– SEGÚN Wajid, la adopción de un niño ashurí representaría una perfecta campaña de relaciones públicas -dijo Raja manteniendo la mirada al frente mientras iban al aeropuerto a media mañana del día siguiente-. La directora del orfanato está encantada con nuestra decisión porque espera que sirva como modelo y se produzcan más adopciones.
– ¡Dios mío, qué rápido has actuado! -dijo Ruby, sintiéndose culpable de que Raja hubiese dedicado su tiempo a satisfacer sus deseos.
Se había despertado antes del amanecer y había tenido que ir al cuarto de baño porque tenía náuseas. Luego había vuelto a la cama y había dormido hasta más tarde de lo habitual. En aquel momento, que se encontraba bien, se preguntó si habría sido una mera indigestión o si se trataba de un síntoma más de un posible embarazo.
¿Cuándo podría averiguar si estaba embarazada? ¿Y cómo podría lograrlo discretamente?
Al ver que la limusina entraba por la verja del orfanato, se sorprendió.
– Ceo que ha llegado el momento de que conozca a Leyla -dijo Raja a modo de explicación al darse cuenta de que le desconcertaba el cambio de itinerario-. Y supongo que querrás despedirte antes de partir.
Los Baldwin salieron a recibirlos a la puerta para expresar su agradecimiento por la generosa donación que había hecho Raja. No se lo había contado a Ruby y se mostró claramente incómodo con las demostraciones de agradecimiento de la pareja. Los acompañaron a un despacho al que luego llevaron a Leyla. En cuanto la niña vio a Ruby su rostro se iluminó y corrió hacia ella hasta que, al ver a Raja, se paró en seco. Él se puso en cuclillas y le ofreció una pelota que sacó del bolsillo y que ella tomó en su pequeña manita mientras estudiaba a Raja con suspicacia. Pero él, actuando como si acostumbrara a relacionarse con niños a diario, le habló, sonrió y bromeó hasta que la niña estalló en una carcajada y ocultó el rostro en las manos.
Ruby observó el proceso atónita.
– Se ve que tienes práctica con niños -comentó.
– Más me vale. Tengo cinco sobrinos de mis hermanas y unos treinta de mis primos -explicó él, incorporándose con Leyla en brazos, que se chupaba el dedo con ojos brillantes.
El esfuerzo que estaba haciendo y la amabilidad que desplegaba conquistó aún más el corazón de Ruby y por primera vez le dio lo mismo que hubiera abusado de su vulnerabilidad en el desierto y se diluyó su enfado.
Después de todo, ¿no había dado ella el último paso?
Por otro lado sabía bien que era un hombre práctico y con un profundo sentido del deber, leal a su país y a su familia, fiel a sus promesas y decidido a cumplir cualquier expectativa puesta en él. Y en términos básicos, lo único que había querido de ella era que estuviera dispuesta a intentar que su matrimonio funcionara.
El hombre con que el tanto se había enfadado por la frialdad con la que concebía su relación, era el mismo que en aquel momento sostenía en brazos a la niña con la que ella se había encariñado y cuya adopción Raja estaba dispuesto a considerar por su felicidad. Ningún otro hombre había dedicado una décima parte del esfuerzo que él ponía en hacerla feliz.
Aterrizar en Najar fue una experiencia muy diferente a la de llegar a Ashur. En primer lugar, el aeropuerto era grande y sofisticado. De hecho, según avanzaban por las calles de la ciudad, rodeados de los coches de escolta, Ruby contempló asombrada lo distinto que era todo a Ashur. Había rascacielos, tiendas exquisitas, mezquitas con cúpulas que parecían de oro; y todo ello formaba un conjunto ordenado y limpio, de amplias avenidas.
Contemplándolo, Ruby comprendió bien la incredulidad con la que Raja había recibido su acusación de querer apoderarse del trono de Ashur. Su país de nacimiento era el hermano pobre, muy detrás de su rico vecino en tecnología y desarrollo. El palacio, por otro lado, estaba situado en la antigua ciudadela, aislado de la moderna ciudad por un gigantesco parque público que se extendía más al á de las murallas.
