2

Lo único que necesitamos es reconstruir la casa quemada y luego todos volveremos a nuestra vida normal.

Matt pensó, de camino hacia la granja, que aquello no iba a ser una empresa fácil. La casa de Erin estaba en ruinas y encontrar alojamiento en Bay Beach en esa época del año era casi imposible. Las casas de alquiler estaban todas ocupadas por los turistas a precios muy altos y todo lo demás…

Todo lo demás tendría que esperar.

“Preocúpate solo de lo que vas a hacer ahora”, se dijo a sí mismo, junto a Rob, que lo estaba llevando en su camioneta. “Esta noche tienes prohibido conducir”, le había dicho la doctora. Y Matt lo único que pudo hacer fue asentir.

Detrás de ellos iba el coche de la policía, donde iban Erin y los gemelos. Detrás de ellos, iba otra persona, conduciendo el coche del hogar de Erin, lleno de bolsas, con ropa como para vestir a un regimiento. Ropa que la gente había donado para los pequeños.

¡Maldita sea!.

Miró hacia atrás y vio a Erin sentada en el asiento del copiloto del coche de policía. En ese momento, pasaron junto a una farola y ella miró a Matt con una expresión burlona, como si supiera exactamente lo que ella estaba pensando.

Que todo aquello era un desastre.

Sí, su agradable vida de soltero se estaba viendo seriamente amenazada. Y no porque se hubiera decidido finalmente a pedirle a Charlotte que se casara con él.

Aquello era incluso peor. Porque sabía que si se casaba con Charlotte, podría seguir llevando la misma vida que llevaba antes y sus compromiso emocional sería mínimo.

Pero el convivir con Erin y los ámelos podía convertir su vida en un verdadero caos.

En ese momento, Matt apartó la vista y miró hacia delante. Rob pisó el freno y los coches que los seguían también disminuyeron la velocidad. Un coche que iba en dirección contraria aminoró la velocidad al verlos.

– Creo que puede ser alguien que quizá quiera hablar contigo- dijo Rob, mirándolo del mismo modo burlón que Erin momentos antes. Si no me equivoco es tu Charlotte.

Su Charlotte…

Otra vez tenía esa sensación de estar atrapado. La sensación que había tenido desde que, cuando tenía trece años, Charlotte había dicho a todo el distrito que él era el hombre con el que se iba a casar. Sí, claro que era Charlotte, en su pequeño BMW rojo. Rob se detuvo y ella hizo lo mismo. Luego cruzó la carretera y fue hacia ellos.

Charlotte tenía un aspecto inmaculado, como siempre. Iba con unos pantalones blancos y una blusa de seda, también blanca. Y su larga melena rubia, la llevaba recogida en una trenza. Parecía lista para una cena íntima.

Cena que sabía no iba a ser posible, ya que se había enterado de los del incendio. En Bay Beach, las noticias volaban.

Abrió la puerta de la camioneta antes de que a Matt le diera tiempo a hacerlo y se arrojó en sus brazos, dando un suspiro de alivio.

– Matthew, amor mío, podías haber muerto.

Pero por muy emocionada que estuviera, sus ojos revisaron todo; incluyendo a Rob y la caja roja de terciopelo que estaba en la guantera.

– Sally me llamó y me dijo que te habías metido en ese edificio en llamas y que habías sacado a los niños tú solo.¡También me contó que estabas herido!.

La chica retrocedió al ver la herida de la frente y las manchas negras que tenía por todas partes. Luego se miró a sí misma y se fijó en que su impecable ropa blanca se había ensuciado al abrazarlo.

Pero los incendios requerían coraje. Matt había sido valiente y ella también podía serlo.

– Lo lavaré, no te preocupes. Rally también me ha dicho que la doctora te prohibió quedarte solo esta noche- se volvió hacia Rob. Así que puedes llevarlo a mi casa.

Matt se sintió incapaz de responder nada. Fue Rob quien lo hizo en su lugar.

– No hace falta- hizo un gesto hacia los coches que iban detrás. Matt tiene toda la compañía que necesita.

