CAPÍTULO 4

N0 DEBERÍA haberla besado.

Rafe observó el gráfico que Candy Chang había colgado para decirles cuando tenían que presentar su informe. Lo observaba pero su mente estaba en otra parte, aún en la boca de Shelley. Estaba participando en una de las reuniones de trabajo en la habitación de ella. Era una reunión fundamental para la competición y, aún así, no podía pensar en otra cosa que no fuera en besarla de nuevo.

Para él era obvio que Shelley no pensaba lo mismo. Le había faltado tiempo para librarse de él y de sus brazos. Y él había hecho lo que había podido para salvaguardar su maltrecha dignidad masculina.

Estaba enfadado consigo mismo por lo que le estaba pasando… No estaba acostumbrado a ser así. Tenía que conseguir concentrarse. La competición era importante. Y besar a Shelley, desde su punto de vista, no lo era.

Era su turno en la presentación de propuestas individuales para la elección de un plan de acción común. Estaba convencido de la idoneidad de su idea y sabía que ganarían la competición si se hacían las cosas tal y como él las tenía planeadas. Su estrategia era buena y tenía que funcionar.

Shelley ya había presentado la suya. Una idea que le hizo sentir compasión por ella. Consistía en una especie de guardería o algo parecido. Ella lo había denominado «Cambio en los objetivos del departamento de Recursos Humanos para hacer posible que los empleados con hijos puedan compartir su jornada laboral con otros empleados». Según lo que Rafe había entendido, el fin era que los empleados con hijos, normalmente mujeres, no tuvieran que abandonar sus puestos de trabajo al no poder conciliar vida laboral y familiar.

La verdad era que no había estado muy atento a su discurso. Por un lado, el tema no lo seducía y, por otro, estaba obsesionado con sus labios y con cómo se movían al formar palabras. Demasiado obsesionado para fijarse además en el contenido.

Sus labios eran gruesos y carnosos. Tan seductores que Rafe no podía pensar en otra cosa que no fuera en besarlos otra vez.

Se arrepintió de no haberle dicho que no se molestara en presentar su idea. Todo el mundo estaba haciéndole preguntas y, con ello, perdiendo el tiempo. Rafe estaba convencido de que todos quedarían encantados con su plan y olvidarían rápidamente el de ella.

Miró el reloj. Pensó que quizás pudieran terminar pronto la reunión, echar a todo el mundo de allí y disfrutar de un rato juntos antes de que comenzaran las sesiones de tarde. No pudo evitar mirar hacia la cama de forma involuntaria. Se imaginó los dos cuerpos deshaciendo el lecho y arrugando las sábanas. No pudo controlar una sonrisa. Cuando levantó la vista, Shelley lo estaba mirando. Se sonrojó ligeramente y se maldijo por ello. Al lado de ella se sentía como un adolescente de nuevo, a pesar de que, durante esos años, nunca se habría sentido atraído por Shelley Sinclair.

Quizás ése fuese el antídoto. Si pudiera rebobinar y pensar en la Shelley Sinclair de su adolescencia, cuando no la aguantaba, podría dejar de pensar en ella y enterrar su obsesión.

Entrecerró los ojos recordando el último verano antes de que ella se fuera a la Universidad. La primera imagen que se le vino a la mente fue la de Shelley durante la merienda que celebraron el cuatro de julio, la fiesta nacional. Llevaba un precioso vestidito de tirantes, el pelo recogido sobre la cabeza con adorables tirabuzones. Pero todo se fue al traste cuando alguien la empujó al agua mientras estaba en el muelle y salió del lago escupiendo agua. Parecía una rata a punto de ahogarse.

El recuerdo le trajo una sonrisa. Todos se habían partido tido de risa al verla así. El también había reído con ganas hasta que algo llamó su atención y se le congeló la sonrisa. La tela del vestido, completamente empapada, se había pegado a su joven cuerpo dibujando su anatomía. Por primera vez, Rafe se dio cuenta de que ya no era una niña. Recordaba su pecho, la estrechez de su cintura y su cadera, sensual y redondeada. Él seguía considerándola una mocosa, pero Shelley se había convertido en una mujer atractiva y muy bien proporcionada.

