CAPÍTULO 3

A LA mañana siguiente, la primera persona a la que vio Shelley nada más salir del ascensor fue a la última con la que hubiese deseado encontrarse: Jason McLaughlin.

– ¡Shelley! ¡Cuánto tiempo sin verte! -dijo él tomando sus manos-. Tienes un aspecto realmente increíble.

Se quedó sin palabras, temiendo no ser capaz de reaccionar. Se preguntó si la conocería lo suficiente para darse cuenta de lo mal que lo estaba pasando. Tenía el corazón en un puño. Lo más seguro era que no se percatara de la reacción que había provocado en ella. De hecho, nunca la había llegado a conocer por completo y tampoco le había importado lo suficiente como para ahondar más en su relación. Ella le había calentado la cama y mantenido el piso en orden, lo único que de verdad le interesaba.

En cambio, ella se había pasado toda la adolescencia pendiente de él. Incluso apuntaba todo lo que Jason hacía en un diario. Lo escondía debajo del colchón y sólo lo sacaba por la noche para escribir los últimos acontecimientos del día.


He visto a Jason en la tienda esta mañana. Llevaba unos vaqueros con agujeros super chulos. Se ha girado hacia donde yo estaba y casi me da un infarto. Pero después ha pasado de largo a mi lado. Creo que no me ha visto.


Había estado loca por él durante esos años. Era el único chico que le había gustado. Años más tarde, una vez terminada la carrera, se mudó a San Antonio. Entonces comenzó a trabajar en su empresa. Estaba loca de contenta, sobre todo cuando se dio cuenta de que se había fijado en ella. Poco después la seleccionó para ser su ayudante personal, lo que pronto se convirtió en algo mucho más íntimo. Había sido un sueño hecho realidad, hasta que se despertó.

– Jason -dijo cuando consiguió recuperarse-, me sorprende verte aquí. Pensaba que esto era demasiado burgués para ti.

– No digas tonterías -contestó él con una amplia sonrisa-. Esta conferencia es uno de los acontecimientos empresariales más importantes del año en San Antonio. Y hemos venido para ganarla.

Su sonrisa no consiguió ablandarla en absoluto. Al fin y al cabo, sólo eran dientes. Blancos y afilados como los de los tiburones. Lo que le recordó que tenía que tener mucho cuidado con ese hombre.

– Buena suerte. Nosotros también esperamos conseguir una buena puntuación.

Intentaba parecer tranquila, pero los nervios no le dejaban respirar. Se sentía al borde de un precipicio, con un montón de tiburones nadando en círculos bajo sus pies. Jason seguía sosteniendo una de sus manos e intentó atraerla hacia él mientras la miraba con ojos melosos.

– Supongo que ibas a desayunar ahora. ¿Por qué no vienes conmigo? ¿Qué te parece si nos sentamos en una mesa tranquilita y nos ponemos al día? -le sugirió.

Abrió la boca para responderle y ponerlo en su sitio de una vez por todas. Pero no fue lo suficientemente rápida, ya que Rafe apareció de repente y le rodeó los hombros con su brazo.

– Lo siento, McLaughlin -dijo con frialdad-. Pero tiene planes conmigo. ¡Mala suerte!

– ¡Rafe! -exclamó Jason sorprendido-. ¿Planes contigo? Podría decirte lo que pienso de eso, pero no quiero ser maleducado.

– Adelante, sé todo lo maleducado que quieras. Al fin y al cabo, estamos entre amigos y puedes ser tú mismo. Nos conocemos todos desde hace tanto tiempo… -dijo Rafe con calma.

Jason sonreía, pero sus ojos sólo reflejaban frialdad y desprecio.

– Que tengáis un buen día -dijo mientras se iba.

– Seguro que sí -respondió Rafe mientras sujetaba a Shelley con más fuerza para dirigirla hacia la cafetería del hotel.

