Capítulo 4

Las cosas siempre tienen otro aspecto por la mañana, pensó Bliss cuando se dirigió en taxi a la estación de tren de Cuzco, llevando consigo comida empacada en el restaurante del hotel. La noche anterior, olvido lo difícil que era Quin Quintero y hasta creyó que pasó momentos agradables en su compañía. Hasta lo llamó Quin y pensó que era encantador.

Sin embargo, esta mañana, no se hacía más ilusiones. Quin Quintero al parecer tenía la habilidad de gritar un momento y ser encantador al siguiente. Bliss pasó por alto el hecho de que transcurrido veinticuatro horas desde que ella se alejó sin dirigirle la palabra el sábado y el hecho de que él la acompañara a cenar la víspera. Se hizo de la opinión de que la próxima vez que lo viera, él estaría dispuesto a comérsela viva.

Fue raro que ahora, cuando más quería dejar de pensar en él, no pudiera dejar de hacerlo.

“Concéntrate en otra cosa”, se dijo. Intercambió la visión de unos ojos cálidos y una rara sonrisa por una de Machu Picchu. Aunque nunca antes había estado allí, esas ruinas parecían estar presentes en cualquier publicidad que se refería a Perú.

De nuevo, el personal del hotel le facilitó las cosas. El empleado de la recepción se aseguró de que todo estuviera en orden para ella.

Hasta le encontró a un chofer de taxi que sabía hablar inglés.

– Venga para acá -le dijo el chofer cuando llegaron a lo que parecía ser el patio de la estación.

Bliss pensó que viajaría hasta Machu Picchu en tren y se preguntó entonces si no estaría ya todo lleno, puesto que el chofer del taxi la llevó a donde estaba estacionado un autobús.

Confiando en que el empleado del hotel le hubiera dado al chofer instrucciones precisas, a Bliss le pareció lógico abordar el autobús y esperar a ver el resultado.

Sin embargo, se sintió mejor al observar que había otras personas en el interior y bastantes turistas, lo cual significaba que su espíritu aventurero tal vez no la había defraudado aún.

Tomó un asiento doble junto a la ventana y de pronto se dio cuenta de que el autobús sólo la trasladaría parte del camino, puesto que la única forma de llegar a la antigua ciudad inca era por tren, si recordaba bien sus lecturas.

Un hombre gordo se sentó a su lado. A Bliss no le molestaba ser mirada de vez en cuando con admiración, pero le disgustó mucho la forma en la que ese desconocido la observó. Desvió la mirada.

Pensando que tendrían que cambiar el autobús por un tren, Bliss miró con fijeza por la ventana, esperando que fuera pronto. En ese momento escuchó que alguien se dirigía al hombre que estaba sentado a su lado. Tal vez el hecho de que el recién llegado habló con un tono que no admitía réplica, fue lo que hizo que Bliss pensara que esa voz le parecía familiar.

Descubrió, con una fuerte impresión, al hombre alto y fornido, parado en el pasillo, que esperaba que el hombre gordo se moviera del asiento. El corazón le dio un vuelco.

– Buenos días, Bliss -saludó Quin cuando el otro hombre se alejó, reacio.

– Buenos días -sonrió Bliss, alegre de pronto-. ¿También vas a Machu Picchu?

– De pronto se me ocurrió que he visitado mucho de lo que el resto de los países tienen que ofrecerme y que hacía mucho tiempo que no veía lo que hay en el patio trasero de mi casa.

– ¿Machu Picchu es el patio trasero de tu casa? -rió y vio que él observaba su boca.

En ese momento, el chofer del autobús entró y encendió el motor. Bliss se emocionó mucho. En poco menos de cinco horas vería Machu Picchu en persona… y estaba muy agradecida con Quin por haberle pedido al ocupante anterior del asiento que se fuera, pues así podría relajarse más y disfrutarlo todo.

Media hora después, tomaron una carretera bordeada por altos árboles. Y quince minutos más tarde Bliss vio a la distancia los nevados Andes.

