13 Bajo el polvo

Preguntándose si no sería mejor deshacerse la trenza, Nynaeve miró con rabia, por debajo de la toalla de rayas rojas, su vestido y su ropa interior colocadas sobre los respaldos de las sillas y goteando en el suelo de tablas fregado. Otra toalla de rayas verdes y blancas, bastante más grande y envuelta alrededor de su cuerpo le servía para cubrir su desnudez.

—Ahora sabemos que la impresión no funciona —dijo con voz gruñona a Theodrin, e hizo una mueca. Le dolía la mandíbula y todavía sentía ardor en la mejilla. Theodrin tenía buenos reflejos y un brazo fuerte—. Ahora podría encauzar, pero allí, durante un momento, el saidar era de lo que menos me acordaba.

En aquel instante angustioso de querer inhalar aire, todo raciocinio había desaparecido de su mente y se había impuesto el instinto.

—Bien, pues seca tus cosas encauzando —rezongó Theodrin.

El dolor de mandíbula se le alivió un poco a Nynaeve por el hecho de ver a Theodrin mirándose en el triángulo de un espejo roto y tocándose suavemente el ojo. Ya lo tenía un poco hinchado alrededor, y Nynaeve sospechaba que, aparte de eso, el moretón iba a ser espectacular. Tampoco ella tenía un brazo débil. ¡Esa magulladura era lo menos que se merecía Theodrin!

Tal vez la domani era de su misma opinión, porque musitó:

—No probaré con eso otra vez. Pero, de un modo u otro, te enseñaré a rendirte al saidar sin que antes tengas que encolerizarte lo bastante para emprenderla a mordiscos con quien esté más cerca.

Nynaeve echó una ojeada ceñuda a sus ropas empapadas y reflexionó un momento. Hasta entonces no había hecho nada parecido. La prohibición de realizar tareas mediante el Poder era muy seria y con toda razón. El saidar resultaba tentador; cuanto más se encauzaba, más se deseaba encauzar, y, cuanto más se deseaba encauzar, mayor era el riesgo de que se acabara absorbiendo demasiado y se neutralizara una misma o incluso se matara. La dulzura de la Fuente Verdadera la hinchió fácilmente ahora. De ello se había ocupado, y bien, el cubo de agua que le había echado Theodrin, si es que ya no lo había hecho bastante el resto de lo ocurrido esa mañana. Un sencillo tejido de Agua escurrió la humedad de sus ropas derramándola en el suelo en un charco que se unió rápidamente al que se había formado con la derramada del cubo.

—No se me da bien eso de rendirme —dijo. A no ser cuando no tenía sentido luchar. Sólo una necia se empeñaría sin tener la menor oportunidad de salir airosa. Ni podía respirar bajo el agua ni volar agitando los brazos… ni encauzar salvo cuando estaba furiosa.

Theodrin apartó la mirada ceñuda del charco de agua para posarla en Nynaeve y se puso en jarras.

—De eso ya me he dado cuenta —manifestó en un tono demasiado indiferente—. Por todo lo que he aprendido, no tendrías que ser capaz de encauzar en absoluto. Me enseñaron que se debe estar tranquila para encauzar, sentirse por dentro fría y serena, abierta y totalmente entregada. —El brillo del saidar la envolvió, y unos flujos de Agua recogieron el charco formando una bola que se quedó posada en el suelo incongruentemente—. Debes someterte antes de poder dirigir, pero tú, Nynaeve… Por mucho que intentes rendirte, y te he visto intentarlo, te aferras con uñas y dientes a no ser que estés lo bastante furiosa para olvidarte de ello.

Unos flujos de Aire levantaron la trémula bola de agua. Durante un instante, Nynaeve pensó que la otra mujer se proponía arrojársela, pero la esfera de agua flotó a través del cuarto y salió por la ventana abierta. Sonó un fuerte chapoteo al caer y un gato maulló entre sobresaltado y furioso. Quizá la prohibición de hacer tareas normales con el Poder no se aplicaba al llegar al nivel de Theodrin.

—¿Por qué no dejarlo así? —Nynaeve procuró que su voz sonara indiferente, pero no tuvo éxito. Deseaba con toda su alma encauzar cada vez que quisiera. No obstante, como rezaba el viejo dicho: «Si los deseos fueran alas, los cerdos volarían»—. No tiene sentido perder…

—Deja eso —ordenó Theodrin cuando Nynaeve empezó a utilizar el tejido de Agua para secar su cabello—. Corta el contacto con el saidar y déjalo que se seque de forma natural. Y ponte la ropa.

Nynaeve estrechó los ojos.

—No me tendrás preparada otra sorpresa, ¿verdad? —inquirió.

—No. Ahora empieza a preparar tu mente. Eres un capullo de flor que percibe el calor de la Fuente, listo para abrirse a ese calor. El saidar es el río y tú la orilla. El río es más poderoso que la orilla, pero ésta lo contiene y lo guía. Vacía tu mente de pensamientos, que sólo quede el capullo. El capullo es lo único que hay en tu mente. Eres el capullo de…

Mientras se metía la camisola por la cabeza, Nynaeve suspiró y se dejó envolver por la hipnótica voz de Theodrin. Ejercicios de novicias. Si hubiesen funcionado con ella, llevaría encauzando cada vez que quisiera desde hacía mucho tiempo. Debería poner fin a la sesión y ver qué podía hacer que sirviera realmente para algo, como convencer a Elayne para ir a Caemlyn. Sin embargo, quería que Theodrin tuviera éxito en su tarea, incluso si tal cosa significaba otros diez cubos de agua. Además, una Aceptada no discutía; una Aceptada no tenía opción a oponerse. Detestaba que le dijeran lo que debía hacer, pero más aun que le dijeran lo que no podía hacer.

Las horas pasaron, ahora con las dos mujeres sentadas una enfrente de la otra a cada lado de la mesa que parecía sacada de una granja destartalada; horas de repetir ejercicios que a buen seguro las novicias estaban realizando en ese mismo momento. El capullo de flor y la orilla del río. La brisa de verano y el arroyo cantarín. Nynaeve trató de ser una semilla de diente de león flotando al viento, la tierra bebiendo lluvia en primavera, una raíz abriéndose paso poco a poco a través del suelo. Todo ello sin resultado o, al menos, sin el resultado que buscaba Theodrin. Ésta llegó incluso a sugerir que Nynaeve se imaginara en brazos de su amado, lo que desembocó en desastre puesto que la hizo pensar en Lan y en cómo osaba haber desaparecido de ese modo. Pero, cada vez que la frustración encendía la rabia como una chispa prende fuego en la hierba seca y ponía a su alcance el saidar, Theodrin la obligaba a soltarlo e intentarlo otra vez sosegada, tranquilamente. El empeño de la mujer en conseguir lo que quería resultaba enloquecedor y, en opinión de Nynaeve, Theodrin era muy capaz de dar lecciones a las mulas sobre cómo ser testarudas. Jamás se dejaba llevar por la frustración; había hecho de la serenidad un arte. Nynaeve deseó volcarle un cubo de agua encima y ver qué tal le sentaba a ella. Claro que, considerando el dolor de mandíbula que tenía, aquélla no parecía una buena idea.

