– NO DEBERÍAMOS hacer esto! -dijo Ruby, jadeante, en un último intento por retener el control y no dejarse arrastrar por la atracción magnética que Raja ejercía sobre ella.
Él, que ya le había quitado los pantalones del pijama, giró las caderas para hacerle sentir su firme erección contra el estómago. Ruby se estremeció y puso toda su voluntad en el intento de resistirse, pero el deseo se había adueñado de ella con la fuerza de una adicción.
– ¡No debes dejarme embarazada! -exclamó en cambio, asustada al pensar en las consecuencias que esa circunstancia podría acarrear, que ni siquiera era capaz de imaginar.
Él le alzó las caderas y susurró:
– En el desierto no tomamos precauciones.
– Pero no debemos arriesgarnos. Tomo la píldora, pero me he saltado algunos días, así que debo ser extremadamente precavida.
A Raja le resultó irónico que el embarazo que a ella tanto le atemorizaba sería motivo de júbilo en ambos países, pero al contrario de lo que sucedía habitualmente, en aquel momento quiso pensar en el presente y no en su responsabilidad como gobernante. Mirando su hermoso rostro, se dio cuenta de que estaba dispuesto a lo que fuera para contentarla.
– No te preocupes. Me protegeré.
– No podemos ser amantes. Es indecente…
– Me gusta lo indecente -dijo Raja con picardía al tiempo que le recorría el muslo lentamente con los dedos.
Y para acallar la contradicción en la que intuía que Ruby se debatía, la besó sensualmente, trazando su labio superior con la lengua antes de meterla en su boca, al tiempo que con el pulgar acariciaba la parte más sensible de todo su cuerpo, con una maestría que le hizo retorcerse y gemir en respuesta.
Antes de que tuviera tiempo de recuperar el aliento, Raja se inclinó hacia la mesilla, abrió un paquete de papel de plata y sacó un preservativo. El corazón de Ruby se aceleró hasta que llegó a creer que se le escaparía del pecho, pero se prohibió pensar en lo que estaba haciendo.
Sabía que estaba actuando en contra de todos los principios por los que se había regido siempre, pero también que nunca había deseado nada tanto como deseaba a Raja en aquel instante. Por eso se avergonzaba de sí misma, de que su desbocado y ardiente deseo le nublara la mente y esclavizara su cuerpo.
Raja se adentró en ella con un lento y decidido empuje, acariciándola por dentro con su sexo. La sensación fue tan maravillosa que Ruby gritó y sus músculos se contrajeron para abrazarlo.
Al borde del placer extremo, Raja se estremeció violentamente, sintiendo un hambre tan devoradora como la que ella experimentaba.
– Nunca he sentido nada igual… -le confesó.
Ruby habría querido decir que ella tampoco, pero no pudo articular palabra. Sus cuerpos se movían al unísono; con cada leve cambio de su poderoso miembro, lograba que la espiral de placer ascendiera hasta casi ahogarla.
Raja salió casi por completo de ella antes de penetrarla profundamente y empezar a mecerse a una velocidad creciente que le hizo arquearse y gemir frenéticamente, indefensa ante el embate de las exquisitas sensaciones que le provocaba. El clímax la alcanzó como una fuerza incontenible que la hizo estallar en miles de fragmentos antes de devolverla al planeta Tierra. Un último grito escapó de su garganta al sentir la violenta liberación de Raja, que la meció en una renovada oleada de exquisitas sensaciones.
Raja se separó nos centímetros para mirarla, se inclinó y la besó en la mejilla.
– Eres increíble -dijo, jadeante.
– ¿Qué hemos hecho? -se lamentó Ruby, sintiendo su orgullo herido por haber cedido a sus instintos por primera vez en su vida.
Raja rió y le explicó en términos extremadamente gráficos lo que acababan de hacer.
– No tiene gracia -dijo ella, golpeándole con el puño.
– Eres mi esposa. Nos deseamos y el sexo ha sido fantástico, ¿cuál es el problema? -preguntó él sonriente y desconcertado por la facilidad con la que Ruby despertaba su buen humor.
A Ruby le desconcertó comprobar que estaba en un estado de ánimo completamente distinto al de ella.
– No es tan sencillo. Llegamos a un acuerdo…
– Un estúpido acuerdo destinado a fracasar desde el primer momento -la cortó Raja como si en su mente no cupiera la menor duda-. ¿Cómo íbamos a vivir juntos y no sucumbir a la atracción que sentimos el uno por el otro?
Indignada con aquella afirmación, Ruby se revolvió para liberarse de sus brazos y rodó al lado opuesto de la cama.
– No fue eso lo que me dijiste en el momento.
Raja la miró con impaciencia.
– No tenía opción. Debía conseguir que accedieras a casarte conmigo.
– ¿Cómo que «debías conseguir»? -apuntó Ruby en tensión.
