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Mi nombre es Stephanie Plum y tengo a un hombre extraño en mi cocina. Apareció de pronto. Un minuto estaba tomándome el café, mentalmente planificando mi día. Y luego al siguiente… poof, allí estaba.

Él medía más de 1,80 cm., con el pelo rubio ondulado tomado en una cola de caballo, ojos marrones oscuros, y el cuerpo de un atleta. Se veía a finales de los veinte, tal vez treinta. Vestía vaqueros, botas, una blanca y roñosa camisa térmica suelta sobre los vaqueros, y una chaqueta de cuero negra en sus amplios hombros. Tenía una barba de dos días, y no parecía feliz.

– Bien, esto no tiene gracia, -dijo él, claramente disgustado, con las manos en las caderas, mirandome. Mi corazón zapateaba en mi pecho. Yo estaba completamente en blanco. No sabía qué pensar o qué decir. No sabía quién era él o como entró en mi cocina. Daba miedo, pero aún más que eso él me inquietó. Era como ir a una fiesta de cumpleaños y llegar un día adelantada. Era como… ¿qué demonios pasa?

– ¿Cómo? -Pregunté-. ¿Qué?

– Oye, no me preguntes a mí, mujer, -dijo-. Estoy tan sorprendido como tú.

– ¿Cómo entraste en mi apartamento?

– Cariño, no me creerías si te lo dijera. -Se movió al refrigerador, abrió la puerta, y sacó una cerveza. La abrió, tomó un largo trago, y se limpió la boca con el dorso de su mano-. ¿Sabes cómo es transferida la gente en Viaje a las Estrellas? Es algo parecido.

De acuerdo, entonces tengo a un patán engreído bebiendo cerveza en mi cocina, y creo que podría estar loco. La única otra posibilidad en que puedo pensar es que alucino y él no es real. Fumé algo de marihuana en el colegio pero eso ya había pasado. No creo que tuviera una regresión por las drogas. Había champiñones en la pizza anoche. ¿Podría ser eso?

Por suerte, trabajo en la ejecución de fianzas, y estoy algo acostumbrada a ver a tipos aterradores surgiendo de armarios y bajo las camas. Crucé poco a poco la cocina, metí mi mano en la lata de galletas de oso pardo, y saqué mi Smith y Wesson calibre 38 de cinco tiros.

– Caray -dijo-, ¿qué vas a hacer, pegarme un tiro? Como si eso fuera a cambiar algo. -Miró más atentamente el arma y negó con la cabeza con otra oleada de fastidio-. Cariño, no hay balas en esa arma.

– Podría haber una, -dije-. Podría tener una en la recámara.

– Sí, claro. -Terminó la cerveza y salió de la cocina a la sala de estar. Miró alrededor y se movió al dormitorio.

– Oye, -grité-. ¿Adónde crees que vas?

Él no se detuvo.

– Eso es, -le dije-. Voy a llamar a la policía.

– Dame un respiro, -dijo él-. En verdad estoy teniendo un día horrible. -Se sacó las botas y se arrojó en mi cama, examinando el cuarto desde su posición extendida-. ¿Dónde está la televisión?

– En la sala de estar.

– Demonios, ni siquiera tienes televisión en tu dormitorio. ¿Qué estupidez es esa?

Con cautela me acerqué a la cama, extendí la mano y lo toqué.

– Sí, soy real, -dijo él-. Algo. Y todo mi equipo funciona. -Sonrió por primera vez. Era una sonrisa “deja caer los calcetines”. Dientes blancos brillantes y ojos simpáticos arrugados en las comisuras-. Por si estás interesada.

La sonrisa era buena. Las noticias eran malas. Sinceramente no sabía que pretendió decir. Y no estaba segura que me gustara la idea de que su equipo funcionara. En conjunto, eso no hizo mucho para ayudar a mi ritmo cardiaco. La verdad es, que soy más o menos una cazadora de recompensas cobarde. De todos modos, aunque no sea la persona más valiente del mundo, puedo engañar como los mejores de ellos, así que puse los ojos en blanco.

– Contrólate.

– Vendrás, -dijo él-. Ellas siempre lo hacen.

– ¿Ellas?

– Las mujeres. Las mujeres me aman,-dijo.

Buena cosa que no tuviera una bala en la recámara como había amenazado porque definitivamente le pegaría un tiro a este tipo.

– ¿Tienes nombre?

– Diesel.

– ¿Es tu nombre o apellido?

– Es mi nombre completo. ¿Quién eres?

– Stephanie Plum.

– ¿Vives sola?

– No.

– Esa es una gran mentira,-dijo él-.Tienes escrito que vives sola por todas partes.

Entorné los ojos.

