12

La mujer asciende, con una imagen totalmente nueva para su pretendiente bajo su peinado, hasta el borde de la ciudad. Sólo lleva consigo su bolso de mano. Ha dejado en el colegio al hijo de su destino. Falta poco para que unos policías, que se ruborizan instantáneamente al verla, la ayuden a cruzar la calle. Ella vacila. Pero no se hunde, ligera nadadora bajo la que susurra la fuente de todo mal. Con sus garras, las del abrigo de nutria, la mujer rema en torno al trabajo de los otros tigres de papel, sobre los que se yerguen amenazantes cumbres de dos mil metros. Son personas las que han arrebatado la celulosa y el papel a este paisaje duro y desdentado. La vestimenta de esta mujer: En una versión más sencilla, la modista debería poderla copiar en todo momento. ¡Oh sí, lo tiene todo! cortada en trozos pequeños, la madera se apila en torno a las fábricas y las serrerías. ¿Por qué la señora directora se ha puesto zapatos de tacón cuando el agua helada por todas partes nos frena trabajosamente a nosotros y al suelo? No nos atrevemos a cruzar si el semáforo no quiere. ¡La mujer se ha puesto el absurdo por vestimenta! Se pone al volante y bebe un trago. Se rocía los dientes con un remedio contra sí misma. Su amante prestado no caerá en la nieve, es una obra de arte. La juventud es suficiente recompensa, aunque uno se rompa una pierna. Se ríe de sus propias fuerzas, en las que se envuelve con frescura, abrigo de moda que los años aún no han podido dejar atrasado. Concedamos a los pobres y a los ricos pasar un día alegre en las olas del deporte, a menudo ambos han tenido que viajar muy lejos para ver nieve virgen y vivir un poco de excitación. En todo caso, los ricos quieren acercarse más al origen de los elementos (donde tocan el elemento puro con sus posaderas). El polvo cae deslumbrante sobre sus cabezas, son como parte de la tierra misma. Los otros, sin embargo, dependen de sus cadenas en la fábrica y de sus seres queridos en casa, y también les da su alegría la nieve.

La señora directora se sienta al volante, tras haberse superado valientemente a sí misma. Las bocas de la ciudad se comprimen ante ella en una sonrisa en los escaparates de las pastelerías. ¡Está borracha de sí misma, ha sacado una botella de su piel! Su boca sonríe en medio del frío. Los importantes y los don nadie se inclinan tras las ventanas, como si quisieran precipitarse directamente sobre su corazón. Mujeres jóvenes, de las que cuelgan como. extraños sus hijos y sus ropas, tienen que salir a comprar precisamente ahora. Quieren ver algo. ¡Quieren ser algo, como esta mujer, qué no harían en su lugar! Vivir a la luz del día una debacle en la peluquería, como nuestros esquiadores en los Juegos Olímpicos, arrancarse ellas mismas del pelo los aparatos con que han de envolvernos a las mujeres. ¡Nunca se atrevieron! A mirar sin miedo a la propia imagen, porque por lo menos el peinado se cambia de verdad fácilmente cuando ya no nos gustamos, señoras.

Y somos una persona nueva, amansada y conmovida por nuestra belleza. ¡Entonces nos presentamos con otro empaque! Toda mujer madura paga su precio por lavar cortar y peinar y apurar la vida. Para que nuestro cabello aparente más de lo que nos queda en la cuenta. Todos los hechos, todas las tartas en las que nos hemos tomado tanto esfuerzo, oh sí, después del trabajo íbamos hacia la noche con nuestros inútiles tenedores, comíamos, fregábamos y nos hundíamos en un pecho cariñoso, que nos empujaba sobre cuatro ruedecillas a la sala de reparaciones, a frotar las sartenes con los restos de la vida. Y si esto aún no ha pasado, pronto nos decepcionarán, una vez que alguien mueva la cabeza en gesto de lamento y la ira se extienda sobre el rostro de los que disputan. Entonces tendremos que estar tranquilas, en las habitaciones recogidas, como si nosotras mismas ya estuviéramos vacías. Nunca perdonamos, pero no nos perdonamos tampoco a nosotras. Cuando con violencia queremos lanzarnos a los sentidos resonantes de otra persona, sencillamente no tiene sentido. Alguien más joven nos sustituirá pronto íntegramente, ¡al fin y al cabo, ha sido alimentado con la nueva dieta integral! ¿Y por qué yo? ¿Por qué yo con más de cuarenta tengo que tenerlo más difícil y ser más difícil de acunar que un niño, en las cadenas de los brazos de la báscula, que se apartan de mí? Cuando intentaba transformarme para cualquier alegría inesperada y me había comprado un vestido nuevo.

