.
– Ha sido maravilloso.
– Me alegro.
Ella se giró hacia él y le puso la mano en la cadera. Luego la deslizó hacia su protuberante erección.
– ¿Preparado para la segunda parte?
En lugar de responder, Nash estiró la mano para hacerse con la caja de preservativos. Mientras la abría Stephanie se inclinó sobre él y lo besó. Al primer contacto de su lengua sobre la suya la tensión volvió a anidar en su cuerpo. Lo besó más profundamente y luego se apartó un poco para mordisquearlo suavemente en la mandíbula.
– Me estás distrayendo -protestó Nash.
– ¿De verdad? -preguntó ella bajando la vista hacia el envoltorio de la protección-. ¿Quieres que te ayude?
– Claro. Nunca se me ha dado bien esto.
Stephanie le quitó el preservativo de las manos y lo deslizó suavemente a lo largo de su erección.
– ¿El hecho de que la caja estuviera cerrada significa que no has practicado mucho? -le preguntó.
– No he estado con nadie desde que murió mi mujer -respondió Nash mirándola fijamente con los ojos brillantes-. Hace unos meses conocí a alguien y pensé que… Por eso compré los condones -aseguró tras vacilar un instante-. Pero la cosa terminó mucho antes de que llegáramos a la fase de desnudez.
Stephanie pensó que sus amigas le dirían que era peligroso ser la primera mujer con la que estaba un hombre tras el fallecimiento de su esposa. Pero Nash era también su primera vez. Además, ambos estaban de acuerdo en mantener una relación meramente sexual, sin compromisos. A ella le gustaba Nash, lo deseaba, y estaba segura de que él sentía exactamente lo mismo. Era la relación perfecta.
– ¿Listo para hacerle una prueba al látex? -le preguntó.
– Claro.
Stephanie hizo amago de tumbarse boca arriba pero él le colocó las manos en las caderas para pedirle sin palabras que se pusiera encima. Ella colocó las piernas a cada lado de sus caderas. Nash elevó las manos para cubrirle los pechos. En cuanto sus dedos le rozaron los pezones sintió cómo todo su interior se despertaba. Al parecer él no era el único preparado para una segunda parte.
Stephanie buscó entre sus piernas y gimió levemente al encontrarse con aquella erección. Luego presionó levemente la punta contra su humedad. Entonces apartó la mano y se acomodó dentro de él.
Su cuerpo tuvo que estirarse levemente para encajar en aquella dureza. Todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo se estremecieron mientras él la llenaba. Stephanie se apoyó en los brazos y comenzó a moverse.
Era una sensación deliciosa, pensó al tiempo que sus músculos se cerraban alrededor de Nash. Cuanto más se hundía en él más tensión iba sintiendo.
– Te estás conteniendo -dijo entonces Nash con voz trémula.
Ella abrió los ojos y vio la tensión dibujada en su rostro. La estaba mirando.
– Déjate llevar -le pidió Nash.
– Es lo que quiero -aseguró Stephanie aguantando la respiración al recibir una nueva oleada de placer-. Es sólo que…
– ¿Crees que voy aquejarme si vuelves a alcanzar el orgasmo?
– Bien visto -respondió ella con una sonrisa.
– Vamos -dijo Nash mirándola fijamente-. Quiero sentirte. Déjate llevar.
A cada embiste de él dentro de su cuerpo Stephanie se acercaba más y más al límite.
– Hazlo.
Nash acompañó su orden con un rápido movimiento de cadera. Las manos que cubrían sus senos se movieron a más velocidad. El la llenó una y otra vez hasta que el placer alcanzó una cota insoportable. Stephanie se sentó más afianzadamente, colocó las manos sobre los muslos y comenzó a subir y a bajar cada vez más deprisa.
Nash supo que aquél era uno de aquellos momentos perfectos de la vida. Estaba a punto de alcanzar su propio orgasmo, pero se las arreglaría para esperar hasta que Stephanie llegara al clímax. Por desgracia sus buenas intenciones se veían seriamente en peligro por la visión de ella cabalgándolo como una amazona de película porno. A cada movimiento que hacía los senos le subían y le bajaban, provocando que a él se le secara la boca de deseo. Stephanie tenía la cabeza inclinada hacia atrás, los ojos cerrados y estaba perdida en el placer del momento. Aquélla era la experiencia más erótica que Nash había experimentado en su vida.
Podía sentir la presión creciendo profundamente en la parte inferior de su cuerpo, lo que constituía todo un problema. Trató de pensar en otra cosa, pero ¿cómo podía hacerlo con ella desnuda, balanceándose con la boca entreabierta y humedeciéndose los labios con la lengua mientras…?
Nash gimió cuando lo venció el orgasmo. Un placer blanco y cálido le atravesó el cuerpo con furia. Mantuvo la conciencia el tiempo suficiente para darse cuenta de que Stephanie gritó en el momento exacto en el que él perdió el control. A través de las oleadas de su propio placer sintió el cuerpo de ella contrayéndose alrededor del suyo, tirando de él, provocando un orgasmo infinitamente más largo de lo que hubiera creído posible.
Cuando se recobraron lo suficiente como para que Stephanie se levantara de encima de él y Nash se limpiara, ambos se deslizaron entre las sábanas y se colocaron de lado para mirarse el uno al otro.
