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Volvía visitar a don Juan el 30 de mayo de 1969, y de buenas a primeras le dije que deseaba hacer un nuevo intento por "ver". Meneó la cabeza negativamente y rió, y me sentí impelido a protestar. Me dijo que yo debía ser paciente y que el tiempo no era propicio, pero yo insistí obstinadamente en que me hallaba preparado.

No pareció molestarse con mi insistencia. Sin embargo, trató de cambiar el tema. No cedí, y le pedí consejo acerca de cómo superar mi impaciencia.

– Debes actuar como guerrero -dijo.

– ¿Cómo?

– Uno aprende a actuar como guerrero actuando, no hablando.

– Dijo usted que un guerrero piensa en su muerte. Yo hago eso todo el tiempo; por lo visto no es suficiente.

Pareció tener un estallido de impaciencia e hizo con los labios un sonido chasquearte. Le dije que no era mi intención hacerlo enojar, y que si no me necesitaba allí en su casa, estaba dispuesto a regresar a Los Ángeles. Don Juan me dio palmaditas en la espalda y dijo que jamás se enojaba conmigo; sencillamente, había supuesto que yo sabía lo que significaba ser un guerrero.

– ¿Qué puedo hacer para vivir como un guerrero? -pregunté.

Se quitó el sombrero y se rascó las sienes. Me miró con fijeza y sonrió.

– Te gusta que todo te lo deletreen, ¿verdad?

– Mi mente trabaja en esa forma.

– No hay necesidad de ser así.

– No sé cómo cambiar. Por eso le pido que me diga exactamente qué hacer para vivir como guerrero; si lo supiera, podría hallar un modo de adaptarme a ello.

Debe de haber pensado que mis frases eran humorísticas; me palmeó la espalda mientras reía.

Tuve la impresión de que en cualquier momento me pediría marcharme, de modo que rápidamente tomé asiento en mi petate, frente a él, y empecé a hacerle más preguntas. Quise saber por qué tenía que esperar.

Me explicó que si yo trataba de "ver" a lo loco, antes de "sanar las heridas" que recibí luchando contra el guardián, lo más probable era que volviese a encontrarme con el guardián aunque no anduviera buscándolo. Don Juan me aseguró que nadie en esa posición podría sobrevivir tal encuentro.

– Debes olvidar por completo al guardián antes de embarcarte nuevamente en la empresa de ver -dijo.

– ¿Cómo es posible olvidar al guardián?

– Un guerrero tiene que usar su voluntad y su paciencia para olvidar. De hecho, un guerrero no tiene más que su voluntad y su paciencia, y con ellas construye todo lo que quiere.

– Pero yo no soy un guerrero.

– Has empezado a aprender las brujerías. Ya no te queda más tiempo para retiradas ni para lamentos. Sólo tienes tiempo para vivir como un guerrero y trabajar por la paciencia y la voluntad, quieras o no quieras.

– ¿Cómo trabaja un guerrero por ellas?

Don Juan meditó largo rato antes de responder.

– Creo que no hay manera de hablar de eso -dijo por fin-. Y menos de la voluntad. La voluntad es algo muy especial. Ocurre misteriosamente. No hay en realidad manera de decir cómo la usa uno, excepto que los resultados de usar la voluntad son asombrosos. Acaso lo primero que se debe hacer es saber que uno puede desarrollar la voluntad. Un guerrero lo sabe y se pone a esperar. Tu error es no saber que estás esperando a tu voluntad.

"Mi benefactor decía que un guerrero sabe que espera y sabe lo que espera. En tu caso, tú sabes que esperas. Llevas años aquí conmigo, pero no sabes qué estás esperando. Es muy difícil, si no imposible, que el hombre común y corriente sepa lo que está esperando. Pero un guerrero no tiene problemas; sabe que está esperando a su voluntad."

– ¿Qué es exactamente la voluntad? ¿Es determinación, como la determinación de su nieto Lucio de tener una motocicleta?

– No -dijo don Juan suavemente, y soltó una risita-. Eso no es voluntad. Lucio nada más se entrega. La voluntad es otra cosa, algo muy claro y poderoso que dirige nuestros actos. La voluntad es algo que un hombre usa, por ejemplo, para ganar una batalla que, según todos los cálculos, debería perder.

