Capítulo Dos

No estaba segura, pero un rayo debió despertarla. Fuera lo que fuera, temblaba de miedo. Las sombras de la habitación la rodeaban, amenazadoras.

Se dijo que era ridículo sentirse así. Sabía que no había nada que temer. Sin embargo, cayó un nuevo rayo y en la breve iluminación que le siguió, Ashley vió el rostro de un hombre contra la ventana.

Tenía que ser Wesley. Había venido a por ella. Ashley no podía respirar.

Pronto se dio cuenta de que estaba equivocada. Lo que había creído que era un hombre no era más que una planta del exterior. No había razón para preocuparse.

Aunque lo intentó, no logró calmarse. Todo lo que la rodeaba resultaba amenazador: el viento, los destellos de luz repentinos, la lluvia. Odiaba sentirse como una chiquilla, pero estaba atemorizada.

Se levantó del sofá y se envolvió en la manta, acercándose al otro dormitorio, calladamente. El corazón le latía con fuerza. Temía que en cualquier momento alguna de aquellas sombras se convirtiera en un ser temible, pero consiguió entrar en la habitación de Kam sin hacer ruido.

Se acercó hasta la silla que estaba al lado de la cama, se sentó y se arrebujó en la manta. Sólo entonces miró a Kam.

Descansaba inmóvil bajo la manta, con un brazo abrazando la almohada. Parecía muy alto.

El pulso de Ashley se normalizó. No tenía de qué preocuparse. Dejando escapar un suspiro se acomook, cn la silla. Sólo deseaba volver a dormirse.

Sin embargo, no conseguid conciliar el sueño. Cada terminación nerviosa de su cuerpo estaba despierta y su mente funcionaba a doble velocidad. No dejaba de pensar en todo lo que había hecho mal, en todo lo que no debía haber hecho, todo lo que podría pasarle si no tenía cuidado.

Tenía motivos para no dejar de pensar. No todos kos días se escapa uno de su boda. En aquel momento de la noche, Ashley pensó que tal vez se había comportado estúpidamente.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Kam, levantando la cabeza al ver a Ashley-. ¿Qué haces aquí?

Ella se revolvió en el asiento.

– Lo siento, no quería despertarte -dijo.

Kam frunció el ceño. Apenas podía vislumbrar la cara de Ashley en la oscuridad..

– Te pasa algo? -preguntó.

– No quiero molestarte. Sigue durmiendo.

Kam se incorporó, apoyándose en el codo.

– ¿Acaso crees que puedo dormirme contigo contemplándome desde ahí? -preguntó.

– Prometo no mirarte -dijo Ashley, buscando las palabras para expresar lo que ella misma no entendía-. Necesito estar cerca de un ser humano en este momento. No puedo evitarlo.

Kam la observó, preguntándose si era tan inocente como parecía, o si tenía alguna intención oculta. Se sentó con los pies fuera de la cama y la sábana alrededor de las caderas.

– ¿Tienes frío? -preguntó, sorprendido al verla temblar. A pesar de la lluvia, la temperatura era agradable.

– No -negó ella, vehemente-. Te aseguro que estaré bien si dejas que me quede. Te prometo no hacer ruido. Tú duermete.

Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Kam podía verlas en la penumbra. Se preguntó si la había herido sin pretenderlo. Siempre le pasaba lo mismo con las mujeres. No las entendía. Se sentía incómodo e inútil, como si un cachorro le hubiera despertado en mitad de la noche reclamando su atención. Él tan solo quería volver a dormirse. Pero aquel cachorro tenía una expresión enternecedora.

– Por qué lloras? -le preguntó, bruscamente.

Ashley volvió la cara.

– No estoy llorando -respondió, poniéndose a la defensiva.

– ¿Por qué tienes mojada la cara? -insistió él. Ashley se secó la cara con el dorso de la mano. -No me pasa nada. Preferiría que me ignoraras y te durmieras.

– Cierra los ojos -ordenó él.

Ella le miró con los ojos abiertos de par en par. -Por qué?

– Porque voy a levantarme -dijo él-. Y no llevo nada puesto.

Ashley reprimió con dificultad una carcajda. -No puedo ver nada en la oscuridad -dijo. -Me da lo mismo. Cierra los ojos.

Ashley obedeció, tapándose los ojos con un brazo, riéndose para sus adentros del pudor que Kam mostraba.

Kam se levantó y fue al vestidor. Buscó en el cajón de la cómoda hasta que encontró unos pantalones de pijama y se los puso apresuradamente.

– Espera un momento -dijo, malhumorado-. Te voy a traer un vaso de leche. Te ayudará a dormir.

