Capítulo 6

Era viernes y el sol brillaba cuando Bliss despertó. Se sentó y contempló el elegante cuarto que ocupaba desde el martes. Se dio cuenta, con una fuerte impresión, de que hacía tres días que vivía en casa de Quin.

Bliss salió de la casa y fue al baño. No había tenido intenciones de permanecer allí. De hecho, se habría opuesto de inmediato a Quin si éste le hubiera siquiera sugerido que se quedara más de una noche allí.

Por supuesto, no se podía negar que había estado más cansada de lo que pensó. Claro que Quin, con sus comentarios acerca de que le haría bien descansar un par de días, nunca hubiera logrado hacérselo confesar. Sólo ahora, mientras se bañaba y vestía, Bliss reconoció que era muy necesario un descanso después de ver tantos museos y ruinas.

Lo raro era, pensó mientras se cepillaba el largo cabello rojo, que aunque desde muy pequeña siempre había leído, participado y soñado con su pasatiempo, que era la arqueología, ahora casi no pensaba en ésta. Claro que había un motivo para ello. Y era que en la casa de Quin había demasiadas cosas que asimilar.

Era una casa muy grande y, para el viernes, Bliss ya había conocido a algunas personas que se hacían cargo de ella. La señora Gómez, una mujer baja y regordeta, era el ama de llaves de Quin. El sirviente era su esposo, Stancio, quien ayudaba en todo lo que se ofrecía, y una adolescente llamada Leya parecía haber sido asignada para cuidar a Bliss, así que ésta estaba siempre charlando con ella.

Bliss se puso un vestido verde pálido y salió de su cuarto. Cruzó dos corredores y llegó a un vestíbulo donde se encontraba el desayunador. Esa mañana estaba un poco retrasada, pero Quin todavía se encontraba desayunando cuando ella entró. Bliss le sonrió y de pronto se percató de que su furia por las tácticas chantajistas de él había desaparecido por completo.

– Buenos días -saludó al tomar asiento en lo que ya era su silla acostumbrada. En ese momento, la señora Gómez llegó con más café y pan tostado. Bliss devolvió el saludo matutino con alegría. La señora salió y la joven se sirvió una taza de café. Se dio cuenta de que Quin la contemplaba.

– No es necesario preguntarte cómo te sientes esta mañana, Bliss -comentó él con naturalidad.

La chica sonrió y ya no le molestó que él estuviera al pendiente de su salud y notara las mejorías por sí mismo.

– Tienes razón -añadió con felicidad-. Como verás, gozo de una excelente salud.

Tomó una rebanada de pan tostado y estaba a punto de untarle mantequilla cuando se le ocurrió el pensamiento más disparado en este momento.

– Por supuesto, hoy mismo me marcharé -se lo hizo saber a Quin tan pronto como pensó que él había cumplido ya con su deber para con Dom, al cuidarla cuando ella necesitó descansar. Ahora que Bliss estaba recargada de energía, Quin parecía insinuar que ya había estado en su casa demasiado tiempo.

Ella estaba a punto de agradecerle su hospitalidad, cuando vio que lo sobresaltaba y sorprendía por lo que acababa de decirle.

– ¿Qué te hizo pensar eso?

– Yo… tú… -se armó de valor para ser sincera-. Sólo tenía intenciones de que mi estancia aquí fuera corta y…

– ¿Consideras que pasar tres noches bajo mi techo es mucho tiempo? -dejó de estar divertido y su expresión fue severa.

Bliss descubrió que no quería que la mirara con severidad. Quería que volviera a bromear con ella y a sonreír.

– No es eso. Pero como la única razón por la cual me trajiste aquí fue porque estabas seguro de que yo necesitaba descansar, creo que estaría aprovechándome de ti si…

– Eres una chica muy sensible -comentó Quin con suavidad. Bliss lo miró con fijeza-. ¿Acaso debo entender que ya no te importa tanto como antes el hecho de que yo te haya hecho venir aquí?