Theodrin le curó ese dolor antes de que Nynaeve se marchara, lo cual era al máximo que llegaba su habilidad en ese Talento. Al cabo de un momento, Nynaeve hizo una Curación a cambio. A esas alturas Theodrin tenía el ojo de un fuerte tono purpúreo, y en realidad detestaba no dejárselo así para recordarle que tuviese un poco más de cuidado en el futuro con lo que hacía, pero tal intercambio era lo más justo. Además, el respingo y el estremecimiento de Theodrin cuando los flujos de Energía, Aire y Agua le recorrieron el cuerpo fueron en cierto modo una recompensa por los que ella misma había tenido cuando le vació encima el cubo de agua. Naturalmente también se estremeció con su propia Curación, pero no podía tenerse todo.

Fuera, el sol estaba a mitad de camino del horizonte occidental. Al fondo de la calle se produjo una sucesión de reverencias e inclinaciones de cabeza entre la multitud y a continuación la apiñada muchedumbre se abrió dando paso a Tarna Feir, que avanzó cual una reina caminando por una cochiquera, con el chal de flecos rojos echado por los brazos como una ostentosa bandera. Incluso a cincuenta pasos de distancia su actitud saltaba a la vista por el modo en que erguía la cabeza, por cómo sostenía la falda para que el repulgo no tocara el polvo, por la forma en que hacía caso omiso hasta de aquellos que hacían reverencias a su paso. El primer día había habido menos muestras de respeto y muchas más actitudes jactanciosas, pero una Aes Sedai era una Aes Sedai, al menos para las hermanas de Salidar. Para dejar tal cosa muy clara, dos Aceptadas, cinco novicias y casi una docena de hombres y mujeres de la servidumbre estaban dedicando las que habrían sido sus horas libres transportando desperdicios de cocina y contenidos de bacinillas hasta el bosque y enterrándolos allí.

Mientras Nynaeve se escabullía antes de que Tarna pudiese verla, su estómago hizo un ruido lo bastante fuerte para que un tipo que cargaba con un cesto de nabos en la espalda se girara en su dirección y la mirara sobresaltado. La hora del desayuno la habían empleado en el intento de Elayne de traspasar la salvaguarda, y la de la comida se la había pasado con los ejercicios de Theodrin. Y aún no había terminado con ella. Las instrucciones de Theodrin para ese día habían sido que no durmiese esta noche. Tal vez el agotamiento funcionaría allí donde la impresión había fracasado. «Cualquier bloqueo interior puede romperse —había dicho Theodrin, su voz todo un dechado de seguridad—, y el tuyo se romperá. Sólo hace falta que ocurra una vez. Con una sola vez que encauces sin ira, el saidar será tuyo».

De momento, lo único que Nynaeve quería hacer suyo era algo de comida. Los pinches ya estaban recogiendo y limpiando cacharros, por supuesto, y les faltaba poco para terminar su tarea, pero el olor a guisado de cordero y cerdo asado que flotaba aún en los alrededores de las cocinas hicieron que su nariz aleteara. Tuvo que conformarse con dos manzanas pequeñas, un poco de queso de cabra y una rodaja de pan. El día no parecía querer encarrilarse por mejor camino del que había llevado hasta el momento.

De vuelta en su cuarto encontró a Elayne tumbada encima de la cama. La joven la miró sin levantar la cabeza y después volvió a clavar los ojos en el agrietado techo.

—He pasado un día espantoso, Nynaeve —suspiró—. Escaralde insiste en aprender a hacer ter’angreal aunque le falta la fuerza necesaria para ello, y Varilin creó algo, no sé qué, y la piedra en la que trabajaba se convirtió en una bola de… bueno, no era exactamente fuego, en sus manos. De no ser por Dagdara, creo que habría muerto; nadie más de las que estábamos allí habría podido curarla, y dudo mucho que hubiese habido tiempo de avisar a alguien que tuviese facultades para hacerlo. Después, pensando en Marigan, y que si no podíamos aprender a detectar a un hombre que está encauzando tal vez sí nos sería posible aprender a detectar qué es o que ha hecho, porque creo recordar que Moraine dio a entender que era posible. En fin, como decía, estaba pensando en ella y alguien me tocó en el hombro y grité como si me hubiesen clavado una aguja. Sólo era un pobre carretero que quería preguntarme sobre un absurdo rumor, pero lo asusté tanto que casi salió corriendo.

Por fin se dio un respiro y Nynaeve renunció a la idea de arrojarle la manzana que le quedaba a fin de aprovechar su momentánea pausa para preguntar:

—¿Y Marigan?

—Estaba terminando de arreglar el cuarto, que por cierto se lo ha debido tomar con calma, así que le mandé que se fuera al suyo. Todavía llevo puesto el brazalete, ¿lo ves? —Agitó el brazo en el aire y después lo dejó caer pesadamente en el colchón, pero el torrente de palabras no se detuvo—. No dejaba de insistir de ese modo gemebundo en que deberíamos huir a Caemlyn, y no pude soportarlo un segundo más. ¡Como si ya no tuviera bastante! Mi clase con las novicias fue un desastre. Esa horrible Keatlin, la de la nariz enorme, ¿recuerdas?, sin dejar de rezongar que en su lugar de procedencia jamás había permitido que una «chica» le diera órdenes, y Faolain se acercó a hurtadillas y exigió saber por qué tenía a Nicola en clase. ¿Cómo se suponía que iba a saber yo que Nicola tenía que estar haciendo recados para ella? Y entonces Ibrella decide escoger ese momento para comprobar lo grande que puede hacer una llama y estuvo a punto de prenderle fuego a toda la clase. Y Faolain me reprendió delante de todo el mundo por no mantener a la clase bajo control. Y Nicola dijo que ella…

Nynaeve renunció a meter baza en algún resquicio de la avalancha de palabras —quizá debería haberle arrojado el corazón de la manzana— y se limitó a gritar:

—¡Creo que Moghedien tiene razón!

Aquel nombre hizo que la muchacha cerrara el pico, y también que se incorporara y se quedara sentada en la cama, mirándola de hito en hito. Nynaeve no pudo menos de echar un vistazo en derredor para comprobar que nadie la había oído, a pesar de que estaban en su cuarto.

—Eso es una estupidez, Nynaeve.

La antigua Zahorí no supo si Elayne se refería a la sugerencia o a mencionar el nombre de Moghedien en voz alta, y tampoco tenía intención de preguntarle. Tomó asiento en la otra cama y se arregló los pliegues de la falda.

—No, no lo es. Cualquier día de éstos Jaril y Seve le dirán a alguien que Marigan no es su madre, si es que no lo han hecho ya. ¿Estás preparada para afrontar las preguntas que acarreará eso? Yo no. Cualquier día, alguna Aes Sedai va a ponerse a hurgar en cómo me es posible descubrir nada si para hacerlo tendría que estar furiosa desde el amanecer hasta el ocaso. Cada dos por tres las Aes Sedai con las que hablo lo mencionan, y Dagdara me ha estado echando miradas raras últimamente. Además, aquí no se va a hacer nada excepto quedarse de brazos cruzados y esperar. A no ser que decidan regresar a la Torre. Me acerqué a hurtadillas y oí a Tarna hablando con Sheriam…

—¿Qué hiciste qué?

