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Miss Silver estaba preparada para marcharse. Ya había hecho su modesta maleta. Estaba preparada para ponerse los guantes de lana, el abrigo negro, y la vieja bufanda de piel. Se había colocado el sombrero de fieltro negro, con sus cintas. También había recibido un bonito cheque. Ahora, sólo le quedaba despedirse de Adriana Ford.

La encontró sentada en una silla de respaldo, con la cabeza alta, el pelo rojo oscuro meticulosamente arreglado y el maquillaje cuidadosamente aplicado.

– Bueno -dijo-, por lo que a usted respecta ya todo ha pasado. Por lo que nos concierne a todos los demás, esto no ha hecho más que empezar. Es una lástima que no pueda una bajar el telón y volver a repetirlo todo, ¿verdad? Me pregunto muchas veces qué habría ocurrido si no le hubiera escrito y no le hubiera pedido que viniese.

Miss Silver tosió.

– Tengo la sensación de que no he contribuido mucho a aclarar el asunto.

Adriana elevó una mano.

– Le sacó usted la verdad a Ellie. Mary Lenton dice que no hacia otra cosa que llorar y desmayarse. No sabían qué hacer con ella, y estaban a punto de enviarla fuera. Si lo hubieran hecho así, o si ella hubiera caído enferma, supongo que no habría hablado nunca. En cuyo caso, la pobre Edna habría asesinado probablemente a alguien más antes de que la descubrieran, y la persona que contaba con mayores probabilidades de ser asesinada a continuación era yo. Así es que permítame que sea algo partidista en la cuestión -lanzó una breve risa y siguió diciendo-: ¡Es extraño que una siga sintiendo afecto por la vida! Mi hogar ha sido destrozado, dos personas han sido asesinadas mientras tanto, Geoffrey se ha escapado por muy poco de ser acusado, su esposa resulta ser una lunática homicida, y mis asuntos familiares se han convertido en noticia de primera página. Debería sentirme acabada, ¡pero no lo estoy! Estoy buscando un piso en la ciudad y Mee- son está más contenta que unas pascuas. Siempre ha odiado esta casa. Lo más interesante de todo es que todo el mundo está de acuerdo en que Edna, pobre, está loca. No tenía precisamente una mente muy equilibrada, pero supongo que podría haber conservado el poco equilibrio que tenía si no se hubiera dejado arrastrar por los celos.

– Los celos son un veneno terrible y corrosivo -dijo Miss Silver.

Adriana hizo un gesto de impaciencia.

– La gente no siempre pierde la cabeza por culpa de ellos. ¡Si ni siquiera lo tomábamos en serio!

– Eso fue un error.

– Ahora se puede decir así, es muy fácil. Pero si hubiera podido usted verla durante todos estos años, haciendo todo ese aburrido trabajo, metiéndose con las cosas de la casa, peleándose con Meriel, preocupándose por Geoffrey…, ¡nosotros solíamos tomarlo a broma! El superintendente me ha dicho que usted sospechaba de ella, pero no pudo comprender por qué.

– Era una de las personas de las que necesariamente tenía que sospechar, porque era una de las pocas que sabía que Miss Meriel Ford había estado en el estanque aproximadamente a la misma hora en que fue asesinada Miss Preston. Al principio, este hecho situó a Miss Meriel como mi principal sospechosa, pero cuando se encontró con el mismo destino que Miss Preston, quedó claro que fue eliminada porque era un peligro para el verdadero asesino.

– Pero Edna, ¿por qué pensó usted en Edna?

– Se encontraba en un estado mental anormal. Tengo cierta experiencia en estas cuestiones y a mí me pareció que se había entregado a lo que los franceses llaman una idee fixe. Sus explosiones sobre el tema del encaprichamiento de su esposo por Mrs. Trent fueron indicaciones que no pude pasar por alto. Tanto antes como después de estas explosiones, había períodos característicos de inercia aparente. También mostraba un deseo fuerte y profundamente enraizado de volver a vivir en una ciudad o en una zona residencial, pero, tal y como ella misma me informó, eso no era posible desde el punto de vista financiero. Creo que se permitió pensar de modo incesante en esa idea, y eso terminó por proporcionarle el motivo para cometer el primer asesinato. Sabía que usted le había dejado un interés vitalicio en la herencia correspondiente a su esposo, y jugó con la idea de apartarle a él del vecindario donde vivía Mrs. Trent.

