CAPÍTULO 8

ES UN hombre muy atractivo».

Las palabras de Lindy no se le fueron de la cabeza de en todo el día. Cada vez que Rafe se acercaba a ella lo presentía, no tenía ni que mirar para saber que estaba allí. Sentía su presencia y las mismas palabras volvían de nuevo a su mente: «Es un hombre muy atractivo».

Hasta una hora después de que hablara con Lindy no pudo conseguir hablar con Rafe en privado y contarle lo que había pasado. Lo afectó casi tanto como a ella, y eso que nunca había llegado a conocer a Penny. Reflexionaron sobre lo ocurrido durante algún tiempo, sabiendo que debían volver al trabajo pero resistiéndose a detener su conversación. Rafe acarició su mejilla mientras la miraba con compasión.

Shelley sabía que era mucho más que un hombre muy atractivo.

– ¡Mira! -exclamó él mirando hacia la puerta-. Es Matt. Supongo que ha decidido venir hoy en vez de tener que madrugar mañana.

– ¡No! -dijo ella agarrando angustiada la chaqueta de Rafe-. ¿Cómo voy a decírselo?

– ¿Decirle el qué?

Shelley lo soltó, dándose cuenta de su metedura de pata.

– ¡Dios mío! ¿Matt es el amigo del que hablabas? ¿Matt y Penny…?

Sacudió la cabeza desesperada, con los ojos cerrados y sintiéndose fatal.

– Se supone que tú no debías saberlo…

Pero era demasiado tarde. Y Matt se acercaba hacia ellos.

– ¿Qué pasa, hermano? Me alegro de verte -lo saludó Rafe.

Matt le dio un abrazo y sonrió a Shelley.

– ¿Mi chica favorita me va a dar un abrazo también?

– ¡Matt! -exclamó ella sin poder contener las lágrimas y abrazando a su amigo.

– ¡Eh! ¿Qué pasa? ¿Es que os han descalificado o algo así?

– Es mucho peor -dijo ella tomándole las manos y mirándolo a sus oscuros ojos-. Tengo malas noticias.

Rafe les hizo una seña para que lo siguieran y fueron los tres hacia el patio del hotel. Estaba vacío y pudieron hablar con absoluta privacidad.

De la manera más breve y concisa posible, Shelley le contó lo que sabía mientras Matt palidecía por momentos. Le dijo cómo se había enterado de ello y lo complicado que estaba siendo conseguir hablar con Quinn.

– ¿Y el bebé? -preguntó Matt tras escuchar a su amiga.

Shelley le explicó que nadie sabía nada de ello. Parecía que todo eran meras especulaciones.

– Es importante que encontremos a Quinn y poder así saber qué pasó verdaderamente.

Ella miró a Rafe. Había sido un alivio comprobar que a Matt no le había importado en absoluto ver que Rafe estaba al corriente de su secreto. Los dos hermanos estaban más unidos de lo que mucha gente pudiera pensar. Había tantas razones, especialmente por parte de Rafe, para que pudieran guardarse rencor que resultó sorprendente para Shelley el comprobar que no había resentimiento entre ellos. Esperaba que lo que veía fuera cierto y no fuera fruto de las buenas dotes interpretativas de Rafe.

Matt estaba muy impresionado. Rafe lo abrazó e intentó sonreír, pero no estaba preparado.

– Llevadme al piso de Quinn -les pidió Matt tras reflexionar sobre lo que acababa de oír.

– ¿Ahora mismo? -preguntó Shelley, preocupada por la competición.

Estaban terminando de prepararse para el ensayo final y no podía dejar solos a los otros miembros del grupo.

– Sí. Si vamos los tres juntos nuestras posibilidades de cazarlo si trata de huir aumentarán -dijo con seguridad Matt.

– ¿Qué te parece, jefa? -le preguntó Rafe.

Shelley se sorprendió al oír la palabra; se le había olvidado que era la jefa y que de ella dependía tomar la decisión. Lo más increíble era que Rafe delegara voluntariamente en ella. Se dio cuenta de que a los jefes siempre les tocaba tomar las decisiones más complicadas, pero la responsabilidad era suya si las cosas iban mal. Miró el reloj y suspiró. Tenía que arriesgarse.

– Muy bien. Voy a hablar con Candy. Pero tenemos que volver a las cuatro como muy tarde -anunció.