– ¿Perdón?

– No eres exactamente una diosa sexual, -dijo-. Pelo horrible. Pantalones de buzo holgado. Sin maquillaje. Personalidad piojosa. No, que no haya algo de potencial. Tienes una buena forma. ¿Qué eres, 34B? Y tienes una buena boca. Bonitos labios carnosos. -Me lanzó otra sonrisa-. Un tipo podría fantasear mirando esos labios.

Grandioso. El pirado que de alguna manera se metió en mi apartamento fantaseaba con mis labios. Pensamientos de violadores en serie y asesinatos sexuales circularon por mi mente. Las advertencias de mi madre resonaron en mis oídos. Ten cuidado con los desconocidos. Mantén tu puerta cerrada con llave. Sí, pero esto no es mi culpa, razoné. Mi puerta estaba cerrada con llave. ¿Qué hay con eso?

Tomé sus botas, las llevé a la puerta principal, y las arrojé al pasillo.

– Tus botas están en el pasillo, -grité-. Si no vienes a buscarlas, las lanzó por la rampa de la basura.

Mi vecino, el Sr. Wolesky, salió del ascensor. Sostenía una pequeña bolsa blanca de la panadería en su mano.

– Mira esto, -dijo él-, inicio el día con una rosquilla. Es lo que la Navidad me hace. Me vuelvo loco y luego necesito una rosquilla. Cuatro días para la Navidad y las tiendas te dejan limpios, -dijo-. Y todos dicen que vendieron todo, pero sé que suben los precios. Siempre tienen que robarte en Navidad. Debería haber una ley. Alguien debería investigarlo.

El Sr. Wolesky abrió su puerta, entró dando tumbos, y la cerró de golpe. La cerradura de su puerta hizo clic en el lugar, y oí que encendía la televisión.

Diesel me apartó de un codazo, entró en el pasillo, y recuperó sus botas.

– Sabes, tienes un verdadero problema de actitud, -dijo.

– Esto es actitud, -le dije, cerrando la puerta, y echándole llave al apartamento.

El cerrojo se movió, la cerradura cayó, y Diesel abrió la puerta, caminó al sofá, y se sentó para ponerse sus botas.

Era difícil escoger una emoción. Aturdida y asombrada sería lo más alto de la lista. Locamente asustada no estaba muy atrás.

– ¿Cómo hiciste eso? -Dije, con voz chillona y sin aliento-. ¿Cómo abriste mi puerta?

– No sé. Es sólo una de esas cosas que podemos hacer.

La carne de gallina hormigueaba en mis antebrazos.

– Ahora de verdad me están dando escalofríos.

– Relájate. No voy a lastimarte. Diablos, se supone que haré tu vida mejor. -Gruñó y ladró una risa por lo que eso significaba-. Sí, seguro, -dijo.

Respira profundo, Stephanie. No es un buen momento para hiperventilar. Si me desmayaba por falta de oxígeno Dios sabe lo que me pasaría. ¿Supongamos que él era del espacio exterior, y me hacía un sondeo anal mientras estaba inconsciente? Un temblor me sacudió. ¡Mierda!

– ¿Qué tenemos aquí? -Le pregunté-. ¿Fantasma? ¿Vampiro? ¿Extranterreste?

Él se repantigó en el sofá e hizo zapping en la televisión.

– Te estás aproximando.

Yo estaba pérpleja. ¿Cómo se deshace uno de alguien que puede abrir cerraduras? Ni siquiera puedes hacerlo arrestar por la policía. Y aunque decidiera llamar a la policía, ¿qué le diría? ¿Tengo a un tipo en cierto modo real en mi apartamento?

– Supón que te golpeó y te encadenó a algo. ¿Entonces qué?

Él estaba surfeando por los canal, concentrado en la televisión.

– Podría soltarme.

– ¿Supón que te disparo?

– Me enfurecería. Y no es inteligente enfurecerme.

– ¿Pero podría matarte? ¿Podría lastimarte?

– ¿Qué es esto, las veinte preguntas? Estoy buscando un juego. ¿Qué hora es, de todos modos? ¿Y dónde estoy?

– Estás en Trenton, Nueva Jersey. Son las ocho de la mañana. Y no contestaste mi pregunta.

Él apagó la televisión.

– Maldición. Trenton. Debería haberlo adivinado. Ocho de la mañana. Tengo un día entero para hacer tiempo. Maravilloso. Y la respuesta a tu pregunta es… no pronto. No sería fácil matarme, pero supongo que si te lo propones podrías encontrar algo.

Fui a la cocina y telefoneé a mi vecina de al lado, la Sra. Karwatt.

