31 La casa en la calle de la luna llena

Han de permanecer juntas —dijo firmemente Elayne—. Vosotras dos no deberíais salir solas, dicho sea de paso. Siempre tres o cuatro juntas a cualquier parte de Caemlyn. Es la única forma de estar a salvo.

Sólo dos de las lámparas de pie con espejos se hallaban encendidas, y las seis llamas llenaban la sala de una luz tenue y de olor a azucenas —se había estropeado tanto aceite de lámpara que ahora siempre estaba perfumado— pero un fuego crepitante en el hogar empezaba a quitar la frialdad de primeras horas de la mañana.

—Hay ocasiones en las que una mujer desea tener un poco de intimidad —repuso sosegadamente Sumeko, como si no acabara de morir otra Allegada por querer tener intimidad. Al menos la voz le sonaba tranquila, pero las manos regordetas alisaban la falda azul oscuro.

—Si no les metes el miedo en el cuerpo, Sumeko, lo haré yo —dijo Alise, cuyo semblante, por lo general apacible, tenía una expresión severa. Parecía la mayor de las dos, con las hebras grises en el cabello en contra del lustroso pelo negro que caía sobre los recios hombros de Sumeko, si bien era más joven por más de doscientos años. Alise había sido intrépida cuando cayó Ebou Dar y se vieron obligadas a huir de los seanchan, pero también movió las manos sobre la falda marrón.

Hacía mucho que a Elayne se le había pasado la hora de acostarse marcada por Melfane, la sobrina de Essande; pero, aunque ahora se sentía cansada a todas horas, cuando se despertaba ya no podía volver a conciliar el sueño y la leche de cabra caliente tampoco la ayudaba. La leche de cabra caliente sabía peor aún que fría. ¡Iba a hacer que el puñetero Rand al’Thor bebiera leche de cabra caliente hasta que se le saliera por las orejas! En cuanto descubriera qué le había hecho tanto daño para que sintiera una ligera sacudida de dolor mientras que todo lo demás en aquel pequeño nudo en el fondo de la mente que era él continuaba tan difuso y ambiguo como una piedra. Desde entonces todo había vuelto a ser como piedra, de modo que se encontraba bien, aunque algo lo había malherido hasta el punto de que ella lo había sentido. ¿Y por qué Viajaba tan a menudo? Un día se encontraba lejos, al sudeste, y al siguiente en el noroeste y todavía más lejos, y al otro en cualquier otra parte. ¿Estaba huyendo de quienquiera que lo hubiera herido? Sin embargo, ella tenía sus propias preocupaciones ahora.

Incapaz de dormir y agitada, se había vestido con lo primero que tenía a mano, un traje de montar gris, y había ido a dar un paseo para disfrutar de la quietud de palacio a esas horas de la madrugada, cuando incluso los criados estaban acostados y las titilantes llamas de las lámparas de pie era lo único que se movía en los pasillos aparte de ella. Ella y sus guardaespaldas, pero estaba aprendiendo a hacer caso omiso de su presencia. Disfrutó de la soledad hasta que se encontró con las dos mujeres y éstas le dieron la triste nueva que de otro modo no le habrían comunicado hasta el amanecer. Las había conducido de vuelta a su pequeña sala de estar a fin de discutir el asunto tras una salvaguardia contra oídos indiscretos.

Sumeko rebulló en el sillón y dirigió una mirada feroz a Alise.

—Reanne te permitía excederte, pero como Rectora, espero que…

—No eres la Rectora, Sumeko —la atajó fríamente la mujer más pequeña—. Aquí ostentas la autoridad, pero conforme a la Regla, el Círculo de Labores de Punto lo componen las trece mayores de nosotras en Ebou Dar. Ya no estamos en Ebou Dar, de modo que no hay Círculo de Labores de Punto.

El semblante redondo de Sumeko asumió la dureza del granito.

—Al menos admites que tengo autoridad.

—Y espero que hagas uso de ella para evitar que nos asesinen a más. Sugerir no basta, Sumeko, por mucha firmeza que pongas al sugerir. No basta.

—Discutir no nos llevará a ninguna parte —intervino Elayne—. Sé que estáis tensas. Yo también lo estoy. —Luz, tres mujeres asesinadas con el Poder Único en los últimos diez días, y probablemente otras siete más con anterioridad; eso era suficiente para ponerle los nervios de punta a un yunque—. Pero hablarnos bruscamente unas a otras es lo peor que podemos hacer. Sumeko, tienes que adoptar una postura firme. Me da igual lo mucho que cualquiera desee tener intimidad. Nadie, repito, nadie, puede estar sola ni un minuto. Alise, haz uso de tu persuasión. —Persuasión no era exactamente la palabra. Alise no persuadía. Simplemente esperaba que la gente hiciera lo que decía, cosa que ocurría casi siempre—. Convence a las demás de que Sumeko tiene razón. Entre las dos tenéis que…

La puerta se abrió para dar paso a Deni, que la volvió a cerrar a su espalda e hizo una reverencia, una mano en el pomo de la espada y la otra sobre el largo garrote. Los yelmos y petos lacados en rojo y ribeteados en blanco se habían entregado el día anterior, y la corpulenta mujer había tenido una sonrisa en la cara desde que se había puesto los suyos, pero ahora mostraba una expresión solemne tras las barras de la visera.

—Disculpadme por interrumpiros, milady, pero hay una Aes Sedai que exige veros. Una Roja, a juzgar por el chal. Le dije que seguramente estaríais durmiendo, pero estaba dispuesta a entrar y despertaros ella misma.

Una Roja. Llegaban informes sobre la presencia de Rojas en la ciudad de vez en cuando, aunque no tan a menudo como en tiempos —la mayoría de las Aes Sedai que había en la ciudad no llevaba puesto el chal para de ese modo ocultar su Ajah—, mas ¿qué querría de ella una Roja? A buen seguro que todas sabían a estas alturas que apoyaba a Egwene y estaba contra Elaida. A menos que alguien quisiera finalmente pedirle cuentas por el pacto hecho con las mujeres de los Marinos.