La señora directora da una patada a su coche y sale penosamente a recoger a Michael, al que entretanto se oye en la pista. Riendo y gritando como un policía, adelanta a sus amigos, se sacude en broma encima de ellos. Su memoria contiene, incluso de noche, todos los lugares a los que va. A eso y no a otra cosa se hace referencia cuando uno pretende encontrarse con personas de la misma longitud de onda, a las que el espantoso peluquero de moda ha dado un buen golpe. Pero atención: No por eso hay que perderse la próxima moda, que primero nos hará menear dudosos la cabeza y después, dándonos poco a poco la vuelta como a un guante, nos acompañará un buen trecho. ¡Levante la vista a mi cabeza y no tema pagar el precio! No cuesta nada. Sí, vamos dentro de una bolsita impresa por una marca deportiva, en la que hay bocadillos, sueltos, como nosotros. No nos sirve de nada. No tenemos que tener cuidado con el camino, el camino debe tener cuidado con nosotros, antes de que arruinemos su vegetación para los próximos quinientos años. Si este Michael se cae, no henderá el suelo como nosotros, más torpes. ¡No somos flores, pero queremos atravesar con la cabeza el muro de la Naturaleza! ¡Michael sin embargo sólo quiere abrirse paso por entre sus adeptos! Les cuenta todo el tiempo, entre risas, su aventura con esta mujer, a la que ayer arrastró hasta su orilla y volvió a echar al agua. Sobre muchos otros hombros descansa la carga del fracaso, para que la tengamos caliente. Sólo tenemos que prenderla, y en el amor una boca se encuentra con un aliento en el que algo está recién cogido. La mujer ya no tiene una hermosa y clara conciencia. Se tira de los pelos y destruye el trabajo de personas bajo cuya caliente cofia ha temblado. Quizá ahora haya niños esperando delante de su casa, que forman parte de un grupo de caricias rítmicas y han sido forzados con mano dura por sus allegados a estar allí. Da igual. No es más que un hobby. Estos hijos e hijas de aquellos que gimen bajo la pobreza. Que tienen que escupirse en las manos sólo para ser atrapados por el destino del despido. La mujer ya se ha olvidado de sí misma y de ellos. Conduce hasta donde termina la pista, después de que se ha ejercido el derecho de los más rápidos. Donde, atrapados y pacientes, los turistas se sueltan el cinturón o, unidos en un yugo de pacientes animales, vuelven a poner en el telesilla sus pesadas posaderas, marcadas por la vida y por sus equivocaciones nunca reparadas.

Adelante, siempre adelante, no queremos mirar hacia atrás, porque detrás no tenemos ojos. La mujer se asienta en el suelo, sobre sus nobles y altos tacones. Asombrados, los turistas invernales oscilan como botes ante este paisaje de cartel en el que todo concuerda, pero uno no puede unirse a su jovialidad. La corriente humana se precipita pendiente abajo de forma ininterrumpida. ¡Tanto más degustables y digeribles queremos ser! Estos turistas. Bajo los techos de Eternit, en el cenit de su vestuario, marchando en verano de la montaña a la playa y, apenas llegados a la arena, vuelta al invierno y a querer estar en lo más alto, donde esperan encontrar su dulce partícula. ¡Lo importante es participar! Y derramarse, más alto, más visible, más agradable, en el caldero del valle. Pero delante de sus superiores preferirían ser invisibles, cuando el jefe se inflama y truena delante de ellos como un hornillo de gas propano. ¡Precioso ese chubasquero celeste, con la capucha forrada de piel y un jersey rojo como un tirón de orejas asomando por él! Podemos intentar olvidar que nada cuadra en nosotros; no cuadran nuestras partes superiores con las inferiores, nuestras cabezas con nuestros pies, como si cada uno perteneciéramos a distintas personas (así estamos construidas las mujeres de edad madura. De algún modo perdemos la forma por el camino, ¡ya no estamos para enamorar a nadie!), que a su vez tienen sus horribles diferencias, como sólo el martirizado estrato bajo sabe. Todos llevamos nuestra cruz, pero con nuestras mejores galas. ¡Un espectáculo único!

