Bliss durmió poco esa noche y, como consecuencia, durmió más de lo acostumbrado cuando ya debía estar bañada y vestida. Quince minutos después, se percató de la hora que era, mas no se apresuró por empezar al día.
Se sentó en la cama y ansió con todo su corazón apresurarse para ver a Quin antes que éste se fuera a su oficina. Sin embargo, hacía tan poco que había aceptado estar enamorada de él, que aún no sabía cómo debía actuar.
Claro, el orgullo le ordenaba que se marchara en ese momento de esa casa, puesto que Bliss nunca podría volver a estar tranquila consigo misma si Quin llegaba a descubrir la profundidad de sus sentimientos. Claro que el amor vencía el orgullo. A pesar de que el día anterior Bliss estuvo decidida a irse del hogar de Quin, parecía que ese amor, un amor del que Quin nunca debía enterarse, no le permitía ahora hacerlo… aunque ahora era necesario.
Esto último la confundía más, pensó Bliss al tomar ropa interior limpia y dirigirse al baño. Ahí estaba, ansiando volver a ver a Quin, tanto que no quería pensar siquiera en irse de esa casa, mientras que, al mismo tiempo, estaba retrasando la hora de bañarse y vestirse, con la esperanza de que Quin ya estuviera en su oficina para cuando ella saliera de su cuarto.
Para cuando Bliss llegó al desayunador, Quin ya estaba en su oficina. Y, sólo para mostrar lo complicado que uno se volvía al estar enamorado, Bliss no supo cómo podría hacer pasar las horas que faltaban para la cena… el momento en que volvería a verlo.
– Buenos días, señorita -saludó la señora Gómez y se acercó con café recién hecho y pan tostado. Parecía tener una antena mágica que le avisaba cuando salía Bliss de su habitación.
– Buenos días, gracias, señora -contestó Bliss. Tuvo la tentación de preguntar si Quin ya se había marchado al trabajo, pero de alguna manera logró contenerse.
Para empezar, habría sido difícil que el ama de llaves la hubiera entendido en inglés. Para continuar, no quería que nadie tuviera la menor sospecha de que acababa de descubrir que estaba enamorada de Quin.
No sentía más apetito que el día anterior. Sin embargo, no se iba a desmayar en esa casa por falta de nutrición. Así que comió un pan con mermelada. Estaba muy triste. Si las horas que faltaban para la cena le parecían ahora interminables, ¿qué pasaría cuando estuviera de regreso en Inglaterra y ya no tuviera la menor oportunidad de ver a Quin?
Deprimida, Bliss salió del desayunador. Regresó a su cuarto para descubrir que la eficiente Leya ya lo había limpiado y ordenado. Sin nada que hacer, Bliss tomó un libro y salió de nuevo.
Dos horas más tarde, estaba sentada en la casa de la playa, en la arena. Tenía el libro en el regazo y no estaba leyendo. Contemplaba el mar.
Seguía en la misma posición cuando, una hora después, casi saltó al cielo al ver aparecerse de pronto a Quin.
– ¡Oh! -exclamó y se maldijo por ruborizarse. Estaba roja como la grana.
Sin embargo, Quin escogió ese preciso instante para mirar en la dirección en la que Bliss tuvo la vista fija.
– Estás un poco desviada si piensas que estás mirando a Inglaterra -comentó Quin al observarla a ella de nuevo-. ¿Extrañas al novio? -gruñó.
Bliss decidió que ignoraría el comentario del “novio”, pero se percató de que su rostro debió reflejar su depresión. Le pareció que, aunque fuera por buenos modales, exceptuando el hecho de que amaba a Quin, tenía que declarar que no extrañaba su país. Después de todo, era huésped de Quin. Y eso la colocó en un dilema. Aunque no estuviera melancólica no podía decírselo, pues Quin querría saber Por estuvo contemplando el mar con tanta tristeza.
Así que hizo lo único que era posible… no contestar la pregunta.
– Pensé que estabas en la oficina -cambió de tema por completo y su corazón empezó a perturbarse de nuevo cuando Quin se acercó y se sentó a su lado, en la banca.
– ¿Es un buen libro? -inquirió y tomó del regazo de Bliss la copia de Las culturas prehispánicas del Perú, que ella compró en uno de los museos que visitó-. ¿Siempre eres tan seria? -quiso saber.
