8 La tormenta se avecina

Nynaeve despertó al día siguiente con las primeras luces, de malhumor. Tenía la sensación de que se avecinaba mal tiempo, pero al echar una ojeada por la ventana comprobó que no había una sola nube en el cielo todavía gris; el día prometía ya ser otro horno. Tenía el camisón húmedo de sudor y retorcido de dar vueltas y más vueltas en la cama. En otro tiempo había sido capaz de Escuchar el Viento, pero desde que habían dejado Dos Ríos parecía que todas sus aptitudes se habían desvirtuado, cuando no la habían abandonado completamente.

El hecho de tener que esperar turno para utilizar el lavabo no ayudó a mejorar su humor, como tampoco escuchar la retahíla de Elayne sobre lo ocurrido después de que ella se hubo marchado del estudio de Elaida. Para ella la noche había sido una larga y fútil búsqueda por las calles de Tar Valon, desiertas a excepción de ella misma, palomas, ratas y montones de basura. Eso resultó una desagradable sorpresa. Tar Valon había estado siempre impoluta; Elaida debía de tener muy abandonada la ciudad para que apareciera tanta porquería en el Tel’aran’rhiod. En cierto momento había atisbado a Leane a través de la ventana de una taberna, cerca del Puerto del Sur, nada menos, pero cuando entró apresuradamente allí la sala común estaba vacía salvo por las mesas y los bancos recientemente pintados de azul. Tendría que haberse dado por vencida, pero Myrelle estaba acosándola últimamente, y quería tener la conciencia tranquila cuando le dijera que lo había intentado. Myrelle era capaz de pillarla a una en un renuncio con más rapidez que nadie. Y, para rematarlo, había salido del Tel’aran’rhiod para encontrarse con el anillo de Elayne ya en la mesita y a la joven profundamente dormida. Si hubiese habido un premio para el esfuerzo más inútil, ella habría salido ganadora. Y encima enterarse de que Sheriam y las demás habían estado a punto de ser asesinadas… Hasta el inocente verderón trinando en su jaula se ganó una mirada desabrida.

—Creen que lo saben todo —rezongó despectivamente—. Les hablé de las pesadillas. Se lo advertí, y anoche no fue la primera vez.

Daba igual que las seis hermanas hubiesen sido curadas antes incluso de que ella hubiese regresado del Tel’aran’rhiod. La cosa podría haber acabado mucho peor… porque pensaban que lo sabían todo. El brazalete del a’dam se le enganchaba de vez en cuando en el pelo, pero no estaba dispuesta a quitárselo. Ese día le tocaba a Elayne llevarlo, pero la muchacha probablemente lo olvidaría en una de las clavijas de la pared. El brazalete le transmitía preocupación y el inevitable miedo, pero sobre todo frustración. A buen seguro «Marigan» estaba ayudando ya a preparar el desayuno; tener que realizar quehaceres domésticos parecía exasperarla más que el estar cautiva.

—Fue una buena idea de tu parte, Elayne —añadió Nynaeve—. No me has dicho cómo saliste tú parada después de intentar advertir a las demás.

La otra joven, que seguía frotándose la cara, se estremeció.

—No fue difícil pensar en la solución —contestó—. Una pesadilla de ese tamaño requería que todas nos ocupáramos de ella. Quizás hayan aprendido un poco de humildad, y tal vez el encuentro con las Sabias esta noche no vaya tan mal como en anteriores ocasiones.

Nynaeve asintió para sus adentros. Justo lo que había pensado. No respecto a Sheriam y las otras —las Aes Sedai aprenderían a ser un poco más humildes cuando las cabras aprendieran a volar, aunque sí un día antes que las propias Sabias— sino sobre Elayne. Seguramente se había dejado atrapar en la pesadilla, aunque la muchacha jamás lo admitiría. Nynaeve no sabía con certeza si Elayne consideraba jactancioso admitir su gran coraje o realmente es que no se daba cuenta de lo valiente que era. En cualquier caso, Nynaeve se debatía entre la admiración por la bravura de la joven y el deseo de que Elayne lo admitiera aunque sólo fuera por una vez.

—Me pareció ver a Rand.

Aquella manifestación hizo que la otra mujer bajara el paño con el que se lavaba la cara.

—¿Estaba allí en carne y hueso? —Tal cosa era peligrosa según las Sabias; se corría el riesgo de perder parte de lo que hacía humana a una persona—. Ya le advertiste sobre eso.

—¿Y cuándo ha hecho caso de un consejo sensato? Sólo lo atisbé un momento. Quizá sólo tocó el Tel’aran’rhiod en un sueño —adujo Nynaeve, aunque lo dudaba mucho. Aparentemente Rand protegía sus sueños con salvaguardas tan fuertes que la antigua Zahorí dudaba que pudiera alcanzar el Tel’aran’rhiod de otro modo que no fuera físicamente, ni siquiera aunque fuera un caminante de sueños y además tuviera uno de los anillos—. A lo mejor era alguien que se parecía a él. Como he dicho, sólo lo vislumbré un instante, en la plaza que hay frente a la Torre.

—Tendría que estar allí con él —masculló Elayne. Vació la palangana en la bacinilla y se apartó para dejar sitio a Nynaeve—. Me necesita.

—Lo que necesita es lo mismo de siempre —replicó malhumorada la otra mujer mientras volvía a llenar la palangana con la jarra. Detestaba lavarse con agua que llevaba echada toda la noche. Al menos no estaba fría, aunque eso era algo que había pasado a la historia—. Que alguien le dé unos buenos sopapos una vez a la semana por norma, para mantenerlo en el buen camino.

—No es justo. —Las palabras de Elayne sonaron apagadas al estar metiéndose por la cabeza una camisola limpia—. Estoy preocupada por él todo el tiempo. —Su rostro asomó por el cuello de la prenda; a pesar de su tono, la expresión era más angustiada que indignada. Cogió uno de los vestidos blancos con el repulgo de colores de una de las clavijas—. ¡Hasta en sueños me preocupo por él! ¿Crees que él se pasa todo el tiempo preocupado por mí? Yo no.

Nynaeve asintió, aunque una parte de sí pensaba que no era lo mismo. A Rand le habían dicho que Elayne estaba a salvo con las Aes Sedai, aunque no dónde. No, la chica tenía razón. Estuviera haciendo lo que estuviera haciendo Lan, se encontrara donde se encontrara, dudaba mucho que pensara en ella ni la mitad de las veces que ella pensaba en él. «Luz, haz que siga vivo aunque no se acuerde siquiera de mí». Seguramente eso habría bastado para que se arrancara de cuajo la trenza si no hubiese tenido las manos ocupadas con el jabón y el paño para lavarse.

—No puedes estar preocupada por un hombre todo el tiempo —repuso con acritud—, ni siquiera en el caso de que quieras ser una Verde. ¿Qué descubrieron anoche?

Fue un largo relato aunque con escasa importancia, y al cabo de unos minutos Nynaeve se sentó en la cama de Elayne para escuchar y hacer preguntas. Tampoco es que las respuestas le aclararan gran cosa. No era igual que si una misma veía los documentos. Estaba muy bien saber que Elaida se había enterado finalmente de la amnistía de Rand, pero ¿qué pensaba hacer al respecto? La constatación de que la Torre estaba poniéndose en contacto con los dirigentes podía ser una buena noticia; quizás eso azuzaría a la Antecámara. Algo tendría que hacerlo. El que Elaida hubiese enviado una delegación a Rand era ciertamente preocupante, pero el chico no podía ser tan necio como para hacer caso a nadie que fuera de parte de Elaida. ¿O sí? El problema es que Elayne no había oído suficiente para sacar conclusiones claras. ¿Y qué demonios hacía Rand colocando el Trono del León sobre un pedestal? Lo que es más: ¿qué demonios hacía él con un trono? Sería el Dragón Renacido, el Car… lo que fuese de los Aiel, pero Nynaeve no podía olvidar que había cuidado del muchacho cuando era un niño y que le había azotado el trasero cuando se lo había merecido.

Elayne siguió vistiéndose y acabó antes de que terminara con su relato.

—Te contaré el resto después —dijo apresuradamente, y salió disparada por la puerta.

Nynaeve gruñó y siguió aseándose y vistiéndose sin prisa. Ese día Elayne daba su primera clase a unas novicias, algo que a Nynaeve aún no le habían permitido. Empero, si no se confiaba en ella para enseñarle a las novicias, todavía le quedaba Moghedien. Dentro de poco la Renegada habría terminado sus quehaceres domésticos.