Su aspecto exterior antiguo, sin embargo, no se correspondía con el interior, tal y como Ruby descubrió muy pronto al contemplar con pasmo la grandeza y opulencia de los materiales y del mobiliario que apreció nada más entrar.
Estaba pellizcando con un gesto nervioso la tela del sencillo vestido negro que llevaba, sintiendo cómo se acumulaba la tensión en su interior, cuando se abrió una puerta y apareció un grupo de mujeres que corrieron a darles una calurosa bienvenida.
Raja la tomó por el codo y la animó a dar un paso a delante.
– Os presento a Ruby.
Y esta habría querido matarlo por no haberle avisado de que las mujeres de su familia vestían de alta costura a diario. Bastaba mirarlas para sentirse el Patito Feo. Todas ellas iban vestidas como si fueran a acudir a una fiesta, con espectaculares trajes de seda y satén, complicados peinados, maquillaje, y fantásticas joyas.
Entraron en la sala de la que las mujeres acababan de salir rodeados de animación y en un continuo parloteo al que se unieron los sobrinos de Raja, mientras que los hombres, que permanecían de pie, fingían no sentir tanto interés como sus esposas por la nueva mujer de Raja.
Solo uno de ellos acudió para estrechar su mano con una formalidad que contradecía una encantadora sonrisa.
– Raja había dicho que eras aún más hermosa que en la fotografía, y tenía razón. Soy su hermano, Haroun -dijo, calurosamente.
A Ruby le halagó que Raja le dedicara piropos a su espalda, y se preguntó si no se los diría a ella por temor a que se envaneciera o porque no le parecía apropiado dentro de una relación platónica. Haroun parecía una versión menor, más joven y menos intensa de su hermano, y en pocos minutos estaba haciendo bromas políticamente incorrectas sobre Ashur.
Unos camareros uniformados sirvieron bebidas y algo de picar, y dos de las hermanas de Raja, Amineh y Hadeel, se acercaron a hablar con Ruby.
– Eres muy guapa -dijo con admiración Hadeel, una mujer alta de unos veinticinco años-. Y mucho más apropiada para mi hermano que tu difunta prima.
– ¿Ah, sí? -Ruby miró a su cuñada con curiosidad-. Nunca la conocí, así que no tengo ni idea.
– Bariah tenía treinta y siete años, y era viuda -dijo Amineh.
– Pero también era una buena mujer -se apresuró a decir Hadeel, temiendo que su hermana hubiera podido ofender a su prima.
Muy al contrario, Ruby estaba encantada con esa información, porque el que las hermanas de Raja estuvieran dispuestas a compartirla, significaba que querían establecer un vínculo con ella. Ruby ya sabía que Bariah era ocho años mayor que Raja y que había estado casada, porque Wajid se lo había contado y su orgullo le había impedido hacer más preguntas.
Además de a las hermanas de Raja, conoció a un gran número de familiares, adultos y niños. Todos ellos fueron encantadores con ella y para cuando él acudió a buscarla, disfrutaba relajadamente del encuentro.
– Mi padre evita los grandes grupos, así que está esperándonos en el salón contiguo para conocerte en privado.
El rey Ahmed tenía aspecto frágil y estaba en silla de ruedas. Tenía los ojos de Raja y el cabello blanco. Aunque apenas hablaba inglés, la calidez de su mirada y el afectuoso apretón de manos con el que la recibió, bastó para que Ruby se sintiera bienvenida a la familia. Pero lo que la sorprendió fue descubrir que Raja ya le había hablado de sus planes con Leyla. El anciano manifestó su apoyo y expresó su pesar por el daño causado a tantas familias durante la guerra.
– No sabía que habías hablado de Leyla -comentó Ruby cuando volvían a la fiesta después de la audiencia con el rey.
Raja rió.