—Dile que estoy…

La puerta se abrió de nuevo y golpeó a Deni en la espalda, quitándola de en medio. La mujer que entró, el chal con bordados de enredaderas echado por los brazos de manera que los largos flecos rojos se lucían al máximo, era alta, delgada y de tez cobriza. Habría resultado guapa de no ser por llevar la boca tan apretada que hacía que los labios carnosos parecieran finos. El traje de montar era tan oscuro que podría pasar por negro, pero la pálida luz de las lámparas de espejos captaba tonalidades rojizas, y la falda pantalón llevaba cuchilladas de un intenso color rojo. Duhara Basaheen nunca ocultaba su Ajah. Otrora, Sumeko y Alise se habrían puesto de pie rápidamente y le habrían hecho una reverencia adecuada a una Aes Sedai, pero ahora continuaron sentadas, observándola. Deni, normalmente apacible —al menos en apariencia— arrugó el entrecejo y toqueteó el garrote.

—Veo que lo que se cuenta sobre que estás reuniendo espontáneas es verdad —dijo Duhara—. Es una pena. Vosotras dos, fuera. Quiero hablar con Elayne en privado. Si sois listas, os marcharéis esta noche en direcciones distintas; y decidles a las otras que hagan lo mismo. La Torre Blanca ve con malos ojos que se agrupen espontáneas. Y cuando la Torre ve con malos ojos algo, se sabe que hasta los tronos han temblado.

Ni Sumeko ni Alise se movieron. De hecho, Alise enarcó una ceja.

—Pueden quedarse —replicó fríamente Elayne. Henchida de Poder, no había cambios repentinos en sus emociones, sino que permanecían firmes en una gélida ira—. Son bienvenidas aquí. Por otro lado, tú… Elaida intentó secuestrarme, Duhara. ¡Secuestrarme! Puedes irte.

—Una mala acogida la tuya, Elayne, cuando he venido a palacio tan pronto como llegué. Y tras un viaje que sería tan arduo de describir como de soportar. Andor siempre ha mantenido buenas relaciones con la Torre. La Torre tiene intención de procurar que lo sigan siendo. ¿Estás segura de que quieres que estas espontáneas oigan todo lo que tengo que decirte? Muy bien. Si insistes… —Se deslizó hacia uno de los aparadores tallados, encogió la nariz al ver la jarra de plata que contenía leche de cabra y se sirvió una copa del oscuro vino antes de acomodarse en una silla enfrente de Elayne. Deni hizo un gesto como si fuera a sacarla a rastras, pero Elayne sacudió la cabeza. La hermana domani no hizo caso de las Allegadas, como si hubiesen dejado de existir—. Se ha castigado a la mujer que te drogó, Elayne. Se la azotó delante de su propia tienda, con todo el pueblo como testigo. —Duhara dio un sorbo de vino mientras esperaba que respondiera.

Elayne siguió callada. Sabía muy bien que a Ronda Macura la habían azotado por fracasar y no por administrarle aquella infame infusión, pero decirlo habría hecho que Duhara se preguntara cómo lo sabía y eso podría conducir a cosas que tenían que permanecer ocultas. El silencio se alargó y finalmente la otra mujer decidió continuar.

—Has de saber que la Torre desea fervientemente que ocupes el Trono del León. A tal fin, Elaida me envía para que sea tu consejera.

A despecho de sí misma Elayne prorrumpió en carcajadas. ¿Que Elaida le enviaba una consejera? ¡Qué absurdo!

—Tengo Aes Sedai que me asesoran cuando necesito un consejo, Duhara. Tienes que saber que estoy en contra de Elaida. No aceptaría un par de medias de esa mujer.

—Tus supuestas consejeras son rebeldes, pequeña —manifestó en tono reprobador la Roja, que pronunció la palabra «rebeldes» con sumo desprecio. Gesticuló con la copa de vino—. ¿Por qué crees que hay tantas casas que se te oponen, tantas que no toman partido? Sin duda saben que no cuentas con el respaldo de la Torre. Conmigo como tu consejera, eso cambiaría. Puede que consiguiera ponerte la corona en la cabeza antes de una semana. Como mucho, no debería tardar más de uno o dos meses.

Elayne sostuvo la mirada de la otra mujer con otra firme, impasible. Deseaba apretar los puños, pero mantuvo las manos posadas sobre el regazo, relajadas.

—Aun en el caso de que fuera así, te rechazaría. Espero recibir algún día la noticia de que Elaida ha sido depuesta. La Torre Blanca volverá a estar unida y entonces nadie podrá decir que no tengo su respaldo.

Duhara contempló el vino de su copa unos instantes, el rostro la viva imagen de la serenidad Aes Sedai.

—No todo irá como la seda para ti —dijo, como si Elayne no hubiese hablado—. Ésta es la parte que pensé que no te gustaría que oyeran las espontáneas. Y esa guardia. ¿Acaso cree que voy a atacarte? Da igual. Una vez que la corona repose firmemente en tu cabeza, tendrás que nombrar una regente porque entonces habrás de regresar a la Torre a fin de completar tu entrenamiento y finalmente pasar la prueba del chal. No has de temer que se te azote como a una fugitiva. Elaida acepta que Siuan Sanche te ordenó abandonar la Torre. Tu pretensión de ser Aes Sedai, sin embargo, ya es otro asunto. Por eso pagarás con tus lágrimas. —Sumeko y Alise rebulleron y Duhara hizo que reparaba en ellas de nuevo—. Ah, ¿de modo que no sabíais que Elayne en realidad es sólo una Aceptada?

Elayne se puso de pie y miró duramente a Duhara desde arriba. Por lo general, alguien sentado daba la impresión de tener ventaja sobre quien estuviera de pie, pero consiguió endurecer más la mirada y hacer más duro aún el timbre de voz. ¡Cómo ansiaba abofetear a esa mujer!

—Fui ascendida a Aes Sedai por Egwene al’Vere, el día que ella misma fue ascendida a Sede Amyrlin. Elegí el Ajah Verde y fui admitida en él. Jamás vuelvas a decir que no soy Aes Sedai, Duhara. ¡Así me abrase si lo consiento sin hacer nada!

Las comisuras de la boca de Duhara se inclinaron hacia abajo hasta que los labios parecieron un corte en la cara.

—Piensa, y te darás cuenta de la realidad de tu situación —dijo finalmente—. Piénsalo bien, Elayne. Hasta un ciego vería lo mucho que me necesitas a mí y contar con la bendición de la Torre Blanca. Volveremos a hablar de todo más tarde. Haz que alguien me conduzca a mis aposentos. Estoy deseando acostarme.

