Capítulo 5

CUANDO Ruby se despertó sintió calor al instante y la ropa pegada al cuerpo. Pero en lugar de abrir los ojos en una refrescante ducha, tal y como le habría gustado, se encontró en el claustrofóbico interior de la tienda. Miró el reloj y le sorprendió que fuera ya de tarde. Al no ver a Raja se incorporó de inmediato y vio su maleta en una esquina.

Entonces recordó que todo su equipaje había sido enviado a Ashur por adelantado mientras que con ella se había quedado una maleta con lo básico. También Hermione habría llegado a Ashur, y Ruby sintió lástima por lo atemorizada que debía estar entre desconocidos.

La abrió y buscó unos zapatos en vano antes de salir a ver si encontraba a Raja. En cuanto asomó la cabeza al exterior se quedó atónita al contemplar un mundo que le resultaba completamente extraño. Un manto de arena alcanzaba hasta el horizonte, salpicada por algún pequeño arbusto y coronada por una bóveda de un azul refulgente, en cuyo cenit había un sol tan brillante que cegó a Ruby.

– ¿Quieres café? Has dormido profundamente -dijo Raja, que estaba junto al fuego que había encendido bajo el toldo de la tienda.

– Como un tronco -dijo ella. ¿Cómo era posible que encendiera un fuego con el calor que hacía?

Allí estaba, sentado en actitud relajada, con un aspecto inmaculado, con la túnica que había vestido el día anterior, tan cómodo como si estuviera en un hotel de cinco estrellas.

– ¿De dónde has sacado agua para el café? -preguntó Ruby, intentando no pensar en que tendría el pelo despeinado y el rímel corrido.

– Como te dije, estamos en un oasis. Un arroyo subterráneo alimenta la poza que hay tras las rocas -indicó el otro lado de la tienda-. ¿Quieres beber?

Ruby se giró y vio una pared rocosa con palmeras y vegetación.

– Preferiría no correr el riesgo. Desde ahora solo voy a tomar agua embotellada.

El príncipe sonrió al verla tan menuda y desprotegida, pero tan decidida a no mostrar la menor señal de fragilidad. Aunque estuviera desaliñada, su cabello brillaba como seda y su piel tenía un resplandor nacarado. Su belleza no requería artificios.

– Me temo que no tenemos agua embotellada.

– Ya lo sé, no soy tonta -dijo Ruby, airada-. Nunca me ha gustado ir de acampada, nunca le he visto el encanto y no voy a descubrírselo ahora.

– Lo entiendo -dijo él sin inmutarse.

Consciente de la mala impresión que debía estar causando a un hombre que con toda seguridad habría recibido entrenamiento en tácticas de supervivencia, Ruby le lanzó una mirada de odio.


– ¡Me da lo mismo que te rías de mí! -exclamó, volviendo a la tienda.

Cuando abrió la maleta descubrió con indignación que sus secuestradores la habían registrado, con toda seguridad para cerciorarse de que no tenía un móvil. Sacó un neceser, un cambio de ropa y unas deportivas, y mirando a su alrededor comprobó que Raja no había tenido tanta suerte. Se cambió de ropa interior, se puso una camiseta y un pareo a la cintura, y salió, moviéndose con lentitud para no sudar. Al llegar al borde de la sombra del toldo, dijo:

– Tengo un cepillo de dientes nuevo y una cuchilla que te dejo usar, y podemos compartir mi toalla.

Teniendo en cuenta el estado de ánimo en el que se encontraba su esposa, Raja pensó que era una oferta extremadamente generosa. Una sonrisa maliciosa curvó sus sensuales labios e iluminó su rostro de bronce, y Ruby no pudo evitar mirarlo fijamente mientras un reguero de fuego la recorrió de abajo arriba hasta estallar en forma de rubor en sus mejillas.

Comenzó a trepar la pendiente hasta que divisó la poza que se formaba en una hondonada, protegida por una roca. Raja la siguió y la tomó por el codo para ayudarla a mantener el equilibrio y a sortear las dificultades.

A Ruby no dejaban de sorprenderle sus buenos modales y le agradeció mentalmente que se esforzara en mantenerlos. Por su parte, era consciente de no estar siendo una buena compañera en la desventura, y se sentía en inferioridad por encontrarse en un medio que le resultaba ajeno.