Sólo que, cuando Nynaeve encontró a la mujer, Moghedien tenía los brazos metidos hasta los codos en agua jabonosa; el collar de plata del a’dam resultaba especialmente chocante. No estaba sola; otra docena de mujeres se afanaba restregando ropas sobre tablas de lavar en un patio rodeado por una valla de madera, en medio de ollas llenas de agua caliente. Algunas estaban tendiendo la primera colada en cuerdas extendidas entre postes, pero montones de sábanas, ropa interior y todo tipo de prendas esperaban su turno en las pilas. La mirada que Moghedien asestó a Nynaeve habría bastado para levantarle ampollas en la piel. Odio, vergüenza e indignación se transmitieron a través del a’dam en oleadas que casi ahogaron el sempiterno miedo.

La que estaba a cargo, una mujer canosa y delgada como una vara llamada Nildra, se acercó a paso vivo sosteniendo una paleta de agitar como un cetro y con la oscura falda de lana recogida en la cintura para que no rozara el suelo embarrado por el agua derramada.

—Buenos días, Aceptada. Imagino que venís en busca de Marigan, ¿no? —Su timbre de voz era una seca mezcla de respeto y advertencia de que al día siguiente podía encontrar a cualquier Aceptada incorporada a su lavadero para un día o un mes, con el encargo de hacerla trabajar y meterle prisa con tanta o más dureza que al resto—. Bueno, todavía no puedo dejarla ir. Me faltan manos tal y como están las cosas. Una de mis chicas se casa hoy, otra se escapó y dos realizan trabajos más llevaderos porque están embarazadas. Myrelle Sedai me dijo que podía traérmela. Quizá pueda prescindir de ella en unas pocas horas. Ya veremos.

Moghedien se irguió y abrió la boca, pero Nynaeve la hizo callar con una mirada firme —y tocando de manera evidente el brazalete del a’dam que llevaba en la muñeca—, y la mujer reanudó la faena. Sólo sería preciso que Moghedien dijera algo indebido, una queja que jamás plantearía la granjera que parecía ser, para que se encontrara en el camino de la neutralización y del verdugo, y para ponerlas a Elayne y a ella en otro no mucho mejor. Nynaeve tragó saliva con alivio sin poder evitarlo cuando la Renegada se volvió de nuevo a la tabla de lavar, moviendo la boca como si mascullara entre dientes. Una intensa vergüenza y una tremenda ira brotaron impetuosamente a través del a’dam.

Nynaeve se las ingenió para sonreír a Nildra y musitar algo, no supo bien qué, y luego se encaminó hacia una de las cocinas comunes para desayunar. Otra vez Myrelle. Se preguntaba si la Verde la habría tomado con ella por alguna razón en especial. También se preguntó si acabaría sufriendo un ardor de estómago crónico por conservar a Moghedien. Se pasaba prácticamente el día tomando menta de ánade como si fuera una golosina desde que le había puesto el a’dam a esa mujer.

No tardó en conseguir una taza de barro llena de té con miel y un bollo recién sacado del horno, pero una vez que los tuvo siguió caminando mientras comía. El sudor le perlaba la cara. A pesar de la temprana hora el calor era intenso y el aire estaba seco. El sol saliente formaba una cúpula de oro fundido por encima del bosque.

Las calles de tierra estaban muy concurridas, como era habitual cuando había luz. Las Aes Sedai iban de aquí para allí con aire sereno, haciendo caso omiso del polvo y el calor, rostros misteriosos ocupados en tareas misteriosas, a menudo acompañadas por Guardianes que les pisaban los talones, lobos de ojos fríos que fingían en vano estar domesticados. Había soldados por todas partes, casi siempre marchando o cabalgando en pelotones, aunque Nynaeve no entendía por qué les permitían ocupar así las calles teniendo como tenían campamentos en la fronda. Los chiquillos corrían de un lado para otro imitando a los soldados con palos a guisa de espadas y picas. Novicias vestidas de blanco que se dirigían a sus quehaceres se movían apresuradamente entre la muchedumbre. Los sirvientes se movían con más calma: mujeres que cargaban en los brazos montones de sábanas para las camas de las Aes Sedai o cestos con pan de las cocinas; hombres que conducían carretas de bueyes llenas de leña, llevaban arcones o cargaban al hombro ovejas sacrificadas para las cocinas. Salidar no se había construido para tanta gente; el pueblo estaba a punto de reventar.

Nynaeve siguió caminando. Se suponía que una Aceptada podía disponer de la mayor parte del día —a no ser que estuviera dando clases a novicias— para dedicarse a los estudios que prefiriera, ya fuera sola o con Aes Sedai, pero a una Aceptada aparentemente desocupada podía darle trabajo cualquier Aes Sedai, y ella no tenía intención de pasarse el día ayudando a una hermana Marrón a catalogar libros o garabateando notas para una Gris. Detestaba hacer escritos, con todo ese chasquear de lengua si dejaba caer una gota de tinta o todos esos suspiros porque su caligrafía no era tan clara como la de un escribiente. Así que se abrió camino entre el polvo y la gente, ojo avizor a Siuan o Leane. Estaba lo bastante furiosa para encauzar sin necesitar a Moghedien.

Cada vez que era consciente del pesado anillo de oro que reposaba entre sus senos, pensaba: «Tiene que estar vivo. Aunque me haya olvidado. Oh, Luz, me conformo con que siga vivo». Esto último, por supuesto, sólo conseguía ponerla más furiosa. Si a al’Lan Mandragoran se le había pasado siquiera por la cabeza olvidarla, iba a ponerlo en su sitio. Tenía que estar vivo. A veces los Guardianes morían vengando a sus Aes Sedai —tan seguro como que el sol salía cada mañana que ningún Guardián permitiría que nada se interpusiera en esa satisfacción— pero Lan tenía tan pocas posibilidades de vengar a Moraine como si se hubiera caído del caballo y se hubiese roto el cuello. Ella y Lanfear se habían matado entre sí. Tenía que estar vivo. ¿Y por qué tenía que sentirse culpable ella de la muerte de Moraine? Con ello Lan había quedado libre, cierto, pero no tenía nada que ver. Con todo, su primera reacción, aunque breve, cuando supo la muerte de Moraine fue de alegría porque Lan estaba libre, no de pena por la suerte de la Aes Sedai. No pudo desechar la sensación de vergüenza por ello y, en consecuencia, su enfado se acentuó más.

De repente vio a Myrelle venir calle abajo en su dirección, acompañada por el rubio Croi Makin, uno de sus tres Guardianes, un joven esbelto pero duro como una roca. Exhibiendo un gesto resuelto, la Aes Sedai no traslucía ciertamente ninguna secuela de la noche anterior. Imposible saber si Myrelle la había visto, pero por si acaso Nynaeve se metió rápidamente en un gran edificio de piedra que en tiempos había sido una de las tres posadas de Salidar.

La amplia sala común había sido despejada y amueblada como una sala de recibimiento; se les había echado unos parches a las paredes de yeso y al alto techo, se habían colgado varios tapices de tonos vivos y unas cuantas alfombras multicolores aparecían repartidas por un suelo de madera, que ya no parecía astillado pero que necesitaba muchas manos de cera. El interior en penumbra daba la impresión de frescura en contraste con la calle. Al menos, estaba un poco más fresco. Y también ocupado.

Logain estaba plantado con aire insolente delante de una de las grandes chimeneas apagadas, los faldones de la casaca roja bordada en oro recogidos hacia atrás con los brazos, bajo la atenta mirada de Lelaine Akashi; el hecho de que llevara puesto su chal de flecos azules denotaba lo ceremonioso de la ocasión. Esta mujer esbelta, de aire solemne que a veces se rompía con una cálida sonrisa, era una de las tres hermanas Azules en la Antecámara de la Torre de Salidar. Ese día era más evidente su mirada penetrante mientras estudiaba a quienes escuchaban el testimonio de Logain.