—Tendrás que buscar habitación en una posada, Duhara. Todas las camas de palacio ya están ocupadas, y en cada una duermen tres o cuatro personas. —Aunque hubiese camas libres a docenas, no le habría ofrecido una a la Roja. Le dio la espalda y fue a la chimenea, donde se quedó calentándose las manos. El dorado reloj de péndulo que había sobre la repisa de mármol con volutas talladas tocó tres veces. Tal vez las mismas horas que faltaban para que amaneciera—. Deni, encárgate de que alguien escolte a Duhara hasta las puertas.

—No te librarás de mí tan fácilmente, pequeña. Nadie deja a un lado a la Torre Blanca tan fácilmente. Piensa, y verás que soy tu única esperanza.

Hubo un frufrú de seda contra seda cuando la mujer salió de la sala y la puerta se cerró tras ella. Era bastante probable que Duhara ocasionara problemas con sus intentos de hacerse necesaria, pero cada cosa a su tiempo.

—¿Ha sembrado dudas en vosotras? —inquirió mientras se volvía de espaldas al hogar.

—Ninguna —contestó Sumeko—. Vandene y las otras dos te aceptaron como Aes Sedai, de modo que tienes que serlo. —La convicción sonaba firme en su voz, si bien tenía razones para desear creer. Si Elayne era una mentirosa, entonces sus sueños de regresar a la Torre, de entrar en el Ajah Amarillo, habrían muerto.

—Pero esa Duhara cree que es verdad lo que ha dicho. —Alise extendió las manos—. No digo que dude de ti, porque no dudo. Pero esa mujer lo cree.

Elayne soltó un suspiro.

—Es una situación… complicada. —Eso era como decir que el agua mojaba—. Soy Aes Sedai, pero Duhara no lo cree así. No puede, porque sería admitir que Egwene al’Vere es la verdadera Sede Amyrlin, y Duhara no reconocerá tal cosa hasta que Elaida haya sido depuesta. —Esperaba que Duhara creyera entonces. O, al menos, que lo aceptara. La Torre tenía que volver a estar unificada, íntegra—. Sumeko, ¿ordenarás a las Allegadas que permanezcan en grupos? ¿En todo momento? —La mujer respondió que lo haría. A diferencia de Reanne, Sumeko no tenía aptitudes innatas para el liderazgo y tampoco le gustaba. Lástima que no hubiera aparecido otra Allegada mayor que le quitara esa carga—. Alise, ¿te asegurarás de que obedezcan? —El asenso de Alise fue firme y rápido. Sería la candidata perfecta si las Allegadas no establecieran los rangos por la edad—. En tal caso hemos hecho cuanto estaba en nuestra mano. Hace mucho que tendríais que estar en la cama.

—Y tú también —comentó Alise al tiempo que se ponía de pie—. Puedo mandar venir a Melfane.

—No hay razón para robarle sueño también —se apresuró a decir Elayne. Con firmeza. Melfane era baja y fornida, una mujer alegre de risa pronta y distinta de su tía en otros aspectos también. Fuera o no alegre, la partera era una tirana a la que no le haría gracia enterarse de que estaba despierta—. Dormiré cuando pueda.

Una vez que se hubieron marchado soltó el saidar y escogió un libro entre varios que había en otro de los aparadores, otra historia de Andor, pero no logró centrarse en la lectura. Privada del Poder se sentía malhumorada. Así se abrasara, estaba tan agotada que notaba los ojos como si tuviese arenilla en ellos. Sin embargo, sabía que si se acostaba se quedaría mirando el techo hasta que saliera el sol. De todos modos, llevaba mirando la misma página unos minutos cuando Deni apareció de nuevo.

—Maese Norry está aquí, milady, con ese tal Hark. Dice que había oído que estabais levantada y se preguntaba si podríais dedicarles unos minutos.

¿Que había oído que estaba levantada? ¡Como ese hombre hubiera mandado que la vigilaran…! La verdadera importancia de la visita se abrió paso a través de su enfurruñamiento. Hark. No había llevado a Hark desde la primera visita, hacía diez días. No, ya eran once. El entusiasmo sustituyó a la irritabilidad. Le dijo a Deni que los hiciera pasar y siguió a la mujer hasta la antesala, donde una alfombra de dibujos cubría gran parte de las baldosas rojas y blancas. También allí sólo estaban encendidas un par de lámparas de pie que daban una luz tenue y titilante y un aroma a rosas.

Maese Norry parecía, más que nunca, un ave zancuda de cresta blanca con aquellas larguiruchas extremidades y los mechones blancos que le sobresalían por detrás de las orejas. Pero, por una vez, casi parecía excitado. De hecho se frotaba las manos. Ahora no llevaba encima su cartapacio; hasta con la tenue luz se veían las manchas de tinta en el tabardo carmesí. Una había vuelto negro el mechón de la cola del León Blanco. Saludó con una rígida reverencia y el anodino Hark lo imitó torpemente, tras lo cual se llevó los nudillos a la frente, por añadidura. Vestía ropas de un tono marrón más oscuro que la primera vez, pero llevaba el mismo cinturón con la misma hebilla.

—Perdonad por la hora, milady —empezó Norry con su voz reseca.

—¿Cómo sabíais que estaba despierta? —demandó, de nuevo pasando bruscamente de un estado de ánimo a otro.

Norry parpadeó, sobresaltado por la pregunta.

—Una de las cocineras mencionó que había enviado arriba leche de cabra caliente cuando fui a pedir un poco para mí, milady. Cuando no puedo dormir, la leche de cabra caliente me relaja. Pero también mencionó vino, así que deduje que teníais visita y que seguramente estabais levantada.

Elayne aspiró aire por la nariz de forma sonora. Todavía tenía ganas de gritarle a alguien. Evitar que ese estado de ánimo se reflejara en la voz no fue tarea fácil.

—Supongo que tenéis que informar de algún logro, maese Hark.

—Lo seguí como me dijisteis, milady, y ha ido a la misma casa tres noches, contando ésta. Es en la calle de la Luna Llena, en la Ciudad Nueva, sí. Es al único sitio que va aparte de tabernas y salas comunes de posadas. A veces bebe, vaya que sí. Y también juega a los dados. —El hombre vaciló y se frotó las manos con gesto nervioso—. Ahora me podré marchar, ¿verdad, milady? Retiraréis lo que quiera que me habíais colocado, ¿no?