Están reunidos en grupos, hablan, fuman y beben hasta hartarse, estos siervos del deporte. Porque tienen poco que contarse, mientras echan el ancla, sonrientes, en la estación del valle. La mayor parte de lo que experimentan es: ¡Comer para vivir! Hablan de ello. Con las chispas de sus encendedores, se iluminan a sí mismos y al país con más luz que aquellos que tienen que cultivarlo. ¡Oh, el turismo nos da más! Ahora reúnen sus cosas y sus prendas, mientras las ramas se inclinan pesadamente bajo la nieve y una luz osada, apenas sentida sobre la vestimenta de nylon, se abre paso por entre la hermosa nevada que yace sobre lo que antaño fue pradera y embebió agua. Ahora el agua ya no puede llegar al suelo, lo hemos aplanado y barnizado con nuestras pistas. Cada uno de ellos sospecha de sí mismo que es el mejor en la pista, así que su estancia aquí ha tenido un buen fin. En invierno, cuando el paisaje debería dormir, es cuando se le despierta de verdad. Los rostros hacen ruido. En segundos, la gente recorre extensiones hechas a su medida, se extiende por pequeñas áreas en las que no siente un techo sobre sí y un suelo bajo los pies. Niños inocentes caen. ¡No nos dejemos meter en nuestra cajetilla original y abrir innecesariamente las piernas, entretanto hemos aprendido un impecable salto en paralelo! Podríamos superar a campeones del mundo, y eso también vale para nuestros vehículos en su clase, donde nuestra capacidad compite con nuestra estatura. Vaya día. Los jóvenes se descubren la cabeza. La nieve cae sobre ellos, pero no tienen nada que temer, no se les quedará pegada. La federación austriaca no tiembla ante nuestros espíritus, agarra fuerte nuestros miembros heridos en su orgullo y nos arrastra de cabeza hacia abajo. Pone aún más vendas en nuestros muslos, ¡y el año que viene volveremos y llegaremos más lejos! ¡Ojalá que no nos espanten como a insectos, por falta de nieve!

Como arena en el reloj del mundo, nos deslizamos hacia el valle. Nuestros bordes, que a menudo han intentado limarnos, cortan agudamente la ventisca, la nieve, donde se reúnen los signos: todos contra todos, sobre esta blanca vestimenta ceremonial sobre la que nos esparcimos como basura. La mayor parte del terreno pertenece a los Bosques Federales Austriacos, el resto, un néctar de miles y miles de hectáreas, a la nobleza y otros terratenientes, que, como propietarios de serrerías, mantienen un contrato permanente, firmado con sangre, con la fábrica de papel. ¡Sillones, en los que lo dicho adquiere su sentido! Maravilloso. Todos queremos el cambio, sólo trae cosas buenas, y sobre todo la moda de esquí cambia cada año para mejor. Apresurada, la tierra recibe a las y los deportistas, ningún padre los toma en sus brazos cuando están cansados, pero ahora está aquí esta señora directora de la fábrica de papel: ¡Acérquese más, si puede moverse lo bastante rápido sobre sus soportes, de su boca no tardará en salir un poco de luz!

Michael ríe, y el Sol se aferra a él. El paisaje ha cambiado tanto en las últimas décadas que sólo puede acoger a aquellos que le resultan digeribles. Los campesinos ya no lo son, y se quedan sentados en su casa ante el aparato de televisión. Durante mucho tiempo, fueron inamistosos salvadores del país, y dieron respuestas descaradas a las cooperativas agrarias; ahora eso ha pasado, ah, el cambio, ésa es nuestra ropa nueva, que conmueve hasta hacer perder el sentido a vecinos y bares nocturnos. En nuestra abigarrada vestimenta, nos hemos vuelto apetitosos, cuando estemos tumbados en los bosques, con los miembros rotos, sobre los esquíes que en su origen pertenecieron a los roedores silvestres y ahora representan al mundo con un dolor que roe. Pero ahora ¡queremos ser salvajes! Gritar para que se nos oiga de lejos y con miedo: Aludes en los que conservarnos si queremos ser díscolos un día. ¡Salir de nosotros y sentarnos en el regazo de los riscos! Y la montaña arroja piedras sobre la gente incauta. De ella se alimenta el país ahora, y se alegra de ello, y también los locales son esforzadamente frecuentados, con el gusto que nos caracteriza.

