CAPÍTULO 6

SHELLEY se giró confusa para mirar a Rafe. Seguro que había adivinado que tenía pensado salir a buscar a Quinn otra vez. No había forma de ocultarle nada.

– ¿Quién te ha dicho que puedes venir conmigo? -le preguntó burlona.

– Yo mismo -contestó sonriente, demasiado cerca para el gusto de Shelley-. He decidido pegarme a ti como un adhesivo.

– ¿Por qué? -preguntó Shelley, queriendo conocer sus verdaderos motivos.

– Porque te dedicas a meterte en unos vecindarios de lo más peligrosos y necesitas a alguien que te proteja -explicó con una sonrisa-. Así que me ofrezco voluntario.

Se dirigieron hacia la salida del hotel. El vestíbulo estaba repleto de personas que volvían de cenar fuera o que buscaban un buen restaurante que aún estuviera abierto.

– Así que vas a ser mi guardaespaldas -dijo ella-. Y mientras tú me proteges de la gentuza que haya por ahí, ¿quién me va a proteger de ti?

Rafe le pasó un hombro por la espalda para guiarla y esquivar fácilmente a la multitud.

– ¿Por qué crees que necesitas ayuda para protegerte de mí? -dijo acercándose a su oído-. ¿Qué crees que voy a hacer?

Sentir su aliento en la piel le dio un escalofrío y le hizo desear cosas que no quería admitir.

– No lo sé -contestó ella divertida y algo atrevida-. ¿Venderme al mejor postor?

– No, nunca intentaría deshacerme de ti de esa forma -dijo atrayéndola más cerca de su cuerpo.

– ¡Ah! ¿No? ¿Y de qué manera te gustaría librarte de mí?

Rafe sonrió y se puso pensativo.

– Así que venderte al mejor postor… Pues a lo mejor no es tan mala idea.

– ¡Rafe! -exclamó Shelley.

– ¡Vale, vale! Sólo bromeaba. Tú has empezado y tenía que seguirte el juego. ¿Qué podía hacer?

– ¿Qué podías hacer? Decir algo bonito para variar. ¿Nunca se te ha pasado por la cabeza?

Ya habían llegado fuera. El aire era fresco, mucho más que dentro del hotel. Toda la calle estaba llena de luces, parejas y grupos de personas paseando y disfrutando de la noche. Les llegó a los oídos la música de un bar al otro lado de la calle.

– ¿Qué definición tienes de lo que es bonito? -le preguntó Rafe.

– ¿Tan bajo has caído que ya no te acuerdas de lo que significa bonito? ¡Qué vida tan triste! -preguntó burlona, mirándolo con fingida preocupación.

Rafe se paró y pensó durante unos segundos, considerando su comentario en serio. La llevó hasta una zona alejada de la multitud por unas cuantas palmeras.

– Bonito -dijo pensativo-. Creo que me acuerdo de esa palabra -añadió mirándola con ojos burlones-. ¿Bonito como un gatito recién nacido? ¿Como cuando sale el sol tras un día de lluvia?

Acarició la cara de Shelley con su dedo índice.

– Como mirar a una mujer preciosa -añadió despacio y con voz ronca.

Shelley lo miró y el estómago le dio un vuelco. Pensó en decirle que la dejara sola, que tenía que volver a su habitación del hotel. Pero no pudo. Respiró hondo y lo intentó de nuevo, pero no encontró las palabras. Era tan agradable estar con él allí… No podía resistirse.

No entendía qué le pasaba. Conocía a ese hombre de toda la vida. Mejor que a ninguna otra persona. Había luchado contra él, lo había odiado, le había gastado bromas, había sufrido sus continuas torturas… Recordaba verlo jugar con sus hermanos y ser cariñoso con sus hermanas y su madre. Pero nunca había sido bueno con ella.

Por eso no entendía qué era lo que estaba haciendo allí y a dónde la llevaría esa situación. Tampoco comprendía por qué no hacía caso de su subconsciente, algo le decía que huyera, que no podía ser verdad que Rafe Allman fuera amable con ella.

