XXIV

Pero ellos, así que le vieron andar sobre el mar, creyendo que era un fantasma, comenzaron a dar gritos, porque todos le veían y estaban espantados, pero yo nunca me cansaré de repetírtelo, Mario, sentir miedo sin saber de qué es de tontos, pero de tontos de baba, hijo mío, así como suena, y tú, venga, que como cuando de chico te ibas a examinar, que una cosa así, en el estómago, pues ¡hazte cuenta de que ya te has examinado, tonto del higo! Pues no señor, dale, "es el plexo, no puedo…", que no sé a santo de qué, Luis, conociéndote, lo aprensivo y así, te da explicaciones, que desde que aprendiste lo del plexo, igual que con las estructuras, hijo, ídem de lienzo, que no se te caía de la boca, ¡madre, qué hombre! y todavía, el Moyanito ese, el otro día, que bien que le oí, que me hice la desentendida, tú dirás, que una sensibilidad acosada, o qué sé yo qué historias, que vosotros, en vez de hablar para que os entiendan, parece que hablarais en calve, hijo, como los del contraespionaje, que lo que decía Armando, "no me explico para qué piensan tanto. Piensan como si hubiera algo que arreglar, pero yo no sé de nada que esté estropeado", natural. Y eso que no te veía por las noches, Mario, que entonces empezaba la función, "¿vienen?", y, tieso, lo mismo que un palo, a escuchar, sentado en la cama, que yo, en vilo, te lo prometo, "¿quién tiene que venir?", y tú, "no sé, subían las escaleras", decías, que yo ni me atrevía a mover un dedo, el corazón paf, paf, paf, te lo juro, "no oigo nada, Mario", y tú, "ya no, fue antes", ya ves, que no te lo creerás, pero luego tardaba más de un cuarto de hora en volver a agarrar el sueño, que aquello era el no vivir, una pesadilla. Como cuando salías con la patochada de que tenías miedo de que se te ocurriera suicidarte, habrase visto cosa igual, tener miedo de uno mismo, pues que no se te ocurra, botarate, que en tu mano está, que ya es afinar tener miedo de una ocurrencia. Y luego, que perdías pie, y que sentías vértigos sólo de pensar que estabas sobre una bola suspendida en el infinito, que yo se lo decía a Valen, "qué cosas dice, Valen; está para encerrar", y, en vista de eso, a tumbarte en la cama, que menuda vida te pegaste a costa de los nervios, hijo, que lo que Antonio decía, a ver, por su gusto, pero él no es más que una pequeña pieza de una gran máquina, se debe al Ministerio, y lo único, permiso por enfermedad, con la mitad del sueldo, lo que nos faltaba, que tampoco te hubiera matado, creo yo, un par de horas en el Instituto a decir lo mismo de siempre. Pues, no señor, no lo resistiría", "es superior a mis fuerzas", ¿te parece bonito?, que si a ti te entrechocaban las ideas, hazte cuenta de lo que habré pasado yo con mis jaquecones, algo horrible, cariño, lo mismo que si me machacasen la cabeza con un martillo, pero no, naturalmente, eso no tenía importancia, "con un par de optalidones, mañana como nueva", que así da gusto. Y no sería porque Luis no te lo advirtiera, "el mejor remedio, un poco de voluntad", claro que como tú nunca la has tenido, que no has conocido la voluntad ni por el forro, pues eso, a la cama, a descansar de no hacer nada, como yo digo. Y todavía si la cama te hubiera acercado a mí, vaya, pero ni ese consuelo, lo mismo que si te acostases con un carabinero, que eso es lo que peor llevo, fíjate, y no por el hecho en sí, que de sobra sabes que a mí esas porquerías ni frío ni calor, sino por lo que significa, que ya llovía sobre mojado, Mario, que después de lo de Madrid, esto, que no creas que todas lo hubieran aguantado, un desprecio así, que ni a Valen se lo he contado, ya ves tú, del apuro que me da, y Valen para mí, ya lo sabes, como una hermana. Eso sí, por falta de lágrimas no quedaría, que éste es el día que todavía no he averiguado por qué llorabas, que me ponías el camisón perdido, hijo, de tenerme que mudar, y dale con tu estribillo, que mejor que te cortaran las piernas y los brazos pero que el trozo que viviera, viviera a gusto, todo menos vivir así, ya ves qué disparate, quién va a vivir a gusto sin brazos y sin piernas, en qué cabeza cabe, que las primeras noches yo pensaba, "¿estará borracho?", pero qué va, si no probabas una gota. Pero para ti no había ya días buenos, ni malos, que hay que ver la noche que empecé a hacerte cosquillas con el pie, ¿te acuerdas?, una insinuación, a ver, que menudo respingo, hijo de mi alma, y, luego, sin venir a cuento, venga de hipar, como si te mataran, vamos, déjame en