– Hablamos todos los días por teléfono y no le habría gustado enterarse por otras fuentes.
– Me habría encantado conocer a mi padre -dijo ella con melancolía. Y sintió unas leves náuseas que la inquietaron porque le preocupaba que la asaltaran en público.
Raja se detuvo y la miró fijamente.
– Él se lo perdió, Ruby. Siento que sufrieras por la traumática separación de tus padres.
– No podía ser de otra manera después de lo que él le hizo.
– Por lo que a mí me habían contado, tu madre sabía que él podía tomar otras esposas -dijo Raja con calma-. Quizá no sabía en lo que se estaba metiendo.
– Es posible… -Ruby fijó sus grandes ojos marrones en los de él con expresión de desmayo-. Acabo de darme cuenta de que no te lo he preguntado, pero…
Raja rió y posó un dedo sobre sus labios.
– No hace falta que lo preguntes, habibi. Una esposa ha sido siempre suficiente para los hombres de mi familia; y la idea de tener más de una como tú me resulta cuando menos inquietante.
– ¿Inquietante? ¿Por qué? -preguntó Ruby. Pero en ese momento su estómago se rebeló y tuvo que acudir al servicio más próximo.
Desafortunadamente, en lugar de que el episodio pasara desapercibido, las hermanas de Raja la esperaron a la puerta para asegurarse de que estaba bien y para conducirla a los aposentos que pertenecían a Raja dentro de la fortaleza.
Contaba con personal propio, uno de cuyos miembros la acompañó a un dormitorio magníficamente decorado.
Ruby se descalzó y se echó sobre la cama. Le sirvieron una bebida que supuestamente contribuía a asentar el estómago, y tras tomarla y descansar un rato, se encontró mucho mejor, e incluso hambrienta.
Raja entró en la habitación con dos perros de caza pisándole los tobillos, y con Hermione, que saltó sobre la cama al tiempo que sus nuevos amigos se acercaban para presentarse a Ruby.
– ¡Qué preciosidad, Raja! -dijo ella, acariciándolos-. ¿Son tuyos?
– Sí. Parece que le caen bien a Hermione. ¿Cómo te encuentras?
– Muy bien -dijo ella con una sonrisa tímida-. De hecho, voy a levantarme y me gustaría tomar algo. Siento haberos preocupado.
– ¿Estás segura de que te encuentras lo bastante bien?
Ruby se levantó y riñó a Hermione por haber subido a la cama mientras que los sabuesos estaban echados junto a la puerta.
– Estoy bien, de verdad.
– Pediré algo de comer.
– ¿Tú tampoco has comido?
– Primero quería comprobar cómo estabas.
Ruby entró en el vestidor y descubrió los armarios y cajones llenos de ropa que desconocía.
– ¡Me has comprado todo un vestuario! -dijo, alzando la voz hacia Raja.
– Te pongas lo que te pongas, estarás preciosa -dijo él con voz ronca.
A Ruby le sorprendió el comentario. Se asomó al dormitorio con un camisón de seda transparente azul sobre el brazo, y descubrió a Raja cambiándose la túnica tradicional por unos vaqueros y una camisa. La elegancia de sus movimientos, la fuerza de sus músculos al contraerse, seguían dejándola sin aliento cada vez que lo miraba.
– Me voy a duchar -balbuceó.
El cuarto de baño era tan espectacular como el resto, y el chorro potente del agua le devolvió la energía. Por contraste, no pudo evitar preguntarse cómo había podido Raja soportar las incomodidades del palacio de Ashur, mucho más modesto, y su capacidad de adaptación sin emitir una sola queja contribuyó a que aumentara su admiración por él.
Cuando Ruby volvió al dormitorio, Raja estaba hablando por teléfono en árabe. Este alzó la cabeza y al verla con su pálido rostro enmarcado en su hermosos cabello rubio, y el camisón azul ajustado a la cintura y flotando alrededor de sus piernas, concluyó la conversación y guardó el teléfono.