Pero Shelley no quería ir a ninguna parte y no había nada más de qué hablar. A pesar de que sabía que estaba siendo una tonta. Se sentía como cuando Jason McLaughlin le contaba mentiras y ella fingía que lo creía. Había estado tan ofuscada tratando de encontrar a alguien a quien querer y que la quisiera que se había convertido en algo que ella misma despreciaba. No entendía por qué se arriesgaba a pasar otra vez por algo parecido. «¿Por qué soy tan débil?», pensó.

– ¿Quieres más ejemplos? Pues te demostraré lo que he querido decir.

Se inclinó sobre ella, mirando con detenimiento su cara, valorando cada facción, cada parte de su rostro. Dejó los hombros de Shelley deslizando sus manos hasta tomar su cara, con la delicadeza de quien sostiene un valioso tesoro.

– No sé cómo lo has hecho, pero tienes los labios más apetecibles del mundo -dijo con suavidad.

El corazón le dio, un brinco aunque intentó continuar calmada. Sus músculos se quedaron sin fuerza, apenas podía sostenerse en pie. Cada parte de su cuerpo lo deseaba, pero no podía dejar que Rafe se diera cuenta y fingió indiferencia.

– ¿Qué quieres decir? ¿Crees que me he inyectado colágeno o algo así? Pues no. Todo es natural. 0 los tomas o los dejas, pero el caso es que no han cambiado…

– Los tomo -la interrumpió él sin soltar su cara.

– ¿Qué? -preguntó Shelley con una voz que sonó más como un susurro.

Las fuerzas le estaban flaqueando. Necesitaba ayuda urgente, pero ésta no llegaba.

– Me has dado una opción y he elegido. Los tomo.

_¡Ah!

Deseaba con todo su ser que la besara, pero también sabía que no podía dejar que sucediera. Buscó la fuerza necesaria en su interior para no dejarse llevar por la sensualidad que la inundaba en ese instante. Se apartó de él e intentó encontrar motivos para estar molesta con él.

– Es imposible hablar contigo -dijo con satisfacción al recobrar la firmeza perdida-. ¿Lo sabías? Todo es un juego para ti. ¡Me vuelves loca!

Rafe agarró su brazo y la atrajo de nuevo hacia sí.

– ¿Loca de deseo? -preguntó esperanzado.

Pero sus ojos ya no reflejaban ese mismo deseo. Ahora estaba jugando. Shelley se sintió aliviada, pensando que quizá Rafe se hubiera dado cuenta también de que habían estado peligrosamente cerca de caer en un abismo. Y aún estaban a tiempo de dar marcha atrás y pretender que no había pasado nada.

– No -dijo ella mientras colocaba sus manos en el pecho de Rafe para evitar que se acercara más-. Loca de pura irritación.

Rafe la miró fijamente. Parecía algo confuso, sin saber muy bien qué camino tomar. Shelley intentó permanecer en su sitio y conseguir así convencerlo con su determinación.

– De acuerdo -contestó finalmente mientras se apartaba de ella con rapidez-. ¿Por qué no me cuentas entonces qué planes tenemos?

– Eh… -comenzó Shelley intentando centrarse de nuevo-. Nada apasionante, estaba pensando en ir a una discoteca que se llama El Sótano Azul.

– Suena a típico garito de mala muerte.

– No está tan mal. Solía quedar allí con amigos cuando me mudé a San Antonio tras terminar la carrera.

– ¿Crees que vamos a encontrar a Quinn allí?

– No lo sé. Pero al menos puede que vea a algún viejo amigo común que pueda darle un mensaje de mi parte.

– Muy bien. Vámonos.

Pasearon hasta el local, que se encontraba a tan sólo tres manzanas de allí. No dejaron de bromear ni un momento como lo harían dos viejos amigos, no dos enemigos. Shelley llegó a pensar que quizás incluso fueran mucho más que amigos. Era una locura, pero esa idea empezaba a gustarle.

Los dos se habían cambiado para la cena y llevaban su ropa más elegante. Por la manera en que la gente los miraba, Shelley sabía que además hacían buena pareja. El traje de Rafe resaltaba su esbelta figura y ella llevaba un sedoso vestido que se arremolinaba alrededor de sus rodillas con cada paso que daba.

Estaba disfrutando mucho de la velada, pero esperaba mantener la cabeza fría en lo concerniente a Rafe. Se empeñó en intentarlo con todas sus fuerzas. Había tenido muy poca suerte en sus pasadas relaciones y no estaba dispuesta a sufrir de nuevo.