– ¿Qué tiene de malo eso? -preguntó Bliss. Sin embargo, empezó a reír al pensar que Quin estaba bromeando.
– Pobre Ned Jones -comentó. La sorprendió al recordar el nombre de Ned.
– ¿Por qué pobre de Ned? -cuestionó y se preguntó si se equivocó al suponer que Quin bromeaba, pues, de pronto, él la miró con tal severidad que casi era algo hostil.
– ¿Estás implicando que tu relación con él es la de amantes? -inquirió con dureza y Bliss se preguntó cómo demonios habían caído sobre un tema semejante de conversación.
– ¡No estoy implicando nada parecido! -se irritó-. Ned y yo somos amigos, buenos amigos -calificó, ignorando el hecho de que Ned quiso que las cosas entre ambos fueran diferentes-. Y eso es todo lo que somos.
– ¿Estás afirmando que él no es ese tipo de amigo? -Quin estaba escéptico. Aunque Bliss lo amaba y había estado muriéndose de ganas de verlo, de pronto sintió deseos de abofetearlo.
La chica inhaló hondo. Estaba decidida a no contestar. Sin embargo, Quin la observó con tal detenimiento que fue obvio que esperaría a recibir una respuesta. Bliss se la dio… tan sólo para desviar la atención de sí misma.
– No, no es ese tipo de amigo -rugió. Como parecía que Quin quería que fuera más específica, añadió-: No me acuesto con él, nunca me he acostado con él y no tengo ahora ni en el futuro ningún plan de acostarme con él -recalcó, acalorada.
A ver qué le decía Quin ahora. La dejó pasmada al hacer el siguiente comentario:
– Desde luego, ya no eres virgen.
– ¿Cómo qué “desde luego”? -replicó, molesta. No sabía qué le pasaba a ese hombre y no sabía cómo estaban hablando de algo semejante.
– ¿Quieres decir que lo eres? -preguntó él con rapidez-. ¿Qué hombre…?
Bliss se puso de pie. El libro, que Quin volvió a ponerle en el regazo, cayó al suelo. A ella no le importó y se alejó unos cuantos pasos.
– Lamento desilusionarte cuando es obvio que piensas que soy una ramera de primer orden… -se tensó y se habría alejado de él en ese momento, de no ser porque Quin le puso las manos en los hombros. De inmediato, Bliss sintió que revivía. Toda su piel empezó a cosquillearle, temió mover un músculo siquiera en caso de que se apoyara contra Quin.
– No pienso nada semejante y lo sabes -aseguró Quin con brusquedad. La apretó con fuerza al añadir-. Lo que pasa es que, con tu atractivo, imaginé que…
– ¿Qué tiene que ver mi apariencia con esto? -se enfadó Bliss, y se alegró de hacerlo, pues eso le dio fuerzas para zafarse de él y encararlo. Se percató de que la observaba con detenimiento. Ella siguió hablando con mucha irritación-. Las mujeres deciden que algunas… experiencias pueden esperar a… hasta que sea el momento adecuado, o no lo deciden. En mi caso, así lo decidí y me molesta mucho que impliques que yo me acostaría con cualquier… -se interrumpió al oír un rugido en español. De todos modos, lo miró con rabia cuando Quin de pronto la tomó de los brazos.
Pasmada todavía, Bliss sufrió un momento de debilidad al sentir el roce de Quin y, le pareció imposible apartarlo como debía hacerlo.
– ¿Cuándo impliqué yo algo semejante? -rugió Quin.
– ¡Lo hiciste! Estoy segura… -se detuvo. Ansió que la tierra se la tragara en caso de haberlo interpretado mal.
– Y estoy seguro de que tú, con un enfado tan explosivo, eres demasiado susceptible -concluyó Quin con una voz mucho más suave.
Bliss lo miró con fijeza y tuvo la horrible sensación de haber hecho el ridículo. Estaba demasiado susceptible a cualquier cosa que él dijera, y no pudo pensar en nada que contestarle. Todavía estaba tratando de alejarse de Quin cuando recibió la sorpresa de ver que él empezaba a sonreír. De pronto, Quin pareció estar muy contento e inquirió con profundo encanto:
– ¿Vas a mostrarme que me perdonas al permitir que te lleve a comer?
– No tienes que divertirme -Bliss contestó con frialdad y se resistió a su encanto.
