Capítulo 2

Bliss recuperó la tranquilidad al despertar al día siguiente. Había descubierto que había una mina de museos, iglesias antiguas y casas históricas en Lima. Así que madrugó para no perderse de nada.

El cielo estaba muy nublado cuando ella bajó a desayunar, vestida con pantalón y chaqueta de pana blanca. Todavía era muy temprano y no había nadie en el restaurante salvo una persona. Pero, ¿por qué esa única persona tenía que ser él?

El hombre fingió no haberla visto y ella lo imitó. Cuando se sentó, Bliss se sorprendió al percatarse de que lo recordaba todo acerca de él: su cabello corto y oscuro, su mandíbula firme y bien afeitada, su traje de negocios y su camisa blanca inmaculada. Hasta recordó ver su portafolios sobre una silla, junto a él. Entonces, lo desechó de su mente e inmediato y le sonrió al camarero que se acercaba con rapidez.

– Perdóneme, señorita -se disculpó el empleado-. No la vi entrar -se alegró cuando Bliss le ofreció una brillante sonrisa.

Para no sufrir si ese día también olvidaba la hora de la comida, pidió un desayuno completo. Estaba saboreando sus huevos con jamón cuando el hombre, tomando su portafolios, pasó a su lado sin mirarla siquiera.

“Que usted también tenga un buen día”, dijo Bliss para sus adentros, con sarcasmo. Entonces, se preguntó por qué un hombre del que no sabía nada en absoluto, ejercía semejante efecto ácido en ella. De cualquier modo, él tendría un buen día pues era obvio que se dirigía a una reunión de negocios… y tal vez no volvería.

Alegre por esa idea, Bliss se sirvió otra taza de café y decidió que, como el primer museo que quería visitar no abría hasta las nueve, primero iría a la iglesia La Merced, establecida en 1534, antes de que se fundara la ciudad de Lima.

Bliss tuvo un día muy interesante y agotador y regresó al hotel a las cinco y media. Estuvo tan absorta por los museos que de nuevo olvidó comer.

Sin embargo, esperó con buen ánimo el ascensor. Su ánimo desmayó, cuando otro huésped se acercó y subió al ascensor con ella… y con su portafolios.

Bliss seguía maldiciendo su mala suerte, que la hacía toparse con ese hombre, cuando él le preguntó:

– ¿Qué piso? -gruñó. Era obvio que quería que la chica se lo dijera con rapidez, para poder accionar el ascensor cuanto antes y, por lo tanto, reducir el tiempo que estaba obligado a permanecer cerca de ella.

Bliss se enfureció y lo ignoró. Alargó una mano y apretó el botón deseado.

– ¡Vaya modales! -comentó el hombre con frialdad. Bliss tuvo que quedarse callada y aceptarlo, puesto que la noche anterior lo acusó a él de no ser educado, y ahora debía admitir que él tenía razón al devolverle la acusación.

El ascensor se detuvo. Bliss salió; él también. Bliss se fue hacia un lado. Él tomó la dirección opuesta. Era un hotel grande. La joven rezó por que esa fuera la última vez que lo viera. Entró en su habitación y se quitaba el reloj, como paso preliminar para darse un baño, cuando el teléfono que estaba en la mesita junto a la cama empezó a sonar.

– ¿Bueno? -descolgó y, con alegría y sorpresa, reconoció a voz de su hermana.

– Apuesto a que ibas a llamarme ahora mismo, ¿verdad? -inquirió Erith con severidad fingida.

– ¡Erith! -exclamó Bliss-. Qué bueno que me llamas… ¿Cómo supiste que yo estaba aquí?

– Dom supuso que estarías en el hotel que te recomendamos, cuando yo llamé a papá y él me informó que hacía una semana que tomaste el avión para venir a Perú.

– Hay tanto que ver -comentó Bliss y se sintió un poco culpable al pensar que tal vez sí debió llamar a su hermana hacía unos días-. ¿Cómo está Dom?

– Muy bien -murmuró Erith con suavidad.

Tuvieron una larga conversación. Erith le contó que su padre y su madrastra estaban bien en Inglaterra y Bliss le relató lo que había visitado desde su llegada a Perú. Bliss le preguntó cómo iban las cosas en su nueva vida, pero, por el tono de voz de su hermana, antes que ésta le contara cualquier cosa acerca del maravilloso hombre con quien se había casado, supo que era muy dichosa.

Eso hizo que Bliss afirmara su resolución de interferir en su luna de miel y que contuviera los deseos de ver a su hermana. Entonces, Erith le dijo que ella y Dom irían a recogerla al día siguiente en el aeropuerto de Cuzco.