– Yo… -Bliss no sabía qué decir. Su furia, su rebeldía ante él, sus métodos para salirse con la suya habían dejado de existir-. ¿Quién no estaría feliz por estar en un lugar tan hermoso? -contestó a la pregunta implicando que uno debería ser muy insensible para no disfrutar no sólo del hogar de Quin, sino también de su localización. Estaba lleno de árboles, eucaliptos, palmeras y pinos, y cerca del mar… el Océano Pacífico.

– ¿Acaso dices que te gustaría quedarte conmigo un poco más? -inquirió de pronto y Bliss, al verlo, pensó que esa idea lo complacía.

Desvió la mirada al darse cuenta de que Quin dijo “quedarte conmigo” y no “quedarme en mi casa”.

– Estoy en tu país para visitar a mi hermana, claro está, además de para ver algunas de las maravillas de su arqueología, sobre las cuales hasta ahora sólo había leído libros -le recordó.

– Es por eso que ahora que ya estás descansada, te propongo que vayamos al Museo de Sitio Julio C. Tello esta mañana -intervino él.

– ¿Hay un museo arqueológico aquí? -lo miró a los ojos, azorada.

– Si, muy cerca, aunque sólo es un museo pequeño. Como he decidido que has estado haciendo muchos esfuerzos para ver todo lo que te interesa en un solo día, un museo pequeño será suficientemente grande para que empieces de nuevo con tus visitas.

Tres días atrás, Bliss lo habría matado al oír: “He decidido que…”. Pero eso fue hace tres días. Esta mañana, ya no estaba irritada con él en absoluto. Además, él estaba considerando llevarla al museo sólo por beneficio de ella, y no porque él deseara ir.

– ¿No vas a trabajar hoy? -inquirió, pues sabía que los dos días anteriores él había ido a la fábrica donde tenía su oficina y que se localizaba a media hora, en auto, de la casa.

– ¿Quieres que trabaje todo el tiempo? -volvió a sonreír y el corazón de Bliss empezó a latir con tanta rapidez, que le costó mucho trabajo ocultarlo y mantener su rostro impasible-. Tengo que hacer un par de llamadas de negocios, pero saldremos en una hora para ir al museo.

Bliss regresó a su cuarto y descubrió que Leya ya lo había limpiado hecho la cama, y que de nuevo estaba inmaculado.

Estaba muy interesada en ir al museo, pero no pensó en ello en ese momento, lo cual la extrañó. Sólo podía recordar a Quin y su devastadora sonrisa. Y cuando trató de descubrir por qué su corazón le dio semejante salto mortal, no pudo hallar ninguna respuesta lógica, por mucho que se esforzó.

El Museo de Sitio era chico, como Quin advirtió, y Bliss pasó media hora admirando artefactos de madera, cerámica y textiles, encontrados en excavaciones hechas en este siglo, en Paracas.

No habían tardado mucho en llegar al museo, a pesar de que parecía estar a kilómetros de la civilización. Debido a su reducido tamaño, media hora bastó para recorrerlo. Bliss no objetó nada cuando Quin la llamó para sugerirle volver a casa.

– Mi ama de llaves me comentó que todas las tardes vas a nadar en la piscina -observó Quin al estacionar el auto en su casa.

– Me hizo entender que no debía nadar en el mar -murmuró Bliss y recordó cómo la señora Gómez, haciendo elocuentes gesticulaciones, evitó que el día anterior ella fuera a la playa, como fue su intención.

– Puede ser que esta tarde yo vaya a nadar, por si quieres acompañarme -ofreció Quin con naturalidad.

– Gracias -imitó su tono de voz y se apartó de él para entrar en su habitación.

¿Qué rayos me pasa, por el amor de Dios?, se preguntó Bliss al llegar al baño para lavarse las manos y ver sus ruborizadas mejillas reflejadas en el espejo.

