Capítulo Cinco

Ashley se alejó por el camino pensando en los insultos que podría dedicar a Kam. Estaba furiosa con él.

El tono de superioridad que había empleado y la falta de respeto que le había mostrado la habían dejado atónita. La habían acusado siempre de ser superficial, pero nunca de ser un pequeño monstruo manipulador.

A medida que reflexionaba, sin embargo, comenzaba a encontrarle una explicación. Al fin y al cabo, pensó, lo único que Kam sabía de ella era que había entrado en su casa, se había puesto a llorar por la noche y se había metido en su cama sin haber sido invitada. También sabía que había huído de su boda. No era de extrañar que Kam pensara que no era más que una tonta impulsiva.

– Pero yo no soy así -exclamó, y la ira volvió a recorrer sus venas. Kam no tenía derecho a hablarle ni a pensar de aquella manera. No estaba dispuesta a soportarlo.

El problema era qué hacer a continuación. A pesar de lo que le había dicho a Kam, lo cierto era que no tenía ni idea de cómo actuar en aquella situación.

Al menos tenía la satisfacción de haber parecido decidida. No pudo sino sonreír al recordar la expresión de Kam al darse cuenta de que realmente se marchaba.

Se alejó de la costa y subió una loma que conducía a la zona que conocía mejor. Desde la cima arrancaban dos caminos. Uno de ellos llevaba a la entrada privada del club de campo King's Way, donde se alojaban sus padres, cada uno con su respectivo amante. Había cenado allí con Wesley y con ellos hacía tres noches.

Si se decidía a ir al club volvería a territorio familiar. El portero la dejaría entrar y usar el teléfono para llamar a su madre, a su padre o a Wesley, y su escapada habría terminado. Volvería al lujo y a la buena vida a la que estaba acostumbrada.

Miró los parterres de cesped limpiamente cortado y las canchas de tenis y se sintió tentada. Tan sólo hacía falta que se decidiera a llamar.

Pero esa decisión convertiría su fuga en la rabieta de la niña caprichosa que Kam creía que era. No estaba dispuesta a comportarse como un niño que, echándose un atillo al hombro, se escapa de casa para volver en cuanto siente los primeros síntomas de hambre.

Se volvió hacia el otro camino. Conducía a la carretera que llevaba hacia el oceano y al pequeño pueblo de la costa, con sus tiendas de recuerdos y restaurantes de comida rápida. Ashley no había ido nunca allí. No era el tipo de sitio que frecuentaban Wesley y su familia. Ellos hacían sus compras en un gran centro comercial en el interior. El pueblo era para los que viajaban con ofertas de agencias de viajes. Ashley se preguntó que encontraría allí y decidió ir a comprobarlo.

El día de Kam no había mejorado con la llegada de la tarde. La playa había estado repleta de niños ruidosos que le habían impedido descansar. El libro que leía era aburrido y la radio no tenía pilas. La cañería del baño y del fregadero se habían atascado. El descanso de Kam se estaba convirtiendo en un constante trabajo.

Estaba haciendo esas reflexiones, cuando oyó la puerta de la entrada y se volvió, convencido de que se encontraría con Ashley. En su lugar apareció Shawnee, avanzando como si fuera la dueña de la casa.

– ¿No llamas nunca antes de entrar? -preguntó Kam.

– Soy de la familia -dijo ella, sorprendida-. Si quieres llamaré antes de entrar.

– Podías llamar avisando que venías -masculló Kam. Sin embargo, se alegraba de verla. Empezaba a sentirse solo.

– ¿Dónde está? -preguntó Shawnee, mirando de un lado a otro como si pensara que Ashley podía estar escondida en alguna parte.

– ¿Quién? -preguntó Kam, aun sabiendo a quién se refería.

Shawnee le fulminó con la mirada.

– La joven que entretenías esta mañana en tu cama.

Kam hizo una mueca. No iba a entrar a dar explicaciones.

– Se ha marchado -dijo, malhumorado.

– ¿Se ha ido?

Kam asintió con la cabeza, dejándose caer en un sillón.

Shawnee se sentó en una silla frente a él.

– ¿Por qué la dejaste marchar? -preguntó.

Kam la miró fijamente. Estaba decidido a no discutir el asunto.

– No la quería aquí.

Shawnee le miró con incredulidad, pero evitó hacer ningún comentario.