– ¿Rafe?

– ¿Qué? -contestó con cara de culpabilidad.

– ¿No tenías una propuesta que hacer para el concurso?

– ¡Ah! ¡Sí! ¡Claro!

Se levantó, preparándose para hablarles. Los conocía a todos, a algunos bastante bien, y estaba seguro de que les gustaría su idea. Así que se dispuso a soltarles su discurso e intentar convencerlos, como buen vendedor que era.

– Espero contar con vuestra discreción en lo que os tengo que decir -dijo mirándolos con seriedad-. He recibido una información hoy mismo que no será anunciada hasta el lunes. El rancho Quarter Season está a la venta.

Rafe observó con satisfacción la sorpresa en la cara de sus empleados. Ese rancho era uno de los más grandes y antiguos de la comarca. ' Su dueño, el nonagenario Jake Quartermain, nunca había querido deshacerse de él. Pero las cosas parecían haber cambiado y el deseo de sus nietos había prevalecido después de todo.

– ¿Qué implicaciones tiene eso para nosotros? -preguntó Candy.

Rafe sonrió y permaneció callado, deleitándose con la expectación creada. Les explicó entonces que esa noticia los debería empujar a trabajar más duro, creando las presiones necesarias para hacerse con ese terreno. Deberían diseñar cuanto antes planes para el uso de esa tierra. Se trataba de una gran extensión de terreno que podría dar cabida a un enorme número de viñedos. La orografía y la composición del suelo eran perfectos para ese tipo de cultivo, donde hasta entonces sólo había habido vacas. Tenían que conseguir que Industrias Allman se hiciera con el rancho, bloqueando así el crecimiento de sus competidores directos.

– Va a ser una lucha encarnizada -advirtió Jerry Pérez, el director de fábrica, algo escéptico-. Habrá un montón de promotores inmobiliarios deseando hincar el diente a esos terrenos.

– Por eso tenemos que ser rápidos consiguiendo apoyo entre las autoridades, para lograr que respalden nuestro proyecto. He estado hablando con algunos contactos míos en Austin esta misma mañana. Pero lo que es importante que sepáis por el momento es que tenemos que ponernos a elaborar nuestro plan de ataque ahora mismo. Y ese mismo plan será el que presentemos como nuestra particular aportación a este concurso -se calló un momento, sonriendo con satisfacción a los presentes-. Es buena idea, ¿verdad? Ya que tenemos que hacer este curso, al menos aprovecharemos el tiempo para adelantar el trabajo. Y, cuando lleguemos el lunes a nuestros despachos, la mitad de la labor estará ya hecha.

Siguió explicándoles los pormenores del plan. Estaba entusiasmado con la idea y veía que su energía estaba siendo contagiosa. Todos lo escuchaban atentos y asentían con la cabeza. Estaba encantado con la idea y creía tenerlos comiendo ya en la palma de su mano.

Al terminar su exposición, los miró con anticipación.

– Bueno, ¿qué os parece todo esto? -preguntó con seguridad.

Todos se quedaron callados durante largos segundos.

– Parece buena idea, Rafe. Pero… -confesó Candy algo indecisa-. Pero será mejor que votemos, ¿no?

– ¿Votar? -dijo encogiéndose de hombros-. ¡Claro! ¿Por qué no? A ver, todos los que estéis a favor de mi plan, levantad la mano.

– ¡Espera! -exclamó Candy mirando a Shelley-. ¿No sería mejor votar en secreto?

Shelley se levantó lentamente. Tenía la cara encendida, parecía enfadada y Rafe no tenía ni idea de por qué se sentiría así.

– Sí -dijo mirando a Rafe desafiante-. Debemos votar en secreto. Me parece lo más apropiado.

Rafe, seguro de que ganaría su idea, suspiró por lo que consideraba iba a ser una pérdida de tiempo.

– De acuerdo -asintió finalmente-. Venga, vamos a hacerlo de una vez.

La cosa llevó su tiempo. Buscaron una libreta con papeles suficientes para todos. Hubo que reunir lápices para cada uno y luego Shelley insistió en que se resumieran brevemente las dos ideas para que todo el mundo lo tuviese claro.

