Capítulo 19

Madison terminó de guardar sus cosas. Ya había metido el ordenador portátil en la maleta y había recogido sus útiles de aseo del cuarto de baño. No le quedaba mucho por hacer, lo que significaba que no tenía excusa para prolongar su marcha. Pero quería ver a Tanner antes de irse. Ángel le había dicho que pensaba dejarse caer por allí, pero no había sido más concreto y Madison tenía la sensación de que si no veía a Tanner en aquel momento, desaparecería de su vida para siempre.

Cerró el maletín. El sonido de unos pasos en el pasillo la hizo tensarse. Se volvió, pensando encontrarse con Ángel, pero fue a Tanner al que vio en el marco de la puerta.

El corazón le dio un vuelco y sintió un inmenso alivio. Tanner había vuelto.

Hablar le resultaba imposible, de modo que hizo lo único que parecía tener sentido. Corrió hacia él.

Tanner la agarró y la estrechó contra su pecho como si no quisiera soltarla jamás. Madison podía sentir su calor, su fuerza y la firmeza de los latidos de su corazón. Por fin, pensó con inmensa gratitud.

– Lo siento -susurró sin dejar de abrazarse a él-. Lo siento mucho.

– No lo sientas.

Retrocedió lo suficiente como para mirarla a los ojos y sonrió.

– Leí el correo que te envió la secretaria de tu padre. Esa mujer llevaba años trabajando con él. La conocías desde que eras una niña, ¿por qué no ibas a fiarte de ella?

– Debería haber sabido que Christopher podía convencer a cualquiera. Y después de hablar con ella llamé al hospital. Todo parecía tan real…

– Lo sé. Christopher habría hecho cualquier cosa para obligarte a salir. No te culpes por lo ocurrido.

– ¿Y a quién voy a culpar si no? -le preguntó-. ¿Estás bien? ¿Te hizo algún daño el sedante?

– Me produjo un ligero dolor de cabeza, pero ya me he recuperado.

Madison estudió su rostro, miró atentamente sus ojos y aquella boca que podía llevarla al paraíso.

– ¿Cómo conseguiste encontrarme? Sabía que podías seguirme hasta el hospital, pero después de eso…

Tanner la tomó por la barbilla y le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.

– Gracias a mi teléfono móvil. Tiene un localizador.

– Me alegro, porque estaba muy asustada. Sabía que el brazalete sólo funcionaba en el interior de la casa.

– Por cierto, deberíamos ocuparnos de eso. -Tanner la condujo con suavidad a la sala de control y le quitó rápidamente el brazalete-. ¿Mejor así?

– Supongo que sí.

Ya no estaban tocándose y Madison echaba de menos su contacto. Lo echaba de menos a él. Las últimas horas habían sido una locura. Pero no sabía qué decirle.

– Tanner, yo…

Tanner la silenció posando un dedo en sus labios.

– No digas nada, Madison. No tienes por qué decir nada.

– Sí, tengo algo que decir. Tú me has salvado, no sólo de mi ex marido, sino también en otros muchos sentidos. Había perdido la fe en mí misma y has sido tú quien me ha ayudado a recuperarla. Has conseguido demostrarme que soy una mujer fuerte y capaz de hacer muchas cosas.

– Siempre has sabido que lo eras.

– Quizás. Pero nunca había tenido que demostrarlo -se encogió de hombros-Te disparé, Tanner.

– E hiciste bien. Hiciste lo que tenías que hacer para sobrevivir.

– Sí, y me entregué directamente al enemigo -añadió Madison.

– Pero no sabías que lo estabas haciendo. La cuestión es que necesitabas escapar de mí y conseguiste hacerlo.

– Tanner, debería haber confiado en ti.

– De eso ya hemos hablado -se inclinó hacia ella y le dio un beso en la frente-. La cuestión es que a mí sólo hacía diez días que me conocías. En una situación de peligro, todo se agudiza. Los sentidos, la realidad, los sentimientos… Pero cuando regreses a tu vida normal y analices lo que ha pasado, te darás cuenta de que hay muchas cosas de las que tienes que sentirte orgullosa. Eres una mujer fuerte, no renuncias jamás.

