CAPÍTULO 2

A VECES el maldito sexo se mete entre medías estropeándolo todo.

Rafe continuó jugando con los restos del delicioso postre que acababa de terminar. Mientras arrastraba con el tenedor los trocitos de chocolate de un lado a otro del plato, su mente estaba ocupada por la mujer que se sentaba en el otro extremo de la larga mesa.

Shelley Sinclair. La conocía de toda la vida, siempre le había complicado la existencia y aún lo hacía. Sería más fácil si no tuviera ese largo y sedoso cabello que terminaba en un suave rizo justo encima de su pecho izquierdo. 0 si no tuviera esos ojos de gacela que parecían esconder un hondo pesar. Por no hablar de su boca sensual que siempre le hacía pensar en largos y tórridos besos y en el aroma de las gardenias. «¿Y por qué gardenias?», pensó. No tenía ni idea.

Se sentía asqueado con sus sentimientos. La miró desde su lado de la mesa. Shelley seguía comiendo el postre. Apenas pudo contener un gemido de deseo al observar cómo llegaba a su preciosa boca de nuevo el tenedor lleno de nata montada. Rafe sentía que era demasiado mayor para ese tipo de cosas. Desear a cualquier otra podía ser un problema, pero desear a Shelley Sinclair era una absoluta locura.

Las cosas no habían sido siempre así. Cuando Shelley era amiga de su hermana pequeña, las dos lo espiaban y se reían de él. Entonces, no se había fijado en ella en absoluto. Jodie y ella eran sólo dos mocosas que hacían de su vida un infierno.

Pero las cosas habían cambiado.

Ahora también conseguía irritarlo, pero de distinta manera. Y no podía dejar que sus sentimientos entorpecieran lo que habían ido a hacer allí. No había contado con tener que participar en la competición ni sabía lo que iba a implicar. Pero ahora que estaban allí, iba a luchar hasta el final para ganar el trofeo. Las Industrias Allman tenían que vencer en el concurso y dependía de él el lograrlo. Claro que iba a ser complicado controlar la situación cuando la propia naturaleza del juego lo obligaba a intercambiar puestos con Shelley. Se decidió a hacer algo al respecto.

La reunión de estrategia había sido frustrarte. Pensaba que Shelley se iba a conformar con iniciar la reunión, jugar a ser jefa un rato, más que nada para respetar el formato del concurso y luego sentarse para permitir que fuera él quien tomara las riendas. Al fin y al cabo, ése era el papel que mejor se le daba y el que le pertenecía. Asíí funcionaban las cosas y todos lo asumían así.

Todos menos Shelley, que parecía pensar de otra forma. Estaba siendo de lo más testaruda. Había diseñado un plan y se lo explicó a todos. Hablaba deprisa, fijando talleres de trabajo para la mañana siguiente, repartiendo instrucciones para todos. Rafe apenas había podido meter baza.

Y justo cuando, harto de la situación, se levantó para tomar las riendas de la reunión, ella lo miró,con gesto triunfante y decidió aplazarla para después de la cena.

Bajaron al restaurante donde los esperaba el resto de los empleados de Industrias Allman congregados en el hotel. Los veintiuno disfrutaron de una excelente cena a cuenta de la empresa. Para Industrias Allman esa competición era importante y mucho más para Rafe, que quería demostrar que podía ser tan competitivo y duro en los negocios como su padre lo había sido. Tenía que dejar claro que era la persona indicada para ocupar el puesto de presidente de la compañía. Le había prometido a su padre que ganarían el concurso y haría todo lo que estuviese en su mano para lograrlo. En los negocios, como en la vida, se había destacado por ser un luchador y un trabajador incansable.

La gente comenzó a abandonar la mesa para dirigirse a sus respectivas habitaciones. Tenían que descansar antes de las reuniones de trabajo de la mañana siguiente. Rafe también se levantó, se despidió de Jim e ignoró la mirada seductora de Tina, la espectacular morena de recursos humanos que llevaba semanas detrás de él.

Se acercó a Shelley y la tomó del brazo.

– Tenemos que hablar -le dijo en un susurro.

– Hablar es barato -contestó ella con media sonrisa-. Creo que sería mejor que me mandases un correo electrónico.