Se subieron en el coche de Matt, que estaba aún aparcado a la entrada del hotel. Condujo con rapidez pero con destreza, siguiendo las instrucciones que ella le daba. Matt se mantuvo callado y el corazón de Shelley palpitaba a toda velocidad, preguntándose qué planearía hacer su amigo para atrapar a Quinn. Todo estaba cambiando muy deprisa para ella.

Aparcaron lejos del edificio de Quinn. Salieron y comenzaron a andar hacia el portal.

– Voy a entrar en el aparcamiento y localizar su coche -anunció Rafe-. Al menos así esta vez no huirá en él.

– ¿Tienes el móvil encendido? -le preguntó Matt-. Te llamo en cuanto sepa qué pasa.

Rafe se separó de ellos. Shelley y Matt entraron en el edificio y ella le indicó la puerta que era. Ella llamó a la puerta con Matt alejado de la mirilla para no ser visto desde dentro.

– ¿Quinn? -lo llamó al no tener respuesta-. Soy Shelley Sinclair. Por favor, abre, sólo quiero hablar contigo un minuto.

Silencio.

Matt se acercó a la puerta y pegó la oreja. Con rapidez, sacó el móvil del bolsillo.

– Está saliendo por la ventana -le dijo a Shelley mientras esperaba que Rafe descolgara el teléfono-. Rafe, ha salido por la ventana y baja hacia donde estás. Vamos para allá.

Shelley sintió la adrenalina en sus venas mientras corrían fuera al encuentro de Rafe. Al dar la vuelta a la esquina se encontraron con Rafe y Quinn luchando frente a la entrada del garaje. Matt se unió y en poco tiempo lo tenían sujeto contra la pared.

Se miraron fijamente.

– ¡Hombre, Quinn! -dijo Matt finalmente-. ¡Cuánto tiempo sin verte!

Quinn no contestó. Era alto y delgado, y probablemente tuviera veinticinco o veintiséis años. Su pelo, largo, rubio y desaliñado, le daba un aspecto andrajoso. Su ropa también era vieja y extremadamente sucia.

– ¡Qué mal educado! -agregó Matt-. Deberías contestar cuando te hablan. ¿Necesitas clases de urbanidad?

Rafe forzó el brazo que Quinn tenía en su propia espalda y éste gritó de dolor.

– ¡Eh! ¡Déjalo ya! No hay necesidad de ponerse violentos -dijo Quinn.

– ¡Claro que no! -asintió Matt-. Porque me vas a contar todo lo que quiero saber, ¿verdad?

– Sí, tío. Todo está bien, Matt. Me acuerdo de ti. Hablaré contigo.

Matt miró a Rafe y se hicieron un gesto con la cabeza casi imperceptible. Era el tipo de comunicación muda que compartían los hermanos entre sí.

– Muy bien -dijo Matt-. ¿Por qué no empiezas contándome por qué has estado huyendo de Shelley?

– Lo siento, Shelley -dijo mirándola-. Hay que tener cuidado en este barrio.

Quinn estaba más tranquilo.

– Llevo tiempo yendo de un sitio a otro. Me he cambiado de piso tres, veces durante el último mes. No tengo ni idea de cómo me has podido encontrar.

– ¿De quién huyes?

– De los prestamistas. Me metí en muchas deudas y ahora intento salir de ésta sin que me rompan las piernas.

– Ya veo. ¿Y cuánto les debes? -preguntó Matt.

Quinn dudó por un momento y luego les dijo una cantidad que dejó a Shelley temblando. Matt vaciló un segundo, pero luego tomó un bolígrafo de su chaqueta.

– Dime sus nombres.

– ¿Para qué?

– Me voy a hacer cargo de esto -dijo Matt con gran seguridad.

– ¿Que te vas a hacer cargo de esto? -repitió Quinn incrédulo.

– Sí. Es lo menos que puedo hacer por el hermano de Penny -dijo mientras indicaba a Rafe que lo soltara-. Pero tú tienes que hacer algo a cambio.

– ¿El qué? -preguntó Quinn frotándose el brazo que Rafe le había estado agarrando.

– Tienes que salir de este sitio -comenzó Matt mirando a su alrededor-: Y alejarte de la gente que te mantiene atado a este tipo de vida. Si vienes a Chivaree te conseguiré un trabajo allí. Puede que incluso en Industrias Allman.

– ¿Chivaree? -exclamó horrorizado-. Ese sitio es un asco. Está en medio de la nada.