– Bueno, Erith, mañana no pienso ir a Cuzco -señaló Bliss.

– Pero, Bliss…

– Es que primero tengo muchas cosas que ver aquí -insistió Bliss, intuyendo que su hermana, quien siempre la protegió mucho desde la muerte de su madre, a pesar de ser sólo un año mayor que ella, sería difícil de convencer. Claro que iré a verte -en ese momento, Bliss sintió un cosquilleo en la garganta y tuvo que tragar saliva para no toser-. Sin embargo, primero me gustaría ir a Arequipa… y si es posible también quiero ir a Nazca -se interrumpió para toser. Erith intervino y parecía bastante alarmada.

– ¡Sigues enferma! -exclamó-. Has estado exagerando tus actividades, como de costumbre. De nuevo estás resfriada.

– ¡Erith! -Bliss echó a reír y por fin se despidió de su hermana, después de pasar varios minutos tratando de convencerla de que estaba bien.

Sonrió al servirse un vaso de agua mineral. Se quitó los zapatos y se sentó en la cama para tomarlo. La garganta ya no le molestaba. Puso el vaso en la mesita y estiró sus largas piernas. Estaba cansada y la fatiga merecía la pena, pues ese día vio cosas maravillosas. Permaneció en la cama una hora, recobrando la energía, mientras pensaba en otras cosas agradables acerca de Erith y Perú.

Entonces, el teléfono volvió a sonar. Eso la sorprendió, pues hacía cuatro días que estaba en el hotel sin que nadie la llamara ni una sola vez. “Debo estar volviéndome popular”, pensó la chica al descolgar.

– ¿Bueno?

Era de nuevo su hermana. Bliss se quedó atónita cuando Erith le reveló el motivo por el cual la llamaba de nuevo.

Al parecer, Dom debió darse cuenta de que Erith estaba preocupada por Bliss, y cuando Erith confirmó que así era, él se hizo cargo de la situación. De inmediato se puso en contacto con un amigo suyo que estaba en Lima. Bliss se quedó pasmada al escuchar que su hermana le avisaba que un viejo amigo de Dom la llamaría para ayudarla en lo que fuera. De hecho, él podría arreglar su vuelo a Arequipa si así lo deseaba Bliss.

¡Erith! -protestó Bliss cuando pudo recuperar el aliento. Ella misma había logrado reservar su vuelo para ir a ver la Tumba Real Mochica… aunque era cierto que el recepcionista del hotel fue muy amable con ella y le dio una serie de indicaciones muy útiles. Sin embargo, su hermana imaginó que las protestas de Bliss eran por otra cosa.

– No tienes de qué preocuparte, Bliss -intervino-. Dom no le pediría a cualquiera que se asegurara de que estuvieras bien.

– ¡Ya lo sé! -replicó Bliss. Apreciaba la preocupación de su hermana, mas no le gustaba la idea de que un amigo de Dom se asegurara de que estaba bien-. No me refería a…

– No seas necia, linda -insistió Erith y de pronto Bliss tuvo un remordimiento de conciencia al darse cuenta de que su hermana era feliz y de que ella representaba la única nube en su horizonte.

– Bueno, ¿cómo se llama? -inquirió Bliss-. ¿Acaso tengo que estar todo el día de mañana en el hotel para esperar a que me llame?

– Eres encantadora cuando no eres tan obstinada -comentó Erith con sequedad, pero a Bliss le pareció que estaba mucho más aliviada y feliz ahora que ella había cedido-. Dom lo llama Quin, aunque es probable que él se presente más formalmente como Quintín Quintero. Proviene de una antigua y aristocrática familia peruana -prosiguió hermana como para mostrar que era un hombre muy estimado.

– ¿Vive en Lima? -preguntó Bliss. Quería pedirle el teléfono de Quintero a Erith, y así le prometería que lo llamaría si lo necesitaba. Pero Erith ya le informaba que no vivía en Lima.

– Es un industrial que tiene fábricas allá, pero, como también cree en el apoyo a las industrias locales, tiene una planta de procesamiento de pescado en la región costera donde vive -explicó Erith. Todo estaba muy bien, se dijo Bliss, pero de todos modos tendría que quedarse todo un día esperando a que él se comunicara con ella-. Dom estudió en la universidad con él y le tiene plena confianza -prosiguió Erith con la intención de decirle que Bliss también podía confiar en ese hombre.

