2

Mi hermana Valerie entró de la cocina. Valerie está recientemente divorciada y sin dinero y se ha trasladado a sí misma y a sus dos niñas a mi viejo dormitorio. Antes del divorcio y regresar a Jersey, Valerie vivía en California del sur donde había limitado el éxito a hacerse un clon de Meg Ryan. Valerie todavía tenía las mechas rubias. El espíritu alegre lo dejó caer en algún sitio sobre Kansas en el vuelo a casa.

– Diablos, -dijo Valerie, divisando a Diesel.

La Abuela estuvo de acuerdo.

– Es una pepita, ¿verdad? -dijo-. Es verdaderamente guapo.

Diesel me dio un codazo en el costado.

– ¿Ves? Les gusto.

Arrastré a Diesel a la sala de estar.

– Piensan que tienes un bonito trasero. Eso es diferente de gustarles tú. Siéntate delante de la televisión. Mira los dibujos animados. Trata de encontrar un partido de béisbol. No hables con nadie.

Mi madre, la abuela y mi hermana me esperaban en la cocina.

– ¿Quién es? -quiso saber Valerie-. Es magnífico.

– Sí, y puedo decir que él es todo un seductor, -dijo la Abuela-. Tiene esa mirada en sus ojos. Y apuesto que tiene un buen paquete.

– Él no es nadie, -dije, tratando de apartar mis pensamientos del paquete de Diesel-. Se mudó al edificio, y no conoce a nadie, por eso más o menos lo he adoptado. Es un caso de caridad.

Valerie se puso seria.

– ¿Está casado?

– Creo que no, pero no te gustaría. No es normal.

– Parece normal.

– Confía en mí. No es tu tipo normal.

– Es gay, ¿no?

– Sí. Eso es. Creo que es gay. -Mejor que revelarle a Valerie que Diesel era un sobrenatural dolor en el culo.

– Los atractivos siempre son gays, -dijo Valerie suspirando-. Es un patrón.

La Abuela tenía un puñado grande de masa de galletas en la mesa. La estiró y luego me dio un cortador de galletas en forma de estrella.

– Tú has las galletas de azúcar, -dijo la Abuela-. Haré que Valerie se ocupe de las de caramelo.

Si me llevo cualquier cosa conmigo cuando muera será la manera como huele la cocina de mi madre. El del café preparado por la mañana, la col morada y el asado cociéndose en la olla y llenando de vapor las ventanas de la cocina durante un día frío en febrero, un pastel de manzana caliente en el mostrador en septiembre. Parece melodramático pensar en ello, pero los olores son verdaderos y tan parte de mí como mi pulgar y mi corazón. Juro que lo primero que olí fue el pastel de piña cuando estaba en el útero.

Hoy el aire en la cocina de mi madre estaba pesado con el horneado de las galletas de mantequilla. Mi mamá usaba mantequilla y vainilla auténtica, y el olor de la vainilla se me pegaba a la piel y al pelo. La cocina estaba tibia, llena de mujeres, y yo estaba emocionada con las galletas de mantequilla. Éste sería un momento perfecto, si sólo no hubiera un extranterrestre sentado en la sala de estar, mirando la televisión con mi papá.

Saqué la cabeza por la puerta de la cocina y miré hacia el comedor a Diesel y a mi papá en la sala de estar. Diesel estaba delante del escuálido árbol de Navidad, de metro y medio, que parecía iba a deshacerse, con un desvencijado soporte. Cuatro días antes de Navidad y ya el árbol dejaba caer agujas. Mi padre había colocado una estrella de metal verde y plateada en la cúspide parcialmente calva del árbol. El resto del árbol estaba cubierto con luces de colores intermitentes y decorado con un surtido de adornos coleccionados a lo largo de la vida matrimonial de mis padres. El soporte estaba envuelto en rollos de algodón blanco que se suponía parecía nieve. Un pueblo de casas viejas de cartón habían sido montadas en los rollos de algodón.

Las niñas de Valerie, Angie de nueve años y Mary Alice de siete, habían completado el árbol con grandes cantidades de cintas de color brillante. Angie es la niña perfecta y a menudo es confundida con una bajita mujer de cuarenta. Mary Alice ha tenido desde hace mucho tiempo un evidente problema de identidad y usualmente está convencida de que es un caballo.

– Bonito árbol, -dijo Diesel.

Mi padre estaba concentrado en la pantalla de la televisión. Mi padre reconocía un árbol perdedor cuando veía uno y este no era ningún ganador. Él había gastado poco, como de costumbre, y le había comprado el árbol a Andy en la estación Mobil. Los árboles de Andy siempre se veían como si hubiesen sido plantados al lado de una central nuclear.

Mary Alice y Angie habían estado mirando la televisión con mi padre. Mary Alice apartó su atención de la pantalla y contempló a Diesel.

– ¿Quién eres? -preguntó.

– Me llamo Diesel, -dijo-. ¿Quién eres tú?