– Así es. Pero eso es lo que necesitas tú, una ciudad pequeña y tranquila. El tipo de sitio donde todos los vecinos te conozcan y te cuiden. Y se aseguren de que no te estás yendo por el mal camino. Es un sitio que curará tus heridas para que vuelvas a ser persona de nuevo. ¿Lo vas a hacer o no?

– ¿Y vas a pagar mis deudas a los prestamistas? -preguntó Quinn mientras se frotaba inquieto la nuca.

– Así es.

Matt hablaba con tal seguridad que no había lugar a dudas. Era un hombre de palabra. Quinn seguía nervioso e indeciso. Mirando a unos y a otros sin parar.

– De acuerdo. Voy a intentarlo -dijo a regañadientes.

Shelley observó toda la escena con el corazón en un puño. Por extraño que pudiera parecer, el ver a Matt siendo tan valiente, compasivo y magnánimo hizo que se sintiera aún más atraída por Rafe. Ella ya sabía que Matt era buena persona, pero ahora estaba convencida de que Rafe también lo era. Se sentía orgullosa de toda la familia Allman. De todos menos del padre, de quien podía prescindir fácilmente.

– Acabamos de enterarnos hoy de lo que le pasó a Penny -explicó Matt-. Lo siento muchísimo. No es justo.

Quinn asintió y bajó la cabeza, incapaz de hablar.

– Pero lo que quiero es que me digas qué ha pasado con el bebé -agregó Matt.

– ¿Bebé? -dijo Quinn levantando la cabeza-. ¿Qué bebé?

– Penny tuvo un bebé, ¿no es cierto?

Quinn se relajó. Era demasiado tarde para intentar mentirles sobre ello.

– Sí, es verdad. Tuvo un bebé.

– ¿Cuándo?

Al decirle la fecha, Matt hizo cálculos durante unos segundos.

– Eso fue unos seis meses después de que rompiéramos -dijo con solemnidad.

– Sí -le dijo Quinn mirándolo con media sonrisa-. Penny me dijo que tú eras el padre.

La cara de Matt reflejó un montón de emociones, ensombrecidas todas por el dolor.

– ¿Dónde está ahora? -dijo con voz áspera.

– No lo sé -se disculpó Quinn-. Se lo dio a alguien.

– ¿Lo dio en adopción? -preguntó Matt estupefacto.

– Eso creo.

– ¿Cómo se llamaba la agencia?

– No sé si lo hizo de manera oficial -explicó Quinn tras pensar un rato-. Estaba pasando un mal momento.

– ¿Qué demonios hizo con el bebé? -preguntó Matt de nuevo, intentando mantener la calma sin lograrlo.

– No lo sé, de verdad. Tuvo el bebé y luego desapareció. Ni siquiera llegué a verlo.

– ¿No encontraste nada entre sus papeles cuando Penny murió?

– Nada. Tiré la mayor parte de sus cosas, que no eran muchas. Si quieres puedes buscar entre lo que aún conservo. ¡Pobre Penny!

Se quedaron todos en silencio unos segundos, recordando a una mujer que murió demasiado pronto.

– ¿Fue niño o niña?

– No lo sé, Matt. Lo siento -confesó Quinn.

Shelley tosió. Odiaba tener que hacerlo, pero se estaba haciendo tarde y tenían que volver al hotel.

– Lo siento mucho, pero tenemos que volver para el ensayo general.

Matt se volvió hacia ella. Ni siquiera recordaba que estuviera allí.

– Muy bien -dijo dándole las llaves de su coche a Rafe-. Id vosotros dos. Yo aún tengo que conseguir algo más de información. Seguro que a Quinn no le importa llevarme luego al hotel, ¿verdad?

– Claro que no -contestó Quinn.

Rafe frunció el ceño. No le hacía gracia dejar a su hermano allí, pero no tenían otra opción. Habló con Matt en privado un minuto y luego se dirigió con Shelley hacia el coche. Lo miró a la cara y Rafe tenía una enorme sonrisa.

– ¿Qué es lo que-te hace tanta gracia?

– La vida misma -explicó él-. Aparece Matt y las cosas empiezan a encajar. Siempre ha sido así. ¡Es un tipo increíble!

Shelley lo miró asombrada. No parecía haber nada de envidia en sus palabras y no conseguía entenderlo. Era verdad que Matt siempre destacaba por ser un ganador, un gran líder y una buena persona. Pero ella se estaba dando cuenta de que Rafe era casi igual.