Después de treinta minutos de autoanálisis, descubrió que su emocionado corazón había dejado de palpitar por asuntos que se referían a su pasatiempo y que ahora se emocionaba por asuntos relacionados con Quin Quintero. Bliss siguió meditando al respecto.

No se estaba de él, ¿verdad?, se dijo, alarmada. La simple idea la aterraba. Nunca antes se enamoró de alguien, no sabía nada al respecto, así que se sentía muy nerviosa y ansió que esa impresión fuera sólo una ocurrencia ridícula.

Cuando salió de su cuarto, para ir a almorzar, estaba convencida de que se había recuperado físicamente de sus agotadoras visitas, porque mentalmente seguía enamorada del lugar.

– ¿Estás bien, Bliss? -inquirió Quin cuando la vio servirse tan sólo una pequeña cantidad de una serie de platos que contenían carnes, ensaladas y deliciosas verduras.

– Sí -y era verdad-. Pero, como tú mismo lo mencionaste una vez, sólo soy “pequeña”. Además, puede ser que después vaya a nadar -sonrió, sin poder evitarlo.

Lo vio mirarla a la boca y luego a los ojos verdes. Quin ya no dijo nada más acerca del apetito de ella. Se sirvió comida y le preguntó su opinión acerca del museo que acababan de visitar.

Dos horas después de esa ligera comida, Bliss, vestida con su traje de baño y bata de felpa blanca, salió de la habitación. Esta vez ignoró el atractivo de la piscina y caminó por el floreado sendero hacia el mar.

El océano se alargaba hasta el horizonte, y pronto Bliss salió del jardín para pisar la arena. El día anterior había paseado por la propiedad de Quin, y ahora se quitó las sandalias y se dirigió a la estructura de madera que sabía que era una especie de casa de veraneo que daba al mar.

Allí estaba, contemplando el Pacífico, y esperando que Quin no hubiera querido decir que tenía que esperarlo antes de meterse a nadar, cuando de pronto oyó un sonido que le anunció que ya no estaba sola.

– Así que es por esto que no abriste tu puerta cuando llamé -saludó Quin al subir al piso de cerámica y reunirse con Bliss.

Ella sintió de nuevo una timidez absurda. Y la desechó de inmediato. Quin vestía pantalón y camisa deportivos y tenía una toalla colgada del hombro. De alguna manera, cuando antes la casa le pareció a Bliss bastante espaciosa, ahora le provocó claustrofobia debido a que tenía que compartirla con el cuerpo alto y musculoso de Quin.

– Es el llamado del mar -bromeó la chica y se acercó a él. El corazón empezó a palpitarle más fuerte sólo por estar cerca de Quin. Se dijo que esa reacción no tenía nada que ver con la proximidad de ese hombre y prosiguió con su camino.

Ya había llegado a la arena cuando Quin la alcanzó. Bliss se sentía mejor ahora que ya no estaba en los confines de la casa. Desató el cinturón de su bata, la dejó en un lugar seco y se dirigió a la orilla del agua.

Nadaba bastante bien y lo disfrutaba. Estaba practicando una braza da cuando, sin esfuerzo aparente, Quin pasó nadando a su lado.

Quin fue más lejos que ella. Sin embargo, cada vez que Bliss lo miraba para ver dónde estaba, lo sorprendía observándola, como para asegurarse de que ella no se le fuera a perder de vista.

Bliss, pensando que ya no estaba enfadada con Quin ni con su tendencia a “vigilarla”, de pronto se irritó mucho. No era una inválida, a pesar de que él así lo creía. Ella era una mujer y él, un hombre… Bliss se sintió muy confundida de pronto.

– Demonios -murmuró y empezó a nadar con furia, como para evitar que la verdad, que no deseaba enfrentar, la alcanzara.

De haber pensado con claridad, habría podido prever el resultado. Y este fue que, una vez que gastó toda su energía, se cansó mucho. Se detuvo, tragó agua y empezó a toser. Justo cuando creyó que se hundiría, de pronto sintió que un par de fuertes brazos masculinos le daban apoyo.

