Capítulo 20

Dos semanas después

Madison agarró el teléfono con fuerza.

– Ángel, no estás colaborando.

– Lo sé, muñeca, la colaboración no es mi fuerte. Te di este número de teléfono por si continúas queriendo hablar con él dentro de seis meses, pero sólo han pasado catorce días.

Madison apretó los dientes con impaciencia.

– ¿Le dirás que he llamado?

– Probablemente no.

– Eres el hombre más irritante que conozco, Ángel.

– Sí, ya me lo has dicho. ¿Alguna cosa más?

– Christopher ha muerto.

– Sí, estamos enterados. Ha muerto en su celda. Supongo que habrán sido sus amigos de la mafia. No les gusta que las cosas salgan mal. Así que ya te has librado de él. Bueno, tengo que colgar.

– Ángel, espera… Dile… dile que lo echo de menos.

– Ni lo sueñes -y colgó el teléfono sin añadir nada más.

Madison dejó el auricular en su lugar y fijó la mirada en la ventana de su despacho. Había aceptado un puesto de trabajo en Adams Electronics y continuaba haciendo de voluntaria por las tardes. Quería mantener el contacto con los niños a los que ya había ayudado, pero no quería perder la oportunidad de trabajar con su padre después de tanto tiempo perdido.

Lentamente, su vida había vuelto a la normalidad. Sólo echaba de menos a Tanner. Cinco meses y dos semanas, se dijo. Y entonces no le quedaría más remedio que creerla.


Cinco semanas después

– Ángel, tengo que hablar con él.

– Dime por qué.

– No puedo.

– No quieres -replicó Ángel-. ¿Estás enferma?

– No.

Miró el palito de plástico que tenía frente a ella y que indicaba claramente que estaba embarazada y sonrió.

– No he estado más sana en toda mi vida. Ésa no es la cuestión.

– Ésa es precisamente la cuestión. Renuncia de una vez por todas, Madison.

– No puedo. Lo amo. Y tienes que conseguir que se ponga en contacto conmigo. Esto es muy importante. Hablo en serio, Ángel. Cuando se entere de lo que tengo que decirle, te lo agradecerá.

– La respuesta es no, y deja de llamarme. Todas las semanas tenemos que pasar por esto y todas las semanas termino diciéndote lo mismo.

Madison estaba demasiado contenta como para enfadarse con Ángel.

– Mira, ya hemos establecido una tradición. Cuando Tanner recupere la razón, vas a echarme de menos.

– Claro, como a los piojos. Escucha, muñeca…

– Ángel, estamos en el siglo veintiuno, deja de llamarme muñeca. Es irritante.

– Me alegro. ¿Y ahora vas a dejarme en paz?

– No. Volveré a llamarte la semana que viene.

– Esto es muy importante para ti, ¿verdad?

– Claro que sí. Oh, Ángel, ¿le has dicho alguna vez que he llamado?

Le había preguntado lo mismo todas las semanas y la respuesta siempre había sido negativa. En aquella ocasión, tardó algo más en contestar.

– Alguna.

– ¿Y él te ha dicho algo?

– No, él no me ha dicho nada.


Tres meses y una semana después

La buena noticia era que las náuseas habían remitido y que el pecho le había crecido por primera vez en su vida. Y una noticia incluso mejor era que el bebé estaba perfectamente saludable y estaba creciendo como debería.

La mala noticia era que echaba de menos a Tanner con una desesperación que aumentaba a medida que iban pasando los días.

Eran casi las nueve cuando tomó el teléfono para llamar a Ángel. Tenía la costumbre de llamarlo por las noches. Seis meses, se dijo. Aceptaría los seis meses que Tanner le había ofrecido y después llamaría por última vez. Le diría a Ángel lo del bebé. Le habría gustado decírselo directamente a Tanner, pero si él no quería hablar con ella, no tenía nada que hacer.

Ángel contestó al segundo timbrazo.

– Eres una mujer constante, eso tengo que reconocértelo.

– Gracias.

– ¿Te encuentras bien?

– Sí, estoy bien.

– Me alegro.

– ¿Está siendo muy cabezota o crees que realmente Tanner no me quiere?

– ¡Maldita sea, Madison!

– Quiero saberlo. Esto es muy duro para mí, Ángel. Lo echo de menos y no voy a dejar de sentir lo que siento por él. Tú y yo lo sabemos.

– Ya conoces las normas.

– Al diablo con las normas. Lo quiero y si pudiera hablar directamente con él se lo diría. Le diría que lo echo de menos, que es el mejor hombre que he conocido nunca.

– Y él te diría que necesitas salir más.

