9

La mujer, que salió corriendo de allí, vuelve ahora, en un coche ajeno, a la quietud doméstica. Debe ser devuelta a su puesto en el cine del hogar. Una morada junto al fuego, que también pincha a otros en los ojos. Por la barbilla le corre un hilo de saliva, lo primero que llama la atención a su marido. El joven está preocupado por ella, porque ha mirado brevemente a la más remota lejanía y ha puesto sus manos húmedas sobre su rostro. Sin duda no es ésta la estación en la que uno se tumba al sol y pone su cuerpo a la vista. De repente vuelve a nevar. ¿Ha llamado ya el director a su compañía de seguros para que la mujer no pueda sustituirle sin más por un ciudadano más joven? Antes venía directamente del burdel, donde remoloneaba con aplicación y se hacía lavar, cortar y tumbar. Sí, en el prostíbulo de la ciudad provinciana sí que había metido con seguridad la pesada canoa de su miembro. Eso ha quedado atrás. Hoy tiene que limitarse a entretener a su propia esposa, y eso con sus garras, sus dos testículos, su ano, porque con tales objetos se dirime el juego secreto cuando el niño está inconsciente. Este hombre es torpe incluso cuando lanza al espejo la imagen de su nueva corbata. Pasa como un grito por entre sus empleados, que se hacen los suecos, y siempre llegan tarde.

La casa ya está envuelta en su íntimo reposo nocturno cuando llegamos. Sólo en un dormitorio arde una luz inquieta, para distraer al precioso niño, que vomita en su cama ante la idea de ir a clase. En el dormitorio del niño, el director se atreve a desfogar su rabia. No se encuentra a gusto aquí, no gusta de oír el agua de la cisterna. Casi ha explotado en sus jugos cuando ha vuelto a descubrir botellas vacías de vino blanco de la clase ordinaria. ¿Es que no puede beber agua mineral y ser voluntariamente cariñosa con el niño? Le ha prohibido el vuelo tempestuoso del alcohol, pero ella sigue escanciándose vino alegremente. ¿Es que su animal doméstico se ha derrochado en otro sitio que con el toro de su casa? Inclina su boca sobre el niño, tan sigilosamente que no pueda moverlo a hablar. El niño duerme ahora. Sin hacer nada, el niño explica por qué vive el director. Descansa con la boca abierta en su propio cuarto, es más que lo que los niños de los habitantes de aquí han conocido de vista cuando han estado enfermos. ¿Quién en esta región es un niño, y tiene un espacio en el que quepa su cuerpo? ¿Quién puede mirar ositos y fotos de deporte, y a las estrellas del pop? Este niño ha sido situado en un lugar tranquilo por razón del estrépito sexual de sus padres. Sin embargo, es lo bastante listo como para acercarse al ojo de una cerradura y gritar él mismo cuando el bastón se abate para enturbiar del modo más superficial la bragueta de su pantalón. Y luego los gritos.

Clarividente, el niño sale a veces de las esquinas más oscuras, porque sus padres desconocen la contención en lo que respecta al despliegue de sus cuerpos, ¡siguen creyendo en el trabajo físico! Este placer les fue autorizado por la sociedad cristiana que los casara un día. El padre puede degustar infinitamente a la madre, meter la mano bajo los agujeros de su ofendida vestimenta, hasta que haya perdido hace tiempo el miedo a sus secretos.

Los que están lejos de nosotros yacen en sus camas, intrusos, para que mañana hayan descansado bien. Demasiado cansados como para ser llamados por el terrible Dios a la cumbre del tiempo junto a sus más amados, que murieron demasiado pronto. Mañana engullirán atropelladamente su desayuno y subirán al autobús camino de sus pequeñas obras; y sus obras más pequeñas, los niños, se sentarán a su lado, porque tienen que ir al colegio. El director de la fábrica de papel avanza solemne hacia el sillón, extremadamente grande, del coro. Y los que en su fábrica esperan la pensión de la empresa están, obedientes, en pie detrás de él. Sólo por la violencia no se han convertido en animales, pero viven como su superior dice a su mujer. No son incendiados por sus pálidas y fofas mujeres, y por tanto tampoco arde en ellos el fuego de los sentidos, como lo llamamos nosotros los señores. Quién podría imaginarse que el director, tras la Santa Misa, le baja las bragas a su mujer y mete primero uno, después dos dedos, para ver si el agua ya le llega al cuello. Me pregunto qué surge en las profundidades de los otros, queriendo estrecharse contra la alta dirección.