Llegaron a la balsa de agua cristalina bordeada de palmeras y bebieron de una fuente natural que brotaba de la roca. Luego Ruby se quitó las deportivas para meter los pies en el agua. La temperatura le resultó maravillosa en contraste con su piel caliente. Obligándose a no ser pudorosa, se quitó la ropa y se quedó en ropa interior, diciéndose que era como llevar un bikini. Raja la imitó y dejó la túnica sobre una roca. Ruby no pudo evitar admirar sus anchos y musculosos hombros y espalda, y solo cuando recordó cuánto odiaba que su padrastro la observara con avidez, retiró la mirada, avergonzándose de sí misma.

Con el agua por la mitad de los muslos, Raja contempló a Ruby lavarse, y su cuerpo reaccionó al instante al ver lo que la ropa interior mojada dejaba intuir. Sus endurecidos pezones parecían querer atravesar la tela y Raja se preguntó cómo reaccionarían si los mordisqueaba.

Cuando Ruby salió, las bragas dejaron entrever el triángulo oscuro entre los muslos, el territorio vedado, y Raja pensó que era más excitante aquella insinuación que la desnudez completa.

Para contener la enorme erección que sintió, desvió la mirada hacia el agua esforzándose por recordar que aunque fuera su esposa, había prometido no tocarla. Y de hecho pensó que la fuerza de su deseo era tal que si llegaba a tocarla no sería capaz de contenerse.

Ruby salió del agua y tomó la toalla para secarse, al tiempo que se ponía al sol.

– Es la hora más calurosa del día. Tápate antes de quemarte -dijo Raja.

Desoyendo lo que consideró una nueva orden de Raja, Ruby se alejó unos pasos. Se envolvió el pareo alrededor del pecho y se peinó el cabello mientras observaba de soslayo el imponente físico de Raja. Su torso era puro músculo, sus brazos fuertes y torneados; tenía las caderas estrechas, y los muslos, fibrosos. Mientras se salpicaba la espalda con agua y las gotas se depositaban en su piel como pequeños diamantes al trasluz, Ruby apreció un revelador bulto en el medio de sus boxers. Sintiéndose como una voyeur apartó la vista al instante, al tiempo que se preguntaba si era posible que fuera su cuerpo la causa de esa reacción física.

La idea le espantaba y la halagaba simultáneamente porque demostraba que a pesar de que Raja hubiera dicho que no era irresistible, al menos la encontraba lo bastante atractiva como para que su cuerpo reaccionara.

También descubrió lo bien… dotado que estaba. Y como respuesta sintió una presión entre los muslos que la desconcertó tanto como darse cuenta de que le excitaba saber que era responsable de la excitación de Raja.

Era la primera vez que un hombre tenía ese efecto en ella. Nunca se había sentido cómoda ni con su cuerpo ni con su sexualidad por culpa de su padrastro, que durante su adolescencia había hecho continuos comentarios obscenos en cuanto su madre se ausentaba sobre su transformación en mujer. A pesar de que nunca había llegado a tocarla, Ruby había acabado por desarrollar una aversión hacia el sexo y una profunda desconfianza hacia las intenciones de los hombres.

El príncipe cubrió los hombros de Ruby con la toalla húmeda.

– Eres de piel muy blanca. Permanece en la sombra o te quemarás.

Actuando en contra de su naturaleza, Ruby obedeció en silencio y se sentó para observar a Raja mientras se afeitaba mirándose en el espejo que le había dejado. La curiosidad que despertaba en ella se incrementaba exponencialmente y habría querido tener acceso a Internet para buscar información sobre él y su vida privada. Siendo tan rico y tan atractivo, debía tener muchas mujeres dispuestas a tener una aventura con él. Las relaciones tendrían que ser discretas, dado lo conservadores que eran Najar y Ashur. ¿Buscaría a sus amantes entre las mujeres que conocía en el extranjero?

Tras ponerse la túnica, Raja se aproximó a ella.

– Deberíamos comer algo.

En la tienda le enseñó un viejo frigorífico que funcionaba con un generador.

– Se ve que tienes experiencia en este tipo de vida -dijo Ruby.

– Cuando era pequeño, mi padre solía mandarme a pasar tiempo en el desierto con mi tío, que es el jeque de una tribu nómada -explicó-. Pero en Najar ya no quedan verdaderos nómadas. En Ashur, sin embargo, sigue siendo una forma de vida habitual.