– Me preguntaba si podría venir sólo un segundo, -dije-. Hay algo que me gustaría mostrarle. -Un momento después, acompañé a la Sra. Karwatt a mi sala de estar-. ¿Qué ve? -Le pregunté-. ¿Hay alguien sentado en mi sofá?

– Hay un hombre en tu sofá, -dijo la Sra. Karwatt-. Es grande, y tiene una cola de caballo rubia. ¿Es la respuesta correcta?

– Sólo comprobaba, -dije a la Sra. Karwatt-. Gracias.

La Sra. Karwatt se marchó pero Diesel se quedó.

– Ella podía verte, -le dije.

– Pues bien, obvio.

Él había estado en mi apartamento ya casi por media hora, y no había rotado completamente la cabeza o tratado de luchar conmigo para derribarme. Era un buen signo, ¿verdad? La voz de mi madre volvió. Eso no significa nada. No bajes tu guardia. ¡Podría ser un maníaco! El problema era, que la idea de un perturbado chocaba frente al presentimiento de que era un buen tipo. Cabezota y arrogante y generalmente detestable, pero no un criminal desquiciado. Por supuesto, es posible que en mis instintos influyera el hecho de que era increíblemente atractivo. Y olía maravilloso.

– ¿Qué haces aquí? -Le pregunté, la curiosidad comenzaba a anular el pánico.

Él se levantó, estiró y rascó el estómago.

– Pues soy el maldito Espíritu de la Navidad.

Me quedé boquiabierta. El maldito Espíritu de la Navidad. Debo estar soñando. Probablemente soñé que llamaba a la Sra. Karwatt, también. El maldito Espíritu de la Navidad. De hecho es terriblemente gracioso.

– Mira, -le dije-. Tengo bastante espíritu Navideño. No te necesito.

– No me grites, Gracie. Personalmente, odio la Navidad. Y preferiría estar sentado bajo una palmera ahora mismo, pero oye, aquí estoy. Así que sigamos con ello.

– Mi nombre no es Gracie.

– Cómo sea. -Él miró alrededor-. ¿Dónde está tu árbol? Se supone que tienes un estúpido Árbol de Navidad.

– No he tenido tiempo para comprar un árbol. Estoy tratando de encontrar a un tipo. Sandy Claws. Es buscado por robo, y no ha acudido a su vista en el tribunal, así que está violando su acuerdo de fianza.

– ¡Hah! Bien. Esa no es la mejor excusa para no tener un Árbol de Navidad. Déjeme ver si entendí bien los detalles. ¿Eres una cazarrecompensas?

– Sí.

– No pareces un cazarrecompensas.

– ¿A qué se supone que se parece un cazarrecompensas?

– Vestido de negro, con un revólver de seis tiros atado a su pierna, un puro cortado en ambos extremos apretado entre sus dientes. -Puse otra vez los ojos en blanco.

– Y vas detrás de Santa Claus porque huyó.

– No Santa Claus, -dije-. Sandy Claws. S-a-n-d-y C-l-a-w-s.

– Sandy Claws. Mujer, ¿cómo puedes creerlo con ese nombre? ¿Qué robó, un gatito?

Eso venía de un tipo llamado como el motor de un tren.

– Primero, tengo un trabajo legítimo. Trabajo para la Compañía de Fianzas Vincent Plum como cazadora de fugitivos. Segundo, Claws no es un nombre tan extraño. Probablemente era Klaus y lo cambiaron en la Isla Ellis. Pasó mucho. Tercero, no sé por qué te lo estoy explicando. Probablemente tuve un accidente, me caí, me pegué en la cabeza y estoy realmente en la [1]UCI ahora mismo, alucinando todo esto.

– Mira, este es el típico problema. Ya nadie cree en lo místico. Nadie cree en los milagros. Pues sucede que soy algo sobrenatural. ¿Por qué mejor no lo aceptas y listo? Apuesto que tampoco crees en Santa Claus. Tal vez Sandy Claws no cambió su nombre de Klaus. Quizás cambió su nombre de Santa Claus. Acaso el viejo tipo se cansó de la rutina de los juguetes para niños y sólo quiso esconderse en algún sitio.

– ¿Entonces piensas que Santa Claus podría vivir en Trenton bajo un nombre falso?

Diesel se encogió de hombros.

– Es posible. Santa es un tipo bastante evasivo. Tiene un lado oscuro, sabes.

– No lo sabía.

– No muchas personas lo saben. ¿Así que si logras agarrar a este tipo Claws, tendrías un Árbol de Navidad?

– Quizás no. No tengo dinero para un árbol. Y no tengo ningún adorno.

– Diablos, estoy clavado con un quejoso. Nada de tiempo, dinero, ni adornos. Sí, sí, sí.