La mirada que dedicó a Ruby hizo que esta se ruborizara, que se le endurecieron los pezones y que un pulsante calor se le asentara entre los muslos.
Raja cruzó la habitación sin apartar los ojos de los de ella y Ruby se quedó clavada al suelo. Sin mediar palabra, él le retiró el cabello hacia atrás y se inclinó para acariciar sus labios con la lengua, antes de abrírselos mientras le acariciaba el cuello y se apoderaba de su boca con una ferocidad que dejó a Ruby inerme.
Tomada por sorpresa por una pasión que Raja no intentó contener, Ruby echó la cabeza hacia atrás y al mirarlo a través de las pestañas se encontró con su ardiente mirada devorándola. Con un solo beso había conseguido prender una luz en su interior que irradiaba un resplandor cálido y envolvente.
– Te deseo tanto que ardo por ti -dijo él en un ronco susurro.
Ruby tembló al sentir que se humedecía y que el núcleo de su feminidad palpitaba. Estaba tan turbada que su garganta no lograba articular ningún sonido reconocible.
Pero no tenía ni la menor duda de lo que quería que sucediera a continuación. Sin que les diera una orden, sus manos se alzaron y empezaron a desabrochar la camisa de Raja. Los labios de este se extendieron en una sonrisa sensual y volvió a agacharse para besarla sensualmente.
– Voy a hacer que sea maravilloso para ti, aziz -dijo en un tono que hizo estremecer de placer anticipado a Ruby.
Las rodillas le flaquearon ante la certeza de que cumpliría su promesa. Sabía que le haría perder la cabeza y estaba deseándolo. Hipnotizada por la cruda sensualidad que desplegaba Raja, se alzó de puntillas para acariciarle el rostro y trazar la línea de sus angulosos pómulos y de sus preciosos y perfilados labios.
Él volvió a capturar su boca a la vez que escapaba de su garganta un gemido ahogado. La caricia de Ruby pareció liberar en él una pasión primaria, libre de todo autocontrol y Raja le quitó el camisón y la empujó sobre la cama antes de quitarse la camisa y echarse a su lado.
Contemplándola con la respiración entrecortada, susurró:
– No sé cómo he podido reprimir el impulso de tocarte. Ha sido una tortura.
Ruby se incorporó sobre los codos. Se sentía maravillosamente irresistible, y con ojos brillantes, se inclinó para bajarle la cremallera de los pantalones. El volumen que causaba su erección, complicó el gesto y Ruby rio al necesitar que él la ayudara. Entonces él le presionó a mano contra su sexo y la prueba de su deseo incrementó la excitación de Ruby que, agachándose, lo tomó en su boca, dejando que su cabello le acariciara los muslos.
Observándola, Raja gimió por la intensidad del placer y hundió los dedos en su cabello, apartándole la cabeza cuando estaba llegando al límite.
– ¿Raja? -dijo ella, desconcertada.
– Quiero entrar en ti -dijo él con voz ronca-. Y una vez no va a ser suficiente.
Temblorosa como respuesta a la tensa presión que le palpitaba en el interior, Ruby dejó que la moviera. Su cuerpo estaba listo y preparado, tan anhelante y ansioso que casi le daba miedo.
Raja la penetró de un solo y decidido movimiento, adentrándose en ella con una fuerza y una energía que estuvo a punto de hacerla desmayarse de placer. Gimió y jadeó cuando él le levantó las piernas sobre sus hombros y se meció en su interior de seda una y otra vez.
Una excitación incontrolable la poseyó mientras la conducía a un clímax delirante. En el momento álgido, perdió el control, sacudiéndose y retorciéndose con una satisfacción libre de todo control, con violentos espasmos que la sacudieron en sucesivas oleadas. Cuando terminó, Raja la abrazó contra sí sin dejar de susurrarle en su lengua, acariciándole el rostro con los dedos y la mirada.
No cenaron hasta medianoche.