Sus dedos rodearon el brazo de Shelley. No iba a dejar que se le escapara y tampoco iba a pensar en lo agradable que era estar tocando su piel.

– Quieres todas las comunicaciones por escrito para poder usarlas en mi contra, ¿verdad? -le respondió él-. Está muy claro lo que pretendes, Shelley, y no voy a caer en la trampa.

– ¿Qué pasa? ¿Soy más lista de lo que esperabas? -dijo ella mirando la mano que la sujetaba-. Y si lo de tener cerebro no te gusta, ¿qué vas a hacer? ¿Maltratarme?

– Hay muchas formas de intimidar a la gente y algunas se parecen mucho a ti.

– ¿Me estás acusando de usar artimañas femeninas para intimidarte? -preguntó ella, obviamente divertida con la situación.

Rafe abrió la boca y estuvo a punto de contestarle algo que podía haberlo metido en un callejón sin salida. Por fortuna, pudo controlarse y actuar de forma inteligente.

– Shelley, lo único que quiero es hablar contigo. No hagas un drama de ello.

– De acuerdo -dijo ella cediendo-. Sube a mi habitación. Tienes quince minutos de mi tiempo.

Rafe respiró hondo y la miró. Se enfrentaba a un delicado dilema. Cada parte de su ser deseaba pasar la noche con ella en su habitación. Podía imaginarse la suave luz, la música romántica y el sabor de su boca cuando se besaran…

«No, no puede ser. ¿Y el bar?», pensó Rafe.

Pero la música allí sería vibrante y llenaría la atmósfera de sensualidad, de posibilidades y tentaciones. Su boca lo tentaría también en el bar, donde además servían bebidas alcohólicas.

«No, tampoco. Demasiado peligroso», siguió cavilando.

– ¿Por qué no nos damos una vuelta por el canal? -sugirió sin más-. Estaría bien absorber un poco del ambiente local.

El canal, con su paseo lleno de turistas, sería el lugar más seguro e indicado, decidió él.

– Muy bien. Vamos -asintió ella con una ligera mueca de desagrado.

Era una noche muy agradable y cálida. Había un montón de gente en la calle y un ambiente festivo. Las luces de las tiendas y los bares se reflejaban en el agua y por todas partes se oían las risas y la música. Era como una gran fiesta al aire libre.

Pero Rafe se sentía nervioso y crispado. Se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta. Tenía que reprimir su deseo de tomar del brazo a Shelley para guiarla entre la gente.

La miró de reojo. Le llegaba por los hombros, la altura perfecta para él. Se podía imaginar cómo sería pasarle el brazo por la cintura, abrazarla y acurrucarse a su lado.

Blasfemó en un susurro, fastidiado por la dirección que su mente tomaba siempre.

– ¿Qué has dicho? -preguntó divertida, mirándolo con sus grandes ojos castaños y almendrados.

– Perdona -dijo cortante-. Estaba pensando en una idea que…

– Ya, claro. Y como no estás acostumbrado a pensar… -lo interrumpió maliciosamente ella-. ¿Siempre blasfemas cuando se te ocurre una idea?

Se quedó mirándola fijamente, intentando controlar su primer impulso de agarrarla. Para empujarla o para besarla, eso no lo tenía muy claro.

– ¿Sabes qué? -le preguntó-. Eres tan mocosa como cuando éramos pequeños.

– ¿Y sabes por qué? Porque tú sigues siendo el típico abusón de patio de colegio.

Cada vez había más gente a su alrededor y un turista empujó a Shelley con tal fuerza que cayó en brazos de él.

Alguien se disculpó. El primer impulso de Rafe fue buscar a quien la había empujado, pero esa idea se esfumó en cuanto la miró y sintió la fragilidad del cuerpo de Shelley contra el suyo, fuerte y robusto.

El tiempo se paró. No podía respirar. Todo a su alrededor se convirtió en una neblina y lo único que podía ver eran los grandes ojos de Shelley.

Sólo fue una décima de segundo. El momento pasó y los dos se separaron rápidamente, evitándose y dirigiéndose deprisa en dirección al río. Apoyados en la barandilla, dejaron que sus pensamientos los guiaran mientras miraban, medio hipnotizados, el agua bajo sus pies.

