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La mujer salta al viento, remando torpemente con su cuerpo. Se ha hecho carne y habitado entre nosotros. Servir al apetito en todos los aspectos ha sido el lema de su taberna: dejarse consumir por el hombre, por el niño, abandonada en sus suaves riendas. Intenta así coger de vez en cuando aire dentro de su red. Se echa el pijama por encima y empieza a recorrer, en zapatillas, el camino nevado.

Antes, aún tiene que meter al armario las tazas e instrumentos, por si acaso. Se pone bajo el agua corriente y frota los restos de su familia de porcelana. Así se conserva la mujer, en sus ingredientes, de los que está hecha. Lo ordena todo, hasta su propia ropa, por tamaños. Se ríe, avergonzada. Pero no tiene gracia. Amontona orden sobre las bendiciones de que disfruta. No le queda nada. De las ensangrentadas plumas de pájaro sobre su camino ya no se ven muchas, porque también un animal tiene que comer. Sobre la nieve queda una película fuliginosa, que desaparecerá en pocas horas.

El hombre entra en su despacho, satisfecho bajo la pantalla de su bragueta. Se airea. Habla de la figura de su mujer, sin indicar primero que está en el uso de la palabra. Cállese, ahora son sus obras las que hablan por él, para ello se ha hecho expresamente un coro de muchas voces. ¡No, no tiene miedo al futuro, su bolsa cuelga de él mismo!

La mujer siente cómo la nieve penetra lentamente en su espacio y su tiempo. La primavera aún tardará en venir. Hoy la naturaleza no consigue siquiera parecer recién pintada. La suciedad se pega a los árboles. Un perro pasa corriendo delante de ella, cojea. Hacia ella vienen mujeres desgastadas como si hubieran pasado años en una caja de cartón. Como si se hubieran despertado en una hermosa casa, las mujeres miran a esta congénere de aspecto tan singular, porque siempre se singulariza. La fábrica da trabajo a muchos de sus maridos, cómo no. Inconscientes antes de tiempo, preferirían pasarlo con muchos dobles de vino antes que con su propia familia. La mujer vuela delante de ellas, se adentra en la oscuridad, ¡y ni siquiera se ha puesto zapatos para la nieve! Entretanto, el niño reposa en algún lugar, mientras muchos de su especie se apresuran. Ha rechazado la comida recién hecha, con palabras que golpean sobre las heridas abiertas de la madre, y ha cogido un sandwich de la despensa. La madre ha pasado gran parte de la mañana rallando zanahorias, en beneficio de los ojos del niño. Ella misma hace la comida de su hijo. Después, ante el cubo de la basura, un torcido troncho de persona, se ha lanzado sobre la ración del niño. La ha sacado de sus casillas. Su sentido del humor se ha quedado pequeño. De la valla junto al arroyo cuelgan los chuzos, la capital está muy cerca, si se toma como medida el coche del hombre. El valle se abre amplio, muchos en él no tienen empleo. Los demás, que también tienen que meterse en alguna parte (en los sótanos de su existencia), van cada día a la fábrica de papel y más allá, ¡mucho más! Allá arriba, en aquella montaña, he estado mil veces con mi rebaño. La boca de la mujer se congela, pequeña, como un murmullo de hielo. Se aferra a la madera de la balaustrada, cubierta de escarcha. El arroyo está completamente tapado por ambos lados, el hielo le golpea ya los hombros. La Creación gime bajo las cadenas de las leyes de la Naturaleza. Se oye reír débilmente. Igual que el deshielo hará saltar las barreras de la buena vida que llevamos todos, de forma que tendremos que saltar los unos sobre los otros, así la Muerte pensará quizá en poner fin al mundo de esta mujer. Pero no vamos a personalizar ahora. Crujiendo se consumen las ruedas de un coche pequeño en la dura nieve. De donde viene, está más en su casa que su propietario. ¿Qué sería el trabajador pendular sin él? Un montón de estiércol, porque cuando va con otros en el departamento del tren de cercanías no es más que mierda, piensa su representación parlamentaria. La masa hace que nuestras fábricas no se derrumben, porque son apuntaladas desde dentro por montones de personas que intentan eliminar lo social de su estructura. Y los parados, que forman un sombrío ejército de nulos, a los que no hay que temer porque a pesar de todo votan a la Democracia Cristiana. El señor director es de carne y lleno de sangre, y come mucho de eso, porque señoras con delantal de cocina se lo sirven.