– Mi programa trata de solucionar los problemas a los que se enfrentan los padres trabajadores: quién cuida de los más pequeños, qué hacer cuando se ponen malos y no puedes acudir a tu puesto de trabajo o cómo solucionar quién se queda con ellos después del colegio. Para solventarlo vamos a crear una zona de guardería donde todos los padres podrán traer a los niños y cada padre se turnará en el cuidado de ellos. Se trata de compartir el trabajo y conciliar la vida laboral y familiar. La empresa contratará a un supervisor que coordinará todo esto y proporcionará tiempo libre a cada padre participante.

Shelley resumió después la idea de Rafe, enfatizando sus beneficios de manera honesta. Rafe estaba satisfecho con la definición que hizo de su plan, pero seguía estresado sobre el precioso tiempo que estaban perdiendo con la votación.

Cuando llegó el momento, escribió el nombre de su propio plan en la papeleta, la dobló y se la pasó a Candy. Después se sentó frente a Shelley, desde donde tenía una vista perfecta de sus labios. Ella levantó la vista y lo vio observándola. Rafe sonrió con seguridad. Se había propuesto no ocultarle más que se sentía atraído por ella.

Shelley no le devolvió la sonrisa. Sostenía las papeletas en las manos.

– Gracias a todos por participar -dijo con calma-. Mi plan ha ganado. He elaborado un guión y listas para cada uno de vosotros. Tomad uno de estos papeles al salir de la habitación. Se ha hecho tarde y la próxima conferencia empieza en media hora. Así que si no tenéis ninguna pregunta…

– ¡Espera un momento! -dijo incrédulo-. ¿Qué quieres decir con que tu plan ha ganado?

– He conseguido más votos, Rafe -contestó ella sin miedo tras humedecer sus seductores labios.

– No me lo creo. Déjame verlos.

– Tengo más votos y punto -insistió enfadada-. ¡Déjalo estar, Rafe!

– No puede ser. Mi plan es perfecto.

Ninguno de los empleados lo miró a la cara. Todos estaban demasiado ocupados disimulando su incomodidad. Rafe comenzó a darse cuenta de que las cosas no iban a salir como las había planeado.

– Tu plan es muy bueno -asintió ella-. Pero el mío ha ganado la votación.

A Rafe le pareció reconocer un brillo triunfante en los ojos de Shelley.

– ¿Cuál ha sido el resultado? -le exigió.

– Pero, ¿por qué no lo olvidas y…?

– Quiero saberlo. ¿Cuál ha sido el resultado? -insistió.

– Seis votos para mí, uno para ti -dijo ella suspirando.

Al principio pensó que no la había oído bien, pero luego se dio cuenta de que todos se estaban amotinando contra él. Los miró a todos como a traidores.

– No -dijo sacudiendo la cabeza-. No puede ser que prefiráis el de Shelley por encima del mío. Va en contra de toda lógica.

– Mira Rafe -dijo Candy finalmente-. Es verdad que tu idea tiene mucho potencial, sobre todo desde el punto de vista de los beneficios que podría reportar a la empresa. Si estuviéramos en nuestros despachos estaríamos trabajando en ello. Pero el caso es que hay que pensar en el jurado de este concurso. Ya lo hemos estado hablando nosotros antes de que vinieras -añadió mirando a sus compañeros en busca de apoyo-. Sólo la mitad de los miembros del jurado pertenecen al mundo empresarial. Entre el resto hay un presentador de televisión, un periodista y el presidente de una asociación local de jardinería. Estas personas van a favorecer las ideas que promuevan las relaciones personales por encima de los beneficios económicos. Y el plan de Shelley para el cuidado de los niños se mueve en ese territorio.

Rafe los miró a todos uno por uno y se paró en Shelley. Se sentía furioso, ofendido e incluso traicionado. Sabía que todo eso no hubiera pasado si ella no se estuviera tomando tan en serio su nuevo papel de jefa. Era su particular venganza. Se moría por arremeter contra todos y decirles lo que pensaba de ellos.

Pero no era imbécil. Sabía que sería una pataleta absurda. No lo llevaría a ninguna parte y le haría parecer un mal perdedor. Él sabía que lo era, pero no deseaba que los otros se diesen cuenta.