Lo cierto era que Rafe nunca había sido reconocido por esas cosas y, aún así, parecía no sentir resentimiento.

– Siempre ha sido tu héroe, ¿verdad?

– Sí.

Shelley suponía que era normal. Casi todos los chavales sentían admiración por sus hermanos mayores, pero Rafe ya no era un niño y la vida le había dado suficientes razones como para que ya no fuera así.

– Seguro que David te ve a ti de la misma manera.

– Lo dudo mucho.

– ¿Por qué?

Rafe hizo una mueca de disgusto. No estaba disfrutando con la conversación.

– Te mereces que te vea también como un héroe -continuó ella con firmeza.

– Para ti todo es color de rosa, ¿verdad? ¿Aún no te has dado cuenta de que normalmente no conseguimos lo que nos merecemos? ¿Que la mayoría de tus sueños se acabarán desplomando? -prosiguió él mientras observaba el tráfico-. Sólo te tienes a ti mismo. Es mejor no contar con los demás porque no tienes ninguna garantía de que no te vayan a fallar.

Se quedo quieta y callada. Por fin la verdad había salido a la luz y le daba la razón. Había un poso de rencor en el corazón de Rafe. Y, aunque intentara ocultarlo a toda costa, era un persona normal con sentimientos normales.


El ensayo general fue un auténtico desastre. Nadie recordaba bien sus textos. Algunas piezas del decorado se cayeron y el reproductor de vídeo no funcionó y, cuando lo hizo, todas las imágenes estaban fuera de lugar. Candy se acercó al micrófono para comenzar su intervención, pero tropezó y cayó al suelo tirando varias sillas. Al caer se agarró del mantel y tiró todo lo que tenían expuesto sobre la mesa. Dorie, tratando de salvar esas cosas, cayó también.

– ¿Por qué se caen todos? -dijo Rafe sacudiendo la cabeza-. A lo mejor deberíamos tener una ambulancia aquí durante la representación de mañana.

– Cuando el ensayo general va mal es porque el estreno va a ser un éxito, ¿no es eso lo que dicen? -dijo Shelley desesperada.

– ¡Claros Y Ratoncito Pérez te trae dinero cuando se te cae un diente -contestó él con escepticismo-. Ya veremos lo que pasa.

Todo el mundo estuvo muy apagado durante la cena. Matt no se unió a ellos, no tenía apetito, y Shelley lo entendía perfectamente. Ella, de haber podido, se habría escaqueado también. Pero era la jefa y tenía que estar allí.

Tras la cena, volvieron a la sala de conferencias para hablar de todos los problemas que habían surgido durante el ensayo. Eran casi las diez cuando dieron por concluida la reunión y se dirigieron finalmente a sus habitaciones. Shelley y Rafe subieron juntos en el ascensor.

– ¿Qué crees? -le preguntó ella-. ¿Aún hay esperanza?

La miró fijamente, pero no dijo nada.

– Estoy tan cansada… -dijo ella soltando una carcajada y cerrando los ojos-. Me siento como si los últimos días hubieran durado unos siete años.

– Lo entiendo.

– Eso de ser el jefe no es tan bueno como parece, ¿verdad?

– Tiene sus más y sus menos. Pero en general, prefiero estar al cargo de todo que tener que hacer lo que me digan otros.

Shelley abrió los ojos y lo miró. No estaba segura de si a ella le pasaba lo mismo. Llegaron a su planta y salieron del ascensor. Rafe la acompañó a su habitación.

– Ya sé que aún crees que deberíamos haber usado tu idea -reconoció ella-. Y quizás estuvieras en lo cierto. Si las cosas no salen mañana como esperamos, te debo una gran disculpa.

– No digas tonterías -contestó frunciendo el ceño-. Ahora estoy tan comprometido con tu idea como cualquiera. Va a funcionar, ya verás. Es muy buen tema. Sólo tenemos que intentar que Candy no destruya el escenario.

Shelley se rió con ganas. Habían llegado a su habitación y se giró hacia él para despedirse.

– Bueno, hasta mañana, que hay que madrugar. Me voy a la cama.

– ¿Puedo pasar? -le preguntó directo, mirándola con sus grandes ojos, negros como la noche.

– Rafe… -comenzó sorprendida.

