XXIII

Porque escudo es la ciencia y escudo es la riqueza, pero excede la sabiduría, que da la vida al que la tiene, aunque reconoce, Mario, que si en vez de emplear tanto tiempo en esos librotes absurdos, te hubieras dedicado a algo más provechoso, un Banco por ejemplo, cualquier cosa, otro gallo nos cantara. Porque se dice pronto, hijo mío, las horas muertas que te has pasado en este despacho, dale que te pego, es que ni a hacer pis, y total, ¿para qué? Muy sencillo, para hacernos ver que los paletos viven sin ascensor, que hay que hacer a los locos un Manicomio nuevo, que todos los hombres deben partir de cero, que tú sabrás lo que quieres decir con eso, y que hay que cortar de arriba y añadir de abajo. Bueno, ya está, ¿y para eso tantos años como yo digo? Se necesita ser tonto de capirote, hijo mío, no me digas, que una cosa que llevo muy a mal es que me vieses a mí reventada, todo el día de coronilla, y tú sentadote en tu despacho, o charlando y fumando con tus amigos, que hay que ver qué humaredas, Santo Dios, que, en cuanto os ibais, dos horas ventilando. Te digo que cuando caíste malo, los nervios o lo que fuera, descansé, alabado sea Dios, cada uno a su casa y todos tranquilos, ¡qué a gusto me quedé! Y otro tanto con las comidas, cariño, que ni agradecido ni pagado, porque ¿me puedes decir, zascandil, de qué me servía contigo pasarme toda la santa mañana en la cocina? Para ti el caso es engullir, como los pavos, que nunca miraste lo que comías, calamidad, que no sé si por gula o qué, pero bien poco te lucía, la verdad, que yo recuerdo en la playa, el espíritu de la golosina, hijo, y luego tan blanco y con las gafas, dabas grima, de avergonzar a cualquiera, que yo, fuera de broma, prohibiría a los intelectuales arrimarse al mar, ¡qué cosa más antiestética! Porque con una vez que me hubieras dicho, "qué rico está", bastaba, buena soy yo, con cualquier cosa, a ver, pero no, lo único si había un pelo o una mosca, ya ves tú qué barbaridad, la apartas y se terminó, pues, no señor, un drama, que la boba soy yo en tomarme tantas molestias, que la misma Encarna que es debilidad por ti, ya la oíste, "a Mario tanto le da un cocido como un pato a la naranja", que es verdad, que con tu manera de ser desanimas a cualquiera, qué aburrimiento, hijo. Dichosos libros, que te tenían sorbido el seso, que no pensabas en otra cosa, ¡madre, qué obsesión!, que estabas comiendo o en una reunión y con la cabeza en otro sitio, y en la calle, ni saludar, que hay que ver la fama de antipático que tienes en todas partes, que nadie te puede ver ni en pintura, no es que yo lo diga. Y luego los títulos de los libros, ¡Jesús, María, que desazón! para después salirte por peteneras, que "El Castillo de Arena" o una pamplina así, que no sé si será bonito o feo, pero no pega ni con cola, cariño, que te pones a ver y en el libro no hay castillos por ninguna parte, así es muy fácil, el caso es que pegue el título con lo que va dentro, mira tú qué risa, lo otro lo sabe hacer cualquiera. Y vengan mayúsculas: "AUNQUE DIFÍCIL, AUN ES POSIBLE AMAR EN EL SIGLO XX", mira quién fue a hablar, consejos vendo, tres años aguardando y, al cabo, "buenas noches, hasta mañana", y todavía el otro que delicadezas, menos guasitas, un desprecio, eso es lo que es, un desprecio como una casa, que una mujer, y sé muy bien lo que me digo, soporta mil veces mejor un atropello que una humillación así, que eso es lo último, Mario. Y yo sí que estaba un poco asustada, lo reconozco, por qué voy a decir lo contrario, que sabía que tenía que pasar algo, Transi y todas lo decían, pero cualquier cosa menos eso. ¡Delicadezas!. Me río yo, un egoistón, eso es lo que tú eres, y dale con que los hombres no se aman, que las máquinas les secan el corazón, será la bicicleta, zascandil, ya ves tú los tipos esos, en la isla o donde sea, que una no sabe ni dónde están, que ésa es otra, que parece que no saben hablar de