Charlotte puso cara de horror al ver el interior del coche policial.

– ¡Los huérfanos no!- exclamó. No puedes llevarte a esos niños a tu casa. ¡Estás herido!.

– Me las arreglaré.

– No podrás.-Charlotte, hay dos niños que necesitan alojamiento y Erin cuidará de ellos.

Matt se estaba poniendo nervioso. Erin salió del coche de policía y se dirigió hacia ellos para averiguar qué pasaba.

– Erin ha sufrido mucho, Charlotte.

– Estoy segura-Charlotte movió la cabeza como diciendo que aquello no podía estar sucediendo. Pero cariño, tú también- giró la cabeza y alzó la voz.

Erin, Matt se viene a mi casa. Necesita que lo cuiden. Tu organización sin duda podrá ayudaros a los niños y a ti.

Erin tomó aire y contó hasta diez.”tranquila”, se dijo. “esto es importante”.

Lo cierto era que Charlotte no le caía muy bien.

Sabía que era una mujer encantadora y muy amable con las personas a las que ella consideraba decentes, entre las que evidentemente no la incluía a ella.

Erin era tres años menor y era de una clase social más baja. Conforme pasaba el tiempo, Charlote había ido aprendiendo a disimular su desprecio hacia aquellos que consideraba inferiores, pero Erin siempre había sabido lo poco que significaba para ella.

Sin embargo, no iba a dejarse intimidar tan fácilmente.

– Charlotte, Matt nos ha ofrecido su casa.

– No me importa- hasta ese momento, Charlotte había pensado que esa noche sería especial. Y la caja de terciopelo de la guantera de la camioneta de Matt así se lo confirmaba. ¡Pero ahora todo iba a terminar así!. Cualquiera puede ver que no está bien.

Tampoco lo estaba Erin, que ya había sufrido bastante antes de aquella discusión con Charlotte. En el coche de policía, había dos niños pequeños que necesitaban una cama donde dormir. Una cama que Matt podía ofrecerles.

Así que no tenían otra opción.

– Matt nos ha ofrecido que nos quedemos en su casa y he aceptado- afirmó Erin. Así que lo siento, Charlotte, pero ya hemos sufrido bastante esta noche como para estar aquí en medio de la carretera discutiendo contigo. Si nos disculpas…

– Matt está herido.

– Entonces ve a su casa y cuídalo- replicó Erin. Estoy segura que yo no podré hacerlo con tanto estilo como tienes tú.

Charlotte la miró con rabia. Aquello no le gustaba nada. Pero, ¿Qué podía hacer?.

Erin era muy guapa y estaba soltera. De manera que no le gustaba que una mujer así se quedara a pasar la noche con Matt. Aunque, por otra parte, Matt conocía desde hacía mucho tiempo a Erin y nunca le había gustado.

Miró hacia la camioneta y recordó que Matt ya había comprado aquella caja de terciopelo, así que tenía que concentrarse en sus prioridades.

Que eran los gemelos que acompañaban a Erin. Eso podía parecer poco importante, pero la ciudad entera sabía la fama que tenían. Matt se volvería loco con ellos en casa.

Pero la única alternativa era invitarles a su casa y eso era algo por lo que no estaba dispuesta a pasar. Su casa estaba muy bien decorada y los niños se la destrozarían por completo.

¿Qué podía hace entonces?. ¿Montar una escena?. ¡No!. Conocía bien a Matt y sabía que no le gustaría nada. Se había esforzado tanto por convencerlo de que era la esposa perfecta, que no podía estropearlo en un segundo.

Al fin y al cabo, aquella caja de terciopelo era como una promesa.

– De acuerdo, cariño- dijo finalmente, ignorando por completo a Erin y volviéndose hacia su futuro marido. Ve delante, que yo te llevaré tu cena.

– ¿La cena?- repitió Matt, que seguía bastante aturdido.

– Venías a mi casa a cenar cuando te paraste por lo del incendio. ¿recuerdas?. Te había preparado unas codornices con una salsa exquisita…Ya verás.