– ¡Eh! -dijo él tocándole la barbilla-. Sólo quiero estar un rato contigo. Sin compromisos. Sólo quiero que hablemos y aclarar algunas cosas.

Lo miró a los ojos y supo que no podía negarle nada. Pero lo iba a intentar de todas formas.

– Somos viejos amigos, ¿no? -insistió él.

– Viejos enemigos -rectificó ella.

– Amigos, enemigos… Con el tiempo pasan a ser una misma cosa.

– ¿Eso crees? -dijo abriendo la puerta y rindiéndose a lo inevitable.

Rafe entró y el corazón de Shelley comenzó a galopar. Era tan atractivo y tan masculino… «Una combinación de lo más peligrosa», pensó ella. Sabía que podría enamorarse de él en cuestión de segundos, pero no iba a dejar que eso sucediera.

– ¿Te apetece algo del mueble-bar? -sugirió ella-. ¿0 prefieres un poleo?

– ¿Un poleo?

– Sí, me he traído mi propio equipamiento. Sólo tengo que conectar la jarra y en cuestión de un par de minutos tengo agua caliente para el té.

– Suena bien.

Shelley siguió charlando de tonterías mientras preparaba las infusiones y las servía. Cuando terminó miró alrededor. No había demasiados sitios donde sentarse que no fueran embarazosos para los dos.

– ¿Salimos al balcón?

– De acuerdo -asintió él.

Lo miró mientras salían. Parecía relajado y sereno. Estaba siendo muy agradable, no parecía el Rafe Allman que ella conocía. Sólo dos días atrás, Rafe le llevaba la contraria en todo y ahora era como un gatito, siempre intentando agradar a su dueña.

Se estaba bastante fresco en el balcón, pero ella llevaba un jersey de algodón y él una camisa gruesa de manga larga. Se sentaron en las sillas de madera que rodeaban la pequeña mesita. Desde allí llegaban todos los sonidos de la calle. En algún sitio tocaba una banda de mariachis. Se veía parte del río entre las palmeras y las luces de San Antonio brillaban por todas partes. A pesar de lo duro que habían trabajado había sido un fin de semana increíble, un oasis lejos de la vida real, la que los esperaba a los dos ese mismo lunes.

– ¿Qué va a pasar cuando volvamos a Chivaree el lunes? -preguntó ella con voz suave.

– ¿Que qué va a pasar? Que la vida sigue -dijo dando un sorbo al té-. Si ganamos, volvemos como vencedores.

– ¿Y si perdemos?

Se quedó callado un segundo.

– Entonces no seremos los vencedores y les diremos que esperen hasta el próximo año, como hacen los equipos de fútbol cada temporada.

Shelley se alegró al ver que Rafe podría llegar a aceptar la idea de perder sin tirarse de un puente.

– Pero a mí seguramente me despidan -dijo ella.

– ¿Por qué te iban a despedir? -le preguntó sorprendido.

– Porque soy la jefa y si perdemos será culpa mía. ¿No es así como funcionan estas cosas?

– No te preocupes -la tranquilizó riendo-. No dejaré que te despidan.

– Pero a lo mejor no depende de ti -dijo ella poniéndose cómoda en la silla.

– Te voy a contar un secreto, señorita -explicó con una sonrisa-. La mayor parte de las cosas que ocurren en Industrias Allman depende de mí.

– A lo mejor -prosiguió ella sin querer darle la razón-. Pero tu padre es aún el presidente de la compañía.

– Ya. Y aún piensas que está intentando que Matt ocupe mi puesto para deshacerse de mí, ¿no? -dijo él girándose hacia Shelley-. Estás empeñada en esa idea, ¿verdad?

Estaba sorprendida. No era en eso en lo que estaba pensando, pero ahora que Rafe sacaba el tema, la verdad era que casi todo el mundo en Chivaree pensaba que Jesse Allman quería que fuese su hijo mayor el que se ocupara de la compañía. Durante años, Matt se había librado del asunto yéndose a la Universidad a estudiar Medicina. Mientras tanto Rafe siempre había estado allí, ocupándose de todo.

– ¿Ya no presiona a Matt? -preguntó ella directa.

– Bueno, Matt nunca ha estado interesado en ocuparse de la empresa, pero yo sí. Me gusta -contestó de mala gana.

– Pero tu padre sigue queriendo que sea Matt el que la presida

– Sí, supongo que no es ningún secreto -admitió después de dudar un momento.

– No me digas que eso no te molesta -dijo ella mirándolo a la cara.