Eran dos hombres y una mujer, resplandecientes en sus ropas de seda bordada y joyas de oro, los tres con hebras canosas en el cabello; uno de los varones era casi calvo y lucía una barba cuadrada y un largo bigote para compensar esa carencia. Poderosos nobles altaraneses habían llegado el día anterior con fuertes escoltas y tanta desconfianza entre ellos como hacia las Aes Sedai que estaban reuniendo un ejército en territorio de Altara. Los altaraneses eran leales a un lord o una lady o una ciudad, y poco o nada para una nación llamada Altara; la mayoría de los nobles no pagaban impuestos ni hacían caso a lo que decía la reina en Ebou Dar, pero sí les interesaba un ejército en su territorio. Sólo la Luz sabía qué efecto causaban en ellos los rumores sobre los seguidores del Dragón. De momento, sin embargo, se habían olvidado de mirarse entre sí altaneramente o con aire desafiante a Lelaine. Sus ojos estaban prendidos en Logain del mismo modo que lo habrían hecho con una gigantesca serpiente venenosa.

Para completar el lote, el Guardián de piel cobriza, Burin Shaeren, que parecía tallado de un tocón arrancado de la tierra, observaba con actitud de alerta tanto a Logain como a los visitantes, listo para actuar repentina y violentamente en un abrir y cerrar de ojos. El Guardián de Lelaine se encontraba allí para vigilar a Logain sólo en parte —al fin y al cabo se suponía que Logain estaba en Salidar por voluntad propia— y principalmente para protegerlo de los visitantes y de una cuchillada en el corazón.

Por su parte, Logain daba la impresión de haberse crecido bajo aquellas intensas miradas. Era un hombre alto, cabello oscuro y rizado que le llegaba a los anchos hombros, moreno y apuesto aunque de rasgos un tanto duros, y su porte era tan orgulloso y seguro de sí mismo como el de un águila. Empero, era la promesa de venganza lo que ponía aquel brillo en sus ojos. Si no tenía posibilidad de hacer pagar a todas las personas que deseaba, al menos sí a algunas.

—Seis hermanas Rojas me encontraron en Cosamelle aproximadamente un año antes de que me autoproclamara —estaba diciendo cuando entró Nynaeve—. Javindhra, se llamaba la que estaba al mando, aunque una llamada Barasine también ejercía mucha influencia. Y les oí mencionar a Elaida, como si supiera lo que se traían entre manos. Me encontraron dormido y creí que todo había acabado cuando me aislaron con un escudo.

—Aes Sedai —interrumpió con tono desabrido la mujer que estaba escuchando. Era fornida y de mirada dura, con una fina cicatriz cruzándole la mejilla, algo que a Nynaeve le pareció incongruente en una mujer. Las altaranesas tenían fama de feroces, desde luego, aunque seguramente se exageraba—. Aes Sedai, ¿cómo es posible que sea verdad lo que afirma?

—No lo sé, lady Sarena —repuso sosegadamente Lelaine—, pero me fue confirmado por alguien que no puede mentir. Dice la verdad.

El semblante de Sarena no cambió, pero apretó los puños a la espalda. Uno de sus compañeros, el hombre alto de rostro afilado, con más canas que pelo negro, tenía metidos los pulgares bajo el cinto de la espada intentando dar una imagen despreocupada, pero sus nudillos estaban blancos de tanto apretar las manos.

—Como iba diciendo —continuó Logain, que esbozó una leve sonrisa—, me encontraron y me dieron a elegir entre la muerte en ese mismo instante o aceptar lo que me ofrecían. Una rara elección que no era ni mucho menos lo que yo esperaba, pero que tampoco tuve que considerar demasiado. No es que admitieran claramente que habían hecho lo mismo con anterioridad, pero se notaba práctica en su forma de actuar. No me dieron razones, pero ahora parecen obvias al mirar atrás. Reducir a un hombre que encauza no reportaba mucha gloria; en cambio, derribar a un falso Dragón…

Nynaeve frunció el entrecejo. Con qué tranquilidad lo contaba, como un hombre charlando sobre la cacería del día, y sin embargo era de su propia caída de la que estaba hablando y cada palabra era un clavo más que cerraba el ataúd de Elaida. Tal vez el ataúd del Ajah Rojo al completo. Si las Rojas habían empujado a Logain a proclamarse el Dragón Renacido, ¿no habrían hecho otro tanto con Gorin Rogad o Mazrim Taim? Quizá con todos los falsos Dragones a lo largo de la historia. Era casi como si viera las ideas dando vueltas en las mentes de los altaraneses cual engranajes de un molino, lentamente al principio y después más y más deprisa.

—Durante todo un año me ayudaron a eludir a otras Aes Sedai —prosiguió Logain—, enviándome mensajes cuando había alguna cerca, aunque por entonces no había muchas. Después de autoproclamarme el Dragón Renacido y empezar a reunir seguidores, me enviaban aviso de dónde estaba el ejército del rey y el número de soldados que había. ¿De qué otro modo pensáis que podía saber siempre dónde y cuándo atacar?

Odiaba a las Aes Sedai. De eso estaba convencida Nynaeve merced a las contadas ocasiones en que había tenido oportunidad de examinarlo. Aunque no lo había hecho desde la partida de Min y tampoco había descubierto nada cuando lo hizo. Hubo un tiempo en que había creído que estudiarlo a él sería como enfocar el problema desde un ángulo diferente —la diferencia entre hombres y mujeres no se hacía tan patente en nada como al utilizar el Poder—, pero fue peor que asomarse a un agujero negro; allí no había nada, ni siquiera agujero. En suma, que resultaba inquietante estar cerca de Logain. El hombre había observado cada uno de sus movimientos con una ardiente intensidad que la hacía temblar, aun sabiendo que podía inmovilizarlo con el Poder no bien levantara un dedo de manera sospechosa. No era la clase de fervor ardiente con que los ojos masculinos se clavan en una mujer, sino un puro desprecio que en ningún momento se reflejaba en su semblante y que lo hacía todo más horrible. Las Aes Sedai lo habían privado del contacto con el Poder para siempre, lo habían amansado; Nynaeve podía imaginar lo que ella sentiría si alguien le hiciese lo mismo a ella. Sin embargo, no podía vengarse por ello de todas las Aes Sedai. Lo que sí estaba en su mano era destruir al Ajah Rojo, y llevaba buen camino de conseguirlo.

Ésta era la primera vez que habían acudido tres juntos, pero cada semana, más o menos, acudía algún lord o lady para oír su historia desde Altara —y en ocasiones incluso desde Murandy— para oír su historia, y todos ellos se marchaban apabullados tras escuchar lo que Logain les contaba. No era de extrañar; la única noticia que habría causado más conmoción habría sido que las Aes Sedai admitieran que el Ajah Negro existía realmente. En fin, no pensaban hacerlo ni mucho menos; no querían publicidad, y por eso mismo mantenían la información de Logain lo más restringida posible. Puede que fuera el Ajah Rojo el que hubiese hecho tal cosa, pero al fin y al cabo eran Aes Sedai, y había mucha gente que no distinguía entre un Ajah y otro. Total, que sólo se traía a unos pocos a oír la historia de Logain, aunque cada uno de los visitantes era elegido cuidadosamente basándose en el poder de la casa que dirigía. Casas que ahora prestarían su apoyo a las Aes Sedai de Salidar, aunque no siempre abiertamente, pero que, en el peor de los casos, rehusarían respaldar a Elaida.

—Javindhra me avisaba cuando venían más Aes Sedai —continuó Logain—, las que me perseguían, y me indicaba dónde estarían, para que así cayera sobre ellas cuando estuvieran desprevenidas.

Los serenos e intemporales rasgos de Lelaine se endurecieron un instante, y la mano de Burin fue hacia la empuñadura de la espada. Habían muerto hermanas antes de que Logain fuera capturado. Éste no pareció advertir sus reacciones.

—El Ajah Rojo nunca me engañó hasta que me traicionó al final —concluyó.

El hombre barbudo miraba a Logain con tanta dureza que saltaba a la vista que era un gesto forzado.

—¿Qué hay de sus seguidores, Aes Sedai? —inquirió—. Tal vez estuviese a buen recaudo en la Torre, pero fue capturado muchas leguas más cerca de donde estamos ahora.

—No todos acabaron muertos o capturados —abundó acto seguido el lord de rostro enjuto—. La mayoría escapó, desapareció. Conozco la historia, Aes Sedai. Los seguidores de Raolin Perdición del Oscuro osaron atacar la propia Torre Blanca cuando fue apresado, y también los de Guaire Amalasan. El avance del ejército de Logain a través de nuestras tierras está aún muy fresco en nuestra memoria para que no nos importe que se repita y marchen de nuevo a fin de rescatarlo.