Ahora se ruega un poquito a Dios en este país católico-romano, para que todos vean que nos lavamos de las manos la sangre de la inocencia, que Dios, en un acto de esfuerzo, se ha transformado en sí mismo: Hombre y mujer, exactamente, ésta es Su obra. En las cartas al director de los periódicos son fieles a sí mismos, porque están integrados en la arquitectura cristiana, que siempre tiende hacia lo alto. No hay nada que decir contra el Papa, que pertenece a la Virgen María. ¿Cómo si no sabía cuan humilde, y sin embargo ansiosa de espíritu, es esta mujer? La mujer puede por ejemplo formar un tubo con la boca, en el que acoge de rodillas el miembro del director. ¡No haga como si nunca lo hubiera visto en sus pases privados! Como usted se supone que caminó también Jesús, eterno viajero por Austria y sus representantes, por su entorno, y miró si había algo que mejorar, que castigar o que encontrar. Y la encontró a usted, y la ama como a sí mismo. ¿Y usted? ¿Sólo ama el dinero que tienen los otros? ¡Sí, usted se le parece, así que escriba una carta a «La Prensa» e insulte a aquellos que no tienen Dios o, si lo tuvieran, no podrían establecer relación con él!

¡Todo esto nos pertenece a nosotros!

La mujer no presta ninguna atención a su glotis cuando el coche se detiene con un chirrido. Vocea como si estuviera recién engrasada, porque el vino sigue actuando, y la acaricia por dentro. Grita y grita, hasta que la noche se ha hecho alta y ancha y se encienden algunas luces. Enseguida se ilumina también su casa, y el hombre pesado que dirige una empresa se descarga en su cuerpo impertinente, probablemente de excitación por lo que creía perdido. Está ante esta cálida cueva de oso, en la que los aparatos tocan todas las piezas, incluso bajo los dedos de un niño. Gerti, eres tú, pregunta, yendo más allá de su propio y estrecho horizonte. ¿Quién en el mundo querría lo que él pierde? Enseguida, gracias a Dios, podrá volver a echar mano al centro, entre sus piernas, para ver si la cesta del pan sigue colgando lo bastante alto, fuera del alcance de otros. Ahora hay más migas dentro de ella. Después, su familiar herramienta trabajará, guiada por un honrado maestro, allí, en su patria después del matrimonio, donde ningún otro ha estado jamás. Cómo creerle. El hombre es lento cuando se trata de elegir entre varios dioses (deporte y política), pero muy rápido cuando, con las patas delanteras, pisa el escenario en el que todo le concierne a él y a su obra. El joven no se arredra ante el intercambio de miradas, y saluda. Junto con su pijama, la mujer bascula por una puerta lateral y no muestra nostalgia alguna de ser nuevamente apareada. Ha cambiado, y ha enterrado debajo de ella a un chiquillo, un cuerpo joven, que ahora piensa ociosamente en la comida. Cuando su marido le da la bienvenida, sabe que enseguida chupará por lo menos sus orejas. Pronto se encontrará bien, porque igual que de la mujer dispone del arte, ese iracundo cazador que caza en nosotros y en nuestras cadenas de sonido. El director ya está susurrando al oído de la mujer, una zafia zafiedad en toda regla, que enseguida va a ocurrir con su consentimiento. Es hermoso, la mujer está, de vuelta en casa, también el niño necesita a su madre. Le muestra cosas importantes, que de todas formas puede ver mucho mejor en la televisión.