– ¡Fantástico! -exclamó y se volvió por instinto, para compartir esa alegría con alguien. Se sobresaltó un poco al descubrir que Quin la estaba estudiando a ella y no al panorama. Se dio cuenta de que exclamación de placer debió atraer su atención-. Claro, tú lo has visto todo antes ya -murmuró, avergonzada de pronto.

– Pero nunca en un día de agosto con una hermosa y pelirroja inglesa como acompañante -fue galante y Bliss olvidó su timidez.

Volvió a mirar el paisaje y se preguntó si él había insinuado que se quedaría a su lado durante el resto del día. Y al pensarlo, se dio cuenta de que eso sería algo que le gustaría mucho.

Durante la siguiente media hora, Bliss gozó la escena totalmente rural que veía por la ventana, aunque a veces pensaba en el hombre que estaba sentado a su lado. Aún no sabía en dónde vivía él en Perú y nunca lo sabría si no se lo preguntaba a su hermana. Eso no era muy importante, mas se preguntó si la razón verdadera por la que Quin estaba haciendo ese viaje era porque no quería volver a su casa. Tal vez su ex novia Paloma vivía en la misma región costera y quizás él ansiaba tener algo de distanciamiento de ella, debido a que fue rechazada su propuesta de matrimonio Claro que recordó que Quin había asegurado que esperaba nunca más volver a ver a su amada Paloma.

Lo cual implicaba que Paloma no podía vivir cerca de la casa de Quin. Bliss se preguntó entonces cuál era el verdadero motivo por el cual Quin decidió ir a Machu Picchu ahora… ¿o acaso esa fue siempre su intención? Sin embargo, él no se lo mencionó la noche anterior cuando ella le anunció que iría a visitar las ruinas. Tal vez, como todo el mundo, no podía trabajar sin descansar, y Quin había decidido matar su tiempo libre… y quizá al mismo tiempo perder algo de la soledad en su corazón en ese lugar tan popular. Bliss frunció el ceño cuando otra cosa se le ocurrió.

– ¿Qué te pasa, Bliss -preguntó Quin de pronto y la chica se dio cuenta de que la había sorprendido en el momento en que no estaba muy contenta con lo que creía que eran las razones de Quin para hacerle compañía.

– Me preguntaba… -apartó la vista de las cristalinas aguas de un río junto al cual viajaban-. ¿Cómo se llama ese río? -explicó, pues su orgullo decretó que no le revelara la verdad… que ella aún no había dilucidado.

– Es el río Urubamba -le informó, mirándola con fijeza.

Bliss siguió contemplando el escenario desde la ventana, intrigada de nuevo por la súbita perversidad de su naturaleza. Estaba segura de que le importaba un comino que Quin la usara como la compañera sustituta de la mujer a quien amaba… una sustituta muy mediocre, se dijo Bliss, puesto que ni siquiera existía una amistad entre ambos.

Bliss se percató de que era algo más que perversidad. ¿Por qué tenía ella que sentirse molesta, ella, quien tenía una reputación de ser muy quisquillosa con los hombres? Debía ser muy orgullosa para que el hecho de ser usada como sustituta la irritara tanto. Y no pudo analizar por qué… cuando ella solía ser muy compasiva con el sufrimiento del prójimo.

Decidió que no tenía tiempo para analizarse, y no veía por qué tendría siquiera de tratar de hacerlo. Estaba en Perú y debía disfrutar de todos los momentos del viaje. Pronto volvería a Inglaterra… cada segundo era un tesoro.

Estaban cruzando un pueblo pequeño. Bliss permitió que su curiosidad despertara y le preguntó a su compañero:

– ¿Puedes decirme lo que significa ese largo poste que parece tener una flor al final?

– Es una señal, para todo aquel que esté interesado, de que el dueño del establecimiento vende chicha -comentó con naturalidad y Bliss no vio nada en su agradable expresión que revelara que estaba muy dolido.

¿Chicha? -preguntó. Trató de conservar su voz neutral, porque de pronto la invadió una sensación de suavidad por él.

– Una bebida alcohólica hecha en casa.

Bliss sonrió y siguió viendo por la ventana.

Superó su momento de suavidad y se preguntó qué se posesionó de ella. En ese preciso instante, el autobús se detuvo. Toda la gente empezó a salir. Debía de ser una especie de terminal.