Ruby se despertó de madrugada sintiendo náuseas una vez más y Raja insistió en que fuera a ver al médico por temor a que tuviera gastroenteritis. Mientras Ruby yacía intentando controlar las ganas de devolver, él se ocupó de concertar una cita y fue a vestirse.
Una hora y media más tarde, la pregunta que Ruby llevado haciéndose desde hacía días, obtuvo respuesta.
– Enhorabuena -dijo la doctora Sema Mansour con una amplia sonrisa-. Me siento honrada de darle una noticia tan importante.
Ruby hizo tal esfuerzo por sonreír que le dolieron los músculos del rostro.
– Por favor, no se lo diga a nadie -suplicó, aunque sabía perfectamente que sería un secreto difícil del guardar.
– Claro que no. Es un asunto confidencial.
Tomando su maletín, la médico que había recomendado la princesa Hadeel, se fue.
Una sirvienta sirvió a Ruby el desayuno en la cama y le ahuecó las almohadas para que estuviera cómoda.
Mientras mordisqueaba una tostada con desgana, Ruby se preguntó cómo recibiría Raja la noticia. La noche anterior habían hecho el amor y el grado de deseo que inspiraba a su marido le había hecho sentir exultante.
Pero nunca habían hablado de formar una familia, aunque Raja estuviera dispuesto a secundarla en su deseo de adoptar a Leyla.
Ruby había asumido que algún día querría tener hijos, pero hasta conocer a Leyla no había sentido la llamada de la Naturaleza. La niña le había robado el corazón, despertando un impulso maternal en ella que la había tomado por sorpresa.
Y en aquel momento, llevaba en su seno el bebé de Raja. Había sido rápido, aunque tenía que admitir, con cierto rubor, que los días en el desierto habían sido muy activos y se habían comportado como dos adictos al sexo.
Con una mueca de preocupación, se preguntó qué pasaría, pues era consciente de que la existencia de un heredero al trono lo cambiaba todo.
En poco tiempo, Ruby había estado dispuesta a olvidar el divorcio y su libertad si con ello conseguía adoptar a Leyla. Aun así, había confiado en que en unos diez años, Raja y ella pudieran llegar a un acuerdo que les permitiera seguir con sus vidas sin que sus respectivos países se vieran afectados.
Pero la irrupción de un segundo hijo en la ecuación la obligaba a mantener una actitud más práctica. Tenía que plantearse si estaba dispuesta a someter a Leyla y a su futuro hijo o hija a la experiencia de un hogar roto tan solo porque ansiaba que su marido la amara como ella lo amaba a él. Los niños deseaban que sus padres vivieran juntos. Y ella tenía la oportunidad de tomar decisiones que afectaran positivamente a sus hijos.
Raja apareció en la puerta con gesto expectante y preocupado. Al verla comer, el rictus de sus labios se relajó.
– Supongo que solo ha sido un mal de estómago por comer alimentos a los que no estás acostumbrada. Debía pedirle al cocinero que prepare comida inglesa.
– No, lo que necesitamos es usar mejores anticonceptivos -explicó Ruby, dando unos sorbos al té sin apartar la mirada de su marido.
Raja arqueó las cejas con expresión desconcertada.
– ¿Mejores anticonceptivos? -repitió.
– No usamos nada en el desierto -dijo Ruby con un suspiro, pensando que entre las náuseas y la tensión de los pechos, estar embarazada no le estaba resultando nada divertido.
Raja se quedó mirándola fijamente mientras su mente se aceleraba.
– ¿Estás…? -preguntó finalmente con voz temblorosa-. ¿Estás embarazada?
– Así, es. Enhorabuena, eres un semental -dijo ella en un tono que no invitaba al entusiasmo.
Raja pareció no reaccionar. La noticia le había dejado la mente en blanco.
– Me siento idiota. La verdad es que no me había planteado que pudiera pasar.
– Yo tampoco. Al menos hasta después de hacerlo -dijo Ruby.
– Debías haberme dicho que lo sospechabas. No puedo creer que haya pasado por alto que cupiera la posibilidad -dijo Raja en tono solemne.