En el frigorífico había fruta, verdura, carne y pan, así como algunas latas.

– No creo que vayamos a estar aquí mucho tiempo -dijo Raja, pasándole una taza.

Ruby entrecerró los ojos para enfocar lo que parecía una bandera roja en lo alto de una roca prácticamente vertical.

– ¿Qué es eso?

– Una manta que he atado esta mañana para llamar la atención.

– ¿Cómo has subido? -preguntó Ruby, admirada.

– No ha sido difícil -dijo él con un encogimiento de hombros-. Tenía que ver si había cerca alguna población, pero no hay nada.

– Supongo que eligieron un lugar aislado -dijo Ruby-. Al menos yo no tengo familia que pueda preocuparse. ¿Tú?

– Un padre, una madre y dos hermanas, además de decenas de familiares. Quien más me preocupa es mi padre. Sufre del corazón y no quiero imaginar cómo se tomará mi desaparición -Raja contrajo la cara en un gesto de preocupación-. Pero me temo que no puedo hacer nada.

Ruby sintió lástima.

– ¿Yo tengo familia en Ashur?

– Solo algunos primos lejanos.

La habilidad con la que preparó algo para comer con una simple hoguera, dejó a Ruby asombrada, especialmente porque ella no sabía cocinar. Stella, por otra parte, era una buena cocinera, así que nunca le había supuesto un problema hasta aquel momento, en el que le hizo irritarse consigo misma por no poder mostrarse más resolutiva ante Raja.

La sensación de inutilidad hirió su orgullo y Ruby transformó su irritación en una continua actividad a lo largo de la tarde. Ordenó su ropa, dobló las mantas, sacudió la arena de las colchonetas y salió a buscar ramas y hojas secas para alimentar el fuego. El calor la drenó de energía y al cabo de unas horas, sudada y exhausta, decidió volver a darse un baño.

El contacto con el agua fresca le resultó maravilloso, y al salir, se envolvió en el pareo y se sentó en una roca a peinarse el cabello, que se anudó en la parte de atrás.

Miró al otro lado de la poza y vio que su príncipe del desierto se acercaba moviéndose con la elegancia de una gacela. Era espectacularmente guapo y rico, y sabía cocinar. Lo sorprendente era que siguiera soltero. Aunque por contra tenía esa irritante obsesión por saberlo todo y por asumir que siempre tenía razón. Al que, por otro lado, a menudo era verdad, pensó al sentir los hombros levemente quemados.

– Ten cuidado con…

Ruby alzó las manos con un gesto de impaciencia.

– ¡Ya está bien, Raja, deja de decirme lo que tengo que hacer!

– Mi gente y yo pertenecemos al desierto. Por eso sabemos cómo actuar en él.

Ruby dio un resoplido y pateó una piedra con ímpetu.

– ¡Ruby!

Algo salió de debajo de la roca a toda velocidad y Raja prácticamente saltó hacia adelante para tomar a Ruby del brazo y apartarla. Protegida tras su torso, Ruby vio horrorizada decenas de insectos amarillentos que escapaban corriendo.

– Son escorpiones -explicó él-. Durante el día se esconden en la sombra. Su picadura es muy dolorosa.

– Odio los insectos -dijo ella, temblorosa.

– También hay víboras.

– ¡Cállate! -gritó ella-. Esto no es una excursión educativa y no quiero saberlo -Raja le hizo volverse y la miró fijamente con expresión risueña-. Deja de intentar convertirme en un miembro de la familia real que lo hace todo bien -añadió ella, acaloradamente.

Raja al-Somari estalló en una carcajada porque encontraba a Ruby distinta a cualquier otra mujer que hubiera conocido. Ni coqueteaba ni usaba sus armas de seducción, al menos con él; jamás intentaba halagarlo y no le había contado ninguna historia con la que pretendiera ensalzarse. En conjunto, tenía que admitir que le gustaba lo sincera y espontánea que era.

– Así que tienes sentido del humor. ¡Menudo alivio! -dijo ella, sacudiendo la cabeza con fuerza, de manera que el cabello se soltó del nudo que se había hecho y rozó el hombro de Raja. Él miró embelesado su precioso rostro y sus labios rosados; agachó la cabeza como si una poderosa fuerza invisible tirara de él y la besó, primero con delicadeza y en pocos segundos, apasionadamente. El deseo arrastró a Ruby como una ola, nunca había sentido una necesidad tan intensa como la que despertó la presión de los labios de Raja sobre los suyos y el sabor de su boca la emborrachó.