– Soy Mary Alice, y soy un hermoso palomino. Y esa es mi hermana Angie. Ella es sólo una niña.

– No eres un palomino, -dijo Angie-. Los Palominos tienen el pelo dorado, y tú lo tienes castaño.

– Puedo ser un palomino si quiero, -dijo Mary Alice.

– No puedes.

– Igual puedo.

– No puedes.

Cerré la puerta de la cocina y volví al corte de galletas.

– Hay una juguetería en el centro comercial Price Cutter en Hamilton Township, -dije a mi madre y abuela-. ¿Alguna de ustedes sabe algo sobre ella?

– Nunca vi una juguetería allí, -dijo la Abuela-, pero fui de compras con Tootie Frick la semana pasada, y vimos una tienda con un soldado de juguete en la puerta. Probé la puerta, pero estaba cerrada, y no había ninguna luz en el interior. Pregunté a alguien respecto a eso y él me dijo que la tienda estaba embrujada. Dijo que la semana pasada hubo una tormenta eléctrica dentro de la tienda, con truenos y todo.

Transferí una estrella de masa cruda de la mesa a la bandeja de galletas.

– No sé nada sobre la parte embrujada, pero se supone que el lugar es una juguetería. El tipo que la posee no apareció a su cita en el tribunal, y no he podido encontrarlo. Supuestamente él hace varios de sus propios juguetes, y tiene un taller en algún lugar, pero no he sido capaz de conseguir la dirección.

Cuándo la oficina de fianzas abriera mañana por la mañana, tendría a Connie, la encargada, dirigiendo una búsqueda cibernética de Claws. También podría comprobar para ver si Claws tenía cuentas de eléctricidad y agua en algún sitio aparte de su casa y su tienda.

– Vas a tener que coger el ritmo, -dijo la Abuela-. Aún tenemos que poner azúcar glaseado sobre esas galletas. Y todavía tenemos que hacer un montón de galletas. Y las bolas de queso cremoso. No puedo estar haciendo esto todo el día porque tengo que ir a un velatorio esta noche. Ponen a Lenny Jelinek. Era miembro de los Alces, y tú sabes lo que eso significa.

Mi madre y yo miramos a la Abuela. Éstabamos despistadas.

– Me rindo, -dijo mi madre-. ¿Qué significa eso?

– Hay siempre un gentío cuando se presenta un Alce. Muchos hombres. Un grupo potencial, si estás en el mercado para un [3]studmuffin.

Mi madre mezclaba la masa de galleta en un pocillo grande. Alzó la vista, cuchara en mano, y una bola de masa se deslizó de la cuchara e hizo plaf en el suelo.

– ¿Studmuffin?

– Por supuesto, yo ya tengo mi studmuffin elegido, -dijo la Abuela-. Lo encontré echando un vistazo en Harry Farfel, la semana antepasada. Fue una verdadera reunión romántica. Mi studmuffin acaba de trasladarse al área. Él conducía por los alrededores, tratando de encontrar a un amigo, y se perdió. Entonces entró en la Funeraria de Stiva para pedir orientación, y chocó directamente conmigo. Dijo que chocó conmigo debido a que tiene problemas de la vista, pero yo sabía que fue el destino. Todos los vellos de mi brazo se me erizaron al segundo de atropellarme. ¿Puedes imaginarlo? Y ahora vamos prácticamente estables. Él es un verdadero dulce. Besa bien, también. ¡Hace mis labios zumbar!

– Nunca dijiste nada, -dijo mi madre.

– No quise hacer un escándalo, con la Navidad encima de nosotros.

Pensé que era algo grandioso que la Abuela tuviera un studmuffin, pero realmente no quise una imagen mental de la Abuela y el buen besador. La última vez que la Abuela trajo a un hombre a casa a cenar él se sacó su ojo de vidrio en la mesa y lo puso junto a su cuchara mientras comía.

Tuve cierto éxito en apartar los pensamientos del viejo studmuffin. Tenía menos éxito en apartar los pensamientos sobre Diesel. Me preocupaba que él estuviera en la sala de estar decidiendo a quién de mi familia convendría teletransportar hasta la nave madre. O quizás no era un extraterrestre. ¿Qué entonces? Tal vez Satanás. Excepto, que no olía como fuego y azufre. Su olor era más rico. Bien, probablemente no era Satanás. Fui a la puerta de la cocina y lancé otra mirada hacia afuera.

Las niñas estaban en el suelo, hipnotizadas por la televisión. Mi padre estaba en su sillón, durmiendo. No había rastros de Diesel.

– Oye, -grité a Angie-. ¿Dónde está Diesel?

Angie se encogió de hombros. Mary Alice se volvió a mirarme y también se encogió de hombros.

– Papá, -grité-. ¿Adónde fue Diesel?

Mi papá abrió un ojo.

– Fuera. Dijo que estaría de regreso por la hora de la cena.