Había un montón de gente esperando a entrar en la discoteca. El portero los vio y les hizo una señal para que dejaran la cola y pasaran dentro.

– ¿Por qué nosotros? -le preguntó a Rafe en un susurro mientras veía las caras de envidia a su alrededor.

– No lo sé. A lo mejor cree que somos famosos -dijo riéndose con ganas y pasando un brazo por la espalda de Shelley-. 0 que estamos enamorados.

Esas palabras la sacudieron como una descarga eléctrica. Y ella no fue la única sorprendida. La cara de Rafe reflejaba su propia sorpresa por lo que acababa de implicar. Se miraron en silencio, pero entonces la puerta se abrió y entraron.

El interior parecía una oscura cueva. El ambiente estaba muy cargado. Sortearon como pudieron a la multitud que llenaba la sala hasta llegar a una pequeña mesa a un lado del local. El escenario era tan pequeño como un sello de correos. Una cantante larguirucha y enfundada en un vestido de seda salió y comenzó a cantar en voz baja canciones francesas mientras se movía encima del piano. Tras su actuación, llegó el momento del pianista, que les deleitó en solitario con algunas extrañas composiciones en busca de la melodía perdida. Más tarde fue el turno de un joven que tocó, acompañado por su guitarra acústica, algunas canciones de inspiración española.

– Ofrecen de todo un poco, ¿no? -comentó Rafe con sequedad-. Pasan de lo sublime a lo ridículo sin ton ni son.

– Solía ser un club de jazz cuando yo venía por aquí. Pero la mayor parte de la gente sólo venía a ver y ser vistos. Supongo que eso no ha cambiado.

– Seguro que no -asintió él mientras observaba a la gente que los rodeaba-. ¿Ves a alguien conocido?

– No -contestó mirando a su alrededor.

No veía a nadie conocido. Volvió la mirada hacia Rafe para encontrarlo observándola con interés.

– ¿Qué haces?

– Estudio tus facciones.

– ¿Para?

Rafe se llevo la mano al pecho como el que hace un solemne juramento. Se puso serio, aunque los ojos lo delataban.

– Voy a llevar siempre tu imagen en mi corazón como estándar de belleza. A partir de ahora, cuando conozca a una mujer y me sienta atraído por ella, la compararé con tu imagen para ver si está a la altura de ese estándar.

No sabía si sentirse abochornada o halagada por sus palabras. No sabía si lo hacía para pillarla desprevenida o porque estaba intentando ser agradable con ella.

– Rafe, si no dejas de burlarte de mí me levanto y me voy.

– ¿Por qué crees que me estoy burlando? -preguntó, sorprendido con su reacción.

– ¿No lo haces?

– Claro que no.

Fuera verdad o no, Shelley creyó sus palabras.

– ¿Bailamos? -sugirió él.

– No sé. Hay tanta gente… -dijo, agarrándose a su copa como a un salvavidas.

– Mejor aún -contestó él tomando su mano libre y besándole los dedos-. Así te tendré más cerca, querida.

– Hablas como el lobo feroz -repuso ella sonriente, dejando que Rafe la ayudara a levantarse-. Y eso no me tranquiliza en absoluto.

– No tengo nadó de feroz. Soy un lobo muy bueno -contestó Rafe mientras la rodeaba con sus brazos y comenzaba a moverse al ritmo de la música.

Shelley no lo ponía en duda. Cerró los ojos y se dejó llevar por la sensación de tener su firme y cálido cuerpo sosteniéndola y guiándola en el baile. No le costaría trabajo acostumbrarse a algo así. Pensó en lo fabuloso que sería enamorarse de un hombre como él, en la emoción que esa relación llevaría a su vida. Durante unos segundos se dejó llevar por ese sueño.

Pero entonces abrió los ojos y recordó dónde estaba. No podía dejarse arrastrar por la tentación. Eso la llevaría a hacer alguna estupidez y no podía permitírselo. Tenía que permanecer con la mente clara y evitar mezclar los sentimientos. No podía dejar que fuera su corazón el que la guiara.

Intentó pensar en cómo salir de esa situación. Lo mejor sería entablar conversación con él, pero el único tema en el que podía pensar era en él, en Rafe Allman y en lo bien que se sentía entre sus brazos. Hasta que recordó por qué estaban allí: la competición empresarial.

