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Miss Silver empleó su comentario más fuerte.

– ¡Ay!

Adriana Ford la observó con una cierta expresión de impaciencia.

– Cuando yo seguí bajando hacia ellos, quedaron todos aterrados, como nunca lo habían estado en sus vidas. Sam perdió el color de la cara, poniéndose muy pálido.

– ¿Y qué le hizo pensar que la persona ahogada era usted?

– Porque llevaba mi abrigo.

– Pero si estaba oscuro…, supongo que tenía que estar oscuro, puesto que sus invitados ya se habían marchado…

– Tenía una linterna -dijo Adriana con impaciencia-. Una linterna pequeña y débil, pero suficiente para ver con ella el dibujo de mi abrigo. Lo había estado llevando durante algún tiempo y es… bastante llamativo… grandes cuadrados negros y blancos cruzados por una raya de color esmeralda. Es inconfundible y todo el mundo lo conoce. Sam me ha visto llevarlo durante años.



– ¿Y cómo es que en ese momento lo llevaba Miss Preston?

– Porque estaba colgado en el guardarropa, justo al lado de la puerta que da al jardín -dudó un momento y después continuó-: No sé por qué salió, pero su vestido era muy fino… sin duda necesitaba algo con que cubrirse. Y supongo que, en cierto sentido, pensó que el abrigo era suyo. Es que, ¿sabe?, ya casi se lo había dado.

– ¿Casi? -preguntó Miss Silver, mirándola con expresión interrogativa.

Adriana se removió en su asiento, con impaciencia.

– Meriel armó un jaleo. Había puesto su corazón en el abrigo. Pero estaba demasiado usado… No podía permitir que la gente fuera diciendo por ahí que yo le daba mi ropa usada. ¡Y eso era precisamente lo que ella hubiera querido! Sabía que no lo podía conseguir, pero hizo una escena, así es que pensé que lo mejor sería dejarlo abajo, usarlo unas cuantas veces más y después dejar que Mabel se lo llevara cuando se marchara. No quería que Meriel la hiciera enfadar…, ella era una persona que se enojaba con facilidad.

Miss Silver hizo otra pregunta.

– ¿Ha llevado usted últimamente ese abrigo?

Adriana apartó la mirada.

– El día anterior -contestó.

– ¿Quiere usted decir el día antes de que Miss Preston muriera ahogada?

– Sí.

– ¿Quién la vio con él puesto?

La mano de Adriana se alzó y volvió a caer.

– Todo el mundo -contestó.

– ¿Quiere decir que todos los de la casa? -preguntó.

– ¡Oh, sí! ¿Sabe? Fui a dar una vuelta por el jardín poco antes del almuerzo, y hacía tan buen tiempo que me acerqué al pueblo. He andado un poco más cada día. En realidad, hay menos de medio kilómetro.

– ¿Se encontró con alguien a quien conociera?

Adriana se echó a reír, sin sentirse divertida.

– ¡Difícilmente podría ir al pueblo sin hacerlo! ¿Por qué me está haciendo todas estas preguntas? -su tono de voz se había elevado de repente.

– Porque creo que las contestaciones pueden ser interesantes.

Sus ojos se encontraron. Los de Miss Sil- ver tenían una mirada amable y firme. Fue Adriana quien giró la cabeza.

– Pues muy bien. Entonces… mire: el vicario pasó junto a mí en su bicicleta, y vi a su esposa y a su prima Ellie Page en el jardín. Ellie Page tiene una clase para niños…, mi pequeña sobrina Stella acude a ella. Me detuve y hablé unas cuantas palabras con ellas. Mientras lo estaba haciendo, pasó Esmé Trent…, supongo que iba a coger el autobús para Ledbury, pues parece pasar allí la mayor parte de su tiempo e iba vestida de punta en blanco. Es una joven viuda con un niño pequeño a quien descuida y no existe ningún amor perdido entre ella y Ellie Page.

– ¿Acude ese niño a la clase de Miss Page?

– ¡Oh, sí! ¡Cualquier cosa con tal de sacarle de las manos de su madre! Y a propósito, no le mencione su nombre a Edna.

– ¿De veras?

Adriana asintió con un gesto de la cabeza.

– Me figuro que Geoffrey y ella se han estado viendo con la frecuencia suficiente como para que la usual amiga amable que hay en todas partes se lo haga saber a Edna. Es muy estúpido y probablemente no significa nada, pero Edna no tiene filosofía por lo que se refiere a Geoffrey. Es una tonta, desde luego, porque él es así y ella no le cambiará nunca, así que sería mucho mejor que se las arreglará lo mejor que pudiera.

– ¿Vio usted a alguien más?

– La vieja Mrs. Potts estaba llamando a su gato para que entrara en casa. Su esposo es el sacristán. Creo que eso fue todo… ¡Oh! Mary Robertson estaba en el jardín cuando regresé. Es la hija del jardinero. Ella y Sam Bolton salen juntos y estaba con él cuando encontraron a la pobre Mabel. Tuvo que declarar en el interrogatorio, y su padre está furioso porque no aprueba su relación amorosa con Sam.

Miss Silver emitió una ligera tosecilla con la que acostumbraba a poner énfasis en una observación.

– ¿Ya se ha llevado a cabo la encuesta judicial?

– Ayer. El funeral se ha celebrado esta mañana.

– ¿Y cuál ha sido el veredicto?

– Muerte accidental -hubo una pausa, tras la cual ella siguió hablando con una actitud bastante tensa-. Había tomado muchas copas. Se pensó que no había logrado mantener el equilibrio y que tropezó con el parapeto, cayendo al estanque.

– ¿Había alguna señal de haber forcejeado o tratado de salvarse?

– El juez de instrucción también quiso saber eso, pero Sam la había sacado del estanque. El musgo y las plantas del borde estaban arrancadas y estrujadas, y no se podía saber si ella había hecho algo por sí misma.

– ¿Estaba ahogada?

– Sí.

– ¿No había señal de ninguna contusión ni golpe?

– Dijeron que no.

– ¿No existía el menor indicio de que pudiera no haber sido un accidente?

Adriana hizo un brusco movimiento.

– ¿Quién podía haber querido matar a Mabel Preston?

La mirada de Miss Silver era severa y compasiva.

– ¿Iba Miss Preston con la cabeza al descubierto? Miss Ford…, ¿de qué color era su pelo?

Todo el color natural desapareció del rostro de Adriana. Contestó con un tono de voz frío y uniforme:

– Solía ser rubio, pero en esta ocasión había imitado el color de mi pelo.

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