No se hubiera asombrado mucho si Quin le hubiera dicho que se muriera de hambre entonces. Sin embargo, él conservó su buen humor.
– ¿Crees que te llevaría a alguna parte si no estuviera deseoso de hacerlo?
El corazón de la chica dio un vuelco de felicidad… aunque Bliss logró observarlo todavía con solemnidad.
– ¿Desilusionarías a un hombre, Bliss, que bajo el pretexto de asistir al funeral de su abuela, salió de su trabajo para venir a verte?
Bliss no pudo evitar reír. Echó a reír de felicidad y fue un sonido mágico y musical. Mentiroso… lo amaba.
– Iré a lavarme las manos -anunció, muy divertida todavía.
No obstante, en ese momento se dio cuenta de que Quin la observaba de manera contemplativa. Bliss se inmovilizó cuando él la empezó a acercar más.
– ¿Por qué, siquiera por un segundo, pensé que siempre eras seria? -sin esperar su respuesta, inclinó la cabeza con lentitud y la besó con cuidado y suavidad.
Bliss todavía trataba de aterrizar cuando, sentada al lado de él en el coche, revivió una y otra vez ese breve y hermosísimo beso. Claro, sabía que no significaba nada para Quin, existiera Paloma o no. Sin embargo, al haberla besado con tanta delicadeza, eso debía implicar que ella le agradaba.
Cuando llegaron a Pisco, Bliss se dio cuenta de que ya no debía obsesionarse con ese beso, para no empezar a imaginar cosas que no existían. Quin la besó porque lo complació un poco verla reír, y eso era todo. Sin embargo, la chica deseó con todo su ser que con el tiempo fuera correspondida en su amor.
Quin estacionó el auto y juntos entraron al restaurante. Al sentarse a una mesa, él le preguntó qué le gustaría comer.
– Algo pequeño… y peruano -decidió.
– Recuerdo que antes fuiste muy aventurera respecto a la minuta-. ¿De nuevo te sientes audaz?
“Me siento feliz”, quiso decirle, pero, por supuesto, no lo hizo.
– ¿Por qué no? -replicó y desvió la mirada por miedo a que descubriera la alegría que la embargaba sólo de estar con él.
Con la ayuda de Quin, quien la hizo sentir en las nubes cuando él ordenó lo mismo, pidió algo llamado papas a la huancaína. Cuando se lo sirvieron le pareció que tenía un sabor delicioso. Perú tenía muchas variedades de papa, y Bliss escogió la variedad amarilla.
– ¿Preferirías algo distinto? -inquirió Quin al verla probar el platillo y la salsa.
– Lo estoy disfrutando mucho -le aseguró. Y estaba disfrutando algo más que el sabor a queso, cebolla y especias que detectaba su paladar.
Quin era un compañero encantador y pronto empezaron a charlar acerca de temas sobre los cuales Bliss no sabía que tenía opiniones tan definidas. Y eso la complació. Como su pasión por la arqueología ocupaba la mayor parte de su tiempo, a veces se preguntaba si se convertiría en el tipo de persona que ya no podría hablar de otro tema. Le agradeció en silencio a Quin el descubrir que tenía puntos de vista acerca de otros asuntos y que los podía expresar con calma y seguridad.
Bliss no quería comer postre. Sin embargo, como ansiaba llevarse a casa muchos recuerdos, y no precisamente sobre comida, decidió ordenar un pastel de fruta.
– ¿Tienes tiempo para tus aficiones? -preguntó ella con naturalidad cuando llegó pastel. Tomó su tenedor y supo que quería conocerlo todo acerca de él, pero no quería darle la impresión de estar demasiado interesada-. Quiero decir, cuando no estás trabajando -añadió.
– No trabajo todo el tiempo -bromeó. Le sostuvo la mirada-. Esquío… y… -de pronto se detuvo. Todavía la miraba, pero fue como si al ver sus grandes ojos verdes hubiera olvidado lo que iba a decir-… y, claro, viajo… a veces puedo combinar los negocios con el placer.
Bliss quiso comentar muchas cosas, además de sugerirle que los visitara si llegaba a ir alguna vez a Dorset. Pero estaba celosa.
– Este pastel está delicioso -comentó al darse cuenta de que ella no tenía nada que ver con el hecho de que de pronto Quin perdiera su idea. Era obvio que Quin no estuvo pensando en ella. La estuvo observando, claro, pero sus pensamientos debieron recordar a Paloma Oreja, con quien debió esquiar y velear la última vez.