– Me siento culpable. Nosotros aquí bailando y el resto del equipo preparando los carteles y editando el vídeo -dijo con una voz demasiado inundada aún por el deseo para sonar normal.

– Eso es porque no conoces aún las normas básicas de una buena dirección. Por ejemplo ésta: «No dejes nunca que los subordinados hagan que te avergüences de nada».

– ¿Es ésa una de las pautas que rigen tu vida?

– No, pero a lo mejor te viene bien a ti. Por lo menos durante esta noche -contestó con una mueca.

– ¿Sugieres que me convierta en una jefa arrogante y autoritaria?

– ¿Por qué no? No vas a ser muy popular, pero podrás conseguir lo que quieras.

Estaba a punto de seguir preguntándole sobre las distintas filosofías para la dirección de empresas cuando le pareció ver a alguien que conocía en una de las mesas.

– ¡Dios mío! ¡Es Lindy! Y esos dos chicos que están con ella también me suenan. ¿Cómo se llamaban?

– ¡Fenomenal! Vamos a saludarlos.

Cruzaron la sala sorteando las otras mesas. Rafe sostuvo todo el tiempo su mano. Un simple gesto que la llenaba de seguridad y confianza.

Al llegar a la mesa, sonrió a la chica gordita y a los otros dos hombres, ambos con barba y pelo largo.

– ¡Hola a todos! ¿Os acordáis de mí? Soy Shelley Sinclair.

– ¡Shelley! -exclamó Lindy saltando de su silla para darle un abrazo-. ¡Cuánto tiempo! ¿Te acuerdas de Henry y Greg, ¿verdad? -añadió mirando a los otros dos jóvenes.

– ¡Claro! -dijo saludándolos-. Y éste es mi amigo Rafe A11man. ¿Podemos sentarnos un minuto?

Lindy se mostró encantada, pero los otros dos tipos llevaban ya demasiadas copas consumidas para intentar disimular la poca gracia que les hacía la nueva compañía. Rafe encontró dos sillas para ellos y se sentaron.

– Así que sois amigos de Shelley de cuando ella vi vía aquí, ¿eh? -comenzó Rafe para romper el hielo.

– ¡Eso es! -dijo Greg levantando su copa-. Éramos muy amigos. Salíamos juntos todo el tiempo, ¿verdad Shelley?

Intentó contestarle, pero Greg siguió hablando.

– Hasta que empezó a quedar con sus amigos pijos y se olvidó de nosotros. No éramos lo suficientemente buenos para ella, supongo -espetó de repente-. Después andaba todo el día metida en limusinas y nos saludaba desde la ventanilla como si fuese la reina de Inglaterra o algo así.

– ¡Sí! -asintió Henry con mirada triste-. ¿Quién era ese tío con el que estuviste viviendo en el edificio de lujo? ¿No era tu jefe o algo así?

Shelley se alegró de que la sala fuera lo suficientemente oscura como para que no notaran su rubor.

– ¡Qué importancia tiene eso ahora! -dijo Lindy dándole una patada bajo la mesa-. Nos alegra verte de nuevo. ¿Cómo estás?

Charlaron durante algunos minutos y poco después Shelley sacó a colación el motivo de su visita.

– ¿Seguís viendo a Quinn Hagar?

Si a Shelley no le traicionó la imaginación, todos se quedaron fríos ante su pregunta.

– Alguna vez -contestó Lindy-. ¿Por qué?

– Lo estoy buscando. Quería hacerle un par de preguntas sobre su hermana, Penny. Las dos compartimos piso durante la carrera y llegamos a ser buenas amigas. Quería volver a entablar relación con ella, pero no sé cómo localizarla.

El silencio se hizo de nuevo en la mesa. Era muy extraño y Shelley sospechaba que le estaban ocultando algo.

– Así que si veis a Quinn este fin de semana le decís que necesito hablar con él. Que es importante. ¿De acuerdo?

Les dijo dónde se alojaba y les dejó una tarjeta con su número de habitación.

No obtuvo ninguna respuesta a sus palabras. Lindy parecía un poco avergonzada. Escondía algo. Shelley no sabía si debía mantenerse callada o poner las cartas sobre la mesa. No contaba con mucho tiempo y decidió arriesgarse.