Ella se dejó llevar. Aún era un manojo de nervios y apartó el brazo de Rafe en cuanto pudo reaccionar. La camarera les mostró una mesa lo suficientemente grande como para albergar a todos los miembros del equipo. Shelley no podía esperar más.

– No necesitaba tu ayuda para manejar esa situación, ¿sabes?

– Ya me imagino -dijo él con suavidad mientras la acompañaba hasta una silla-. Si eso era lo que querías…

Shelley estaba furiosa. Estaba claro que no se fiaba de ella. Se inclinó sobre la mesa para acercarse más a él.

– ¿Me estás acusando de algo?

Rafe tomó la carta y comenzó a estudiarla.

– No voy a tolerar que haya traidores en mi equipo -le comentó mientras seguía leyendo el menú-. Sólo estaba avisándote.

– ¡Rafe Allman! -exclamó con los puños encima de la mesa-. ¡Me sacas de quicio!

– No te alteres, Shelley -le dijo fingiendo sorpresa ante su reproche-. ¿Es que no lo entiendes?

Rafe dejó el menú sobre la mesa y tomó una de sus manos.

– El hecho de que salten chispas entre nosotros es una ventaja. Es perfecto para mejorar nuestra creatividad. Produce una tensión que nos ayudará a crear una dinámica que va a machacar al resto de los equipos.

– Sí -asintió perpleja-. 0 eso o nos acabaremos matando.

– Bueno, supongo que siempre cabe la posibilidad de que eso ocurra -dijo él con una mueca divertida.

Shelley no pudo controlarse y sonrió por un momento. Después, retiró la mano y tomó su carta de desayunos.

– No te molestes -dijo él-. Ya sé lo que voy a pedir para ti.

– ¿Qué?

– Pequeñas tortitas de arándanos con jarabe de cerezas y salchichas.

Lo miró fijamente, estupefacta. El levantó la vista y parecía casi avergonzado.

– Es que me he acordado de los sábados por la mañana, cuando Rita nos preparaba el desayuno. Recuerdo que acababas con las existencias.

Rita era la hermana de Rafe, la mayor de los hermanos Allman.

– A veces cocinaba suficiente para un regimiento -recordó ella.

– Por eso lo he dicho. Te encantaban esas tortitas con el jarabe de cerezas.

Le resultaba increíble que se acordara de eso. La inundó una oleada de nostalgia por aquellos días de su infancia.

– Eso fue antes de que tuviera que empezar a cuidar mi línea -explicó ella.

– No te preocupes, que yo la cuido por ti. No hay problema. Yo te observo y te aviso si hay algo que se sale de la línea.

– Ahí me has decepcionado. Es un chiste de lo peor que he oído -dijo ella con un suspiro.

– No estaba bromeando -afirmó con suavidad y los ojos en llamas.

En ese momento se acercó la camarera con dos tazas de café humeante y Rafe aprovechó para pedir los desayunos. Shelley estaba demasiado concentrada en tratar de interpretar lo que acababa de decirle para indicarle que no quería las tortitas después de todo. Pero ya era demasiado tarde y decidió dejarlo pasar.

Lo miró con cautela y él le devolvió la mirada. Shelley intentó decir algo que llenara el silencio.

– ¡Bueno! ¿Estás preparado para el gran día?

Rafe gruñó y tomó un sorbo de café, pero estaba demasiado caliente y se quemó la lengua.

– Los grupos de trabajo durarán hasta mediodía -siguió ella nerviosa-. Luego quedaremos para comer en el Tapa Grill y después continuaremos la reunión en mi habitación para decidir nuestro plan de acción. Tengo algunas ideas bastante interesantes.

– ¿En serio? -preguntó sorprendido.

– Pues sí.

– Yo también tengo algunas ideas -dijo encogiéndose de hombros-. Algunas muy buenas. Así que va a ser la madre de todas las batallas de ideas. Ya veremos qué ideas acaban dominando.