Se aconseja no coger el vehículo privado con este tiempo, ¡de lo contrario no podrían llegar al trabajo demasiado tarde! A este ritmo recorren las calles los coches esparcidores de sal, y dejan a sus espaldas su producto. La mujer sólo puede contar consigo misma. Y una cosa más, oiga: ¡No saque sin necesidad el vehículo averiado del garaje! A usted como persona tampoco le gustaría que se lo hicieran.

Aullando, los niños pasan silbando en los trineos de plástico de su cumpleaños, que se les pegan a la piel o vuelan por encima de sus cabezas, sobre la nieve que ellos han alisado expresamente, hacia el valle. Malhumorados, los mayores vuelven la espalda y bambolean billetes del telesilla sobre sus chubasqueros guateados, la velocidad tampoco es cosa de brujas. Braman como estaciones. La mujer se asusta al verlos. Se aprieta espantada contra los taludes que el quitanieves ha dejado a su paso. Crujiendo ruedan ante ella vehículos con su cargamento de familias, un penoso montón de golpes. Encima, las lonas se aprietan contra la baca del coche, para sujetar el odio de los ocupantes. Los cacharros se mantienen a la defensiva, como ametralladoras. Se abren camino por entre los muchos otros recipientes para personas, porque merecen un sitio mejor. Así piensa todo el mundo, y lo muestra con gestos sucios desde la ventana.

¡El deporte, esa fortaleza del hombre pequeño, desde la que puede disparar!

Realmente todo el mundo puede permitirse romperse un pie o los dos brazos, ¡créame! Aun así, no puede usted por menos que calificar a estas personas como personas dependientes cuando suben la ladera de la montaña, en la que resbalan y en la que encima se sienten bien. Pero ¿dependientes de qué? De sus propias imágenes, que nunca curan, las que se les enseña cada día, como si no fueran más que auxiliares de la realidad, sólo que más grandes, más hermosas, más rápidas. Así, golpeados por la divisoria de aguas de la televisión, caen al otro lado, entre los pequeños, sobre la colina de los idiotas. ¡Ay! Nunca toman la palabra en discusiones, y si lo hacen, pierden de inmediato con alguien que ha sido cargado como experto sobre el camión de sus preocupaciones. Y el Altísimo, que ha estudiado nuestras tablas de rendimiento, es sordo a sus lamentos por una casa propia, qué se necesita para poder ensuciar el deporte, esa elevada idea olímpica, ya desde la puerta de entrada.

La mujer resbala a cada paso. Rostros sonrientes la señalan sin ruido desde las ventanillas de los coches. El conductor pone en peligro su vida, inclinado sobre su posesión. La nieve cae en abundancia para todos. Pero resbalan de distinta manera, como distintas son las personas mismas. Unos se las arreglan mejor, otros querrían ser los que mejor se las arreglaran. ¿Dónde está el funicular para todos los grados de dificultad, para que rápidamente lleguemos a más? ¡Lo que antes vivía fláccido en su estuche, se vuelve de inmediato firme al salir al aire, pero más pequeño a cambio, oh, Alpes de firme construcción!