– ¿Os acordáis de Penny?

Henry frunció el ceño y siguió concentrado en su copa. Greg estaba mirando a las musarañas. Lindy les dio una ojeada y volvió su mirada hacia Shelley.

– Recuerdo haberla visto un par de veces. Era muy maja.

– Sí. Fue genial compartir apartamento con ella. Nos lo pasamos muy bien.

– Así que… Así que quieres volver a verla, ¿no?

– Sí. ¿Tienes alguna idea de dónde puedo encontrarla?

– La verdad es que no -contestó Lindy de forma evasiva y algo nerviosa.

– ¡Qué pena! Me dijeron que tuvo un niño, ¿lo sabías?

Lindy la miró sorprendida.

– No, no tenía ni idea.

Shelley asintió con la cabeza. La inocente reacción de Lindy era creíble, pero sólo conseguía hacer que sus otras respuestas resultaran aun más cuestionables. Estaba claro que todos sabían más de lo que contaban.

– Ayer vi a Ricky Mason en el Café de Chuy, aquel sitio donde siempre desayunábamos los sábados. ¿Te acuerdas? Me dio la dirección de Quinn y hoy fui a visitarlo, pero en cuanto me vio salió pitando. Fuimos buenos amigos, no puedo creer que intentara evitarme de esa manera. ¿Sabes por qué haría una cosa así?

Los miró a los tres hasta que empezaron a retorcer se en sus asientos.

– A lo mejor piensa que le vas a pedir dinero -ofreció Greg finalmente, encogiéndose de hombros.

– ¿Por qué iba a pensarlo? -dijo ella con una mueca.

– Porque es lo que todo el mundo hace -dijo Henry con la dificultad que da el alcohol-. Se ha metido en algunos… eh… en algunos problemillas financieros. Pidió unos préstamos y ahora tiene a gente persiguiéndolo para que pague. Eso es lo que he oído.

– Entonces -intervino Rafe-, dile que tendrá una recompensa monetaria si da la cara y consigue responder a las preguntas de Shelley.

– Os agradecería muchísimo que pudierais decírselo -les dijo a los tres, mirando además a Rafe con agradecimiento.

Pero Lindy sabía algo más. Evitaba mirar a Shelley a los ojos. Se quedaron hablando con ellos un poco más. Shelley esperaba que Lindy se decidiera a contarle lo que sabía, pero no ocurrió. Así que se despidieron y volvieron a su propia mesa. Rafe pidió otras dos copas y se sentaron en silencio.

Minutos después, Rafe tomó su mano y la estrechó con firmeza.

– Así que llegaste a vivir con Jason McLaughlin. Bueno, no pasa nada.

– ¿Qué te hace pensar que eso es lo que me preocupa? -contestó con una sonrisa algo forzada.

– Porque vi la cara que ponías cuando ese tipo lo mencionó, Shelley. Pero no pasa nada.

Shelley tomó aire y lo soltó poco a poco.

– Sí, sí que pasa -dijo ella, preguntándose si conseguiría que Rafe la entendiera-. Porque ese simple hecho me recuerda todas las pésimas decisiones que he tomado en mi vida.

– No eres la única que toma malas decisiones -le dijo con una sonrisa amable y comprensiva-. Todos lo hacemos al madurar. Y aprendemos de nuestros errores.

– Sí, pero yo he tenido demasiados.

Rafe permaneció callado unos segundos y luego se inclinó hacia ella.

– Pero, Shelley, no puedes culparte. No se puede decir que tuvieras un hogar ni una familia en condiciones. Tu madre estaba siempre demasiado ocupada tratando de sacar adelante el restaurante como para ocuparse de cubrir tus necesidades.

– Ya lo sé -dijo Shelley sintiendo de pronto ganas de llorar-. ¡Pobrecilla!

– ¿No le guardas rencor?

– ¿A mi madre? -preguntó con sorpresa-. No, claro que no. Es la mujer más trabajadora que conozco. No fue culpa suya que mi padre nos abandonara. Además -prosiguió ella, deseando quitarse un peso de encima-, la verdad es que la hice sufrir mucho acercándome a tu familia.

– ¿Qué quieres decir?

Shelley se encogió de hombros, arrepintiéndose de haber sacado el tema.