Sin mediar palabra, Raja se separó bruscamente y, posando una mano en la parte baja de su espalda, la impulsó en dirección a la tienda.

Ruby, que nunca había experimentado nada parecido, se sintió súbitamente rechazada. Se recorrió los labios hinchados con la lengua sin poder pensar en otra cosa que en volver a tener los de Raja pegados a ellos. La violencia de su deseo la asustó. Tenía los pezones endurecidos, doloridos, y las piernas le temblaban hasta el punto de que le costaba caminar. Y entre tanto, no dejaba de intentar adivinar qué estaría pensando Raja.

Al llegar a la tienda lo miró llena de curiosidad. Apretaba los labios y en sus ojos brillaban sentimientos contradictorios e intensos, a los que el corazón de Ruby respondió latiendo a toda velocidad.

– No juegues conmigo, Ruby -dijo él con voz ronca.

A Ruby le molestó la insinuación.

– No sé a qué te refieres. Me has besado tú.

– Pero tú no lo has impedido. Y te recuerdo que me dijiste que no querías que te tocara.

– No había imaginado lo que podría llegar a pasar -dijo ella, avergonzada-. Supongo que la situación… Me he dejado llevar.

– Toda acción tiene consecuencias -dijo él, apretando los puños para intentar controlar un cuerpo que no reaccionaba con tanta rapidez como su mente.

Ruby se sentó dentro de la tienda. Ni siquiera el calor exterior llegaba a ser tan intenso como el que sentía en su vientre. No podía relajarse. Alzó una mano y vio que temblaba. Había bastado un beso para que el suelo temblara bajo sus pies. Quería más. Quería hacer el amor con un hombre que podía volverla loca con tanta facilidad.

Jamás había experimentado nada parecido.

Su comportamiento hasta entonces había hecho que en más de una ocasión tuviera que explicar que no era homosexual ni frígida porque nunca había deseado verdaderamente hacer el amor.

Así que, ¿por qué se refugiaba en la tinada como si se avergonzara de sí misma o no estuviera segura? Ni siquiera podía quedarse embarazada, puesto que tomaba la píldora para regularizar sus periodos. Y aunque llevaba algún día sin tomarla, suponía que el efecto duraría. Alzó la barbilla. No había jugado con Raja porque no era su estilo y no quería que Raja creyera que lo era. Dándose impulso, se puso en pie.

Encontró a Raja mirando a las brasas de la hoguera, tan inmóvil y hermoso que parecía una escultura.

– No estaba jugando -dijo Ruby en un susurro.

Él la miró con expresión ardiente y dijo:

– Te deseo tanto que me estoy volviendo loco.

La confesión atravesó a Ruby como una corriente eléctrica y la dejó muda.

– No me sentía así desde que era un adolescente -continuó Raja, poniéndose en pie con la elegancia de un felino-. Eres tan hermosa…

También lo era él, pero Ruby era demasiado orgullosa como para admitir que su perturbadora belleza se había prendido en su alma desde el primer momento, y que apartar la mirada de él representaba un ejercicio de voluntad. Sin pensarlo, dio un paso hacia él y Raja agachó la cabeza hasta adueñarse de sus labios y besarla con una pasión que hizo que se le encogieran los dedos de los pies. Ruby lo rodeó por la cintura y alzó las manos hacia su cabello, animándolo a continuar. Él apretó su cuerpo contra el de ella, acoplándose a sus curvas.

Ruby tuvo que separar su boca para respirar, pero volvió a buscar la de él al instante, continuando sus caricias torpes y ansiosas. Él la soltó una fracción de segundo para quitarse la túnica y el pareo que Ruby llevaba puesto cayó al suelo, aunque ni siquiera le dio tiempo a notarlo porque él, dejando un rastro de besos en su cuello, la hizo echarse sobre las mantas.

Ruby se revolvió de placer, sintiendo que este aumentaba exponencialmente cuando él le mordisqueó la piel. El calor que sentía en la pelvis amenazaba con quemarla. El sujetador desapareció. Raja tomó en sus manos uno de sus senos y agachó la cabeza para mordisquear su rosada punta, logrando con ello que Ruby se arqueara contra él. Ella le tomó la cabeza para obligarle a subir y besarlo mientras le acariciaba el torso. Él le tomó la mano y se la llevó a su sexo erecto. Un escalofrío lo recorrió cuando ella aceptó la invitación y deslizó su mano arriba y abajo. Colocó a Ruby debajo de sí y volvió a mordisquear sus pezones hasta que ella gimió de placer.