—Que me acerqué a escondidas y escuché —repitió con tono impasible Nynaeve—. El mensaje que envían a Elaida es que necesitan más tiempo para pensar. Eso significa que al menos están considerando la idea de olvidar lo del Ajah Rojo y Logain. Cómo pueden hacerlo, no lo sé, pero tienen que estar planteándoselo. Si nos quedamos aquí durante mucho más tiempo es posible que acaben entregándonos a Elaida como regalo. Al menos si nos vamos ahora podemos advertirle a Rand que no cuente con que tiene Aes Sedai respaldándolo. Podemos decirle que no confíe en ninguna Aes Sedai.

Frunciendo graciosamente el entrecejo, Elayne dobló las piernas con cuidado debajo de ella.

—Si todavía lo están pensando quiere decir que aún no se han decidido. Creo que deberíamos quedarnos. A lo mejor podemos ayudarlas a tomar la decisión correcta. Además, a no ser que te propongas invitar a Theodrin a acompañarnos, nunca romperás tu bloqueo interior si nos marchamos.

Nynaeve hizo caso omiso de esto último. Para lo que había logrado Theodrin hasta ahora… Cubos de agua. Esa noche, no dormir. ¿Qué sería lo próximo? Aunque no con las palabras exactas, esa mujer había dicho que pensaba intentar cualquier cosa hasta dar con algo que funcionara. En «cualquier cosa» cabía infinidad de posibilidades, y eso no era algo que le hiciese mucha gracia.

—¿Ayudarlas a decidir? No nos harán ningún caso. Ni siquiera Siuan nos presta atención, y eso que, aunque ella nos tenga cogidas por el cuello, nosotras la tenemos a ella por la oreja.

—Pues yo creo que deberíamos quedarnos. Al menos hasta que la Antecámara decida qué hacer. Entonces, si ocurre lo peor, al menos podremos advertir a Rand de un hecho, no de una posibilidad.

—¿Y cómo se supone que vamos a enterarnos? No hay que contar con que yo encuentre la ventana adecuada para escuchar a hurtadillas en dos ocasiones. Si esperamos hasta que lo anuncien, podríamos estar bajo vigilancia para entonces. Yo, al menos. No hay una sola Aes Sedai que no esté enterada de que Rand y yo somos de Campo de Emond.

—Siuan nos lo dirá antes de que se anuncie nada —adujo Elayne con calma—. No creerás que Leane y ella piensan regresar mansamente ante Elaida, ¿verdad?

Ahí estaba el asunto. Elaida les cortaría la cabeza antes de que hubiesen tenido ocasión de hacer una reverencia.

—No, desde luego, pero eso no nos protege de que Jaril y Seve puedan hablar —insistió.

—Ya se nos ocurrirá algo. En cualquier caso, no son los primeros niños refugiados que están al cuidado de alguien que no es de la familia. —Sin duda Elayne pensaba que su sonrisa radiante era tranquilizadora—. Lo único que tenemos que hacer es pensar un rato en ello para discurrir alguna idea. Por lo menos deberíamos esperar a que Thom regrese de Amadicia. No puedo dejarlo atrás.

Nynaeve levantó las manos en un gesto exasperado. Si la apariencia fuera un reflejo del carácter, entonces Elayne tendría que parecerse a una mula empecinada en no moverse. La chica había puesto a Thom en el lugar dejado por el padre, que había muerto siendo ella pequeña. A veces también parecía creer que el juglar sería incapaz de encontrar el camino hacia la mesa para comer a menos que lo llevara de la mano.

La única advertencia que tuvo Nynaeve fue la sensación del saidar abrazado muy cerca, y entonces la puerta se abrió de par en par empujada por un flujo de Aire y dio paso a Tarna Feir. Nynaeve y Elayne se pusieron de pie de un salto. Una Aes Sedai era una Aes Sedai, y algunos de esos trabajos de enterrar desechos se habían impuesto únicamente al considerarse merecidos según lo dicho por la propia Tarna.

La hermana Roja de cabello rubio y arrogante rostro cual mármol blanco las observó con ojos escrutadores.

—Vaya. La reina de Andor y la incapacitada espontánea.

—Todavía no, Aes Sedai —repuso Elayne con fría educación—. No hasta que me coronen en el salón del trono. Y únicamente en el caso de que mi madre esté muerta —añadió.

La sonrisa de Tarna habría congelado una tormenta de nieve.

—Por supuesto. Intentaron mantener tu presencia en secreto, pero los rumores corren por doquier. —Su mirada abarcó las estrechas camas, la banqueta destartalada, las ropas colgadas en clavijas y el yeso agrietado de las paredes—. Habría imaginado que teníais mejores aposentos, considerando todas las cosas milagrosas que habéis hecho. Si hubieseis estado en la Torre Blanca, que es donde deberíais estar, no me sorprendería ver que a estas alturas a ambas se os habría sometido a la prueba para alcanzar el chal.

—Gracias —dijo Nynaeve para demostrar que podía ser tan civilizada como Elayne. Tarna la miró y aquellos azules ojos hicieron que, en comparación, el resto de su semblante pareciera cálido—. Aes Sedai —se apresuró a añadir Nynaeve.

Tarna volvió la vista hacia Elayne.

—La Amyrlin siente un cariño especial por ti y por Andor. Ha organizado una búsqueda para dar contigo como jamás podrías imaginar. Sé que la complacería sobremanera si regresaras conmigo a la Torre.

—Mi lugar está aquí, Aes Sedai —El tono de Elayne continuaba siendo agradable, pero su barbilla se alzó igualando punto por punto la arrogancia de Tarna—. Regresaré a la Torre cuando lo hagan las demás.

—Entiendo —dijo inexpresivamente la Roja—. Muy bien. Puedes marcharte ahora. Quiero hablar con la espontánea a solas.

Nynaeve y Elayne intercambiaron una mirada, pero Elayne no podía hacer nada salvo saludar respetuosamente y marcharse.

Cuando la puerta se cerró, un cambio sorprendente se produjo en Tarna. Se sentó en la cama de Elayne, subió las piernas y las cruzó por los tobillos, para después recostarse en el destartalado cabecero mientras entrelazaba las manos sobre el estómago. Su semblante se desheló e incluso sonrió.

—Pareces inquieta. No lo estés: no voy a morderte.

Nynaeve le habría creído si los ojos le hubiesen cambiado también, pero la sonrisa no se reflejó en ellos un solo instante; en contraste, ahora parecían diez veces más duros y cien veces más gélidos. La combinación le puso la piel de gallina.

—No lo estoy —repuso, envarada, mientras plantaba los pies con fuerza en el suelo para no moverlos inconscientemente y dejar traslucir que estaba nerviosa.