¿Fuera? ¿Cómo fuera para pasear? ¿O fuera cómo “fuera del cuerpo”? Levanté la vista hacia el techo, esperando que Diesel no sobrevolara por encima de nosotros como el Fantasma de la Navidad Pasada.

– ¿Dijo adónde iba?

– ¡No! Sólo dijo que regresaría. -Los ojos de mi padre se cerraron. Fin de la conversación.

Repentinamente tuve un pensamiento espeluznante. Corrí al vestíbulo delantero con la espátula todavía en mi mano. Me asomé por la puerta principal y mi corazón momentáneamente se detuvo. El CRV se había ido. Me había robado el coche.

– Maldición, maldición, ¡maldita sea! -Salí a la acera y miré de arriba abajo la calle-. ¡Diesel! -Grité-. ¡Dieeezel! -No hubo respuesta. El Gran Hombre de Misteriosos Talentos puede abrir puertas, pero no puede oírme llamándole.

– Me acabo de acordar del periódico de hoy, -dijo la Abuela cuando volví a la cocina-. Estaba mirando los anuncios clasificados esta mañana, pensando que podría interesarme un trabajo si aparecía el correcto… como cantante de bar. De todos modos, no vi ningún anuncio para cantantes de bar, pero había uno para fabricantes de juguetes. Estaba redactado bien lindo, además. Decía que buscaban elfos.

El periódico estaba en el suelo al lado del sillón de mi padre. Lo encontré y leí todos los anuncios clasificados. Seguro, había un anuncio para fabricantes de juguetes. Preferían elfos. Daban un número de teléfono. Decía que los postulantes tenían que preguntar por Lester.

Marqué el número y conseguí a Lester a la segunda llamada.

– El caso es, Lester, -dije-. Qué obtuve este número del periódico. ¿En verdad está contratando fabricantes de juguetes?

– Sí, pero sólo estamos empleando a fabricantes de juguetes del calibre más alto.

– ¿Elfos?

– Todos saben que son los mejores en la línea de los fabricantes de juguetes.

– ¿Está empleando a alguna persona aparte de elfos?

– ¿Es usted o no un elfo buscando trabajo?

– Busco a un fabricante de juguetes. Sandy Claws. -Clic. Desconectaron. Volví a marcar y alguien que no era Lester contestó. Pedí a Lester y me dijeron que no estaba disponible. Pedí el lugar de la entrevista de trabajo y esto causó otra desconexión.

– No sabía que teníamos elfos en Trenton, -dijo la Abuela-. ¿No es raro? Elfos directamente bajo nuestra nariz.

– Pienso que estaba bromeando sobre los elfos, -dije.

– Qué lastima,-dijo la Abuela-. Los elfos serían divertidos.

– Siempre estás trabajando, -me dijo mi madre-. Ni siquiera puedes hornear galletas de Navidad sin hacer llamadas telefónicas sobre criminales. La hija de Loretta Krakowski no hace eso. La hija de Loretta viene a casa de la fábrica de botónes y nunca piensa en su trabajo. La hija de Loretta hace a mano todas sus tarjetas de Navidad. -Mi madre dejó de mezclar la masa y me miró, con los ojos abiertos de par en par y llenos de miedo-. ¿Enviaste tus tarjetas de Navidad?

Oh Dios mío, las tarjetas de Navidad. Me olvidé completamente de las tarjetas de Navidad.

– Seguro, -dije-. Las envié la semana pasada. -Esperé que Dios y Santa Claus no me escucharan decir mentiras.

Mi madre suspiró y se santiguó.

– Menos mal. Temí que lo olvidaras, otra vez.

Nota mental. Comprar algunas tarjetas de Navidad.

Hacia las cinco habíamos terminado con las galletas y mi madre tenía una bandeja de lasaña en el horno. Las galletas estaban en frascos y tarros y algunas amontonadas en platos para comerlas inmediatamente. Yo estaba en el fregadero, lavando las últimas bandejas del horno, y sentí que se me erizaba la piel detrás de mi cuello. Me dí la vuelta y choqué con Diesel.

– Te llevaste mi coche, -dije, brincando hacia atrás-. Sólo te fuiste con él. ¡Lo robaste!

– Relájate. Lo tomé prestado. No quise molestarte. Estabas ocupada haciendo galletas.

– ¿Si tenías que ir a algún sitio por qué no sólo te proyectares allí… como apareciste de repente en mi apartamento?

– Trato de pasar desapercibido. Dejo los saltos para ocasiones especiales.

– No eres realmente el Espíritu de la Navidad, ¿verdad?

– Podría serlo si quisiera. Oí que el trabajo está a disposición de cualquiera. -Llevaba puestas las mismas botas, vaqueros y chaqueta, pero había sustituido la camisa manchada por un suéter marrón.

– ¿Fuiste a casa para cambiarte?

– Mi casa queda lejos. -Él giró juguetonamente un mechón de mi pelo alrededor de su dedo-. Haces muchas preguntas.

– Sí, pero no consigo ninguna respuesta.

– Hay un pequeño tipo rechoncho en la sala de estar con tu papá. ¿Es ese tu novio?