Ella hizo una mueca. Rafe hablaba como si se tratara de una competición de levantamiento de tractores o algo así.

– Creo que las mías son bastante buenas -afirmó ella.

– Bastante buenas -la imitó él burlón-. ¿Ves, Shelley? Ése es tu problema. Con ideas que son bastante buenas no vamos a conseguir ganar el concurso. Necesitamos ideas geniales, fabulosas, increíblemente extraordinarias. Con ésas sí puede que tengamos una oportunidad. Me preocupa mucho, Shelley. Tú no tienes el instinto asesino que se necesita aquí.

– Me alegro -contestó ella seria, arrugando un poco la nariz.

– ¿No lo entiendes? El instinto asesino es imperativo para ganar el concurso.

– Vale, vale. Deja de ser tan melodramático. Vamos a hacerlo bien, ya verás.

La miró un instante y gimió, echando la cabeza hacia atrás.

– Shelley, Shelley, Shelley… Tienes que ponerte dura. Te asustas cuando hueles la sangre y eso no puede ser. Hablo metafóricamente, por supuesto. No estás preparada ni motivada para esta guerra, para luchar contra todo lo que se interponga en tu camino -insistió él mirándola fijamente-. Yo sí estoy capacitado. Deberías dejar que me encargara de esto.

Shelley tuvo que controlarse y contar hasta diez para no responderle de forma desmedida. No podía permitírselo, sobre todo cuando Jason McLaughlin estaba sentado a pocas mesas de ellos dos, observándolos atentamente.

– Si quieres puedes ir al equipo B y asesorarlos todo lo que quieras. Eres el jefe supremo de Industrias Allman y tienes derecho a controlamos todo lo que quieras. Pero, en lo que concierne a este equipo y durante los próximos cuatro días, yo soy la jefa. Y vas a hacer lo que yo te diga, Rafe Allanan.

– ¿Es esto una especie de revancha para ti? -dijo mirándola inquisitoriamente.

– ¿Revancha? -exclamó ella-. Eres un hombre exasperante. ¿Es que crees que todo gira alrededor de ti?

– ¿Y no es así?

Lo miró durante un largo rato y se dio cuenta de que hablaba en serio.

– ¿Sabes qué? Sí, me estoy intentado vengar. Por aquella vez que pusiste colorante verde en el champú mientras Jodie y yo nos bañábamos y acabamos con el pelo, la cara y las manos verdes.

Rafe hizo una mueca al recordar el incidente.

– Reconozco que no estuvo bien, pero estabais muy graciosas.

Decidió no ceder ante sus explicaciones. No lo volvería a hacer nunca.

– También me vengo por aquella vez que estaba bebiendo leche en tu casa, sentí que tragaba algo blando y me convenciste de que habías puesto una rana en mi vaso. Me puse tan histérica que casi podía sentir a la imaginaria rana moverse dentro de mí.

– ¡Pobre ranita! -dijo él apenado mirando hacia el estómago de Shelley-. Seguro que aún está ahí dentro.

– ¡No había ninguna rana!

– Bueno, nunca estarás totalmente segura de ello, ¿verdad?

Shelley se preguntó cuántos años le caerían entre rejas por matar a ese hombre. Seguro que el jurado entendería que había sido un crimen pasional. Porque lo odiaba apasionadamente.

Siguió recordando todas las travesuras sufridas con Rafe como torturador hermano mayor. Había conseguido sacarla de quicio tantas veces desde que eran pequeños…

– ¿Y cuando estaba aprendiendo a conducir, pasé por encima de un bache y me hiciste creer que había atropellado a Buster, el perro de Jodie? Estuve buscando al perro y llorando durante horas. Pensaba que a lo mejor estaba entre los arbustos, herido.

– Ya. Bueno, supongo que esa vez me pasé un poco.

– ¡Un poco! -exclamó irritada-. Te odié con todas mis fuerzas.