Con las voces, Dios se manifiesta como Naturaleza exterior. Allí viven los empleados, y abren los brazos, pero no cae nada dentro de ellos. En lo que comen, se abren las heridas que el animal recibió en vida. Comen también las bolas de harina que han cocido, montones similares a sus cuerpos, sus risas desagradables. Informes también como su prole, la iracunda tropa sucesoria que corre tras ellos como los mocos por su rostro. ¡Sus hijos! Los que en una larga caravana (en el monte Calvario de la vida) atacan los nervios de la gente con lo que ellos y la TV llaman deporte. A veces se fragmenta una pequeña parte de la Humanidad, ¿no lo ha notado nunca cuando se sienta, con toda naturalidad, junto a alguien en un medio de transporte, porque, como él, no tiene usted recursos para comprarse un coche? Si la respuesta es sí, nadie más que usted se ha dado cuenta. Algunos de los descendientes que ha hecho usted de noche no sirven ni para la fábrica. Son presa del aliento que respiran en forma de alcohol. Ni siquiera sus enfermedades graves parecen afectarles. Es amable estar juntos, como puede observar aquí con el señor director, cuando se vive cálidamente con la mujer y el niño y las sombras de los cuerpos se proyectan la una sobre la otra, oscureciendo el mediodía, mientras otros tienen que ajetrearse: esto y más verá reproducido en la pantalla, ante su pobre curiosidad (y si quiere verse a sí mismo, sólo podrá ser en otro papel… ¡si es posible que no sea cartulina!). Bajo la quesera de sus anhelos, la gente del pueblo ve pasar a su director y observa que debajo de él queda sitio para por lo menos una persona, que él mismo se ha escogido. Todos van a trabajar a su fábrica. Estas reses en trenes pendulares, en departamentos mal acondicionados, en los que comen embutido y esperan a que el Estado los perjudique (los cubra con su sombra). La noche ha descendido lentamente y ha tomado asiento dentro de nosotros. Ahora durmamos.

El director va a alzar a su mujer medio del coche, medio de las propias manos húmedas del estudiante, y a ponerla en la superficie de este país. Al joven, para el que habrá un después y que no necesita ninguna fábrica de papel, a este émbolo rápido y joven lo vemos ayudar cortésmente, para que la mujer pueda ser llevada a su pocilga como mercancía de exposición. Ahora está hecho. Se oye contar que ha recogido a esta mujer, bebida, en la carretera. Ella sigue pareciendo confusa, desorientada, tiembla de frío. Junto a la entrada, se le ordena el esfuerzo de cruzar el umbral. Ésa es su caseta de perro, apareciendo allá donde descansan sus amores, que ha conseguido con su esfuerzo. Se tumban, apenas escapados de los ojos de Dios, ya con las manos entre los muslos. Sí, no pueden dejar su sexo descansar en paz, sus pequeñas pistolas tienen que escupir fuego constantemente. Les pertenece lo que (en sus eternos cuentos) han insuflado en el animal de rapiña de su miembro, que se desliza sin ruido. Incluso el niño desea ya esa doble presencia y gruñe (¡grita dos veces aquí! ¡Como persona y el representante de ellos, en pequeño, pero preciso!). El director carga, inmoderado, el arma en su panza. El niño escucha, además del arte y el deporte, la música pop en la radio, todo perfecto. En realidad el niño no me da pena, porque su madre ha vuelto a costas y cofres bien conocidos. Pesadamente, se pega al hombro de su marido, como brea a medio derretir. Desde el interior, el equipamiento de él ya tantea en busca de la pared del pantalón y el hogar de su agujero. La mujer se apoya flojamente en la vajilla que hoy no ha lavado, porque hay personal para ello. Los empleados domésticos son baratos, las mujeres ya no tienen sitio en la fábrica, donde, sin tener que convertirse en causa de seres vivos, podrían salir a la superficie del mundo. Estas mujeres son constantemente explotadas a cielo abierto o lanzadas a la noche. Paren niños. Si se nos ocurre que de noche solamente los ricos entran al reino del placer, entonces trabajan, ¡por fin! En algún momento tienen que hacerlo, ya que han nacido y se sientan en sus Mercedes: sólo ellos tienen derecho de conquista.

El pijama de vividora (comprado en el reino de la moda de los ricos. ¡En Viena!) baila en torno a la agotada mujer. El alcohol se ha enfriado en ella. ¿De qué vale el ruido que está armando ahora el director? ¿Por qué la mujer, vestida de forma indecente, se ha lanzado al antro de la Naturaleza? ¡Los perros no andan sueltos por ahí! Ella tose, cuando su marido le golpea en la nuca y en la conciencia. Él se deja vencer por la preocupación y abraza a la mujer contra su corazón, se enrosca en torno a ella, ya no necesitamos el pijama. Si se fuera de una vez el joven, que hace posible la comparación entre un cuerpo y este que estaba originariamente previsto y presentado a las autoridades de la construcción. En su momento, paciencia, podremos entretenernos todos con eso, salir de nuestra mala forma.