Consciente de que estaba decidida a montar una escena, Raja se retiró el cabello que le caía sobre la frente y la miró con desaprobación.
– No seas ingenua, Ruby. Con esta boda hemos logrado que la guerra terminara, además de sentar las bases para la futura paz entre los dos países. Para mí no hay nada más importante y nunca he fingido que lo hubiera. Sacrificamos nuestra libertad personal en aras de un bien superior.
Aquel discurso, expresado en un tono desapasionado y carente de toda emoción, dejó a Ruby helada. Con él Raja hizo añicos cualquier fantasía que hubiera podido albergar de que su relación fuera algo más que un asunto de Estado.
Quizá el error era solo suyo, puesto que él en ningún momento había dicho lo contrario. La cuestión era, ¿desde cuándo había confiado ella en elevarlo a otra categoría?
Saliendo de la cama para evitar pensar en lo que acababa de pasar en ella, se puso la bata y se cruzó de brazos mientras se decía que actuaría con la misma frialdad y lógica que él desplegaba.
– ¿Qué has querido decir al describir nuestro acuerdo como estúpido?
– A que los dos éramos conscientes de que nos gustábamos.
– Entonces ni siquiera lo mencionaste -protestó Ruby.
– A veces eres de una ingenuidad asombrosa -dijo él con un suspiro al tiempo que reposaba su magnífico cuerpo sobre las almohadas en actitud relajada-. ¿Por qué crees que fui a conocerte a Inglaterra? Mi trabajo era convencerte lo antes posible de que aceptaras casarte conmigo y ocupar tu puesto en la familia real de Ashur.
– ¿Cómo que tu trabajo?
– No hay nada emocional en alcanzar un tratado de paz, Ruby, sino mucho sentido práctico. Habría hecho lo que hiciera falta para convencerte.
Horrorizada con la frialdad en la que Raja se expresaba, Ruby preguntó.
– ¿Quieres decir que en el desierto planeaste seducirme?
– No puedo negar que te deseaba enormemente -dijo Raja con ojos chispeantes.
– La pregunta es si seducirme formaba parte de tus obligaciones.
Raja la miró con gesto de incomprensión.
– No sé a qué te refieres.
– ¡No finjas que tu inglés no es lo bastante bueno porque es tan bueno como el mío! -gritó ella.
Raja cambió de postura con parsimonia, como un felino acomodándose antes de atacar.
– ¿Es eso lo que estoy haciendo? -preguntó, fingiendo inocencia.
Su actitud agravó la rabia que sentía Ruby.
– Deja que lo exprese con claridad: ¿te quitaste el otro día los calzoncillos y te acostaste conmigo por el bien de tu querido país?
Consciente de que sería como aplicar una llama a un escape de gas, Raja contuvo la carcajada que brotó de su garganta.
– Estoy dispuesto a admitir que nunca tuve la intención de aceptar que nuestro matrimonio no se consumara. Quería que fuera un matrimonio de verdad desde el mismo día de la boda.
La crudeza con la que Raja se expresó sacudió a Ruby de arriba abajo.
– Así que me engañaste.
– No me dejaste otra salida. Un divorcio representaría un desastre económico y político. Las buenas relaciones establecidas por la boda se transformarían en animadversión entre los dos países. ¿Y cómo podría gobernar Ashur sin una princesa nacional a mi lado? -dijo Raja bruscamente-. Tu gente no me aceptaría como gobernante.
Desafortunadamente para él, Ruby no estaba en disposición de compadecerse de él. Una combinación de profundo dolor y humillación la asfixiaban.
– Me engañaste -repitió con amargura-. Confié en ti y tú me engañaste.
– Siempre supe que haría lo que fuera necesario para hacerte feliz -dijo Raja entre dientes, con un reflejo de irritación e incomodidad en los ojos que indicaba que era consciente de no haber sido tan honesto con ella como se merecía o como le hubiera gustado-. Esa es la única justificación que puedo ofrecer para mi comportamiento.
– Pero si lo que me hace feliz es el divorcio, no piensas ponérmelo fácil -dijo Ruby, palideciendo. Dio media vuelta y añadió-: Voy a dormir al sofá.
Cuando la puerta se cerró a su espalda, Raja emitió un juramento. Le había hecho daño a pesar de que no lo había pretendido, y se sentía tan frustrado que le habría gustado gritar y golpear las paredes con los puños. Pero la disciplina de toda una vida lo contuvo, obligándolo a detenerse y reflexionar.
Continuar la discusión tal alterados como estaban solo habría servido para empeorar la situación. Podía haberle mentido, pero había creído que la mujer con la que se había casado merecía saber la verdad. Irónicamente, Raja creía saber lo que su esposa quería de él porque había asumido que era lo mismo que todas las mujeres con las que había estado hasta entonces: devoción y promesas vacías de amor eterno.