paz, que me dejaste fría, que, al fin y al cabo, si yo hacía eso era por tu bien, que lo que es a mí… Y te advierto que se me notaba, ¿eh?, que yo no sé qué tendría esos meses, pero Elíseo San Juan loco, "qué buena estás, qué buena estás, cada día estás más buena", pero fuera de sí, mucho más que otras veces, que al principio me asustaba, te lo prometo, qué persecución, pero lo que Valen dice, al fin y al cabo, un homenaje, hija. ¿Y lo de la pobre Valen? No me digas, Mario, dos veces plantada con la comida en la mesa, dos veces, Mario, que se dice pronto, que ella había echado el resto, ya sabernos lo que es, y tú que si las náuseas o las historias, que menos mal que con Valen tengo confianza y Vicente es comprensivo, que si no, para matarte, que, a fin de cuentas, ella lo hacía por distraerte, pero eso contigo no reza, "¿para qué? ¿para qué? ¿para qué?", ¡cuántos paraqués, adoquín!, pues para lo que se hacen esas cosas, pedazo de alcornoque, para matar el tiempo, a ver, para que se pase sin sentirlo, de eso se trata, vamos, creo yo. Te ponías insoportable, Mario, como un niño caprichoso, "otro día igual, no lo resisto; lo mismo que ayer. Dios mío, dame serenidad", ya ves lo que ibas a pedir a Dios, tonto de capirote, con la falta que nos hacen otras cosas, que tú no estás bien de la cabeza. Los nervios, valiente excusa, los médicos, cuando ya no saben qué inventar enseguida lo achacan a los nervios, porque lo que yo digo, Mario, si no te duele nada ni tienes fiebre, ¿de qué te quejas? Claro que te pones a mirar y la culpa es nuestra y nada más que nuestra por andar todo el día de Dios pendientes de vosotros, que somos unas tontas, porque si tuvierais miedo de que os la pegásemos, a buena hora os ibais a acordar de los nervios. Eso o trabajar, que estas cosas de los nervios, no hay quien me lo saque de la cabeza, es enfermedad de holgazanes, que si tuvierais una oficina o un Banco, donde trabajar ocho horas seguidas como Dios manda, otro gallo nos cantara, en todos los sentidos, fíjate. Es como lo de dormir, botarate, si te pasabas todo el santo día, como quien dice, tirado en la cama. Si trajinaras un poquito, ya verías lo que es bueno, pero no se puede comer sin hacer antes apetito, como diría la pobre mamá. Los hombres me hacéis gracia, Mario, os enfermáis cuando queréis y os sanáis cuando os da la gana, porque no me digas, si al sentir vértigo le das importancia, fíjate dónde tendría que estar yo que no puedo ni subirme a una silla. Pero si en el mismo autobús, date cuenta, ¿qué me vas a decir a mí?, que me gustaría verte en el Tiburón de Paco, Mario, eso, sólo un minuto, ya ves, por puro capricho, para que supieras lo que es vértigo, ¡Santo Dios!, si parece que ni tocas el suelo. En realidad, yo no quería, te lo puedo jurar, no por nada pero la gente es muy mal pensada, y Crescente fisgando todo el tiempo desde el motocarro, pero Paco me abrió la portezuela y yo no tuve valor. Y lo que son las casualidades, a los pocos días la misma operación, un frenazo de película, Mario, "¿vas al centro?", y en la misma parada del autobús, lo que son las cosas, que luego cuando le confesé que no sabía conducir, que no teníamos coche, no te puedes imaginar qué coscorrones, pero fuerte, ¿eh?, "¡no, no, no!", de no creérselo, ya ves tú, que él se pensaba que era guasa, y yo ni sabía qué cara poner, Mario, más achicada que otro poco. Con el talento de Paco, no te hubiera asustado la rutina, Mario, ya te lo digo desde aquí, que si desayunar, trabajar, comer, amar, dormir, todos los días lo mismo, "como mulas uncidas a una noria", a ver qué te crees, qué otra cosa vas a hacer, zoquete, lo único en sitios diferentes, mira Paco, pero, por lo demás, animales de costumbres somos, valiente novedad, ¿es que también puede dar miedo el hacer todos los días lo mismo? No te enfades, Mario, pero para mí lo que a ti te asustaba era trabajar, porque no me vengas ahora con que escribir es trabajar, menudo momio, que tú con tal de justificarte eres capaz de negar la luz del día, que escribir y tocar el violón es todo uno. Y, sobre todo, si tanto miedo te daba, no haberlo hecho, que por mi gusto, ya lo sabes, cualquier cosa mejor, unas representaciones, o un negocio, o la construcción, ya ves ahora con eso del Polo, inclusive, cualquier cosa, que tú mismo dices que sentías náuseas de leer el periódico, y quién no, si en "El Correo" ese de mis pecados no contáis más que lástimas, hay que ver, y dale con que si la frivolidad y