8

Le invito seriamente: ¡Aire y placer para todos!

La mujer viene ahora, por favor espere. Antes tiene que recuperarse: Al besar (fuera del panelado del distribuidor, donde usted quiera derramarse) será bueno que pongamos los cinco sentidos. El estudiante se ha pintado en tan bellos colores que ella se deja manosear torpemente. Él le pone el brazo entre los muslos. Con la mirada en la dirección de la marcha, se cuida de sí mismo al dirigirse a su ropa, que básicamente consiste en un simple pijama, que no seguirá en su sitio mucho tiempo. Así como muchos tienen que tomar horribles autobuses (y sufrir terribles penas si se sientan demasiado tiempo sobre el genital equivocado. El propietario, o mejor, asesor de sus trinos y deseos se acostumbra demasiado a nosotros y ya no nos deja salir de su vivienda a ras de tierra. Lo de la trinidad tengo que explicarlo: La mujer está dividida en tres partes. ¡Eche mano arriba, abajo o en el centro!) hasta que pueden entregarse a la cordialidad de los distintos estadios, donde poseen al otro sin comprender, donde braman y arrojan sus semillas y cáscaras, así, esta mujer no puede esperar más para calentarse un poco dentro de sí misma.

El baño del pasillo por sí solo no puede ser lo que, desconocido, nos arrastra en la hora más nocturna ante la puerta en la que miramos astutos en torno, para ver si alguien nos ve, la mano apretada contra el sexo, como si tuviéramos que perderlo en la próxima bifurcación, antes de poder meterlo en su propio estuche de conglomerado decorado a mano.

Entre muchas posibilidades de alojamiento, el joven solamente elige ésta, pero la pequeña estancia no se está quieta, ¡no, le precede incluso en la oscuridad y el frío! Gerti continúa ante él en el pesebre para animales del bosque. En este lugar ya muchos han hablado de besos, han sacado las linternas y arrojado sus sombras enormes sobre las paredes, para poder ser más a los ojos del otro que una sola persona colgada oblicua de un telesilla. ¡Como si pudiéramos crecer de pura lascivia, y lanzar otra vez el balón a canasta e incluso acertar! Un jugador puede tener mucha talla. Han sacado todo su ajuar para presentarse ante la pareja. Tantos perentorios ejercicios -conjugando suciedad e higiene- para poseerse mutuamente, como se dice, de forma inapropiada. En este estanco polvoriento terminamos, cuando dos objetos domésticos del corte geométrico más simple se mueven el uno hacia el otro porque quieren coserse (¡ser completamente nuevos!). ¡Ahora! De pronto en el pasillo hay una mujer en combinación, con una jarra de agua en la mano: ¿Ha conjurado una tempestad o solamente quiere hacerse un té? Instantáneamente, una mujer convierte el lugar más sencillo y más frío en un cálido pesebre. Es decir, la mujer puede crear un ambiente acogedor para un hombre antes de que éste lo pague con secretos o con su afecto. Con el joven, por fin ha entrado en su vida alguien que podría ser el mayor de los intelectuales. Ahora todo va a ser distinto de lo previsto, ahora haremos de inmediato un nuevo plan, nos hincharemos de veras. Que, ¿su hijo también toca el violín? Pero seguro que no en este momento, porque nadie aprieta su botón de arranque.