Unos segundos después, Bliss se percató de que esos brazos la estrechaban con fuerza y que ella se aferraba a Quin como si fuera a morir en ese momento. Aún estaba algo confundida cuando se dio cuenta de que Quin nadaba para mantenerlos a ambos a flote. Y de pronto se tornó consciente de él… de la sensación de sus muslos contra lo suyos, de su amplio y desnudo pecho, de su vello mojado, de sus dos cuerpos apretados uno contra el otro. Y de repente, el pánico la invadió. Sin embargo, a pesar del pánico, empezó a ansiar estar más cerca de él. De pronto, tuvo la extraña sensación de que Quin… ¡sentía lo mismo!

Ella le puso las manos en el pecho y pataleó de modo instintivo, empujándolo. Y Quin, viendo el pánico de la chica la soltó.

Bliss regresó a la playa y sus emociones se serenaron al darse cuenta de que nunca estuvo a punto de ahogarse, pero, aun así, decidió que nunca más volvería a nadar en el mar.

Quin no se reunió con ella cuando Bliss tomó su bata y se la puso. La joven se alegró. Regresó a la casa por el largo sendero, sin mirar nunca hacia atrás.

Una vez que se bañó y se lavó el cabello, empezó a recuperar el equilibrio. Claro que aún no podía dilucidar por qué Quin la perturbaba de modo semejante. Ni por qué, cuando él nunca dio la menor muestra de sentirse atraído físicamente por ella, de pronto ella era poderosamente consciente de él como hombre.

Leya le llevó té y emparedados a la habitación. Bliss se alegró de tomar té, pero no tenía hambre. Tampoco sintió apetito cuando su reloj indicó que la cena se serviría en media hora.

Estaba muy tentada de quedarse en su cuarto, pero imaginó que Quin, quien siempre mostraba preocupación por el bienestar de ella iría a llamar a su puerta para saber lo que le pasaba. Así que se puso con rapidez un vestido adecuado para la cena. Lo último que necesitaba era que Quin tratara de averiguar por qué no tenía hambre. ¿Cómo podía explicarle algo que ni siquiera ella sabía con claridad?

Quin ya estaba en el comedor cuando Bliss entró allí. Todavía bastante sobresaltada, tuvo que inhalar hondo antes de abrir la puerta. Supo que la contemplaba con detenimiento y se alegró de poder desviar la mirada y fijarla en la bandeja de las bebidas Quin había preparado un Pisco Sour, un cóctel hecho con el brandy local, clara de huevo, jugo de limón y un poco de azúcar. La noche anterior Bliss lo había probado y declaró que estaba delicioso.

– ¿Ya te recuperaste de tus esfuerzos atléticos de esta tarde? -inquirió Quin al servirle una copa de Pisco Sour y dársela.

– Sí, gracias -contestó, ácida. ¿Acaso era una broma?

Ya estaban sentados a la mesa, cuando Bliss se alarmó al pensar que Quin se percató de su turbación cuando se aferró a él. Dios mío, ¿acaso creía que ella se sentía atraída por él?

Al ocurrírsele eso, Bliss ya no supo de qué charlar. Tampoco pudo despertar su apetito, aunque era obvio que la señora Gómez se había esmerado con la cena. Bliss hizo un esfuerzo sobrehumano por comer algo de sopa, carne y verdura.

– Tu apetito ha vuelto a desaparecer -notó Quin, enfadado, cuando la señora Gómez llevó el último platillo.

– No puedo evitarlo -replicó Bliss. Esa era la peor cena de su vida. Lo vio fruncir el ceño al verla y supo que, a pesar de que él alzaba la voz con frecuencia, le disgustaba que ella lo imitara.

– ¿Por qué no puedes evitarlo?

– Porque no puedo. Estoy bien físicamente, te lo aseguro -Bliss se irritó.