– Oye, esta es mi vida y no tengo que tener un Árbol de Navidad si no quiero.

Ahora, en realidad quise un Árbol de Navidad. Quise un árbol voluminoso y alto con luces de colores brillantes y un ángel encima. Quise una corona en mi puerta principal. Quise candelabros rojos en mi mesa del comedor. Quise mi armario lleno de regalos maravillosamente envueltos para mi familia. Quise villancicos saliendo de mi equipo de música. Y quise un pastel de frutas en mi refrigerador. Era lo qué que cada entusiasta Plum se suponía tenía en Navidad, ¿cierto?

Quise despertarme por la mañana, sentirme feliz y llena de buenas intenciones y paz en la tierra y buena voluntad hacia hombres. Y quise tener una perdiz en mi peral.

Bien, ¿y adivina qué? No tenía ninguna de esas cosas. Ni árbol, ni corona, ni candelabros, ni regalos, ni ningún pastel de frutas de miedo y ninguna maldita perdiz.

Cada año perseguía la perfecta Navidad y cada año la Navidad casi sucedía. Mis Navidades eran siempre un lío de regalos de última hora mal envueltos, un pedazo de pastel de frutas enviado a casa en una bolsa con los restos de la casa de mis padres, y por los dos últimos años no he tenido un árbol. Apenas podía pretender llegar a la Navidad.

– ¿Qué quieres decir, no quieres un Árbol de Navidad? -dijo Diesel-.Todo el mundo quiere un Árbol de Navidad. Si tuvieras un Árbol de Navidad, Santa te traería algo… como rulos para el pelo y zapatos de mujerzuela.

Se me escapó un suspiro.

– Aprecio tu compenetración con la Navidad, pero ahora vas a tener que marcharte. Tengo cosas que hacer. Tengo que trabajar en el caso de Claws y luego más tarde prometí a mi madre que iría para hornear galletas de Navidad.

– No es un buen plan. Hornear galletas no me gusta mucho. Tengo uno mejor. ¿Y sí encontramos a Claws y luego compramos un árbol? Y por el camino a casa después de comprar el árbol podemos ver si los Titanes juegan esta noche. Tal vez podamos agarrar un juego de hockey.

– ¿Cómo sabes sobre los Titanes?

– Lo sé todo.

De nuevo puse los ojos en blanco y lo pasé raspando. Lo hacía tanto, que me daría un dolor de cabeza.

– Bien, he estado en Trenton antes, -dijo-. Tienes que dejar de hacer rodar los ojos. Vas a soltarte algo.

Yo había planeado tomar una ducha, pero no había modo que entrara en la ducha con un hombre extraño sentado en mi sala de estar.

– Me cambio de ropa, y luego voy a trabajar. No vas a entrar en mi dormitorio, ¿verdad?

– ¿Quieres que lo haga?

– ¡No!

– Tú te lo pierdes. -Volvió al sofá y a la televisión-. Avísame si cambias de opinión.

Una hora más tarde estábamos en mi Honda CRV. Yo y el Hombre Sobrenatural. No lo había invitado a corretear conmigo. Él simplemente había abierto la puerta y había entrado en el coche.

– Admítelo, te gusto, ¿cierto? -preguntó.

– Falso, no me gustas. Pero, por alguna misteriosa razón, no estoy totalmente aterrorizada.

– Es porque soy encantador.

– No eres encantador. Eres un imbécil.

Él me lanzó otra de sus sonrisas asesinas.

– Ya, pero soy un imbécil encantador.

Yo conducía y Diesel iba en el asiento de pasajeros, hojeando mi carpeta de Claws.

– Entonces qué hacemos, ¿vamos a su casa y lo sacamos por la fuerza?

– Él vive con su hermana, Elaine Gluck. Pasé por su casa ayer, y ella me dijo que se había esfumado. Creo que sabe donde está así que vuelvo hoy para presionarla un poco.

– Setenta y seis años, y este tipo irrumpió en Kreider Hardware a las dos de la mañana y robó el valor de mil quinientos dólares en herramientas eléctricas y un galón de pintura amarilla Gloria Matutina, -leyó Diesel-. Fue sorprendido por una cámara de seguridad. Qué idiota. Todos saben que tienes que llevar puesto un pasamontañas cuando haces un trabajo así. ¿No mira la televisión? ¿No ve las películas? -Diesel sacó una foto del archivo-. Espera. ¿Este es el tipo?

– Sí.

La cara del Diesel se iluminó y le volvió la sonrisa.

– ¿Y pasaste por su casa ayer?

– Sí.

– ¿Eres buena en lo que haces? ¿Eres buena en seguirle la pista a las personas?

– No. Pero tengo suerte.