—No tenéis que temer por eso. —Lelaine miró a Logain y esbozó una fugaz sonrisa, como haría una mujer con un perro fiero que lo sabe sometido a su correa—. Ya no aspira a la gloria, sólo a ofrecer una pequeña compensación por lo que hizo. Además de lo cual, dudo que muchos de sus antiguos partidarios acudieran aunque los llamara, después de haber sido conducido a la Torre en una jaula y amansado.

La suave risa de la Aes Sedai fue coreada por los altaraneses, pero sólo unos breves instantes, y sin apenas ganas. El semblante de Logain era una máscara de hierro.

De repente, Lelaine reparó en la presencia de Nynaeve en el umbral de la puerta y sus cejas se enarcaron. Había intercambiado unas cuantas palabras agradables con la joven en más de una ocasión y había alabado los supuestos descubrimientos de Elayne y suyos, pero era tan diligente como cualquier otra Aes Sedai a la hora de hacer una llamada de atención a una Aceptada que diera un paso en falso.

Nynaeve hizo una reverencia al tiempo que gesticulaba con la taza de barro, ya vacía de té.

—Os pido disculpas, Lelaine Sedai. Tengo que llevar esto de vuelta a las cocinas. —Salió disparada al bochorno de la calle antes de que la Aes Sedai tuviera ocasión de pronunciar una palabra.

Por fortuna a Myrelle no se la veía por ninguna parte ahora. Nynaeve no estaba de humor para aguantar otro rapapolvo sobre actuar con responsabilidad o contener el mal genio o cualquier otra de la docena de estupideces por el estilo. Siguiendo la racha de suerte, vio a Siuan en medio de la calle a menos de treinta metros de distancia, frente a Gareth Bryne, con la muchedumbre rodeándolos. Como Myrelle, Siuan no mostraba señales del vapuleo descrito por Elayne; quizá sentirían más respeto por el Tel’aran’rhiod si no se limitaran a salir de él y que les curaran las secuelas de sus meteduras de pata. Nynaeve se acercó más.

—¿Qué demonios os pasa, mujer? —gruñó Bryne a Siuan. Su cabeza canosa se inclinó hacia el rostro aparentemente joven de ella; plantado con los pies bien separados y puesto en jarras ofrecía la apariencia de un peñasco. Hacía tan poco caso del sudor que le resbalaba por la cara que habríase dicho que no era él quien transpiraba—. Os hago un cumplido por lo suaves que han quedado mis camisas e intentáis partirme la cara. Y dije que parecíais estar alegre, lo que a mi modo de ver no es la declaración de una guerra. Era un cumplido, mujer, aunque no estuviera acompañado por flores.

—¿Cumplido? —replicó Siuan también con un gruñido, y los azules ojos le asestaron una mirada abrasadora—. ¡No quiero vuestros cumplidos! Lo que ocurre es que os complace que tenga que plancharos las camisas. Como hombre sois más poca cosa de lo que nunca imaginé, Gareth Bryne. ¿Acaso esperáis que vaya tras de vos como una de esas que siguen al ejército en su marcha, aguardando que os dignéis ofrecerme más de vuestros «cumplidos»? ¡Y no os dirijáis a mí con ese término, «mujer»! Suena como «¡Ven aquí, chucho!».

Una vena empezó a palpitar en la sien de Bryne.

—Lo que me complace es que cumpláis lo prometido, «Siuan». Y, si el ejército emprende alguna vez la marcha, confío en que sigáis haciendo honor a la palabra dada. Jamás os exigí que prestaseis ese juramento; lo hicisteis por decisión propia, para intentar escabulliros de la responsabilidad de lo que hicisteis. Jamás pensasteis que se os exigiría cumplirlo, ¿no es cierto? Y, hablando de la marcha del ejército, ¿qué habéis averiguado mientras os arrastráis ante las Aes Sedai y les besáis los pies?

En un abrir y cerrar de ojos, Siuan pasó de la más ardiente ira a una gélida calma.

—Eso no es parte de mi juramento. —Cualquiera habría pensado que era una joven Aes Sedai viéndola allí plantada, con la espalda muy recta en una actitud fría y arrogante y aire de desafío; una Aes Sedai que no había trabajado con el Poder durante el tiempo suficiente para adquirir un aspecto intemporal—. No espiaré para vos. Servís a la Antecámara de la Torre, Gareth Bryne, bajo juramento. Vuestro ejército marchará cuando lo decida la Antecámara. Atended sus palabras y obedeced sus órdenes.

El cambio experimentado por Bryne fue tan relampagueante como el de la mujer.

—Seríais un enemigo digno con el que cruzar las espadas. —Soltó una queda risa, con admiración—. Pero seríais una mejor… —Con igual rapidez su risa dio paso de nuevo al gesto ceñudo—. Conque la Asamblea, ¿no? ¡Bah! Decidle a Sheriam que haría bien dejando de evitarme. Decidle que un mastín metido en una jaula podría haberse convertido en un cordero cuando aparezca el lobo. No he agrupado a estos hombres para que los vendan en el mercado. —Tras saludar con un seco cabeceo, echó a andar entre la multitud. Siuan lo siguió con la mirada, fruncido el entrecejo.

—¿A qué venía todo eso? —preguntó Nynaeve, y Siuan dio un respingo de sobresalto.

—Nada que sea de tu incumbencia —espetó mientras se alisaba el vestido.

Cualquiera habría dicho que Nynaeve la había sobresaltado a propósito. Esta mujer siempre se tomaba todo como algo personal.

—Dejémoslo estar —repuso la joven fríamente. No estaba dispuesta a dejarse llevar por otros derroteros que la apartaran de lo que se proponía—. Lo que no pienso dejar a un lado es estudiarte. —Iba a hacer algo útil ese día aunque le costara la vida. Siuan abrió la boca a la par que miraba en derredor—. No, no puedo disponer de Marigan en este momento, y tampoco la necesito. Has dejado que me acerque a ti dos veces, ¡dos!, desde que descubrí un indicio de que había algo en ti susceptible de curar. Estoy dispuesta a examinarte hoy, y si no lo logro le diré a Sheriam que has desobedecido sus órdenes al no ponerte a mi disposición. ¡Juro que lo haré!

Por un momento creyó que la otra mujer iba a desafiarla a que se atreviera a hacerlo, pero al final Siuan accedió a regañadientes.

—De acuerdo, esta tarde. Estoy ocupada toda la mañana. A no ser que consideres que lo tuyo es más importante que ayudar a tu amigo de Dos Ríos.

Nynaeve se acercó más a ella. En la calle nadie les prestaba más atención que alguna ojeada por encima al pasar, pero aun así bajó la voz:

—¿Cuáles son sus planes respecto a él? Siempre dices lo mismo, que todavía no han decidido qué hacer, pero tienen que haber llegado a alguna conclusión a estas alturas. —Si era así, Siuan debía saberlo, tanto si se suponía que podía como si no.

Leane apareció inesperadamente y fue como si Nynaeve no hubiese hablado. Siuan y Leane intercambiaron una mirada iracunda, tiesa la espalda, erizadas como dos gatos desconocidos dentro de un cuarto pequeño.

—¿Y bien? —masculló Siuan, prietas las mandíbulas.

Leane aspiró sonoramente y sus bucles se mecieron al sacudir la mujer la cabeza. Una mueca burlona curvaba sus labios, pero sus palabras no eran acordes con su expresión ni su tono:

—Intenté persuadirlas —barbotó, aunque sin alzar la voz—. Pero por lo visto no te escucharon lo bastante para tomarlo siquiera en consideración. No estarás en la reunión con las Sabias de esta noche.

—¡Peces destripados! —maldijo Siuan y, girando sobre sus talones, echó a andar aunque no más rápido que Leane en dirección opuesta.

Nynaeve casi levantó las manos con frustración. Mira que hablar como si ella no estuviera, como si no supiera exactamente a qué se referían. Haciendo caso omiso de ella. ¡Más le valía a Siuan aparecer esa tarde como había prometido o Nynaeve hallaría el modo de retorcerla y ponerla a secar como una sábana! Dio un brinco de sobresalto cuando la voz de una mujer habló a su espalda:

—A esas dos habría que mandarlas ante Tiana para que les diera un buen escarmiento. —Lelaine se detuvo junto a Nynaeve y miró primero hacia Siuan y después hacia Leane. ¡Qué mala costumbre de acercarse a hurtadillas a la gente y darles un susto! No se veía a Logain, Burin o nobles altaraneses por ninguna parte. La hermana Azul se ajustó el chal—. Ya no son lo que eran, por supuesto, pero lo menos que podía esperarse de ellas es que guardasen un poco la compostura. No estaría bien que acabaran tirándose del pelo en plena calle.