Charlotte lo miró con ojos llenos de amor y él le respondió con gratitud. Pero no quería sus codornices.

– Esta noche lo único que voy a poder comer va a ser una tostada y un huevo pasado por agua. Lo siento, Charlotte, congélalas. Ya las tomaré en otro momento.

Aquello no iba a salir bien.

Erin nunca había estado en casa de Matt, pero al entrar estuvo a punto de salir de nuevo. ¿Los gemelos y esa casa?. No, no y no.

– Será mejor que os quitéis los zapatos- dijo Matt. La alfombra se mancha en seguida.

– Eso me parece- Erin miró al suelo dubitativamente. Luego se quitó los zapatos y ayudó a los gemelos a quitarse los suyos. Los chicos parecían asustados y no dijeron nada. Erin pensó que lo mejor sería bañarlos y llevarlos luego a algún sitio caliente y tranquilo, donde poder abrazarlos y tranquilizarlos.

Matt ayudó a Erin con los niños y ella se lo agradeció.

– ¿Elegiste tú esta alfombra o la eligió…Charlotte?.-dijo, sintiéndose un poco estúpida.

– La eligió mi madre- contestó él.

A Erin le sorprendió la respuesta. Había conocido a la madre de Matt, aunque nunca habían hablado, pro supuesto. La familia de Matt poseía una de las granjas más ricas del distrito. No como Erin. Ella, una de los ocho hijos de una familia buena y cariñosa, pero muy pobre, era para los McKay una don nadie.

Cosa que no le desagradaba, ya que no tenía ninguna intención de introducirse en el mundo de Matt y Charlotte. Ella y sus amigas, y sus respectivos padres, solían fijarse en los trajes de Louise McKay, dándose cuenta de que eran podo prácticos. Solo Louise pensaba que eran perfectos.

– ¿No murió hace cinco años?- Esta alfombra parece nueva.

– Normalmente uso la puerta trasera- explicó Matt. Supongo que mi madre me educó bien, o quizá lo haga porque me da pereza quitarme las botas.

– Entiendo- dijo ella, mirando la alfombra blanca y levantando luego la vista hasta el sofá de cuero, también blanco, que había en el salón vecino. Los niños y yo creo que también usaremos la puerta de atrás.

– Creo que será lo mejor.

La situación era decididamente tensa. Erin estaba en medio del vestíbulo de la mansión de los McKay a solas, aparte de los gemelos, con Matt McKay. La sensación era…¿extraña?.

Pero no tuvo tiempo de analizar lo que sentía. Los niños la necesitaban.

– Enséñame el baño y dónde pueden dormir los gemelos. Necesitan acostarse cuanto antes.

Matt pensó que él también lo necesitaba, pero trató de concentrarse en lo que ella le había pedido. Había dos cuartos de baño. El podía lavarse en uno mientras ella bañaba en el otro a los gemelos. Quizá debería ayudarla, pero antes de nada tenía que ordenar un poco sus ideas.

– Por aquí- dijo, conduciéndolos hacia la parte trasera de la casa.

Allí había dos habitaciones con una ducha en medio. Erin se alegró al comprobar que las camas tenían sábanas limpias, como si él estuviera esperando huéspedes.

– Esto también es herencia de mi madre- explicó al ver la cara de sorpresa de Erin. Las camas están todo el tiempo con ropa limpia por si recibo alguna visita inesperada. Como vosotros- añadió, sonriendo.

Aunque era una sonrisa ambigua y fatigada, Erin se quedó impresionada.

Pero en seguida se fijó en que la herida que tenía en la frente estaba sangrando y tenía los ojos rojos por el humo. Matt podía ser un héroe, pero era evidente que estaba agotado emocionalmente por lo sucedido y había inhalado más humo que ella.

– Me temo que no durarán mucho tiempo limpias si mis gemelos las usan- dijo, disculpándose. Entonces dejó en el suelo una bolsa y se volvió hacia Matt. Ahora, date una ducha y luego vete directamente a la cama.