– ¿En dónde estamos? -trató de mantenerse cerca de Quin cuando todas las personas que tenían aspecto de turistas fueron asediadas por comerciantes que intentaban vender sus artesanías de vivos colores.

– En Ollantaytambo…

– ¿Has oído hablar de este lugar?

– Es uno de los lugares de mi lista para visitar -su entusiasmo afloró al recordar las lecturas que había hecho sobre el pueblo, en el cual aún había muchos habitantes y cuyas casas y calles estaban preservadas e idénticas a como los incas las abandonaron cuando huyeron de los españoles.

– Me temo que ahora no hay tiempo -advirtió Quin como si ya reconociera el ansia que iluminó de pronto los ojos de la chica-. Dentro de poco tomaremos el tren a Machu Picchu.

– Entonces vendré mañana -sonrió Bliss, animada Se prometió que al día siguiente iría a Ollantaytambo, vería la ciudad, las espectaculares terrazas agrícolas sobre las que tanto leyó y el puesto de observación que parecía haber sido construido en medio de una montaña En un gesto impulsivo, le compró a una mujer un adorno para colgar en la pared.

– ¿Qué harás con eso? -bromeó Quin cuando se dirigieron a la estación de tren.

Bliss no estaba muy segura. Su cuarto en Inglaterra estaba decorado en tonos pastel, y el rojo, el amarillo y el morado del adorno desentonarían de inmediato.

– Ya se me ocurrirá algo -rió y lo dobló con mucho cuidado para meterlo en su enorme bolsa de lona.

– Es una bolsa demasiado grande para una mujer tan pequeña como tú -observó Quin.

¿Pequeña? Bliss medía uno setenta sin tacones.

– Dentro tengo mi comida -explicó, a la defensiva.

– ¡Ah! -exclamó él y Bliss tuvo que volver a reír. Fue obvio, por la expresión de Quin, que él no pensó en llevar comida.

El tren, con sus vagones pintados de naranja y amarillo, llegó a la estación y ambos entraron en uno de los compartimentos. Los asientos sólo estaban colocados en una dirección, como si fuera un autobús. Y Bliss no objetó cuando Quin se sentó a su lado.

Charlaron de manera amena mientras esperaban que el tren iniciara el viaje. Al mediodía, el tren se puso en marcha y Quin guardó silencio adivinando que Bliss no quería perderse de ningún detalle.

Media hora después, Bliss notó que la vegetación estaba cambiando.

– Hay más árboles aquí -le comentó a Quin.

– Aquí empieza la selva tropical -explicó él y Bliss volvió a prestar atención a la ventana.

Desvió la mirada al otro lado del vagón y se dio cuenta de que el río Urubamba estaba lleno de espuma, debido a que cruzaba un terreno accidentado. Después de chapotear entre las rocas, volvió a fluir y Bliss también se relajó y se dejó absorber de nuevo por lo que la rodeaba.

Le pareció increíble, pues Quin escogió ese preciso momento para iniciar la charla otra vez, como si le leyera la mente y supiera que estaba de humor para charlar.

– Supongo que este no es tu primer viaje al extranjero.

– No lo es, pero nunca había viajado tan lejos -señaló la chica.

– Es evidente que hasta ahora has gozado de todo lo que has visto.

– Tal vez es hora de que sea más mundana -estaba muy a gusto con su personalidad, pero también era consciente de que Quin era muy elegante. Y apostaba a que Paloma Oreja también lo era.

Pensaba que en realidad, no quería parecerse a Paloma Oreja, cuando Quin la sorprendió mucho y la complació al comentarle, mientras observaba su rostro muy poco maquillado:

– Parte de tu encanto, Bliss, es precisamente tu forma de ser.

– ¿De veras? -preguntó con cautela, pues no estaba segura de que no intentaba molestarla al hacer semejante comentario.

– Créemelo -parecía sincero y le ofreció su deslumbrante sonrisa. Bliss de pronto halló algo de gran interés que observó con detenimiento, para así poder desviar la mirada y no seguir viéndolo a él.