– Me da gusto saberlo -gruñó él, pero no dejó el tema por la paz-. Entonces como mentalmente estás alerta e inteligente, sólo puedo asumir que… -pareció escoger sus palabras- ocurrió algo que te perturbó -como Bliss lo supuso, Quin no tardó mucho tiempo en darse cuenta. Cuando volvió a hablar lo hizo con mucho más suavidad que antes y señaló el océano, con la cabeza-. ¿Todavía estás muy impresionada por pensar que te ibas a ahogar esta tarde? -inquirió.

– No pensé ni siquiera por un momento que me ahogaría -negó Bliss, muy acalorada, con mayor sinceridad de la que quiso. Deseo tragarse sus palabras cuando se percató de que habría podido usar ese pretexto para explicar su estado de ánimo y que acababa de desecharlo.

– ¡Ah! -Quin recordó con claridad el pánico de la joven y dedujo-. Pero es algo relacionado con el miedo que te invadió mientras te abracé en el mar -entonces, algo se le ocurrió, algo que no le agradó en absoluto pues profirió una maldición en su lengua materna-. Le aseguro, señorita, que mi única intención cuando la sostuve en mis brazos fue la de ayudarla. Nunca estuvo en peligro de ser violada.

Bliss se quedó boquiabierta. ¡Nunca se le ocurrió nada semejante! Claro que, cuando ya había desperdiciado un buen pretexto para disculpar su confusión, no estaba dispuesta a desperdiciar otro.

Pero no podía permitir que Quin creyera que ella tenía tan mala opinión de él. Sin embargo, debía tratar de desviar la atención de su persona y lograr que él ya no se preocupara más por su apetito. Así que mató dos pájaros de un tiro al preguntar:

– En ese caso, ¿podrías servirme un pedazo de ese delicioso pastel de queso? -se esforzó por mirarlo a los ojos, que estaban duros y fríos.

Esa noche, Bliss fue a acostarse consciente de que las cosas no estaban bien entre ella y Quin, pero sin saber qué podía hacer para arreglar la situación.

A la mañana siguiente, despertó con la certidumbre de que había llegado el momento de marcharse de esa casa. Durmió poco y, aunque de nuevo estaba en plena condición física, no se encontraba a gusto.

¿La miraría Quin con enfado cuando ella le anunciara que se marcharía? Lo dudaba.

Fue al desayunador, decidida a estar alegre y a revelarle a Quin su decisión.

– Buenos días -sonrió al entrar y ver que él ya estaba tomando café.

Lo vio dejar la taza en la mesa y observarla a ella de modo solemne. Justo cuando Bliss pensaba en cómo decirle que se iría, Quin saludó.

– Buenos días, Bliss -le ofreció su encantadora sonrisa y añadió. Hoy, en el interés de devolverte a tu pasión arqueológica, pensé que podríamos ir a Ica.

Bliss perdió de pronto su determinación.

– ¿Ica? -lo miró sin entender. El corazón le volvió a dar un pequeño salto mortal al presenciar esa sonrisa.

– Podría darte una explicación detallada, pero tan sólo te informaré que Paracas pertenece a la provincia de Pisco y que ambos lugares están situados en el departamento de Ica, que está a una hora por la carretera Panamericana. Si prometes terminar tu cena esta noche -bromeó-, entonces te prometeré a mi vez mostrarte el Museo Regional de Ica.

– Terminaré hasta la última migaja -prometió ella con cristalina risa. Estaba tan feliz de que él no la hubiera mirado con severidad, que pronto se sentó a su lado en el auto y recorrieron la carretera Panamericana, antes de que Bliss recordara que estuvo decidida a marcharse ese día.

Me iré mañana, decidió en ese instante. Y disfrutó de ver el valle fértil de Ica, que tenía una fama de cientos de años por sus viñedos y cultivos precolombinos.

Llegaron al museo arqueológico y Bliss fue a estudiar las cerámicas y textiles exhibidos, cuando se dio cuenta de que su concentración no era la de costumbre. Era consciente de Quin, quien estuvo a su lado todo el tiempo.