– Ya veremos. Necesito comer algo. Si te parece, nos reuniremos en la cocina cuando hayas acostado a los niños- esbozó una sonrisa de arrepentimiento, bueno, si te atreves a dejarlos solos.

– Esta noche se portarán bien- aseguró Erin, acariciando a los niños. Estos estaban tan cansados que se dormían de pie. ¿Q que sí, chicos?. Creo que se os han quitado las ganas de hacer más travesuras por el momento.

– Lo sentimos mucho, Erin.

Fue lo primero que Erin consiguió sacarles. Les había bañado y secado con las elegantes toallas de la madre de Matt. Incluso después del largo baño, habían dejado alguna mancha gris en la maravillosa tela de algodón. Luego les había metido en la cama. Quisieron dormir juntos, a pesar de que había dos camas en aquella habitación.

En momentos de peligro siempre estaban juntos y no querían separarse.

Y todo el tiempo habían permanecido en silencio.

En ese instante, con unos pijamas un tanto extraños, la miraron a los ojos, desde la almohada compartida. Sus ojos reflejaban todavía el miedo por la impresión sufrida y había arrepentimiento en ellos.

– Solo hicimos la bomba para asustar a Pansy-dijo William, temblando.

Y si no lo hubiera dicho de aquella manera tan triste, Erin se habría echado a reír.

Ç-¿Por qué demonios queríais asustar a Pansy?.

– Para que el señor y la señora Cole se fueran a vivir a otra parte y dejaran de molestarte.

¡Era lo que le faltaba!. Estaba completamente agotada, tanto física, como psíquicamente, y en ese momento también tenía que contener las lágrimas.

Aquellos niños eran terribles, pero siempre había algún motivo para sus travesuras. Tenían un corazón pequeño, pero bueno.

Haciendo un esfuerzo se puso seria y los abrazó a ambos.

– Tuvimos mucha suerte de que el señor McKay nos salvara. ¿Me prometéis que nunca más vais a jugar con cerillas ni petardos?. ¿Ni siquiera para asustar a Pansy?.

– Te lo prometemos- aseguró Henry.

Erin lo miró a los ojos y se dio cuenta de que lo decía sinceramente.

Ya no habría más bombas. Otra cosa, seguro, pero no una bomba.

Los arropó, les dio otro abrazo y se preguntó dónde estaría Tigger. Los niños lo amaban y cuando se enteraran de que se había quemado…Prefería no pensarlo.

En ese momento, oyó pasos detrás de ella y alzó la vista. Matt estaba en la puerta. Estaba limpio y su impresionante cuerpo estaba muy bronceado. Se había puesto unos pantalones limpios y una camisa.

Volvía a ser el vaquero que ella había conocido.

Charlotte era una mujer con suerte, pensó Erin de repente. Aunque fuera de una clase diferente a la suya, Matthew McKay era un buen candidato a esposo.

Y no solo era guapo, con sus rizos castaños con mechas rubias por el so, su piel acostumbrada al aire libre y su cuerpo fuerte. Sus ojos marrones también estaban llenos de amabilidad. Llevaba en la mano dos tazas, que dejó sobre las mesillas de noche para los chicos.

– Mi abuela siempre decía que la mejor medicina en los momentos difíciles era un buen vaso de leche caliente- les explicó a los gemelos. Así que os he traído uno y hay otro para Erin cuando se duche- entonces sonrió a la mujer. Fue una sonrisa que provocó en ella toda una serie de sensaciones. Ahora me voy. Nos encontraremos en la cocina cuando termines.

¡Maldita sea!. Debía estar más cansada de lo que pensaba, porque la amabilidad de él estaba a punto de hacerla echarse a llorar.

– También os he traído mi cuento favorito cuando era pequeño- al decirlo, les mostró un libro que llevaba debajo del brazo. Es sobre inventos. Así que propongo que te vayas a duchar mientras yo me quedo leyéndoselo.