– No quiero nada -protestó Ashley, a la vez que Kam desaparecía en dirección a la cocina. Dejó caer el brazo y suspiró. Odiaba la leche, pero era una idea enternecedora.

Kam volvió rapidamente con un vaso de leche para cada uno.

– Toma -dijo, pasándole uno de los vasos-. Ha vuelto la luz.

Ashley sonrió en la oscuridad.

– No vas a encenderla? -preguntó.

– No -respondió Kam, sentándose en el borde de la cama-. Hacerlo sería aceptar que no vamos a volver a dormir, y no estoy dispuesto a rendirme.

– Lo siento -dijo Ashley, en un susurro, tomando el vaso entre las dos manos pero sin beber-. Te estoy causando muchas molestias. Sentí tanto miedo que tuve que venir.

Volvió a temblar. Kam frunció el ceño, preguntándose cuál sería su problema.

– Necesitas otra manta? -preguntó.

Ashley sacudió la cabeza.

– No, gracias. Estoy bien -dijo, dejando el vaso lleno sobre la mesilla-. Ha sido un día difícil.

– Entiendo -dijo Kam, relajándose al suponer que no tendría nada que ver con él-. También lo ha sido para mí.

Recordó la expresión de Jerry aquella tarde en el juzgado, y la ira del abogado defensor, gritándole indignado.

– Que le estás haciendo a mi cliente? -le había gritado-. ¿Acaso no tienes compasión, no tienes corazón? ¿Te queda algo de sangre en esas venas de hielo, o eres un androide programado para destruir a los seres humanos?

Jerry había agarrado a Kam por las solapas.

Eres un desgraciado y estás acabando conmigo! Y lo peor es que no te importa.

Su voz sonaba como un eco en la mente de Kam. Jerry tenía razón. Ya no tenía corazón. El tiempo le había demostrado que no valía la pena tenerlo.

A pesar de todo, la invectiva de Jerry le había afectado y había decidido ir a descansar a la isla. Hacía tiempo que necesitaba un descanso y había decidido tomárselo aquel fin de semana. Había ansiado llegar al silencio de la casa. No se le había ocurrido que tendría compañía desde el principio.

– Hay algo que sigo sin entender -dijo, entrecerrando los ojos-. ¿Qué os hizo pensar a Mitch y a tí que una mujer en traje de novia pudiera excitarme?

Ashley suspiró, volviendo el rostro hacia él. Había llegado la hora de decirle la verdad.

– Tengo que decirte una cosa -dijo, quedamente-. No conozco a nadie que se llame Mitchell.

Kam tardó un rato en darse cuenta de lo que aquello significaba. Pestañeó, preguntándose si había entendido correctamente.

– ¿Qué quieres decir?

– Debía habértelo dicho desde el principio, pero no me diste la oportunidad. Nadie me ha hecho venir -Ashley se sintió mejor al decir la verdad, a pesar de que sabía que a Kam no le gustaría-. Entré por la ventana de atrás porque necesitaba un lugar en el que pasar la noche.

Kam la miró fijamente. Al fin entendía. Ashley no había cobrado para destrozarle la vida, sino que lo hacía gratis.

– Puesto que no eres más que una vulgar delincuente, no me siento responsable por ti -dijo.

Ashley asintió con la cabeza y se encogió de hombros, sintiéndose culpable pero aliviada.

– Así es.

Kam juró entre dientes. Se sentía estúpido. Debía haber hecho lo que pensó en un principio y echarla inmediatamente. Sin embargo, ya era demasiado tarde.

– Debería llamar a la policía -dijo, fríamente, sus ojos llameantes de ira-. Ellos te darán un sitio seco y cálido donde dormir.

Ashley se estremeció.

– Si eso es lo que quieres, hazlo, pero…

– ¿Pero qué? -refunfuñó él.

La voz de Ashley sonaba dulce y afligida.

– Preferiría que no lo hicieras.

Kam no pensaba llamar a la policía, pero no estaba dispuesto a dejarselo saber, al menos por el momento.

– Está bien -dijo, malhumorado-. ¿Por qué estás en mi casa?.

Ashley vaciló, dirigiendo una mirada perdida a su alrededor.

– Se supone que esta noche celebraba mi boda -dijo, suavemente.

Eso explicaba el traje de novia. Kam asintió en la oscuridad.

¿Qué ocurrió?

– Huí antes de la ceremonia.

– ¿Cómo dices? -estaba claro que estaba loca. Nadie en su sano juicio haría una cosa así, pensó Kam-. No me lo creo. Esas cosas no pasan.