– ¿Más café? -inquirió al verla terminar el postre.
– No podría tomar nada más. Creo que explotaría si lo hiciera -añadió y lo quiso mucho cuando él rió, divertido.
– Eres un deleite -declaró y los celos de Bliss desaparecieron. Su corazón de nuevo se llenó de amor por él.
Claro que estaba tan contenta que temió revelarle su amor. Consultó su reloj.
– ¿Es esta la hora? -estaba incrédula hasta que lo vio sonreír y asentir-. Pero si hace tres, horas que salimos de casa -de pronto la invadió una sensación de culpa-. ¡Debes querer volver a tu oficina! -exclamó con rapidez y lo vio sonreír más aún.
– Me dieron el resto del día libre -bromeó y, al sentir más amor por él, Bliss supo que debía estar a solas unos minutos para recobrar la sensatez.
Alzó la vista y descubrió el tocador de damas.
– Con tu permiso… -murmuró, y lo amó cuando él se levantó al mismo tiempo que ella. Entonces fue a recobrar la calma.
Cuando Bliss salió, Quin ya había pagado la cuenta; la tomó del codo y la llevó al auto.
– Disfruté mucho de esta comida, muchas gracias -Bliss se dio cuenta de que tuvo razón al comentárselo, pues Quin pareció estar complacido. Él se concentró en el tránsito y Bliss guardó silencio.
Con eficiencia, Quin los sacó de un nudo vial y pronto estuvieron en la carretera costera que llevaba a la casa. Bliss trató de conservar su alegría y trató de no pensar en cómo, seguramente en los próximos cuatro días, tendría que irse de casa de Quin para tomar el avión de regreso a Inglaterra.
Eso la estaba deprimiendo cada vez más y en ese momento se alegró de que estuvieran pasando por un pueblo de pescadores y de que los botes volvieran después de su día de pesca en el mar.
– ¿Podemos detenernos? -preguntó, obedeciendo a un impulso… Quin la complació con amabilidad y Bliss permaneció absorta durante los veinte minutos que siguieron.
Toda la zona de playa era un enjambre de actividad. Las personas iban y venían, algunas con carga y otras no. Familias enteras parecían estar trabajando, cargando canastas llenas de sardinas y muchos otros peces que Bliss no reconoció. Con pericia y habilidad transmitidas de generación en generación, los hombres limpiaban los peces y cargaban los vehículos. Todos, hombres, mujeres y niños, parecían tener una tarea que cumplir.
Bliss y Quin pasearon por la playa y la chica se dio cuenta de que Quin conocía a algunos de los pescadores. En ese momento lamentó no tener la cámara consigo para poder capturar esa maravillosa escena. Entonces, cambió de idea al respecto y se alegró de no poder tomar fotografías, pues tenía ojos que nunca olvidarían nada de lo que presenciaban, y además no le pareció propio empezar a tomar fotos.
– ¿Cómo se llama este pueblo? -inquirió Bliss cuando pasaron juntos a un puesto de bebidas donde vendían aguas de frutas e Inka Kola, una bebida mineral sin alcohol, y regresaron al auto.
– San Andrés -explicó-. Te divertiste, ¿verdad?
– ¿Fue obvio, acaso? -San Andrés estaba lleno de vida y era una experiencia totalmente distinta a la arqueología. Una experiencia fantástica.
– Lo supe por tu expresión -contestó Quin. Bliss se dijo que en el futuro debía vigilar su expresión cuando lo observara a él-. Estoy descubriendo facetas nuevas en ti todo el tiempo -añadió Quin con suavidad.
Bliss entró en el auto y brilló para sus adentros al pensar en que el último comentario era un halago. Minutos después, pensó que él no era el único que descubría facetas nuevas en ella. ¿Acaso siempre tuvo ella la habilidad de disfrutar del sencillo placer que era caminar por un pueblo de pescadores como San Andrés, cuando éstos regresaban con su botín del mar? ¿O acaso era que, a pesar de estar totalmente absorta por lo que vio, fue consciente de estar observándolo todo junto con el hombre al que amaba?
Meditó al respecto hasta llegar a la casa de Quin. Salió del auto, recordando que le pareció que su visita a Machu Picchu en compañía de Quin le pareció el día más maravilloso de su vida. Pero ahora le pareció que había algo más que especial en las horas que pasaron juntos este día.