Era demasiado tarde para que Rafe negara la evidencia. Sentía una fuerte atracción hacia ella y no le quedaba más remedio que controlarse y disimularla lo mejor posible. Todo lo que Shelley hacía, cómo se movía, lo que decía, tenía una reacción casi física en él. Era el momento de volver a tomar las riendas de su vida. Antes de que la situación se descontrolara por completo. Eso no podía pasar.


Shelley estaba tremendamente confusa. No tenía ni idea de qué le pasaba a Rafe. Se estaba comportando de una forma muy extraña. Supuso que seguramente la odiaba.

Y tampoco la sorprendía. A ella tampoco le gustaba demasiado, aunque aún estaba muy reciente la última fiesta de Nochevieja, cuando los dos habían bebido más de la cuenta. Rafe se había pasado toda la noche haciéndole comentarios sarcásticos y burlones que ella había toreado de la mejor manera posible.

Pero al llegar la medianoche, Rafe la había besado. Había sido un beso que los pilló a ambos por sorpresa. Después, ni siquiera habían sido capaces de mirarse a los ojos. Con cualquier otra persona eso beso habría sido el inicio de un tórrido romance, pero se trataba de ellos dos. Desde entonces, habían mantenido las distancias y no se habían hablado. Shelley estaba segura de que era imposible que mantuvieran una relación cívica normal.

Suspiró y continuó mirando fijamente el agua. El reflejo de las luces multicolores constituía una visión de lo más hipnótica y agradable. Sintió la suave brisa presionando la sedosa tela de su falda contra las piernas.

– Me encanta San Antonio -dijo en un susurro, más para sí misma que para que lo escuchara nadie.

Rafe la miró mientras ella se colocaba el chal alrededor de los hombros.

– Cuando era pequeño me parecía una ciudad enorme -comentó él-. Y ahora me da la impresión de ser más un pueblo grande que una gran ciudad.

– Eso es lo que me gusta de este sitio. Que puedes llegar a conocerlo rápidamente y, sin que te des cuenta, se convierte en parte de ti.

– No he dicho que no me guste. Me gustan las ciudades pequeñas. De hecho, odio las grandes urbes -se defendió Rafe.

Shelley se mordió la lengua. Parecía que él iba a llevarle la contraria sobre cualquier tema. Así que decidió no hablar más.

Ambos siguieron en silencio. Ella lo miró. Rafe seguía observando el agua del río ensimismado, lo que le dio a Shelley la oportunidad de estudiar su rostro. Tenía un aspecto muy masculino y viril, casi descuidado y de rasgos duros. Puramente texano. Recordó lo atractivo que resultaba montando a caballo.

Pero eso formaba parte del pasado, y a Shelley, Rafe nunca le había gustado mucho. Tendría que recordarlo siempre.

De pronto, y como si no hubiera habido un largo silencio entre medias, Rafe continuó hablando con voz suave.

– Mi madre me trajo a San Antonio un fin de semana cuando yo era pequeño. Quería que viera el reflejo de las luces de Navidad en el río.

Le sorprendieron sus palabras, porque parecían sentidas. Había hablado como una persona normal, raro en él. También la extrañó el hecho de que hubieran ido los dos solos a San Antonio, cuando la familia Allman era bastante extensa.

– ¿Sólo vinisteis tú y tu madre? -preguntó extrañada.

– Sólo vino conmigo. Yo tenía unos trece años y mi madre pensó que me merecía algo especial. Creo que intentaba compensarme por el hecho de que Matt fuera claramente el hijo preferido de mi padre -le explicó él.

Rafe se paró de pronto, sin saber por qué le estaba contando todo eso. Y sobre todo a ella, la persona menos indicada.

Quizá fuera porque se conocían desde siempre. Casi habían crecido juntos. Se lamentó de no ser capaz de verla como a una hermana. Lo que sentía cada vez que la veía no tenía nada de fraternal. Sería mejor dejar de mirarla y acabar con el problema.

– Eras el favorito de tu madre -le dijo ella con voz suave.

– ¿Yo? -exclamó sorprendido-. No. Ella no tenía favoritos, era buena con todos.

Siempre que recordaba a su madre la veía con una sonrisa en la boca, la personificación de la dulzura y la paz. Todavía le dolía su pérdida. Para Rafe, ella era perfecta. No le reprochaba nada.