Raja había aprendido muy joven a no comprometerse con ese tipo de mujeres y a relacionarse con aquellas que, como su amante, Chloe, actuaban movidas por la avaricia y el egoísmo.
Por el contrario, Ruby era muy emocional e iba a exigirle más cosas de las que él estaba dispuesto a darle, y que acabarían por hacerle sentir incómodo.
Pensó en sus años de universidad y en la única vez en su vida en que había estado verdaderamente enamorado.
Como entonces, Ruby le pediría romanticismo, una atención constante y le amenazaría con suicidarse si alguna vez miraba a otra mujer. Raja se estremeció con el recuerdo. Él no estaba dispuesto a ser el perrito faldero de ninguna mujer y aunque su padre fuera un apreciado poeta en Najar, él secretamente odiaba la poesía.
Volvió a gemir de frustración. ¿Por qué las mujeres eran tan difíciles y tan exigentes? Ruby era hermosa y divertida, y el sexo con ella era fantástico. A él eso le bastaba y era una base sólida para un matrimonio entre desconocidos.
Por su parte, estaba más que satisfecho. ¿Por qué ella no lo estaba? ¿Cómo la convencería de que su visión era la más sensata?
En el sofá, Ruby cambiaba de postura una y otra vez, sin lograr dar crédito a que Raja la hubiera mentido y que desde un principio hubiera sabido que no aceptaría una relación platónica entre ellos. Por eso había aprovechado la primera oportunidad para atacarla… Aunque si era sincera consigo misma, era ella quien lo había buscado, quien se había dejado arrastrar por la tórrida pasión que despertaba en ella su magnífico cuerpo.
Eso era todo: lascivia, Y se había dejado dominar por ella sin apenas ofrecer resistencia. Por mucho que quisiera culpar a las circunstancias de lo ocurrido, no podía cerrar los ojos a la verdad. Sabía con toda certeza que de no haber encontrado a Raja al-Somari irresistible, no habría pasado nada entre ellos por muy angustiada que hubiera estado por el secuestro.
Pero aparentemente, Raja le había hecho el amor por razones mucho más prosaicas que el deseo. Había querido con ello consumar el matrimonio y asegurarse de que no rompería la relación. Incluso cabía la posibilidad de que hubiera querido seducirla por el mero hecho de que hubiera desafiado sus deseos y expectativas. ¿Cuántas mujeres lo habrían rechazado a pesar de su belleza y su riqueza? ¿Se habría convertido con ello en un reto irresistible?
Los ojos le picaban por las lágrimas que rodaban por sus mejillas y que la humillación había hecho brotar. Nunca había podido adivinar lo que pensaba Raja, pero la pelea de aquella noche había sido toda una lección. Hasta entonces había sido un completo misterio y se había sentido peligrosamente fascinada por él.
Quizá hacía tiempo que necesitaba encontrar un hombre que la afectara más que ella a él. ¿Habría llegado a envanecerse por ello? ¿Habría llegado a creer que ningún hombre podría hacerle daño o engañarla? Había asumido que podría ser quien marcara la pauta con Raja, pero este acababa de demostrarle que se equivocaba. El hombre con el que había cometido el error de casarse era mucho más frío, astuto y cruel de lo que ella pudiera llegar a ser nunca. La había manipulado para que hiciera lo que quería y en el proceso había hecho añicos su orgullo.
Hermione protegía el sueño de Ruby cuando Raja entró en la sala poco después de amanecer. Recibió un mordisco antes de lograr controlar a la pequeña fiera y sacarla de la suite a la vez que ordenaba a los guardas que se ocuparan de ella. Luego volvió al interior para contemplar a su mujer mientras dormía. Ni siquiera llegaba a ocupar todo el sofá y parecía extremadamente joven.
Bajo la despeinada melena rubia, solo su perfil era visible y al ver en sus mejillas el rastro de lágrimas, Raja dejó escapar una maldición y se sintió culpable.
Había actuado mal, terriblemente mal. Debía haber mantenido la boca cerrada. Por más que mentir no le resultara sencillo, diciendo la verdad había hecho mucho más daño a Ruby. De alguna manera tenía que repararlo y conseguir que su matrimonio funcionara. Con tan escasa experiencia en el terreno matrimonial y solo una larga lista de amantes sin escrúpulos en las que basarse, Raja no tenía ni idea de cómo hacer feliz a una mujer, y menos a una mujer tan inusual como Ruby.
Lo menos que podía hacer era disculparse aunque no hubiera hecho nada que no debiera, pero suponía que a ojos de Ruby era culpable y por el bien de las relaciones maritales asumía que debía responder adecuadamente.
También le compraría algún regalo. ¿Flores? La idea le dilató las aletas de la nariz y contrajo su rostro en una mueca de desagrado. Las flores tenían para él el mismo efecto que la poesía. ¿Unos diamantes? No conocía ninguna mujer que no se derritiera al recibirlos…