– Es Albert Kloughn. El novio de Valerie.

Oí que se abría la puerta principal, y segundos más tarde, Morelli entró en la cocina. Miró primero hacia mí y luego a Diesel. Tendió su mano a Diesel.

– Joe Morelli, -dijo.

– Diesel.

Gastaron un momento midiéndose. Diesel era una pulgada más alta y tenía más masa. Morelli no era alguien con quién uno querría encontrarse en un callejón oscuro. Morelli era delgado, todo músculo y ojos oscuros evaluadores. El momento pasó, Morelli me sonrió y dejó caer un beso ligero como una pluma en mi coronilla.

– Diesel es un extraterreste o algo así, -dije a Morelli-. Apareció en mi cocina esta mañana.

– Mientras no haya pasado la noche, -dijo Morelli. Pasó junto a mí hacia una lata de galleta, le quitó la tapa, y seleccionó una.

Le lancé una mirada cortante a Diesel y lo agarré sonriendo.

El busca de Morelli sonó. Comprobó los datos y juró. Usó el teléfono de la cocina, clavando los ojos en sus zapatos mientras hablaba. Nunca era un buen signo. La conversación fue corta.

– Tengo que irme, -dijo-. Trabajo.

– ¿Te veré más tarde?

Morelli me sacó a la escalinata trasera y cerró la puerta detrás de nosotros.

– Stanley Komenski acaba de ser encontrado metido en un barril de desecho industrial. Estaba en el callejón detrás de aquel nuevo restaurante tailandés en la calle Sumner. Por lo visto había estado allí hace días y estaba atrayendo moscas, por no mencionar algunos perros locales y una horda de cuervos. Él era el matón de Lou Dos Dedos así que va a ponerse feo. Y si eso no es lo suficientemente malo, hay un chiflado incendiando el alambrado eléctrico. Ha habido pequeños apagones por todo Trenton y súbitamente se corrigen. No es un gran problema, pero hace un lío del tráfico. -Morelli volteó su cabeza para mirar a través del vidrio, a la cocina-. ¿Quién es el tipo grande?

– Te lo dije. Apareció de repente en mi cocina esta mañana. Creo que es un extraterrestre. O tal vez alguna clase de fantasma.

Morelli me palpó la frente.

– ¿Tienes fiebre? ¿Te has caído otra vez?

– Estoy bien. Presta atención. El tipo apareció en mi cocina.

– Sí, pero todos aparecen en tu cocina.

– No así. Él de verdad apareció de pronto y de improviso. Como si hubiese sido teletransportado, o algo parecido.

– De acuerdo, -dijo Morelli-, te creo. Es un extraterrestre. -Morelli me arrastró apretándome contra él, y me besó. Y se marchó.

– Entonces, -dijo Diesel, cuando volví a la cocina-. ¿Cómo fue eso?

– No creo que me creyera.

– ¡Estás de broma! Vas por ahí diciéndole a las personas que soy un extraterrestre y finalmente van a internarte en un manicomio. Y sólo para que conste, no soy un extraterrestre. Y no soy un fantasma.

– ¿Vampiro?

– Un vampiro no puede entrar en una casa sin invitación.

– Esto es demasiado extraño.

– No es tan extraño, -dijo Diesel-. Puedo hacer algunas cosas que la mayor parte de las personas no pueden. No hagas más de ello de lo que es.

– ¡No sé lo que es!

La sonrisa de Diesel volvió.


* * * * *

Exactamente a las seis nos sentamos a la mesa.

– Esto no es agradable, -dijo la Abuela-. Parece una fiesta.

– Estoy aplastada, -dijo Mary Alice-. A los caballos no les gusta cuando están aplastados. Hay demasiadas personas en esta mesa.

– Tengo espacio, -dijo Albert Kloughn-. Puedo allegar mi tenedor y todo lo demás.

Mi padre ya tenía la lasaña en su plato. Mi padre siempre era servido primero con la esperanza de que él estaría ocupado con la comida y no saltaría y estrangularía a la Abuela Mazur.

– ¿Dónde está la salsa? -él preguntó-. ¿Dónde está la salsa extra?

Angie con cuidado le pasó la salsera con la [4]salsa marinara adicional a Mary Alice. A Mary Alice le dio mucho trabajo lograr poner sus cascos alrededor de la salsera, ésta se tambaleó en el aire y luego se estrelló en la mesa, soltando una ola gigante de salsa de tomate. La Abuela se lanzó a través de la mesa para agarrar la salsera, atropelló un candelabro y el mantel se encendió. Ésta no era la primera vez que había pasado.

– ¡Madre Mía! Fuego, -gritó Kloughn-. Fuego. ¡Fuego! ¡Vamos todos a morir!

Mi papá miró hacia arriba brevemente, negó con la cabeza como si no pudiera creer que ésta realmente fuera su vida, y volvió a cavar en su lasaña. Mi madre se santiguó. Y yo vertí una jarra de agua helada en medio de la mesa, poniéndole fin al fuego.