– ¿Qué te pareció?

– Increíble -sonrió la chica y se preguntó si, tal vez, un exceso de museos ya habría disminuido su interés.

Comieron en un pequeño hotel en Ica y Bliss se relajó durante la amena charla. Quin le preguntó acerca del resto de su familia en Inglaterra. Después de contarle acerca de su padre, madrastra y hermanastra, Bliss sintió que él no se ofendería si le hacía la misma pregunta.

– ¿Tienes hermanos o hermanas?

– Dos hermanos -contestó sin vacilar-. Los dos están casados y tienen hijos que… -de pronto se interrumpió y Bliss ansió no haberle hecho jamás esa pregunta. Era obvio que Quin iba a declarar que, como no se podía casar con Paloma Oreja, entonces no tenía deseos de hacerlo con nadie más. Y como los hijos de sus hermanos continuarían la tradición familiar, él podría quedarse soltero.

El ambiente se tensó demasiado. Quin estaba herido por su amor perdido ella lo sabía y de repente empezó a sentir un fuerte desagrado por esa mujer desconocida. También sintió el dolor de Quin… como si fuera propio.

El regreso a Paracas fue muy silencioso. Bliss sabía que Quin estaba sumido en sus tristes pensamientos, en los que no había sitio para ella.

Durante la cena se obligó a comer algo, aunque no tenía apetito. Observó que Quin comió muy poco. Esa noche, fue a acostarse con el ánimo por los suelos.

Al despertar, Bliss estuvo segura de que se marcharía ese mismo día. Se levantó temprano y, aunque era domingo, un día en que la mayoría de la gente se olvida de su empleo, tuvo la sensación de que el día no importaba para Quin cuando había trabajo que hacer. Tal vez eso se debía a que él era su propio jefe. De pronto, estuvo convencida de que Quin se marcharía a la oficina después de tomar el desayuno. No consideró que tal vez estaba saltando a conclusiones precipitadas, mientras se vistió y se aseó con rapidez. No perdió tiempo en ir al desayunador.

Era importante que viera a Quin antes de que él se marchara. Tan sólo por buena educación, debía darle las gracias en persona. Entró en la habitación con la certeza de que su decisión de irse de Paracas era atinada y de que seguramente Quin querría volver a tener la casa para él solo. Hacía una semana entera que Bliss vivía bajo su techo.

Su orgullo la felicitó por tomar la decisión correcta e ignoró el hecho de que la invadiera una profunda tristeza, al percatarse de que nunca más volvería a verlo. Era algo ridículo, se dijo la chica.

– Buenos días -le sonrió a Quin, quien bajó el periódico que leía.

– ¿Dormiste bien, Bliss? -inquirió al verla a los ojos.

– Muy bien -contestó y se sentó. Notó que él estaba vestido con ropa informal y no con su traje de negocios. De hecho, me siento tan bien ahora -su orgullo la obligó a proseguir-, tan llena de energía que estoy lista para cualquier cosa. Es por eso que… -ya tenía listo su discurso de agradecimiento cuando Quin escogió ese preciso momento para interrumpirla.

– ¡Bien! -hizo que Bliss olvidara cada palabra de su discurso al sugerir-. Como ya estás en plena forma, ¿qué te parecería ir a Nazca?

– ¡Nazca! -exclamó la joven, maravillada-. Pensé que lo habías olvidado -estaba muy emocionada.

– ¿Cómo podía hacerlo? -la miró de modo amistoso y se dio cuenta de su animada expresión.

– ¿Estás seguro? No quiero alejarte de tus obligaciones.

Quin no le recordó que era domingo. Sin embargo, después de contemplarla un momento, contestó con suavidad:

– Estoy seguro. Nos vamos a las diez -anunció.

Bliss no sabía qué tan lejos estaba Nazca, pero seguía muy emocionada cuando, a los cinco para las diez, se reunió con Quin y lo acompañó al auto.