– Mucho mejor, -él dijo.

– Parece que has tenido una revelación.

– Bingo. Las piezas comienzan a juntarse.

– ¿Y?

– Lo siento, -dijo-. Fue una de esas revelaciones personales.

Sandy Claws y su hermana, Elaine Gluck, vivían al norte de Trenton en un vecindario de casas pequeñas, televisores grandes, y coches americanos. El espíritu festivo corría eufórico en el barrio de Sandy. Los pórticos estaban arreglados con luces de colores. Las luces eléctricas brillaban en las ventanas. Los patios delateros estaban atestados de renos, hombres de nieves, y Santas. La casa de Sandy Claws era la mejor, o la peor, según el punto de vista. La casa estaba revestida con luces de Navidad rojas, verdes, amarillas, y azules, intercalada con cascadas de diminutas luces blancas intermitentes. Un letreto iluminado en el techo titilaba el mensaje de PAZ EN LA TIERRA. Un Santa de plástico grande y su trineo abarrotaba el minúsculo patio delantero. Y un trío de cantantes de plástico, de metro y medio de alto se amontanaban juntos en el pórtico delantero.

– Ahora éste es espíritu, -dijo Diesel-. Un bonito toque con las luces parpadeando en el techo.

– A riesgo de ser cínica, probablemente se robó las luces.

– No es problema mío, -dijo Diesel, abriendo la puerta del coche.

– Aguántate. Cierra la puerta, -dije-.Tú te quedas aquí mientras hablo con Elaine.

– ¿Y perderme toda la diversión? De ninguna manera. -Salió del CRV, y se quedó parado, con las manos en bolsillos, en la acera, esperándome.

– Bien. Está bien. Sólo no digas nada. Sólo quédate detrás mío e intenta verte respetable.

– ¿Crees que no me veo respetable?

– Tienes manchas de salsa en tu camisa.

Él se miró hacia abajo.

– Esta es mi camisa favorita. Es muy cómoda. Y no son manchas de salsa. Son manchas de grasa. Solía trabajar en mi moto con esta camisa.

– ¿Qué clase de moto?

– Una Harley personalizada. Tenía un viejo crucero grande con tubos de Pitón. -Sonrió, recordando-. Era fascinante.

– ¿Qué le pasó?

– Choqué.

– ¿Es así cómo conseguiste ser como eres ahora? ¿Muerto, o como sea?

– No. Lo único que murió fue la moto.

Era media mañana y el sol estaba perdido detrás de un cúmulo de nubes que eran del color y la textura del tofu. Yo llevaba puestos calcetines de lana, botas CAT con suela gruesa, vaqueros negros, una camisa de franela de tela escocesa roja sobre una camiseta, y una chaqueta de moto de cuero negra. Me veía bastante ruda, de un modo muy admirable… y tenía el trasero completamente congelado. Diesel llevaba puesta su chaqueta desabrochada y no parecía tener ni una pizca de frío.

Crucé la calle y toqué el timbre. Elaine abrió la puerta de par en par y me sonrió. Era un par de pulgadas más baja que yo y casi tan ancha como alta. Tenía tal vez setenta años. Su pelo era blanco como la nieve, corto y rizado. Tenía mejillas de manzana y ojos azules brillantes. Y olía como galletas de pan de jengibre.

– Hola, querida, -dijo-, que agradable verte otra vez. -Miró hacia el lado donde Diesel espiaba y jadeó-. Oh, -dijo, con el rubor subiendo desde su cuello a su mejilla-. Me asustaste. No te vi parado allí al principio.

– Estoy con la Sra. Plum, -dijo Diesel-. Soy… su colaborador.

– Dios mío.

– ¿Está Sandy en casa? -Pregunté.

– Me temo que no, -dijo-. Él está muy ocupado en esta época del año. Algunas veces no le veo por muchos días. Tiene una juguetería, sabe. Y las jugueterías están muy ocupadas en Navidad.

Yo conocía la juguetería. Era una sombría y pequeña tienda en un centro comercial en Hamilton Township.

– Pasé por la tienda ayer, -dije-. Estaba cerrada.

– Sandy debe haber estado ocupado haciendo diligencias. A veces cierra para hacer diligencias.

– Elaine, usted utilizó esta casa como garantía para sacar bajo fianza a su hermano. Sí Sandy no aparece en el tribunal, mi jefe la embargará.

Elaine siguió sonriendo.

– Estoy segura que su jefe no haría algo tan malo como eso. Sandy y yo acabamos de llegar, pero ya amamos esta casa. Empapelamos el cuarto de baño la semana pasada. Se ve encantador.