– Entonces la voluntad debe ser lo que llamamos valor -dije.

– No. El valor es otra cosa. Los hombres valientes son hombres dignos de confianza, hombres nobles perennemente rodeados de gente que se congrega en torno suyo y los admira; pero muy pocos hombres valientes tienen voluntad. Por lo general son hombres sin miedo, dados a hacer acciones temerarias de sentido común; casi siempre, un hombre valiente es también temible y temido. La voluntad, en cambio, tiene que ver con hazañas asombrosas que desafían nuestro sentido común.

– ¿Es la voluntad el dominio que podemos tener sobre nosotros mismos? -pregunté.

– Se puede decir que es una especie de dominio.

– ¿Cree usted que yo pueda ejercitar mi voluntad, por ejemplo, negándome ciertas cosas?

– ¿Como el hacer preguntas? -interpuso.

Lo dijo en un tono tan malicioso que tuve que dejar de escribir para mirarlo. Ambos reímos.

– No -dijo-. Negarte es una entrega, y no recomiendo ninguna cosa por el estilo. Ese es el motivo de que te deje hacer todas las preguntas que quieres. Si te forzara a parar de preguntar, podrías torcer tu voluntad tratando de obedecer. Entregarse a la negación es el peor de todos los modos de entrega; nos fuerza a creer que estamos haciendo cosas buenas, cuando en efecto sólo estamos fijos dentro de nosotros mismos. Dejar de hacer preguntas no es la voluntad de la que te hablo. La voluntad es un poder. Y como es un poder, tiene que ser controlado y afinado, y eso toma tiempo. Lo sé y soy paciente contigo. A tu edad, yo era igual de impulsivo. Pero he cambiado. Nuestra voluntad opera a pesar de nuestra indulgencia. Por ejemplo, tu voluntad ya está abriendo tu boquete, poco a poco.

– ¿De qué boquete habla usted?

– Hay en nosotros una abertura; como la parte blanda de la cabeza de un niño, que se cierra con la edad, esta abertura se abre conforme uno desarrolla su voluntad.

– ¿Dónde está?

– En el sitio de tus fibras luminosas -dijo, señalando su área abdominal.

– ¿Cómo es? ¿Para qué es?

– Es una abertura. Da un espacio para que la voluntad se dispare, como una flecha.

– ¿Es la voluntad un objeto? ¿O es como un objeto?

– No. Sólo dije eso para hacerte entender. Lo que un brujo llama voluntad es un poder dentro de nosotros. No es un pensamiento, ni un objeto, ni un deseo. Dejar de preguntar no es voluntad porque requiere pensamiento y deseo.

La voluntad es lo que puede darte el triunfo cuando tus pensamientos te dicen que estás derrotado. La voluntad es lo que te hace invulnerable. La voluntad es lo que manda a un brujo a través de una pared; a través del espacio; a la luna, si él lo quiere.

No había nada más que yo deseara preguntar. Estaba cansado y algo tenso. Temía que don Juan fuera a pedirme que me marchara, y eso me molestaba.

– Vamos a los cerros -dijo abruptamente, y se puso de pie.

En el camino, empezó nuevamente a hablar de la voluntad, y rió de mi desaliento por no poder tomar notas.

Describió la voluntad como una fuerza que era la verdadera liga entre los hombres y el mundo. Tuvo buen cuidado de establecer que el mundo era lo que percibimos, en cualquier manera que podemos elegir percibirlo. Don Juan sostenía que "percibir el mundo" involucra un proceso de aprehender lo que se presenta ante nosotros. Esta "percepción" particular se lleva a cabo con nuestros sentidos y nuestra voluntad.

Le pregunté si la voluntad era un sexto sentido. Dijo que más bien era una relación entre nosotros mismos y el mundo percibido.

Sugerí que nos detuviéramos para que yo pudiese tomar notas. El rió y siguió caminando.

No me hizo marcharme aquella noche, y al día siguiente, después del desayuno, él mismo trajo a colación el tema de la voluntad.

– Lo que tú llamas voluntad es carácter y disposición fuerte -dijo-. Lo que un brujo llama voluntad es una fuerza que viene de dentro y se prende al mundo de fuera. Sale por la barriga, por aquí, donde están las fibras luminosas -se frotó el ombligo para señalar la zona-. Digo que sale por aquí porque uno lo siente salir.