– Pero, ¿por qué? Sólo era un chaval algo atontado. Igual que tú. ¿Te acuerdas de cuando cambiaste mi bocadillo de atún por uno con comida para gatos?

– Yo no lo hice -dijo intentando parecer inocente-. Además, fue idea de Jodie.

Rafe sonrió y ella no pudo evitar hacer lo mismo. Al poco tiempo llegaron Jim y Jaye y otros miembros del grupo. Shelley se incorporó un poco e intentó recobrar la compostura. No podía seguir perdiendo el tiempo hablando con Rafe como lo había hecho. Era peligroso para su paz interior y probablemente también para su equilibrio mental. Iba a ser un día muy duro y debía concentrarse en la ardua tarea que tenía que llevar a cabo.


Una hora más tarde, Shelley salió a hurtadillas de la cafetería y bajó al aparcamiento por la escalera trasera. Esperaba que nadie la echara de menos durante las reuniones de trabajo. Entre ellas y la sesión de lluvia de ideas esperaba contar con unas dos horas antes de tener que volver al hotel a tiempo para comer con el resto del equipo. Con un poco de suerte, sería capaz de volver con algunas respuestas a sus preguntas.

Se subió al coche y se dirigió, por las familiares calles de San Antonio, hasta el Café de Chuy. Esperaba que su misión secreta, organizada por Matt, el hermano mayor de Rafe, fuera un éxito.

Para ella, Matt era algo así como su propio hermano mayor, el tipo de persona con el que podía contar. Era imposible no apreciarlo. Shelley había ido a la Universidad de Dallas, donde Matt estudiaba Medicina, y había hecho buenas migas con su novia de entonces, Penny Hagar. Las dos jóvenes habían llegado incluso a compartir un apartamento durante un tiempo, lo que hizo que también tuviera mucha relación con Matt. Cuando unos días antes, Matt le había pedido que lo ayudara a localizar a Penny, a Shelley le había faltado tiempo para ayudarlo.

Se dirigía entonces al café donde solía quedar con sus amigos cuando vivía en San Antonio. Esperaba que alguien se acordara de Penny. Sabía que había regresado a esa ciudad después de terminar sus estudios en Dallas tres años antes.

Recordaba que tenía un hermano que se llamaba Quinn y que debía de vivir todavía por ese barrio. Ella y Quinn habían tenido amigos comunes durante su estancia en San Antonio. Tendría que intentar localizarlo. Si lo lograba, la mitad de la misión estaría conseguida.


Poco más de una hora después volvió al aparcamiento del hotel. Se había encontrado con un par de conocidos que estaban desayunando en el Café de Chuy. Habían sido muy amables al proporcionarle algunos nombres y teléfonos que podían serle de ayuda, pero no había conseguido ninguna información en firme que la llevara hasta Penny.

Al menos había vuelto al hotel con tiempo para subir un momento a su habitación y cambiarse antes de bajar a comer con los otros. Entró por la parte de atrás, intentando evitar a los conocidos. Sacó la tarjeta del hotel, la pasó por la cerradura deprisa y entró en su habitación, aliviada por haber podido pasar desapercibida. Encendió la luz de la entrada y pasó a la parte del dormitorio, que aún estaba casi a oscuras. Una voz la paró en seco.

– Bienvenida, Shelley.

¡Era Rafe! Se giró hacía donde estaba él, sentado en un sillón al lado de la ventana. Ella estaba aún sin aliento por el susto.

– ¿Cómo has entrado aquí? -preguntó.

– Verás… -dijo encogiéndose de hombros-. Las empleadas del hotel me adoran y he conseguido convencer a una para que me dejara pasar.

– ¡Ah!

Se dirigió deprisa a la ventana y corrió las cortinas, dejando que la luz inundara la habitación. Después lo miró de nuevo.

– ¿Dónde has estado? -preguntó Rafe.

– Fuera.