—Ah, vaya. Te has ofendido, ¿no? ¿Por qué? ¿Porque te he llamado espontánea? Yo también lo soy, ¿sabes? Galina Casban en persona echó abajo mi bloqueo interno. Sabía el Ajah que elegiría antes incluso que yo y tomó un interés especial en mí. Siempre lo hace con aquellas que cree que elegirán el Rojo. —Sacudió la cabeza, riendo, en tanto que sus ojos seguían siendo unos cuchillos helados—. ¡Las horas que pasé aullando y sollozando antes de ser capaz de contactar con el saidar sin tener los ojos prietamente cerrados! No se puede tejer si no se ven los flujos, ¿comprendes? Tengo entendido que Theodrin está utilizando métodos más suaves contigo.

Nynaeve movió los pies a pesar de sí misma. ¡Sin duda Theodrin no intentaría nada por el estilo! No, por supuesto que no. Tensar las rodillas no aliviaba el nudo de nervios que le revolvía el estómago. De modo que no debería sentirse ofendida, ¿eh? ¿Tenía que olvidar también lo de «incapacitada»?

—¿De qué queríais hablar conmigo, Aes Sedai?

—La Amyrlin quiere que Elayne esté a salvo, fuera de peligro, pero en muchos aspectos tú eres igualmente importante. Puede que más. Lo que sabes sobre Rand al’Thor podría ser de un valor incalculable. Y también lo que sabe Egwene al’Vere. ¿Sabes dónde está?

Nynaeve habría querido limpiarse el sudor de la cara, pero se obligó a dejar las manos colgando a los costados.

—No la he visto desde hace mucho tiempo, Aes Sedai. —Meses, desde su último encuentro en el Tel’aran’rhiod—. ¿Puedo preguntaros qué…? —Nadie en Salidar llamaba Amyrlin a Elaida, pero se suponía que debía mostrarse respetuosa con esta mujer—. ¿Cuáles son las intenciones de la Amyrlin respecto a Rand?

—¿Intenciones, pequeña? Es el Dragón Renacido. La Amyrlin lo sabe y se propone darle todo el honor que merece. —La voz de Tarna adquirió un leve toque de intensidad—. Piensa, pequeña. Este grupo regresará al redil tan pronto como caigan en la cuenta del verdadero alcance de lo que han hecho, pero cada día será vital. Durante tres mil años la Torre Blanca ha guiado a dirigentes; habría habido más guerras y cosas peores sin la Torre. El mundo se enfrenta al desastre si al’Thor carece de guía. Pero no se puede guiar lo que se desconoce, al igual que es imposible encauzar con los ojos cerrados. Lo mejor para él es que regreses conmigo ahora y compartas con la Amyrlin lo que sabes sobre él, en lugar de dejar que transcurran semanas o meses. Y también lo mejor para ti. Aquí nunca podrán hacerte Aes Sedai. La Vara Juratoria está en la Torre, y la prueba sólo puede llevarse a cabo allí.

El sudor le producía escozor en los ojos a Nynaeve, pero ésta rehusó parpadear. ¿Es que esta mujer creía que podía sobornarla?

—La verdad es que nunca pasé mucho tiempo con él. Yo vivía en el pueblo mientras que él lo hacía en una granja situada en el Bosque del Oeste, a bastante distancia, ¿comprendéis? Lo que recuerdo con más claridad es a un chiquillo que nunca se avenía a razones. Había que empujarlo para que hiciera lo que debía o incluso arrastrarlo a la fuerza. Claro que eso ocurría cuando era pequeño. Puede que haya cambiado, no lo sé. Aunque casi todos los hombres son simplemente chiquillos que han crecido mucho, pero a lo mejor él ha madurado.

Durante unos instantes Tarna se limitó a mirarla. Aquellos gélidos ojos hicieron que los segundos parecieran larguísimos.

—Bien —dijo por último la Aes Sedai, y se puso de pie con tanta rapidez que Nynaeve estuvo a punto de retroceder un paso, aunque en el diminuto cuarto no había espacio para hacerlo. Aquella inquietante sonrisa no se borró del rostro de la mujer—. Qué grupo tan extraño el que se ha reunido aquí. Tampoco las he visto, pero tengo entendido que Siuan Sanche y Leane Sharif honran con su presencia Salidar. No son la clase de personas con las que una mujer inteligente se asociaría. Y quizá tampoco lo haría con otro tipo raro de gente, ¿no? Te convendría mucho más venir conmigo. Parto por la mañana, de modo que infórmame si he de esperarte en la calzada.

—Me temo que…

—Piénsalo, pequeña. Ésta puede que sea la decisión más importante que tengas que tomar en tu vida. Piénsalo muy bien. —La máscara amistosa se desvaneció, y Tarna salió del cuarto.

Por fin las rodillas de Nynaeve no aguantaron más tiempo derechas y al flaquear la dejaron sentada en la cama. La Aes Sedai había despertado tal cúmulo de emociones dispares dentro de ella que no sabía qué conclusiones sacar. La inquietud y la ira bullían entremezcladas con la euforia. Ojalá la Roja tuviese algún modo de comunicarse con las Aes Sedai de la Torre que buscaban a Rand. Oh, cómo le gustaría ser una mosca en la pared cuando intentaran poner en práctica la pauta que debían seguir con él de acuerdo con la valoración que ella le había dado. ¡Mira que intentar sobornarla! ¡Y asustarla! En esto último había hecho un buen trabajo. Tarna parecía tan segura de que las Aes Sedai de allí acabarían arrodillándose ante Elaida, como si fuera un resultado inevitable en el que sólo quedaba la duda respecto al momento oportuno. ¿Y la última insinuación se referiría a Logain? Nynaeve sospechaba que sí. Quizás Elaida contaba con partidarios en Salidar.

Nynaeve siguió esperando a que Elayne regresara y, cuando ya había pasado más de media hora sin que la muchacha apareciera, salió a buscarla; primero recorrió las calles de punta a punta a paso vivo, y después trotando y deteniéndose de vez en cuando para subirse a la lanza de un carro, a un barril puesto boca abajo o a una piedra grande a fin de atisbar entre las cabezas de la multitud. El sol había descendido hasta casi tocar las copas de los árboles cuando regresó al cuarto mascullando entre dientes. Y allí encontró a Elayne, quien obviamente acababa de llegar también.

—¿Dónde has estado metida? ¡Temía que Tarna te hubiese echado el lazo para llevarte con ella a la fuerza!

—Estaba consiguiendo esto de Siuan. —Elayne abrió la mano. Dos de los retorcidos anillos de piedra yacían en su palma.

—¿Es alguno el verdadero? La idea de cogerlos es buena, pero tendrías que haber intentado hacerte con el real.

—No he cambiado de opinión, Nynaeve. Todavía pienso que deberíamos quedarnos.