—Según el catastro la casa pertenece a lady Shiaine Avarhin, milady —dijo Norry—. Parece ser la última de su casa.

—¿Qué más podéis contarme de ese sitio, maese Hark? ¿Quién más vive allí, aparte de la tal lady Shiaine?

Hark se frotó la nariz con aire inquieto.

—Bueno, no sé si vivirán allí, milady, pero esta noche había dos Aes Sedai. Vi a una que le abrió la puerta a Mellar cuando se marchó, justo cuando llegaba otra. Ésa dijo cuando entraba: «Lástima que sólo seamos dos, Falion, con lo que lady Shiaine nos hace trabajar». Sólo que dijo lo de «lady» como si no lo dijera en serio. Tiene gracia. Llevaba un gato callejero, un bicho tan escuálido como ella. —Hizo una brusca y repentina reverencia—. Mil perdones, milady. No era mi intención ofender al hablar así de una Aes Sedai, pero es que tardé un montón en darme cuenta de que era una Aes Sedai, ojo. Había una buena luz en el recibidor, vaya que sí, pero era tan flaca y más bien fea, con la nariz ancha, que nadie la habría tomado por una Aes Sedai sin antes observarla bien.

Elayne posó la mano en el brazo del hombre. No le importó que el entusiasmo se reflejara en su voz cuando habló.

—¿Qué acento tenían? ¿De qué parte?

—¿El acento, milady? Bueno, la del gato yo diría que es de aquí mismo, de Caemlyn. La otra… Bueno, no habló más de dos frases, pero me sonó a kandorés. La llamó Marillin a la otra, por si os sirve de algo, milady.

Entre risas, Elayne retozó unos pasos. Ahora sabía quién había mandado a Mellar contra ella, y era peor de lo que había temido. Marillin Gemalphin y Falion Bhoda, dos hermanas Negras que habían huido de la Torre después de cometer asesinato. Lo habían hecho para facilitarse el robo, pero sería el asesinato lo que las llevaría a la neutralización y a la decapitación. Había sido para encontrarlas, y a las demás que estaban con ellas, por lo que a Egwene, Nynaeve y ella les habían mandado salir de la Torre. El Ajah Negro había puesto a Mellar cerca de ella, seguramente para espiar, pero aun así era una idea escalofriante. Peor de lo que había temido y, sin embargo, encontrar a esas dos ahora era como completar el círculo.

Reparó en que Hark la miraba de hito en hito, boquiabierto. Maese Norry examinaba atentamente la cola manchada del león. Dejó de dar brincos y enlazó las manos. ¡Estúpidos hombres!

—¿Dónde está Mellar ahora?

—En su habitación, creo —contestó Norry.

—Milady, ¿vais a retirar lo que quiera que me pusisteis? —inquirió Hark—. ¿Y puedo irme? He hecho lo que me pedisteis.

—Antes tendrás que conducirnos a esa casa —dijo mientras pasaba junto al hombre en dirección a las puertas gemelas—. Entonces hablaremos. —Asomó la cabeza al pasillo y encontró a Deni y a otras siete guardias alineadas a uno y otro lado de las puertas—. Deni, manda a alguien que vaya a buscar a lady Birgitte cuanto antes, y que otra vaya a despertar a las Aes Sedai y les pida que vengan también, con sus Guardianes y preparadas para salir a caballo. Después ve y despierta a todas las guardias que consideres necesarias para arrestar a Mellar. No es menester que tengáis demasiados miramientos al hacerlo. Los cargos son asesinato y ser Amigo Siniestro. Encerradlo en uno de los almacenes del sótano, con una nutrida guardia.

La fornida mujer sonrió de oreja a oreja y empezó a impartir órdenes mientras Elayne regresaba a la antesala. Hark se retorcía las manos y rebullía apoyando el peso ora en un pie otra en otro con aire de ansiedad.

—Milady, ¿qué habéis querido decir con que hablaremos? Me prometisteis que me quitaríais esa cosa que llevo encima si seguía a ese hombre, lo dijisteis. Y yo lo he hecho, así que tenéis que cumplir vuestra palabra.

—Jamás dije que os quitaría el Localizador, maese Hark. Dije que se os exiliaría a Baerlon en lugar de colgaros, pero ¿no preferiríais quedaros en Caemlyn?

El hombre abrió mucho los ojos tratando de aparentar sinceridad. Y fracasó. Incluso sonrió.

—Oh, no, milady. He soñado con el fresco aire del campo de Baerlon, vaya que sí. Apuesto a que allí nunca se preocupan de que te pongan carne podrida en el estofado. Aquí hay que olisquear con cuidado antes de comerse nada. Estoy deseando ir, oh, sí.

Elayne adoptó el gesto severo que su madre ponía siempre que dictaba sentencia.

—Os iríais de Baerlon dos minutos después que los guardias que os escoltaran hasta allí. Y entonces habría que colgaros por incumplir el exilio. Es mucho mejor para vos quedaros en Caemlyn y dedicaros a un nuevo tipo de trabajo. Maese Norry, ¿podríais sacar provecho de un hombre con las dotes de maese Hark?

—Sí, milady —contestó Norry sin hacer una pausa para pensarlo. Una sonrisa satisfecha afloró a sus finos labios, y Elayne comprendió lo que acababa de hacer. Le había proporcionado una herramienta para invadir lo que era territorio de la señora Harfor. Sin embargo, ya no podía dar marcha atrás.

—El trabajo no será tan lucrativo como vuestro anterior «oficio», maese Hark, pero no os colgarán por ello.

—¿No será tan qué, milady? —preguntó Hark mientras se rascaba la cabeza.

—No será tan rentable. ¿Qué decís? Baerlon, donde sin duda cortaréis alguna bolsa u os daréis a la fuga, y se os colgará por cualquiera de las dos cosas, o Caemlyn, donde tendréis un trabajo fijo y no temeréis al verdugo. A no ser que os pongáis a arramblar bolsas otra vez.

Hark se meció sobre los pies mientras se frotaba la boca con el envés de la mano.