Rafe se quedó callado un rato antes de contestarle.

– No creo que molestar sea el verbo adecuado -dijo pasándose las manos por el pelo-. Me encantaría que mi padre fuera más realista, pero también me gustaría que hablara mejor y que dejara de beber tanto whisky. Pero no va a cambiar. Con los años, todos hemos aprendido a vivir con sus peculiaridades.

Shelley lo miró. Sus grandes ojos parecían más oscuros entre las sombras del balcón. De pronto sintió que se identificaba con él. Y también sentía compasión. Siguió preguntándole sobre ese tema, aunque sabía que Rafe no quería hablar de ello. Pero ella no estaba dispuesta a parar. Eran muchas las heridas y los sentimientos acumulados desde su niñez.

– ¿No te gustaría que valorase más el trabajo tan estupendo que estás haciendo al frente de la empresa en vez de estar sólo pendiente de conseguir que Matt se interese por ella?

– Shelley…

– Porque a mí sí me gustaría -lo cortó demostrando su enfado-. Me saca de quicio ver como ignora todo lo que haces. Me dan ganas de darle una patada en el culo.

– No lo hagas. Ya está bastante fastidiado el hombre -dijo él con una breve sonrisa.

Shelley se estremeció. Jesse Allman llevaba tiempo luchando contra un cáncer, pero eso no le daba carta blanca para tratar a su familia con crueldad.

– Pero, ¿no te das cuenta de que todo lo haces para obtener su aprobación y así compensar las otras carencias? ¿No ves que llevas haciendo lo mismo desde que eras un niño?

– ¡Por favor! -dijo él sin darle importancia a sus palabras-. Claro que me gusta tener su admiración, pero eso no me quita el sueño.

– ¿No? Entonces, ¿por qué es tan importante para ti ganar esta competición? -dijo incrédula-. ¿No tiene nada que ver con tu necesidad de demostrarle todo lo que vales?

– Bueno, supongo que hay algo de eso -asintió Rafe después de reflexionar un momento. Shelley asintió con la cabeza-. Pero, ¿qué problema hay? Las cosas son así y puedo vivir con ello -siguió él.

– Pero te fastidia.

– ¡Vale, vale! Sí, me fastidia.

Estaba cansándose de todo aquello y ella lo entendía.

– Ya lo he admitido. ¿Estás satisfecha?

– Sí -asintió poco segura de que así fuera.

El que lo admitiera no cambiaba las cosas, y tampoco sabía muy bien qué la había llevado a esa conversación. Sólo pensaba que Rafe se merecía ese reconocimiento.

Había otro gran motivo que había determinado que él se abriera poco a otras personas: la pérdida de su madre. Pero Shelley no iba a sacar ese tema. No quería hacerle daño. Su madre había sido siempre su fan número uno y, cuando murió, perdió mucho apoyo y tuvo que enfrentarse él sólo a su autoritario padre. Había sido muy difícil para Rafe crecer en una familia tan competitiva.

– Es mucho mejor hablar de todo eso, sacar lo que llevamos dentro.

– No me psicoanalices, señorita Freud -dijo él con un quejido.

Rafe estiró las piernas. Se sentía cómodo allí, a pesar del tema que acababan de tratar. Shelley sintió cariño por él y no entendía cómo siempre le había parecido tan gruñón. No lo era.

– ¿Qué me vas a decir ahora? -dijo él contemplando las luces de la ciudad-. ¿Que todos estos problemas son los que me han llevado a no encontrar una mujer con quien casarme y sentar la cabeza?

– Bueno… -comenzó una sorprendida Shelley, no tan audaz como para entrar en ese delicado tema.

– ¿Me vas a decir que no conecto con las mujeres porque mi padre no respeta mi trabajo lo suficiente?

– Eh…

– Pues yo te contestaré que todo eso son tonterías. ¿Y sabes por qué? Porque si no he encontrado una mujer con quien casarme es porque he estado demasiado ocupado llevando la empresa. ¿Qué excusa tienes tú?

– ¿Cómo? -dijo ella sin entender.

– ¿Por qué no estás tú casada? ¿Por qué no has encontrado a alguien con quien conectaras de verdad?

– Yo… Bueno…

– ¿Ves? No es nada fácil ser el que recibe los ataques, ¿verdad?