– Bueno… El caso es que ella sentía que yo os había elegido a vosotros para sustituirla. Recuerdo que un día, cuando estaba en el instituto, nos quedamos hablando hasta bien entrada la noche y, de pronto, rompió a llorar. Sentía que había renunciado a verla a ella como mi madre y que había acudido a la familia Allman buscando lo que no encontraba en mi casa. Y la verdad es que no pude negarlo -agregó con voz temblorosa-. Sé que le hice mucho daño, pero era la verdad.

– Recuerdo que siempre estabas por casa. Un día, estaba tan enfadado contigo que le pregunté a mi padre si ya te habían adoptado.

Lo miró y sonrió. Pero sus ojos brillaban llenos de lágrimas.

– ¿Estabas enfadado conmigo? Pero si yo era un angelito.

– ¿En serio? Entonces, debo de haberte confundido con otra Shelley Sinclair que casi vivía en mi casa.

– Eso debe de ser.

Rafe le sonrió con la mirada. Era una mirada que conseguía derretirla, una mirada que parecía rodearla y arroparla con una calidez que nunca antes había sentido.

– ¿Cambió entonces tu relación con tu madre? ¿Después de que hablarais esa noche?

– Un poco. A partir de entonces intenté hacerle ver lo importante que era para mí -comentó con una sonrisa triste-. Pero me fui de Chivaree tan pronto como pude.

Rafe entrelazó sus dedos con los Shelley.

– ¿Y ahora qué tal?

– ¿Ahora?

– Sí, estás viviendo con ella, ¿no?

– Así es. Y también le echo una mano en el restaurante cuando tengo tiempo. Intento darle un poco más de espacio. Me encantaría ganar lo suficiente como para que pudiera vender el local y retirarse para disfrutar un poco de la vida. Ha llegado el momento de que sea yo la que me encargue de ella y no al revés.

– Eres una buena hija -le dijo apretando su mano.

– ¿Tú crees? Yo no estoy tan segura.

Poco después, volvieron a salir a la pista para bailar y Shelley comprobó que Lindy y sus amigos se habían largado. Buscó entre el resto de la gente, pero no reconoció a nadie más.

Decidieron irse. De vuelta al hotel, había mucha menos gente que antes. Una fresca brisa llegaba procedente del desierto. Era muy agradable y ninguno de los dos quería dar por terminada la velada. Se quedaron abajo, entre los árboles, hablando de todo un poco hasta que Rafe se puso serio.

– ¿Por qué no me cuentas de qué trata todo esto? ¿Es por el bebé? -preguntó.

– ¿Eh? -contestó sorprendida-. ¡Ah! Sí, parece ser que Penny tuvo un bebé.

– ¡Ah! -dijo él esperando una explicación que no llegaba-. ¿Así que eso es lo que estás buscando?

– Sí.

Esperó y al ver que Shelley no añadía nada más a su monosilábica respuesta, la miró exasperado.

– ¿Es que tengo que conseguir las respuestas con un sacacorchos? Vamos, Shelley. A mí puedes decirme la verdad.

Shelley suspiró. Era verdad que no parecía tener sentido ocultarlo por más tiempo, y sabía que Rafe tenía razón. No lo habría afirmado veinticuatro horas antes pero, ahora que lo conocía un poco mejor, sabía que podía confiar en él.

– De acuerdo. Te lo cuento.

Decidió contarle todo excepto el pequeño detalle de que era para Matt, su hermano, para quien estaba haciendo todo aquello. No tenía su permiso para decírselo a nadie y por eso lo mantuvo en secreto.

– Un amigo mío, que es para quien estoy haciendo esto, supo hace poco que su antigua novia, Penny Hagar, había tenido un bebé poco tiempo después de que dieran por terminada su relación. No sabía que estaba embarazada. Supone que es su hijo y quiere saber qué ha pasado con el bebé. Saber que hay un bebé por ahí que es suyo y no lo conoce le está haciendo la vida imposible. Se siente responsable y quiere ayudar en lo que pueda para que esté bien criado y atendido. Sobre todo si Penny está pasando por un mal momento económico.

Rafe se quedó callado, digiriendo la información.

– Bueno, ahora que sé de qué se trata a lo mejor puedo ayudarte de una forma más directa. ¿Quién es el padre?

– No puedo decírtelo.