—Necesito un trago, vaya que sí —masculló con voz ronca. Seguramente creía que el Localizador le permitiría a Elayne saber si cortaba alguna bolsa. En tal caso, no tenía intención de sacarlo de su error.

Maese Norry miró ceñudo al hombre, pero cuando abrió la boca Elayne se le adelantó.

—Hay vino en la salita. Que tome una copa y después reuníos conmigo en la sala de estar grande.

La sala de estar estaba a oscuras cuando Elayne entró, pero encauzó para encender las lámparas de espejos colocadas contra las paredes revestidas con oscuros paneles, así como para prender la leña esmeradamente ordenada en los hogares que había a uno y otro extremo de la habitación. Después tomó asiento en una de las sillas de respaldo bajo que había alrededor de la mesa de bordes tallados en volutas, y soltó el saidar. Desde su experimento de mantener asido el Poder todo el día, no lo había tenido abrazado más de lo imprescindible. El estado de ánimo le cambiaba de una gozosa agitación a una preocupación taciturna y a la inversa. Por un lado, se había acabado tener que aguantar a Mellar, y a no tardar echaría mano a dos hermanas Negras. Interrogarlas podría conducir a las demás o, al menos, descubrir sus planes. Y si no, esa Shiaine tendría sus propios secretos. Cualquiera que «trabajara» con dos hermanas Amigas Siniestras guardaría secretos que merecería la pena conocer. Por otro lado, ¿qué haría Duhara para intentar obligarla a que la tomara como consejera? Duhara iba a entrometerse de algún modo, pero no alcanzaba a ver cómo. Maldición, como si no tuviera ya bastantes dificultades interponiéndose entre ella y el trono. Con un poco de suerte, esa noche no sólo echaría el lazo a dos hermanas Negras; quizá se descubriría a una tercera, una asesina culpable de diez muertes. No dejó de darle vueltas al tema, de Falion y Marillin a Duhara, incluso después de que maese Norry y Hark se reunieron con ella.

Hark, con una copa de plata en la mano, hizo intención de sentarse a la mesa, pero maese Norry le dio golpecitos en el hombro y le señaló una esquina con un brusco movimiento de cabeza. Malhumorado, Hark fue donde le habían indicado. Debía de haber empezado a beber nada más llenarle la copa, porque la vació de un solo trago y después se puso a darle vueltas entre las manos, la vista prendida en ella. De repente dio un respingo y le dirigió una sonrisa aduladora con la que buscaba congraciarse. Fuera lo que fuera lo que vio en su semblante lo hizo encogerse. Se dirigió a saltitos cortos hacia una mesa larga que había pegada contra una pared, dejó la copa con exagerado cuidado, y después regresó a su rincón con igual premura.

Birgitte fue la primera en llegar, el vínculo rebosante de agotado descontento.

—¿Cabalgar? —dijo, y cuando Elayne se lo explicó empezó a emitir objeciones. Bueno, algunas eran objeciones; el resto, insultos.

—¿De qué plan absurdo y disparatado hablas, Birgitte? —dijo Vandene al entrar en la sala. Llevaba un vestido que le quedaba flojo. Uno de su hermana, y le habría estado perfectamente cuando Adeleas vivía, pero la mujer de pelo blanco había perdido peso. Su Jaem, nervudo y nudoso, echó un vistazo a Hark y se situó donde podía vigilar al hombre. Hark aventuró una sonrisa que se borró cuando la expresión de Jaem siguió siendo acerada. El cabello canoso del Guardián raleaba, pero no había nada de blandura en él.

—Pretende intentar capturar a dos hermanas Negras esta noche —repuso Birgitte a la par que asestaba una dura mirada a Elayne.

—¿Dos hermanas Negras? —exclamó Sareitha, que entraba por la puerta en ese momento. Se ajustó la oscura capa como si las palabras le hubieran dado frío—. ¿Quiénes? —Su Guardián, Ned, un hombre joven, alto, de anchos hombros y cabello rubio, miró a Hark y se llevó la mano a la empuñadura de la espada. También él eligió un sitio desde el que podía vigilar al hombre. Hark rebulló, nervioso, como si estuviera pensando en intentar huir.

—Falion Bhoda y Marillin Gemalphin —contestó Elayne. Sareitha apretó los labios.

—¿Qué pasa con Falion y Marillin? —inquirió Careane mientras entraba en la sala. Sus Guardianes eran hombres dispares, un teariano alto y flacucho, un saldaenino esbelto como una hoja de espada, y un cairhienino de hombros anchos. Intercambiaron una mirada y Tavan, el cairhienino, se recostó en la pared sin quitar ojo a Hark mientras que Cieryl y Venr se quedaban junto a la puerta. Hark torció la boca en una mueca enfermiza.

No había más remedio que volver a explicarlo todo desde el principio, cosa que Elayne hizo con creciente impaciencia, una impaciencia que no tenía nada que ver con sus cambios de humor. Cuanto más tiempo emplearan en explicaciones, más posibilidades había de que Falion y Marillin se marcharan para cuando llegaran a la casa de la calle de la Media Luna. Las quería. ¡Estaba dispuesta a tenerlas! Tendría que haber hecho esperar a Birgitte hasta que hubieran estado todos reunidos.

—Me parece un buen plan —opinó Vandene cuando Elayne terminó—. Sí, funcionará muy bien. —Otros no se mostraron tan de acuerdo.

—¡No es un plan, es una jodida locura! —espetó bruscamente Birgitte. Cruzada de brazos, miró ceñuda a Elayne; el vínculo transmitía un tumulto de emociones que Elayne no lograba descifrar—. Vosotras cuatro entráis en la casa. ¡Solas! Ése es el plan. ¡Es una condenada chifladura! Se supone que los Guardianes han de proteger a sus Aes Sedai, que han de guardarles las espaldas. Dejadnos entrar con vosotras. —Los otros Guardianes manifestaron su acuerdo con gran énfasis, pero al menos la arquera ya no intentaba impedir que la acción se llevara a cabo.

—Somos cuatro —le dijo Elayne—. Podemos guardarnos las espaldas. Y las hermanas no piden a sus Guardianes que se enfrenten a otras hermanas. —El semblante de Birgitte se ensombreció—. Si te necesito, gritaré tan fuerte que podrás oírme aunque estuvieras de vuelta en palacio. ¡Los Guardianes se quedan fuera! —añadió cuando Birgitte abrió la boca. El vínculo rebosó frustración, pero la arquera cerró la boca con un chasquido.