– ¿Estás cansada? -le preguntó él cuando entraron en la casa.
– Estoy muy a gusto -no había hecho otra cosa ese día más que descansar. Sin embargo, le pareció que Quin debía querer estar a solas un rato, así que le anunció-. Creo que iré a mi cuarto a descansar un poco -y, aunque sólo quería estar con él, le sonrió para darle las gracias y se alejó con rapidez.
Bliss vivió en un sueño al recordar todo lo sucedido ese día y la forma tan agradable en la que se entendieron los dos. Ambos rieron y no hubo ninguna nota discordante… bueno, no después de que ella se enojó con él en la casa de la playa.
Los minutos pasaron y se dio cuenta de que era hora de bañarse y cambiarse para la cena. De nuevo empezó a pensar que Quin nunca debía percatarse de que estaba enamorada de él.
¿Cuántos días hacía que estaba en esa casa?, se preguntó mientras se daba un baño. El tiempo había pasado volando. Al principio, estuvo segura de que tan sólo soportaría pasar una noche bajo el techo de Quin… y allí seguía. Al día siguiente cumpliría una semana de estar en la casa de él. Y no lo estaba soportando, sino gozando.
Bliss se puso su traje de seda y salió de su cuarto. Al dirigirse al comedor, se le ocurrió que ya no había mencionado en absoluto su deseo de visitar Arequipa ni Ollantaytambo. ¿Notaría Quin que ella había disminuido su interés por la arqueología y… se preguntaría acaso el motivo?
– ¿Quieres un Pisco Sour? -inquirió Quin al verla llegar.
– Sí, gracias -aceptó. Tomó asiento y esperó que él nunca adivinara que ya había encontrado un amor más grande en su vida que la arqueología.
Comieron el primer plato sin decirse gran cosa. Estaban tomando el segundo platillo, cuando Bliss empezó a tratar de reunir el valor para decirle a Quin que volaría a Arequipa al día siguiente, y se esforzaba por no sentir miedo al imaginar que él se irritaría y que ofrecería llevarla al aeropuerto apenas despuntara el día. Sin embargo, en ese Quin interrumpió los pensamientos de la joven al comentar:
– Estás muy callada esta noche.
– ¿Eso crees? -sonrió, pues no quería que él se percatara de la batalla que se libraba en su interior. Hasta logró sonreír un poco al sugerirle a modo de broma-: ¿Quieres que te cuente qué hago en mi trabajo como bibliotecaria?
– Sí -contestó él y casi la hizo caerse de la silla.
Bliss fue a su cuarto después de cenar y haberle dado a Quin la explicación más breve y esquemática acerca de su empleo. Se preguntó por qué estaba perdiendo la razón, pues, al terminar de cenar, Quin le había ofrecido mostrarle su biblioteca, donde, según le explicó, había libros escritos en varias lenguas. Sin embargo, aun cuándo nada le hubiera causado más placer que eso, Bliss anunció que tenía que escribir algunas cartas. Desde luego, no hizo nada y se quedó muy triste.
No obstante, esa noche durmió mejor. A la mañana siguiente, despertó muy animada, con la determinación de que ese día trataría de atrapar todas las ocasiones que tuviera de estar en compañía de Quin… claro, sin imponerle a éste su presencia.
Temerosa de que él partiera muy temprano a la oficina, se bañó con rapidez y se puso algo de ropa encima. Se cepilló el cabello, lo sujetó con una liga y casi corrió al desayunador.
Abrió la puerta y se dio cuenta de que Quin estaba observando la puerta como si esperara a alguien… tal vez a la señora Gómez con el café, se dio cuenta Bliss. Como el verlo le provocó alegría sublime, le ofreció una deslumbrante sonrisa.
– Buenos días -lo saludó y no pudo evitar que su voz pareciera algo jadeante.
– ¿Pescaste una gripe? -inquirió, brusco.
– Ya tienes tu café servido -observó y se sentó, dándose cuenta de que él debía considerarla una imbécil-. No soy culpable de lo que se me acusa -declaró al mirarlo. Lo quería mucho y ya no se preguntaba cuándo fue el momento preciso en que dejó de ser un monstruo para ella.
– Entonces, no hay motivo alguno por el cual no deba sacar uno de los botes -afirmó.