La mujer cree -y en eso yerra, como nosotros erramos por nuestros bosques secos- que el día anterior lanzó sobre este joven una red terriblemente ardiente. Ella inclinó sobre él su formidable imagen, y ahora él la lleva en una esquinita del pecho (una pinza bien pequeña) y la mira constantemente. No se debe poder sustraer a ella por más tiempo. A ella no le basta con recordarle en silencio, el ansia retumba sordamente sin cesar en ella. Y la pendiente devuelve de inmediato el eco al cantor, porque no lo puede utilizar. Tiene su propio hilo musical, porque por todas partes la gente grita como si la estuvieran despellejando, como si cortaran directamente la tempestad con sus estrechos y agudos flancos. Abandonando la soledad de la noche, en la que no todos los gatos son pardos, la mujer quiere resplandecer ante la mirada de Michael. Presentándose aquí en su figura auténtica y originaria, a una sólo un valor extremo la retiene en las riendas que le pusieron los esquíes y las miradas despreciativas de los esquiadores. Los tacones de sus nada prácticos zapatos clavan a la mujer en la nieve de la recta final. ¿Es que no se da cuenta de cómo, alzada por los sentimientos, está casi ya trepando cuesta arriba? ¿Hasta dónde y adonde la conducirá su destino, quiero decir mi destreza, sobre estas inapropiadas muletas? Ya está empapada, los tacones presentan huecos que será difícil volver a cerrar. Nosotras las mujeres tenemos que sembrar con mano dura en la pradera, en el parquet de los locales en los que tenemos que demostrar nuestra valía, entre buitres y conductores suicidas que no valoran en absoluto la dirección en que va nuestro gusto. ¡Pero también en el deporte queremos cosechar algo más que risas! En cada lugar tenemos que empezar por demostrar que somos válidas (¡picar el billete, vale, muy bien!), en cada ocasión tenemos que ir vestidas adecuadamente, para que se nos pueda echar con un portazo. La creatividad se agota pronto, y sabemos lo que tenemos que saber, es decir: Si nos adaptamos al surco del campo al que hemos sido echadas.

Ninguna mano saca a esta mujer, borracha y ebria de sí misma con sus nuevos rizos, del foso de nieve que ella misma ha cavado. ¡Estimada señora, estarnos de luto por nuestros amigos que ya han tenido que irse a casa! Pero nosotros seguimos aquí, los abonos con los que esperamos ascender a la montaña cuelgan de nuestro cálido pecho. No queremos ofenderla, pero ha puesto usted su segura cabaña en el lugar más inseguro, es como si no tuviera ningún hogar. El sol engaña a estos jóvenes, porque se pondrá demasiado pronto. Pero incluso en la oscuridad formarán parejas inmediatamente. Nuestro derecho es poder ascender a las montañas. Ninguna ley excepto la de la gravedad rige el modo en que nos comportaremos allí. Nos separamos con asombro, pero a veces en la dirección equivocada, hacia la que no se debe escupir o mear, de lo contrario uno se recibe a sí mismo.

Y los otros, ¡saque usted del cajón a sus queridos empleados! En la ladera se alza el siervo, esa criatura de la obediencia, un ser sin sentido, pero aun así dotado de voto propio, que cree poder ignorar sonriendo a esta mujer. Con tan sólo su voz de juventud, que golpea sus defensas, puede burlarse de ella en todo momento. En la oficina, los jóvenes tienen que andar con cuidado consigo mismo y con su jefe, pero aquí se zambullen en la Naturaleza con huesos y afanes, como si fueran lo bastante magnánimos como para regalarse. ¡Hacerse inmortal mediante medallas de oro! ¡Y el que en el slalom caiga entre los palos, como en la vida en medio de las tormentosas ocasiones perdidas, podrá ver que nadie guarda luto por él!