—Quizás este hombre sea de fiar —arguyó Sareitha a la par que echaba un vistazo a Hark con evidente desconfianza—, pero incluso si oyó bien nada nos indica con seguridad que sólo hay dos hermanas en la casa. O alguna. Si se han marchado, no hay peligro, pero si se les han unido otras tanto daría si metiésemos el cuello en un lazo corredizo y bajáramos la trampilla nosotras mismas.

—El peligro es demasiado grande —convino Careane, que asintió con la cabeza y se cruzó de brazos—. Tú misma nos contaste que cuando huyeron de la Torre se llevaron varios ter’angreal robados, algunos realmente peligrosos. Jamás me han llamado cobarde, pero no me apetece intentar acercarme furtivamente a alguien que podría tener una vara que creara fuego compacto.

—Este hombre difícilmente puede haber oído mal algo tan simple como «que sólo seamos dos» —replicó Elayne con firmeza—. Y hablaban como si no esperaran a más. —Maldición. Teniendo en cuenta su posición respecto a ellas, tendrían que haber corrido a obedecer en lugar de discutir sus decisiones—. En cualquier caso, éste no es un asunto para debatir. —Lástima que las dos se hubieran opuesto. De haberlo hecho sólo una podría haber sido una pista. A menos que las dos pertenecieran al Ajah Negro. Un pensamiento tan helador que su frío llegaba a los huesos, pero su plan tenía en cuenta tal posibilidad—. Falion y Marillin no sabrán que vamos hasta que sea demasiado tarde. Si se han marchado, arrestaremos a la tal Shiaine, pero iremos allí.

La comitiva que los seguía a Hark y a ella al salir de las Cuadras Reales era más numerosa de lo que Elayne había esperado. Birgitte había insistido en llevar cincuenta mujeres de la guardia, aunque lo único que harían sería perder horas de sueño; con los yelmos y petos lacados en rojo, negros en la noche, marcharon en una columna de a dos que serpenteó a lo largo de los muros detrás de Aes Sedai y Guardianes. Al llegar a la fachada bordearon la plaza de la Reina, el gran óvalo abarrotado ahora de toscos refugios que albergaban hombres de la guardia y mesnaderos dormidos. Las tropas estaban alojadas en cualquier sitio en el que hubiera un hueco, pero no había suficientes cuartos disponibles en sótanos y áticos cerca de palacio y de los parques adonde los círculos de Allegadas llevarían a los hombres allí donde hicieran falta. La lucha que realizaban era a pie, en las murallas, de modo que los caballos se hallaban todos encerrados en parques cercanos y en los amplios jardines de palacio. Unos cuantos centinelas rebulleron al verlos pasar y giraron la cabeza para seguirlos con la mirada, pero Elayne llevaba la capucha bien echada, de modo que sólo supieron con seguridad que una partida de guardias escoltaba a un grupo en medio de la noche. El cielo seguía oscuro por el este, si bien debían de faltar menos de dos horas para que apuntara el alba. Quisiera la Luz que el amanecer viera a Falion y a Marillin bajo custodia. Y una más. Al menos una más.

Las calles serpenteantes los condujeron por encima y alrededor de las colinas; pasaron ante torres estrechas cubiertas de azulejos que relucirían con un centenar de colores cuando el sol alumbrara y que incluso brillaban tenuemente a la luz de la luna moteada por las nubes, dejaron atrás tiendas silenciosas y posadas a oscuras; simples casas de piedra con tejados de pizarra y palacetes que no habrían desentonado en Tar Valon. El repicar de las herraduras de los caballos sobre los adoquines y el débil crujir del cuero de las sillas hacían mucho ruido en el silencio. A excepción de alguno que otro perro que se escabullía en las densas sombras de los callejones, no se movía nada. Las calles eran peligrosas a esas horas, pero ningún asaltante estaría tan loco como para salir al paso a un grupo tan grande. Media hora después de haber salido de palacio, Elayne condujo a Fogoso a través de la puerta de Mondel, un ancho arco de veinte pies de altura, en la muralla blanca de la Ciudad Interior. Otrora allí había habido guardias de servicio para mantener el orden, pero ahora estaban repartidos por las murallas y no se podía prescindir de ninguno de ellos para tal menester.

Tan pronto como entraron en la Ciudad Nueva, Hark giró al este, hacia un laberinto de calles que serpenteaban en todas direcciones a través de las colinas de la ciudad. El hombre montaba torpemente una yegua albazana que habían buscado para él. Los cortabolsas no subían mucho a una silla de montar. Allí algunas callejas eran muy angostas y fue en una de ellas donde el hombre tiró finalmente de las riendas para frenar; en derredor se alzaban casas de piedra de dos, tres o hasta cuatro plantas. Birgitte alzó una mano para que la columna parara. El repentino silencio pareció ensordecedor.

—Está justo al doblar esa esquina, milady, al otro lado de la calle —informó Hark en un susurro—, pero si llegamos a caballo hasta allí podrían vernos u oírnos. Disculpad, milady, pero si esas Aes Sedai son lo que decís que son, no quiero que me vean. —Desmontó desmañadamente y alzó la vista hacia Elayne al tiempo que se retorcía las manos; el semblante tenía una expresión de ansiedad bajo el claroscuro de la luna.

Elayne se bajó de Fogoso y condujo al caballo hasta la esquina de una casa estrecha de tres pisos, por la que se asomó con precaución. Las casas situadas al otro lado de la calle estaban a oscuras excepto una, un sólido edificio de piedra con cuatro plantas, junto a la puerta cerrada de un patio de cuadras. No se trataba de un edificio ornamentado, pero sí lo bastante grande para que perteneciera a un mercader acaudalado o un banquero. Sin embargo, ni banqueros ni mercaderes solían estar despiertos a esas horas.

—Allí —susurró Hark con voz enronquecida, a la par que señalaba. Se había quedado bastante apartado de la esquina, de modo que tuvo que echarse hacia adelante para apuntar con el dedo la casa. Realmente tenía miedo de que lo vieran—. Es la que tiene luz en el segundo piso.