Diesel sonrió abiertamente.

– Amo esta familia. Realmente adoro esta familia.

– En verdad no pensé que íbamos a morir, -dijo Kloughn.

– Ten otra rebanada de lasaña, -dijo mi madre a Valerie-. Mírate, eres un costal de huesos.

– Eso es porque vomita cuando come, -dijo la Abuela.

– Tengo un virus, -dijo Valerie-. Me pongo nerviosa.

– Tal vez estás embarazada, -dijo la Abuela-. Quizás tienes náuseas matutinas todo el día. -Kloughn se puso pálido y cayó de su silla. Y se estrelló en el suelo.

La Abuela lo miró hacia abajo.

– Ya no hacen a los hombres como antes.

Valerie se llevó la mano a la boca y salió del cuarto, subiendo al cuarto de baño.

– Santa María Madre de Dios, -dijo mi madre.

Kloughn abrió los ojos.

– ¿Qué pasó?

– Te desmayaste, -dijo la Abuela-. Caíste como un saco de arena.

Diesel saltó de su silla y ayudó a Kloughn a levantarse.

– Bien hecho, semental, -dijo Diesel.

– Gracias, -dijo Kloughn-. Soy muy viril. Es típico de la familia.

– Estoy cansada de estar sentada, -dijo Mary Alice-. Necesito galopar.

– No galoparás, -gritó mi madre a Mary Alice-. No eres un caballo. Eres una niña, y actuarás como una o te irás a tu cuarto.

Nos quedamos aturdidos porque mi madre nunca gritaba. Y aún más espantoso, mi madre (habiendo pasado su tiempo conmigo, el cadete espacial original) nunca le dio demasiada importancia al asunto del caballo.

Hubo un momento de silencio y luego Mary Alice comenzó a chillar. Tenía los ojos apretados y la boca abierta de par en par. Su cara estaba roja y manchada y las lágrimas goteaban de sus mejillas a su camisa.

– Cristo, -dijo mi padre-. Alguien haga algo.

– Oye, niña, -dijo Diesel a Mary Alice-, ¿qué quieres este año para Navidad?

Mary Alice trató de dejar de llorar pero sorbía e hipaba. Se restregó las lágrimas de la cara y se limpió la nariz con el dorso de su mano.

– No quiero nada para la Navidad. Odio la Navidad. La Navidad es una porquería.

– Debe haber algo que quieras, -dijo la Abuela.

Mary Alice empujó su comida alrededor del plato con el tenedor.

– No hay nada. Y sé que no existe Santa Claus, además. Es sólo un gran fraude.

Nadie tuvo una respuesta inmediata. Nos había cogido por sorpresa. No había Santa Claus. ¿Cuán malo era eso?

Diesel finalmente se apoyó hacia adelante en sus codos y miró a través de la mesa a Mary Alice.

– Esta es la forma en que yo lo veo, Mary Alice. No puedo decir de seguro si hay realmente un Santa Claus, pero creo que es entretenido fingirlo. La verdad es que todos tenemos la opción de hacerlo, y podemos creer en lo que queramos.

– Creo que eres una porquería, también, -dijo Mary Alice a Diesel.

Diesel deslizó su brazo a través de mis hombros y se inclinó acercándose, con su aliento caliente contra mi oreja.

– Fuiste lista al elegir un hámster, -dijo.

Valerie volvió al comedor a tiempo para el postre.

– Es una alergia, -dijo-. Creo que soy intolerante a la lactosa.

– Chica, eso es una vergüenza, -dijo la Abuela-.Tenemos pastel de piña para esta noche, y tiene mucha crema chantilly.

Gotas de sudor aparecieron en el labio superior de Valerie y en la frente, y Valerie volvió corriendo arriba.

– Es gracioso cómo vienen estas cosas, -dijo la Abuela-. Nunca antes fue intolerante a la lactosa. Debe haberlo agarrado en California.

– Voy a buscar algunas galletas a la cocina, -dijo mi madre.

Fui detrás de ella y la encontré zurrándose un vaso de [5]Four Roses.

Ella brincó cuando me vio.

– Me asustaste, -dijo.

– Vine para ayudarte con las galletas.

– Sólo tomaba un sorbo. -Un estremecimiento corrió por mi madre-. Es Navidad, sabes.

Este era un sorbo del tamaño de un [6]Trago Grande.

– Tal vez Valerie no está embarazada, -dije.

Mi madre redujo drásticamente el Trago Grande, se santiguó, y volvió al comedor con las galletas.

– ¿Así que, -dijo la Abuela a Kloughn-, haces galletas de Navidad en tu casa? ¿Ya pusiste tu árbol?

– Actualmente no tenemos un árbol, -dijo Kloughn-. Somos judíos.

Todos dejaron de comer, hasta mi padre.

– No pareces judío, -dijo la Abuela-. No llevas puesto una de esas gorras.