– ¿Habla inglés? -preguntó Bliss, resignada al hecho de que si no quería molestar a su enamorada hermana, tendría que acceder.

– Dom me contó que su amigo hizo un año de postgrado en Oxford -contestó Erith y Bliss notó que había cierta calidez en la voz de su hermana cada vez que ésta mencionaba el nombre de su esposo.

– Bueno, me dará gusto conocer a su amigo -¿qué le podía decir? Trató de fingir entusiasmo mientras imaginaba que al día siguiente por la tarde se quedaría en el hotel-. ¿Crees que pueda llamarme muy temprano mañana? -inquirió.

– Se pondría en contacto contigo esta noche -rió Erith y Bliss se percató de que la conocía mejor de lo que ella misma imaginaba-. Te va a llevar a cenar.

Bliss colgó después de que Erith le informó que Quin Quintero la llamaría a las ocho. Tomó su reloj y se dio cuenta de que todavía faltaba mucho tiempo, así que fue a darse un baño.

A los diez para las ocho, ya se había puesto un vestido verde. Supuso que, como Quin Quintero estuvo en la universidad con su cuñado, también debía tener treinta y seis años.

Claro que eso no tenía importancia, se dijo mientras revisaba en el espejo que su ligero maquillaje estuviera perfecto y que su largo cabello rojo ya no necesitara más arreglo. En ese momento se dio cuenta de que tenía mejor ánimo.

No sería un problema cenar con el aristócrata Quin Quintero, quien al parecer era un pilar de la sociedad peruana. Además, lo convencería de que no necesitaba de su ayuda, sino que eran su hermana y su cuñado quienes se preocupaban por ella.

Cuando el reloj dio las ocho en punto, Bliss esperó a que alguien llamara de la recepción para avisarle que un señor Quintero la esperaba abajo. Sin embargo, el teléfono no sonó y, un minuto después, alguien llamó a la puerta. Era obvio que el señor Quintero había preguntado en la recepción el número de la habitación de ella, para buscarla en persona.

Bliss sonrió al abrir. Y cuando lo hizo… su sonrisa desapareció. El hecho de que la expresión del alto hombre de ojos grises también se altera con rapidez fue pasado por alto por Bliss, quien preguntó con cortedad:

– ¿Sí? -entonces, se hizo la luz y lo entendió todo-. ¡Oh, no… no usted! -exclamó Bliss.

– ¡No lo puedo creer! -estaba igual de impresionado y molesto que ella. Bliss se irritó… algunos hombres que conocía se alegrarían mucho por llevarla a cenar.

– Usted no… -se interrumpió-. ¿Es usted Quintín Quintero?

– Entonces es verdad -gruñó él.

– ¿Qué es verdad?

– Que usted es la mujer, y cito, “dulce y gentil y con una agradable personalidad”, a quien he venido a llevar a cenar.

– Gracias por venir, señor -Bliss alzó la barbilla, desafiante-. Considere su deber cumplido -comentó con arrogancia y vio que lo ojos de él relampagueaban-. No iría a cenar con usted ni por…

– ¿Qué edad tiene? -interrumpió Quintero.

– Veintidós años -contestó… a pesar de que no quería hacerlo.

– Entonces actúe como una mujer de su edad -rugió.

– ¿Qué…? -se quedó atónita.

– Deje de portarse como una niña y muestre agradecimiento de que su cuñado…

– ¡Vaya! -se quedó de una pieza.

– Su cuñado, para no mencionar a su hermana, esté preocupado por usted, por su salud, su delicado…

– ¡Mi salud! -se enojó Bliss. Había decidido que ya estaba harta de estar enferma y que a partir de ahora ya no lo estaría más-. No hay nada de malo con mi salud -le espetó mientras miraba con fijeza al peruano de sombría expresión.

Sin decir nada, él la miró por debajo de su aristocrática nariz durante algunos segundos. De pronto, sus ojos brillaron con burla.

– ¿Y tampoco hay nada de malo con su apetito? -comentó y de inmediato Bliss se puso a la defensiva. Ahora que él ya no estaba enojado la chica no confiaba mucho en esa sorna.

– ¿A qué se refiere con eso? -inquirió con hostilidad.

– ¿Desea que llame a su hermana y le diga que no cenamos juntos porque usted no tenía hambre? -se encogió de hombros.

Bliss abrió la boca por la sorpresa. Qué hombre tan… Recobró la compostura y estuvo apunto de decirle que lo hiciera, cuando recordó cómo se preocupó Erith cuando Bliss tuvo pulmonía, cómo la cuidó y la alentó para que recobrara el apetito. Bliss odió a Quin Quintero porque él tenía la ventaja… y parecía ser consciente de ello.