otra cosa, pues sí que se iban a divertir, qué pesados, yo me tronchaba con Valen, "todos, absolutamente todos los personajes de Mario son unos revientafiestas", que Esther para qué te voy a contar, por las nubes, como una furia, “son símbolos", sabrá ella lo que son símbolos, date cuenta, pero con un aplomo, hijo, que no admite vuelta de hoja. Amar en el siglo XX, mira quién fue a hablar, un hombre que la noche de bodas, media vuelta y hasta mañana, que hasta se te debía caer la cara de vergüenza, vamos, un feo así, y luego que te subían las aguas, que todo era frivolidad y violencia, no lo dirás por ti, dichosos nervios, que los hombres con tal de parecer importantes ya no sabéis qué inventar. ¡Anda, pregúntale a Galli Constantino si sabía amar en el siglo XX! Y antes de lo que debiera, que a los hombres no hay quién os entienda, unos por mucho y otros por poco, que a saber Julia en Madrid, sabe Dios, sola, siete años, figúrate, con estudiantes americanos en casa, no iba a vivir del aire, pero que es un peligro, francamente, porque lo que Valen dice, que una vez que se le coge el gustillo, natural, entre hombre y mujer hay un instinto y lo que hay que hacer es evitar la ocasión. Bueno, pues tú, dale, que no se ama, que estamos perdiendo el hábito de amar, que la cogiste modorra como yo digo, y luego, para desengrasar, el articulito aquel de la revista americana, "Ausencia de sentimientos en la literatura moderna", cien dólares, Mario, que se dice pronto, seis mil pesetillas, pero una y no más, Santo Tomás, a ver, menuda oportunidad, un filón, pero ¿quién se iba a tragar un rollo así? Y, además, lo que yo digo, hijo, si la literatura moderna no tiene sentimientos, no te espantes las pulgas, que literatura moderna es lo que hacéis vosotros, y en tu mano está, pónselos, ya ves qué gracia, y si la novela debe ser reflejo de la vida, como tu dices, ahí tienes a Maximino Conde, un sentimiento bien fuerte, tú dirás, con la hijastra, si eso no es de la vida, pues tú ni caso, pero que ni escucharme, ¿eh?, que menuda carrera me di. Os quejáis de vicio, Mario, reconócelo, como no sea que llames sentimientos a lo de los guardias con los presos, o a comprar Carlitos a todos los vagos de Madrid, o a compadecerse de los locos, que, entonces, me callo, pero eso es tomar el rábano por las hojas, monigote, que amor, amor, lo que se dice amor es lo que hay entre hombre y mujer, no le des más vueltas, que esto es así desde que el mundo es mundo. Lo que te ocurre a ti, haragán, es que respiras por la herida, que eres un rencoroso, que, a la chita callando, eres de los que las guardas, que todavía no has olvidado lo del guardia, que ahí está el busilis, y eso de que te pegase no me lo creo, ni aunque me lo jures en cruz, fíjate, que no soy yo sola, ya ves Ramón Filgueira lo que te dijo, lógico, y además en esos sitios y a la hora que era no se van a andar con miramientos, que aviados estarían en el Cuartelillo y en la Comisaría si fuesen a guardar consideraciones con cada granuja que se presenta. Y tú que "a callar; ya llegará la hora de hablar", pensabas, pero ni en el Cuartelillo ni en la Prevención te dejaron, natural, ellos son la ley y tú chitón, en esos momentos un delincuente, aunque te escueza, ni más ni menos, que yo me acuerdo que lo de la bici en el parque desde que era niña, no se podía, que no es que se lo inventaran ellos para fastidiarte. A ti te dio rabia caerte de la bicicleta, ¡a que sí!, que, yo Comisario, hubiera hecho lo propio, "no hay contradenuncia mientras un médico no certifique", que a cualquier otro le hubiera bastado, pero tú no, duro, a la Casa de Socorro, ¡hala!, a molestar a las cuatro de la madrugada, que tampoco son horas, y que digas que te tropezaste con un tipo a medida, que el medicucho aquel fue el que te metió en cantares que si "hematoma producido por los nudillos de una mano", que también hace falta cuajo, vamos, que lo que