En su versión original, incluso este jefe de una fábrica de papel tenía mejor aspecto del que podemos imaginar ahora, en nuestra inhumana crueldad. Esta mujer ama y no es amada, eso la distingue de nada. Así como yo la señalo ahora con el dedo, no se puede en cambio prever el destino. La mujer es menos que nada. El joven se ríe del agradecido director, al que ha devuelto su perrito. Lee con frescura los gestos de un hombre que se considera su rival. Pero tampoco le importaría tener una fábrica de papel, en lugar de aprender trabajosamente el Derecho y la Ley. No puede sentirse igual y unido a los hombres que en la fábrica vacilan sobre inaccesibles escaleras, con los ojos plenos de beatitud, porque deben mirar a quien mantiene ocupados sus miembros y amores. ¿Y qué piensa el estudiante? Contra quién jugará al tenis mañana.

El señor director se lanza a un cálido fuego verbal. Allí se sientan y hierven aquellos que llevan ropa interior excitante y excitan a sus parejas hasta brotarles la sangre que se les dispara en los motores, de forma que quieren sin interrupción ir a trabajar con ellos. El rencor del mundo es más bien para los pobres, que no gustan de oírlo, caminando con sus hijos por la escarpada orilla donde la química se come el arroyo. Lo principal es que todos tengamos trabajo y nos llevemos de él una buena enfermedad a casa.

Como una pesada puerta descolgada, Gerti se hunde en el gozne de su marido. La pregunta es: ¿Aguantará cuando vengan las tormentas y la nieve, en un tiempo arrebatador? El joven aún tiene que tomar otro trago de ella, si es posible mañana mismo. Pero ahora será otro, más habitual, el que apriete sus fusibles hasta que se hagan las tinieblas. El director le ha dicho, en el lenguaje que le es propio, que esta mujer sólo debe descansar en el lugar que él le ha destinado como tumba, para que él pueda pellizcar sus mejores lados (izquierdo y derecho), sí, este ser le pertenece de forma tan cotidiana como su orinal. Ella siempre está allí, eternamente, de ahí la excitación cuando ella pierde el control y no se le puede encontrar. Todo lo que la fantasía inventa puede ser hecho con un miembro vivo, que se hincha y pronto desaparece, lo único que hay que preguntarse es con cuál. De amor se le aclaran a la mujer los ojos, como si se llamara a la puerta del paisaje. Se apoya el cayado en la pared y se mira si al fin fluye agua de la roca. A los sirvientes se les va el trabajo de las manos ¿y son felices? No.

Y el niño hace ruido, porque no puede dormir si la madre no tiene las ideas claras acerca de cómo el niño debe guiar sus pasos en la vida. Mamá, mamá, por la ventana sale una malvada cabecita, el fruto de su vientre con el gusano en él, asoma al viento. Sería mejor que este niño se durmiera ahora, para que no tuviera que ver. Hace mucho que su pasta ha sido amasada para poder andar y vagar en la noche. Y por la mañana temprano vagan los cansados, de cuyo cuello no cuelga belleza alguna, deambulan como los ciervos. Ahora el niño está ahí. Mañana estará embadurnado de mermelada, como su madre con el lodo de su padre y espíritu santo. A toda velocidad (a través del umbral) entra el hijo, que ha echado de menos a su mamá. El padre tiene que aclarar algo, y cierra la puerta en las narices del estudiante, para mostrarse divino y ponerse de acuerdo por las buenas. Para poder ir a abrir con toda tranquilidad los muslos de la mujer y mirar si ha habido alguien allí, en la pradera de la vaca sagrada. La madre cruza en diagonal el espacio hacia su hijo, esa tierra de nadie (en la que los gestos anuncian: estamos en casa, enteramente solos, pero tenemos que lavarnos todos juntos), bienvenida. El director quiere rodear a la mujer como el año al verano. Sólo falta que el día despunte. Sí, el niño tiene derecho a un entorno ordenado. Ese ladrón furtivo que es el amor, ¿quién no lo espera de hora en hora? ¡Usted también tendrá un cordero de peluche, que se dé a conocer! ¿Quién ha echado de menos a quién? Esta montaña existe por un solo motivo: el valle debe tener un fin, y debe volver a ir hacia arriba. La nieve es pálida. El hombre se dedica mucho a su fábrica, en la que se produce papel, para que a nosotros nos vaya bien. Y para que sepamos por qué. Ahora lo escribo claramente: Soy como cera en la mano del papel. También yo quisiera conocer a un hombre así, que tenga el poder de refabricarme en lo que yo diga.

