Capítulo 13

Hicieron el trayecto de vuelta en completo silencio. Cuando llegaron a la casa de seguridad, Ángel desapareció sin decir nada. Madison siguió a Tanner al interior y esperó a que comenzara a gritarle.

Se sentía fatal. Por su culpa podían haberlos atrapado a los tres.

Una vez en la sala de control, Tanner le quitó el equipo sin decir una sola palabra. Madison se quitó el chaleco y se lo tendió. Percibía la tensión que irradiaba de Tanner y se preguntaba si estaría muy enfadado.

Tanner se quitó el chaleco, agarró el brazalete de seguridad y se lo pasó. Madison se lo puso y esperó, pero no hubo ni acusaciones ni gritos. Sólo un terrible silencio que la hacía sentirse pequeña y estúpida. Incapaz de aguantar más, le espetó:

– De acuerdo, lo he estropeado todo. Ahora grítame y regáñame.

Tanner se sentó frente a su escritorio.

– No voy a gritarte. No has hecho nada mal.

– He golpeado el cuadro.

– No ha sido culpa tuya. Eso podría haberle pasado a cualquiera.

– Sé que estás enfadado.

– Estoy bien.

– No es verdad.

– Madison, te prometo que no estoy enfadado contigo. Tenemos lo que necesitábamos y hemos conseguido salir sanos y salvos. Eso es lo único que importa -volvió a prestar atención a su ordenador.

– ¡Maldita sea, Tanner, no me hagas esto! No me trates como si fuera una estúpida. Sé que no estás bien, sé que estás furioso.

Tanner continuó con la mirada fija en la pantalla durante varios segundos antes de levantarse y fulminarla con la mirada.

– No creo que quieras tener esta conversación conmigo.

– Por supuesto que quiero. Soy capaz de enfrentarme a ella.

– No, no eres capaz -se volvió y se acercó a la ventana-. Vete a la cama.

No le habría hecho más daño si la hubiera abofeteado.

– Tienes unas reglas muy estrictas -le dijo con amargura-. Deberías habérmelo dicho antes para que estuviera preparada. Un error y ya estás fuera para siempre. Me sorprende que te quede algún amigo.

– No es eso -repuso Tanner con voz queda cuando Madison se estaba volviendo para marcharse.

– ¿Entonces qué es? -le preguntó.

– Cometí un error fundamental y ahora lo sé. He cometido un error que podría habernos matado a todos esta noche, y todo para impresionarte.

– ¿Qué acabas de decir? -preguntó Madison vacilante.

– Considéralo una estupidez, pero el caso es que querías ir y yo quería… -soltó una maldición-. Pensé que te impresionaría ver lo que hacía. Lo siento.

Madison no sabía qué decir. No sabía qué pensar. ¿Por qué demonios iba a importarle a Tanner lo que pensara de él?

– Pero si ni siquiera te gusto.

– Eso no es verdad.

Madison dio un paso hacia él.

– No puedo gustarte. A lo mejor no me odias, o ya no crees que soy una inútil pero, ¿gustarte? No, eso no es posible.

– ¿De verdad tenemos que hablar de esto?

– ¡Oh, claro que sí! Vamos a hablar hasta que de verdad lo comprenda.

– ¿Por qué te sorprende tanto?

– Porque sí -se acercó un poco más-. ¿Cuánto te gusto?

– Lo suficiente.

– ¿Y cuánto es lo suficiente? ¿Mucho? ¿Más de lo que te gustan los helados?

– Sí, más de lo que me gustan los helados -contestó él con una media sonrisa.

– ¿Y más que una pistola de rayos?

– No tengo una pistola de rayos.

– Pero si pudieras conseguir la única pistola de rayos del universo, ¿yo te gustaría más?

Tanner pareció considerar la pregunta y negó con la cabeza.

– No, más que eso no.

Madison soltó entonces una carcajada.

– Así que estoy entre los helados y una pistola de rayos.

– Más o menos.

Madison estaba suficientemente cerca de él como para poder distinguir cómo ascendía y descendía su pecho al ritmo de su respiración. Era tarde, pero no tenía sueño. De hecho, en aquel momento, habría jurado que no iba a volver a dormir en toda su vida. Entre ellos crepitaba un deseo que a Madison la sorprendió tanto por lo inesperado de su presencia como por su intensidad. Quería que Tanner la besara. Quería que la besara y que la acariciara por todas partes.

– No hagas eso -dijo Tanner de pronto.

– ¿Que no haga qué?

– No pienses de esa forma en mí.

– ¿Porque va contra las normas?

– No, por lo que te hice.

Por supuesto. En otra ocasión se había dejado llevar por la furia, había cometido un error y en aquel momento pensaba que no se merecía una segunda oportunidad. Como siempre, su expresión era insondable, pero había en ella una nueva dureza, una nueva tensión. Madison habría jurado que estaba algo más que un poco interesado en ella. Que quizá, quizá, la deseara tanto como ella lo deseaba a él. Pero no se permitiría actuar en consecuencia.

– ¿Tanner?

– No, no es una buena idea -replicó él, aunque no se apartó.

– ¿Por qué no?