– Era una mujer maravillosa. Demasiado joven para morir -agregó ella-. Y estoy segura de que tú tenías un lugar especial en su corazón. Lo sé.

Shelley recordó con pena aquellos dolorosos días, cuando la madre de Jodie se estaba muriendo debido a las complicaciones de una operación de corazón.

– Pero sólo eras una niña. ¿Cómo podías haber notado cosas como ésa? -le preguntó él mirándola con el ceño fruncido.

– No lo sé, pero lo hice -respondió con una sonrisa.

Rafe se quedó mirándola para luego apartar la vista mientras la sonrisa de Shelley se marchitaba.

La conversación estaba haciendo que afloraran un montón de recuerdos. Había pasado tanto tiempo en casa de los Allman que eran casi su propia familia. Quizás porque, entonces, ella no tenía vida familiar en su casa. Su madre, que era soltera, estaba siempre demasiado ocupada. Y Shelley no tenía más familia que ella. Millie siempre le ocultó quién había sido su padre, por lo que acabó inventándose uno. Se lo imaginaba alto, guapo, amable y cariñoso. El hombre perfecto. Pero nunca pudo tocarlo y su imagen desaparecía siempre como el humo. Uno de los problemas de tener un padre imaginario.

Siempre había sentido un vacío en el corazón. Cada noche rezaba para tener un hermano o una hermana, hasta que se hizo lo suficientemente mayor como para darse cuenta de que eso no iba ocurrir. Y entonces fue cuando se encariñó con los Allman.

– Supongo que no has salido mal del todo, a pesar de haber perdido a tu madre y quedar al cuidado de tu despótico padre -le dijo ella.

– Mi padre no está tan mal -se defendió él encogiéndose de hombros.

– ¿Qué? -Shelley no podía creerse lo que había oído-. Eso será porque ahora ya no puede pegarte, ¿no? Ahora eres más fuerte que él.

Rafe la miró como si estuviera loca.

– ¿Qué dices? No me pegaba tanto.

Rafe se apoyó en la barandilla y se cruzó de brazos. Sabía que nadie lo entendía. Era verdad que su padre había sido duro con él. Pero eso sólo hacía más gratificarte ver la cara de sorpresa de su progenitor cuando conseguía recuperarse.

– El es de otra generación y así era como se hacían las cosas antes. Es un hombre de su tiempo.

Shelley no podía creer que lo defendiera. Jesse Allman era todo un personaje, legendario en la localidad texana de Chivaree, su pueblo natal. Había sido un trabajador incansable, había logrado sacar a su familia de la pobreza y había montado un negocio de lo más lucrativo. Era un genio y un hombre de éxito que se había hecho a sí mismo. Pero no se podía decir que hubiese sido un padre cariñoso y atento.

– Tú no pegarías a un niño, ¿no? -le preguntó ella.

– Supongo que te refieres a dar azotes, ¿verdad? -dijo con resignación-. No, supongo que no lo haría. ¿Y tú?

– Yo nunca voy a tener hijos -contestó ella.

– Ya veo. Estás centrada en llevar tu carrera profesional a lo más alto, ¿no? -preguntó mirándola.

La verdad era que Shelley nunca se había considerado una mujer de carrera, pero suponía que era así. Al fin y al cabo, no era lo peor que la podían llamar.

– Supongo -reconoció de mala gana.

– Bueno, no te va mal. Clay, del departamento legal, me ha hablado bien de tu trabajo.

Clay Branch era su supervisor. Otro pesado con el que tenía que convivir a diario.

– Si me va bien en este concurso quizá me haga finalmente caso y me deje hacer el curso de dirección que llevo tiempo solicitando.

– ¿Quieres ser directora de departamento?

– Lo que quiero es avanzar en mi carrera. Y ésa es la única vía clara que veo, ¿no te parece?

– Supongo -dijo con una sonrisa-. Así que por eso estás tan contenta de poder darme órdenes, ¿eh?

– Yo no me he inventado las normas de esta competición -respondió ella a la defensiva-. Pero tampoco me voy a dejar intimidar por ti. ¿Es que te sientes amenazado, señor jefazo?

Rafe no contestó, pero se movió inquieto, y ambos decidieron seguir caminando. Pasaron al lado de un pequeño bar de copas del que salían las notas musicales de una guitarra acústica. Hacia esa zona del canal había menos gente y menos luces.