Pero qué más queremos: Recibimos nuestro salario en la bolsa de nuestro fracaso, es decir, seguro que queremos llegar a algo y seguro que queremos poder ser también un poquito más, por lo menos sobre el papel. Y no puede faltar la sensación de que es culpa nuestra que estemos sentados en nuestra casa y sólo el teléfono sea nuestro invitado.

Este hombre no tiene corazón, como el fuego consume su casa y arrastra a su mujer. El niño empieza a gruñir. Fuera, un solitario tubo de escape llama la atención de los durmientes, que, como un animal, ventean el aire, pero no se atreven a decir nada. Ni siquiera han estado refugiados durante el día bajo un hermoso cuerpo, donde sus músculos pudieran irse a jugar. Llevan cargas que pesan sobre su felicidad, es decir: los pobres (y sus brazos) son necesarios. Ahora el joven se va. Y la mujer, apenas él ha abandonado la estólida masa del nidito en que han anidado, llama a la puertecilla que ha abierto hace años en la pared con el hacha de sus necesidades. Sin ojos mira al vacío, ¿adonde podrá encontrarlo? Pero los hombres son tan violentos que prenden sin respeto fuego a sus casas, donde sus familias todavía duermen y no entienden las cifras de los extractos de cuenta. En vez de eso, nos desnudamos para engañar a un hombre con nuestros genitales. Sí, los hombres tapan con su presencia todos los senderos. ¡Pero a usted le da igual que aquí haya alguien que siente, y se alía a la persona equivocada!

La nostalgia es un trocito de madera que esta mujer se ha aportado a sí misma. Necesita un poco de acción, porque en su casa no falta de nada, así que busca sus objetivos fuera, para pensar constantemente en ellos y removerlos, como sopas de sobre, en su agua que cuece revoltosa, y tocar un corazón ajeno. También el sínodo de la Iglesia católica necesita al lejano Papa, que va a venir a visitarnos. ¡Pero cuando esté en nuestra patria, de repente resultará que es un hombre como nosotros, yo le conozco! Para él todo el mundo llega el último, y debe perderse antes de alcanzar su meta. No así el amor. Por lo menos un hombre puede apoyarse en sí mismo. Pero la mujer no puede nunca apoyarse en ella. Así, los deseos que querría comprarse soplan alrededor de este sexo hirviente.

Dónde has estado, se dice a Gerti mientras se le golpea. El padre sacude al mismo tiempo al niño, que, allegado suyo, se aferra al vientre de la madre. Ahora renunciamos a exponer este grupo laocóntico, en el que el uno cuelga del otro y quiere aparecer magníficamente grande.

Ahora la ira del hombre se ha desbordado. De su tubo sale la excitación, mitigada con un chorro espumoso. La mujer debe desnudarse de inmediato, para tener el tamaño preciso de sus dimensiones. Él quiere lanzar su rayo dentro de ella, ¡pero su fuego nunca se deja coger! Tiene cerillas suficientes como para poder encenderlo de nuevo y que la mujer consuma sus raíces, cocidas, hervidas, en escabeche. En la cama, el niño es tratado con un vaso de zumo. ¡Debe haber silencio! Dejar a la mujer solamente para el padre. No saltar sobre ella con voz chillona y tirar de su cuerpo. La madre está otra vez aquí, con eso basta. Y el pájaro del padre canta ya por encima de su surco. El hombre la arrastra al baño para procurarse violenta entrada y navegar sobre ella. ¡Qué hermoso que esté otra vez aquí, podría haber estado muerta!