—Tarna…

—Sólo ha conseguido afirmarme más en mi decisión. Si nos marchamos, Sheriam y la Antecámara elegirán la integridad de la Torre en detrimento de Rand. Lo sé. —Puso las manos sobre los hombros de Nynaeve, y ésta no opuso resistencia para sentarse en la cama. Elayne hizo lo mismo en la suya y se inclinó hacia adelante con una expresión intensa en su semblante—. ¿Recuerdas lo que me dijiste sobre valerse de la necesidad para encontrar algo en el Tel’aran’rhiod? Lo que nos hace falta es un modo de convencer a la Antecámara de que no vuelva con Elaida.

—¿Cómo? ¿Y qué? Si lo de Logain no es suficiente…

—Sabremos qué es cuando demos con ello —afirmó la joven.

Nynaeve toqueteó su gruesa trenza con gesto absorto.

—¿Accederás a que nos marchemos si no encontramos nada? —preguntó—. No me hace ninguna gracia la idea de quedarnos aquí sentadas hasta que decidan ponernos bajo vigilancia.

—Accederé a irme siempre y cuando tú accedas a quedarte si damos con algo útil. Nynaeve, con todo lo que deseo verlo, sé que podemos hacer más a su favor estando aquí.

—De acuerdo —aceptó finalmente la antigua Zahorí tras una breve vacilación. Parecía un plan bastante seguro. Sin tener la más ligera idea de qué buscar no esperaba que encontraran nada en absoluto.

Si el día había transcurrido lentamente hasta entonces, a partir de ese momento dio la impresión de avanzar a paso de tortuga. Hicieron cola en una de las cocinas para coger unos platos con lonchas de jamón, nabos y guisantes. Era como si el sol se hubiese quedado colgado sobre las copas de los árboles durante horas. Casi todos los habitantes de Salidar se acostaban al anochecer, pero unas pocas luces aparecieron en algunas ventanas, especialmente en los edificios más grandes. La Antecámara ofrecía un banquete a Tarna esa noche. Fragmentos de música de arpa llegaban de vez en cuando desde la antigua posada; al parecer las Aes Sedai habían encontrado a un arpista entre los soldados y habían hecho que se afeitara y que se metiera en una especie de librea estrecha para él. La gente que pasaba ante la posada echaba rápidos vistazos al interior antes de continuar a buen paso, o hacía caso omiso de manera tan patente que prácticamente temblaba por el esfuerzo. De nuevo, Gareth Bryne era la excepción. Tomó su cena sentado en una caja en mitad de la calle; cualquier miembro de la Antecámara que mirara por la ventana tendría que verlo. Lenta, muy lentamente, el sol se metió tras los árboles y la oscuridad cayó repentinamente, sin apenas ocaso y con las calles vacías. La melodía del arpa comenzó de nuevo. Gareth Bryne siguió sentado en la caja, al borde de un rectángulo luminoso procedente del banquete de la Antecámara. Nynaeve sacudió la cabeza, sin saber si considerar al hombre digno de admiración o un completo necio. Un poco de ambas cosas, sospechaba.

Sólo cuando se encontró en la cama, con el jaspeado anillo ter’angreal ensartado junto al pesado sello de oro de Lan en el cordón que llevaba al cuello y la vela ya apagada, fue cuando se acordó de las instrucciones de Theodrin. En fin, ya era demasiado tarde para eso. De todos modos, Theodrin no sabría nunca si había dormido o no. ¿Dónde estaría Lan?

El ritmo de la respiración de Elayne se tornó más acompasado y lento; Nynaeve se acurrucó en la pequeña almohada mientras suspiraba y…

Se encontró a los pies de su cama vacía, mirando a una vaporosa Elayne a la extraña luz de la noche del Tel’aran’rhiod. Allí no podía verlas nadie. Puede que Sheriam o alguna otra del círculo rondara por el Mundo de los Sueños, o quizá Siuan o Leane. Cierto, ellas dos tenían derecho a visitar el Tel’aran’rhiod; pero, considerando su propósito de esa noche, ni la una ni la otra deseaba que nadie les hiciese preguntas. Por lo visto Elayne lo veía como una cacería; consciente o no de ello, se había soñado con un atuendo semejante al de Birgitte, con la chaqueta verde y los pantalones blancos. Parpadeó al reparar en el arco plateado que sostenía en la mano, y éste desapareció de inmediato junto con la aljaba.

Nynaeve comprobó su propia vestimenta y suspiró. Llevaba un vestido de seda azul propio para un baile, bordado con flores doradas alrededor del pronunciado escote y en hileras paralelas a lo largo de la amplia falda. Notaba los escarpines de terciopelo para bailar que calzaban sus pies. Lo que se llevaba puesto en el Tel’aran’rhiod no importaba realmente, pero ¿qué se le habría pasado por la cabeza para elegir algo así?

—Eres consciente de que quizás esto no funcione —dijo al tiempo que cambiaba su vestimenta a otra sencilla de la buena lana de Dos Ríos y unos fuertes zapatos. Elayne no tenía derecho a sonreír de ese modo. Un arco de plata, nada menos. ¡Ja!—. Se supone que por lo menos deberíamos tener alguna idea de qué estamos buscando.

—Tendremos que arreglárnoslas, Nynaeve. Según tú, las Sabias dicen que la necesidad es la clave; cuanto más apremiante la necesidad, mejor, e indiscutiblemente necesitamos hallar algo o la ayuda que le prometimos a Rand va a desvanecerse salvo por lo que Elaida tenga a bien conceder. No permitiré que ocurra eso, Nynaeve. No lo permitiré.

—Baja la barbilla, Elayne. Tampoco yo pienso permitirlo si hay algo que podamos hacer para evitarlo. Podríamos ponernos a ello. —Enlazó sus manos con las de la muchacha y cerró los ojos. Necesidad. Confiaba en que alguna parte de sí misma tuviese al menos cierta idea de qué era lo que necesitaban. Tal vez no ocurriría nada. Necesidad. De repente todo pareció desplazarse a su alrededor, y notó que el Tel’aran’rhiod se ladeaba y se deslizaba.

Abrió los ojos de inmediato. Cada paso dado usando la necesidad se daba a ciegas; y, aunque cada uno de ellos llevaba más cerca de lo que se buscaba, cualquiera de ellos podía conducir a un nido de víboras o hasta un león que podía arrancarle a uno la pierna de un mordisco.

No había ningún león, pero aun así se encontraban en un lugar inquietante. Era mediodía, pero eso no importaba, pues allí el tiempo fluía de manera diferente. Elayne y ella estaban agarradas de las manos en una calle adoquinada, rodeadas de edificios de ladrillo y piedra. Cornisas y frisos ornamentados decoraban las casas y los comercios por igual. Las tejas de las cúpulas formaban dibujos, y puentes de piedra y madera salvaban en arco la calle, a veces a tres o cuatro pisos de altura. Montones de basura, ropas viejas y muebles rotos se apilaban en las esquinas de las calles, y las ratas, muy abundantes, corrían de un sitio a otro, a veces deteniéndose para lanzarles chillidos desafiantes sin ningún temor. La gente que se soñaba a sí misma en el límite del Tel’aran’rhiod aparecía y desaparecía fugazmente. Un hombre cayó gritando desde uno de los puentes y desapareció antes de estrellarse contra los adoquines de la calle. Una mujer que chillaba aterrada y que llevaba las ropas desgarradas corrió hacia ellas una docena de pasos antes de desvanecerse repentinamente. Gritos y chillidos truncados levantaban ecos por las calles, y a veces se oían risas groseras con un atisbo de locura.