Bajo el hielo del arroyo hay bancos enteros de truchas, en invierno son difíciles de ver. Los amigos de Michael se sientan juntos, se dan la bienvenida y miran por debajo de sus gafas de sol. Levantando una cortina de nieve, Michael se lanza por la recta final. Todo irá bien, porque han venido chicas muy guapas a alojarse y repetir. Nos miran sin interés, porque no prosperamos como las nieves inaccesibles de allá arriba, en la ladera. Aún están demasiado cerca del lugar del que han venido. A todos nos gustan las cosas nuevas, pero sólo ellas tienen buen aspecto. Son como son. Arrebatadas a las praderas en las que pacemos nosotras, vacas gordas que nos avergonzamos de nuestros propios muslos. A nosotras se nos ha perdido nuestro comienzo, yace misteriosamente oculto, envuelto en su brillo, más allá de nuestro recuerdo, y no se repite. Estamos estancados, no sólo en la posición social.

Pero preferimos recrearnos en abrir en canal y vaciar (en hacer excepciones) a las personas: La mujer se lanza hacia el estudiante desde su entorno socialcristiano. En este momento, a él le cuelgan de las muñecas los bastones de esquí, como restos de placenta. Lo que por la noche fue recompensado con una abundante eyaculación, cree ahora poder salir a la luz del día como la gente. ¡No estamos acostumbrados a que el aire silbe de este modo en torno a nosotros, vivimos en un piso de dos habitaciones y media! ¡Por estos difíciles senderos no llegaremos jamás hasta las cumbres de donde bajan los ríos y el esquí es de verdad de primera! Usted y yo volveremos a encontrarnos en los merenderos, donde aparte de nosotros esperan innumerables gentes. Ningún hogar en el que se haga de noche. Tiempos en los que hay que evitar a muchos, pero hay que buscar a unos pocos, para, como una tormenta, poder desplomarnos pesadamente como adversarios sobre los hombros del otro.

Envuelta en su manto de nutria y alcohol, la mujer del director se arroja pesadamente al pecho de su actual Señor. Con él quiere abandonar el mundo, escupir los huesos y poner su propia guarnición al plato. Quiere empezar de nuevo, acariciada por la brisa de Michael. Pero tenemos que aceptar las cosas como son: La mujer no ha nacido para Michael, al contrario, ¡lo que molesta es el tiempo ya transcurrido desde que nació! Especialmente aquí, a plena luz, donde los dientes de los deportistas castañetean con el frío. Pero la luz del amor -desde el principio va con nosotros, pero hasta nuestros mecheros brillan más- ha caído sobre ella, la ha tirado al suelo como a una bolsa de basura reventada al caer. Y los nativos ríen. A lo lejos truenan los vicios, ¿los oye usted? ¡Apártese un poco de ellos!

Estas gentes apenas necesitan las leyes, porque sus sentimientos les ponen a raya. La mujer no mejora con el uso continuado, pero si es ella la que quiere apropiarse de un joven que vive en su localidad: ¡Eso sí que no! Los hábiles hijos del destino extienden las manos y se mantienen totalmente a cubierto. La mujer enrojece violentamente, su rostro resplandece, y no existe. No aparece en el radar de este joven. A sus ojos no es bella. Como el día, la juventud crece en sí misma, copula y cae, colgando de sus esquíes, en la insatisfacción y el cerco del pueblo. Da igual lo que venga, todo lo actual le gusta. Se exporta. A ella le pertenece todo, y a nosotros ni siquiera el sitio que ocupamos en las tabernas, y el camarero, que se niega a atendernos, nos ignora. Gerti se aferra a Michael, pero resbala sobre su asediada vestimenta de plástico. Bien guiado por la gente de su edad, ha sido apartado un trecho de la mujer. Es frívolo, se encuentra a gusto allí. La gente como él es entregada como regalo, como acompañamiento de los folletos de la oficina de turismo. Allá donde se instale en los locales, sobre su cabeza respiran calladamente ventiladores y aparatos de aire acondicionado. Pero nosotros, personajes, nos movemos tan pesadamente, colgamos como plomo de nuestros catéteres, por los que escurre nuestra pobre y cálida orina. Las carreteras ya son hostiles. Nosotros, montañeros, embotellados y hechos a la botella, somos las provisiones de la Naturaleza, en la que pastamos jamón y queso. Sí, la Naturaleza, un día se llevará la alegría de envenenarnos. Si no, hay que morir por sus rudas carreteras y sus productos fríos.