Como una vacilante antorcha, el director se detiene ante el heno que hay en su cama, y se lanza. Se inflama el surco en el que ocurre lo sagrado, en este nocturno pajar austriaco, por donde pasan los trenes y se cuentan historias del animal sagrado que se apiña en torno al pesebre y a las prestaciones sociales. No hace mucho que ha pasado la Navidad, y el niño ha sido feliz con los esquíes que podrían ser su ataúd. Ahora es el turno de los deseos de primavera. El padre está en medio de su profesión y sus necesidades, y va de la una a las otras. Hace mucho que la mujer lleva cada minuto queriendo marcharse, conoce la juventud y sabe lo que ha perdido y dónde no ha perdido nada más. ¡Así ocurre cuando declinan los hombres que bromean con la vida! A la mujer le entra una lengua ajena en la garganta, y después hay que lavarse a fondo para quitar el gusto. El hombre golpea a la mujer desde lo alto del parapeto de su cuerpo. Ella cubre su rostro con las manos, y sin embargo, lo que es de los siervos se arrebata con violencia. Ninguna fuerza podría medirse con el vigoroso sexo del director, él no tiene más que creer en eso. ¡Toda nuestra selección nacional de esquí vive también de eso! Pero para la mujer es como si él estuviera borracho de su vida, como algunos de nuestros actuales importantes, cuyos nombres tan sólo provocarán la risa dentro de diez años. Esta mujer no querría más que juventud, de cuyos bellos cuerpos haría instantáneas para salir ella misma en ellas. Como del cielo le parecen venidas esas imágenes, mientras ya se le arrancan los brazos del rostro y el canto del padre desciende por sus mejillas, dejando a su paso rojas manchas de vino y de lágrimas. Me gustaría saber cómo si no se alimenta la gente (aparte de sus esperanzas). Parecen invertirlo todo en cámaras fotográficas y aparatos de alta fidelidad. En sus casas ya no queda sitio para la vida. Todo ha pasado cuando pasa el acto del comprar, pero nada ha terminado, de lo contrario ya no estaría allí. Los ladrones también quieren tener algo que celebrar.

El hombre espera hasta que su agua hierve. Después echa en ella a su mujer, a la que ha despojado del pijama. Su señal se ha elevado, la vía está libre. Y todo habla conforme al tono de su señal. Patea a su mujer en el regazo. No necesita ánimos por su parte, ya está muy animado. Es como si su rabo ya no pudiera hallar reposo, porque quizá otro se ha enterrado en su coño y ha ensuciado su suelo con su pedazo de salchicha. De pura ira, este hombre se desgasta, a sí y a su obra, demasiado pronto, demasiada energía se despilfarra entre bramidos, su bóveda truena. Todo en el exterior ha sido dominado con hielo y nieve. La Naturaleza suele hacerlo bien, sólo a veces hay que ayudarla a poder consumir su propiedad en nuestra mesa en calma y silencio. El hombre llueve humedad por delante y por detrás sobre la mujer, a la que pulimenta. Las pequeñas alfombras de sus pechos son sacudidas con fuerza. Como piedras le cuelgan sus sacos de dos kilos. Y sin miedo él rocía a la mujer con su tosca escoria, y vaga por ella, con el suelo firme bajo los pies.

El somnoliento niño, otra vez despierto, no debería sacudir de ese modo la puerta del baño, de lo contrario resultará rociado. El hombre obliga a la mujer a volver la cabeza hacia el recto tronco, porque quiere gritar. Su pájaro está despierto, y es encerrado en la jaula de la boca de ella, así le gusta, y aletea sucio hasta que en la garganta de la mujer se levanta una náusea que quiere crecer, y su vómito corre por su vástago y sobre la bóveda bamboleante de sus testículos. No hay nada que hacer. Se le saca el glande de la faringe, y la mujer es inclinada a medias sobre la bañera. El rabo está como una caña en torno a su lecho, en el que finalmente es depositado, doblan las campanas de sus pechos, el alcohol fluye como agua de ella, y gotea poderoso sobre su cono. No, el director no va a permitir a esta mujer salir tan fácilmente de su nido. No debe escuchar a sus sentidos, sino a él, que es como ella.

Solo por unos minutos ha saltado esta mujer a la arena en la que los consumidores aprenden a nadar. Ahora está metida en el agua del baño, y es enjabonada. Su pijama está hecho un guiñapo, tendrá que ser lavado, cosido y planchado. Al lavarla y pulirla, el hombre le arranca matas de pelo enteras del cono. Se enreda en las branquias de su vergüenza y desciende con dedos jabonosos hasta muy hondo en sus aguas subterráneas, donde antes depositara su poderoso paquete. ¡Ella patalea y lloriquea, porque le arde! Delante, en el pecho, donde los deseos hacen gimnasia en su ramaje, se echa mano exploratoriamente a las puntitas de embutido que alguien ha dejado, que son retorcidas con tres dedos y vueltas a soltar con lentitud. Duros como botones nos miran los fríos ojos de las areolas. Pero ya no le gustan al señor, ni aunque fueran de una reina. Ya repiquetean los terribles recipientes que tienen que recoger el contenido de los hombres. Y silbando cimbrean las puertas de las salas de espera ante los montones de huesos de los parados. También esta marea sabremos contenerla.

Загрузка...