– Bonitas palabras. Casi suenan como un discurso de despedida.

– Y lo es.

– ¡Pero no puede ser! Hemos pasado por muchas cosas. Lo que hemos vivido tiene que significar algo…

– Por supuesto que significa algo. Eres una mujer sorprendente y jamás te olvidaré.

– ¿Pero?

– Pero esto no es real. Es tu manera de reaccionar ante el peligro.

– ¿Qué? ¿Estás insinuando que sufro el Síndrome de Estocolmo? ¿Que me he enamorado de ti por todo por lo que he pasado?

– Sé que puede parecerte cruel, pero con el tiempo comprenderás que tengo razón. Tienes que volver a tu propia vida. Ver a tus amigos, volver al trabajo, establecer una rutina… No estoy diciendo que tengas que olvidarte completamente de mí, pero dentro de algún tiempo, verás las cosas de otra forma. Si empezamos ahora una relación, te arrepentirás rápidamente, pero no serás capaz de decírmelo porque te sentirás culpable.

– Te equivocas. Estás completamente equivocado.

– No sabes cuánto me gustaría estarlo.

Madison vio el dolor que reflejaba su mirada mientras lo decía y reaccionó instintivamente, alargando el brazo hacia él. Tanner vaciló al principio, pero al final la estrechó contra él y devoró sus labios.

Fue un beso de desesperación, una última vez antes de despedirse para siempre. Madison se aferraba a él, esperando convencerlo con sus labios y su cuerpo de que aquélla era la relación más real que había establecido en su vida. Las lágrimas desbordaban sus ojos.

– Te quiero -susurró, acariciándole las mejillas con el pulgar-. ¿Por qué no me crees?

– No llores. No merece la pena que llores por mí.

– Por supuesto que sí.

Tanner le acarició la cicatriz.

– Quiero que pienses en los motivos por los que conservas esa cicatriz -le dijo, mirándola a los ojos-. Si es porque crees que te hace más fuerte, no cambies nada. Pero si lo haces por otros motivos, quizá vaya siendo hora de operarla. No dejes que Christopher defina tu futuro.

Madison no podía dejar de llorar. Los sollozos se acumulaban en su pecho, aunque se negaba a ceder a ellos.

– ¿Es que no me has oído? Te quiero, Tanner. ¿Y qué ocurrirá si siento lo mismo dentro de seis meses?

– No lo sentirás.

– Pero, ¿y si lo siento?

– Adiós, Madison.

– ¡No, Tanner!

Ya no era capaz de contener los sollozos. Se sentía sola, muy sola. Alguien se acercó a ella entonces, pero el brazo que le ofrecía apoyo era el de un desconocido. Cuando por fin pudo alzar la mirada, encontró frente a ella unos ojos claros y vacíos.

– Se ha ido -le dijo Ángel.

Madison asintió e intentó recuperarse. Todavía tenía que enfrentarse a su padre y ayudarlo a comprender todo lo ocurrido. Todavía le quedaba una vida que vivir. Pero no quería disfrutarla sin Tanner.

– ¿Ha sido porque no he confiado en él?

– No, eso lo comprende. Cualquiera de nosotros habría reaccionado de la misma manera.

– ¿Entonces por qué?

– Es como cuando estás de vacaciones. Todo el mundo quiere quedarse para siempre en la playa, pero eso no es la vida real. En algún momento tienes que volver a casa.

– Tanner es mi casa, pero él no quiere creerlo.

Ángel la miró en silencio durante largo rato. Al final, sacó una tarjeta del bolsillo de sus vaqueros en la que sólo había apuntado un número de teléfono.

– Si dentro de seis meses sientes lo mismo que ahora, llama a este número.

Seis meses. Le parecía una eternidad, pero tener una forma de ponerse en contacto con Tanner le daba alguna esperanza.