Ven, le grita a Michael, como si fuera a recibir dinero de un comerciante que odia a los clientes, pero que no puede renunciar a nosotros. Tiene que procurárnoslo todo para que paguemos. Ahora esta mujer quiere por fin hacerse infinita. Primero nos precipitamos, uno dos (también usted puede hacerlo, sentado aquí en su coche, tan limitado en su velocidad como en su pensamiento), sobre nuestras bocas, después sobre cualquier otro sitio vacío en nosotros, para aprender algo. Y ya nuestra pareja lo es todo para nosotros. Enseguida, en unos minutos, Michael penetrará a Gerti, a la que apenas conoce o tan sólo ha visto, llamando a su puerta como el revisor de un tren, siempre con un objeto duro. Ahora le saca el pijama por la cabeza, y en una excitación que a sí mismo se recomienda lleva a esta mujer, hasta ahora yerma, a colocarse espantosamente a la cola delante del mostrador, en la que también nosotros estamos, con el dinero abombando tras la bragueta. Somos nuestros más encarnizados enemigos cuando se trata de cuestiones de gusto, porque a cada uno le gusta algo distinto, no es cierto. Pero ¿qué ocurre cuando, viceversa, queremos gustar a alguien? ¿Qué hacemos ahora, llamar al sexo en nuestra pereza sin límites, para que se haga cargo del trabajo?

Michael se coloca las piernas de la mujer sobre los hombros, como los cables de un trolebús. En su pasión investigadora, observa entretanto atentamente su sucia grieta, una cartilaginosa versión especial de aquello que toda mujer posee en otro tono de lavanda o lila. Retrocede y observa con precisión dónde desaparecerá una y otra vez, para volver a aparecer bruscamente y convertirse en un completo gozador. Con todos sus defectos en todo caso, de los que el deporte no es precisamente el menor. La mujer le llama. ¿Qué pasa entonces con su guía, su seductor? Sin que se haya dado a Gerti la ocasión de lavarse, su orificio aparece turbio, como recubierto de un envoltorio de plástico. Quién puede resistirse sin meter enseguida el dedito (se pueden coger también guisantes, lentejas, imperdibles o cuentas de cristal), enseguida se cosechará el asentimiento entusiasta de su parte más pequeña, que siempre sufre de algo. El indómito sexo de la mujer parece como carente de un plan preciso, ¿y para qué se emplea? Para que el hombre pueda dedicarse a la Naturaleza. Pero también para los hijos y nietecitos, que de algún sitio quieren venir a la merienda. Michael mira la complicada arquitectura de Gerti, y grita como si lo estuvieran despellejando. Como si quisiera sacar un cadáver, tira de los pelos de su cono, que apesta a insatisfacción y secreciones, delante de su rostro. Al caballo y su edad se les conoce por los dientes. Esta mujer ya no es tan joven, pero de todas formas esta ave de presa iracunda todavía aletea delante de su puerta.

Michael ríe, porque es único. ¿Nos hace esta actividad tan listos como para poder saltar a otra, hablar y entender? Los genitales de las mujeres, infamantemente encastrados en la montaña, se distinguen en la mayoría de las características, afirma el experto, de forma similar a las personas, por lo demás, que pueden llevar los más variados tocados en la cabeza. Sobre todo entre nuestras damas se da la mayoría de las diferencias. Ninguna es como la otra; pero al amante le da igual. Ve lo que está acostumbrado a ver del otro, se reconoce en el espejo como su propio Dios, que camina y va a pescar a los fondos marinos, tira el anzuelo y ya puede colgar del goteante paquete la próxima cliente para golpear y penetrar. La técnica no son los poderes del hombre, es decir, no es lo que le hace tan poderoso.