– Estuviste viviendo aquí, ¿no?

Shelley asintió con la cabeza. Se sentía incómoda. No le gustaba recordar ese período de su vida.

– Durante muy poco tiempo -murmuró mirando a otro lado.

– Y trabajaste para Jason McLaughlin, ¿verdad?

Su pregunta la pilló por sorpresa. Lo miró de reojo. Se preguntaba cuánto sabría de todo aquello.

Tiempo atrás, los McLaughlin habían sido la familia más poderosa de Chivaree, donde los Allman eran poco más que unos parias. Pero durante la última década las cosas habían cambiado radicalmente y ahora la familia de Rafe era rica y dirigía una empresa que había empujado a los McLaughlin a un segundo plano.

Entre las dos familias había una gran rivalidad. Los McLaughlin se consideraban los más importantes de la ciudad por derecho propio, y pensaban que los Allman eran sólo nuevos ricos.

Por ello le había sido tan difícil a Shelley, que de pequeña había estado tan compenetrada con los Allman, el aceptar un trabajo en la empresa de los McLaughlin. Muchos la habrían considerado una traidora y ella misma no entendía por qué lo había hecho. Había sido una locura aceptar ese trabajo, no había tenido mucho sentido común al hacerlo. Por eso, aún le costaba hablar de esa parte de su vida. No estaba orgullosa de ella.

– Eso fue hace mucho tiempo -se defendió de forma evasiva.

– Sólo hace algo más de un año, ¿no? -dijo él parándose para contemplarla de forma acusatoria-. Así que supongo que esto para ti es una especie de reencuentro, ¿verdad?

– ¿De qué estás hablando? -preguntó tan nerviosa que apenas podía controlar su respiración.

– Acabo de verlo en la lista de participantes. McLaughlin S.A. es una de las empresas que toman parte en la competición -dijo mirándola con extrema dureza-. Jason está aquí, ¿no lo sabías?

– No, no lo sabía -contestó ella sin aliento.

Necesitaba apoyarse en algún sitio. Había recibido una fuerte impresión, pero no podía mostrar sus sentimientos. Sabía que a la empresa de Jason le iba bien, pero nunca tanto como para participar en ese tipo de concursos. «¿Por qué habrán tenido que venir precisamente a éste?», se lamentó.

– ¿Por eso solicitaste venir este año a pesar de que ya habías estado presente en la pasada edición?

Lo miró furiosa, perpleja de que Rafe pensara que lo que quería era estar cerca de Jason McLaughlin de nuevo. Se dio cuenta, avergonzada, de que Rafe sabía que había mantenido una relación con Jason en el pasado. Al fin y al cabo, mucha gente estaba al tanto, así que seguramente hubiera llegado a sus oídos también. No estaba orgullosa de esa relación y la enfurecía que él pensara que estaba intentado volver con Jason.

– No te preocupes, Rafe. No voy a desatender el concurso para perder el tiempo con los competidores. Vamos a luchar todo lo que podamos para que consigas tu ansiado trofeo.

Se giró para seguir andando, pero él la agarró del brazo y la retuvo.

– No hables como si esto no fuera contigo. Nadie más que tú debería entender lo trascendental que es esta competición. Los dos venimos de familias pobres y sabemos lo importante que es luchar y esforzarse para conseguir algo de dignidad.

Shelley miró para otro lado; no le iba a dar la razón ni a participar en su retórico discurso.

– Nosotros no somos como los McLaughlin. Ninguno de los dos. No hemos tenido cubiertos de plata y hemos luchado cada día. Así que supongo que me entiendes cuando te digo lo importante que es que ganemos esto. Y parte del placer estará en darles una paliza a los McLaughlin.

– ¿Darles una paliza a los McLaughlin? -repitió ella despacio.

– Eso es. Ellos siempre han tenido el apoyo de la clase dirigente. Nosotros somos David y ellos Goliat. Tenemos que pelear más.

Era tan típico de Rafe. Siempre luchando e intentando demostrarle a su padre de lo que era capaz. Y verdaderamente era capaz de muchas cosas y casi todo se le daba bien. Era una pena que Jesse Miman no pudiera verlo.