– ¿De dónde había salido? -preguntó, a cambio.

Kam sonrió forzadamente y echó la cabeza hacia atrás, no sabiendo por dónde empezar. Al final se decidió por el principio. La verdad no haría daño a nadie.

– Asaltó mi casa anoche -dijo, pausadamente-. Entró por la ventana de atrás.

– ¿Qué? -exclamó Shawnee, irguiéndose en el asiento-. ¿Intentaba robar?

– No. Sólo quería un sitio en el que pasar la noche -miró a Shawnee-. Se había fugado de su boda.

Shawnee reflexionó un instante, mordiéndose el labio infeior.

– ¿Antes o después de decir «sí quiero»? Kam sonrió.

– Ella dice que antes -se detuvo antes de continuar-. Iba a casarse con Wesley Butler.

Shawnee se dió una palmada en el muslo y soltó una carcajada.

– Yo habría hecho lo mismo -bromeó.

Los dos rieron, imaginándose al Wesley que habían conocido hacía años. De pronto Shawnee miró a su hermano con ojos inquisitivos.

– ¿Dónde ha ido? -preguntó.

Kam se encogió de hombros, evitando la mirada de su hermana. Lo cierto era que también él deseaba saberlo, aunque sólo fuera por quedarse tranquilo.

– No tengo ni idea.

Shawnee no se quedó satisfecha.

– ¿Qué opciones tenía? ¿Conoce a alguien en la isla? Me dijo que no tenía dinero. Supongo que le diste algo.

Kam tragó saliva y miró en otra dirección.

Shawnee le miró con gesto de espanto.

– ¿Qué va a poder hacer sin dinero en un pueblo turístico como éste?

Kam se pasó la mano por el cabello bruscamente.

– No seas ingenua, Shawnee -masculló-. Habrá vuelto con Wesley. Sólo intentaba ganar tiempo.

Shawnee guardó silencio unos instantes. Después sacudió la cabeza lentamenente.

– No dijo-. La mujer que he visto esta mañana no ha vuelto con Wesley.

Kam la miró sorprendido. Conocía bien a Shawnee y desde su infancia había aprendido a fiarse de sus intuiciones, pues siempre se cumplían. En aquella ocasión, Kam creía que se equivocaba.

– ¿Por qué crees eso?

Shawnee se encogió de hombros. Su mirada de jos verdes destellaba sabiduría.

– Estoy segura. Tratará de salir adelante, aun sin dinero y sin amigos que la ayuden.

Miró a Kam fijamente. A veces le preocupaba la falta de sentimientos que demostraba. Sabía que hacer de él un hombre sensible era prácticamente imposible, pero al menos confiaba en que llegaría a pensar más en los sentimientos y las ideas de los demás.

– ¿Cómo la dejaste marchar de esa manera?

Kam la miró irritado.

– Shawnee, apenas la conozco. Asaltó mi casa. ¿Debía haberle dejado mi coche?

– Por ejemplo -se mordió el labio y fruncio el ceño-. Míralo de esta manera: la dejaste en la nieve y sin dinero. ¿Qué otra cosa podía hacer si no volver con Wesley? Tú la echaste en sus brazos -sus ojos se llenaron de tristeza-. ¿Cómo has podido hacerlo? Es una chica encantadora. Debías haberla ayudado.

Kam empezó a defenderse pero calló. No tenía sentido seguir discutiendo sobre algo de lo que no estaban seguros. Se levantó bruscamente y fijó sus ojos en los de Shawnee.

– Se ha marchado, así que harás mejor olvidando este asunto.

Shawnee se inclinó hacia delante, mirando a Kam, acusadora.

– ¿No te importa?.

Kam levanto los brazos en un gesto de impaciencia.

– ¿Por qué habría de preocuparme? No significa nada para mí.

– Yo pensé que había algo entre vosotros.

Kam dio varios pasos por la habitación. Una vena latía en su sien.

– Te has equivocado.

Shawnee suspiró, sacudiendo la cabeza. -Kammie, Kammie, te voy a dar por perdido -dijo, desesperanzada.

Echándose hacia atrás, Kam elevó el rostro al cielo.

– ¡Aleluya! -exclamó.

– Dices eso -se quejó Shawnee, compungida-. Pero si no tienes cuidado vas a acabar como el primo Reggie, sentado en un acantilado frente al mar, esperando a que llegue la sirena de tus sueños y te coja en sus brazos.