– ¡Eso es un chantaje! -exclamó Bliss, furiosa. Demasiado tarde se dio cuenta de que cayó más en poder de ese hombre al confirmar que no quería que su hermana se preocupara. Tarde se percató de que debió sugerirle que se fuera al demonio.

– No, tan sólo estoy cumpliendo con mi palabra -declaró Quin Quintero-. Mire -prosiguió sin temor de ofenderla-, yo no deseo más que usted llevar a cabo este ejercicio. Pero Domengo de Zarmoza es muy buen amigo mío desde hace años -aclaró muy bien la situación-, y le he asegurado que, como usted es ahora un miembro de su familia, sería un placer para mí llevarla a cenar y ponerme a su disposición si llega a tener cualquier problema.

Bliss supuso que sólo tenía un problema… él. Sin embargo, se daba cuenta de que, o lo acompañaba para que él pudiera cumplir su promesa a su viejo amigo, o él le hablaría por teléfono a Dom de inmediato. Lo cual le provocaría pesadillas a Erith y tal vez ella y su esposo interrumpirían su luna de miel para volar para Lima y asegurarse, personalmente, de que Bliss estaba bien.

– Esto es ridículo -replicó Bliss y, como no tenía opción, tomó su bolso y salió del cuarto.

Sin pronunciar una palabra más, caminaron hacia los ascensores. era algo ridículo se molestó Bliss. No quería cenar con ese hombre ni él quería cenar con ella. ¿Y qué estaban haciendo? ¿Yendo a cenar juntos?

Quin Quintero decidió que podrían cenar en el mismo hotel en el que estaban hospedados, y eso fue obvio porque el ascensor se detuvo e el piso donde estaba el restaurante. Ambos salieron.

Ya estaban terminando casi de comer el primer platillo y no se habían vuelto a dirigir la palabra. De pronto, Bliss fue consciente de que Quin Quintero la estudiaba. Alzó la vista con rapidez y se percató de que él le observaba el cabello rojizo:

Él le quitó la vista de encima y le preguntó con calma:

– ¿Puedo ayudarla en algo, señorita?

– No, gracias señor -contestó con cortesía y frialdad, antes de tomar una cucharada de sopa.

Llegó el segundo plato y Bliss empezaba a cortar su filete, cuando él comentó con voz suave:

– Espero que no haya tenido que cancelar una cita para cenar con otra persona.

Bliss lo miró con fijeza, con sus ojos grandes y verdes. Cerdo, pensó. Sabía muy bien, por su tono desdeñoso, que se refería a la ocasión en que pareció que ella estaba dejando que el señor Videla la “sedujera”.

Mas no se rebajaría a darle una explicación de su amistad pasajera con el señor Videla y su esposa. Sin parpadear siquiera, replicó con dulzura:

– No tenía ninguna cita para esta noche -y dejó que él intuyera que, de tener otro compromiso, no estaría en ese momento en su compañía.

Se dio cuenta de que él así lo asumió. Sin embargo, no entendió, cuando él hizo una mueca como si lo que ella dijo lo divirtiera mucho de pronto. Claro que él no sonrió y Bliss apartó la vista de la boca de hombre, que, por cierto, era muy atractiva.

Cuando volvió a verlo, de nuevo estaba muy serio. No obstante, Bliss se sorprendió a si misma al hacerle la misma pregunta, cuando ella no estaba interesada en saber la respuesta:

– ¿Y usted, señor? ¿Acaso tuvo que cancelar una cita para poder cumplir su promesa a mi cuñado y cenar conmigo esta noche?

Quin Quintero la miró con desprecio durante una larga pausa.

– No -eso fue todo lo que contestó, a pesar de que implicaba que más habría cancelado nada por estar con Bliss esa seca contestación aguijoneó a la chica, quien le hizo otro comentario, incongruente con la falta de interés que estaba segura sentía.

– ¡Ah! -exclamó como si de pronto entendiera la razón por la cual él estaba libre esa noche-. ¡Está casado!

– Le aseguro, señorita, que no lo estoy -declaró con voz pétrea. Hubo algo en su tono de voz que le advirtió a la joven que ese terreno era muy peligroso.

Y fue una rareza que Bliss insistiera en el asunto, pues solía ser muy respetuosa y considerada con los sentimientos de las demás personas.

– Pero estoy segura de que estuvo a punto de comprometerse y hace muy poco tiempo.