– ¿Sacar un bote…? -repitió, atónita.
– ¿Te mareas en una lancha de motor? -preguntó, observando la piel de Bliss, ahora que su rostro era más visible, pues tenía el cabello recogido.
– No, que yo sepa -rió y apenas pudo creer en su buena fortuna pues Quin no debía pedir permiso para dejar de trabajar, ya que era el dueño de su negocio-. ¿Acaso tendrán que tragarse que irás de nuevo al funeral de tu abuela? -lo adoró cuando lo vio sonreír, y el sonido de su risa deleitó los oídos de ella.
– ¿Ya te dijeron que tienes una estructura facial fantástica? -inquirió él y le pareció que no podía controlar sus palabras y que las dijo en contra de su voluntad.
– Si así fue, no me di cuenta -contestó ella con amabilidad. No podía creer que ese día los dioses estuvieran de su parte-. Mmm… ¿quieres ir muy lejos? -pensó que era mejor bajar un poco a tierra.
– Necesitarás un suéter. Iremos a ver las Islas Ballestas… sería bueno que llevaras contigo la cámara.
Una hora y media después, Bliss reflexionó que había tenido demasiado. Machu Picchu con Quin fue maravilloso; la emoción de ver Nazca con él no podía expresarse en palabras; el día anterior, estar a su lado en Pisco y San Andrés fue algo increíble, y ahora… era algo fuera de este mundo.
Hacía una hora, había ido al muelle que estaba cerca del embarcadero, donde Quin estaba sacando una pequeña lancha con cabina. La ayudó a abordar tomándola de las manos, y ella, por necesidad, se acercó mucho a él, tanto, que pudo percibir su olor masculino. Lo soltó y se alejó tan pronto como pudo para recuperar el control de sus emociones.
Sin embargo, la adrenalina aún fluía por su sangre al estar de pie junto a él mientras Quin sacaba el barco de su puerto privado. Poco, después, Bliss descubrió por qué Quin le sugirió que llevara su cámara. Había pájaros… cientos de ellos. Pájaros en el aire, en las rocas, en los acantilados, en todas partes.
– ¿Es eso un cormorán? -inquirió Bliss con emoción cuando Quin disminuyó mucho la velocidad y supo que no encallarían si desviaba su atención hacia un ave.
– Es el cormorán neotrópico -le anunció y señaló en otra dirección-. ¿Ves el ave que tiene patas rojas… allá? -Bliss no podía verla y el corazón le dio un vuelco cuando Quin la rodeó con el brazo y la hizo volverse un poco-. Allá -señaló de nuevo.
– Ah, sí -su voz tembló y no sabía cómo él podía estar tan tranquilo, cuando ella estaba convertida en una gelatina por dentro por el solo hecho de que la tocara.
Quin la soltó cuando ella decidió de pronto fotografiar cualquier pájaro que estuviera cerca. Bliss haber sacado unas buenas tomas de gaviotas dominicanas, pelícanos y buitres.
Quin apagó el motor y se acercaron flotando a una cueva rocosa.
– ¡Escucha! -sugirió él, pero Bliss no oyó nada. Escuchó de nuevo y entonces oyó un sonido ronco y musical.
– ¿Qué es? -susurró.
– Algunos dicen que es el canto de las focas -bromeó al observar el maravillado rostro de la chica-, pero…
– ¿Focas? -murmuró ella. Al ver a Quin tuvo la loca impresión de que él se disponía a besarla. Se olvidó de qué estaban hablando cuando él le contempló los ojos, la boca y de nuevo los ojos. De pronto, con brusquedad, Quin bajó la vista y miró al frente… y no le costó ningún trabajo recordar de qué estaban hablando.
– ¿Te gustaría ver algunas? -inquirió y dirigió el bote hacia algunas rocas, donde Bliss vio verdaderas manadas de focas.
Llegaron a una sección donde algunos enormes machos estaban en el agua y llamaban con fuerza a las hembras, que apenas si sacaban la cabeza del agua.
– ¿Alguna vez viste algo tan fascinante? -susurró la chica y se volvió con emoción hacia Quin. Le pareció que éste le comunicaba algo con la mirada. Por un momento, el corazón se le aceleró al pensar que las profundidades grises de los ojos masculinos parecían decir: “A ti”.