Vaya. Esto sería un desastre. Si no presento a Claws, no me pagan y me inclino a ser una gran arruinada. Si amenazo e intimido a Elaine para perseguir a su hermano, parezco una desalmada. Mejor ir detrás de un asesino enloquecido que ser odiado por todo el mundo, incluida mi madre. Por supuesto, los asesinos enloquecidos tienden a disparar a los cazadores de recompensas, y ser disparado no está en lo alto de mi lista de actividades favoritas.

– Huelo a pan de jengibre, -dijo Diesel a Elaine-. Apuesto que está horneando galletas.

– Horneo galletas todos los días, -le dijo-. Ayer hice galletas de azúcar con chispas de colores y hoy hago pan de jengibre.

– Me encanta el pan de jengibre, -dijo Diesel. Se deslizó delante de Elaine y llegó sin ayuda a su cocina. Escogió una galleta de un plato lleno de galletas, la mordió, y sonrió-. Apuesto que añade vinagre a la masa de las galletas.

– Es mi ingrediente secreto, -dijo Elaine.

– ¿Entonces dónde está el viejo? -preguntó Diesel-. ¿Dónde está Sandy?

– Quizás está en su taller. Él hace la mayor parte de sus juguetes, sabe.

Diesel vagó hacia la puerta trasera y miró fuera.

– ¿Y dónde está el taller?

– Hay un pequeño taller detrás de la tienda. Y luego hay un taller principal. No sé exactamente donde está el taller principal. Nunca he estado allí. Estoy siempre demasiado ocupada con las galletas.

– ¿Está en Trenton? -preguntó Diesel.

Elaine pareció pensativa.

– ¿Sí? -dijo-. No sé. He conversado con Sandy sobre los juguetes y problemas de trabajo, pero no puedo recordar ni una vez que hablara del taller.

Diesel tomó una galleta para el camino, agradeció a Elaine, y nos marchamos.

– ¿Quieres un pedazo de mi galleta? -preguntó, con la galleta sujeta entre sus perfectos dientes blancos mientras se abrochaba el cinturón de seguridad.

– No.

Él tenía una voz agradable. Ligeramente varonil y con una insinuación de sonrisa. Sus ojos encajan con la voz. En serio odiaba que me gustaran la voz y los ojos. Mi vida ya está embrollada con dos hombres. Uno es mi mentor y mi atormentador, un cazarrecompensas cubano americano llamado Ranger. Él estaba en este momento fuera de la ciudad. Nadie sabía donde estaba o cuando volvería. Eso era normal. El otro hombre en mi vida es un policía de Trenton llamado Joe Morelli. Cuando yo era una niña, Morelli me atrajo con engaños al garaje de su padre y me enseñó como jugar choo-choo. Yo era el túnel y Morelli el tren, si consiguen el cuadro. Cuando era una adolescente y trabaja en la Panadería Masa Sabrosa, Morelli me engatusó en el suelo fuera de horario y realizó una versión más adulta del choo-choo detrás de la vitrina de los pasteles de chocolate. Ambos hemos crecido algo desde entonces. La atracción todavía está allí. Ha crecido en afecto genuino… tal vez incluso amor. No hemos dominado totalmente la confianza y la capacidad de confiar. Y yo en realidad no necesitaba un tercer tipo virtualmente no humano en mi vida.

– Apuesto que estás preocupada por la manera en que te quedan esos vaqueros, ¿no? -preguntó Diesel-. ¿Tienes miedo de sumar las calorías de la galleta?

– ¡Falso! Mis vaqueros me calzan perfectamente bien. -Yo no quería una galleta con la saliva de Diesel. Quiero decir, ¿qué sé sobre él? Y de acuerdo, además mis vaqueros realmente estaban un poco apretados. Yeesh.

Él arrancó de un mordisco la cabeza de la galleta de jengibre

– ¿Qué sigue? ¿Tienen los Claws niños que podemos interrogar? Creo que le estoy agarrando la onda a esto.

– No hay niños. Lo comprobé y no tiene familiares en el área. Lo mismo con Elaine. Es viuda sin hijos.

– Debe ser duro para Elaine. Una mujer tiene esos instintos, sabes.

Entrecerré los ojos.

– ¿Instintos?

– Niños. Procreación. Instintos maternales.

– ¿Quién eres tú?

– Esa es una buena pregunta, -dijo Diesel-. No estoy por completo seguro de saber la respuesta. ¿Sabe realmente cualquiera de nosotros quiénes somos?

Grandioso. Ahora era un filósofo.

– ¿No tienes instintos maternales? -preguntó-. ¿No oyes el tictac del reloj biológico? Tictac, tictac, tictac, -dijo, sonriendo otra vez, divirtiendose un poco con ello.

– Tengo un hámster.