La mujer sale de la cubierta de sus circunstancias. Aprieta con desazón su pijama contra el cuerpo. Se palmea con las manos. Algunos de los niños que oye gritar a lo lejos acaban de salir de su bien montado grupo de baile y ritmo, que se reúne todas las semanas. Los niños son criados como hobby de esta mujer. Al fin y al cabo, tenemos suficiente sitio y amor para el niño, que debe aprender a batir palmas con ritmo. En el colegio, le será de ayuda para asentir o levantarse rítmicamente cuando sea el momento de la oración. Su hijo está entre ellos, demuestra con cada grito que cuelga sobre los otros como un dedo sucio. De cada bocadillo ha de ser el primero en morder, porque cada niño tiene un padre, y cada padre tiene que ganar dinero. Sobre sus estrechos esquíes, aterroriza a los niños pequeños en sus trineos. Es la última edición de un astro brillante, que tiene la osadía de salir nuevamente cada día, pero siempre con una vestimenta nueva. Nadie se le resiste, sólo su espalda tiene que tragar muchas muecas ocultas y desperdiciadas. Ya se ve como una formulación de su padre. La mujer no se engaña, levanta vagamente la mano hacia el hijo lejano, que ha reconocido por la voz. Él adapta a los otros niños a su medida. Los corta con palabras, como el viento al paisaje, y los convierte en mugrientas colinas.

La mujer traza signos con la mano en el aire. No tiene que ganarse la vida, es mantenida por su marido. Cuando él vuelve del trabajo a casa y se ha ganado, al final del día, poner su rúbrica sobre ella. ¡Este niño no es casualidad! ¡El niño le pertenece a él! Ahora ya no ve a la Muerte.

Con amor contenido, busca a su hijo entre el montón de niños. Él grita incansable. ¿Salió ya así de su seno? ¿O, para decirlo con palabras de su padre celestial, sólo por los desvíos (las represiones) del arte ha sido convertido en otro distinto del que cada uno es a esta edad? Este niño reclama de los que piensan de otra manera derechos tan amplios como Tratados de Estado, perpetúa la fórmula de su padre: ¡Saca más de ti! ¡Muy bien! ¡Una erección! De esta imagen se reviste el hombre, para poder mirarse al espejo en todo momento. Y el niño, hecho de un ser que hace mucho que ha caído tras él, como escoria (la campana de su madre), pronto, en unos años, se proyectará hacia el cielo, donde los pequeños ya son esperados para merendar.

El niño pasa a través de cámaras y camaradas como por apacibles puertas.

El frío se ha metido en los pies de la mujer. No merece la pena hablar de las suelas de sus zapatos, pero ella misma no suele hablar mucho. Estas chanclas no bastan para separarla del hielo del mundo. Se mete en él. Debe tener cuidado, deslizarse en vez de ser perseguida por otros, ¡tiene que ser una broma! No significa otra cosa que los sexos con sus cabezas doradas, más mal que bien, se desplieguen delante de los muebles, los únicos testigos de sus capacidades. ¿Y si un día fueran arrojados con desprecio de las cumbres de sus deseos? La mujer se aferra a la balaustrada, pero avanza muy bien. Los víveres son arrastrados en torno hacia las casas, porque para las familias la comida es un punto vital. De los dientes de las mujeres salpican los copos de avena, me parece que tienen miedo a lo que los caros ingredientes puedan hacer juntos en la sartén. Y los hombres se manifiestan delante de sus platos. Los parados, en su alejamiento de todas las condiciones que Dios ha querido y bendecido con la alianza del matrimonio, apenas pueden permitirse vivir, pero ya no tienen permiso para experimentar nada más, en el campo de deportes, en el cine con una hermosa película o en el café con una mujer hermosa. Sólo la utilización de su propia familia es gratis. Así uno se delimita del otro mediante su sexo, que la naturaleza no puede haber querido en esta forma. Y así la Naturaleza se comparte con nosotros, para que comamos sus productos y seamos comidos por los propietarios de las fábricas y bancos. Los intereses nos devoran el cabello. Tan sólo lo que el agua hace no lo sabe nadie. Pero lo que hemos hecho con el agua se ve enseguida, después de que la fábrica de celulosa se ha vaciado en el arroyo, que corre sin descanso. Él llevará su veneno a cualquier otra parte, donde gusten de comer pescado. Las mujeres meten la cabeza en las bolsas de la compra, en las que han metido el dinero del paro. Han sido bien engañadas por el supermercado, que les transmite las ofertas especiales. ¡Ellas mismas fueron un día ofertas especiales! Y los hombres fueron escogidos por su valor. ¡Valen más de lo que creen en la oficina de empleo! Sentarse a la mesa de la cocina, beber cerveza y jugar a las cartas: ni un perro sería tan paciente, atado por las magníficas tiendas, con los productos que se burlan de nosotros.