– Preciosa y apasionada -musitó él.

El pulsante dolor que Ruby sentía en la entrepierna le hacía mecer las caderas. Él le acarició la delicada piel en ese punto y ella se estremeció violentamente. Raja la penetró con los dedos y sentir su húmedo calor le hizo gemir. Capturó su boca y recorrió su interior con la lengua, logrando que la sangre se le acelerara hasta que Ruby temió que le estallaran las venas. Raja volvió a acariciar su núcleo de placer y ella se retorció.

– ¡No pares! -suplicó-. ¡No pares!

El príncipe la miró con expresión ardiente.

– Si sigo, no habrá vuelta atrás -dijo él, al tiempo que le separaba las piernas y la tomaba por las caderas para impulsarlas hacia sí.

Cuando la penetró, Ruby sintió un agudo dolor y gritó.

– ¿Qué sucede? -preguntó él, desconcertado.

– Nada importante. Sigue -dijo ella, que nunca había imaginado que perder la virginidad pudiera ser doloroso.

Al ver que Raja seguía mirándola, confesó-: Es mi primera vez.

Raja abrió los ojos como si para él sí tuviera importancia. Con un escalofrío, intentó controlar cada fibra de su cuerpo para reprimir el impulso de penetrarla profundamente.

– Sigue. No pasa nada -susurró Ruby, avergonzada.

Raja la besó con delicadeza y por primera vez pensó en ella como su esposa, lo que representaba un salto cualitativo para un hombre tan acostumbrado a negar cualquier emoción. Se movió lentamente y Ruby sintió que su interior se transformaba en miel caliente.

– Ahh -gimió con los labios entreabiertos y los ojos cerrados.

– Quiero que sea maravilloso -dijo él.

Ruby lo miró, electrizada.

– Lo está siendo.

Raja continuó meciéndose lentamente, enseñándole a acompañar su ritmo a la vez que gozaba de su aterciopelado y estrecho conducto. Poco a poco aumentó el recorrido y la velocidad, excitándola hasta que, en pleno delirio, Ruby se arqueó sacudida por violentas oleadas de placer que la arrastraron a un explosivo clímax.

Después, Raja la abrazó con fuerza mientras la atravesaban suaves ráfagas de placer.

– Siento haberte hecho daño. De haberlo sabido habría sido más cuidadoso.

Ruby, que se sentía en las nubes, lo miró con expresión extraviada.

– Quizá no habría sido tan excitante.

Riendo, Raja se levantó, se puso los calzoncillos y salió de la tienda. Ruby estaba demasiado exhausta como para plantearse qué estaría haciendo, y solo le quedó una leve inquietud por haber roto el acuerdo platónico al que habían llegado. Su excusa era que se encontraban en una situación excepcional en la que no regían las normas.

Raja entró y se arrodilló a su lado. Nada más verlo, Ruby sintió que se le contraía el vientre. Su sonrisa la dejó sin aliento. Él se inclinó y le estiró las piernas, que tenía encogidas en posición fetal.

– ¿Qué haces? -preguntó, desconcertada.

En lugar de contestar, Raja la lavó delicadamente con la toalla, que había humedecido en el agua, refrescándola y revitalizándola, y a Ruby le emocionó que fuera tan considerado.

Luego comieron algo bajo el toldo de la tienda.

– No creo que pasemos aquí mucho tiempo -dijo él-. En cuanto se anuncie que estamos casados, no tendrá sentido que nos mantengan aislados.

– ¿Y quién va a admitir que nos retiene?

– Pueden hacer llegar la información sin delatar la fuente.

Cuando Ruby se puso en pie, él la imitó y la atrajo hacia sí. Mirándola con expresión ardiente, hundió los dedos en su cabello y, haciéndole inclinar la cabeza, la besó con voracidad al tiempo que con la otra mano le pellizcaba los pezones tras retirarle el pareo. Un cosquilleo húmedo vibró entre los muslos de Ruby, que se asió a él, anhelante y enfebrecida, deseándolo aún más que la primera vez.

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