Michael ya se ha alejado un buen trecho. La luz ilumina también a los muertos, pero especialmente se detiene en él. Nuestros divinos campeones olímpicos ya han traído a casa dos medallas que cuelgan de sus cuellos, mientras nosotros contemplamos el reverso: los placeres de la fama, que en la pantalla se tienden hacia nosotros, sin alcanzarnos jamás. Siendo tan superficial como es, intocado, inmaculado, Michael lo celebra sinceramente con nuestros muchachos y muchachas. La mujer se tambalea en la nieve profunda, junto a las barreras, y se sienta. La firme soga a la que se pegan las balas de paja sirve para mantener separados, a la mujer y a todos los demás que no quieren salir de sus cuchitriles, del pueblo deportivo, que vive sobre los esquíes que son su féretro (y jalea en la plaza de los héroes a los campeones: ¡Karli Schranz, Karli Schranz, nuestro de verdad!). El cuerpo de la mujer se tiende en una arquitectura de la nostalgia, para reducir el tramo entre ella y la juventud perdida. ¡Quizá podamos por lo menos ir a patinar con nuestros amigos! Pero no, el grupo de Michael ya está completo. No se pierden de vista, y a veces también gustan de quedarse en casa, para vivir en los periódicos del ramo y festejar las fotos. Estos jóvenes, con los que la mujer dormiría con gusto: en vez de correr, esperan ser elevados pronto al piso de los jefes. Hoy, en las profundidades del bosque, los cazadores corren y pasean felices en cuerpo y alma.

La mujer se levanta, titubea y se vuelve a sentar, es sencillamente intratable. Esta mujer ha llevado consigo su propia taberna en una botellita. Bebe. Michael la llama riendo, y otro pequeño semidiós estira su brazo desde su propio cáliz (una lata de cerveza), que a menudo ha afeado a sus enemigos con su sola presencia, y se la tiende riendo a Gerti para sacarla de la nieve profunda. Tira de sus mangas. Pronto le resulta demasiado lento. Sencillamente, la saca de un golpe de las profundidades a la superficie, donde él mismo no querría estar y donde se puede dejar confiado a los niños, para que vuelvan una hora después quemados por el sol. Bajo las nubes, los animales enmudecen, eso no presagia nada bueno. Para matarlos tienen siempre que trasladarlos, para que la sangre pueda salpicar. Casi sin pensar, la mujer se queda mirando fijamente la luz, con su cabeza recién dorada. Entonces vuelve a caer, y es arrastrada. Los primeros en acudir meten mano debajo de su abrigo. Algún niño que otro se agarra el sexo y tironea hasta sacarle algo, satisfecho. La mujer extiende sobre la nieve su cabello recién moldeado. El abrigo de nutria se agita sin cesar sobre Gerti. Ante las sencillas casas de la región caen niños con pesados cubos. Las han construido allí cerca, junto al agua, la razón fue húmeda y barata. (¡Parecida a nuestros sueños con el otro sexo!). Todos los días cargan con el peso de la cruz de la montaña en las mochilas, para que Dios sepa para qué ha cargado con todo eso sobre sus espaldas.