Kam se irguió. Aquel asunto le interesaba. -¿Aún sigue haciéndolo?

Ella asintió.

– Todos los días. Ha enloquecido. No habla con nadie. Apenas come. El único tema que le interesa es su amor perdido. No sabemos qué hacer con él.

– Dejadle en paz -musitó, mirando a un punto indefinido.

Shawnee lo contempló, sacudiendo la cabeza.

– Primero el primo Reggie y ahora tú -murmuró, a la vez que recogía sus cosas para marcharse-. Tal vez haya una tendencia a la locura en la familia.

Kam se despidió de ella sin apenas prestarle atención. Estaba sumido en sus popios pensamientos.

La visita de Shawnee le había puesto de mal humor. Había conseguido empeorarle el día. Estaba medio nublado, la cerveza estaba caliente, el mar no era lo bastante azul. Nada de lo que le rodeaba le satisfacía. Intentó leer, pero no pudo concentrarse. Se paseó por la casa, deteniéndose frente a un espeo que lo reflejó al pasar.

Se miró sin apenas reconocerse. ¿Cuándo había perdido su aspecto juvenil? ¿De dónde salían todas aquellas arrugas? Recordó un tiempo en el que junto a él había una mujer y los dos reían. En aquellos momentos era mucho más joven. La muerte de Ellen le había envejecido como nada podría hacerlo el resto de su vida.

– Vas a tener que ir a buscarla ¿verdad? -dijo a la imagen del espejo.

Conocía la respuesta: no iba a descansar hasta encontrar a Ashley. Tenía que averiguar si había vuelto con Wesley, en cuyo caso podía lavarse las manos, o si deambulaba por ahí en busca de cobijo.

Si así era, Kam le daría dinero. Sólo entonces podría olvidarse de todo aquel asunto.

Convencido de que Ashley habría ido hacia allí, fue directamente al club King's Way. Al fin y al cabo, ese era el tipo de sitios que ella frecuentaba y donde probablemente habría encontrado a algún amigo que pudiera ayudarla. Compró un pase de visitante y entró.

Ashley no estaba en el bar ni en el restaurante. Tampoco en las pistas de tenis. Ni estaba en ninguna parte ni la habían visto los dependientes a los que Kam preguntó.

Aun así, pensó Kam, no había motivo de preocupación, pues lo más seguro era que estuviera ya con Wesley, tal y como él había predicho desde el principio. Estaba haciendo el ridículo buscándola por las calles. Seguro que estaban ya juntos y ella lloraba falsas lágrimas prometiendo no volver a preocuparle nunca más.

Aquella imagen le convenció de la inutilidad de buscarla y le decidió a volver a casa. Estaba seguro de que Ashley sabía cuidar de sí misma.

Sin embargo, al montarse en el coche se acordó del pueblo y pensó en dar una vuelta por él. Lo atravesó lentamente, observando a los turistas pasear de la mano. Aparcó y se acercó hasta la zona de tiendas del paseo marítimo. Había muchas rubias, pero ninguna era Ashley.

Regresaba al coche cuando un silbido le detuvo. Era un joven asomado a la puerta del bar, tratando de llamar la atención de otro.

– Lennie -gritó-. Ven a ver esto. Hay una rubia jugando al billar como una profesional.

Kam se quedó congelado, no dando crédito a la idea que se le pasó por la mente. Ashley había mencionado el billar. Además, era rubia. Pero ambas circunstancias podían ser meras coincidencias. ¿0 tal vez no? Kam no podía imaginarla en un lugar como aquél, jugando con los hombres del pueblo.

Miró a su alrededor y decidió marcharse. El sol del atardecer le cegó. Le dió pereza volver a casa y optó por dar un paseo. Tal vez no fuera una mala idea entrar en el bar y ver al fenómeno rubio jugar al billar.

Entró lentamente, tratando de acostumbrarse a la penumbra y al aire enviciado de tabaco. Olía a asado. La habitación estaba repleta de gente ruidosa y había demasiado humo. Se respiraba una tensión especial en el ambiente.

La mayoría de los clientes eran hombres. Las pocas mujeres que había estaban sentadas en mesas alejadas. Los hombres estaban reunidos alrededor de la mesa de billar, en medio del local. Kam se abrió camino entre los espectadores.