la violencia, cobardica, que eres un cobardica, y que si los hombres no se entienden, y a ti ¿qué?, aviados estaríamos si cada vez que riñen los chinos o los negros fuésemos a perder el apetito. ¡Que cada cual se las componga como pueda, cariño! Al fin y al cabo nadie tiene la culpa de que tengan la cabeza cuadrada. Pero de eso a escribir en el plan que escribías, media un abismo, que asco me daba a mí también "El Correo" y no creo que ande mal de los nervios por eso, cabeza dura, que muchísimas veces pienso que tú estabas bien cuando estabas mal, y mal cuando estabas bien, aunque parezca un despropósito. Los nervios, los nervios… los nervios salen a relucir cuando se está demasiado bien, eso, cuando uno tiene todo resuelto y vive tranquilamente y sin preocupaciones. Entonces salen los nervios y todo lo que tiene que salir, que no sé a santo de qué esa perra, "¿vienen?", que me metías el corazón en un puño, hijo, y a despertarme, sin la menor consideración, que a saber a quién esperabas, que no había manera de sacártelo ni con sacacorchos, y no es que yo apruebe el trasnochar por sistema, entiéndeme, ni muchísimo menos, pero cada vecino es muy dueño de acostarse a la hora que le venga en gana. Es como lo de llorar, las primeras veces me desgarrabas el corazón, ¿eh? ¡Dios mío, qué hipo! Y "¿por qué lloras, querido?", y tú, "ni lo sé, por todo y por nada", ¿tú crees que ésas son formas? Y todavía Luis dándote por el gusto, que no es más que un Don Concedo, "emotividad incontrolada. Depresión", que lo primero, vaya, lo admito, pero lo que yo le dije, y no me arrepiento, Mario, que me tuvo que oír, "deprimido no te lo consiento", tú dirás si tenías motivos, mira que eres, la comida a su hora, las camisas siempre a punto, una mujer pendiente de ti, ¿qué más puede pedirse? Ahora, que me diga que te estaba saliendo todo lo que no salió a su tiempo, ése es otro cantar, pero que hable claro, sin tanto rodeo, al pan, pan y al vino, vino, que los médicos hablan como escriben, no me digas, que sólo les entienden los farmacéuticos, y para eso, algunos, que no son más que ganas de darse importancia. Porque, lo que yo digo, quien más quien menos, todo el mundo tiene un montón de lágrimas por derramar en la vida, es como una fábrica, lógico, y si no las echas a tiempo, las echas a destiempo, la cosa no tiene vuelta de hoja. Y no sería porque no te lo advirtiera, cariño, acuérdate cuando lo de tu madre, detrás de ti, a todas partes, "llora, Mario, llora; luego eso sale y es peor", como una sombra, y tú, de repente, "¿por la costumbre?", que me dejaste helada, la verdad, que no son modales me parece a mí, que si yo te lo aconsejaba era por tu bien, con la mejor intención del mundo, te lo juro. Y con lo de Elviro y José María, ídem de lienzo, la cara de palo y ya está, de llorar ni pum, que yo no sé si todo esto no te habrá creado un complejo, lo más seguro, pero tú, punto en boca y a callar, que bien cerquita me tenías para desahogarte, y otra cosa no, pero a comprensiva nadie me gana, y lo que debiste hacer es hablarme de ellos, que yo a Elviro, y no es de ahora, le estimaba, ya lo sabes, y José María, ideas aparte, me caía bien simpático, palabra, me imponía, fíjate, y desde que me preguntó si era yo la chica que te gustaba, le huía, ya ves, me escondía en los portales, que Transi, "¿estás tonta? ¿Es que crees que te va a comer?", pero yo no sé, no lo podía remediar, era como si me adivinara lo que pensaba, me ponía toda colorada, cosas de chicas, pero no acertaba ni a rechistar. Pensándolo bien, eso tuyo fue un complejo, nada de nervios, seguro, un complejo como una casa, todo por no desahogarte a tiempo, que a mí me hablas de tus hermanos y, figúrate, encantada, qué más quisiera, lo que no podía admitir, compréndelo, eso es ridículo, es que me salieras con el cuento de que tus hermanos pensaban lo mismo y que si José María, aquí, se pasaba, Elviro, allí, no llegaba, ya ves tú qué ocurrencia, que Elviro era una bellísima persona, y José María, lo mires por donde lo mires, un tipo de cuidado. Es como lo de que dijo, cuando le iban a fusilar, figúrate, que no era la primera vez que un justo moría por los demás, historias, muerto de miedo es lo que estaría y rezando el Señormíojesucristo, natural, que no es que se lo censure, entiéndeme, que me parece lógico, pero vosotros, con tal de hacer una frase, sois capaces de poner en evidencia hasta a los muertos.

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