– ¿Por qué lo llama usted voluntad?

– Yo no lo llamo nada. Mi benefactor lo llamaba voluntad, y otros hombres de conocimiento lo llaman voluntad.

– Ayer dijo usted que uno puede percibir el mundo con los sentidos así como con la voluntad. ¿Cómo puede ser posible eso?

– Un hombre común nada más agarra las cosas del mundo con las manos, o los ojos, o los oídos, pero un brujo también las agarra con la nariz, o la lengua, o la voluntad, sobre todo con la voluntad. No puedo describir realmente cómo se hace, pero tú mismo, por ejemplo, no puedes describirme cómo oyes. Lo que sucede es que yo también puedo oír, de modo que podemos hablar de lo que oímos, pero no de cómo oímos. Un brujo usa su voluntad para percibir el mundo. Pero no es como percibirlo con el oído. Cuando miramos el mundo o cuando lo oímos, tenemos la impresión de que está allí y de que es real. Cuando percibimos el mundo con la voluntad, sabemos que no está tan allí ni es tan real como pensamos.

– ¿Es la voluntad lo mismo que ver?

– No. La voluntad es una fuerza, un poder. Ver no es una fuerza, sino más bien un modo de atravesar cosas. Un brujo puede tener una voluntad muy fuerte y sin embargo quizá no vea; eso significa que sólo un hombre de conocimiento percibe el mundo con sus sentimientos y con su voluntad y también con su ver.

Le dije que me hallaba más confuso que nunca con respecto a la forma de usar mi voluntad para olvidar al guardián. Esa afirmación y mi perplejidad de ánimo parecieron deleitarlo.

– Ya te he dicho que cuando hablas nada más te confundes -dijo, y rió-. Pero por lo menos ahora sabes que estás esperando a tu voluntad. Todavía no sabes qué es ni cómo podría ocurrirte. Así que vigila con cuidado todo lo que hagas. La cosa misma que podría ayudarte a desarrollar tu voluntad está entre todas las cositas que haces.

Don Juan se fue toda la mañana; regresó en las primeras horas de la tarde con un bulto de plantas secas. Me hizo con la cabeza señal de que lo ayudara, y trabajamos durante horas en silencio completo, separando las plantas. Al terminar nos sentamos a descansar y él me sonrió con benevolencia.

Le dije con mucha seriedad que había esta leyendo mis notas y que aún no podía comprender qué implicaba el ser guerrero ni qué significaba la idea de la voluntad.

– La voluntad no es una idea -dijo.

Era la primera vez que me hablaba en todo el día. Tras una larga pausa continuó:

– Somos distintos, tú y yo. No tenemos el mismo carácter. Tu naturaleza es más violenta que la mía. Yo a tu edad, no era violento, sino malo; tú eres lo opuesto. Mi benefactor era así; habría estado como mandado hacer para maestro tuyo. Era un gran brujo, pero no veía; no del modo como yo veo o como Genaro ve. Yo entiendo el mundo y vivo según lo que veo. Mi benefactor, en cambio, tenía que vivir como guerrero. Un hombre que ve no necesita vivir como guerrero ni como ninguna otra cosa, porque puede ver las cosas como son y dirigir su vida de acuerdo con eso. Pero, teniendo en cuenta tu carácter, yo diría que tal vez nunca aprendas a ver, y en ese caso tendrás que vivir como guerrero toda tu vida.

"Mi benefactor decía que, cuando un hombre se embarca en los caminos de la brujería, poco a poco se va dando cuenta de que la vida ordinaria ha quedado atrás para siempre; de que el conocimiento es en verdad algo que da miedo; de que los medios del mundo ordinario ya no le sirven de sostén; y de que si desea sobrevivir debe adoptar una nueva forma de vida. Lo primero que debe hacer, en ese punto, es querer llegar a ser un guerrero, un paso y una decisión muy importantes. La aterradora naturaleza del conocimiento no le permite a uno otra alternativa que la de llegar a ser un guerrero.

"Ya cuando el conocimiento se convierte en algo que da miedo, el hombre también se da cuenta de que la muerte es la compañera inseparable que se sienta a su lado en el petate. Cada trocito de conocimiento que se vuelve poder tiene a la muerte como fuerza central. La muerte da el último toque, y lo que la muerte toca se vuelve en verdad poder.