– Quizás -sonrió-. ¿Qué tal estás?

– ¿Qué?

– Siempre hablamos de Tanner. ¿Cómo te van a ti las cosas? ¿Estás saliendo con alguien?

– No pienso hablar contigo de mi vida personal.

– Siempre haciéndote el duro, ¿eh? -bromeó-. Vamos, ¿cómo es? Te imagino con una modelo. O con una maestra. ¿Con una madre soltera, quizá?

Ángel gruñó y Madison se echó a reír.

– Vamos, Ángel, sígueme la corriente. Todavía nos quedan tres meses.

– ¿De verdad piensas aguantar tanto tiempo?

– Sí, a los seis meses dejaré de llamar, pero no de quererlo.

– ¿Lo prometes?

Madison escuchó aquellas palabras, pero no procedían del teléfono. El sonido le había llegado desde la puerta de su dormitorio. Madison dejó el teléfono encima del edredón y se volvió hacia la puerta. En medio de la oscuridad, no podía distinguir los detalles de su rostro, pero reconoció a Tanner al instante.

Demasiado estupefacta para poder hablar, sólo fue capaz de mirarlo mientras él cruzaba hacia la cama y levantaba el teléfono. Lo apagó antes de dejarlo de nuevo sobre el edredón y agacharse delante de Madison.

– ¿Estás segura? -le preguntó con voz grave.

La lámpara de la mesilla de noche iluminaba su rostro. Estaba muy delgado y tenía unas ojeras muy pronunciadas.

– ¿Qué te ha pasado? ¿Has estado enfermo? -le preguntó Madison acariciándole la mejilla.

– Te he echado de menos. Aceptaba todas las misiones peligrosas que podía para olvidarte. Eres parte de mí, Madison -le tomó la mano y entrelazó sus dedos con los suyos-. Madison, ¿es cierto? ¿De verdad me quieres? Porque si no me quieres, no podré soportarlo. Todo esto me está matando.

Madison se inclinó hacia él para abrazarlo. Al segundo siguiente, estaban los dos besándose en la cama como si tuvieran que recuperar toda una vida.

– Por supuesto que te quiero -susurró mientras lo besaba-. He estado llamándote todas las semanas pare decírtelo.

– Lo sé. Ángel grababa todas las llamadas. No soportaba escucharlas pero, al mismo tiempo, me las ponía una y otra vez. Necesitaba que todo lo que decías fuera cierto, aunque me decía que no podía ser.

– ¡Qué hombre tan cabezota! ¿Ahora me crees?

– Tengo que creerte. Necesito creerte -le acarició la cara-. Te has quitado la cicatriz.

– Pensé que sería lo mejor. Todavía me queda una pequeña marca, pero ya no necesito que me recuerde a nadie.

Tanner la miró a los ojos.

– Te amo, Madison. No te merezco y puedes conseguir a hombres mucho mejores que yo, pero te amo. Cásate conmigo. Pasaré el resto de mi vida cuidándote. Te amo con cada fibra de mi ser, y siempre te querré así.

– ¿Y qué te parecería tener un hijo?

Tanner la miró pestañeando.

– Me gustan los niños. Y quiero tener hijos contigo.

– Estupendo.

Madison le tomó la mano y la deslizó bajo el edredón para que la posara sobre su vientre. Después lo miró a los ojos.

– ¿Estás embarazada?

– Sí, quería decírtelo antes, pero no querías hablar conmigo.

Tanner soltó una maldición.

– Eso era lo que tenías que decirme hace unas semanas, lo que decías que era importante.

– Exactamente. No quería tener que decírselo a Ángel.

Tanner no sabía qué clase de combinación de los acontecimientos lo había llevado hasta aquel momento, ni por qué Madison lo quería. Pero estaba con ella, con un bebé en camino y un futuro lleno de promesas.

Empezó a reír. Madison se unió a sus risas y se abrazaron el uno al otro.

– Me ha hecho muy feliz lo del bebé -confesó.

– Yo también soy muy feliz -contestó Madison-. Ahora sólo necesitamos un perro.

– Y un trabajo menos peligroso.

– Totalmente de acuerdo.

Tanner la besó y le dirigió una sonrisa.

– Hace un momento te he propuesto matrimonio.

– Sí.

– Y tú no has contestado.

– ¡Oh, lo siento! Pero pensaba hacerlo -lo estrechó contra ella-. Sí, me casaré contigo. Quiero pasar el resto de mi vida a tu lado.

– Y seremos felices para siempre jamás.

– ¿Crees que es probable?

Tanner la miró a los ojos y vio en ellos toda la felicidad que tenían por delante.

– Absolutamente.

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