—A veces hay gente que se le atraviesa a uno, simplemente —manifestó Nynaeve. Había muchas que lo tenían por costumbre; una costumbre que ella había intentado quitarles.

—No cuando afecta la dignidad de las Aes Sedai, pequeña —discrepó Lelaine—. Las mujeres que sirven a las Aes Sedai deberían mostrar más comedimiento en público por muy necias que sean en privado. —Nada que objetar a eso, ciertamente; al menos, sin correr algún riesgo—. ¿Por qué entraste hace un momento, cuando estaba enseñando a Logain?

—Creí que la sala estaba vacía, Aes Sedai —repuso Nynaeve sin tardanza—. Lo lamento. Espero no haberos causado molestias.

No podía confesar que se estaba escondiendo de Myrelle. No hubo respuesta, pero la esbelta Azul la miró fijamente a los ojos un momento.

—¿Qué crees que hará Rand al’Thor, pequeña?

Nynaeve parpadeó, desconcertada.

—Aes Sedai, no lo he visto desde hace medio año. Lo único que sé es lo que he oído aquí. ¿Acaso la Asamblea…?

Clavando una mirada escrutadora en Nynaeve, Lelaine frunció los labios. Aquellos oscuros ojos, que parecían ver dentro del cerebro de una, resultaban muy inquietantes.

—Qué increíble coincidencia el que seas del mismo pueblo que el Dragón Renacido. Igual que la otra chica, Egwene al’Vere. Había grandes expectativas con ella cuando entró de novicia. ¿Tienes idea de dónde está ahora? —No esperó a que Nynaeve respondiera—. Y los otros dos jóvenes, Perrin Aybara y Mat Cauthon. Los dos ta’veren también, según tengo entendido. Extraordinario, ya lo creo. Y estás tú, con tus grandes descubrimientos a pesar de tus limitaciones. Dondequiera que se encuentre Egwene, ¿se aventura también allí donde ninguna de nosotras ha llegado? Todos vosotros habéis sido el tema de muchas conversaciones entre las hermanas, como podrás imaginar.

—Confío en que se dijeran cosas buenas —comentó lentamente la joven.

Se habían planteado muchas preguntas respecto a Rand desde su llegada a Salidar, sobre todo desde que la delegación había partido hacia Caemlyn —algunas Aes Sedai parecían no tener otro tema de conversación cuando hablaban con ella— pero esto parecía diferente. Ése era el problema de conversar con Aes Sedai: la mitad del tiempo uno no estaba seguro de lo que querían decir realmente o qué se proponían.

—¿Todavía albergas esperanzas de curar a Siuan y a Leane, pequeña? —Asintiendo con un cabeceo como si Nynaeve hubiese contestado, Lelaine suspiró—. A veces creo que Myrelle tiene razón. Te consentimos demasiado. Por importantes que fueran tus descubrimientos, quizá deberíamos ponerte a cargo de Theodrin hasta que tu bloqueo para encauzar quedase roto. Considerando lo que has hecho en los últimos dos meses, imagina de lo que serías capaz entonces. —Nynaeve se aferró la trenza inconscientemente e intentó meter baza, articular una protesta cuidadosamente formulada, pero Lelaine pasó por alto su intento—. No quieras hacerles un favor a Siuan y a Leane, pequeña. Deja que olviden quiénes y qué eran y que se conformen con lo que son ahora. Por el modo en que se comportan, lo único que les impide olvidarlo por completo eres tú y tus absurdos intentos de curar lo que no tiene curación. Ya no son Aes Sedai. ¿Por qué hacerles alentar falsas esperanzas?

Había un dejo de compasión en su voz y también un atisbo de desdén. Al fin y al cabo, quienes no pertenecían a la hermandad Aes Sedai eran inferiores, y la artimaña de Siuan y Leane las había colocado definitivamente entre estas últimas. Aparte, por supuesto, de que no pocos en Salidar culpaban de los problemas en la Torre a Siuan, a sus maquinaciones mientras era Amyrlin. Seguramente creían que merecía todo lo que le había ocurrido y más.

Empero, lo que se les había hecho lo complicaba todo. Neutralizar a una mujer era infrecuente. Antes de Siuan y Leane ninguna mujer había sido procesada y neutralizada desde hacía ciento cuarenta años, y ninguna se había consumido desde hacía por lo menos doce. Una mujer neutralizada, por lo general trataba de alejarse todo lo posible de las Aes Sedai. A buen seguro que, si Lelaine hubiese sido neutralizada, habría querido olvidar que había sido Aes Sedai, si hubiera podido. E indudablemente también le gustaría olvidar que Siuan y Leane lo habían sido, que les había sido arrebatado todo. Si fuera posible verlas como dos mujeres corrientes que nunca habían sido capaces de encauzar, que jamás habían pertenecido a la hermandad, muchísimas Aes Sedai se sentirían mucho menos incómodas.

—Sheriam Sedai me ha dado permiso para intentarlo —adujo Nynaeve hablando con tanta firmeza como se atrevió con una hermana. Lelaine le sostuvo la mirada hasta que la joven bajó los ojos. Se le pusieron los nudillos blancos de tanto apretar la trenza antes de obligarse a soltarla, pero mantuvo el gesto suave. Tratar de sostener la mirada a una Aes Sedai era una solemne estupidez siendo sólo Aceptada.

—A veces nos comportamos neciamente, pequeña, pero una mujer sensata aprende a limitar las veces que cae en ello. Puesto que pareces haber terminado de desayunar, sugiero que te libres de esa jarra y busques algo que hacer antes de que te encuentres metida en un buen lío. ¿Has considerado alguna vez la posibilidad de dejarte corto el cabello? No importa. Márchate.

Nynaeve hizo una precipitada reverencia, pero la Aes Sedai ya se había dado media vuelta cuando aún no había acabado de inclinarse. A salvo de los ojos de Lelaine, lanzó una mirada furibunda a la mujer. ¿Cortarse el pelo? Levantó la trenza y la agitó hacia la Aes Sedai que se alejaba. Que hubiese esperado hasta estar a salvo la enfurecía, pero de no haberse aguantado seguramente estaría de camino a hacer compañía a Moghedien en el lavadero, con una parada intermedia para ver a Tiana. Meses detenida allí en Salidar sin hacer nada —a efectos prácticos así era, no importaba lo mucho o lo poco que Elayne y ella consiguieran sacarle a Moghedien— entre Aes Sedai que no hacían nada excepto hablar y esperar mientras el mundo seguía caminando hacia su ruina sin ellas. ¡Y Lelaine pensaba que debería cortarse el pelo! Había perseguido al Ajah Negro; la habían capturado y había escapado; a su vez había atrapado a una Renegada —bueno, ninguna de ellas sabía eso—; había ayudado a la Panarch de Tarabon a recuperar su trono aunque fuese por poco tiempo; y ahora lo único que hacía era quedarse sentada y recibir alabanzas por lo que conseguía sacarle a Moghedien. ¿Cortarse el cabello? ¡Para lo que serviría, tanto daba si se afeitaba la cabeza!

Divisó a Dagdara Finchey caminando a largas zancadas entre la muchedumbre, tan corpulenta como cualquier hombre que había en la calle y más alta que la mayoría; la Amarilla de rostro redondo la ponía furiosa. Una razón por la que se había quedado en Salidar era para estudiar con las Amarillas, porque las hermanas de este Ajah eran las que más conocimientos tenían sobre la Curación; o eso decía todo el mundo. Pero si alguna de ellas sabía algo más de lo que sabía ya Nynaeve, entonces es que no lo compartían con una mera Aceptada. Las Amarillas tendrían que haber sido las que mejor hubiesen acogido su deseo de curar cualquier cosa, todo, incluso la neutralización, pero eran las que menos entusiasmo habían mostrado. Dagdara la habría puesto a fregar suelos desde el alba hasta el ocaso hasta que hubiese renunciado a sus «ideas absurdas y ganas de perder el tiempo» si Sheriam no hubiese intervenido, en tanto que Nisao Dachen, una diminuta Amarilla con unos ojos que podían remachar clavos, se negó incluso a hablar con Nynaeve mientras persistiera en «alterar lo que había tejido el Entramado».