A la una y media, Quin se levantó y regresó con un paquete de emparedados y un par de refrescos. Bliss tuvo que sonreír. Tal vez él había olvidado llevar su comida desde el hotel, mas por nada del mundo pensaba morirse de hambre. Ella recibió uno de los refrescos y sacó de su bolsa lo que le habían preparado en el hotel.

Era la primera vez que comía en un tren y lo disfrutó mucho.

– Iré al tocador -le anunció a Quin. Este se puso de pie para dejarla pasar, y cuando Bliss le rozó el pecho con el hombro, se percató de que sí debía parecerle pequeña a un hombre tan alto como él.

Se alegró de poder estirar las piernas. Al volver a su asiento descubrió que ya faltaba poco para llegar. El tren pasó por dos túneles y justo a las dos y diez llegó a la estación de Machu Picchu.

Bliss empezó a emocionarse mucho. Allí estaba, en Machu Picchu, la ciudad que el mundo desconoció hasta 1911, a pesar de que los indígenas de la zona sabían de su existencia.

Supuso que habría podido arreglárselas muy bien sola. Pero era mucho más agradable estar con alguien que ya había visitado las ruinas antes. Como Machu Picchu estaba en lo alto de la montaña, sólo había una manera de subir.

Fue asediada por un nuevo grupo de vendedores y Quin la tomó del brazo.

– Por aquí -señaló él. Pronto se unieron a otros viajeros que hacían fila para subirse a unos minibuses de veinticuatro asientos, que los llevarían por la peligrosa y zigzagueante ruta a la ciudad.

Bliss se aferró a su asiento mientras el minibús subía por la tortuosa vía. Al llegar a su destino, Quin bajó primero y ayudó a Bliss a hacerlo.

– ¿Está bien? -inquirió al tomarla con firmeza de la mano y mirar la con detenimiento a los ojos.

Bliss sabía que estaba muy emocionada por todo lo que estaba presenciando, y no deseaba que ahora Quin le recordara lo enferma que estuvo. Había mucho que ver y no quería perderse de nada antes que tuvieran que bajar para tomar de nuevo el tren.

– Nunca estuve mejor -declaró.

Quin la estudió unos momentos más y Bliss decidió que sería magnánima y que le permitirla que llevara su bolsa.

– ¿Qué te gustaría ver primero?

– Todo -rió y lo oyó reír a su vez.

Las ruinas de Machu Picchu estaban situadas en medio de dos picos. El de Machu Picchu, que en quechua, una de las lenguas habladas en Perú significa Montaña Vieja, y el de Huayna Picchu, que significa Montaña Joven. Las ruinas fueron descubiertas por un profesor y senador estadounidense; durante dos horas Bliss caminó, admiró y escaló el descubrimiento del doctor Bingham.

Esas dos horas nunca serían suficientes para admirar las terrazas agrícolas, los templos, las casas, la sección industrial, las fuentes construidas como escalones, todo lo cual se alzaba setecientos metros arriba del valle Urubamba.

Una vez, Bliss tropezó y Quin la atrapó con rapidez del brazo.

– Calma -susurró él y la miró con sus ojos grises y serios. Bliss sentía que estaba un poco sonrojada por el esfuerzo y, como había perdido el aliento en ese instante, no objetó cuando él la hizo descansar unos momentos.

– ¿Es ese el camino por el que subimos en el autobús? -le preguntó ella al mirar el camino lleno de curvas que estaba en un costado de la montaña y que tenía un aspecto muy moderno, comparado con las ruinas que los rodeaban.

– ¿Ya tienes ganas de bajar? -bromeó Quin e indicó que el trayecto de bajada sería mucho más emocionante y aterrador que el de subida.

Con tanto que ver y con turistas dispersos por todas partes, a Bliss no le sorprendió estar sola de pronto con Quin, al llegar a una torre de control.

Estaba admirando el bloque de granito de la torre cuando de pronto fue atacada por una tos súbita que no pudo controlar. Quin la observaba con el mayor de los cuidados.

– ¿Es ese el río… Urubamba? -Bliss trató de desviar la atención de sí misma al señalar la corriente que estaba abajo. Sin embargo, no logró su objetivo, pues tosió mientras le hizo la pregunta a Quin.