Mire a cualquier parte, y los ansiosos de éxtasis, esa mercancía integrada y semiaislada, le devolverán la mirada con ojos saltones. ¡Atrévase a algo que tenga valor! ¿O es que el sentimiento, esa guía de viajes que no conoce los lugares, comienza a germinar en sus cables abiertos y tendidos sobre el cráneo? Al crecer no tenemos que estar mirándolo, podemos buscarnos otro discípulo al que poder despertar y con el que poder divertirnos. Pero los ingredientes están removidos, como nosotros. Nuestra pasta sube, impulsada en su interior nada más que por aire, un hongo nuclear, por encima de las montañas. Una puerta se cierra de un golpe en el castillo, y volvemos a estar solos. El alegre marido de Gerti, que siempre bambolea tan despreocupadamente el pincel de su pene, como si sus gotas cayeran de un tronco mayor, no está aquí ahora para extender la mano hacia su mujer o arrancar al niño el instrumento. La mujer ríe a carcajadas al pensarlo. Con fuertes golpes de émbolo, el joven, que resulta agradable visto ante una pared de madera, porque no está tieso como una tabla, intenta abrir el interior de esta mujer. En este momento está alegremente interesado, y conoce el cambio que incluso las mujeres sencillas son capaces de experimentar bajo el ardiente, recién hecho y agradablemente aromático paquete sexual del hombre. El sexo es indiscutiblemente nuestro centro, pero no vivimos en él. Preferimos alojamientos más espaciosos y con aparatos suplementarios, que podamos conectar y ejecutar a voluntad. íntimamente, esta mujer ya aspira a volver a su pequeño jardín doméstico, donde ella misma pueda recoger las bombillas de su Conchita y conducir por dentro de las líneas de su sufrimiento. Incluso el alcohol se disipa un día. Pero ahora, casi aullando de alegría por el cambio que ha querido, el joven escudriña su confortable taxi. También mira debajo del asiento. Abre a Gerti y vuelve a cerrar de un portazo tras de sí. ¡No se ha hallado nada!

También gustamos de ponernos capuchones higiénicos, para no enfermar. Por lo demás, no nos falta de nada. E incluso cuando los señores levantan la pierna y orinan en sus acompañantes no pueden quedarse, tienen que seguir corriendo, sin descanso, hasta el próximo árbol, al que los gusanos de sus genitales se aferran iracundos hasta que alguien los recoge. El dolor se dispara como un rayo dentro de las mujeres, pero no las daña tan permanentemente como para que tengan que llorar por los muebles carbonizados y los utensilios abrasados. Vuelve a escurrir de ellas. Vuestra compañera querrá renunciar a todo, salvo a vuestros sentimientos; ella misma produce gustosa ese alimento de los pobres. Creo incluso que es especialista en cocinar y conservar el corazón de los hombres. Los pobres prefieren echarse a un lado sin que los ahuyente ningún compañero de viaje. Incluso sus colas se abaten ante ellos, y las gotas les escurren del corazón. Sólo dejan atrás pequeñas manchas en la sábana, y nosotros salimos con ellas.

En todo caso, lo único razonable que entra en algunos vasos es el vino. El director de la fábrica mira demasiado el fondo del vaso, hasta que ve el suelo, y así quiere desbordar de su poderoso recipiente, directamente sobre su Gerti, que ha plantado delante de él. Se desnuda inmediatamente al verla, y su tormenta se precipita de sus nubes antes de que ella pueda ponerse a cubierto. Su miembro es grande y pesado, llenaría una sartén pequeña si se pusieran los huevos al lado. Antaño ha ofrecido su miembro a muchas mujeres, que han pastado gustosas en él. Ahora, la hierba ya no riega el suelo. Deformado por su abundante tiempo libre, el sexo del hombre reposa en los sillones del jardín y se arrastra por caminos de grava, a los que mira satisfecho desde su faltriquera, en la que es transportado y da saltitos, mesurado y ocioso, como la pelota de un niño. El trabajo, junto con sus utensilios, conforma rápidamente al hombre como el áspero animal como el que fue pensado. Un capricho de la Naturaleza hace que a la mayoría de los hombres su sexo se les haya quedado demasiado pequeño antes de que hayan aprendido a llevarlo correctamente. Ya están hojeando en el catálogo de modelos exóticos para hacerse impulsar por motores más potentes, que a la vez consuman menos combustible. Cuelgan sus calentadores eléctricos de inmersión en lo que más cerca tienen, y eso es lo más familiar, eso son sus mujeres, en las que tampoco confían del todo. Gustan de quedarse en casa para vigilarlas. Después desvían las miradas hacia la fábrica, envuelta en la bruma. Pero si tuvieran un poco más de paciencia, irían en vacaciones hasta las orillas del Adriático, en el que podrían sumergir sus inquietas espitas, cuidadosamente depositadas en el suspensorio elástico del bañador. En esos casos, sus mujeres llevan bañadores sucintos. Sus pechos han hecho amistad entre sí, pero gustan de trabar conocimiento con una mano ajena, que, sin embargo, sólo los arranca de sus tumbonas en las que se mecen suave y ociosamente, los arruga entre los dedos y los arroja en la papelera más cercana.