– Vale. Entonces dime una cosa. Cuando lo acabe sabiendo, porque supongo que todo esto acabará sabiéndose y me enteraré, ¿cómo crees que me voy a sentir?

Shelley estaba a punto de contestarle cuando se paró en seco.

– No, no, Rafe Allman. Nada de jueguecitos. No me vas a hacer caer en tus trampas. Sé que si te digo más empezarás a atar cabos y lo descubrirás. No pienso hablar más sobre ese asunto.

– Pero, ¿por qué sospechas de mí? Yo sólo quiero echarte una mano.

Shelley siguió mirando en otra dirección. Sabía que estaba siendo testaruda, pero tenía que ser así.

– Muy bien. Entonces, ¿cómo tienes pensado encontrar a Quinn? -preguntó él.

– Espero que la recompensa prometida lo traiga hasta aquí. Fue muy buena idea, Rafe.

– Gracias. Tengo muchas de ésas.

– No lo dudo.

Rafe le sonrió y ella no pudo evitar devolverle la sonrisa. Él la tomó por los hombros y la miró a los ojos.

– Me muero por besarte.

Shelley se quedó sin aliento, pero intentó no parecer alterada.

– Ya lo hiciste antes -le dijo moviendo la melena hacia atrás con coquetería.

– Un beso no es un hecho irrepetible como escalar el Evere,st o saltar en paracaídas -dijo algo confuso-. Sólo porque ya lo haya hecho una vez no quiere decir que no pueda repetirse.

– Será mejor que dejemos el tema.

– ¡Ah! Ya veo lo que pasa aquí -dijo mirándola pensativo-. Para ti sólo se trata de algo que tienes que conseguir para después retirarte y disfrutar con la victoria.

Enredó los dedos en su pelo, echándole la cabeza hacia atrás.

– En cambio para mí -continuó él en un susurro-, sólo es un paso más en el camino hacia cosas mucho mejores…

Shelley lo miró a los ojos esperando encontrar su burlona mirada. Pero había algo distinto. Algo que aceleró su pulso y le hizo pensar en lo agradable que sería sentir la piel de Rafe contra la suya.

– ¿Ves? Ahí está el problema. Que los dos tenemos distintos puntos de vista -dijo apartándose de él y previniendo así los avances de Rafe-. Por eso creo que será mejor que demos por terminada la velada.

Se volvió y se dirigió a la entrada del hotel. Rafe la siguió. Se adelantó a ella en la puerta y la sostuvo abierta para que entrara.

– ¿Eso sería tan terrible? -le susurró cuando Shelley pasó a su lado.

Respiró hondo y se giró hacia él en cuanto llegaron a los ascensores.

– Yo no diría que es terrible -dijo mirando a su alrededor para evitar a inoportunos conocidos-. Pero creo que sería inapropiado.

– ¿Porqué?

– Porque soy tu jefa. Y no puedo aprovecharme de ti.

Rafe echó la cabeza hacia atrás y estalló en carcajadas. Cuando la miró de nuevo, Shelley encontró un nuevo respeto por ella en sus ojos que la llenó de alegría.

No sabía por qué era tan importante para ella que la respetara como persona, sobre todo cuando se daba cuenta de que se sentía atraído por ella como mujer. No encontraba respuesta, pero eso era lo que sentía.

– ¿Y eso qué significa? -le preguntó mientras entraban en el ascensor- ¿Que tengo que esperar hasta el lunes para intentar algo contigo, aunque sea algo completamente inocente?

– Mmm… -pensó ella durante un segundo-. No, eso tampoco funcionaría. Porque entonces se dará la vuelta a la tortilla y serías tú el que se estaría aprovechando de mí.

Ya habían llegado a la puerta de su habitación, así que Shelley sacó la tarjeta electrónica del hotel y la abrió.

Entró y lo miró con una mirada traviesa. Rafe seguía apoyado en el marco de la puerta, con una encantadora media sonrisa en la cara.

– ¿Sabes lo que creo? Que todo lo que me has estado contando sobre lo inapropiado que es y el abuso de poder es un truco para esquivarme. Estás intentando evitar que te bese de nuevo.

Shelley se rió con ganas mientras comenzaba a cerrar la puerta en su cara.

– ¿Ah, sí? ¡Eres muy perspicaz!

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