– Tu garganta…

– Me duele- terminó Matt, como me imagino que te dolerá a ti la tuya. Pero este libro tiene muchas ilustraciones y solo vamos a tener que mirarlas- los niños lo observaban nerviosos desde la cama y él les sonrió cariñosamente. ¿Os parece bien?. Es un poco injusto que nosotros estemos ya duchados y Erin no.

Los niños se lo pensaron en silencio y luego asintieron a la vez…

– Muy bien- la sonrisa de Matt se hizo más amplia y se sentó al lado de Erin.

– No sé tú, pero yo estoy totalmente agotado y, cuanto antes los dejemos dormidos, antes podremos irnos a la cama nosotros también.

Era cierto.¿Entonces pro qué sus palabras la hicieron enrojecer?. Se levantó y fue al cuarto de baño. ¿Por qué seguiría teniendo ganas de llorar?.

Cuando terminó de ducharse, los gemelos estaban profundamente dormidos. Envuelta en una de las enormes toallas de Louise, Erin los observó y pensó que para despertarlos haría falta otra bomba. Ella también estaba cansada.

Matt le había dicho que se encontrarían en la cocina, pero no podía ir solo con una toalla. Y tampoco podía ponerse su ropa, porque estaba muy sucia, así que se puso una bata que encontró entre las bolsas que le habían dado y fue a reunirse con él.

La casa era enorme. Debía tener seis o siete habitaciones, pensó mientras andaba descalza por el pasillo. Antes de llegar a la cocina, Matt salió de repente y ella dio un respingo.

– ¡No soy un fantasma, tranquila!- le puso la mano en los hombros para tranquilizarla. Se te ve cansada.

– Tú también debes estarlo- Matt tenía los ojos rojos todavía y la herida de la frente se le había hinchado. De hecho, tienes mucho peor aspecto que yo.

– Tengo que admitir que es cierto- sonrió y la miró de arriba abajo. ¿Qué haces con una bata que parece diseñada para mi abuela?.

Erin soltó una carcajada. La bata era enorme y por detrás se le formaba una especie de cola.

– ¡Claro, pero si has debido de perder toda la ropa!. Y así había sido. Erin no había tenido tiempo de sacar nada y la mayoría de sus pertenencias se habían quedado en el edificio en ruinas. Sin embargo…

– Solo eran cosas y las cosas pueden sustituirse.

– Eres una mujer muy valiente.

– No, nunca he tenido tanto miedo en mi vida como esta noche. Pensé que iba a perderlos.

– ¿A los niños?.

– Sí.

Iban caminado hacia la cocina, y al llegar a ella se relajó. A diferencia del resto de la casa, esta sí tenía un aspecto acogedor y hogareño. El suelo y el mobiliario eran de madera antigua e incluso había un sofá mullido en el que daban ganas de hundirse. También había un perro, un collie, que la miró al entrar.

Movió su cola perezosamente y luego se tumbó en el suelo para seguir durmiendo.

Aquello era un hogar, pensó Erin. Un verdadero hogar.

¡Maldita fuera, otra vez le habían entrado ganas de llorar!. Y el miedo le había quitado toas las fuerzas.

Necesitaba irse a la cama, pero…

– Te he preparado chocolate caliente y un coñac- le dijo Matt. Ya sé que les dije a los niños que tomaríamos leche caliente, pero necesitamos algo más fuerte. Incluso me he tomado una tostada. ¿Te apetece comer algo?. ¿No?. Pues entonces tómate el chocolate y vete a dormir.

Matt se volvió para servir las tazas.

– Los quieres mucho, ¿verdad?- le preguntó, de espaldas a ella.

– ¿A quién?.

– A los gemelos.

Cuando Matt terminó, se volvió y le hizo un gesto para que se sentara. Erin obedeció y agarró la taza entre las manos para que su calor le diera energía. Luego pensó en los gemelos.

.-Me gustan mucho.

– Ya sé que trabajas para el orfanato, pero supongo que no tienes por qué encariñarte con los niños a los que cuidas.