– ¿Tienes tu cámara?

– Con rollo nuevo, más otros de repuesto -sonrió la chica.

Estuvo segura de que Quin conduciría hasta Nazca, así que se sorprendió mucho cuando él se estacionó en el aeropuerto de Pisco.

– ¿Volaremos sobre las líneas de Nazca desde aquí? -inquirió Bliss y trató de contener su entusiasmo.

– De aquí volaremos a Nazca… He hecho un arreglo con una compañía comercial para que nos lleve encima de las líneas -le informó con amabilidad.

Quin fue a consultar algo con uno de los oficiales y regresó con Bliss. Esta recibió otra gran sorpresa cuando Quin la condujo a donde estaba estacionado un pequeño avión privado.

– ¿Sabe el piloto que estamos aquí? -preguntó ella cuando Quin abrió la puerta y la ayudó a subir a la cabina.

– Estás hablando con él -sonrió. Bliss se quedó muy impresionada y pensó que Quin debió de contratar a alguien para que les enseñara las líneas de Nazca, sólo para no quitarle ese trabajo y el dinero que representaba. Quin la ayudó a sentarse y le mostró cómo abrocharse el cinturón de seguridad.

Esa mañana estuvo llena de sorpresas para Bliss. Quin tomó el mando del avión y despegaron. Ash Barton le parecería a Bliss muy aburrido en comparación cuando volviera a casa. No quería pensar en Inglaterra, al menos no todavía. Así que desechó sus ideas y se entregó al placer del momento.

Pareció que apenas habían despegado, cuando ya aterrizaban de nuevo. Quin la ayudó a bajar y en ese momento sus miradas se encontraron.

– ¿Estás lista? -inquirió con suavidad.

– Sí -sabía que la única razón por la cual su corazón estaba tan acelerado, era porque estaba a punto de ver una maravilla.

Sin decir nada más, Quin la llevó a donde se encontraba una avioneta con cuatro asientos. En unos segundos, el piloto empezó a hablar con Quin, y pronto Bliss y éste se instalaron a bordo. El piloto encendió el motor y poco después despegaron.

Para Bliss empezó el vuelo con el que soñó toda su vida. Las líneas de Nazca se mencionaron por primera vez en los tiempos modernos en 1927, cuando fueron descubiertas por Toribio Mexia Xesspe. Desde entonces, fueron estudiadas por muchas personas. La doctora Maria Reiche se había pasado años investigándolas. Se adelantaron muchas teorías para explicar cómo fueron trazadas, pero Bliss sabía que aún no se conocía la verdadera razón.

Claro que no estaba interesada en teorías cuando la avioneta llegó a las líneas y ella contempló el desierto gris en el cual estaban dibujadas las líneas sobre las cuales, hasta ese momento, sólo había leído libros.

– ¡Allí está, el cóndor! -exclamó. Estaba demasiado ocupada tomando fotos como para volverse hacia Quin-. El piloto bajó un poco y ladeó el avión para que ella obtuviera mejores tomas.

Durante la media hora siguiente, el piloto maniobró la nave sobre los kilómetros de desierto y ladeó el avión de uno y otro lado para que Bliss tomara unas fotos increíbles.

Ella supuso que tenía unas tomas fantásticas gracias a la habilidad del piloto. Vio la araña, de la que se decía medía treinta metros de largo, y la lagartija, la ballena y el mono.

No obstante, su emoción llegó al punto culminante cuando vio el colibrí. Tomó varias fotografías y, sin saberlo, mientras el avión se inclinaba hacia la izquierda, ella alargó la mano derecha… que fue atrapada y apretaba con firmeza.

Ya salían del desierto y aterrizaban, cuando Bliss se percató, de repente, de que apretaba una mano masculina y cálida. De inmediato la soltó y vio a Quin.

– ¡Lo lamento! -se disculpó, inconsciente de que sus ojos todavía brillaban por lo que acababa de presenciar.