Kloughn puso los ojos en blanco como si buscase su cachucha perdida, visiblemente sin poder hablar, quizá todavía el oxígeno no conseguía llegar totalmente a su cerebro después del desmayo.

– ¿No es grandioso? -dijo la Abuela-. Si te casas con Valerie podemos festejar algunas de esas celebraciones judías. Y podemos conseguir un juego de candelabros. Yo siempre quise uno de esos candelabros judíos. No es genial, -dijo la Abuela-. Esperen a que les diga a las muchachas en el salón de belleza que podríamos meter a un Judío en nuestra familia. Todo el mundo va a estar celoso.

Mi padre todavía estaba sentabo perdido en sus pensamientos. Su hija podría casarse con un tipo judío. No era una gran cosa que pasara, a la vista de mi padre. No que tuviera algo contra los judíos. Era que las oportunidades eran escasas sino inexistente de que Kloughn fuera italiano. En el esquema de las cosas de mi padre, había italianos y luego el resto del mundo.

– No descenderás de italianos, ¿verdad? -preguntó mi padre a Kloughn.

– Mis abuelos eran alemánes, -dijo Kloughn. Mi padre suspiró y volvió a concentrarse en su lasaña. Otra metedura de pata en la familia.

Mi madre quedó pálida. Bastante malo era que sus hijas no asistieron a la iglesia. La posibilidad de tener nietos no católicos era un desastre mucho peor que la aniquilación nuclear.

– Tal vez tengo que poner un par de galletas más en el plato, -dijo mi madre, levantándose de la mesa.

Una carrera más por galletas y mi madre iba a desmayarse en el suelo de la cocina.

A las nueve Angie y Mary Alice fueron metidas en la cama. Mi abuela estaba en algún sitio con su studmuffin, y mi madre y mi padre estaban delante de la televisión. Valerie y Albert Kloughn hablaban de sus cosas en la cocina. Y Diesel y yo estábamos parados fuera en la acera delante del CRV. Hacía frío y nuestro aliento hacía nubes de escarcha.

– ¿Y qué pasa ahora? -Pregunté-. ¿Te transportas de regreso?

– No esta noche. No podría conseguir un vuelo.

Mis cejas se levantaron un cuarto de pulgada.

– Estoy bromeando, -dijo él-. Chica, tú te creerías cualquier cosa.

Por lo visto.

– Bien, esto ha sido un verdadero regalo, -dije-, pero ya tengo que irme.

– Seguro. Te veré por ahí.

Entré en el CRV, encendí el motor, y salí corriendo. Cuando llegué a la esquina giré en mi asiento y miré hacia atrás. Diesel todavía estaba parado exactamente donde lo había dejado. Conduje alrededor de la manzana, y cuando volví a la casa de mis padres la acera estaba vacía. Diesel había desaparecido sin dejar rastro.

Él no se apareció de improviso en mi coche cuando estaba a mitad de camino a casa. No apareció en mi vestíbulo del edificio de apartamentos. No estaba en mi cocina, dormitorio, o cuarto de baño.

Dejé caer un pedazo de galleta de mantequilla en la jaula del hámster en la encimera de mi cocina y miré a Rex saltar de su rueda y abalanzarse sobre la galleta.

– Nos deshicimos del extraterrestre, -dije a Rex-. Buen negocio, ¿hunh?

Rex pareció que pensaba, sensiblería extraterrestre. Supongo que cuando se vive en una jaula de vidrio no te preocupas mucho por extranterrestres en la cocina. Cuando eres una mujer sola en un apartamento, los extranterrestres son terriblemente buenos en asustar. Excepto Diesel. Diesel era inoportuno y confuso, y tanto como odiaba admitirlo, era irritantemente simpático. Asustarse había caído bajo en la lista.

– Entonces, -dije a Rex-, ¿por qué crees que no me da miedo Diesel? Quizá alguna clase de magia extraterreste, ¿verdad?

Rex se atareaba en meter la galleta en sus carrillos.

– Y mientras tenemos esta discusión, -dije a Rex-, quiero tranquilizarte, que no me he olvidado de la Navidad. Sé que sólo faltan cuatro días, pero hice galletas hoy. Es un buen principio, ¿no?

La verdad es que no había ni un rastro de Navidad en mi apartamento. La cuenta atrás era de cuatro días y no tenía bolas rojas o luces brillantes a la vista. Además, no tenía regalos para nadie.

– ¿Cómo pasó esto? -Pregunté a Rex-. Sólo ayer me parecía que la Navidad estaba meses lejos.


* * * * *

Abrí mis ojos y chillé. Diesel estaba parado al lado de mi cama, mirándome fijamente hacia abajo. Agarré la sábana y la tiré hasta mi barbilla.

– ¿Qué? ¿Cómo? -Pregunté.

Él me dio un café para llevar de medida grande.

– ¿No tuvimos esta pequeña escena ayer?

– Pensé que te habías ido.

– Sí, pero ahora estoy de vuelta. Esta es la parte donde dices, buenos días, me alegro de verte, gracias por el café.