Intentó calmarse. No era el fin del mundo, y ya encontraría la manera de imponer sus criterios. Así que respiró hondo, se tragó el orgullo y les sonrió a todos.

– Muy bien. ¿Qué tengo que hacer yo?

Shelley levantó una ceja y lo miró incrédula. A ella no podía engañarla. Sabía que no se daba por vencido tan fácilmente.

– Candy va a grabar algunas imágenes que servirán para ilustrar nuestro plan. Un par de personas se encargarán de ayudarla. Ya he hablado con el director de un colegio cercano y me ha asegurado que no habría problema alguno.

– De acuerdo. ¿Y qué hago yo? -insistió Rafe.

El móvil de Shelley sonó antes de que pudiera contestarle. Se disculpó y se acercó a la ventana de la habitación para atender la llamada. Los demás aprovecharon para levantarse, recoger sus listas de tareas y charlar animadamente entre ellos.

Rafe sonreía y contestaba a las preguntas y comentarios, pero estaba demasiado concentrado en Shelley y esa llamada telefónica para participar activamente en la conversación. Consiguió distinguir algunas frases.

– Muchas gracias por la información -dijo ella-. Me pasaré por allí en cuanto pueda.

Se volvió a mirarlo mientras guardaba el móvil. Él sostuvo su mirada, pero no le sonrió.


Shelley sabía que debería sentirse satisfecha. Debería estar dando saltos de alegría. No podía creerse que hubiera vencido la votación contra el gran Rafe Allman.

Ella había sido la primera sorprendida con el resultado de la votación y con el amplio margen a su favor. A todos les había encantado su plan. A todos menos a Rafe, que ni siquiera la había prestado atención durante su exposición. Pero el hecho de que los demás la hubieran votado y apoyado le daba una nueva energía y un poder que no había sentido en mucho tiempo. Parecía que por fin había conseguido hacer algo bien.

Pero al ver cómo estaba Rafe, se le atragantó la victoria. No le gustaba ver a nadie perder. Ni siquiera a Rafe Allman. Sabía que Rafe debía sentirse como si le hubieran quitado la silla para que se cayera. También se temía, conociéndolo como lo conocía, que guardara un as en la manga. No era propio de él rendirse como lo había hecho. Shelley tendría que tener mucho cuidado con él.

A pesar de ello, todo había ido bien. Estaba soportando mejor de lo que pensaba la presencia de Rafe en el equipo.

Sólo había habido un pero: el apasionado beso de esa misma mañana había sido un inoportuno desliz. Pero Shelley se prometió que aquello no se volvería a repetir. De todos modos, tampoco podía permitirse el lujo de obsesionarse con ello en ese momento. Tenía que escaquearse como fuera para intentar localizar a Quinn en la dirección que un antiguo amigo de ella le acaba de proporcionar.

Salió de la sala de conferencias por la parte de atrás y bajó al vestíbulo intentando no ser vista por ningún conocido y sintiéndose como una estudiante haciendo novillos. Al fin y al cabo todas las conferencias hablaban sobre la importancia de hacer las cosas con sentido común. Algo que, según Shelley, ella poseía a raudales.

Avisó desde su móvil al aparcacoches para que dejara su automóvil frente a la entrada. Cuando llegó, la estaba esperando. Le dio una propina al mozo y se metió en el coche. No se dio cuenta de que tenía compañía hasta que el aparcacoches cerró su puerta.

– ¡Rafe Aílman! -exclamó desesperada al verlo en el asiento de copiloto-. Sal de aquí ahora mismo.

– ¿Por qué? -dijo él fingiendo sorpresa e intentando parecer inocente.

Se mordió el labio para no gritarle, y levantó la mano suplicante.

– Porque tienes que asistir a la sesión de la tarde.

– Si tú puedes perdértela, yo también -contestó desconcertado.

– ¡Ah! -exclamó ella cerrando los ojos e intentando controlarse-. Hay algo que tengo que hacer. Volveré en cuanto pueda. Va a ser muy rápido, pero necesito que haya alguien que controle al equipo y se encargue de que trabajen en sus distintas tareas. ¿Por qué no entras en el hotel y…?