Dios mío, pensó Bliss cuando Quin Quintero la miró como si quisiera asesinarla. Y la dejó azorada cuando se dignó contestarle.

– Por un momento, uno de nosotros creyó que así sería -su tono cortante la desafiaba a seguir haciendo comentarios acerca de ese tema.

– Lo cual significa -a Bliss ya no le importaba que alguien le ordenara cerrar la boca-, que la dama en cuestión se dio cuenta a tiempo de que usted y su encanto no eran en realidad lo que deseaba.

En cuanto pronunció las palabras, Bliss quiso tragárselas. Claro que él era el culpable de ello, debido a su actitud seca y fría, pero ella nunca fue tan desconsiderada con una persona. Estaba a punto de disculparse, mas se alegró de no hacerlo cuando ese hombre replicó:

– El hecho de que Paloma Oreja, la dama en cuestión, como usted la llama, y yo no nos hayamos comprometido además de que ya no tengo intenciones de verla de nuevo, no es un asunto de su incumbencia, señorita.

– Como ya lo noté antes, señor -prosiguió Bliss molesta por el tono de voz de él y por el hecho de tener que estar en un lugar público-, es usted un hombre muy encantador -lo miró con enfado. En ese momento llegó su postre y le dedicó toda su atención.

Su budín estaba bastante bueno y no le tomó mucho tiempo comerlo. Estaba ya por la mitad cuando se dio cuenta de que Quin Quintero debía de estar muy dolido, por haber sido rechazado recientemente por una mujer, así que Bliss sintió la necesidad de pedirle perdón por su falta de sensibilidad hacia él.

Y se volvió a alegrar cuando no tuvo oportunidad de hacerlo, Pues el escogió precisamente ese momento para romper el silencio, después de no hablarse desde hacía varios minutos.

– ¿Y usted? -preguntó con frialdad mientras la observaba con detenimiento.

– ¿Yo? -no entendió a qué se refirió.

– No tiene anillos en las manos -comentó él a modo de aclaración-. Claro que eso no significa nada en esta época.

– Ah -algo en su voz la hizo enfadarse de inmediato-. No esto casada.

– Supongo que existe un caballero en cuestión.

Bliss pensó que era justo que él a su vez le hiciera preguntas demasiado personales, y le pareció favorable para su orgullo fingir que tenía un novio, pues ya había declarado que esa noche no tenía ninguna cita con un hombre. Se dio cuenta de que Ned podía serle muy útil.

– El hombre en cuestión se llama Ned Jones… y ese asunto sólo es de mi incumbencia -replicó mientras tomaba su taza de café.

Casi lo había terminado de tomar cuando un par de jóvenes muy elegantes entró en el restaurante. Bliss sabía que hospedaban en el hotel y en los últimos días había adquirido la costumbre de saludarlos, al igual que a otras personas. Ahora no vio motivo para ser grosera sólo por estar cenando con un hombre.

Ambos le sonrieron y ella les devolvió la sonrisa.

– Sería una buena idea que contuviera sus impulsos de seducir a todos los hombres con los que se encuentra mientras está en Perú -gruñó Quin Quintero de inmediato-. Puede ser que usted no…

– Si ya no tiene nada más que decir, señor, le deseo que pase una buena noche -lo interrumpió y se puso de pie. Ya estaba harta de ese hombre, además de que, en primer lugar, ella no había querido cenar con él.

Él también se levantó y de nuevo la contempló con desprecio, mientras declaraba:

– Adiós, señorita.

Bliss se alejó muy derecha, segura de que nunca en su vida ningún hombre le resultó tan desagradable. ¿Cómo se atrevía a advertirle que no coqueteara con los hombres a quienes se encontraba? ¡Qué arrogante!

Lo único que la consoló mientras entraba en su cuarto, fue que no lo dejó albergar la menor ilusión de que estaba interesada en coquetear con él. Claro que habría sido una pérdida de tiempo siquiera intentar lo. Era obvio que él seguía enamorado de esa mujer llamada Paloma Oreja.

Claro que a ella no le importaba ni un comino quién era su amada, pensó Bliss mientras se desvestía y preparaba para acostarse.

Diez minutos después se metió a la cama. Apagó la luz y se acomodó. No le importaba nada. Cumplió con su deber al evitar que su protectora hermana se angustiara por ella, y ahora podía olvidar todo lo relacionado con Quin Quintero y seguir disfrutando de todo lo que Lima tenía que ofrecerle. Él se podía ir al demonio. Con suerte: tal vez no volvería a verlo nunca más.

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