Pero Shelley se negaba a compadecerse de Rafe. Sabía que él estaba pendiente de su reacción. Quería saber que estaba de parte de Industrias Allman y que no iba a desertar para irse con el enemigo. Pero no iba a darle la satisfacción de tranquilizarlo con palabras reconfortantes.

– Pensé que, ahora que Jodie se va a casar con Kurt McLaughlin, las cosas cambiarían. Y la disputa entre las dos familias iría desapareciendo -dijo ella mirando al río.

– La disputa desaparecerá cuando los McLaughlin dejen de ser unos canallas insensibles -espetó él con gran dureza-. Exceptuando a Kurt, por supuesto. Él siempre ha sido diferente.

Ella asintió con la cabeza. Era verdad. Kurt había empezado a trabajar para Industrias Allman hacía unos meses, a pesar de las críticas y el rechazo de miembros de su familia. Poco después, fue Jodie la que se unió a la empresa familiar y el flechazo surgió rápidamente.

Shelley quería mucho a Jodie y sólo deseaba su felicidad. Al principio estuvo bastante preocupada por el hecho de que estuviera saliendo con un McLaughlin. Por experiencia sabía que todos los años de odio entre ambas familias estaban basados en algo más que el simple rencor.

De vuelta al hotel, Shelley seguía pensando en los McLaughlin. Durante un tiempo, había estado tan enamorada de Jason McLaughlin que había sido incapaz de ver claro. Probablemente esa hubiera sido la razón por la que no se dio cuenta de lo imbécil que era hasta que fue demasiado tarde.

Quizá no estuviera siendo justa. El problema no había sido lo imbécil que era Jason, sino su propia inocencia y lo ciega que había estado. Cuando empezaron a salir, no tenía ni idea de que él estuviera casado. Después se enteró de que se trataba de una relación de lo más tormentosa donde las separaciones duraban más que las reconciliaciones. Comenzó su relación con él durante una de esas separaciones y lo creyó cuando le dijo que su matrimonio estaba muerto. Sólo una tonta lo hubiera creído. Todo eran mentiras, una detrás de otra. Estaba demasiado abrumada por la situación y demasiado enamorada de él. No era que no tuviera cabeza, sino que no la había usado en absoluto. Todavía sentía escalofríos al recordar el día que su esposa regresó y descubrió que Shelley se había instalado en su piso. Nunca podría olvidar el desprecio que reflejaron los ojos de aquella mujer. Y lo peor era saber que se tenía bien merecido su menosprecio.

– Así que vas a cooperar, ¿verdad? -preguntó él en busca de su apoyo.

A Shelley no le apetecía en absoluto tranquilizar a Rafe. No necesitaba más confianza de la que ya tenía, así que lo miró y le hizo una mueca.

– ¿Todavía estás obsesionado con ser siempre el número uno? ¿Eso es la vida para ti? ¿Una competición donde siempre tienes que ganar?

– ¿Qué tiene de malo ganar? Es mejor eso que ser un perdedor -dijo con tono sarcástico-. ¿0 es que a ti te gustan los perdedores?

– La verdad es que no. Yo prefiero a personas de buena voluntad.

Rafe farfulló algo y luego se paró.

– ¿Buena voluntad? Yo tengo montones de eso.

– ¿En serio? -dijo ella escondiendo una sonrisa y con cara de incredulidad-. Debería haber sido más clara. Lo que quería decir es que prefiero a gente con inquietudes culturales y de otro tipo -concluyó con tono altivo.

– Inquietudes… ¡Ya! -dijo él pretendiendo estar ofendido-. Perdóname mientras me ajusto mi pañuelo de vaquero.

– Adelante. Estás disculpado -agregó ella divertida.

– ¡Cuánta cortesía! Me estás sacando los colores.

– Entonces he logrado lo que quería -contestó con una sonrisa traviesa.

– No creas. Voy a ser todo un desafío para ti. Te voy a poner las cosas muy difíciles. Más de lo que te imaginas.

– Me estás dando miedo. Tengo mucha imaginación -dijo ocultando su sorpresa-. A lo que me refería es que prefiero a hombres más sofisticados.

– Ya. Supongo que prefieres a hombres como Jason McLaughlin.

El comentario la atizó como una bofetada que le hizo girar la cabeza para observarlo. Y, aunque increíble, el caso era que Rafe parecía disgustado con la idea.