– ¡Buen intento, Shell! Pero no cuela. Tú eres la jefa, ¿recuerdas? Además, estamos trabajando en tu idea. Eres indispensable.

– ¿De eso se trata? ¿Estás atacándome porque mi idea ganó la votación? -dijo mirándolo fijamente.

– Claro que no me ha gustado perder. Mi idea era muy buena. Era una oportunidad increíble. Cuento con información privilegiada y creo que deberíamos estar aprovechándonos de ella.

Rafe estaba seguro de que Shelley tendría que reconocer que estaba en lo cierto y darle la razón. Cualquier persona en sus cabales lo haría. A no ser que estuviera influirla por rencores y enfados personales.

– ¡Qué pena! -contestó ella con dureza.

– ¡Venga, Shelley! Sabes que mi idea tendría más éxito que la tuya. Está basada en algo sólido.

Shelley respiró hondo para vencer la tentación de arremeter contra él. Sabía que si se mantenía calmada podría vencer la situación. «¡Relájate, Shelley! ¡Respira!», se dijo.

– Porque creo que la idea de la guardería compartida no es buena -añadió él.

– Pues parece que el resto del mundo no piensa como tú -contestó ella manteniéndose tranquila.

– Ya me he dado cuenta -arguyó Rafe-. Pero ésa no es la cuestión ahora mismo.

– ¿No?

– No. La cuestión es a dónde demonios vas.

Shelley se miró las manos, apoyadas sobre el volante. No podría ir a ningún sitio si no se deshacía de él. Intentó permanecer serena.

– No es asunto tuyo.

– Puede que no lo sea, pero no voy a salir de este coche así que supongo que voy a enterarme pronto.

Shelley lo miró. Estaba exhausta. Había intentado permanecer fría y tranquila, pero no estaba funcionando con Rafe. Intentó entonces cambiar de táctica.

– Rafe. Por favor…

No pudo terminar la frase. El conductor del coche situado tras ellos, cansado de esperar, hizo sonar el claxon. Rafe miró hacia atrás y pidió disculpas con la mano al otro conductor.

– ¡Vaya por Dios! -dijo mirándola burlón-. Parece que vamos a tener que ponemos en marcha. Quieren que te muevas. Estás obstruyendo el tráfico.

– ¡Y tú estás obstruyendo mi libertad! -dijo furiosa mientras encendía el motor.

– Lo siento. Eso es lo que le pasa a la gente que se escaquea…

No podía soportarlo más. Se dirigió hacía la avenida principal. Tendría que renunciar a ocultarle todo a Rafe. De todas formas, la situación se estaba volviendo insostenible, así que comenzó a explicárselo sin mirarlo a los ojos.

– De acuerdo. Te voy a contar lo que estoy haciendo. Pero tienes que prometerme que volverás al hotel.

– Nada de promesas, Shelley. No voy a salir de aquí.

– ¡Aj!

– Tranquila, Shelley. Recuerda que estás al volante. Lo único que haré será acompañarte durante el trayecto. Pero bueno, tampoco estaría mal que me contases de qué va todo esto.

Respiró hondo y soltó el aire poco a poco. No tenía sentido guardar el secreto por más tiempo. Quizá Rafe se mostrara más comprensivo si le confesaba el asunto. Al menos lo iba a intentar. Sabía que, aunque no lo hiciera, él lo acabaría adivinando de todas formas.

– De acuerdo -comenzó de mala gana-. Esto es lo que pasa. Estoy intentando localizar a un hombre que se llama Quinn Hagar.

– ¿Un antiguo novio? -preguntó él despacio.

– ¡Qué va! No es nada de eso. Lo único que necesito es que me dé una información para otra persona.

– ¿Para quién?

– Eso no te lo puedo decir. Ya te lo advertí antes.

– Así que se trata de alguien que conozco. De otra forma, me dirías de quién se trata.

Shelley suspiró. Aquel hombre era imposible. Giró el coche y comenzó a dirigirse hacia los barrios bajos de la ciudad.

Mientras tanto, Rafe seguía especulando.

– Veamos. Me aseguraste que no se trataba de Jason McLaughlin.