Hay indicadores en los caminos, que señalan la ruta de las ciudades. Sólo esta mujer tiene que inmiscuirse en la vida de niños que deben aprender a caminar rítmicamente por la senda de su vida. ¡Tranquilicémonos un poco, antes de poder seguir por dentro de nosotros! Este lugar sigue siendo frío y boscoso. Huele a heno, a la paja para el animal que llevamos dentro. A menudo se ha ido de paseo en este lugar. Muchos han espumeado aquí -daría a cambio todo el sexo de su mujer, para cosechar aún más mujeres en el sitio en que lo han sembrado-, como si hubieran ganado una carrera de coches. O como si hubieran tenido algo que dar. Uno ha tirado un preservativo antes de dirigir sus pisadas de vuelta a casa. La mayoría no tiene ni idea de todo lo que se puede hacer con la enervante melodía del clítoris. Pero todos han leído las revistas pertinentes, que demuestran que la mujer tiene más que ofrecer de lo que originariamente se pensaba. ¡Por lo menos unos milímetros más!

El estudiante aprieta a la mujer contra él. Echando mano a su olla repleta, puede controlar el silbido que escapa por la válvula. No quisiera eyacular aún, pero tampoco querría haber esperado en vano. Con manos hábiles, pellizca a la mujer en la parte más indecorosa de su carne, blandamente asentada en su caja acolchada, para que tenga que abrir más las piernas. Hurga en su sexo somnoliento, lo retuerce en un embudo y lo suelta bruscamente con un chasquido. ¿No debería disculparse por tratarla peor que a su equipo de sonido? Le da una palmada en el trasero, para que se vuelva a poner de espaldas. Sin duda que después podrá dormir bien, como los seres que han trabajado honradamente, se han catado el uno al otro y han costado un tanto.

Con las manos aferradas a su cabello, el estudiante penetra rápidamente a la mujer, sin mirar al mundo, donde sólo los más bellos son cuidados y atendidos, con una parada para repostar cada dos mil kilómetros. La mira, para poder leer algo en su rostro deformado por su marido. Los hombres son capaces de desprenderse del mundo tanto como quieran, sólo para después volver a unirse con tanta mayor fuerza al grupo de viajeros al que se han sumado, sí, ellos pueden elegir, y quien los conozca sabe a qué nos referimos: al mundo de los hombres, que abarca a unas dos mil personas del deporte, la política, la economía, la cultura, un mundo en el que los demás fracasarán; pero ¿quién abraza apasionadamente a estos pequeños bocazas hinchados? ¿Y qué ve el estudiante, más allá de su prestancia física y su detestabilidad? La boca de la mujer, de la que fluyen chorros, y el suelo, desde el que su imagen le sonríe. Se entienden sin la protección de un servicio de orden o un preservativo, y ahora el hombre se gira a medias, para poder observar su duro sexo al entrar y salir. El estuche de la mujer gime, la hucha de cerdito ronca, está destinada a recibir, sólo para tener que devolverlo todo enseguida. En este acto, ambas cosas son igual de importantes, dígaselo al empresario moderno, que alzará las cejas con gesto de terror y levantará en alto a sus hijos para que no pisen la ira de los inferiores.