– Entonces, ¿por qué no haber matado a Esmé Trent y haber terminado con todo de una vez?

– Puede que estuviera dispuesta a hacerlo así si se le presentaba la oportunidad. El momento, el lugar, la oportunidad se presentaron en una situación en la que sus celos estaban muy excitados, y en cuanto al segundo asesinato, fue cometido para encubrir el primero. Para entonces, su manía ya había progresado hasta el punto de hacerla pensar que cometer otro asesinato era una cosa natural e inevitable. Cuando hizo su declaración ante el superintendente Martin ya no sentía ninguna culpabilidad.

Con su tono de voz profunda, Adriana dijo:

– Bueno, no la colgarán y eso permitirá a Geoffrey salir libre de acusaciones. Él se siente destrozado.

La amable predisposición natural de Miss Silver no la inclinaba a sentir simpatía por Mr. Geoffrey Ford. Sin duda alguna, él se sentía muy conmocionado y apesadumbrado, pero Miss Silver creía que ni siquiera se le había ocurrido pensar que él mismo podría haber sido una víctima, y ahora estaba segura de que no pasaría mucho tiempo sin que volviera a buscar de nuevo la admiración y la simpatía femeninas. El hecho de que, ahora, Adriana Ford dirigiera la conversación hacia Ellie Page, no contribuyó a que le considerara con mayor simpatía.

– No puedo comprender que usted pensara que Ellie estaba involucrada en todo esto -Usted misma me dijo que se había hablado algo sobre ella y Mr. Geoffrey Ford de alguien tenían que ser las huellas encontradas bajo la ventana de la casa del guarda Eran huellas bastante recientes y no eran de Miss Meriel, como tampoco eran suyas las huellas dactilares encontradas en el alféizar de la ventana. Las huellas de los pies, pertenecían a unos pies pequeños. Eran huellas muy profundas. Quien las hubiera hecho tuvo que haber permanecido junto a la ventana de la sala de estar, escuchando. Una observación casual me permitió enterarme de que Mrs. Trent sentía verdadera pasión por las ventanas abiertas. En consecuencia, era más que posible que la persona que permaneciera junto a aquella ventana escuchando, pudiera haber oído lo que podría ser una información valiosa sobre el crimen. Al considerar quién pudo ser aquella persona, fue razonable deducir que tuvo que haber sentido un profundo interés por lo que estaba sucediendo en el interior de la casa del guarda. Se me ocurrió inmediatamente el nombre de Ellie Page. Yo ya la había visto, y quedé impresionado por su mirada de profunda desgracia. Ella tiene una constitución ligera y las manos y los pies pequeños. Se dijo que, inmediatamente después del crimen, cayó enferma. Decidí verla si es que tenía oportunidad de poder hacerlo. Cuando caminé cerca de la vicaría, me di cuenta de que desde sus ventanas se podía observar el camino situado entre la Casa Ford y la casa del guarda. Tal y como ahora sabemos, Ellie Page había adquirido la costumbre de observar este trozo del camino desde la ventana de su dormitorio. Mr. Geoffrey se había sentido alarmado ante la intensidad de los sentimientos de Ellie. En consecuencia, había tratado de enfriar sus relaciones, pero ella se sentía atormentada por las atenciones que él dedicaba a Mrs. Trent. Mientras caminaba en dirección a la vicaría, me convencí de que fue Ellie Page quien había escuchado junto a la ventana de la casa del guarda. El resto ya lo sabe. Cuando la vi abandonar la casa y meterse en la iglesia, la seguí y me encontré con que ya había alcanzado el punto en el que la infelicidad la impelía a encontrar una salida para su desgracia. El temor y la vergüenza le impedían confiar en sus primos. Había afligido a Mrs. Lenton y enojado al vicario, y ambos estaban dispuestos a hacerla salir de aquí. Ella tenía que hablar con alguien y fue entonces cuando me encontró. La parte más difícil de mi trabajo consistió en hacerla comprender que su deber era proporcionar toda aquella información a la policía. Sólo cuando se dio cuenta de lo seria y grave que era la situación de Geoffrey Ford, se convenció de hacerlo así.

Adriana hizo uno de sus gestos de impaciencia.

– ¡Oh, bueno! Ya se le pasará -dijo.

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