– Ni lo menciones -susurró. La contemplaba a los ojos y, entonces, sonrió. Fue demasiado. Bliss tuvo que bajar la vista.

Al pisar tierra firme, estrechó la mano del piloto y se lo agradeció mucho. Todavía estaba muy entusiasmada cuando Quin despegó y se dirigieron a Pisco en el avión de él.

Aterrizaron en el aeropuerto y se dirigieron al auto. Quin le abrió la puerta del pasajero y le preguntó con una sonrisa en la mirada:

– ¿Ya bajaste de las nubes?

– ¿Alguna vez has experimentado algo tan maravilloso? -inquirió la joven a su vez. De pronto, sin decir nada, Quin la contempló con fijeza… Bliss sintió que ya no podía respirar. Sabía que ya no lo estaba haciendo cuando, como si fuera atraído por un imán invisible, Quin inclinó su cabeza hacia la de ella. Bliss entreabrió los labios con una exclamación de sorpresa y sintió la boca de Quin sobre la suya. El beso fue delicado y suave.

Al sentir esa cálida y maravillosa boca acariciando la suya, Bliss tuvo la impresión de que su corazón dejaba de latir. El beso terminó entonces y Quin se apartó.

Bliss ya no sabía dónde estaba. Quin se volvió hacia ella.

– No es necesario preguntarte si te gustó Nazca -comentó con voz serena y agradable. Prosiguió, como si fuera consciente de los estragos que el vuelo causó en el estómago de Bliss-. Si ya eres de nuevo la dueña de tus entrañas, ¿qué te parece si comemos en Pisco?

– Me encantaría -rió Bliss al entrar en el auto, pero no pensaba en la comida mientras Quin sacaba el auto del estacionamiento. Recordó una y otra vez su beso, su beso gentil y generoso, lo más hermoso que le había pasado en la vida.

La emoción de Nazca se hallaba ya a años luz de distancia y Bliss aún no se había recuperado de ese beso, cuando Quin se estacionó frente a un restaurante.

La joven supuso que debió comer algo, pero no supo ni qué. Admitió que el efecto que Quin causaba sobre ella era demasiado intenso.

Después de la comida, regresaron a la casa, pero Quin no entró con ella. Le informó con amabilidad:

– Tengo unos compromisos de negocios que me mantendrán ocupado el resto del día -anunció con agradable expresión-. Dejaré que sueñes con Nazca -y con eso, se fue.

Bliss pasó una tarde tranquila. Se bañó y se lavó el cabello. Aunque pensó que Quin le había insinuado que no cenaría con ella esa noche, de todos modos se arregló con mayor cuidado que el de costumbre.

Quin no fue a cenar a casa, pero para entonces Bliss se alegró de comer a solas. Tenía demasiadas cosas en qué pensar. El hermoso y suave beso de Quin había provocado una especie de terremoto en su interior.

Regresó a su habitación y, pensativa, se sentó en una de las sillas que estaban frente a la ventana. Ya había aceptado la realidad que su necedad había mantenido a distancia.

Ahí estaba la razón por la cual su interés por la arqueología había disminuido bastante. Allí estaba la razón por la cual estaba tan confundida emocionalmente en lo que a Quin se refería. Allí estaba el culpable… su falta de apetito siempre podía ser adjudicada a ese culpable.

Se dio cuenta de que la verdad había estado frente a sus ojos durante varios días ya. Bliss se alarmó una vez al pensar que quizá podía sentirse atraída por Quin. Sin embargo, ya no podía ocultar el hecho de que lo que sentía por Quin Quintero no era una mera atracción. Ya no podía seguir ocultando la profundidad de sus sentimientos. Estaba, sencillamente, enamorada de él.

Y eso le dolía… porque no servía de nada que amara a Quin. El, el hombre al que amaba, estaba enamorado de otra mujer. ¡Estaba enamorado de Paloma Oreja!

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