– Así es.

– ¿Se trata de…?

– No juegues conmigo, Rafe. Porque no voy a participar -lo cortó ella.

– Haces bien, porque mi lista era bastante larga. Habría sido de lo más aburrido.

Shelley sacudió la cabeza y detuvo el coche ante un semáforo en rojo.

– ¿Por qué me torturas así?

– ¿Y por qué no? ¿A quién voy a torturar mejor que a ti, mi eterna rival? -arguyó sonriente.

Lo miró preguntándose qué había pasado para que su relación llegara a ese punto. Era de lo más extraño. Conocía a Rafe Allman desde siempre y, aún así, sentía que no lo conocía nada. No podía decir si era buena persona o no.

Venía de una buena familia. Al menos su madre había sido un ángel. Su padre era más problemático, pero los hermanos de Rafe eran encantadores. Jodie era su mejor amiga, Matt también era un gran amigo; Rita, la hermana mayor, era la viva imagen de la madre, y David, el pequeño, era un diablillo pero con muy buen fondo. Rafe había sido el único de la familia que le había hecho la vida imposible.

– No soy tu eterna rival -repitió con suavidad.

– Seguramente tengas razón. Eso sería exagerado. Pero éramos enemigos.

– Sí, sí que lo éramos.

Se miraron. Ninguno de los dos iba a comentar nada sobre el beso. El apasionado beso de esa mañana que había cambiado por completo la definición de su relación, pero ninguno de los dos comprendía en qué se habían convertido. El semáforo cambió y Shelley se concentró en la carretera..

– Teniendo en cuenta nuestro pasado, creo que un poco de tortura no está de más, ¿no crees? -preguntó él con ligereza, intentando provocarla.

– Entonces tengo que encontrar la manera de torturarte yo a ti -dijo ella sonriendo también.

– Creo que`te estás pasando con esto de la liberación de la mujer y tus ideas para el concurso. Ya has conseguido arruinar mi fin de semana -aseguró Rafe con un quejido.

– ¿Por qué? ¿Porque te he ganado?

– Sí. Y va a ser un desastre. Tenemos que ganar este concurso y tu idea no lo va a conseguir.

Shelley no entendía por qué la atacaba de nuevo, pero decidió tragar el anzuelo.

– ¿Por qué es tan importante ganar? -dijo tan calmadamente como pudo.

– ¿No lo sabes? -preguntó como si le hubiera hecho la pregunta más obvia del mundo.

– Es por tu padre, ¿verdad? -dijo ella mirándolo de reojo.

– Mira… -comenzó Rafe de nuevo serio.

– Sí que es por él. Tienes que volver y enseñarle un trofeo, ¿verdad?

– No tienes ni idea de lo que hablas -la acusó él moviéndose en su asiento.

– Sí lo sé. Solía formar parte de tu familia, ¿te acuerdas? -dijo ella con un suspiro-. ¿Por qué te empeñas en negarlo? Siempre has sido así con tu padre. Y tu padree siempre lo ha utilizado para que te enfrentaras con Matt…

– ¡Ya vale, Shelley! -exclamó fríamente.

Su voz contrastaba con su interior. Las palabras de Shelley habían conseguido ablandar sus entrañas y hacerle recordar cosas que prefería mantener enterradas. No entendía de qué le podía servir hablar de esos asuntos. Las cosas eran como eran y Rafe estaba decidido a seguir actuando como lo había hecho hasta el momento. Su padre no había sido demasiado comprensivo. Sería mejor que le reconociera sus logros en la empresa de vez en cuando en vez de acudir siempre a Matt, pero Rafe iba a seguir luchando y demostrándole a su padre de todo lo que era capaz. Aunque sólo fuera para llevarle la contraria.

Maldecía a Shelley por haberle hecho recordar todos esos sentimientos. La miró, intentando sentir resentimiento hacia ella, pero no lo logró. Su enfado se desvaneció al verla. Era una visión deliciosa y de lo más apetecible. Al fin y al cabo, lo único que había hecho era soltarle unas cuentas verdades. Y Rafe se dijo que él podía enfrentarse a la verdad. Podía enfrentarse a cualquier cosa.