– Porque lo que te hace reaccionar de esta forma es esta situación, no yo.

– ¿Y eso es malo?

– Podría serlo.

Sus ojos la tenían cautiva. Su cuerpo la llamaba.

– Tanner… -repitió en un susurro.

Posó las manos en sus hombros, se puso de puntillas y rozó sus labios. Pero Tanner mantuvo la boca firme. Madison se quedó mirándolo fijamente.

– No vas a ponérmelo fácil, ¿verdad?

– No vamos a hacer nada, Madison.

– ¿Porque soy tu cliente o porque no me deseas?

– Porque no es una buena idea.

– Pero me deseas.

– Estoy vivo, ¿no? -respondió él con ironía.

– Entonces demuéstramelo -posó las manos en sus brazos y lo sacudió ligeramente.

Por supuesto, él no se movió.

– No quiero hacerte daño -dijo Tanner-. No quiero que te arrepientas…

Madison alargó la mano hasta su boca para silenciarlo con un dedo.

– No habrá arrepentimientos. Quiero hacerlo. Te deseo. Aunque sólo sea durante unos minutos, quiero olvidarme de todo lo que está pasando. Por favor…

Esperó en silencio durante algunos segundos, hasta que la tensión que había en la habitación fue tal que apenas pudo respirar. Al final, cuando Madison ya estaba decidiendo que aquélla iba a ser una noche muy larga, Tanner le colocó un mechón de pelo tras la oreja.

– No soy capaz de resistirlo -se limitó a decir, se inclinó y la besó.

Encantada, Madison lo envolvió en sus brazos y lo estrechó contra ella. En aquella ocasión la boca de Tanner fue mucho más generosa. Continuaba apretándola con firmeza, pero la presionaba contra sus labios de una forma que parecía destinada a convertir en gelatina sus rodillas. Con una mano apoyada sobre el broche del sujetador, comenzó a acariciarle la melena.

– Madison -susurró contra su boca-. No tienes la menor idea del efecto que tienes en mí.

Era cierto, pensó Madison, disfrutando de la lluvia de besos con la que Tanner cubrió sus mejillas, su nariz y su frente antes de volver a apoderarse de su boca. Tomó su labio inferior y succionó suavemente, encendiendo una hoguera en su interior.

Cuando inclinó la cabeza para profundizar el beso, Madison entreabrió los labios para él y Tanner se adentró en su boca con un hambre que avivó exponencialmente su deseo. Sabía a menta, a café y al propio Tanner. El cerebro de Madison se llenaba de imágenes oscuras y sensuales. Se aferró a él y hundió los dedos en los fuertes músculos de su espalda.

Más, pensó desesperada. Necesitaba más. Más caricias, más cercanía. Quería que estuvieran desnudos, quería verlo reclamando su cuerpo, mirándola a los ojos mientras se hundía dentro de ella. Quería verlo temblar en los estertores del placer. Quería sacudir todo su mundo. Tanner deslizó las manos por su espalda. Le acarició la columna y continuó descendiendo hasta apretar sus curvas. Madison se arqueó instintivamente contra él, rozando al hacerlo su erección. Le gustó lo que Tanner le ofrecía y continuó restregándose contra él, deseando más contacto y menos ropa.

Tanner interrumpió el beso y le mordisqueó la barbilla. Cuando llegó al lóbulo de la oreja, susurró:

– Vamos a mi habitación.

– Creía que no me lo ibas a pedir nunca.


Sin dejar de besarla, Tanner fue guiándola hasta que salieron al pasillo. Madison sentía la anticipación tensando su vientre.

Llegaron al dormitorio. Tanner la soltó un instante para encender la luz, le enmarcó el rostro con las manos y la miró a los ojos.

– Quiero que estés segura. Si quieres que me detenga, lo haré.

Como si ella fuera capaz de detenerse, pensó Madison, sintiendo la humedad que se deslizaba entre sus piernas.

– Tanner, te deseo.

– ¿Estás segura?

– Por favor, Tanner -gimió-, cierra la boca y desnúdate de una vez, ¿de acuerdo?

– Sí, señora -respondió Tanner entre risas.

Y obedeció a una velocidad de vértigo. En el tiempo que tardó ella en quitarse los zapatos y los calcetines, él se quitó los zapatos, los calcetines y la camisa y estaba empezando a quitarse los pantalones. Madison decidió dejarse el resto de la ropa y disfrutar del espectáculo que se le ofrecía.

Tanner estaba tan atractivo vestido como desnudo. Tenía algunas cicatrices en los brazos, pero ya le preguntaría por ellas más tarde, pensó Madison mientras lo observaba quitarse los pantalones y los calzoncillos con un solo movimiento. De momento, le bastaba con su impresionante erección.

Tanner alargó las manos hasta el borde de la camiseta de Madison. Ella levantó los brazos para que pudiera sacársela por encima de la cabeza, pero en el último momento, dejó caer los brazos para impedírselo. Tanner la soltó y esperó. Madison se aclaró la garganta.

– Me dijiste que estaba esquelética. Y además no tengo prácticamente pecho…

Christopher siempre había querido que se pusiera unos implantes, pero ella se había resistido.