– No hables más -indicó él con calma-. Trata de relajarte -la sorprendió al acercarse y ofrecerle el beneficio de apoyarse en su viril pecho.

Poco a poco dejó de toser, aunque pasaron varios minutos para que así fuera.

– Lo… siento -expresó; sin embargo, cuando quiso apartarse, descubrió que él la tenía rodeada con los brazos.

– Descansa unos minutos -sugirió Quin con calma.

De pronto, al apoyar su peso en él, la invadió una inmensa paz… Bliss no se había dado cuenta de que en realidad estaba muy cansada.

Claro que, a pesar de recibir cierto placer por estar en sus brazos, Bliss recobraba cada vez más la sensatez.

Ahora recordó que Erith le advirtió que la gran altitud no respetaba a nadie.

– Debe ser la altitud -Bliss usó ese pretexto para disculpar su tos al apartarse y mirarlo a los ojos. Cuando lo hizo, olvidó lo que le iba a decir después. Al encontrarse con la mirada de Quin se dio cuenta de que él estaba bastante conmovido y que la abrazaba con fuerza… como si no se diera cuenta. Bliss bajó la mirada y la fijó en uno de los botones de la camisa de él, tratando de recobrar la sangre fría. Entonces, Quin dejó de apretarla y la tomó de los brazos para separarla de él con firme lentitud. Sin embargo, no la soltó al señalar:

– Bliss, entonces te sugiero que vayamos a tomar nuestro tren -su tono de voz le hizo creer a la chica que no estaba conmovido y que el aire escaso de la montaña estaba haciéndola imaginar cosas.

Como había muchos lugares donde era imposible que dos personas caminaran codo a codo, fue Quin quien condujo a Bliss de regreso a la terminal del autobús: Como caminó con lentitud, evitó que la chica volviera a perder el aliento.

Estaba bastante pensativo y silencioso cuando abordaron el autobús y éste se puso en marcha. Bliss se preguntó si ya estaba harto de estar en su compañía.

Eso pensó durante la cuarta parte, del trayecto cuando, junto con Quin y los demás pasajeros, se dio cuenta de que un chico peruano vestido con un traje de correr se apareció de la nada y atrajo su atención al lanzar un fuerte grito. Al principio, Bliss no entendía nada de lo que pasaba, pero cuando el autobús disminuyó la velocidad para lidiar con todas las pronunciadas curvas del camión, el chico de diez o doce años gritó con todas sus fuerzas mientras corría para atraer la atención de los pasajeros.

– ¡Está jugando carreras con nosotros! -exclamó Bliss al volverse para mirar a Quin, olvidando que tal vez éste ya estaba muy aburrido de estar en su compañía.

– Puede que tengas razón -asintió él con tanta amabilidad que Bliss se percató, con un vuelco de su corazón, de que si Quin estaba silencioso no era por estar harto de ella, después de todo.

Bliss pensó que Quin era un hombre encantador cuando, después de bajar del vehículo y ser recibidos por el chiquillo bañado en sudor después de haber corrido cuesta abajo, le dio un billete de importante denominación.

La estación de tren de Machu Picchu estaba llena de turistas, de un ejército de comerciantes, de ruido y actividad. Toda la zona estaba invadida por niños y perros callejeros. Había sonidos y visiones que a Bliss le encantaron. Quin la tomó del codo y la llevó a la sala de espera de la estación, donde al parecer los vendedores no podían entrar. Allí había una cafetería y Bliss le dio las gracias a Quin cuando éste le ofreció un poco de jugo dé naranja y un pan dulce.

– Gracias -con gusto bebió y comió, pues hacía horas que no ingería nada, y aún faltaban muchas horas de viaje.

Después de las cinco y media, el tren llegó a la estación. Bliss se acomodó en su asiento y se percató de que estaba rendida. Sabía, por experiencia propia, que el toser de esa manera la agotaba… pero eso fue cuanto estuvo enferma y ahora ya no lo estaba.

“Estoy bien”, se irritó consigo misma y decidió que toser durante mucho tiempo, combinado con una gran altitud, cansaría hasta a un atleta.