– Lo siento -se disculpó al sentir sus ojos sobre ella-. Debería aprender a mantenerme calladita, ¿verdad?

Rafe no contestó.

Ella redujo la velocidad. Estaban cerca de la dirección que andaba buscando. Buscó el bolso y él lo tomó, sacando el papel que sobresalía de uno de los bolsillos exteriores.

– Calle Fardo, número 3457, apartamento trece -dijo con una mueca-. Pensé que nunca usaban el trece para numerar casas.

– No sabía que eras supersticioso -contestó ella mientras giraba para entrar en la calle Fardo.

– Soy muchas cosas que no sabes.

– Seguro que sí.

– Ahí está -dijo él leyendo los números de los edificios-. En la acera de la izquierda. Ese edificio naranja y grande.

Shelley giró por completo para aparcar frente al edificio que señalaba Rafe.

– Parece que a tu amigo no le va muy bien -comentó Rafe.

– No lo sé -dijo mientras recogía sus cosas-. Ahora espérame aquí, volveré enseguida.

– De eso nada -contestó saliendo también del coche.

– Rafe…

– No vas a entrar ahí tú sola.

No era el sitio más apropiado para discutir, así que lo miró de mala gana y dejó que la acompañara hasta el portal. Las paredes estaban mugrientas. Algunos buzones estaban abiertos y rotos. Olía a cebollas fritas y se oía a un bebé llorando cerca de allí.

– Allí está. Al final del pasillo -dijo ella señalando el número trece-. Espérame aquí. Tengo que hacer esto yo sola.

Rafe asintió. Después de todo, parecía darse cuenta de cuándo llegaba el momento de retirarse y darle un respiro.

– Pero quédate en el pasillo. No entres dentro sin mí -advirtió él.

Shelley dudó. No era ésa la idea que tenía del encuentro, pero pensó que probablemente fuera lo mejor.

– De acuerdo -asintió mientras se dirigía ya hacia allí.

El sitio era de lo más escalofriante. Estaba algo nerviosa. Recordaba a Quinn como un chico atractivo y despreocupado, con los ojos brillantes y una sonrisa risueña. No había llegado a tratarlo mucho, pero siempre había pensado que era un chico con futuro. Y ese edificio era la pura imagen de la miseria y el fracaso.

Llamó a la puerta. No hubo respuesta. Esperó un poco y llamó de nuevo.

– ¿Quinn? ¿Estás ahí? -preguntó en voz alta.

Nadie contestó. Otra puerta se entreabrió y alguien la miró desde el otro lado. La volvieron a cerrar. Buscó un papel y lápiz en su bolso y se dispuso a escribirle una nota con su número de móvil. La deslizó bajo la puerta y se volvió de nuevo hacia el portal. Sintió alivio al ver a Rafe allí, esperándola.

– No ha habido suerte, ¿verdad? -dijo al verla.

– No está en casa -explicó ella.

Mientras salían fuera, Shelley vio los aparcamientos bajo el edificio. Pensó en entrar para ver si había un coche aparcado en el número trece, pero cambió de opinión.

– He dejado mi número en el piso. A lo mejor me llama cuando lo vea.

– A lo mejor.

Rafe abrió la puerta del coche para que entrara ella.

– ¿Qué haces?

– Intento parecer un caballero -explicó con una sonrisa.

– Supongo que te será muy complicado -repuso ella sonriendo también.

Al verlo allí de pie, con el sol cegando sus ojos, su magnífico pelo oscuro y sus anchos hombros, Shelley pensó que parecía más que un caballero. Parecía un héroe. Sin saber por qué, su corazón comenzó a latir más fuerte y apartó la mirada de él. Y fue entonces cuando vio un coche azul saliendo del aparcamiento.

– ¡Dios mío! -gritó-. Entra. ¡Rápido!

– ¿Qué pasa?

– ¡Es él! ¡Entra!

Rafe se metió en el coche y cerró la puerta mientras ella arrancaba a toda prisa.

– ¡Eh! -dijo alarmado-. ¿Qué haces?

– Tengo que seguirlo -explicó sin quitar la vista del coche e infringiendo el límite de velocidad-. Puede que sea mi única oportunidad.

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