Con rapidez, Bliss prestó atención al mar. No la llevaría a ninguna parte soñar con lo que deseaba, así que debía controlar su imaginación… de inmediato.
Hacía tres horas que estaban en el mar y de nuevo a Bliss le pareció que el tiempo pasó volando. Al regresar, pensó que el día ya no podía reservarle más maravillas y, sin embargo, de pronto descubrió otra.
Estaban navegando cerca de la costa, cuando Bliss vio un grabado gigante en una pendiente muy empinada que le pareció ser de arena.
– ¿Qué es eso? -exclamó y Quin disminuyó la velocidad del bote. Bliss estaba de nuevo hechizada.
– El Candelabro -explicó Quin y Bliss se dio cuenta de que ahora estaban frente a eso que tenía una forma de candelabro gigante. La chica no podía quitarle la vista de encima.
– ¿Qué tan viejo es? -quiso saber cuando notó que estaba esculpido en la suave arena y que debía ser una obra humana.
– Las teorías difieren, pero algunos creen que podría estar relacionado con las líneas de Nazca -contestó Quin. Bliss se quedó pasmada.
– ¡No puede ser! -susurró con suavidad.
– Claro que puede ser -sonrió él.
– ¡Dios mío! -suspiró Bliss. Entonces, se percató de que habían tomado la ruta larga y que antes no pasaron por ese sitio-. ¿Guardaste El Candelabro hasta el final premeditadamente?
– ¿Crees que sería capaz de algo semejante? -la miró a los ojos sonriendo y Bliss se volvió a enamorar dé él.
Comieron tarde y, de nuevo, porque había tenido demasiado, Bliss se pasó el resto de la tarde tratando de hacer lo imposible: revivir y saborear cada momento de esa gloriosa mañana, mientras intentaba mantener los pies en tierra firme. Debía agradarle bastante a Quin, ¿no? Así debía ser para que él guardara la impresionante visión de El Candelabro para el final, con la certeza de que eso la emocionaría mucho.
Sin embargo, esa noche, durante la cena, Bliss empezó a dudar de que Quin le agradara. Entró en el comedor muy ilusionada, pero lo saludó con calma, como lo exigía el decoro.
– Buenas noches -contestó el, y pareció silencioso y estar sumido en sus pensamientos durante toda la cena Bliss empezó a sentir que él estaba lamentando haber estado tanto tiempo fuera de su trabajo.
Esa noche, no la invitó a ver su biblioteca, aunque Bliss ya había decidido aceptar si él lo hacia. Así que la chica tuvo que ir a su cuarto para pensar en muchas cosas.
Media hora después, todavía estaba preocupada por el cambio de Quin. Pasaron diez minutos más, en los cuales Bliss trató de convencerse de que en realidad no le desagradaba a Quin sino que él, siendo un hombre de negocios, debía estar preocupado por sus compromisos.
Recordaba que él tenía varias fábricas en Lima, además de su negocio en la costa, cuando de pronto alguien llamó a la puerta… y Bliss saltó por el susto.
Desde antes supo que no se trataba de la señora Gómez ni de Leya, pues ya podía reconocer la forma en que éstas llamaban. Bliss trató de conservar la calma al ir a abrir.
Intentó sonreír al abrir la puerta y ver a Quin. Sin embargo, él no sonreía, así que ella contuvo su alegría. Esperó a que él le anunciara por qué estaba allí y, cuando no fue así, de pronto Bliss lo entendió todo.
– Lo siento -estaba atragantada. Se sentía herida, humillada y deseó estar a kilómetros de ese lugar. Le dio la espalda por temor a romper a llorar de dolor y vergüenza.
– ¿Qué…? -preguntó Quin. Pero siguió sin decir nada. Bliss se alejó aún más.
Sin embargo, cuando todavía estaba luchando para no llorar, Quin se acercó a ella.
– Ahora hago mi maleta -anunció la joven con rapidez y se apartó más.
– ¿Qué? -preguntó él.
Bliss supo que todavía estaba allí… ¡y más cerca de lo que imaginó!
– Hace días que debí marcharme. Quise hacer… -se interrumpió, luchando por conservar el control cuando Quin la encaró. Bliss alzó la vista y nunca lo vio más serio que en ese momento.
– ¿De qué demonios estás hablando? -inquirió, con palabras que hacían juego con su mirada.