Tanner la miró fijamente durante largo rato, después, tomó su mano derecha y la acercó a su erección.

– ¿Esto no te demuestra que te encuentro muy atractiva? ¿Acaso crees que estoy fingiendo?

– Me costaría creerlo -contestó Madison con una sonrisa.

– Entonces creo que deberías dejar de hablar y comenzar a desnudarte.

A Madison también le pareció entonces una buena idea. Se quitó la camiseta de manga larga y se desabrochó el pantalón. El sujetador y las bragas los siguieron. Cuando estuvo completamente desnuda, quiso preguntarle a Tanner qué le parecía, pero antes de que hubiera podido articular palabra, él la abrazó, se tumbó con ella en la cama y comenzó a besarla y a acariciarla por todas partes.

Le acarició los senos y jugó con sus pezones hasta hacerla gritar de placer. Reclamó su boca mientras descendía con los dedos hasta los húmedos rizos que cubrían el monte de venus.

Madison lo acarició en respuesta; exploraba su espalda, su pecho, sus brazos… Y lo besaba con una pasión como nunca había sentido. Cuando Tanner deslizó la mano entre sus muslos, suspiró de placer. Tanner fue descubriendo delicadamente sus secretos, para al final, posar el pulgar sobre el clítoris y deslizar un dedo en su interior, imitando el acto amoroso.

El ritmo firme de sus caricias reclamó toda la atención de Madison. Tenía todos los nervios en alerta, todos los músculos en tensión. Cuando Tanner giró lentamente para así poder inclinarse sobre su pecho y tomar uno de sus pezones con los labios, prácticamente dejó de respirar. El placer se le hacía insoportable. En cuestión de segundos, ya no fue capaz de reprimirse. El orgasmo se apoderó de ella como una liberación estremecedora que la hizo gritar mientras sus músculos internos se contraían una y otra vez.

Cuando por fin cedió el orgasmo, Tanner la abrazó y cubrió de besos su rostro.

– Ha sido muy rápido -comentó Madison cuando recuperó la respiración.

– Sí, parece que tenías muchas ganas.

– Por lo visto, sí. Pero es extraño, porque jamás lo habría pensado. Supongo que he negado esa parte de mi existencia porque me resultaba más fácil que enfrentarme a ella.

Tanner rozó sus labios.

– ¿Y ahora?

– Ahora ya estoy preparada para el segundo asalto.

Tanner se puso de rodillas y se colocó entre sus piernas. Se inclinó ligeramente y lamió sus pezones. Primero uno y luego el otro, con una caricia tan sensual como fugaz.

– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó.

– Empezar el segundo asalto.

– De acuerdo. ¿Y cuántos asaltos va a haber?

– Todos los que tú quieras.

Y sin más, acercó la boca hasta sus senos y succionó delicadamente. La sensación exquisita de su lengua y el roce de sus labios le hicieron aferrarse a la cama. Tanner continuó moviéndose entre sus senos hasta que Madison sintió su erección contra ella y deseó mucho más. Afortunadamente, Tanner pareció leerle el pensamiento y comenzó a descender lentamente hacia su vientre. Beso a beso, fue desplazándose hasta la tierra prometida y una vez allí, la reclamó con sus labios, exploró todos sus rincones con la lengua y se asentó al final en el íntimo botón de su feminidad, que estuvo lamiendo hasta hacerla gritar de placer.

Madison se retorcía, le suplicaba, jadeaba. El deseo la oprimía, pero no quería llegar al final. No, todavía no.

Tanner continuó lamiéndola y mordisqueándola hasta que Madison ya no fue capaz de soportarlo ni un segundo más. Cuando deslizó un dedo dentro de ella, perdió el control y se entregó completamente al placer que, ola tras ola, iba arrastrándola.

En aquella segunda ocasión, cuando Tanner intentó tumbarse a su lado, le retuvo entre sus piernas.

– Tercer asalto -le dijo Madison, y abrió el cajón de la mesilla-. Supongo que estás preparado.

En vez de contestar, Tanner alargó la mano hacia el cajón y sacó una caja de preservativos.

– ¿Esto es lo que estás buscando?

– Aja.

Tanner se puso un preservativo y la penetró poco a poco. El cuerpo de Madison iba adaptándose cómodamente a él mientras el ritmo firme de sus movimientos la hacía tensarse de anticipación. Se encendió de nuevo la chispa del deseo. A pesar de la intimidad de la situación, Madison no pudo evitar una sonrisa.

– ¿Qué pasa? -le preguntó Tanner.

– Creo que voy a llegar otra vez. Vas a pensar que soy insaciable.

– Voy a pensar que eres asombrosa.

– ¡Oh, eso me gusta!

Tanner la miró a los ojos. Madison distinguió el deseo y el placer en su mirada mientras él iba moviéndose cada vez más rápido. Todos sus sentidos se llenaron de su calor, de su aroma, de la intensidad de su deseo. Se estrechaban el uno contra el otro y palpitaban hasta que Madison se perdió completamente en medio de aquella locura y Tanner se hundió en ella por última vez y susurró su nombre.

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