—Esto no me gusta —dijo Elayne con preocupación.

En la distancia, una esbelta torre blanca se alzaba sobre la ciudad superando con mucho a las demás, muchas de las cuales estaban unidas por pasarelas que, en comparación, hacían parecer bajas las que había cerca de donde estaban las dos mujeres. Se encontraban en Tar Valon, en la zona en la que Nynaeve había atisbado fugazmente a Leane la última vez que habían estado allí. La antigua Guardiana no se había mostrado muy comunicativa respecto a lo que había estado haciendo, salvo el comentario, acompañado por una sonrisa, de haberse ocupado de aumentar el temor reverencial y la leyenda que inspiraban las misteriosas Aes Sedai.

—No importa —manifestó tercamente Nynaeve—. Nadie en Tar Valon está enterado de lo del Mundo de los Sueños, así que no nos toparemos con ninguna persona. —El estómago se le revolvió cuando un hombre con el rostro ensangrentado apareció de repente, tambaleándose en su dirección. No tenía manos, sino que los brazos acababan en muñones por los que salía sangre a chorros.

—No me refería a eso —musitó Elayne.

—Sigamos con lo nuestro. —Nynaeve cerró los ojos. Necesidad.

Cambio.

Estaban en la Torre, en uno de los curvados pasillos adornados con tapices. Una novicia regordeta apareció de pronto a menos de tres pasos y sus ojos se abrieron de par en par al verlas.

—Por favor —sollozó—. ¡Por favor!

Y desapareció. Inopinadamente, Elayne dio un respingo.

—¡Egwene!

Nynaeve giró sobre sus talones, pero el pasillo estaba vacío.

—La he visto —insistió Elayne—. Sé que la vi.

—Imagino que también puede tocar el Tel’aran’rhiod en un sueño corriente, como todo el mundo —dijo Nynaeve—. Prosigamos con lo que hemos venido a hacer. —Empezaba a sentirse muy intranquila. Volvieron a enlazar las manos. Necesidad.

Cambio.

No era un almacén corriente. Los estantes llenaban las paredes y formaban dos cortas hileras en el suelo, siguiendo con precisión la línea de cajas de diversos tamaños y formas, algunas de madera corriente y otras talladas o lacadas, con objetos envueltos en paños, estatuillas y figuritas, y objetos de formas muy peculiares que parecían de metal o de cristal, de piedra o de porcelana vidriada. A Nynaeve no le hizo falta más para saber que tenían que ser objetos del Poder Único, probablemente ter’angreal en su mayor parte y puede que también algunos angreal y sa’angreal. Una colección tan dispar, almacenada con tanto esmero y en la Torre no podía ser otra cosa.

—No creo que tenga sentido seguir más adelante —opinó Elayne con desaliento—. No se me ocurre cómo podríamos sacar nada de aquí.

Nynaeve asestó un tirón a su trenza. Si realmente había algo en ese lugar que pudieran utilizar —tenía que haberlo, a no ser que las Sabias hubiesen mentido— entonces también debía haber un modo de llegar a ello en el mundo de vigilia. Los angreal y objetos por el estilo no se guardaban bajo estrecha vigilancia; cuando ellas vivían en la Torre, solían estar protegidos por un candado y una novicia de servicio. La puerta estaba hecha de gruesos tablones y cerrada con un cerrojo de hierro negro. Sin duda estaba echado, pero lo imaginó abierto y empujó.

La puerta se abrió a un cuarto de guardia. Unos estrechos catres, colocados unos encima de otros, llenaban una de las paredes, mientras que un astillero con alabardas ocupaba otra. Detrás de una pesada y destartalada mesa, rodeada de banquetas, había otra puerta reforzada con bandas de hierro y un pequeño hueco enrejado.

Al volverse hacia Elayne reparó de repente en que la puerta estaba cerrada de nuevo.

—Si no podemos conseguir lo que necesitamos aquí, tal vez lo hagamos en otro sitio. Quiero decir que quizás haya alguna otra cosa que nos sirva. Al menos ahora tenemos una pista. Me parece que todos esos objetos son ter’angreal que nadie ha descubierto todavía cómo utilizar. Tiene que ser la única razón para que estén vigilados, así. Podría ser peligroso incluso encauzar cerca de ellos. —Elayne la miró con mala cara.

—Pero, si lo intentamos otra vez, ¿no nos traerá al mismo sitio? —argumentó—. A menos que… A menos que las Sabias te dijeran cómo pasar por alto un sitio en la búsqueda.

No lo habían hecho, ya que no parecían muy dispuestas a contarle nada de nada; sin embargo, en un lugar donde se abrían cerrojos pensando simplemente que lo estaban, cualquier cosa era posible.

—Esto es exactamente lo que haremos. Fijaremos en la mente la idea de que lo que queremos no está en Tar Valon. —Nynaeve miró con el ceño fruncido los estantes y añadió—: Y apuesto a que es un ter’angreal que nadie sabe cómo utilizarlo. —Aunque no se le ocurría cómo podría ayudar algo así a Rand con la Antecámara.

—Necesitamos un ter’angreal que no se encuentra en Tar Valon —repitió Elayne, como queriendo convencerse a sí misma—. Muy bien, vamos a ello.

Alargó las manos y al cabo de un instante Nynaeve se las cogió. La antigua Zahorí no entendía por qué había acabado siendo ella la que había insistido en continuar. Al fin y al cabo, quería marcharse de Salidar, no encontrar una razón para quedarse. No obstante, si ello significaba asegurar que las Aes Sedai de Salidar respaldarían a Rand…

Necesidad. Un ter’angreal. No en Tar Valon. Necesidad.

Cambio.

Estuvieran donde estuviesen, la ciudad bajo la mortecina luz del alba no era Tar Valon. A menos de veinte pasos de distancia, la ancha calle pavimentada daba paso a un blanco puente de piedra con estatuas a ambos lados y cuyo arco se extendía sobre un canal encauzado entre piedras. A cincuenta pasos de distancia había otro. Por doquier se divisaban esbeltas torres circundadas por balcones, semejantes a lanzas seccionadas en tramos por ornamentaciones. Todos los edificios eran blancos, y las puertas y ventanas estaban rematadas por arcos puntiagudos, en ocasiones dobles o triples. En los edificios más grandes, amplias balconadas de hierro forjado pintado en blanco, con intrincadas rejas forjadas a guisa de pantallas que impedían ver a quien hubiese dentro, se asomaban a las calles y canales, y las níveas cúpulas, ribeteadas con colores escarlatas o dorados, se elevaban hasta acabar en puntas tan agudas como las torres.

Necesidad. Cambio.

Podría haberse tratado de otra ciudad distinta. La calle era angosta y con el pavimento irregular, flanqueada por edificios de cinco o seis pisos de altura, con el enjalbegado exterior agrietado y desconchado en muchos sitios, de manera que se veían los ladrillos de debajo. Aquí no había balcones y las moscas zumbaban en el aire; resultaba difícil saber si todavía estaba amaneciendo a causa de las sombras que envolvían la parte inferior de la calle.