Para acabar de rematarlo, su percepción del tiempo seguía advirtiéndole que se aproximaba una tormenta, ahora más cerca, mientras que el cielo despejado y el sol ardiente se mofaban de ella.

Mascullando entre dientes, dejó la jarra de barro en la parte trasera de un carro de leña y continuó caminando por la abarrotada calle. No tenía nada que hacer salvo andar hasta que Moghedien quedara libre, y sólo la Luz sabía cuánto tardaría eso. Toda una mañana perdida que añadir a una sucesión de días malgastados.

Muchas Aes Sedai le sonreían y saludaban con un cabeceo, pero con el simple recurso de devolverles la sonrisa con aire de disculpa y apretar la marcha unos cuantos pasos como si se dirigiese presurosa a alguna parte, evitó que la pararan para hacerle las inevitables preguntas sobre qué nuevas cosas podían esperar de ella. En su estado de ánimo actual podía soltar exactamente lo que pensaba, lo que sería extremadamente estúpido. Sin hacer nada. ¡Mira que preguntarle a ella qué iba a hacer Rand! ¡O que se cortara el pelo! ¡Bah!

Claro que no todo eran sonrisas. Nisao no sólo la miró como si no existiera, sino que Nynaeve tuvo que apartarse ágilmente de su camino para que la pequeña mujer no le pasara por encima. Y una Aes Sedai altanera, de cabello claro, con una barbilla prominente, que guiaba a un alto ruano entre la multitud, le dirigió una penetrante y ceñuda mirada con sus azules ojos mientras pasaba a su lado. Nynaeve no la reconoció. La mujer iba vestida con un traje de montar de seda gris pálido, pero el ligero guardapolvo de lino que llevaba doblado sobre la silla denotaba un viaje y la señalaba como una recién llegada. Reafirmando la probabilidad de que era nueva allí, el larguirucho Guardián con capa verde que iba tras ella sobre un enorme caballo de batalla gris parecía inquieto. Los Guardianes nunca traslucían inquietud, pero Nynaeve supuso que unirse a una rebelión contra la Torre podía justificar la excepción. ¡Luz! ¡Hasta las recién llegadas venían dispuestas a ponerla en su sitio!

Y entonces apareció Ino, con su rostro surcado por una cicatriz, la cabeza afeitada excepto la cola de caballo y el ojo tuerto cubierto por un parche en el que iba pintado un rojizo remedo de globo ocular de expresión furibunda. Haciendo una pausa en el rapapolvo que echaba a un avergonzado joven equipado con armadura, que sostenía las riendas de un caballo con una lanza sujeta a la silla, Ino dirigió una afectuosa sonrisa a Nynaeve. En fin, habría resultado afectuosa sin el parche del ojo. La expresión tormentosa de la mujer lo hizo parpadear y reanudó la regañina al soldado.

No era Ino ni su parche lo que le daba ardor de estómago. No exactamente. Las había acompañado a Elayne y a ella hasta Salidar, y en cierta ocasión prometió robar caballos —«cogerlos prestados» lo llamó él— si querían marcharse de allí. Ya no había posibilidades de hacerlo. Ino lucía ahora un galón dorado en los puños de su desgastada chaqueta oscura; era un oficial que entrenaba caballería pesada para Gareth Bryne, y estaba demasiado absorto en ello para preocuparse por Nynaeve. No, eso no era cierto. Si dijera que quería irse, le procuraría caballos en cuestión de horas y saldría con una escolta de shienarianos que habían prometido lealtad a Rand y que sólo estaban en Salidar porque Elayne y ella los habían conducido hasta allí. Pero para eso tendría que admitir que se había equivocado al decidir quedarse, admitir que había mentido todas las veces que le aseguró que estaba contenta con su actual situación. Y reconocer tales cosas iban en contra de su forma de ser. La principal razón de que Ino se quedara era que pensaba que debía cuidar de Elayne y de ella. ¡Así que no iba a admitir nada ante él!

La idea de abandonar Salidar era nueva, avivada la chispa al ver a Ino, y la hizo ponerse a reflexionar. Ojalá Thom y Juilin no se hubiesen ido a hacer un recorrido por Amadicia. Y no es que hubiesen salido de viaje por gusto. En aquellos primeros días, cuando parecía que las Aes Sedai de Salidar podrían hacer realmente algo, se habían ofrecido voluntarios para salir a explorar y ver qué estaba pasando al otro lado del río. Habiéndose propuesto llegar hasta la mismísima Amador, llevaban ausentes más de un mes y no regresarían hasta dentro de varios días en el mejor de los casos. No eran los únicos exploradores, claro es; incluso se había enviado a Aes Sedai y Guardianes, aunque la mayoría de éstos se dirigían más al oeste, a Tarabon. Toda una exhibición de estar haciendo algo; y el retraso hasta que cualquiera regresara con noticias era una buena excusa para esperar. Nynaeve deseó no haber dejado que los dos hombres se marcharan. Ninguno de ellos lo habría hecho si ella se hubiese opuesto.

Thom era un viejo juglar, aunque en tiempos había sido alguien mucho más importante, y Juilin, un rastreador de Tear, ambos unos hombres competentes que sabían arreglárselas en lugares desconocidos y bastante útiles en ciertos aspectos. También las habían acompañado a Elayne y a ella, y ninguno habría hecho preguntas si les hubiese dicho que querían marcharse. Claro que se habrían despachado a gusto a sus espaldas, pero no en su cara, como haría Ino.

Resultaba mortificante reconocer que realmente los necesitaba, pero lo cierto es que ella no tenía ni idea de cómo robar un caballo. En cualquier caso, una Aceptada llamaría la atención si se acercaba a los animales, tanto en los establos como en las hileras de estacas dispuestas por los soldados, y si se cambiaba el vestido blanco con franjas de colores, la verían sin duda e informarían de ello antes de que hubiese conseguido acercarse a un caballo. Aun en el caso de que lograra su propósito, la perseguirían. A las Aceptadas que huían, al igual que a las novicias, casi siempre se las traía de regreso para afrontar un castigo que borraría cualquier idea de intentarlo una segunda vez. Cuando una empezaba a instruirse para ser Aes Sedai, las hermanas no la soltaban hasta que decidían que era el momento de hacerlo.

No era el miedo al castigo lo que la echaba atrás, naturalmente. ¿Qué importancia tenían unos cuantos varapalos en comparación con la posibilidad de que el Ajah Negro la matara, o enfrentarse a una Renegada? Era sólo una cuestión de si realmente quería marcharse o no. ¿Adónde podría ir, por ejemplo? ¿Con Rand, a Caemlyn? ¿Con Egwene, en Cairhien? ¿La acompañaría Elayne? Ciertamente sí, si se dirigían a Caemlyn. ¿Era sólo el deseo de hacer algo o el miedo de que acabaran descubriendo a Moghedien? ¡El castigo por huir no sería nada comparado con eso! No había llegado a ninguna conclusión cuando giró en una esquina y se encontró con la clase de novicias de Elayne, reunida en un espacio abierto entre dos casas de piedra con tejados de bálago, allí donde se habían limpiado las ruinas de una tercera.

Más de una veintena de mujeres vestidas de blanco, sentadas en banquetas bajas en un semicírculo, observaban a Elayne mientras guiaba a dos de ellas en un ejercicio. El brillo del saidar envolvía a las tres mujeres. Tabiya, una muchachita de quince o dieciséis años, ojos verdes y pecosa, y Nicola, una esbelta mujer de cabello negro y de la edad de Nynaeve, se pasaban, inseguras, una llamita. Ésta titilaba y a veces desaparecía un instante, cuando una se retrasaba en cogérsela a la otra y mantenerla. En su estado de humor actual, Nynaeve veía claramente los flujos que tejían.

Cuando Sheriam y el resto habían huido se habían llevado a dieciocho novicias —Tabiya era una de ellas— pero la mayoría de este grupo era como Nicola, recientemente reclutadas desde que las Aes Sedai se habían establecido en Salidar. Nicola no era la única mujer mayor de lo que normalmente era una novicia; casi la mitad era de esa edad. Cuando Nynaeve y Elayne habían ido a la Torre, las Aes Sedai rara vez hacían pruebas a mujeres mucho mayores que Tabiya —Nynaeve había sido un caso excepcional, tanto por su edad como por su condición de espontánea—; pero, quizás empujadas por la desesperación, la Aes Sedai de allí habían incluido en las pruebas a mujeres que incluso sacaban uno o dos años a Nynaeve. El resultado era que en la actualidad había más novicias en Salidar que las que había tenido la Torre desde hacía años. Este éxito había inducido a las Aes Sedai a enviar hermanas por todo Altara, en una búsqueda minuciosa de pueblo en pueblo.