Ashley sonrió entristecida.

– Yo lo he hecho.

Kam se indignó, sin saber con precisión cuál era la causa de su enfado.

– ¿Por qué? -preguntó, esperando encontrar una explicación.

Esa era la cuestión. Ashley no estaba segura de haber encontrado la respuesta a esa pregunta. No llegaba a estar segura.

– De pronto me di cuenta de que se trataba de un tremendo error -dijo.

Kam se alejó de ella. En su rostro se dibujaba una sonrisa cínica. Estaba claro que era una mujer superficial, del tipo que él odiaba. Aquéllas cuyo comportamiento era irracional, capaces de pasar de una cosa a otra sin una causa aparente, sin motivo alguno. Al menos él era capaz de entender los impulsos de los que se ocupaba en el juzgado, pero los que dominaban a las mujeres eran un auténtico misterio. En conjunto, eran unos seres inescrutables.

– ¿Dejaste a tu prometido plantado, esperándote? -dijo, acusador.

Ashley asintió con la cabeza. Sabía que sería difícil hacerle comprender.

– Traté de decírselo. Lo intenté a lo largo de la semana, pero no me escuchaba.

Kam la miró, escéptico.

– Tal vez debieras haber sido más directa, haberle devuelto el anillo de compromiso y decírselo a la cara.

Ashley se volvió hacia él, tratando de vislumbrar sus ojos, pero sólo pudo apreciar la silueta de su cuerpo sentada en la cama.

– Eso hice -protestó-. Pero todo el mundo se rió de mí, pensando que bromeaba.

– Entiendo -dijo Kam, creyendo confirmada su teoría de que se trataba de una mujer caprichosa-. Supongo que eres famosa por tu sentido del humor.

– Así es -respondió ella, sin añadir que hubo un tiempo, hacía ya mucho, en el que se la consideraba la sal de todas las fiestas.

Kam dejó el vaso con un gesto brusco. Así que ll.Ibía cambiado de opinión y había dejado plantado al novio, pensó.

No entendía cuál era el problema de las mujeres. Tal vez disfrutaba del poder que ejercían sobre los liotiibres. Él no pensaba dejarse dominar por ninguna de ellas. Ya había tenido la oportunidad de comprobar lo doloroso que podía ser.

– ¿Con quién pensabas casarte? -preguntó, indiferente. A pesar de haber crecido en aquella zona de la isla, no esperaba conocer a la persona que Ashley mencionara.

– Se llama Wesley.

– ¿Wesley Butler? -cortó Kam-. ¡Bromeas!

Ashley le miró sorprendida.

– ¿Lo conoces?

– Si -respondió Kam, a la vez que encendía la luz para observarla con detenimiento. Ella le miraba desde la silla, envuelta en la ropa de cama. Kam frunció el ceño. Parecía más indefensa que nunca. Sus ojos azules le contemplaban ansiosos y su cabello rubio le enmarcaba el rostro dándole un aspecto etéreo. Pensó que no era el tipo de Wesley.

– ¿Por qué querías casarte con un cretino como ese? -preguntó, sin rodeos.

Ashley, sorprendida, rió abiertamente.

– Esa es la cuestión -dijo, animada-. Cuando llegué aquí y pasé varios días enteros con él, me di cuenta de que no quería casarme.

Kam reprimió una sonrisa de complicidad. Quería mantenerse distante. Algo le decía que sería lo mejor.

– ¿De qué conoces a Wesley -preguntó, contenta de que la luz estuviera encendida y así poder ver los ojos de Kam-. ¿Fuiste con él al colegio?

– ¿A1 colegio -Kam hizo una mueca-. No. Wesley fue a los colegios más caros y yo a uno público, junto con los demás mortales.

Ashley se mordió el labio. También ella había ido a los mejores colegios, pero no quería que Kam lo supiera por el momento. Parecía estar resentido con la gente rica.

– Estuvimos en el mismo equipo de natación -continuó Kam-. Teníamos trece o catorce años. Siempre competíamos por el record de espalda.

– ¿Quién ganaba?

– Normalmente yo -su expresión se iba oscureciendo a medida que recordaba el pasado-. Cuando la cosa va en serio, no suelo dejar que me ganen -murmuró.

Ashley lo observó con un escalofrío. Había algo en él frío como el acero, que era imposible ignorar.

– ¿Cómo os conocistéis -preguntó Kam, secamente.

– Nuestras familias han sido siempre amigas. Algunas veces pasaba con nosotros las vacaciones en La Jolla.