Abrí la tapa plástica y examiné el café. Parecía café. Olía como café.

– Ufff, -dijo-. Es sólo café.

– Una chica nunca puede ser demasiado cuidadosa.

Diesel tomó el café de vuelta y lo bebió.

– Levántate y brilla, bonita. Tenemos cosas que hacer. Necesitamos encontrar a Sandy Claws.

– Sé por qué yo necesito encontrar a Sandy Claws. No sé por qué tú tienes que encontrar a Sandy Claws.

– Sólo estoy siendo un tipo bueno. Pensé en volver y echarte una mano.

– Uh-hunh.

– ¿Vas a levantarte, o qué? -dijo.

– No me levantaré contigo parado allí. Y no me ducharé contigo en mi apartamento, tampoco. Sal y espérame en el pasillo.

Él sacudió su cabeza.

– Eres tan desconfíada.

– ¡Vete!

Esperé hasta que oí la puerta principal abrirse y cerrrarse y luego salí de la cama y me arrastré a la sala de estar. Vacía. Caminé suavemente con los pies descalzos hacia la puerta principal, la abrí, y miré fuera. Diesel estaba afirmado contra la pared de enfrente, con los brazos cruzados en el pecho, pareciendo aburrido.

– Sólo comprobaba, -dije-. No vas a aparecerte de improviso en mi cuarto de baño cuando esté allí, ¿verdad?

– No.

– ¿Lo prometes?

– Cariño, no necesito una impresión tan mala.

Cerré y aseguré la puerta, entré corriendo en el cuarto de baño, tomé la ducha más rápida en la historia de los Plum, me precipité de regreso a mi dormitorio, y me vestí con mi uniforme habitual de vaqueros, botas, y camiseta. Rellené el tubo de agua de Rex y le di unos bocados de hámster, una pasa, y un diente de maíz para el desayuno. Él salió precipitadamente de su lata de sopa, se metió la pasa y el maíz en su carrillo, y regresó a su lata.

Había tenido una idea brillante mientras estaba en la ducha. Conocía a un tipo que podría ayudarme a encontrar a Claws. Su nombre era Randy Briggs. Briggs no era un elfo, pero sólo medía 90 cm. Tal vez fuera algo bueno.

Hojeé mi libreta de direcciones y encontré el número de teléfono de Briggs. Briggs era un experto en computadoras autónomo. Por lo general trabajaba en casa. Y por lo general necesitaba dinero.

– Oye, -le dije-. Tengo un trabajo para ti. Necesito a un elfo encubierto.

– No soy un elfo.

– Ya, pero eres bajo.

– Cristo, -dijo Briggs. Y colgó.

Tal vez era mejor hablar con Briggs en persona. Desgraciadamente, ahora tenía un dilema. Pensé que había una posibilidad de que Diesel se marchase si nunca abría la puerta y lo dejaba entrar. El problema era, que tenía que salir.

Abrí la puerta y miré a Diesel.

– Sí, todavía estoy aquí, -dijo.

– Tengo ir a un lado.

– No bromees.

– Sola.

– Es la cosa sobrenatural, ¿no? Es porque todavía no has andado con uno raro, ¿cierto?

– Un…

Él lanzó un brazo alrededor de mis hombros.

– Apuesto que piensas que el Hombre araña es un tipo realmente lindo. Apuesto que piensas que sería divertido ser amiga de un tipo así.

– Tal vez…

– Entonces sólo finge que soy Spidey.

Lo miré de lado.

– ¿Eres Spidey?

– No. Él es mucho más bajo.

Agarré mi bolso y mis llaves y me puse mi chaqueta forrada de lana. Cerré con llave mi puerta principal y tomé la escalera hacia el estacionamiento.

Diesel estaba justo detrás mío.

– Podemos tomar mi coche, -dijo él.

– ¿Tienes coche?

Había un Jaguar negro estacionado a unos pies de la entrada trasera a mi edificio de apartamentos. Diesel emitió un pip y el Jag se abrió con el remoto.

– ¡Vaya!, -dije-, lo haces bien para ser un extraterrestre.

– No soy un extraterrestre.

– Sí, me sigues diciendo eso, pero no sé como más llamarte.

– Llámame Diesel.

Me metí en el asiento de pasajeros y me abroché el cinturón.

– ¿No es robado, verdad?

Diesel me miró y sonrió.

Maldición.

– Vamos a los Apartamentos Cloverleaf en Grand. Está cerca de una milla de aquí, por Hamilton.

El edificio de apartamentos Cloverleaf se parecía mucho al mío. Era un cubo de ladrillo grande y estrictamente utilitario. Tres pisos. Un entrada delantera y una trasera. El estacionamiento en la parte trasera.

Randy Briggs vivía en el segundo piso. Lo había conocido un tiempo atrás en un contexto profesional. Él había sido acusado de llevar un arma oculta y no había comparecido a su vista en el tribunal. Lo había arrastrado pateando y gritando de vuelta al sistema. El cargo realmente había sido una conclusión falsa, y Briggs fue por último liberado sin condena.