—¿Te apetecería estar dando clase tú?

La voz junto a su hombro hizo que el estómago se le encogiera. Dos veces en una misma mañana. Ojalá tuviera un poco de menta de ánade en la bolsita del cinturón. Si seguía dejando que la sorprendieran, iba a acabar poniendo en orden los papeles de una Marrón.

Claro que la domani de mejillas sonrosadas no era una Aes Sedai. De haber estado en la Torre, Theodrin ya habría sido ascendida al chal, pero aquí se la había promovido a algo que estaba por encima de las Aceptadas, pero que no llegaba a ser una hermana de hecho. Llevaba el anillo de la Gran Serpiente en la mano derecha, no en la izquierda, y un vestido verde que armonizaba con su tez cobriza, pero no podía elegir un Ajah ni llevar el chal.

—Tengo mejores cosas que hacer que ocuparme de enseñar a un puñado de torpes novicias.

Theodrin se limitó a sonreír ante el tono desabrido de Nynaeve. En realidad era agradable.

—¿Una torpe Aceptada enseñando a torpes novicias?

Bueno, por lo general era agradable.

—En fin, una vez que consigamos que puedas encauzar sin estar presta a aporrearles la cabeza, también enseñarás a novicias —continuó Theodrin—. Y no me sorprendería que fueras ascendida al poco tiempo, con todas esas cosas que has descubierto. ¿Sabes? Nunca me has contado qué truco utilizas.

Casi siempre las espontáneas tenían un truco que habían aprendido, el primero que revelaba su habilidad para encauzar. La otra cosa que las espontáneas tenían en común era un bloqueo, una especie de barrera levantada en sus mentes para ocultar su don para encauzar incluso a ellas mismas.

Nynaeve logró mantener el gesto tranquilo gracias a un gran esfuerzo. Ser capaz de encauzar cuando quisiera. Ser ascendida a Aes Sedai. Ninguna de las dos cosas resolvería el problema de Moghedien, pero entonces sí podría ir a donde quisiera, estudiar lo que quisiera sin que nadie le dijese que esto o aquello no podía curarse, simplemente.

—La gente se recuperaba cuando no tendrían que haberlo hecho —contestó—. Me ponía muy furiosa que alguien fuera a morirse, que todo lo que sabía sobre hierbas no fuera suficiente… —Se estremeció—. Y se ponían bien.

—Mucho mejor que lo mío. —La esbelta mujer suspiró—. Podía hacer que un chico deseara besarme o que no quisiera hacerlo. Mi modo de salvar el bloqueo eran los hombres, no la rabia. —Nynaeve la miró con incredulidad y Theodrin rió—. Bueno, también era una emoción. Si se encontraba presente un hombre y me gustaba o me desagradaba mucho, podía encauzar. Si no sentía ni lo uno ni lo otro o no había ningún hombre, podría haber sido una roca en lo que se refiere al saidar.

—¿Y cómo lograste superarlo? —inquirió con curiosidad Nynaeve. Elayne había colocado por parejas a las novicias ahora, que se esforzaban torpemente para pasarse las llamitas unas a las otras.

La sonrisa de Theodrin se ensanchó al oír la pregunta, pero también el rubor le tiñó las mejillas.

—Un joven llamado Charel, un caballerizo de los establos de la Torre, empezó a echarme miradas insinuantes. Por entonces yo tenía quince años y él una sonrisa maravillosa. Las Aes Sedai lo dejaron que se sentara cerca durante mis lecciones, en un rincón y en silencio, y así yo podía encauzar de continuo. Lo que no sabía era que Sheriam lo había arreglado todo desde el principio para que me conociera. —Sus mejillas se pusieron más rojas—. Lo que tampoco sabía es que Charel tenía una hermana gemela ni que al cabo de unos cuantos días quien estaba sentada en el rincón era realmente Marel. Cuando se quitó la chaqueta y la camisa un día en mitad de una de mis lecciones, sufrí tal impresión que me desmayé. Pero, a partir de ese momento, pude encauzar cada vez que quise.

Nynaeve se echó a reír sin poder evitarlo y, a despecho de su sonrojo, Theodrin se sumó a sus carcajadas sin rebozo.

—Ojalá fuera algo tan fácil para mí, Theodrin.

—Tanto si lo es como si no —dijo la otra mujer, apagadas ya las risas—, romperemos ese bloqueo tuyo. Esta tarde…

—Voy a examinar a Siuan —se apresuró a interrumpirla Nynaeve, y Theodrin apretó los labios.

—Has estado esquivándome, Nynaeve. En el último mes has conseguido escabullirte siempre, salvo en tres ocasiones. Puedo aceptar que lo intentes y fracases, pero no admitiré que empieces a tener miedo de intentarlo.

—No lo tengo —empezó, indignada, Nynaeve en tanto que una vocecilla interior preguntaba si no estaría tratando de ocultarse a sí misma la verdad. Resultaba tan descorazonador intentarlo, intentarlo e intentarlo… y fracasar.

Theodrin no la dejó añadir una palabra más.

—Daré por bueno que hoy estás ocupada —dijo sosegadamente—, así que te veré mañana, y todos los días de ahí en adelante, o me veré obligada a tomar otras medidas. No quisiera tener que hacer eso y a ti tampoco te interesa, pero estoy decidida a romper tu bloqueo. Myrelle me ha pedido que ponga todo mi empeño en ello y juro que lo haré.

El que esta advertencia fuera casi un calco de la que ella había hecho a Siuan dejó boquiabierta a Nynaeve. Era la primera vez que la otra mujer había hecho uso de la autoridad que le otorgaba su nueva posición. Con la mala suerte que estaba teniendo ese día, corría el peligro de encontrarse junto a Siuan esperando ver a Tiana.

Theodrin no aguardó su respuesta. Se limitó a asentir con un cabeceo como si le hubiese manifestado su conformidad y se alejó calle arriba. Nynaeve casi pudo ver un chal alrededor de los hombros de la otra mujer. Todo estaba saliendo mal esa mañana. ¡Y otra vez Myrelle! Qué ganas tenía de chillar.

En medio de las novicias, Elayne le dedicó una sonrisa enorgullecida, pero Nynaeve sólo sacudió la cabeza y se dio media vuelta para regresar a su cuarto. La medida de cómo le estaban saliendo las cosas esa mañana fue que, antes de estar a mitad de camino de allí, Dagdara Finchey se dio de bruces con ella tan violentamente que la tiró de espaldas en el suelo. ¡Corriendo! ¡Una Aes Sedai! La mujerona no se paró, ni tan siquiera le ofreció una disculpa mientras se alejaba al trote entre la multitud.

Nynaeve se levantó, se sacudió el polvo, recorrió el trecho que quedaba hasta su cuarto y cerró de un portazo tras ella. Dentro hacía calor y las camas estaban sin hacer hasta que Moghedien pudiera ocuparse de eso; y lo peor de todo era que la percepción del tiempo de Nynaeve le anunciaba que tendría que descargarse una tormenta de granizo sobre Salidar en ese mismo momento. Pero no se dejaría sorprender en eso, ni permitiría que la pisotearan.

Se dejó caer de golpe sobre las sábanas arrugadas y permaneció tendida, jugueteando con el brazalete de plata, mientras su mente divagaba de un pensamiento a otro, desde lo que conseguiría sacarle a Moghedien ese día o si Siuan aparecería por la tarde, en su bloqueo o en Lan, o si iba a quedarse en Salidar. En realidad irse no significaba huir. Seguramente se dirigiría a Caemlyn, con Rand; el chico necesitaba a alguien que le bajara los humos y pusiera freno a su engreimiento, y a Elayne le gustaría esa propuesta. Aunque habría sido mejor si la idea de marcharse —¡nada de huir!— no le hubiese empezado a parecer tan tentadora después de que Theodrin le hubo comunicado sus intenciones.

Esperaba percibir alguna señal en las emociones transmitidas a través del a’dam que indicara que Moghedien había terminado con su trabajo y que tendría que ir a buscarla, ya que a menudo se escondía cuando estaba enfurruñada, de manera que fue toda una sorpresa cuando la puerta se abrió violentamente.