– Eso es poco propio de ti -dijo Ruby, que lo tenía por un hombre que siempre lo planeaba todo-. En un principio he llegado a pensar que dejarme embarazada podía ser parte de un plan para dificultar que te pidiera el divorcio.
– Jamás querría que una mujer tuviera un hijo mío sin desearlo -replicó Raja al instante, pasándose los dedos por el cabello con impaciencia-. No soy Maquiavelo. El deseo que despiertas en mí es muy fuerte y he actuado siempre por razones puramente instintivas.
A Ruby le perturbaba no llegar a darse cuenta de qué emociones despertaba en Raja saber que estaba embarazada. Inicialmente, había asumido que le agradaría y por eso se lo había contado sin ninguna solemnidad, pero ni su rostro ni su actitud le daban pistas de lo que sentía.
– Seguro que Wajid va a estar encantado -continuó en tono de broma.
– Mientras que imagino que tú te sientes aún más atrapada que antes -dijo Raja, apretando los dientes-. Sé que querías ofrecer a Leyla un hogar, pero eres muy joven para asumir la responsabilidad de la maternidad.
– Raja, en mi colegio algunas chicas se quedaban embarazadas a los catorce años. Con veintiún años me considero lo bastante madura, o no habría sugerido adoptar a Leyla -dijo Ruby, sintiéndose ofendida y preguntándose si la consideraba inmadura.
Raja fue hasta la ventana y contempló el jardín con expresión tensa.
– Comprendo cómo debes sentirte con todos los cambios que están produciéndose en tu vida. Sé sincera contigo misma y conmigo.
Ruby se irguió, alerta.
– ¿Qué quieres decir? ¿Y cómo te sientes tú?
– Cuando supe que parte del tratado de paz exigía que me casara me sentí atrapado -admitió súbitamente-. No quería casarme con una mujer a la que no había elegido yo mismo. Mi padre me recordó que él ni siquiera conocía a su mujer antes de casarse, pero tal y como le dije, él había sido educado y había crecido en un mundo en el que eso era lo normal. Yo jamás había esperado que me concertaran un matrimonio, pero tuve que aceptarlo.
Con aquella inesperada confesión, Ruby sintió que le clavaba un cuchillo en el corazón. Hasta entonces siempre había pensado que ella era la víctima, pero nunca había considerado la posibilidad de que él se hubiera resistido a aceptar una mujer que no quería. «No quería casarme con una mujer a la que no había elegido yo mismo». Aquel a frase resumía todo lo que necesitaba saber.
En el fondo, todo el tiempo habían tenido mucho más en común de lo que ella había estado dispuesta a admitir. Era comprensible que Raja no hubiera compartido con ella sus propias dudas. Pero a pesar de las dudas que hubiera tenido, desde un principio se había intentado adaptar a su nueva posición y a las responsabilidades que su nueva vida exigía de ella, que, por otro lado, era mucho más interesante que la que había dejado atrás en Inglaterra.
Paradójicamente, le había dolido que su marido dijera que él también se había sentido atrapado al tener que casarse con ella. Era desafortunado averiguarlo en el preciso momento en que descubría que estaba esperando un hijo suyo. Pero quizá estaba siendo injusta con él, se dijo, intentando no reaccionar con el tipo de dramatismo del que Raja había acusado a su primer amor. Después de todo, ¿qué entusiasmo podía esperar de él por tener un hijo con una mujer a la que no amaba y que sería un eslabón más en la cadena que lo ataba a ella?
Raja se sentó en la cama y le tomó la mano.
– Tendremos dos hijos y formaremos una familia incluso antes de haber aprendido a ser una pareja.
– ¿Lo habías planeado de otra manera? -preguntó Ruby.
– Entre nosotros nada parece pasar de acuerdo a lo planeado, y quién dice que esto no sea lo mejor que podía habernos pasado -dijo él en actitud reflexiva, como si intentara convencerla-. Yo estoy acostumbrado a los cambios y sabré encajarlo, pero tú has sufrido muchas transformaciones en un breve espacio de tiempo, y comprendo que quedarte embarazada te resulte un exceso.