—Más vale que nos aseguremos y comprobemos si hay alguien más despierto ahí —dijo Vandene, que se había acercado a Elayne y atisbaba por la esquina—. Jaem… No entres en la casa.

Elayne esperaba que el delgado y viejo Guardián cruzara a hurtadillas la calle, pero el hombre se limitó a echar a andar, con la capa bien ceñida para resguardarse del frío de la madrugada. Parecía haber perdido incluso la peligrosa gracia de un Guardián. Vandene debió de notar su sorpresa.

—Andar a hurtadillas despierta recelos y atrae miradas —explicó—. Jaem no es más que un hombre que va de paso, y si es pronto para andar por las calles no lo hace furtivamente, de modo que si alguien lo ve pensará que tiene algún motivo normal y corriente para estar fuera de su casa.

Al llegar a la puerta de las cuadras, Jaem la abrió y la cruzó como si estuviera en su derecho de hacerlo. Transcurrieron largos minutos antes de que volviera a salir, cerrara cuidadosamente la puerta tras él y echara a andar de vuelta calle adelante. Giró en la esquina y la gracia felina reapareció en su modo de caminar.

—Todas las ventanas están a oscuras salvo ésa —le dijo a Vandene en voz queda—. La puerta de la cocina no tiene echado el cerrojo. Lo mismo que la puerta trasera. Ésa da a un callejón. Muy confiadas, para ser Amigas Siniestras. O, de lo contrario, lo bastante peligrosas para que no les preocupen los ladrones. Hay un tipo grandullón durmiendo en el sobrado del establo. Es lo bastante grande para asustar a cualquier ladrón, pero está tan ebrio que no se despertó mientras lo ataba. —Vandene enarcó una ceja en un gesto interrogante—. Me pareció que sería lo mejor. Los borrachos se despiertan a veces cuando uno menos se lo espera. No habríais querido que os viera entrar y se pusiera a meter jaleo. —La Aes Sedai asintió con la cabeza en un gesto de aprobación.

—Es hora de prepararnos —dijo Elayne. Se apartó de la esquina, le tendió las riendas a Birgitte, e intentó abrazar la Fuente. Fue como intentar atrapar humo con los dedos. La frustración y la rabia la inundaron, justo todo lo que era menester suprimir si se quería encauzar. Volvió a intentarlo y de nuevo fracasó. Falion y Marillin iban a escapar. Llegar tan cerca y… Tenían que estar en el cuarto que había luz. Lo sabía. E iban a escapar. La tristeza sustituyó a la cólera, y de repente el saidar fluyó en su interior. Contuvo un suspiro de alivio a duras penas—. Yo combinaré los flujos, Sareitha. Vandene, tú haz lo mismo con Careane.

—No entiendo por qué hemos de coligarnos —masculló la Marrón teariana, pero se puso al borde de abrazar el Poder—. Siendo sólo dos y nosotras cuatro, las superamos, pero coligadas será dos contra dos.

¿Un indicio? ¿Sería que quería que fueran tres contra tres?

—Dos lo bastante fuertes para dominarlas aun cuando estuvieran abrazando el Poder, Sareitha. —Elayne tanteó a través de ella como si fuese un ter’angreal y el brillo del saidar envolvió a la otra mujer cuando la coligación se completó. A decir verdad, las envolvió a las dos, pero Elayne sólo podía ver la parte que rodeaba a Sareitha… hasta que tejió Energía en torno a la otra mujer, y el brillo desapareció. A continuación hizo lo propio consigo misma y preparó cuatro escudos y otros cuantos tejidos, todos invertidos. Casi se sentía mareada por la excitación, pero no estaba dispuesta a que la pillaran por sorpresa. A través del vínculo todavía le llegaba la frustración en Birgitte, pero en todo lo demás la mujer era como una flecha encajada en la cuerda tirante del arco. Elayne le tocó el brazo—. No nos pasará nada. —Birgitte resopló y se echó la gruesa trenza hacia atrás—. No le quites ojo a maese Hark, Birgitte. Sería una pena que hubiera que ahorcarlo porque se dejó llevar por la tentación de huir.

Hark emitió una especie de gemido chirriante. Elayne intercambió una mirada con Vandene.

—Más vale que nos pongamos a ello —dijo ésta.

Las cuatro echaron a andar calle de la Luna Llena adelante, despacio, como si fueran de paseo, y se deslizaron en el patio de cuadras envueltos en sombras. Elayne abrió lentamente la puerta de la cocina, pero las bisagras estaban bien engrasadas y no chirriaron. La cocina de paredes de ladrillo sólo tenía la luz de un pequeño fuego en el ancho hogar de piedra, donde un hervidor echaba vapor, pero bastó para cruzar el suelo sin tropezar contra la mesa o las sillas. Alguien suspiró y Elayne se llevó un dedo admonitorio a los labios. Vandene dirigió una mirada ceñuda a Careane, que pareció avergonzada y se disculpó con un ademán.

Un pequeño recibidor llevaba a una escalera en la parte delantera de la casa. Recogiéndose la falda, Elayne empezó a subirla en silencio gracias a los flexibles escarpines. Fue con cuidado para tener a Sareitha a la vista. Vandene hacía lo mismo con Careane. No podían hacer nada con el Poder, pero ello no significaba que no pudieran hacer nada. En el segundo descansillo se empezó a oír el murmullo de voces. La luz salía a raudales por una puerta abierta.

—… no me importa lo que penséis —decía una mujer en aquel cuarto—. Dejad que sea yo la que se ocupe de pensar y vosotras haced lo que se os dice.

Elayne se acercó a la puerta. Era una sala de estar, con lámparas de pie doradas y lujosas alfombras en el suelo, así como un hogar alto de mármol azul, pero ella sólo tenía ojos para las tres mujeres que había dentro. Sólo una de ellas, una mujer de rostro afilado, estaba sentada. Debía de ser Shiaine. Las otras dos se encontraban de pie, de espaldas a la puerta, la cabeza agachada con aire contrito. Los ojos de la mujer de rostro afilado se abrieron de par en par al verla en el umbral, pero Elayne no le dio tiempo a decir palabra. Las dos hermanas Negras gritaron alarmadas cuando los escudos las aislaron del Poder y unos flujos de Aire les ciñeron los brazos contra los costados y apretaron las faldas alrededor de las piernas. Más flujos de Aire ataron a Shiaine al sillón dorado.