—Así que estás aquí —gruñó Moghedien—. ¡Mira! —Levantó las manos—. ¡Estropeadas! —A Nynaeve no le parecían distintas de cualesquiera otras manos que hubiesen estado haciendo la colada; blanquecinas y arrugadas, cierto, pero esas señales habrían desaparecido al cabo de un rato—. ¡No es bastante que tenga que vivir en la miseria, trayendo y llevando cosas como una sirvienta, sino que ahora se supone que debo trabajar como cualquier primitiva…!

Nynaeve la hizo callar mediante un sencillo recurso. Imaginó un rápido y breve golpe de fusta, lo que éste haría sentir, y luego transmitió el pensamiento a la zona receptora de sensaciones del cerebro de Moghedien. La otra mujer abrió mucho los ojos al tiempo que cerraba la boca bruscamente, apretando los labios. No había sido un golpe fuerte, sino un recordatorio.

—Cierra la puerta y siéntate —ordenó Nynaeve—. Puedes hacer las camas después. Ahora vamos a tener una lección.

—Estoy acostumbrada a algo mejor que esto —rezongó Moghedien mientras obedecía—. ¡Hasta un vaciador de letrinas de Tojar está acostumbrado a algo mejor!

—A menos que me equivoque en mi suposición —replicó cortante Nynaeve—, será un vaciador de letrinas en dondequiera que no tenga una sentencia de muerte pendiendo sobre su cabeza. En el momento en que quieras podemos decirle a Sheriam quién eres exactamente. —Era un farol, y la mera idea hacía que a Nynaeve se le pusiera una bola en la boca del estómago, pero una oleada de miedo enfermizo se descargó a través del a’dam. Nynaeve casi admiró a Moghedien por lo impasible que mantuvo el gesto; si ella se sintiera así, estaría chillando y abriendo surcos en el suelo con uñas y dientes.

—¿Qué quieres que te muestre? —inquirió la Renegada en tono aparentemente firme. Siempre tenían que decirle lo que querían saber, porque ella no revelaba nada de buen grado prácticamente nunca, a menos que la presionaran hasta un punto que Nynaeve consideraba rayano en la tortura.

—Lo intentaremos con algo en lo que no has tenido mucho éxito enseñándonos: detectar que un hombre está encauzando. —Hasta ese momento, eso era lo único que Elayne y ella no habían cogido enseguida. Sería útil si decidía ir a Caemlyn.

—No es fácil, sobre todo sin tener un hombre con el que practicar. Lástima que no hayas sido capaz de curar a Logain. —Ni en la voz ni en la expresión de Moghedien había indicio de mofa, pero la mujer miró a Nynaeve y se apresuró a continuar—: Aun así, podemos intentar de nuevo las formas de hacerlo.

Realmente la lección no era fácil. Nunca lo era, ni siquiera con cosas que Nynaeve podía aprender de inmediato una vez que los tejidos se volvían claros. A Moghedien no le era posible encauzar sin que Nynaeve se lo permitiera, de hecho, sin que la guiara; pero en una lección nueva la Renegada tenía que dirigir el proceso para mostrar el modo de tejer los flujos. Esto planteaba un verdadero lío y era la razón principal de que no pudieran aprender una docena de cosas nuevas de la mujer cada día. En este caso, Nynaeve tenía cierta idea de cómo se tejían los flujos, pero era un intrincado hilado de encaje con los Cinco Poderes que en comparación hacía parecer sencilla la Curación, aparte de que el entramado cambiaba con relampagueante rapidez. Su complejidad era la razón de que nunca se hubiera usado con frecuencia, según Moghedien.

No obstante, Nynaeve se recostó en su cama y se dedicó afanosa a ello. Si iba a reunirse con Rand, podría necesitar esto y quizá muy pronto. También encauzó todos los flujos por sí misma; bastaba con recordar brevemente a Lan o Theodrin para mantener viva la rabia. Antes o después Moghedien tendría que responder por sus crímenes y entonces ¿en qué situación se encontraría ella, acostumbrada a recurrir a los poderes de la otra mujer cada vez que lo precisaba? Tenía que vivir y trabajar con sus propias limitaciones. ¿Podría Theodrin encontrar un modo de romper su bloqueo? Lan tenía que estar vivo para que ella pudiera encontrarlo. El ligero dolor de cabeza cobró intensidad hasta dar paso a una lacerante presión en las sienes. Una cierta tensión se marcó en torno a los ojos de Moghedien, y la mujer se frotó la cabeza de vez en cuando, pero bajo la sensación de miedo que le transmitía el brazalete Nynaeve percibió otra tenue corriente de lo que casi parecía alegría. Supuso que, incluso cuando no se quería enseñar, hacerlo debía de producir cierta satisfacción, aunque no estaba segura de que le gustara que Moghedien experimentara una reacción humana tan normal.

Ignoraba cuánto se había prolongado la lección, intercalada con rezongos de Moghedien como «casi» y «no del todo», pero cuando la puerta volvió a abrirse bruscamente casi se incorporó de un brinco de la cama. La repentina descarga de miedo experimentada por Moghedien habría venido acompañada por un aullido en cualquier otra mujer.

—¿Te has enterado, Nynaeve? —preguntó Elayne al tiempo que empujaba la puerta—. Ha llegado una emisaria de la Torre, enviada por Elaida.

Nynaeve olvidó por completo las palabras que sin duda habría gritado de no ser por que tenía el corazón en la garganta. Hasta se olvidó de la jaqueca.

—¿Una emisaria? ¿Estás segura?

—Pues claro que lo estoy, Nynaeve. ¿O es que crees que habría venido corriendo por una simple hablilla? El pueblo entero está alborotado.

—No entiendo por qué —repuso con acritud. La sensación de presión dentro del cráneo había vuelto. Y ni toda su provisión de menta de ánade guardada en el morral de hierbas le habría aliviado la acidez de estómago. ¿Es que esta chica no iba a aprender nunca a llamar a una puerta? Moghedien tenía las manos apretadas sobre el estómago, como si a ella tampoco le viniera mal un poco de menta de ánade—. Ya les dijimos que Elaida sabía lo de Salidar.

—Puede que nos creyeran y puede que no —argumentó Elayne, que se sentó pesadamente a los pies de la cama de Nynaeve—, pero esto despeja cualquier duda. Elaida sabe dónde estamos y probablemente lo que nos proponemos hacer. Cualquiera de las criadas podría ser su informadora. Tal vez incluso alguna de las hermanas. Eché un vistazo a la emisaria, Nynaeve: cabello claro y ojos azules tan fríos que congelarían el sol. Una Roja llamada Tarna Feir, según dijo Faolain. Uno de los Guardianes que estaba de servicio de vigilancia la escoltó hasta el pueblo. Cuando mira es como si uno fuese menos que una piedra.

Nynaeve volvió la vista hacia Moghedien.

—Hemos terminado con la clase por ahora. Regresa dentro de una hora y podrás hacer las camas. —Esperó hasta que la Renegada se hubo ido, prietos los labios y agarrándose las faldas con los dedos crispados, y luego se volvió hacia Elayne—. ¿Qué mensaje trae?

—¡Qué cosas tienes, Nynaeve! ¿Crees que iban a decírmelo a mí? Todas las Aes Sedai con las que me he cruzado se estaban preguntando eso mismo. Oí comentar que cuando le dijeron a Tarna que sería recibida por la Antecámara de la Torre se echó a reír. Y no con regocijo. No creo que… —Elayne se mordió el labio inferior—. Espero que no decidan…

—¿Regresar? —preguntó Nynaeve con incredulidad—. ¡Elaida querrá que recorran los últimos quince kilómetros de rodillas, y el último arrastrándose como gusanos! Y, aunque no sea así, aunque esta Roja les diga «Volved a casa; todo está perdonado y os espera la cena», ¿crees que podrían desembarazarse de Logain como si nada?

—Nynaeve, las Aes Sedai podrían desembarazarse de cualquier obstáculo con tal de unir de nuevo la Torre Blanca. Cualquier cosa. No las conoces tan bien como yo; había Aes Sedai en palacio desde el día en que nací. La cuestión es qué estará diciendo Tarna ahora a la Antecámara y qué le dirá la Antecámara a ella.

Nynaeve se frotó los brazos con irritación. No tenía respuesta a eso, sólo esperanzas, y su percepción del tiempo le manifestaba que la inexistente tormenta de granizo se estaba descargando con toda su fuerza sobre los tejados de Salidar.

La sensación se prolongó durante días.

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