Lentamente se calman los espasmos de la mujer, que el hombre ha perseguido de este modo. Ha tenido su ración, y quizá reciba otra. ¡Tranquila! Ahora hablan sólo los sentidos, pero no los entendemos, porque bajo la superficie de nuestro asiento se han transformado en algo incomprensible.

El estudiante se desparrama en el comedero de animales. Ahora ven la noche, vestida de negro, romper por fin. Otros se dan la vuelta antes de haberse tumbado apasionados al lado del otro para pensar en personas de cuerpos más hermosos, que han visto retratadas en alguna revista. Cuando Michael se quitaba sus esquís, no contaba con que el deporte, esa infinita constante de nuestro mundo, con domicilio estable en el televisor, no cesa sólo porque uno ya se haya limpiado los zapatos. La vida entera es deporte, y su ropa nos anima. Todos nuestros parientes de menos de 90 años llevan pantalones de jogging y camisetas. El periódico del día siguiente ya está a la venta, para poder elogiar la velada desde el día anterior. Otros son más bellos y más listos que nosotros, y eso está escrito. Pero ¿qué pasa con aquellos a los que no se menciona, y con su pene bullente, pero no muy activo? ¿Adonde debe esta gente encaminar sus pequeños flujos? ¿Dónde está la cama a la que entren sedientos y de la que salgan consolados? En la tierra están juntos, todo el tiempo, con sus preocupaciones y sus lamentables órganos, pero, adonde deben echar el anticongelante que ha de protegerlos en invierno, para que su motor no se cale? ¿Dónde negocian con ellos mismos, y dejan al sindicato negociar con ellos? ¿Qué cuerpos aromáticos se apilan, cordilleras, en su camino hacia ser una res criada por sus manos, a la que aplicar el cuchillo, y una familia criada por sus manos a la que aplicar el batán? Porque los bullentes, que la mayoría de las veces tienen que ser también los más activos en el trabajo, no son meras piezas decorativas en nuestra vida, cogen sus miembros y quieren meterlos en algún sitio. No olvidemos que somos personas para alcanzar algo, meternos los unos en los otros, para que el átomo no venga a derruirnos.

Antes de que el minutero de la felicidad los acaricie, ya ha escapado de Michael un fluido, el amado bien de su casa. Nada más. Pero en la mujer, que quería vivir y obtener lo máximo, se han activado centrales no nucleares. Se ha abierto un manantial con el que soñaba en secreto desde hacía décadas. Tales ímpetus brotan del inmutable caballo que tira del cuerpo del hombre y es fustigado por atractivas mujeres, y alcanzan pronto hasta las ramificaciones más diminutas del ser femenino. Un incendio devastador. La mujer aprieta contra sí a este hombre como si hubiera brotado de ella. Grita. Pronto, totalmente infatuada por sus sensaciones, se irá y sembrará la cizaña en el pequeño reino de su casa, para que allí donde la semilla toque la tierra broten pequeñas mandragoras y otras plantas enanas en su obsequio. La mujer pertenece al amor. Ahora tendrá que volver una y otra vez a este hermoso parque de atracciones. Sólo, porque este joven ha sacado su badajo, entretanto ya casi inútil, y se despide con una seña hasta la próxima vez, su frente con el grano arriba a la derecha gana para Gerti una nueva significación, siempre necesitada de renovarse. En el futuro, estará sujeta a la rica armería que este experimentado seductor mantiene oculta tras la bragueta. Desde ahora, su alegría será habitar en Gerti. Pero el tiempo vuela, y pronto, en el momento oportuno -porque el verano, más allá de las montañas, sacude los abdómenes de mujeres y chicas tan tempestuosamente que quieren ser lustrados de continuo-, tendrá que buscar alojamiento en el café cantante de la ciudad, donde las veraneantes acuden en sordos enjambres plomizos, prestos a caer cuando llegue la noche. Para poder desfogarse, Michael tiene que revestirse de goma y hacer una selección entre las mujeres en ropa de esquí comprada por correspondencia, a por las que después se lanzará. Cuidadas bellezas naturales, espumoso natural y cuidado sexo natural, es lo que más le gusta, ¡los granos maquillados como los que él mismo tiene podrían espantarlo a kilómetros de distancia de un rostro desconocido!