– Oye, no podrías pedir algo mejor que eso. Los hámsteres son estupendos. Personalmente, creo que los niños están sobrevalorados.

Tuve un tic en el ojo. Puse mi dedo en él para frenar el revoloteo.

– Prefiero no entrar en eso en este momento.

Diesel levantó sus manos.

– No hay problema. No quisiera incomodarte.

Sí, claro.

– De regreso a la gran persecución. ¿Tienes algún plan? -preguntó.

– Vuelvo a la tienda. No me percaté que había un taller adosado.

Veinte minutos más tarde estabamos parados en la puerta principal de la tienda, contemplando el pequeño letrero de cartón escrito a mano en la ventana. CERRADO. Diesel puso su mano en la manija y las cerraduras se abrieron.

– Bastante impresionante, ¿hunh? -dijo.

– Bastante ilegal.

Él empujó la puerta abierta.

– Eres una auténtica aguafiestas, ¿sabes?

Ambos bizqueamos en la oscuridad. Las únicas ventanas eran los pequeños cristales en la puerta. La tienda era del tamaño de un garaje de dos coches. Diesel cerró la puerta detrás de nosotros y tiró un interruptor. Dos tubos fluorescentes en el techo zumbaron y lanzaron una luz débil, palpitando a través del interior.

– Muchacho, esto es alegre, -dijo Diesel-. Me haría desear comprar juguetes. Inmediatamente después de sacarme el ojo y cortarme la garganta.

Las paredes estaban cubiertas de estantes, pero los estantes estaban vacíos, y juegos de tren, de mesa, muñecas, figuras de acción, y animales rellenos estaban todos revueltos en el suelo.

– Esto es extraño, -dije-. ¿Por qué están los juguetes en el suelo?

Diesel miró alrededor del cuarto.

– Tal vez alguien tuvo una rabieta. -Una caja registradora antigua estaba ubicada en un pequeño mostrador. Diesel presionó una tecla y la caja se abrió-. Siete dólares y cincuenta centavos, -dijo-. No creo que Sandy haga muchos negocios. -Atravesó la tienda y probó la puerta trasera. La puerta estaba sin llave. La abrió y ambos echamos una ojeada en el cuarto trasero-. No hay mucho que ver aquí, tampoco, -dijo Diesel.

Había un par de mesas plegables largas, y metálicas y varias sillas plegables metálicas. Curiosos juguetes de madera en varias etapas de terminación llenaban las mesas. La mayoría eran animales y hasta trenes toscamente tallados. Los vagones del tren estaban conectados por ganchos grandes y fanales.

– Mira a ver si encuentras algo que pudiera tener la dirección del otro taller, -dije-. Podría estar impreso en una etiqueta de envío o caja. O tal vez hay un pedazo de papel con un número de teléfono.

Trabajamos en ambos cuartos, pero no encontramos una dirección o número teléfonico. El único artículo en la basura era una bolsa arrugada de la panadería Baldanno. Sandy Claws era goloso. La tienda no tenía teléfono. Ninguno había sido puesto en el acuerdo de fianza y no vimos ninguno en el lugar. El acuerdo de fianza tampoco registraba un teléfono celular. Eso no garantizaba que no existiera uno.

Abandonamos la tienda, cerrando la puerta detrás de nosotros. Nos paramos al lado de mi CRV en el estacionamiento y miramos hacia atrás.

– ¿Notas algo raro sobre esta tienda? -Pregunté a Diesel.

– No tiene nombre, -dijo-. Hay sólo una puerta con un pequeño dibujo de un soldado de madera.

– ¿Qué tipo de juguetería no tiene nombre?

– Si miras más de cerca puede ver donde fue arrancado el letrero, -dijo Diesel-. Colgaba encima de la puerta.

– Probablemente es una fachada para una operación fraudulenta.

Diesel sacudió la cabeza.

– Tendría teléfonos. Posiblemente una computadora. Habría ceniceros y colillas.

Lo miré frunciéndole el ceño.

– Miro la televisión, -dijo él.

Bien. Como sea.

– Voy donde mis padres ahora, -le dije-. Tal vez quieras que te deje en algún lugar. Centro comercial, un billar, una casa de locos…

– Diablos, eso en verdad duele. No quieres que conozca a tus padres.

– No es como si fueramos novios.

– Mi tarea es darte una alegre Navidad, y me tomo mi trabajo muy en serio.

Lo miré disgustada.

– Tú no tomas tu trabajo en serio. Me dijiste que ni siquiera te gusta la Navidad.

– Fui cogido por sorpresa. No actuo así comúnmente. Pero comienzo a entrar en esto. ¿No puedes decirlo? ¿No parezco más alegre?