Nada se pierde, el Estado trabaja con lo que nosotros no vemos. ¿Adonde va nuestro dinero cuando por fin nos hemos librado de él? Las manos se sienten cálidas sobre los billetes, las monedas se funden en el puño, que sin embargo tiene que separarse de ellas. El tiempo debería detenerse a primeros de mes, para que pudiéramos mirar un poco más nuestro caliente montoncillo de dinero, que apesta y exhala el vapor de nuestro trabajo, antes de meterlo en nuestras cuentas para que haga crecer babosamente nuestras necesidades. Lo mejor es reposar en nuestro cálido y dorado estiércol. Pero el amor inquieto ya mira en torno nuestro, donde hay algo mejor que lo que ya tenemos. El esquí es algo que las personas que crecen como la hierba aquí, en su origen (¡en Mürz-zuschlag/Estiria, está el museo del esquí más famoso del mundo!), conocen sólo de vista. Están tan profundamente inclinados sobre el frío suelo que no encuentran el rastro. Otros se deslizan por delante de ellos constantemente, dejando a sus espaldas su miseria en los bosques.

Como un caballo, la mujer tira de sus riendas. Con desconcertada ropa de viaje, los extraños atraídos por los anuncios en las revistas especializadas están repantigados en su sofá, la mayoría de ellos por parejas. Ante sus vasos, las mujeres sonríen con disimulo a los que tienen enfrente, y también los miembros de sus hombres requieren esa intención: ¡pero después, adelante! Los caballeros no tienen complejos, e intercambian con gusto la bolsa de la comida. Con habilidad, se quedan de pie ante la mesa del salón y se echan las piernas de las mujeres a izquierda y derecha sobre los hombros, porque en casa ajena gusta salir, pasajeramente, de las propias costumbres, sólo para después, consolados, volver a los viejos hábitos en casa. Allí sus camas están en tierra firme, y a las mujeres, que van una vez a la semana a la peluquería, se les pasa por ellas para que florezcan. Los cuerpos acolchados rebotan en el acolchado paramento, como si nos hubiera tocado a la lotería una ilimitada provisión de vivencias. La ropa más íntima es vendida, para que la experiencia -como nosotras, las mujeres, gustamos de intentar sin resultado- sea siempre distinta cuando vienen a visitarnos para reencontrarnos y conservarnos en el sueño.

El director se ve incansablemente aguijoneado por su cuerpo y por las frivolidades de la prensa. Se toma libertades, por ejemplo gusta de orinar, como los perros, contra su mujer, después de haber hecho con ella y sus vestidos una montañita que poder descender más empinadamente. La escala del placer está abierta por arriba, para eso no necesitamos árbitros. El hombre utiliza y ensucia a la mujer como al papel que fabrica. Se cuida del bienestar y del dolor en su casa, saca ansioso su rabo de la bolsa antes aun de haber cerrado la puerta. Se lo mete en la boca a la mujer, reciente aún del carnicero, con tal fuerza que los dientes le crujen. Incluso cuando hay invitados a cenar que llevan luz a su espíritu, susurra al oído de su mujer futilidades sobre sus partes sexuales. Brutal, le mete mano por debajo del mantel, cultiva el surco de su arado, y delante de los socios juega con su terror gimiente, que tira de su cadena. La mujer no debe poder girar en torno a él, por eso la ata corto. No debe poder por menos de pensar siempre cómo podría embeberla con su solución de fuerte olor. La coge por el escote delante de los invitados, ríe y sirve los fiambres. ¿Quién de ellos no necesita papel? y el cliente satisfecho es el rey. ¿Quién no tiene sentido del humor?