– ¿Te refieres a que me dé igual si salen ardiendo?.

– No quiero decir eso. Me refiero a que estos niños, en concreto, son diferentes para ti. ¿no?.

– Eso creo.

– ¿Por qué?.

Eso era algo difícil de contestar. Pensó en ello y le dio una respuesta fácil.

– Probablemente es porque han estado conmigo más que el resto. En general, los niños no suelen estar mucho tiempo en el orfanato. En cuanto encontramos a una pareja que quiera adoptarlos, se los llevan. Antes, en los orfanatos, había muchos niños. Ahora no.

Nos los traen solo para cortos periodos de tiempo, como Tess y Michael, o el bebé que Lori se ha llevado. Esa niña solo estará en el orfanato mientras su madre se decide si va a quedársela o a darla en adopción.

¿y los gemelos?

– Ese es el problema. No encontramos a nadie que los quiera.

– ¿Por qué no?

– No lo sé.

– Mentirosa.

Erin se encogió de hombros y esbozó una sonrisa triste.

– No, no soy una mentirosa y me parece difícil contesta. Son unos niños adorables, solo que algo complicados de tratar. Cansan a la gente ¿Entiendes?.

– No, no entiendo.

– Pues lo entenderás en seguida- dio un suspiro. Son el fruto de uan noche de borrachera. Su madre no recuerda quién fue el padre y tiene otros siete hijos a los que cuidar. Para serte sincera, los gemelos alcanzaron el nivel de inteligencia de la madre con tres años. Fuera quien fuera su padre, era alguien muy inteligente, porque ellos también lo son.

Pero eso da igual, el caso es que la madre no puede manejarlos.

No quiere quedárselos bajo ningún concepto y nos los dio a nosotros en adopción. Desgraciadamente, eran ya mayores para entender lo que pasaba.

– ¿Por eso son tan revoltosos?.

– Solo con quien se sienten amenazados. Pero siempre creen que van a ser rechazados. No se quieren encariñar con nadie porque saben que durará poco tiempo.

Erin se había relajado tanto con el chocolate y la amabilidad de aquel hombre, que se le cerraban los ojos.

– Vete a dormir- le sugirió él, quitándole la taza antes de que se le cayera. Encontrarás cepillos de dientes y todo los que necesites en el cuarto de baño

– Ya lo he visto- afirmó, sonriendo. Tu madre debió ser la mejor anfitriona del distrito…y tú estás a su altura.

– No me dejan- respondió Matt, sonriendo. Su sonrisa conmovió profundamente a Erin. Charlotte ha contratado a la eficaz señor Gregory para que cuide de la casa y ella vigila que todo esté en orden.

– Ah.

– No te preocupes. Estoy seguro de que tú, yo, los gemelos y la señora Gregory nos vamos a entender bien.

¿Y Charlotte?, deseó decir Erin, pero no lo dijo.

En lugar de ello, miró a Matt y notó su cara de preocupación.

– La doctora Emily dijo que tenía que cuidarte esta noche. Te desmayaste.

– Es cierto, pero no quiero que estés toda la noche despierta por mí- aseguró el. Gracias, de todos modos. Si prometo no morirme esta noche, ¿Tú me prometes irte a dormir y dejar las preocupaciones para mañana?

Esas malditas lágrimas…

Erin parpadeó y se contuvo una vez más.

De acuerdo. Humm…¿Te has puesto algo en la quemadura?- preguntó, pensando en que Charlotte la mataría si se le infectaba.

– Sí, está limpia y desinfectada. Así que podemos irnos a la cama con la conciencia tranquila. Buenas noches, Erin.

– Buenas noches, Matt. Y…gracias.

Matt, al verla tan cansada, tan perdida y tan asustada, sin pensar lo que hacía se inclinó y le dio un beso en la frente.

– Ha sido un placer. Y ahora deja de pensar en los gemelos, en quemaduras, en incendios y en problemas. Piensa solo en ti por una vez y duerme.

Y eso hizo ella, ya que él no le había dejado más alternativa.

Загрузка...