– ¿Y por qué hacemos esto? -preguntó Diesel, subiendo la escalera al primer piso.

– Había un anuncio clasificado en el periódico para fabricantes de juguetes. Cuando llamé y pregunté por Sandy Claws me cortaron.

– Y en tu mente, eso indica que Claws forma parte de la operación de fabricantes de juguetes.

– Creo que es sospechoso y justifica una investigación adicional. Le pediré a este tipo que conozco que me ayude infiltrándose en la operación.

– ¿Es un fabricante de juguetes?

– No. Tiene otros talentos.

Estábamos en el hueco de la escalera y de repente quedamos sumergidos en la oscuridad total. Sentí a Diesel acercándose más, y sentí que colocaba su mano protectoramente en mi cintura.

– Es un apagón de electricidad, -dije-. Morelli me dijo que ocurría por todo Trenton.

– Grandioso, -dijo Diesel-. Justo lo que necesito. Apagones de corriente.

– No un asunto tan grande, -le dije-. Morelli dijo que duran el tiempo suficiente para enredar el tráfico y luego desaparece.

– Bonita, es un asunto mucho más grande de lo que posiblemente podrías sospechar.

No tuve ni idea de lo que él quiso decir con eso, pero no sonó bien. Estaba a punto de preguntarle cuando las luces se encendieron, y subimos el resto de la escalera al segundo piso. Golpeé en la puerta 2B y no hubo respuesta. Puse mi oído en la puerta y escuché.

– ¿Oyes algo? -preguntó Diesel.

– La televisión.

Golpeé otra vez.

– Abre la puerta, Randy. Sé que estás allí.

– Márchate, -gritó Randy-. Estoy trabajando.

– No estás trabajando. Estás mirando la televisión. -La puerta se abrió de un tirón, y Randy me fulminó con la mirada.

– ¿Qué?

Diesel miró hacia abajo a Randy.

– Eres un enano.

– Y una mierda, Sherlock, -dijo Randy-. Y, sólo para que conste, enano ya no es políticamente correcto.

– ¿Entonces, cómo te gusta? -preguntó Diesel-. ¿Algo como pequeño ciudadano?

Randy sostenía un cucharón, y golpeó a Diesel en la rodilla con él.

– No te metas conmigo, sabelotodo.

Diesel se agachó, agarró a Briggs por el frente de su camisa, y lo levantó 90 cm. del suelo, así quedaron al mismo nivel de visión.

– Necesitas tener sentido del humor, -dijo Diesel-. Y soltar el cucharón.

El cucharón se deslizó por los dedos de Randy y golpeteó en el suelo de parquet.

– Entonces sí no quieres ser llamado pequeño ciudadano, -dijo Diesel-. ¿Cómo quieres que te llamen?

– Soy una persona pequeña -dijo Randy, con los pies colgando en el aire.

Diesel sonrió abiertamente a Randy.

– ¿Persona pequeña? ¿Es lo mejor que puedes imaginar?

Diesel dejó a Randy en el suelo, y Randy se dio una sacudida, pareciéndose mucho a un ave acomodándose las plumas.

– Bueno, -dije-, ahora que resolvimos esto…

Briggs me miró.

– Aquí viene.

– ¿Te he pedido alguna vez un favor?

– Sí.

– Bien, pero te salvé la vida.

– ¡Mi vida no habría estado en peligro en primer lugar si no fuera por ti!

– Todo lo que quiero es que te hagas pasar por un elfo.

Diesel soltó un bufido.

Lo corté con la mirada, y aplastó la risa bajo una sonrisa.

– No soy un elfo, -dijo Briggs-. ¿Tengo las orejas en punta? No. ¿Llevo puestos zapatos curvados al final? No. ¿Disfruto de esta humillación? No, no, y no.

– Te pagaré por tu tiempo.

– Ah, -dijo Briggs-. Eso es diferente.

Le entregué el anuncio a Briggs.

– Todo lo que tienes que hacer es responder a este anuncio. Probablemente ni siquiera tienes que decir que eres un elfo. Quizá podrías decirles sólo que eres… competente. Y luego cuando vayas a la entrevista de trabajo, mantén tus ojos abiertos por un tipo llamado Sandy Claws. Él es un [7] NCT.

– Dame un respiro. Santa Claus es NCT. ¿Y el Conejito de Pascua? ¿Es el Conejito de Pascua un NCT, también?

Le pasé la foto de Sandy Claws a Briggs, y le deletreé el nombre. Di a Briggs mi tarjeta con el número de mi teléfono celular y el busca. Y me marché, no queriendo prolongar demasiado mi entrevista, y darle tiempo para cambiar de opinión.

Revisé la rodilla de Diesel cuando estábamos en el coche.

– ¿Estás bien?

– Sí. Él golpea como una muchacha. Alguien tiene que enseñarle como balancear un cucharón.

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