– No voy a deshacerme de ti, ¿cierto?

Él se meció hacia atrás en sus talones, con las manos en los bolsillos de su chaqueta, y una gran sonrisa firmemente en el lugar.

– No.

Ahogué un suspiro, puse el coche en marcha, y salí del lugar. No era un paseo lejos a la casa de mis padres en el Burg. El Burg es pequeño para Chambersburg, una pequeña comunidad residencial asentada al borde del Trenton apropiado. Nací y me crié en el Burg y seré una Burger de por vida. He tratado de alejarme, pero parece que no puedo apartarme lo suficiente.

Como la mayor parte de las casas en el Burg, la de mis padres es una casa pequeña de madera, de dos pisos, construida en un espacio pequeño, y estrecha. Y como muchas casas en el Burg, la casa comparte una pared común con una casa idéntica. Mabel Markowitz posee la casa que linda con la de mis padres. Ella vive allí sola, ahora que su marido ha muerto. Mantiene sus ventanas limpias, juega al bingo dos veces por semana en el centro mayor, y exprime trece centavos de cada diez.

Aparqué en el bordillo y Diesel miró las dos casas. La casa de la Sra. Markowitz estaba pintada de un verde bilioso. Tenía una estatua de yeso de la Virgen María en su diminuto patio delantero y había puesto una vasija de [2]poinsetias rojas de plástico al lado de la Virgen. Un solitario bombillo había sido colocado en su ventana delantera. La casa de mis padres estaba pintada de amarillo y marrón y decorada con una ristra de luces de colores atravesando el frente de la casa. Un viejo y grande Santa de plástico, con su traje rojo desteñido por el sol que ya se veía rosado palido, había sido puesto en el patio delantero de mis padres, en directa competición con la Virgen de la Sra Markowitz. Mi madre tenía luces eléctricas en todas las ventanas y una guirnalda en la puerta principal.

– Mierda santa, -dijo Diesel-. Esto es estridente.

Tuve que estar de acuerdo con él. Las casas eran fascinantes en su horror. Incluso peor, eran un encanto. Se habían visto exactamente así desde que podía recordar. No podía imaginarlas viendose de otra forma. Cuando tenía catorce la Virgen de la Sra Markowitz había sido alcanzada por un golpe de béisbol y parte de su cabeza se había desconchado, pero eso no detuvo a la Virgen de bendecir la casa. Ella aguantaba el viento, la lluvia, el aguanieve y las tormentas con la cabeza desconchada. Tal como Santa, que estaba desteñido y abollado, pero volvía cada año.

La Abuela Mazur estaba detrás del vidrio de la puerta de mis padres, mirándonos hacia fuera. Ella vive con mis padres ahora que el abuelo Mazur está comiendo chicharrones y emparedados de mantequilla de maní con Elvis. La Abuela Mazur es sobre todo huesos flacos y piel floja. Mantiene sus canas con rizos apretados en su cabeza y lleva un de cañón largo.45 en su bolsa. El concepto de envejecer elegantemente nunca se ha aplicado a la Abuela.

La Abuela abrió la puerta cuando me acerqué con Diesel.

– ¿Quién es éste? -preguntó, escudriñando a Diesel-. No sabía que traías a un hombre nuevo. Mírame. Ni siquiera estoy vestida. ¿Y Joseph? ¿Qué le pasó?

– ¿Quién es Joseph? -quiso saber Diesel.

– Es su novio, -dijo la Abuela Mazur-. Joseph Morelli. Es un policía de Trenton. Se supone que viene más tarde a cenar ya que es domingo.

Diesel me sonrió abiertamente.

– No me dijiste que tenías novio.

Presenté a Diesel a mi mamá, la Abuela Mazur, y mi papá.

– ¿Qué sucede con los hombres y las colas de caballo? -dijo mi padre-. Se supone que las muchachas tienen el pelo largo. Se supone que los hombres tienen el pelo corto.

– ¿Y Jesús? -preguntó la Abuela-. Él tenía el pelo largo.

– Este tipo no es Jesús, -dijo mi padre. Él tendió su mano a Diesel-. Encantado de conocerte. ¿Qué eres, uno de esos luchadores o algo parecido?

– No señor, no soy un luchador, -dijo Diesel, sonriendo.

– Ellos son artistas deportivos, -dijo la Abuela-. Sólo algunos son en verdad buenos en la lucha libre, como Propulsora Kurt y Ciclón Lance.

– ¿Ciclón Lance? -dijo mi padre-. ¿Qué tipo de nombre es ese?

– Uno de esos nombres canadienses, -dijo la Abuela-. Él es una preciosura, también.

Diesel me miró y su sonrisa se amplió.

– Amo a tu familia.

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