Ashley sabía que esa era suficiente pista para que Kam descubriera su origen. Le miró fijamente, tratando de observar algún cambio en su actitud. Kam no se inmutó. Sus ojos mantenían una expresión dura.

– Luego coincidimos en la universidad de East Coast -continuó Ashley-. Él era unos años mayor y se convirtió en mi protector.

– ¿Has ido a la universidad? -preguntó Kam, sorprendido.

Ashley le miró también sorprendida, más divertida que ofendida.

– No sólo a una, sino a varias -respondió.

– ¿No sabías con cuál quedarte?

– No. Me echaron.

– ¿Te llevaste un novio al dormitorio? Ashley rió.

– Eso ya no se castiga -dijo, con un suspiro-. I'rrtenecía a un grupo de defensa de los animales y decidirnos liberar a las ratas y los conejos del laboratorio de ciencias. Fue un desastre. La mayoría de los Onejos no habían vivido nunca en libertad y fueron atropellados. Las ratas invadieron el vecindario.

– Y os descubrieron.

– Así es. Y nos echaron. Ahora estoy de acuerdo con que lo hicieran. Cuando trabajé como voluntaria en un hospital de niños en estado terminal, descubrí la importancia de la experimentación en medicamentos. Si hay que elegir entre los niños y las ratas, prefiero estar del lado de los que quieren salvar a los niños.

Kam empezaba a pensar que estaba frente a una mujer extraña. Frunció el ceño. Al saber que estaba prometida a Wesley había asumido que pertencía a una familia tan rica como la de él. Sin embargo, había trepado a una modesta casa en la playa para huir de los suyos.

Wesley y ella habían crecido juntos, habían ido a la misma universidad. Hacía tiempo que no veía a Wesley, pero por lo que había oído, seguía siendo el mismo cretino de siempre.

– Si fuisteis juntos al colegio, debéis conoceros desde hace mucho tiempo -comentó Kam, pensativamente.

Ashley echó la cabeza hacia atrás y rió. Aquel hombre no se andaba con rodeos. Era una característica que a la larga podía llegar a desagradarle, pero no habría oportunidad de comprobarlo. Por el momento, le hacía reír.

– Veo que me has descubierto -bromeó-. Yo pensaba que me creerías una jovencita de veinte años.

– No te comportas como la típica veinteañera distraída que ríe por cualquier cosa.

– No todas son así.

– Casi todas las que yo he conocido, sí. -Debe ser un estilo que odias. -Así es.

– Podría incluso aventurar que odias a todas las mujeres.

Kam hizo una mueca de rechazo pero a la vez esbozó una sonrisa.

– Yo no diría tanto como eso -dijo, lentamente-. Pero tengo que admitir que no me gustan los juegos de las mujeres.

– Juegos -repitió Ashley. Ojalá sólo fueran juegos, pensó. Pero era difícil considerarlos tan sólo eso cuando alteraban toda una vida.

– De todas formas, estoy haciendo trampa -dijo Kam-. Sé los años que tienes porque sé los que tiene Wesley. No te lo tomes a mal.

Ashley empezaba a tener la impresión de que a Kam no le gustaba que nada se tomara personalmente. Parecía distanciado de todo compromiso emocional, incapacitado para tener sentimientos extremos de cualquier signo.

– Cuéntame qué pasó -inquirió Kam-. ¿Qué te hizo pensar que Wesley no era el hombre con quien querías casarte?

Ashley se arrebujó en la manta. No quería hablar de ello, pero sabía que debía una explicación al hombre que la había ayudado en un momento tan desesperado.

– Todo empezó muy bien -dijo, distraídamente, tratando de recordar la última semana-. Los Wesley t enen una casa maravillosa, con una impresionante vista al océano.

– Es maravillosa si te gustan las cosas ostentosas -interrumpió Kam.

Ashley le miró. Otra vez asomaba el resentimiento hacia la gente rica, y se preguntó qué razones ocultas lo habían provocado.

– Todo fue bien hasta que llegó mi familia -continuó Ashley, ignorándole.

– Vinieron a la boda?

Ashley asintió con la cabeza.

– Mi madre vino con su último no vio y mi padre con su novia. Nadie me prestaba atención.

Kam comenzaba a entender el problema. Ella deseaba ser el centro de atención durante su boda y al no conseguirlo, tuvo una rabieta y decidió escapar.

– Eres una niña rica y mimada, ¿verdad? -dijo, sarcástico-. Como no eras el centro de atención, decidiste escapar para volver a serlo. Como una niña pequeña deja de respirar y amenaza con ahogarse o un niño con comerse unos gusanos.