Rafe tenía razón y se merecía que la atacara así, pero no estaba de acuerdo en lo que estaba diciendo. No estaban en el mismo barco. Ella había tenido unas cuantas relaciones, pero, Rafe salía continuamente con mujeres que no le duraban nada. Nunca había tenido una novia.

– ¿Has estado enamorado? -le preguntó ella.

Rafe se quedó callado y miró hacia lo lejos.

– Ahí me has dado. No, nunca lo he estado -dijo él, y añadió mirándola-. ¿Y tú?

– Yo sí. Bueno, al menos eso creía.

– ¡Ah! ¡Claro! ¡Jason McLaughlin!

La seguía mirando y Shelley sintió que su mirada le estaba haciendo agujeros en el alma. Pero no podía culparlo. Había sido ella la que había iniciado la conversación y se había convertido en la cazadora cazada.

– ¿Y cómo fue? -dijo él con algo de sarcasmo-. ¿Una buena experiencia? ¿Te hizo crecer como persona? ¿El amor te convirtió en un ser más compasivo? ¿0 hizo que te volvieras enemiga de las relaciones amorosas?

Respiró hondo. No quería hablar de ello. Tenía que haber sido menos dura con él porque ahora estaba sufriendo sus ataques personalmente. Rafe teníaa razón.

– Tú ganas -dijo mirándolo-. Siento haberme metido en tus asuntos. Pero, ¿sabes qué? Te agradecería que no habláramos de Jason.

– ¿Ves? -dijo él haciendo una mueca de desagrado y mirando a otro lado-. Es esa manera de reaccionar tuya cada vez que sale el tema de McLaughlin la que me hace pensar que aún…

– ¡No! -exclamó ella cortante-. No hay nada en que pensar. No aguanto a ese tío. ¿Podemos dejar el tema?

Rafe no entendía que lo único que sentía ella cada vez que salía el tema era desprecio por sí misma y culpabilidad. Shelley no sabía cómo hacerle entender que no sentía nada por Jason.

– Bueno, será mejor que me vaya -dijo él-. Mañana es el gran día.

– ¿Ya? -contestó ella decepcionada.

Rafe se levantó y contempló la noche. Ella se acercó.

– Pase lo que pase mañana -dijo ella con suavidad-, me alegro de…

Rafe la miró sonriente y le acarició la mejilla con su cálida mano.

– ¿De qué te alegras?

– Me alegro de que nos hayamos podido conocer mejor -dijo ella deseando que no apartara la mano-. Lo que quiero decir es que nunca me había dado cuenta…

Lo miró y observó sus oscuros ojos, sus labios, su pelo. Sintió que quería besarlo. Nunca había deseado hacer algo con tanta fuerza.

Rafe vio el deseo en los ojos de Shelley, pero vaciló. Si la besaba en ese momento no iba a ser un beso casual, como habían sido los otros. Sabía que con ese beso irían también él corazón y la confianza de Shelley y no quería dar ese paso. Podía llevarlos a una situación que no entendía muy bien pero que implicaría algún tipo de compromiso.

Se había pasado toda su vida evitando los compromisos. Y no quería que eso cambiara, no merecía la pena. Shelley era muy atractiva, pero podía llegar a convertirse en una trampa humana. Si daba un paso en falso la cuerda se tensaría atrapándolo en sus redes, colgado de un árbol y esperando la muerte. No iba a dejar que eso le pasara a él.

– Tienes que descansar -dijo de manera brusca mientras entraba de nuevo en la habitación-. Te veo por la mañana.

Shelley no contestó. Lo siguió y, justo cuando Rafe iba a abrir la puerta, sintió cómo ella tocaba su brazo.

– ¿Rafe? -dijo Shelley con suavidad. Se volvió hacia ella, aunque sabía que era un error-. ¿Rafe? -repitió ella con la mirada empañada por el deseo.

Algo en su voz le llegó muy dentro. Sintió miedo durante un par de segundos, se arrepintió brevemente, suspiró y sintió que estaba despidiéndose de una etapa de su vida. Porque al mirar a Shelley a los ojos supo que se iba a perder en ellos, pero lo hizo de todas formas. El miedo se esfumó y se abandonó a lo inevitable.

Estaba escrito que algo iba a pasar entre ellos. Desde el momento en que sus ojos se cruzaron el primer día de la conferencia. Tenía que probarla, tocarla, sostenerla entre sus brazos, besarla. Aunque sabía que, en cuanto lo hiciera, se encontraría apresado en su trampa.