Un poco alejados de la mujer y su grupo van dando traspiés los principiantes; uno se pregunta por qué no se van a pique en silencio, como los barcos, ¡pero no, gritan! ¿Y por qué? Porque claman por el transporte, que se habían imaginado distinto. ¡Quién se habrá creído usted que es, y por qué los transportes públicos le resultan demasiado miserables! ¡Se desplazan hacia la incertidumbre, y encima tienen que llevar sus piolets, sus grampas y sus termos! Pero parecen preferirlo a cualquier cosa en el mundo, cuya malicia les rodea normalmente. Sonriendo, se invitan los unos a los otros, el aliento les llega para eso. Estos jóvenes usurpan el mundo y consumen sus productos, en los que viven y por los que a su vez son consumidos. En primer lugar los pulmones. En torno a ellos viven activamente, aprenden y reposan. Sin que nunca los haya cubierto la sombra del dolor, neófitos, pueden dormir, y cuando despiertan bajan la vista hacia ellos mismos: ¡Hay ahí una, dos partes que se entienden! ¡Albricias! No tienen que buscar largo tiempo una buena pareja y un buen partido, más bien los buscan a ellos por los altavoces de los aeropuertos y en los anuncios de televisión. Estos alegradores de la vida. Tomemos cualquier cosa digna de verse y reconoceremos que merece más la pena ver a esta gente. Son como el veneno que duerme en la amapola, es decir, donde de verdad florecen es un milímetro fuera de la Ley. Uno de ellos siempre está esperando sonriente, y se va de repente cuando pasamos junto a él y en torno a él, siempre suena en algún sitio la puerta de un coche, siempre se pasa por gasolineras donde se entiende el lenguaje de su poesía. Su vida está hinchada por la espera entre dos vuelos de línea ¡poder salir alguna vez de verdad de uno mismo, como desearíamos! Qué idea, pero tienen razón. La juventud. ¡Está tan concentrada en sí misma! Por desgracia yo ya no pertenezco a ella. Y una cosa más: Hagan lo que hagan sonríen, incluso en las sombras del bosque donde hacen lo que hacen. Vacíos como una canción, descansan en el aire, sin que los frene siquiera el ramaje. De este modo pueden caer directamente al suelo e iluminar el triste lugar donde otros de crecimiento más trabajoso han abierto con dinamita una carretera forestal sólo para poder pasear y hacer un poquito de ejercicio. Ríen, a menudo eso les parece lo mejor, sin preocupaciones dirigen hacia sí los sonidos de su walkman, y se vuelven del todo volubles, porque no pueden escapar a la música que se desliza dentro de ellos. ¡Por mí, si les place! Y esta mujer tiene que depender precisamente de un hijo de puta como Michael, que hace mucho que se ha perdido a sí mismo de vista, aunque naturalmente no haya perdido de vista sus objetivos. Nunca, quizá por pereza, ha caído en sus brazos una mujer que le gustara, no, él desea una casita más humana, quizá un ático en el que poderse instalar por fin por encima del suelo, para calmar sus ansias de muebles de raza y mujeres con clase. Naturalmente aquí, entre las raíces de los abetos, se forma un mediano remolino, una tarde (un soufflé) junto a este pequeño arroyo, donde trabajadores, empleados y participantes en excursiones de empresa pueden recomponerse por entero en la nieve, después de que se les ha perseguido y. en caso necesario, se les han metido agujas por los fémures. ¿Por qué si no iban a afirmar luego que se sienten como nuevos después de un día de deporte y varios días de duro trabajo?

Sí, todos damos grandes pasos hacia adelante o arrancamos si nos dejan. Pero que esta mujer haya puesto sus ojos precisamente en Michael, bajo el que cree que florecerá, y con el que querría salir por lo menos unas cuantas veces… Pero con el que también gustaría de quedarse en casa. Su marido se entrega por completo a su negocio. Este hombre podría echarse al coleto a Michael, sus amigos y la mitad del producto interior bruto de la zona junto con el asado que se está comiendo este mediodía, si no tuviera ya el coleto lleno. Las ansias de los esquiadores pronto serán también calmadas, paciencia, ya entrarán a la taberna.

En un racimo vocinglero, «yuju», los jóvenes deportistas se arrojan sobre la embriagada Gerti. Entretanto, han dado también fuertes tragos de su propio tanque. La montaña los protege y oculta del punto de vista de sus conciudadanos. Además está este gigantesco abeto. No se les ha ahorrado nada. En prueba de ello, muestran su solitario espárrago, que han sacado de entre las prendas de esquí, no está mal si se compara con los pálidos instintos de los demás hombres, que se ponen juntos en cuclillas, cagan y no hacen ningún bien a la Tierra. Ríen a pleno pulmón. Maniobran con sus bastones de esquí. Son tan numerosos, un factótum del sector de artículos deportivos (un factor económico), viven al máximo: quieren entretenerse, mientras se consumen y el tiempo pasa. Mientras vuelan hacia la meta desde la estación alpina. Se cargan con sus pesos unos a otros, sus rostros se miran, tienen un gran rabo por el cual respiran. ¡Si todos nos mantuviéramos unidos como ellos, los camareros de los locales y los porteros de las discotecas jamás podrían separarnos! Saben en qué montón tienen que ocultar la felicidad, a cubierto de nuestro acceso. Hasta aquí nos ha llevado nuestra riqueza. Hasta aquí aparecemos en la Naturaleza, que nos viene de fuera. Pero nosotros, desorientados, somos clasificados por nuestras galas y tenemos que quedarnos al margen. Y el suelo roe nuestros pies de vampiro condenado a seguir caminando siempre.

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