– Yo… -se dio cuenta de que Quin no entendía nada de lo que ella imaginaba. ¿Acaso no viniste a pedirme que me fuera?
– ¿Qué te fueras? -la severidad de su expresión fue sustituida por la incredulidad-. Qué mujer tan suscep… -Se interrumpió, sin poder terminar la frase. Sin embargo, como necesitaba actuar de alguna manera, la tomó de los hombros y la abrazó. Entonces, inclinó la cabeza y la besó.
Fue un beso breve, igual que los otros. Un beso generoso. Pronto, Quin la abrazó con mayor fuerza y hubo algo más en su beso… algo que Bliss no pudo definir. Todo lo que sabía era que la alegría y el alivio la inundaban al darse cuenta de que, por estar demasiado sensible, interpretó mal toda la situación. Quin no estaba harta de dejar de trabajar para sacarla a pasear, tampoco quería que se marchara.
– Durante todo el día quise hacer eso -murmuró él al separarse y contemplar los relucientes ojos verdes.
– ¿De veras? -inquirió con voz ronca y quiso que la besara de nuevo. Se percató de que Quin había adivinado su deseo.
No obstante, dos besos no le bastaron a Bliss, quien para entonces ya se había olvidado del decoro. Parecía que lo había amado desde hacía tanto tiempo… Deseaba, necesitaba el aliento que sus brazos le ofrecían.
Quin, al ver los ojos de la chica, sus labios entreabiertos, gruñó y la abrazó más. Bliss estaba en el paraíso. Le echó los brazos a los hombros y se aferró a él.
La pasión despertó entre ambos cuando Quin la apretó más y más a su cuerpo viril. Bliss quiso exclamar el nombre de él, pero la boca masculina de nuevo capturó la suya. El interior de ella estaba en llamas. Lo abrazó y le devolvió beso por beso. Y cuando momentos después descubrió que estaba acostada con él en su cama, apenas si tuvo la noción de haberse movido.
Se deleitó al sentir el cabello masculino en sus manos, se recreó con su piel mientras Quin le daba tiernos besos en la estructura facial que esa mañana calificó como fantástica. Bliss supo lo que era desear a un hombre cuando, mientras le daba besos en la garganta, Quin le acarició el cuerpo.
– Querida -murmuró cuando le desabrochó los botones del vestido como por arte de magia, y le deslizó la prenda de los hombros.
– ¡Quin! -jadeó Bliss y hundió la cara en el cuello de él, sabiendo que no era el momento de ser modesta.
Él la besó de nuevo y yació sobre ella mientras con tiernos movimientos su mano delineaba los senos. Bliss se aferró a él, entregándole el cuerpo cuando sintió su cálido roce en su piel desnuda. Bliss nunca supo cómo fue que de pronto parecía no estar vestida, pues aparte de sus bragas, no tenía nada más puesto. Pero tampoco era algo que le interesara saber. Deseaba a Quin, con todo su ser, y cuando él se desabrochó la camisa y dejó que ella le masajeara el pecho, Bliss supo, sin la menor duda, que él también la deseaba.
Quin le puso las manos en las caderas, las acarició atrayéndola hacia él, y las piernas de ambos se enredaron cuando inclinó la cabeza hacia los senos y besó las puntas sonrosadas.
– ¡Eres exquisita! -jadeó con voz ronca y cuando Bliss abrió los ojos, se percató de que no la miraba a la cara, sino que contemplaba sus pezones palpitantes e hinchados, sedosos contra su piel masculina. De pronto, se ruborizó mucho.
Fue en ese momento que Quin apartó la vista de los senos para verla a la cara. Bliss no tuvo la menor idea de cómo supo él que su rubor no se debía tan sólo al deseo que le había provocado, sino que en gran parte a que todo lo que ocurría era un territorio desconocido para ella. Sin embargo, de inmediato, Quin le quitó las manos de las caderas y le apretó los antebrazos con fuerza. La chica se percató de que él parecía luchar con desesperación por recuperar algo de control.
Bliss se quedó atónita cuando Quin apretó la mandíbula y profirió una exclamación en una lengua que a ella le resultaba incomprensible. Entonces, aun cuando unos minutos antes Bliss estuvo segura de que yacerían juntos hasta la mañana siguiente, Quin bajó con brusquedad de la cama y, como si hubiera un incendio en otra parte de la casa, corrió para salir de la habitación.