– Shelley -murmuró en un último intento de salvarse que desapareció en cuanto ella tocó su cara con las manos.

Era un alivio dejarse llevar por fin. Se unieron en un abrazo apasionado en el que sus cuerpos encajaban perfectamente. Shelley abandonó su dulce boca a los impetuosos besos de él. Rafe la sostuvo y bebió de sus labios como un hombre sediento. Su boca sabía maravillosamente. Sentía cada curva de Shelley acoplándose a su cuerpo. La atrajo con fuerza hacia sí, queriendo tocar toda su piel. Cada suspiro y gemido lo excitaba más, hasta que el deseo lo cegó y supo que tenía que poseerla.

Deslizó sus manos por debajo de su blusa. La espalda de Shelley era pura seda y su piel tenía el sabor de los vino exóticos. Rodeó su pecho y sintió sus pezones endurecerse tras el contacto. Ella gimió y su cuerpo tembló de placer como si una nueva energía la estuviera invadiendo. La manera en la que Shelley respondía a sus avances estaba siendo el mayor de los afrodisíacos. Rafe nunca había experimentado algo así y le estaba volviendo absolutamente loco de deseo.

Tenían la cama al lado y los dos lo sabían. Era su destino, el lugar donde podrían dar rienda suelta a la necesidad que tenían el uno del otro. Él no pensaba en otra cosa. A ella apenas se le pasó por la cabeza.

Shelley era muy consciente de lo que estaba haciendo. Estaba tentando al destino, estaba en peligro. Pero decidió que no iba a preocuparse más por eso. Era pura sensualidad y no quería tener que razonar lo que estaba pasando. Apretó su cuerpo contra el de él y gimió de alegría al notar la excitación de Rafe.

Pero no podía apartar sus pensamientos. «Ya he pasado por esto. ¿Es que he olvidado lo que Jason me hizo pasar cuando me di cuenta de que no me amaba y de la vergüenza que sentí al enfrentarme a su mujer?», pensó ella.

Recordaba todo aquello, pero el calor que le hacía sentir Rafe, recorriendo su piel, sintiendo su cuerpo, oliéndolo, saboreándolo… Era demasiado.

«Estoy enamorada de Rafe», reconoció. Aquel pensamiento la sacudió como un puñetazo en el estómago. Sabía que era verdad. Se separó de él, se secó la boca con el dorso de la mano y lo miró con ojos aterrados.

– ¿Qué pasa? -le preguntó él entre jadeos, intentando abrazarla de nuevo, pensando sólo en cuánto la deseaba.

Lo miró asombrada. Había estado tan cerca del abismo… Un poco más y su relación habría cambiado por completo. Y no estaba preparada para ello… No podía arriesgarse, aún no.

– Creo que será mejor que te vayas -le dijo dando un paso atrás.

Rafe se recompuso y respiró hondo. Se tranquilizó y pudo pensar de nuevo con claridad.

– Shelley, lo siento -dijo rápidamente-. Te prometí que esto no iba a pasar y…

– No, no, ha sido culpa mía -dijo ella sacudiendo la cabeza-. Pero es que me acabo de dar cuenta de que…

– ¿De qué?

– De la trascendencia que tendría que… -dijo ella con la esperanza de que la entendiera sin tener que darle más explicaciones.

Rafe frunció el ceño algo confuso. Hasta que se dio cuenta de que Shelley se sentía como él. Los dos estaban igual de asustados. La miró con media sonrisa.

– Shelley -dijo acariciándole el pelo, dejando que el cariño que sentía por ella aflorara en sus ojos-. Eres una persona muy especial para mí.

– Tú también -susurró ella mientras tomaba su mano y besaba la palma con los ojos cerrados.

– Será mejor que me vaya -dijo él con pocas ganas, pero decidido a hacer lo que debía-. Que duermas bien.

– Si es que puedo conciliar el sueño.

Rafe sonrió, sabiendo que él tendría el mismo problema.

– Buenas noches -dijo dándole un beso en la boca.

– Buenas noches -repitió ella mientras miraba cómo se iba.

Cerró la puerta y, suspirando, se dejó caer sobre la cama. Estaba enamorada de Rafe. No podía creerlo pero sabía que era verdad. Sin poder evitarlo, comenzó a reír con fuerza. Se rió de ella, de él, del mundo. No tenía ni idea de qué iba a hacer con esos sentimientos.

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