La mujer sigue adelante. Durante un tiempo, ese gran perro desconocido la acompaña, esperando a ver si la puede morder en un pie, porque no lleva unos buenos zapatos. La asociación de alpinistas lo ha advertido, la Muerte espera en las montañas. La mujer da una patada al perro. Nadie más debe poder esperarla. En las casas pronto se encenderá la luz, sucederá entonces lo verdadero y lo cálido, y en las cajas de las mujeres empezarán a repicar los pequeños martillos.

El valle, atravesado por los deseos de los campesinos subarrendados, que son hijos del cielo, pero no de su jefe de personal, se estrecha cada vez más, para recoger los pasos de la mujer como una pala excavadora. Pasa de largo ante las almas inmortales de los parados, que, como ordenó el Papa, son más de año en año. Los jóvenes huyen de sus padres, y son perseguidos por sus maldiciones, agudas como hachazos, por los establos y pajares vacíos. La fábrica besa la tierra, de donde ha tomado a sus hombres, demasiado codiciosos. Tenemos que aprender a tratar racionalmente los recursos forestales y las subvenciones federales. El papel siempre será necesario. Fíjese: sin mapas, nuestros pasos conducirían al abismo. Confusa, la mujer aprieta las manos dentro de los bolsillos del pijama. Su marido se ocupa de los desocupados, créame, piensa en ellos y los entierra.

El arroyo de la montaña, en el que aquí, en su curso alto, todavía no saben nadar los productos químicos -tan sólo algunas veces, míseros desechos fecales humanos-, se agita junto a la mujer en su lecho. Las laderas se hacen más empinadas. Allá delante, tras la curva, el quebrado paisaje vuelve a soldarse. El viento se vuelve más frío. La mujer se dobla profundamente sobre sí misma. Hoy, su marido la ha levantado ya dos veces a patadas. Después su batería pareció quedar por fin vacía, y ansioso, a zancadas, abatió con sus neumáticos todos los obstáculos hasta la fábrica. El suelo cruje, pero la tierra mantiene los colmillos cerrados. A esta altura, apenas echa más que guijarros por sus bocas de volcán. Hace mucho que la mujer ya no siente los pies. Este camino lleva como mucho una pequeña serrería, cerrada la mayor parte del tiempo. Quien no tiene nada que morder, tampoco tiene nada que serrar. Estamos solos. Las pocas chozas y casitas al lado del camino son indiferentes, pero parecidas. De los tejados sale un humo antiguo. Los propietarios secan el torrente de sus lágrimas junto a la estufa. Los desperdicios se apilan junto a las letrinas, desgastadas cubetas de esmalte agotadas durante cincuenta años, y más. Montones de leña, cajas viejas, jaulas para conejos de las que salen chorros de sangre. Si el hombre mata, también matan el lobo y el zorro, sus grandes modelos. Rondan los gallineros, taimados. Sólo avanzan de noche. Muchos animales domésticos cogen por su culpa la rabia, y atentan contra los hombres, sus superiores. Se miran, comida el uno para el otro.

Muy pequeña desde nuestra perspectiva, vemos a la mujer perderse al final de su camino. El sol está ya muy bajo. Se hunde torpemente en las paredes de roca. El corazón del niño palpita en otro lugar, y lo hace por el deporte. Este hijo de hombre, el hijo de la mujer, es en realidad cobarde, huye con su instrumento hacia la planicie, y hace mucho que ya no se le oye. Ahora, como muy tarde, esta mujer tendría que regresar, delante sólo cuelga uno en la cruz, un dolor que desde entonces ha ensombrecido, grandioso, todos los demás padecimientos. En vista de la hermosa panorámica, no se sabe si habría que dilatar infinitamente el instante, y renunciar al resto del tiempo que a uno le queda. Las fotografías despiertan a menudo esa impresión, pero después nos alegramos de seguir viviendo y poder mirarlas. No es que podamos enviar ese tiempo restante que nos queda y recibir a cambio un regalo publicitario. Todo debe volver a empezar siempre, nunca debe acabar algo. La gente va al campo, y quiere traerse una impresión, arrancada al suelo por sus pies cansados. Incluso los niños no quieren otra cosa que existir, y subir lo más rápido posible al telesilla, en cuanto han saltado fuera del coche. Cobramos aliento, inocentes.