"Un hombre que sigue los caminos de la brujería se enfrenta en cada recodo con la aniquilación inminente, y sin poder evitarlo se vuelve terriblemente consciente de su muerte. Sin la conciencia de la muerte no sería más que un hombre común envuelto en actos comunes. Carecería de la potencia necesaria, de la concentración necesaria que transforman en poder mágico nuestro tiempo ordinario sobre la tierra.

"De ese modo, para ser un guerrero un hombre debe estar, antes que nada y con justa razón, terriblemente consciente de su propia muerte. Pero preocuparse por la muerte forzaría a cualquiera de nosotros a enfocar su propia persona, y eso es debilitante. De modo que lo otro que uno necesita para ser guerrero es el desapego. La idea de la muerte inminente, en vez de convertirse en obsesión, se convierte en indiferencia."

Don Juan dejó de hablar y me miró. Parecía esperar un comentario.

– ¿Entiendes? -preguntó.

Yo entendía lo que había dicho, pero personalmente me resultaba imposible ver cómo podía alguien llegar a un sentido de desapego. Dije que, desde el punto de vista de mi propio aprendizaje, ya había experimentado el momento en que el conocimiento se convertía en algo atemorizante. También podía decir con toda veracidad que ya no encontraba apoyo en las premisas ordinarias de mi vida cotidiana. Y deseaba, o quizá más que desear, necesitaba, vivir como un guerrero.

– Ahora debes despegarte -dijo don Juan.

– ¿De qué?

– Despégate de todo.

– Eso es imposible. No quiero ser un ermitaño.

– Ser ermitaño es una entrega y jamás me referí a eso. Un ermitaño no está despegado, pues se abandona voluntariamente a ser ermitaño.

"Sólo la idea de la muerte da al hombre el desapego suficiente para que sea incapaz de abandonarse a nada. Sólo la idea de la muerte da al hombre el desapego suficiente para que no pueda negarse nada. Pero un hombre de tal suerte no ansía, porque ha adquirido una lujuria callada por la vida y por todas las cosas de la vida. Sabe que su muerte lo anda cazando y que no le dará tiempo de adherirse a nada, así que prueba, sin ansias, todo de todo.

"Un hombre despegado, sabiendo que no tiene posibilidad de poner vallas a su muerte, sólo tiene una cosa que lo respalde: el poder de sus decisiones. Tiene que ser, por así decirlo, el amo de su elección. Debe comprender por completo que su preferencia es su responsabilidad, y una vez que hace su selección no queda tiempo para lamentos ni recriminaciones. Sus decisiones son definitivas, simplemente porque su muerte no le da tiempo de adherirse a nada.

"Y así, con la conciencia de su muerte, con desapego y con el poder de sus decisiones, un guerrero arma su vida en forma estratégica. El conocimiento de su muerte lo guía y le da desapego y lujuria callada; el poder de sus decisiones definitivas le permite escoger sin lamentar, y lo que escoge es siempre estratégicamente lo mejor; así cumple con gusto y con eficiencia lujuriosa, todo cuanto tiene que hacer.

"¡Cuando un hombre se porta de esa manera puede decirse con justicia que es un guerrero y que ha adquirido paciencia!"

Don Juan me preguntó si tenía algo que decir, y señalé que cumplir la tarea que había descrito llevaría toda una vida. Me contestó que yo protestaba demasiado en su presencia, y que él sabía que en mi vida cotidiana me portaba, o al menos trataba de portarme, en términos de guerrero.

– Tienes garras bastante buenas -dijo riendo-. Enséñamelas de vez en cuando. Es buena práctica.

Hice un ademán prensil, gruñendo, y él rió. Después se aclaró la garganta y siguió hablando.