– Perdona -susurró él-. Ha sido un golpe bajo.

– Si tú lo dices… Al fin y al cabo, eres el rey -contestó con sequedad.

– ¿De qué? ¿De los golpes bajos?

– Y de otras indignidades y humillaciones.

– ¿Indignidades? -repitió él imitándola-. Hay que ver qué bien hablas ahora. Pero yo te conozco desde que éramos dos chavales de pueblo. A mí no me engañas -agregó acentuando su acento sureño hasta parecer un auténtico paleto.

Se estaba riendo de ella, pero con amabilidad, no como lo solía hacer cuando eran pequeños. Shelley pensó que si no tenía cuidado iba a acabar cayéndole bien.

– A lo mejor no se te puede engañar, pero sí se te puede convencer. Eres listo y sabes que no hay nada malo en intentar alcanzar algo mejor.

Un bullicioso grupo de jóvenes se dirigió hacia ellos y Rafe colocó su mano en el cuello de Shelley para guiarla y apartarla del camino de los chicos.

– Siempre que no se te olvide de dónde vienes -dijo él.

Era muy agradable sentir su mano en el cuello. Su calidez se filtró por todo su cuerpo. Shelley se apartó ligeramente y de forma disimulada para deshacerse de su mano.

– Mírate a ti -dijo ella. Esta misma tarde llevabas puesto tu traje, con corbata, camisa blanca impecable y unos pantalones perfectamente planchados. Tenías un aspecto estupendo. Mucho mejor de lo que tu padre ha estado nunca.

– Así que es de ese modo como se puede alcanzar algo mejor en tu vida, con un buen traje y ya está. ¿Es eso lo que me estás diciendo? -dijo con el ceño fruncido-. Para que lo sepas, nadie ha trabajado más ni ha luchado más para conseguir esa vida mejor de la que hablas, que mi padre.

– Nadie excepto mi madre -le respondió ella-. ¿Cómo crees que consiguió mantener el Café Millie estando sola?

– Vale. Pero mi papá es mejor que tu mamá -repuso divertido.

– No lo es -contestó Shelley siguiéndole el juego.

– Sí que lo es.

– Bueno, a lo mejor sí. Pero mi mamá cocina mejor.

– ¡Vale, vale! -asintió él-. Ahí me has pillado.

Ya estaban de vuelta frente al hotel. Se pararon sin articular palabra. Ninguno de los dos quería entrar. Shelley se giró para mirarlo y se cruzaron sus miradas.

– Entonces, ¿juras que no has venido a la conferencia por lo de Jason McLaughlin? -inquirió él.

Dudó un momento y luego levantó su mano como una girl-scout.

– Lo juro. La verdad es que, de haberlo sabido, lo más seguro es que no hubiera venido.

– Entonces, ¿por qué has venido? ¿Qué motivo oculto tienes? -le preguntó con suavidad.

No pudo sostenerle la mirada. La verdad era que tenía un motivo oculto, Rafe había dado en el clavo. Había decidido asistir en el último momento porque sabía que no tendría una oportunidad como aquélla para hacer de detective y averiguar algo que necesitaba saber. Pero no podía decírselo a Rafe, porque eso implicaría desvelarle un secreto que otra persona le había confiado.

– Hay algunas cosas que son privadas y punto -dijo finalmente mirándolo de nuevo-. Mis razones no tienen nada que ver con la empresa y no tienes derecho a preguntármelo.

– ¿No me lo vas a decir? -preguntó atónito.

– No tienes necesidad de saberlo -insistió ella encogiéndose de hombros.

Y era cierto. Deseaba que aceptase lo que le decía y dejar el tema de una vez por todas.

– Lo único que consigues con eso es que aumenten mis sospechas.

– Pues sospecha todo lo que te dé la gana, corazón -dijo ella sacudiendo su sedosa melena y exagerando su acento sureño.

Rafe estaba siendo imposible pero, al fin y al cabo, así era él. Durante unas horas se le había olvidado lo difícil e insufrible que podía llegar a ser.

– Lo único que me importa es que hagas un buen trabajo para mí mañana. Porque, por ahora, yo soy la jefa -añadió ella.

Lo miró con aire retador, se dio la vuelta y se dirigió a los ascensores.

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