Intercambiaron una mirada. No parecía muy probable que encontraran un ter’angreal en tal lugar, pero habían llegado demasiado lejos para detenerse ahora. Necesidad.

Cambio.

Nynaeve estornudó antes de haber abierto los ojos, y volvió a estornudar una vez que los abrió. Cada movimiento de sus pies levantaba nubes de polvo. Este almacén no se parecía en nada al de la Torre. Arcones, cajas y barriles abarrotaban el pequeño cuarto, apilados de cualquier forma unos sobre otros, dejando apenas un espacio para andar entre medias, y todo cubierto por una espesa capa de polvo. Nynaeve estornudó tan fuerte que creyó que se saldría de los zapatos… Y el polvo desapareció por completo, hasta la última mota. Elayne exhibía una sonrisilla satisfecha. Nynaeve no dijo nada, limitándose a fijar en su mente la imagen del almacén sin polvo. Tendría que haber pensado en ello.

Echó un vistazo al revoltijo de objetos y suspiró. El cuarto no era más grande que aquel en el que sus cuerpos dormían en ese momento, en Salidar, pero buscar entre todo aquel embrollo…

—Tardaríamos semanas.

—Podríamos intentarlo otra vez. Puede que así al menos supiéramos entre qué cosas buscar. —La voz de Elayne ponía de manifiesto que albergaba tantas dudas como la propia Nynaeve.

Aun así, la sugerencia era tan buena como cualquier otra, de modo que Nynaeve cerró los ojos y de nuevo se produjo el desplazamiento.

Cuando volvió a mirar, estaba de pie al final del pasillo, al otro extremo de la puerta, de cara a un arcón cuadrado de madera que le llegaba más arriba de la cintura. Los herrajes de hierro parecían estar completamente oxidados, y el propio arcón tenía el aspecto de haber pasado los últimos veinte años recibiendo martillazos. Nynaeve era incapaz de imaginar un recipiente más inadecuado para guardar algo útil, y menos un ter’angreal, pero Elayne estaba de pie a su lado, contemplando el mismo arcón.

La antigua Zahorí puso una mano sobre la tapa —pensando que los goznes se abrirían fácilmente— y tiró de ella hacia arriba. No sonó el menor chirrido. Dentro, dos espadas llenas de herrumbre y un peto tan oxidado que tenía un agujero yacían sobre una maraña de paquetes envueltos en trapos y lo que parecía ser un apretado montón de ropa vieja de alguien y un par de hornillos. Elayne rozó una pequeña tetera con el pitorro roto.

—Semanas no, pero sí el resto de la noche.

—¿Lo intentamos de nuevo? —sugirió Nynaeve—. No tenemos nada que perder.

Elayne se encogió de hombros. Cerraron los ojos. Necesidad.

Nynaeve alargó la mano y sus dedos se posaron en algo duro y redondo, cubierto con un trapo que se deshacía al tocarlo. Cuando abrió los ojos, la mano de Elayne estaba justo pegada a la de ella. La sonrisa de la joven le llegaba de oreja a oreja.

Sacarlo no resultó tan fácil. No era pequeño, y tuvieron que retirar chaquetas harapientas, ollas abolladas y paquetes cuya envoltura se deshizo dejando a la vista figurillas, tallas de animales y toda clase de trastos inútiles. Una vez que lo hubieron sacado, tuvieron que sostenerlo entre las dos; tenía una forma redonda y aplastada y estaba envuelto en trapos podridos. Tras quitarlos, resultó ser un cuenco somero de grueso cristal, de más de medio metro de diámetro y tallado por dentro del vidrio con lo que parecían nubes arremolinadas.

—Nynaeve —dijo lentamente Elayne—. Creo que esto es…

La otra mujer dio un respingo y estuvo a punto de soltar el lado que sostenía cuando de repente se tornó de un pálido color azul acuoso y las nubes talladas empezaron a desplazarse lentamente. Un instante después, el cristal volvía a ser transparente y las nubes permanecieron inmóviles. Sólo que Nynaeve estaba segura de que eran distintas de las de antes.

—Lo es —exclamó Elayne—. Es un ter’angreal. Y apostaría cualquier cosa a que tiene que ver con el tiempo. Sin embargo no estoy lo bastante fuerte para hacer que funcione.

Nynaeve tragó saliva e intentó apaciguar los desbocados latidos que sentía en su corazón.

—¡No lo hagas! ¿Es que no te das cuenta de que podrías neutralizarte manipulando un ter’angreal sin saber cuál es su función específica?

La muy necia tuvo la sangre fría de lanzarle una mirada sorprendida.

—Para eso es para lo que hemos venido, Nynaeve. ¿Es que crees que haya alguien que sepa más que yo sobre los ter’angreal?

Nynaeve resopló. Sólo porque tuviera razón no significaba que no pudiera hacerle una pequeña advertencia.

—No digo que no sea maravilloso si con este objeto se puede hacer algo respecto al tiempo, porque lo es, pero no veo cómo puede tratarse de lo que necesitamos. Esto no cambiará la decisión de la Antecámara respecto a Rand.

—«Lo que necesitas no es siempre lo que quieres» —citó la joven—. Lini solía decir eso cuando no me dejaba ir a cabalgar o trepar a los árboles, pero quizá sirva también con esto.

Nynaeve volvió a resoplar. Puede que fuera así, pero ahora mismo ella quería encontrar lo que quería. ¿Acaso era mucho pedir?

El cuenco se desvaneció en sus manos y ahora le llegó el turno a Elayne de dar un respingo mientras rezongaba que nunca se acostumbraría a que ocurriera eso. También el arcón se había cerrado.

—Nynaeve, cuando encaucé en el cuenco, sentí… No es el único ter’angreal en este cuarto. Creo que también hay angreal y puede que incluso sa’angreal.

—¿Aquí? —inquirió Nynaeve con incredulidad al tiempo que miraba en derredor el abarrotado cuartucho. Sin embargo, si había uno ¿por qué no podía haber dos, o diez o incluso un centenar?—. ¡Luz, no vuelvas a encauzar! ¿Y si haces que alguno funcione por accidente? Podrías neutralizar…

—Sé lo que hago, Nynaeve. De verdad. El siguiente paso es descubrir dónde está esta habitación.

Aquello no resultó tarea fácil. Los goznes eran una sólida masa de herrumbre, pero, encontrándose en el Tel’aran’rhiod, la puerta no fue un impedimento. Los problemas empezaron después. El oscuro y estrecho corredor de fuera tenía sólo un ventanuco a un extremo, y por él sólo se veía una encalada pared desconchada al otro lado de la calle. Bajar los estrechos peldaños de la escalera de piedra no sirvió de nada. La calle era una copia de aquella en que habían aparecido la primera vez que habían visto ese barrio de la ciudad, fuera la que fuese, con todos los edificios tan iguales que apenas se diferenciaban. Las pequeñas tiendas que había a lo largo de la calle no tenían letreros, y la única indicación de las posadas eran las puertas pintadas de azul. El rojo parecía señalar las tabernas.