Filgueira decía, "el propio pedal", a saber, eso no puede averiguarse, pero tú, venga, la contradenuncia, abuso de autoridad, una monomanía, "aquí está el certificado", que si tú vas derecho a Filgueira y le dices, "pues lleva usted razón, Filgueira, me he obcecado", mejor nos hubiera ido, a poco, y ni él ni Josechu Prados, ni Oyarzun, ni nadie nos hubiera negado el piso, que también tú eres como Dios te ha hecho, reuniendo todos los requisitos además, que era cosa decidida. Y sobre todo lo que Filgueira decía, "yo tengo que creer a mis guardias, un guardia a esas horas es como el Ministro de la Gobernación", naturalmente, Mario, cariño, en esas circunstancias la máxima autoridad, que tú me dirás sin ellos, el caos. Pero aun dando por supuesto que te pegase y que fuesen ciertos esos cuentos chinos de la pistola, tú debiste callar, Mario, que si un guardia en un arrebato te da un mojicón no creas que lo hace por divertirse, qué va, sino por tu bien, lo mismo que hacemos con los niños. Hay una cosa evidente, Mario, que nos guste o no tenemos que aceptar, y es que un país es como una familia, lo mismito, quitas la autoridad y ¡catapuml, la catástrofe. Nunca daré bastantes gracias a Dios de que a tu pariente Luisito Bolado se le ocurriera llamarte para que retiraras la denuncia, que hay que ver cómo se portó, que otro falla contra ti y tan tranquilo, menudo favor, que tú, en lugar de agradecérselo, venga con que si una confabulación, que no verías palabra más fácil, y que todos contra ti, la copla de siempre, que no ves más que enemigos por todas partes, fantasmas, hijo, que el que algo teme, algo debe, como decía la pobre mamá. ¡Qué testarudez! Como un niño chico, Mario, que en el fondo eso es lo que tú eres, menos el médico, todos de acuerdo, la ley del silencio, y de nada valía intentar convencerte, que tú te haces una idea y no hay quién te apee del burro, hale, caiga quien caiga. Y después de todo, estas cosas te ocurren por ser un adán, porque si tú vienes vestido como Dios manda, con los pantalones planchados y los zapatos limpios, y dejas la bicicleta en casita que es donde debe estar, ¿tú crees que hay un guardia que te ponga la mano encima? Que no, Mario, que no son manías mías, que cada cual debe vestir según su clase, y un señor es siempre un señor, y es otro respeto y otra consideración, no lo des más vueltas, y es natural además, pero si vas por la calle de cualquier manera, con las solapas subidas y una boina en la cabeza, ¿quieres decirme en qué te diferencias de un peón y con mayor razón si es de noche? Y no voy a decir que te estuviera bien empleado porque eso no, que lo mismo podías haberte caído yendo arreglado, pero es que si un guardia o media docena de guardias te ven con tu sombrero, con una ropa decente, bien presentado, ni se les ocurre, fíjate, ni te dan el alto, estoy segurísima, que a la legua verían que eras una persona influyente y un hombre de bien. Pero con esas trazas que vas, que ni aposta, Mario, ¿qué de particular tiene que te tomen por un don nadie e inclusive que te den un sopapo? No, Mario, eso es algo que no te podré perdonar por mil años que viva, un desaseo así, que haces gala, y luego fumando ese tabaco que ya no se ve por el mundo, que apesta, hijo, porque en el supuesto de que te den el alto, si tú hueles a tabaco rubio, que te parecerá una bobada, ¿te crees tú que el guardia no te pide disculpas? "Perdone, le he tomado por lo que no es", seguro, si es de cajón, que el hábito no hará al monje pero impone, vaya que sí, estoy cansada de verlo, si inclusive entre la buena sociedad, tonto del higo, que tú vas con un traje de Cutuli y eres alguien, y la mejor gente, "¿quién es ésa?", a ver, se interesa, "esa chica no es de aquí", y si te bajas de un Mercedes, más todavía, que estaremos hechos del mismo barro, yo no lo discuto, pero al fin y al cabo humanos somos.

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