Ella sonreía. A Nash le gustaba la expresión de contento que dibujaba su rostro y el modo en que tenía la rodilla colocada como por casualidad entre sus piernas. Le gustaba el aroma de su cuerpo mezclado con la fragancia de su acto amoroso. Y le gustaba que aunque hubieran acabado hacía un instante deseara hacer el amor con ella de nuevo.
Había pasado mucho tiempo, pensó. Demasiado. Tras la muerte de Tina no tomó la decisión de evitar a las mujeres y el sexo. Fue algo que simplemente ocurrió. Se encerró en el trabajo y no encontró la manera de salir de allí.
– ¿En qué estás pensando? -le preguntó Stephanie.
– En que nunca pretendí vivir como un monje tras la muerte de mi esposa.
– Me sorprende que las mujeres solteras de tu oficina no se te echaran encima.
– ¿Cómo sabes que no lo hicieron?
– ¿Tenías que apartarlas con un bastón? -bromeó ella sonriendo.
– Sólo un par de veces al año.
Stephanie apartó la mirada y se le borró la sonrisa del rostro.
– Debes de quererla mucho todavía.
Aquel cambio dejó a Nash un poco desconcertado durante unos instantes. Pero enseguida comprendió lo que Stephanie quería saber.
– Eh -le dijo tocándole la barbilla para obligarla a mirarlo a la cara-. Tú y yo éramos los únicos que estábamos en esta cama. Al menos por mi parte.
– Por la mía también -aseguró ella recuperando la sonrisa-. No había estado con nadie desde Marty, pero es que las cosas eran muy complicadas, como he tratado de explicarte antes.
Nash deslizó la mano por debajo de las sábanas y le acarició la cadera desnuda. Stephanie tenía la piel de seda cálida.
– ¿Y esto es fácil? -le preguntó.
– Mucho. Lo más fácil del mundo.
Nash estaba de acuerdo. En el pasado le parecía que el primer encuentro sexual en cualquier relación era tan peligroso como entrar en un campo de minas. En cualquier momento se podía dar un paso en falso. Pero con Stephanie todo había encajado perfectamente. Él no había tenido nunca antes una aventura meramente sexual, sin ataduras, pero era mucho mejor de lo que podía haber imaginado.
– ¿Qué te parece si establecemos unas cuantas reglas básicas para que las cosas sigan así? -dijo Nash.
– Buena idea -contestó Stephanie asintiendo con la cabeza y sentándose.
Al moverse se le retiró la sábana, dejándole los senos al descubierto. Nash cambió el objeto de su atención de sus palabras a su cuerpo. Se inclinó hacia ella y le acarició con un dedo la curva de uno de los pechos. Luego trazó una línea en el punto en que la pálida piel se oscurecía en un rosa profundo. El pezón de Stephanie se puso duro al instante. Nash se humedeció la punta del dedo con la boca y le acarició el pezón hasta que ella se quedó sin respiración.
Tal y como era de esperar, el cuerpo de Nash reaccionó con una oleada de sangre en la parte inferior.
– Regla número uno -dijo ella-: mucho sexo.
– Ésa es buena -reconoció Nash alzando ligeramente la cabeza para mirarla a la cara-. Tan buena que debería ser la número uno y también la número dos.
– Me parece bien. Sexo y más sexo. No vas a quedarte mucho tiempo en la ciudad y quiero aprovecharme de esa situación.
– Ésa es mi chica.
No había nada que Nash deseara más que inclinarse lo suficiente como para besarle los pechos, pero pensó que sería mejor dejar las cosas claras antes de iniciar el siguiente asalto. Se obligó a sí mismo a retirar las manos y concentrarse en la conversación.
– Doy por hecho que no quieres que los chicos se enteren de lo nuestro -dijo.
Ella asintió lentamente con la cabeza.
– Sólo serviría para confundirlos. Brett todavía tiene miedo de que remplace a su padre y los gemelos querrían estar todo el tiempo contigo.
– Entonces dejaré mi puerta abierta. Así sólo tendrás que bajar las escaleras cuando quieras estar conmigo.
– Me parece bien. También tenemos las mañanas hasta que acabe el colegio a finales de semana. Si no estás demasiado ocupado con tu familia.
– No lo estoy -aseguró Nash alzando la mano para entrelazar los dedos con los suyos-. Y hablando de mi familia: ¿te gustaría venir conmigo a alguna de las reuniones multitudinarias? Tú y los chicos.
No sabía por qué le había pedido aquello y esperaba que Stephanie no le pidiera que se lo explicara.
La suerte estaba de su lado. Ella asintió al instante con la cabeza.
– Sería estupendo. Me lo pasé muy bien en la última y mis hijos también. Tanta familia puede llegar a resultar intimidante.
– Yo no me siento intimidado.
– Porque tú eres un tipo duro.
– Ya lo sabes tú.
Stephanie se rió y luego se deslizó de nuevo sobre el colchón.
– De acuerdo, entonces me lo tomaré como si te hiciera un favor. Tú me rascas a mí y yo te rasco a ti.
– Me gusta cómo suena eso -aseguró Nash acercándose más y bajándole las sábanas hasta la cintura-. ¿Dónde dices que te pica?
Ella le echó los brazos al cuello y lo besó.
– Por todas partes.