Seguro que mañana, mucho antes de que abran, la pobre Gerti estará plantada ante el teléfono y lo importunará. Este Michael, si las señas que nos da -y que ha obtenido de diversas revistas ilustradas-, no mienten, es una imagen rubia sobre una pantalla de cine, en la que su aspecto es de haber estado largo tiempo al sol, con gel en los cabellos, sólo para llevar despacio nuestros dedos a nuestro propio sexo, a falta de otro mejor. Es y sigue siéndonos distante, incluso desde cerca. Le complace vivir en la noche y mantenerla viva. Este hombre no gusta de contenerse. También es difícil explicar el relámpago: En la edad madura, las mujeres somos empujadas detrás de la cerca para arreglos de fin de semana, ¡a una de nosotras la conseguirá antes de que tengamos que partir!

Conduzca con cuidado. ¡Quizá aún le quede algo que tales hombres puedan necesitar!

Los animales comienzan a dormir, y Gerti ha arrancado el placer de sí, ha atizado esa pequeña chispa de un mechero de bolsillo, pero ¿de dónde viene la corriente de aire? ¿De ese agujero en forma de corazón? ¿De otro corazón amante? En invierno esquían, en verano llegan mucho más lejos, a la amable luz a la que juegan al tenis, nadan, se desnudan por otras razones o pueden desbordar otros nidos de pasión. Si los sentidos de las mujeres se equivocan un día, se puede estar seguro de que yerrarán también en otras cuestiones, son capaces de cualquier asquerosidad. Esta mujer odia su sexo, del que hace poco que salió.

Los más sencillos callan pronto tras sus jardincillos. Pero esta mujer ya grita por la imagen divina de Michael, que le ha sido anunciada por fotos que se le parecen. Antes, él viajaba veloz por los Alpes. Ahora ella grita y arrastra el chasis de su cuerpo en todas direcciones. La pendiente es pronunciada, pero la inteligente ama de casa planea ya, tumbada, entre gemidos y contracciones, el siguiente encuentro con este héroe, que debe dar sombra a los días cálidos y calentar los fríos. ¿Cuándo podrán encontrarse sin que la pesada sombra del marido de Gerti caiga sobre ellos? ¿Qué pasa con las mujeres? El imperecedero retrato de sus placeres les importa más que el original perecedero, que tendrán que exponer tarde o temprano a la competencia de la vida, cuando, febrilmente encadenadas a su cuerpo, deban mostrarse en público en la pastelería, con un vestido nuevo y un hombre nuevo. Quieren contemplar la imagen del amado, ese hermoso rostro, en el silencio de la pocilga conyugal, apretadas a alguien que de vez en cuando se refugia pesadamente en ellas para no tener que mirarse a sí mismo todo el tiempo. Toda imagen descansa mejor en la memoria que la vida misma, y, abandonadas, hojeamos ociosamente nuestras hojas sonoras y nos sacamos los recuerdos de entre los dedos de los pies: ¡Qué hermoso fue abrirse un día de par en par! Gerti puede incluso cocerse al piano, y presentar al marido sus panecillos recién hechos. Y los niños cantan traialá.

Nos merecemos todo lo que podemos soportar.