– Ya me he dado cuenta. Pero, ¿dónde?

Shelley no le hizo caso. No pretendía contestarle.

– He estado reconsiderando todo esto. Dejé que me superaras anoche y eso no va a ocurrir de nuevo -agregó él.

Se puso de pie, frente a ella para que no pudiera evitarlo de nuevo.

– Si no me equivoco, todavía soy tu jefe. Y como tal, tengo derecho a que respondas a mis preguntas. Y no me digas que no es asunto mío. Al fin y al cabo estás aquí como parte de tu jornada laboral. Así que te lo voy a preguntar de nuevo -dijo fríamente-. ¿Dónde has estado?

– Conduciendo por ahí.

– ¿Por ahí por dónde?

– Por distintas zonas de San Antonio.

– ¿Haciendo visitas turísticas?

Shelley miró para otro lado.

– ¿Qué es lo que estabas buscando? -insistió Rafe.

Cerró los ojos y se mordió el labio inferior. Todo sería más sencillo si pudiera decírselo, pero no podía traicionar a Matt. Abrió los ojos de nuevo y lo miró suplicante.

– Rafe, por favor. No me lo preguntes. No lo hagas, porque no puedo decírtelo.

La observó durante largo rato para después apartar la vista y mirar en dirección a la ventana.

– ¿Seguro que no estuviste conduciendo para poder pensar? -le ofreció Rafe-. ¿Para poder reflexionar sobre tu vida?

Shelley se dio cuenta de que le estaba dando la oportunidad de salir airosa de su escrutinio. Era una cortesía que nunca habría esperado de él. Pero no podía permitirse aceptar su generosa oferta, a pesar de que eso habría podido hacer las cosas más fáciles.

– No -le dijo con suavidad-. Podría mentirte y decirte que sí, pero no lo voy a hacer.

Rafe se volvió lentamente y la miró.

– Es curioso. ¿Sabías que Jason McLaughlin tampoco ha asistido a las reuniones de su equipo esta mañana? -dijo Rafe con tono acusatorio.

– ¡Dios mío! ¿Crees que estábamos juntos? -preguntó ella.

– Quiero pensar que no.

Shelley alzó los brazos en un gesto de incredulidad y Rafe aprovechó para asir sus manos.

– Creo que eres demasiado lista para hacer algo así. Pero tienes que reconocer que es bastante sospechoso.

Se daba cuenta de que tenía razón. Se le nublaron los ojos. Hiciera lo que hiciera estaba abocada a herir a alguien, quizás incluso a sí misma. A pesar de todo, forzó una sonrisa en sus labios temblorosos y le devolvió la mirada. El rostro de Rafe se dulcificó mientras la atraía hacía sí.

– ¡Dios, Shelley! -dijo con voz baja y ronca-. ¿Por qué tenías que convertirte en una mujer tan condenadamente atractiva?

Apenas podía respirar, pero no pudo evitar dirigirle una mirada traviesa.

– Supongo que para fastidiarte. Parece que no me sirve para ninguna otra cosa.

Rafe dudó por un momento, la buscó con la mirada y la besó.

La sorpresa del abrazo inundó todo su cuerpo. No era la primera vez que la besaban. De hecho, había estado con algunos hombres de lo más competentes, pero no había nadie que besara como Rafe. El beso le hizo recordar el anterior, durante la última fiesta de Nochevieja. Pero éste estaba siendo mucho más intenso. Su boca desprendía un calor irresistible que inundaba la de ella y le hacía desear más y más. El apasionado juego de ambas lenguas provocó escalofríos de placer en todo su ser. Estaba tan excitada que sólo podía pensar en cuerpos desnudos, bailando juntos entre sábanas de satén. Rafe tenía magia. Eso era indiscutible.

Cuando finalmente Rafe se separó de ella, murmurando disculpas y sacudiendo la cabeza arrepentido, Shelley tuvo que contenerse para no gimotear pidiendo más.

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