Madison estuvo durmiendo durante casi veinticuatro horas. Cuando se despertó, se encontró en el dormitorio en el que había crecido, rodeada de animales de peluche. Después de ducharse y vestirse, bajó las escaleras. Los recuerdos acechaban en cada rincón. Algunos agradables, otros menos.

Encontró a su padre en el estudio, pero en vez de estar absorto en sus papales, estaba en el sofá con una copa en la mano. Cuando la vio, dejó la copa, se levantó y se acercó a ella.

– Madison -le dijo antes de abrazarla.

Madison no era capaz de recordar la última vez que su padre la había abrazado.

– Lo siento mucho. He pasado la mayor parte de las últimas noches siendo interrogado por la policía. No sabes las cosas que me han dicho de Christopher… Todas las cosas que hizo -retrocedió, la miró atentamente y le acarició la cicatriz que cubría su mejilla-. Mi preciosa hija… Todavía me cuesta creer que te secuestrara, pero todo es cierto. Ahora está en la cárcel. Y también Alison. Tiene un hijo con problemas con las drogas. Christopher le pagó un centro de rehabilitación y cuando se escapó y volvió a las calles, se aseguró de que estuviera a salvo. Ella temía que matara a su hijo si me decía la verdad.

Madison se acercó al sofá y se sentó al lado de su padre.

– Son muchas las cosas que tenemos que asimilar.

– Sí, muchas. Nos ha engañado a todos -esbozó una mueca-. No, a ti no te engañó, ¿verdad? Intentaste decírmelo, pero no te creí. Y ha estado a punto de matarte.

– Cuando me casé con él, yo también lo creí. Pero al poco tiempo comprendí que algo andaba mal.

– Pensar que quería encerrarte y yo estaba dispuesto a permitírselo… Jamás me lo perdonaré.

– Estabas muy ocupado con tu trabajo.

Su padre esbozó una mueca.

– Qué razón tienes. Tengo un trabajo del que sentirme orgulloso, pero he estado a punto de perder a mi única hija. He estado pensando mucho, Madison, y no me gusta lo que he aprendido de mí mismo. He sido un egocéntrico al que le ha resultado mucho más fácil dejar que fueran otros los que se ocuparan de sus asuntos. Por eso ha podido engañarme Christopher. Le he dejado tomar decisiones para poder pasar más tiempo en el laboratorio, ¿pero a qué precio?

Madison lo abrazó. Aunque no podían cambiar lo ocurrido, quizá pudieran comenzar de nuevo.

– Por lo menos estamos a tiempo de detener la fusión -dijo Blaine-. No puedo creer que le dejara convencerme -suspiró-. No, incluso lo animé porque me hacía la vida más fácil. A partir de ahora, intentaré pasar menos tiempo en el laboratorio y más en el mundo real -le sonrió-. Supongo que no puedo convencerte de que formes parte de la compañía.

– No lo sé. Tengo mi trabajo, mis niños…

– ¿Qué niños? -su padre frunció el ceño-. Ah, ese trabajo voluntario, las operaciones. No sabía nada de eso. Lo siento, Madison. No sabía nada de muchas cosas. ¿Podrás perdonarme?

– Por supuesto.

– Quiero saberlo todo sobre su trabajo. ¿No te importará empezar desde el principio y poner al tanto a este pobre hombre de lo que ha sido tu vida?

– Lo haré encantada.

Y de pronto, comenzó a llorar.

– ¿Qué te pasa? -le preguntó Blaine.

– Nada. Todo. Estoy muy confundida porque Tanner me ha dejado. Dice que no sé lo que siento por él, que sólo estoy reaccionando al peligro, pero no es cierto. Creo que lo quiero con toda mi alma.

Su padre le sonrió.

– Creo que soy la peor persona con la que puedes hablar de esa clase de problemas. No sé nada sobre relaciones. Ni siquiera sobre la amistad. Estos últimos dos días me lo han demostrado, pero me encantaría escucharte.

Madison se recostó en su hombro y suspiró.

– Entonces te lo contaré todo.

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