En las praderas hace frío. Los inconscientes piensan poco a poco en marcharse a dormir, para perderse por completo. Gerti se aferra a Michael, puede mirar hasta el confín del mundo y no encuentra a nadie como él. Este joven ha podido ilustrarse ya muchas veces en la escuela de la vida, y hay otros ya que se rigen por su aspecto y sus gustos, que siempre rastrean la mercancía auténtica entre las claras falsificaciones. Aquí la mayoría de las casas cuelga inclinadas sobre sus pilastras. Con sus últimas fuerzas, los establos de los animales pequeños se aferran a las paredes. Los que sin duda han oído algo acerca del amor, pero han dejado de llevar a cabo la correspondiente adquisición de bienes, tienen ahora que avergonzarse ante su propia pantalla, en la que un hombre acaba de perder el juego en el que se jugaba el recuerdo que deseaba dejar a sus seguidores y espectadores en sus sillones de televisión favoritos. Sea como sea: tienen el poder de retener la imagen en la memoria o tirarla peñas abajo. Yo no sé, ¿he apretado el gatillo erróneo en el arma del ojo o he tomado el desvío equivocado en el reino de los sentidos?

Michael y Gerti no se cansan de tocarse, cerciorándose de que aún están ahí. Las manos se aferran mutuamente a las bien provistas partes sexuales, que han vestido de fiesta, como para un estreno. Gerti habla de sus sentimientos, y de hasta dónde le seguiría. Michael se sorprende, despertando lentamente, de la mano que ha caído sobre su proyectil. Querría volver a estallar de inmediato: aparta la mano y muestra su remo arrebatador. Tira de los cabellos a la mujer, hasta que ella aletea sobre él como un pajarillo. Enseguida la mujer, despertada de la narcosis sexual, quiere volver a utilizar sin freno la boca para hablar. En vez de eso, tiene que abrirse de par en par y dejar pasar el rabo de Michael al gabinete de su boca. Él penetra en ella, para que su chorro pueda aparecer suavemente. Cogida por el pelo, la mujer golpea contra el firme y fresco vientre de Michael, después su cabeza vuelve a echarse atrás, sólo para deslizarse nuevamente, con el rostro por delante, sobre el cayado de él. Así transcurre un rato, no entendemos que muchos miles de apáticos se revuelquen al mismo tiempo en sus preocupaciones, forzados por el terrible dios en su iluminada fábrica a la constante separación de su amor durante toda la semana. ¡Espero que su destino tenga la cintura ajustable, para que tenga más espacio!

Estos dos quieren derrocharse, porque tienen bastantes reservas de sí mismos. Se alzan en un maremoto, estos seres magníficos y volubles, que tienen en casa los últimos catálogos eróticos. ¡Precisamente aquellos que ya no necesitan todo eso, porque son lo bastante queridos para ellos! Pueden ofrecerse a sí mismos. Se derraman sobre sus presas y diques, porque se afirman desamparados, expuestos a cualquier experiencia que constantemente les ocurra, porque cualquier objetivo les parece bien. De repente, Gerti no puede evitar orinar, al principio tímidamente, después más fuerte. El espacio es demasiado pequeño para su olor. Se sube la falda por encima de los muslos, pero el cinturón se moja un poco. Jugando, Michael pone las manos debajo y coge en el hueco de las mismas algo del chorrito claramente audible. Riendo, se lava con ello la cara y el cuerpo; derriba a la mujer con el puño y muerde sus labios todavía mojados, que exprime con fuerza. Después arrastra a Gerti a su propio charco, en el que la revuelca. Ella tiene los ojos vueltos hacia arriba. Pero allí no hay ninguna bombilla, allí está oscuro, el interior de su cráneo que ríe. Es una fiesta, estamos solos y nos entretenemos con nuestro sexo, nuestro más querido invitado, que no obstante querría ser alimentado todo el tiempo con exquisiteces escogidas. A la mujer se le vuelve a arrancar del cuerpo la falda recién puesta, y se lanza al fondo del heno. Sobre las tablas del suelo, una mancha roma y húmeda como de un ser superior, que nadie ha visto pasar. Como iluminación tan sólo la luz de la Luna, que será tan amable de quedarse, de posarse sobre una amada presencia. Y de retener una amada presencia.