– No estoy mimada -replicó Ashley, indignada. ¿Cómo podía estarlo si nadie se había ocupado de ella en toda su vida?-. No lo hice para intentar reclamar su atención.

– Entonces ¿por qué lo hiciste?

Esa era una buena pregunta que Ashley no sabía cómo contestar.

– Te dio una pataleta -continuó Kam, con frialdad-. Te escapaste y acabaste aquí. ¿Qué vas a hacer ahora?

– No estoy segura -balbuceó Ashley

Una mujer a la escapada y sin un plan por delante, reflexionó Kam. Lo mejor sería que volviera a su casa y se enfrentara a la situación. Cualquier persona en su sano juicio haría eso. No tenía que esconderse para no casarse con Wesley. Debía tener la valentía de decir a los que amaba exactamente lo que sentía.

– Mientras tanto, tu familia debe estar preocupada -le recordó-. Probablemente están rastreando la zona en tu busca.

Ashley sacudió la cabeza.

– Me extrañaría. Llamé y dejé un mensaje diciendo que estaba bien. Además, estarán todavía en la fiesta.

Kam la miró, sorprendido.

– ¿Cómo van a tener una fiesta si la boda se ha cancelado?

Ashley soltó una carcajada.

– Los gastos estaban ya pagados y mi madre no desperdiciaría nunca una buena fiesta.

Kam notó que tras la risa se ocultaba un sentimiento doloroso. Por primera vez pensó que Ashley debía tener más razones de las que él había asumido. A pesar de todo, no quería sentirse involucrado en la situación. Ya habían hablado demasiado. Ahora que parecía más tranquila, le dejaría dormir. Probablemente por la mañana vería las cosas de otra manera. Apagó la luz.

– Buenas noches -dijo Ashley.

Kam se volvió hacia ella en la oscuridad.

– ¿Qué harás mañana? -preguntó.

– No lo sé -respondió Ashley, tras una pausa prolongada.

– No puedes quedarte aquí -dijo Kam, severo, deseando acabar con cualquier malentendido-. Tendrás que buscarte otro escondite.

– Lo sé -respondió Ashley, arrebujándose en suuento-. No te preocupes, desapareceré de tu vista lo antes posible.

Satisfecho de haber aclarado las cosas, Kain se quedó dormido, respirando acompasadamente.

Ashley, no pudiendo conciliar el sueño, lo observaba en la oscuridad. Aún estaba alterada, pero observar el cuerpo en reposo de Kam la hacía sentirse mejor. Ansió tocarlo, con la esperanza de absorber parte de su calma.

El cielo había quedado despejado, iluminado por la luna llena. El viento mecía los árboles tras las ventanas, proyectando sombras amenazadoras contra las paredes de la habitación. El mundo exterior era un reflejo de la inquietud que dominaba el corazón de Ashley.

Tenía que librarse de aquella dolorosa ansiedad, pero no sabía cómo hacerlo. Había estropeado todo, sus propios sueños, los planes de su madre, las maquinaciones de su padre. Tampoco podía volver con Wesley, ahora que lo había humillado frente a todos sus amigos.

En realidad, no deseaba volver, de eso estaba segura, pero se sentía culpable por haber acabado con las expectativas de todos ellos y por haber herido a Wesley.

Un sentimiento de desolación que no había sentido antes en su vida la invadió. Miró con envidia a Kam y tomó una decisión.

Sabía que a él no le gustaría. Debía intentar hacerlo en absoluto silencio para no despertarlo. Despacio, y tan quedamente como pudo, se levantó de la silla y se echó sobre la cama. Kam se movió. Ashley contuvo la respiración, pero al ver que no se despertaba, comenzó a relajarse.

Se aproximó tanto como pudo para sentir el calor de su cuerpo. Era todo lo que deseaba. Podía sentir su aliento y su calidez, pero no osó tocarlo. Ashley empezó a relajarse. Por primera vez desde que huyera de la iglesia, se sentía segura. Dejando escapar un suspiró, se estiró.

De pronto, Kam se movió. Ashley trató de esquivarlo, pero antes de que lo consiguiera él ya le había pasado un brazo por encima y comenzaba a acariciarle el hombro. Al ver que seguía dormido, Ashley no se preocupó. Su caricia tuvo un efecto mágico.

Ashley se preguntó qué tendría Kam para hacerla sentir tan cómoda. Tal vez estaba relacionado con la solidez de su personalidad. Era obvio que no era alguien que se dejara llevar por los acontecimientos. El tipo de persona que ella necesitaba ahora que su vida parecía inmersa en una agitación constante.

Sonriendo, cerró los ojos. En unos instantes, estaba dormida.

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