Ruby lo miró atónita.
– Yo…
– Sé que es culpa mía y que debía haber sido más cuidadoso -Raja suspiró-. Ya tenías bastante, sin necesidad de tener que asumir esta responsabilidad.
– Todavía no me has dicho qué sientes. ¿Te alegras de ir a tener un hijo? -preguntó Ruby, ansiosa.
Raja la miró con incredulidad.
– Por supuesto que deseo ese hijo, pero no a costa de tu salud física o emocional.
– Voy a estar perfectamente -dijo Ruby, desilusionada porque no hiciera un comentario algo más personal-. Pero dudo que esos vestidos tan bonitos que me has comprado vayan a servirme en los próximos meses.
– No pasa nada. Me encanta comprarte cosas -dijo Raja, acariciándole el interior de la muñeca-. Quiero que pases los próximos días descansando y acostumbrándote a tu nuevo estado.
Ruby sonrió con picardía.
– Entonces, ¿ya no va a haber más sesiones nocturnas de sexo?
El tono oscuro de la piel de Raja se intensificó al tiempo que esbozaba una sonrisa de complicidad.
– Oh, Ruby… -musitó, a la vez que la estrechaba en sus brazos y le daba uno de aquellos besos que la derretían.
Sintiéndose osada, Ruby retiró la sábana.
– Podrías descansar conmigo -lo invitó.
– Tengo que estar en una reunión en el otro extremo de la ciudad en menos de un cuarto de hora -dijo él, dándole un segundo beso. Y mirándola después fijamente, se puso en pie a regañadientes y se ajustó los pantalones para acomodar la inmediata respuesta de su cuerpo a Ruby-. Eres una tentación constante. Nos veremos por la tarde y repasaremos los papeles que debemos rellenar para solicitar la adopción de Leyla.
Ruby se consoló pensando que al menos su marido la encontraba muy atractiva. Y aunque solo se tratara de lascivia, había muchas parejas que compartían incluso menos que eso. Raja se había tomado la noticia con el mismo sentido de la responsabilidad con el que reaccionaba ante todo en la vida. No tenía sentido lamentarse por lo que no tenían en lugar de concentrarse en lo que sí. Y siempre cabía la posibilidad de que Raja llegara a quererla por puro hábito. ¿Qué tenía eso de malo? ¿Necesitaba poesía y hacer manitas? Habría sido mucho peor enamorarse de un hombre que perteneciera a otra mujer. Al menos estaba casada con un hombre espectacularmente guapo y sexy, ¿cómo era posible que sintiera lástima de sí misma?
Estaba adormeciéndose cuando oyó sonar un teléfono móvil. Con un gruñido alzó la cabeza y al ver la luz de la pantalla de un teléfono oculto entre los pliegues del edredón, imaginó que se le había caído a Raja al besarla.
Ruby lo tomó y de inmediato vio la fotografía de una preciosa rubia.
Eso bastó para que, sin el menor sentimiento de culpa, Ruby averiguara que alguien llamado Chloe le había enviado numerosos mensajes muy sugerentes. Una mujer que obviamente debía ser su amante y con la que habría compartido mucha más intimidad que con ella. Ruby releyó los textos horrorizada. Los mensajes habían sido enviados después de casados. Ruby revisó los mensajes salientes y comprobó que si Raja los había contestado, se había ocupado de borrarlos.
La cuestión era quién era Chloe y qué iba a hacer ella al respecto. ¿Se trataría de su última novia? ¿Por qué no le había exigido que dejara de importunarlo? ¿Por qué no había dado la relación por terminada si había prometido serle fiel mientras estuvieran casados?
De pronto la calma inicial con la que Ruby había reaccionado al ver la llamada empezó a resquebrajarse como si se tratara de un volcán a punto de estallar.