PROLOGO

Cuéntame la antigua, antiquísima historia

de cosas jamás vistas allá arriba…

HIMNO DE

KATHERINE HANKEY


LOS PASTORCILLOS MILAGROSOS

Región montañosa de Portugal,

13 de octubre de 1917


Ciento diez mil testigos acudieron de toda Europa. Se arracimaron bajo el aguacero, fustigante y blanquecino para esperar a los tres niños.

Poco antes del alba el torrente había inundado despiadadamente el pasturaje de ovejas. Miles y millares de paraguas amparaban a la multitud contra una lluvia heladora, paralizante. Los olores de carne manida y cordero a medio asar, petróleo y cebollas saturaban el aire.

A la una y cinco de la tarde aparecieron los niños, temblorosos, con ojos desorbitados; llegaron envueltos en una nutrida procesión de hieráticos sacerdotes y monjas. Luego se acercaron más clérigos con sotanas empapadas, enarbolando antorchas de un chisporroteo rojizo y cruces doradas.

Todo cuanto aconteció durante los doce minutos siguientes sólo puede ser calificado como milagroso.

Súbitamente, los niños Francisco, Jacinta y Lucía señalaron hacia los cielos sombríos y amenazadores.

Lucía dos Santos, de diez años, clamó casi como una criatura poseída:

– ¡Cerrad los paraguas! ¡Cerrad los paraguas y Ella detendrá la lluvia!

Esa imprecación de la pequeña campesina circuló por la búlleme muchedumbre.

– Por favor, señora, su paraguas…

– Senhor, su paraguas, haga el favor…

Y en ese instante, a las 13:18 h. del 13 de octubre de 1917, los negros nubarrones que habían encapotado el cielo desde el amanecer empezaron a hacerse jirones y disgregarse.

El expectante gentío, cristianos y escépticos por igual, miraron todos hacia arriba boquiabiertos, con las pupilas dilatadas.

Un brillo de oro bruñido iluminó los flecos de las nubes, y entonces el sol apareció entre centelleos cegadores.

– ¿Y la lluvia…? ¡Ha salido el sol!

– ¡Nuestra Señora está aquí!

Se arrodillaron por millares en el encharcado suelo.

Aquel extraño sol del comienzo de la tarde empezó a temblar y oscilar; luego giró sobre su eje con terrorífica velocidad. El dramatismo del momento fue inigualable.

El sol proyectó rayos violáceos y de un rojo deslumbrante. Una luz matizada pero brillante cayó sobre la pasmada multitud.

El corresponsal del New York Times escribió:

Ante las mentes y los ojos atónitos de aquellas gentes confusas y horrorizadas -cuya actitud se remontaba a los tiempos bíblicos, gentes empalidecidas por el terror, con cabezas descubiertas que osaban apenas mirar al cielo-, el sol tembló violentamente. El sol hizo movimientos «laterales» y «zambullidas» abruptas, algo jamás visto, al margen de toda posible ley cósmica. En fin, el sol bailó una danza macabra a través de los cielos.

– Dedicad una oración a Nuestra Señora, por favor -suplicó la pequeña Lucía dos Santos -. ¡Ella dice que la guerra terminará pronto! ¡Ella dice que esta vez se detendrá al diablo como una señal propicia!

– ¡Nossa Senhora! ¡Nossa Senhora!

Las plegarias resonaron por toda la amarillenta ladera.

– ¡Milagro!

– /Santa María! ¡Rogai por nos pecadores!

Una horda de hombres y mujeres rodeó espontáneamente a los tres niños, empezaron a golpearse el pecho y se desgañitaron. Una joven de la buena sociedad lisboeta cayó de hinojos y lloró como un bebé:

– ¡Mai de Jesús, la estoy viendo…! ¡Qué hermosa es…! ¡La Madre de Cristo ha regresado a la tierra, aquí en Fátima! ¡Nuestra Señora está hablando a los niños!

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