Se percató de que de nuevo Quin estaba muy silencioso, volvió a tener la incómoda sensación de que estaba harto de ella. Sin embargo, él se mostraba muy amable. Bliss trató de mantener los ojos abiertos, mas era necesario un esfuerzo muy grande. Tal vez Quin sólo estaba harto de la vida en general y seguramente seguía muy herido por el rechazo de Paloma Oreja.

Bliss trató de olvidarse de Quin y de su ex novia. No quería pensar en ellos. No era algo que la hiciera sentirse bien… de hecho, la irritaba pensar en Quin y en su amor.

Sin motivo a empezó a recordar la forma en que Quin la abrazó en Machu Picchu. De nuevo cerró los ojos. Fue muy amable por parte de él dejarla descansar, apoyada en su pecho, hasta que se le pasó ese ataque de tos. Muy amable…

Bliss se movió, estiró una mano y tocó algo sólido.

– ¿Dormiste bien? -inquirió una voz suave cerca de su oído. Con brusquedad, la chica despertó del todo.

– Lo siento mucho -se disculpó al descubrir que había descansado con la cabeza apoyada sobre el hombro de Quin. Se sentó muy derecha al instante.

– Cuando quieras, hazlo -estaba tan relajado que Bliss tuvo que sonreír-. Estabas exhausta -la disculpó con naturalidad-. ¿Cómo te sientes ahora?

Bliss consultó su reloj a modo de respuesta. Eran diez para las ocho.

– ¿Acaso hace dos horas que estoy dormida? -estaba muy avergonzada por haberlo mantenido inmovilizado en su asiento.

– ¿Sabes que roncas?

– No es cierto.

– Es verdad, no roncas -contestó y Bliss se dio cuenta de que estaba bromeando. Miró por la ventana y se percató de que estaban cruzando un pueblo. Entonces se dio cuenta de que, además de que le encantaban las bromas de Quin, también le encantaba su país. Al igual que a su hermana, Perú la había hechizado y ahora estaba enamorada de éste.

Pensó que tendrían que bajar del tren en Ollantaytambo y de allí proseguir la ruta en autobús, como lo hicieron en el viaje de ida. Sin embargo, ya eran las nueve de la noche y el tren siguió hasta Cuzco, después de imprimir más potencia para subir una pendiente pronunciada.

El tren se vació con rapidez y Bliss se alegró de estar con Quin, un hombre que conocía su país. En unos momentos, estaban ya en el interior de un taxi y se dirigían al hotel con rapidez.

Bliss esperó con Quin en la recepción a que les dieran las llaves de las habitaciones. Después, lo siguió a los ascensores.

– No es necesario preguntarte si disfrutaste del día -comentó él mientras esperaban un ascensor.

– Machu Picchu es un sueño hecho realidad -sonrió Bliss. Entraron en el ascensor y Quin apretó el botón del piso donde los dos estaban hospedados. De pronto, en el espacio reducido del ascensor, a la chica la invadió una timidez ridícula.

Hacía años que no sentía inhibición por nada y se preguntó que demonios le pasaba, cuando llegaron a su destino.

Salió con la esperanza de que en el espacio amplio del corredor, su ridícula vergüenza desapareciera. Sin embargo no fue así. Quin se detuvo al llegar a la habitación de Bliss y la miró.

– ¿Quieres que nos encontremos en el restaurante en quince minutos? -sugirió.

Bliss no pudo hallar las palabras para aceptar la amable invitación.

– No… tengo hambre -le dijo. Sin ni siquiera desearle buenas noches, lo cual le parecía muy poco cortés, se alejó de él con rapidez y entró en su habitación.

Media hora después, se acostó, segura de que no tenía nada de apetito, pero pensando que habría sido muy agradable pasar media hora con él en el comedor del hotel. Además, habría podido comer aunque fuera algo ligero.

Apagó la luz y decidió que si dormía temprano recuperaría su fuerza y al día siguiente podría visitar Ollantaytambo.

Desde que estaba en Perú, se acostaba siempre pensando en lo que haría al día siguiente, y fue raro que ahora pensara en algo totalmente distinto.

Machu Picchu era maravilloso. Quin fue un compañero de lo más agradable y, haciendo cuentas, Bliss decidió que ese había sido uno de los mejores días de su vida.

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