El hijo de esta mujer no ve más allá de sus narices. Sus padres tienen que hacerlo en su lugar, en su ciudad, en cuyas carreteras de salida rezan porque su hijo pueda superar a todos los demás. A punto de llorar, a veces vuelve la boca hacia la madre, el rostro desembridado, liberado ya del yugo del violín. Y después su padre. En los bares de los hoteles de la ciudad, habla del cuerpo de su mujer como de la fundación de una asociación que patrocine su fábrica, aunque pronto tenga que descender en la liga racional. De los labios del padre salen palabras punzantes y malolientes que no figuran en ningún libro. ¡No puede ser que una persona viva desgaste de ese modo y ni siquiera lea! Los siglos no consiguen someter a este hombre, que se levanta una y otra vez. ¡Jesús, que no se le pueda matar!

Esta mañana temprano, la mujer ha estado paseando arriba y abajo, confusa, por el cuerpo de guardia, un puesto de su casa en el que espera a que su marido la olfatee y venga a besuquearla. ¿Quiere zumo de naranja o de pomelo? Furioso, él señala veloz las mermeladas. Está previsto que ella le espere hasta la noche, hasta que venga a reclinar su cabeza en ella. Todos los días pone su técnica en aplicación, como lleva haciendo muchos años, y ¿no ha madurado un primoroso resultado? ¡Que alguien pueda alcanzar su objetivo como él quiere! Los hombres nacen con la diana en el pecho, y dejan que sus padres los envíen a cruzar las montañas sólo para después disparar a su vez sobre otros.

El suelo está completamente helado. Un cansado cascajo salpica las planchas, como si alguien hubiera perdido algo en este clima. El ayuntamiento ha mandado esparcir grava, para que los vehículos no se rompan las ruedas. Las aceras no han sido cubiertas. El paseo ocioso de los parados sobre sus ligeras suelas pesa sobre el presupuesto, pero apenas sobre la nieve. Y su destino conmueve a alguien cuyas manos están repletas de vasos de vino y platos del abundante buffet frío. Así, los políticos tienen que llenarse la boca de sus corazones desbordados. La mujer afirma el pie contra la acera. Aquí reina la ley del catalizador: sin añadir dinero, el entorno no reacciona ante nosotros, ambiciosos paseantes. E incluso el bosque tendría que morir. ¡Abrir las ventanas y meter dentro los sentimientos! La mujer muestra de qué está enfermo el mundo de los hombres.

Manoteando desvalida, Gerti está parada sobre una placa de hielo y se ofrece. El pijama ondula en torno a ella. Tiende las manos como para aferrar el aire. Las cornejas chillan. Lanza los miembros hacia adelante, como si hubiera sembrado tempestades y no comprendiera el viento que sopla en torno a ella en el día de la madre, o en el abrevadero de su sexo cuando la boca del hombre aparece bajo el mantel para recoger la nata. La mujer va siempre hacia la tierra, con la que a menudo es comparada para que se abra y engulla el miembro del hombre. ¿Quizá tumbarse un poco en la nieve? ¡No creería usted la cantidad de pares de zapatos que esta mujer ha dejado en casa! ¿Quién la anima siempre a comprar aún más vestidos? Para este director, las personas cuentan simplemente en tanto que son personas y son consumidas o pueden ser convertidas en consumidores. De este modo se habla a los desempleados de esta región, que han sido pensados como alimento para la fábrica y sin embargo quieren comer ellos mismos. Cuentan doble para el director si tocan un instrumento o saben cantar un gorgorito. Trémolos y armónica. El tiempo pasa, pero aún debe dirigirse a nosotros. Ni un instante de paz. El equipo estereofónico canta eternamente, ¡escúchelo si tiene paciencia, pero no un violín! La habitación se eleva, un rayo de luz llega hasta nosotros, los gastos para deporte y tiempo libre crecen beatíficamente hasta el cielo, y la gente es moldeada de nuevo sobre las mesas de operaciones hasta que se vuelve soportable.

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