– Cuando un guerrero ha adquirido paciencia, está en camino hacia la voluntad. Sabe cómo esperar. Su muerte se sienta junto a él en su petate, son amigos. Su muerte le aconseja, en formas misteriosas, cómo escoger, cómo vivir estratégicamente. ¡Y el guerrero espera! Yo diría que el guerrero aprende sin apuro porque sabe que está esperando su voluntad; y un día logra hacer algo que por lo común es imposible de ejecutar. A lo mejor ni siquiera advierte su acto extraordinario. Pero conforme sigue ejecutando actos imposibles, o siguen pasándole cosas imposibles, se da cuenta de que una especie de poder está surgiendo. Un poder que sale de su cuerpo conforme progresa en el camino del conocimiento. Al principio es como una comezón en la barriga, o un calor que no puede mitigarse; luego se convierte en un dolor, en un gran malestar. A veces el dolor y el malestar son tan grandes que el guerrero tiene convulsiones durante meses; mientras más duras sean, mejor para él. Un magnifico poder es siempre anunciado por grandes dolores.

"Cuando las convulsiones cesan, el guerrero advierte que tiene sensaciones extrañas con respecto a las cosas. Advierte que puede tocar cualquier cosa que quiera con una sensación que sale de su cuerpo por un sitio abajo o arriba de su ombligo. Esa sensación es la voluntad, y cuando el guerrero es capaz de agarrar con ella, puede decirse con justicia que es un brujo y que ha adquirido voluntad."

Don Juan cesó de hablar y pareció esperar mis comentarios o preguntas. Yo no tenía nada que decir. Me preocupaba hondamente la idea de que un brujo debía experimentar dolor y convulsiones, pero me apenaba el preguntarle si también yo tendría que atravesar eso. Finalmente, tras un largo silencio, se lo pregunté, y el soltó una risita, como si hubiera estado esperándolo. Dijo que el dolor no era absolutamente necesario; él, por ejemplo, jamás lo tuvo, y la voluntad simplemente le aconteció.

– Un día andaba yo en las montañas -dijo- y me encontré con una leona; era grande y tenía hambre. Eché a correr y corrió tras de mí. Me trepé a una peña y ella se paró a unos metros, lista para saltar. Le tiré piedras. Gruñó y empezó a embestirme. Entonces fue cuando mi voluntad acabó de salir, y con ella la detuve antes de que me brincara encima. La acaricié con mi voluntad. Como lo oyes: le restregué las tetas. La leona me miró con ojos dormidos y se echó, y yo corrí como la chingada antes de que se repusiera.

Don Juan hizo un gesto muy cómico para representar a un hombre en carrera frenética, agarrándose el sombrero. Le dije que odiaba pensar que, de querer voluntad, no tenía más alternativas que leonas de montaña o convulsiones.

– Mi benefactor era un brujo de grandes poderes -prosiguió-. Era un guerrero hecho y derecho. Su voluntad era en verdad su hazaña suprema. Pero un hombre puede ir todavía más allá; puede aprender a ver. Al aprender a ver, ya no necesita vivir como guerrero, ni ser brujo. Al aprender a ver, un hombre llega a ser todo llegando a ser nada. Desaparece, por así decirlo, y sin embargo está allí. Yo diría que éste es el tiempo en que un hombre puede ser o puede obtener cualquier cosa que desea. Pero no desea nada, y en vez de jugar con sus semejantes como si fueran juguetes, los encuentra en medio de su desatino. La única diferencia es que un hombre que ve controla su desatino, mientras que sus semejantes no pueden hacerlo. Un hombre que ve ya no tiene un interés activo en sus semejantes. El ver lo ha despegado de absolutamente todo lo que conocía antes.

– La sola idea de despegarme de todo lo que conozco me da escalofríos -dije.

– ¡Has de estar bromeando! Lo que debería darte escalofríos es no tener nada que esperar más que una vida de hacer lo que siempre has hecho. Piensa en el hombre que planta maíz año tras año hasta que está demasiado viejo y cansado para levantarse y se queda echado como un perro viejo. Sus pensamientos y sentimientos, lo mejor que tiene, vagan sin ton ni son y se fijan en lo único que ha hecho: plantar maíz. Para mí, ése es el desperdicio más aterrador que existe.

"Somos hombres y nuestra suerte es aprender y ser arrojados a mundos nuevos, inconcebibles."

– ¿Hay de veras algún mundo nuevo para nosotros? -pregunté, medio en broma.

– No hemos agotado nada, idiota -dijo él, imperioso-. Ver es para hombres impecables. Templa tu espíritu, llega a ser un guerrero, aprende a ver, y entonces sabrás que no hay fin a los mundos nuevos para nuestra visión.

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