Elayne arrastró consigo a Sareitha al interior del cuarto y la situó donde podía ver las caras de las tres mujeres. Sareitha intentó retroceder. Era posible que sólo quisiera dejarle la posición predominante, pero Elayne volvió a asirla de la manga para que también se la viera. Vandene y Careane se les unieron. El estrecho rostro de Marillin mantenía la calma Aes Sedai, pero Falion gruñía en silencio.

—¿A qué viene esto? —demandó Shiaine—. Os reconozco. Sois Elayne Trakand, heredera del trono, pero eso no os da derecho a invadir mi casa y atacarme.

—Falion Bhoda —empezó tranquilamente Elayne—, Marillin Gemalphin, Shiaine Avarhin, os arresto por Amigas Siniestras. —Bueno, su voz sonaba tranquila, pero por dentro estaba deseando brincar de alegría. ¡Y Birgitte creía que sería peligroso!

—Eso es ridículo —replicó Shiaine con voz gélida—. ¡Camino bajo la Luz!

—Si camináis con estas dos, no —le contestó Elayne—. Sé a ciencia cierta que demostraron pertenecer al Ajah Negro en Tar Valon, Tear y Tanchico. No las habéis oído negarlo, ¿verdad? Eso es porque saben que…

De repente unas chispas la envolvieron desde la cabeza a los pies. Se retorció, indefensa, mientras los espasmos le sacudían los músculos y perdía contacto con el saidar. Vio que Vandene, Careane y Sareitha se sacudían con las chispas que parpadeaban también a través de ellas. Sólo duró un momento, pero cuando las chispas desaparecieron Elayne se sentía como si la hubieran pasado por un escurridor de ropa. Tuvo que sujetarse a Sareitha para sostenerse de pie, y Sareitha se asía a ella con igual afán. Vandene y Careane se sostenían la una a la otra, tambaleantes, ambas con la barbilla sobre el hombro de la otra. Falion y Marillin tenían un gesto de sobresalto, pero la luz del Poder las envolvió en cuestión de segundos. Elayne sintió el escudo cerrarse sobre ella, vio cómo otros escudos se ceñían sobre las otras tres. No hacía falta que las inmovilizaran. Cualquiera de ellas se habría desplomado de no tener apoyo. Elayne habría gritado de haber sido capaz. Si hubiera creído que Birgitte y los demás podrían hacer algo más que morir.

Cuatro mujeres a las que reconoció entraron en la sala. Asne Zeramene y Temaile Kinderode. Chesmal Emry y Eldrith Johndar. Cuatro hermanas Negras. Habría querido llorar. Sareitha gimió quedamente.

—¿Por qué tardasteis tanto? —demandó Asne a Falion y a Marillin. Los oscuros y rasgados ojos de la saldaenina denotaban ira—. Utilicé esto para que no nos sintieran abrazar el saidar, pero ¿por qué os quedasteis ahí plantadas, sin hacer nada? —Agitó una pequeña vara curvada y negra, de una pulgada más o menos de diámetro, que tenía un extraño aspecto deslustrado. El objeto parecía fascinarla—. Es un «regalo» de Moghedien. Un arma de la Era de Leyenda. Puedo matar a un hombre a cien pasos de distancia con esto, o simplemente dejarlo sin sentido si quiero someterlo a interrogatorio.

—Yo puedo matar a un hombre si lo veo —comentó desdeñosamente Chesmal. Alta y atractiva, era la viva imagen de la fría arrogancia.

Asne inhaló por la nariz de manera ruidosa.

—Pero mi objetivo podría estar rodeado por un centenar de hermanas y ninguna sabría qué lo había matado.

—Supongo que tiene su utilidad —admitió Chesmal aunque de mala gana—. ¿Por qué os limitasteis a quedaros ahí plantadas?

—Nos escudaron —contestó Falion con acritud.

Eldrith contuvo la respiración y se llevó una mano regordeta a la redonda mejilla.

—Eso es imposible. A no ser que… —Los oscuros ojos se tornaron más penetrantes—. A no ser que hayan descubierto un modo de ocultar el brillo y los tejidos. Vaya, eso sí que sería de gran utilidad.

—Os doy las gracias por vuestro rescate tan oportuno —dijo Shiaine mientras se ponía de pie—, pero ¿tenéis alguna razón para haber venido aquí esta noche? ¿Os ha enviado Moridin?

Asne encauzó un flujo de Aire que golpeó a la mujer en la mejilla con un sonoro chasquido y la hizo tambalearse.

—Cuida tu modo de hablar y quizá te deje venir con nosotras. O podemos dejarte atrás, muerta.

La mejilla de Shiaine estaba enrojecida, pero ella mantuvo las manos colgadas a los costados y el gesto del semblante, inexpresivo.

—Elayne es la única que nos hace falta —dijo Temaile. Era guapa en su estilo zorruno de cara, pero los azules ojos tenían un brillo malsano. Se lamió los labios con la punta de la lengua—. Me encantaría divertirme con las otras, pero serían una carga que no necesitamos.

—Si vas a matarlas —intervino Marillin como quien charla sobre el precio del pan—, no acabes con Careane. Es una de nosotras.

—Un regalo de Adeleas —murmuró Vandene, y los ojos de Careane se desorbitaron. La mujer abrió la boca, pero no emitió sonido alguno. Las dos mujeres se tambalearon y cayeron sobre la alfombra. Vandene intentó incorporarse, pero Careane se había quedado inmóvil mirando fijamente el techo y con la empuñadura del cuchillo del cinturón de Vandene sobresaliendo debajo del esternón.

El fulgor envolvió a Chesmal y tocó a Vandene con un complejo tejido de Fuego, Tierra y Agua. La mujer de cabello blanco se desplomó como si los huesos se le hubiesen derretido. El mismo tejido tocó a Sareitha, que arrastró a Elayne en su caída y quedó encima de ella. Los ojos de Sareitha ya habían empezado a ponerse vidriosos.

—Sus Guardianes no tardarán en venir —dijo Chesmal—. Otro poco de matanza que hacer.

«¡Corre, Birgitte! —pensó Elayne, que habría querido que el vínculo transmitiera también palabras—. ¡Huye!»

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