Las pálidas bolsas de los pechos descansan sobre su caja torácica, sólo un niño y un hombre los han necesitado antaño y ahora. Sí, el hombre de casa siempre cuece de nuevo su impetuoso pan del día. También se pueden operar, si a la hora de comer cuelgan hasta la mesa. Han sido hechos para el niño, para el hombre y para el niño que hay en el hombre. Su propietaria sigue lanzándose a su rezumante excremento. Tirita de frío, con los huesos y las articulaciones. Michael muerde con fuerza, burbujeando en las profundidades, en su vello púbico, y tironea y retuerce sus pezones. Enseguida los dones que Dios le ha dado se alzarán en él y querrán ser escupidos, comprimidos rápido en el paquete del rabo y expulsados, ¿o vamos a esperar? Se ve el blanco de los ojos de ella, a la vez se oyen fuertes gritos.

De pronto, el joven tiene miedo de lo íntegramente que podría derrocharse sin desaparecer del todo. Sale una y otra vez de la mujer, sólo para enterrar nuevamente en su cajetín a su libre pajarillo. Ahora ha chupado todo el cuerpo de Gerti, poco después podría ejecutarle el rostro con su lengua, de la que todavía pende el sabor de sus orines. La mujer salta hacia él, muerde. Duele, y sin embargo es también lenguaje, tal como el animal lo entiende. Él levanta su cráneo del suelo, siempre por los cabellos, y le golpea la nuca allá de donde él la ha cogido. Enseguida ella abre la boca, y es explorada a fondo con el pene de Michael. Sus ojos están cerrados. Mediante fuertes rodillazos oblicuos, la mujer es obligada a abrir nuevamente los muslos. Por desgracia esta vez no es del todo nueva, porque ya lo había hecho antes exactamente igual. ¡Ahí estáis por fin dentro de vuestra piel, y vuestra ansia sigue siendo la misma! Es una infinita cadena de repeticiones, que cada vez nos gustan menos, porque los medios y melodías electrónicas nos han acostumbrado a llevar cada día algo nuevo a casa. Michael abre a Gerti a izquierda y derecha, como si quisiera clavarla en cruz, y no, como realmente proyecta, echarla al cesto con las otras prendas raras veces usadas. Mira fijamente su ranura, ahora ya conoce su contenido. Cuando ella se vuelve, porque no soporta sus miradas escrutadoras, apoyadas por unas manos que pellizcan y hurgan, recibe un par de pescozones. Él quiere y puede verlo y hacerlo todo. Muchos detalles no se ven, y, si es que va a haber una próxima vez, habrá que hacer más luz con la linterna antes de salir, transfigurado, de la noche al taller de reparaciones. La mujer debe aprender a soportar las miradas de su señor en su sexo antes de depender demasiado de su rabo, porque allí pende aún mucho más.

El heno cae sobre ella y la calienta un poco. El maestro ha terminado, la herida de la mujer se ha esponjado, y con un fuerte tirón de su aparato Michael indica que desea retirarse de nuevo a su propio y desembarazado cuerpo. Ya ha sido un podio para esta mujer, desde el que ella hablará de sus afanes y de su nervudo torso. Así se convierte uno, sin ser fotografiado en ropa interior y enmarcado, en el centro de un dormitorio bien amueblado. Este joven ha creado y labrado todo este esplendor, esta blanca montaña de carne estremecida que se extiende ante él, y a la que él, como el bravo sol del atardecer, ha pintado colores en el rostro. Ha tomado en arriendo a la mujer, y puede ir a los pliegues bajo su vestido siempre que quiera.

Gerti cubre a Michael de besos cariñosos y acariciantes. Pronto volverá a su casa y a su señorito, que también tiene sus cualidades. A suelo inflamado queremos volver siempre, y arrancar nuestro papel de regalo, bajo el que hemos enmascarado y escondido como nuevo lo conocido de antiguo. Y nuestra estrella en declive no nos enseña nada.

Загрузка...