Nynaeve echó a andar buscando alguna edificación que le sirviera de referencia, algo que precisara con exactitud dónde se encontraban. Algo que indicara qué ciudad era. Cada calle que recorrió parecía igual que la anterior, pero no tardó en encontrar un sencillo puente de piedra, distinto de los otros que habían visto y sin estatuas. Desde el centro de su arco sólo alcanzó a ver el canal, que se unía a otros en ambas direcciones, y más puentes y más edificios enjalbegados. De repente se dio cuenta de que estaba sola.

—¿Elayne? ¡Elayne!

La joven rubia apareció en una esquina, cerca del arranque del puente.

—Ah, estás ahí —dijo Elayne—. Este sitio hace que la madriguera de un conejo parezca bien planeada. Volví la cabeza un momento y desapareciste. ¿Has encontrado algo?

—Nada. —Nynaeve bajó la vista de nuevo hacia el canal antes de reunirse con la muchacha—. Nada que nos sirva de ayuda.

—Al menos sabemos con certeza dónde nos hallamos. En Ebou Dar. Tiene que ser esa ciudad. —La chaqueta corta y los amplios pantalones que llevaba se transformaron en un vestido de seda verde con grandes chorreras colgándole sobre las manos y un cuello alto complejamente bordado, aunque el escote era lo bastante bajo para mostrar un buen trozo del canal entre los senos—. No se me ocurre otra ciudad con tantos canales excepto Illian, y esto ciertamente no es Illian.

—Confío en que no —musitó Nynaeve. No se le había pasado por la cabeza en ningún momento que su búsqueda a ciegas pudiera llevarlas a la guarida de Sammael. Su propio vestido había cambiado, advirtió, en un traje azul profundo muy adecuado para viajar, completo con un guardapolvo de lino. Hizo desaparecer esta última prenda, pero dejó lo demás.

—Te gustaría Ebou Dar, Nynaeve. Las Zahoríes ebudarianas saben más que nadie sobre hierbas. Pueden curarlo todo. No les queda más remedio, porque los ebudarianos se baten en duelos por un simple estornudo, tanto nobles como plebeyos, hombres o mujeres. —Elayne soltó una risita—. Thom dice que solía haber leopardos aquí, pero que emigraron porque Ebou Dar les parecía un sitio demasiado puntilloso para ser de su agrado.

—Eso está muy bien —repuso la otra mujer—; pero, por lo que a mí respecta, pueden atravesarse de parte a parte unos a otros tantas veces como quieran. Elayne, teniendo en cuenta lo que hemos conseguido hasta ahora, podríamos haber dejado los anillos y limitarnos a dormir. Soy incapaz de regresar a ese cuarto desde aquí aunque fueran a darme el chal cuando llegase allí. Si hubiese algún modo de hacer un mapa…

Hizo una mueca. Eso era tanto como pedir que a uno le crecieran alas en el mundo de vigilia; si fuera posible sacar un mapa del Tel’aran’rhiod podrían llevarse el cuenco de cristal, simplemente.

—Entonces tendremos que venir a Ebou Dar y buscar —manifestó Elayne con tono decidido—. En el mundo real. Al menos sabemos en qué zona de la ciudad registrar.

Nynaeve se llenó de alegría. Ebou Dar se encontraba a unos pocos cientos de kilómetros Eldar abajo desde Salidar.

—Eso me parece una idea excelente. Y nos llevará lejos del pueblo antes de que todo se nos venga encima.

—Oh, vamos, Nynaeve. ¿De verdad sigue siendo eso lo más importante para ti?

—No me negarás que es algo importante. ¿Se te ocurre alguna otra cosa que podamos hacer aquí? —Elayne sacudió la cabeza—. Entonces, podríamos regresar. Me gustaría disfrutar de un poco de verdadero sueño esta noche.

No había forma de calcular el tiempo que transcurría en el mundo de vigilia mientras se estaba en el Tel’aran’rhiod; a veces una hora allí también era una hora aquí, y otras veces un día o más. Con suerte, parecía que no funcionaba del mismo modo a la inversa o, al menos, no con tanta diferencia, porque de otro modo uno habría podido morirse de hambre mientras dormía.

Nynaeve salió del sueño…

Y abrió los ojos de golpe, viendo la almohada que estaba tan empapada de sudor como ella misma. Ni el más leve soplo de aire entraba por la ventana abierta. El silencio había caído sobre Salidar, y el sonido más fuerte que se oía eran los tenues gritos de las garzas nocturnas. Se sentó en la cama, desató el cordón que llevaba al cuello y sacó el retorcido anillo de piedra, deteniéndose un instante para acariciar el grueso sello de oro de Lan. Elayne rebulló y enseguida se sentó y bostezó; luego encendió un resto de vela encauzando.

—¿Crees que servirá de algo? —preguntó en voz queda Nynaeve.

—No lo sé. —Elayne contuvo otro bostezo llevándose la mano a la boca.

¿Cómo se las arreglaba para seguir estando bonita bostezando, con el cabello revuelto y una raya roja marcada en la mejilla por un doblez de la almohada? Ése sí que era un secreto que las Aes Sedai deberían investigar.

—Lo único que sé con certeza —continuó la joven— es que ese cuenco de cristal podría hacer algo para cambiar el tiempo. Y sé que un alijo de ter’angreal y angreal debe ponerse a cargo de las manos adecuadas. Tenemos el deber de entregárselo a la Antecámara. Al menos, a Sheriam. Y sé que, si tal cosa no influye en que respalden a Rand, seguiré buscando hasta encontrar algo que sí lo haga. Y también sé que quiero dormir. ¿No podríamos hablar de esto por la mañana?

Sin esperar a que respondiera, apagó la vela, volvió a hacerse un ovillo en la cama y, tan pronto como apoyó la cabeza en la almohada, empezó a respirar acompasada y lentamente.

Nynaeve volvió a tumbarse, con la mirada prendida en el techo a través de la oscuridad. Al menos se pondrían en camino hacia Ebou Dar muy pronto. Tal vez mañana mismo. Un día o dos, como mucho, para prepararse para el viaje y detener a un barco fluvial que fuera de paso. Por lo menos…

De repente se acordó de Theodrin. Si necesitaban un par de días para prepararlo todo, Theodrin querría tener dos sesiones, tan seguro como que un pato tenía plumas. Y esperaba que ella no durmiera esa noche. Era imposible que supiera si lo había hecho o no, pero…

Suspirando hondo, se levantó de la cama. No había mucho espacio para caminar por el cuarto, pero se arregló con lo que tenía y se fue enfureciendo más y más a cada momento que pasaba. Lo único que quería era marcharse. Había dicho que no se le daba bien lo de rendirse, pero tal vez sí que estaba cogiendo bastante experiencia en eso de escapar. Sería maravilloso encauzar cada vez que quisiera. Ni siquiera advirtió que las lágrimas empezaban a deslizarse por sus mejillas.

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