La atracción era, por supuesto, la rubia jugando al billar. Allí estaba, metiendo una bola tras otra, segura y certera, ignorando los comentarios provocativos de los hombres, concentrada cien por cien en el juego.

Kam tragó saliva. Era exactamente lo que temía encontrar. Le sorprendió ver a Ashley sujetando el taco y anunciando el agujero en el que metería la bola, para luego echarse hacía delante y cumplir el recorrido anunciado sin titubeos.

Parecía una persona distinta a la que había estado con él en la casa. Seguía siendo rubia, menuda y vestía el traje que Shawnee le había dado, pero había en ella una determinación nueva.

Ashley se irguió y sonrió a los espectadores que aplaudían.

– Partida acabada -anunció con gesto triunfante, a la vez que cogía el dinero que estaba en la esquina de la mesa y su contrincante se alejaba sacudiendo la cabeza.

– ¿Quién le sigue? -preguntó, animada, mirando a su alrededor.

Estaba acalorada y sus ojos brillaban. Parecía una mujer en la cima del éxito, llena de entusiamo, dispuesta a todo. Kam no pudo evitar sonreír y pensar que estaba muy atractiva.

Su sonrisa se congeló al fijarse en los demás hombres que también la miraban. La mayoría eran inofensivos, pero la mirada de algunos no era sólo de admiración. Kam podía oler el peligro en el aire.

– Yo soy el siguiente -dijo con voz firme, abriéndose paso hasta la mesa.

Ashley se volvió bruscamente y le miró sorpren dida. Se serenó y sonrió cortésmente.

– Encantada -dijo-. ¿Quieres comenzar?

– ¿Qué estás haciendo aquí? -susurró Kam al pa sar junto a ella.

– Ocuparme de mí misma -susurró ella. Luego, en voz alta-. Caballero, elige usted. ¿A qué jugamos?

– A la ruleta rusa -masculló él, ocupando su puesto junto a ella en la mesa y mirándola con expresión retadora-. Debes estar de suerte -murmuró-. Pero hasta las mejores rachas se acaban.

Ashley ignoró el comentario. Le miró indiferente, analizándolo como contrincante. Kam se sintió incómodo. Su plan era ganarle y sacarla de aquel local. Vencer era imprescindible.

Él era bueno jugando al billar. Tenía un estilo natural y elegante, que había desarrollado a lo largo del tiempo. Mientras ponía tiza al taco, contempló la superficie verde de la mesa y miró a Ashley.

Miraba la mesa, relajada, ignorando los silbidos de los espectadores. Estaba concentrada en el juego. Algo en su mirada hizo saber a Kam que podía ganar. Lo llevaba marcado en el rostro.

Aquel juicio se fue confirmando a medida que avanzaba el juego. Adoptaba la postura perfecta para adaptarse a los distintos ángulos de la mesa, sus tiros eran firmes y precisos, y siempre colocaba la bola exactamente donde quería, como un robot bien programado.

Estaba hermosa. Verla jugar era una delicia. Se comportaba como si hubiera nacido para ganar a ese juego, y Kam supo que no tenía posibilidad alguna (le vencer.

– Déjame ganar -le susurró una de de las veces que pasó junto a ella.

Ashley le miró retadora.

– Ni lo sueñes -dijo, con sorna.

Kam la agarró por el brazo y miró fijamente sus enormes ojos azules.

– Ashley, este sitio está lleno de hombres.

Los ojos de Ashley brillaban.

– Lo sé. Los tengo a todos en la palma de la mano -se zafó de Kam y salvó un tiro particularmente difícil.

Kam la siguió, tratando de hacerle comprender la situación.

– Ahora los tienes controlados, pero en cuanto vean un síntoma de debilidad caerán sobre ti.

Ashley rió, apartándolo de sí para hacer el siguiente tiro.

– Vamos, Kam -dijo-. No te pongas melodramático.

– Déjela jugar -gritó alguien de entre el público.

Por primera vez, Kam pensó que podían enfrentarse con él. Volvió a concentrarse en el juego y consiguió jugar mejor que nunca, pero Ashley estaba siempre un paso por delante de él.

– ¿No cometes nunca un error? -le susurró una de las veces que pasaron uno junto a otro.

– Nunca -contestó ella, sonriendo maliciosamente-. ¿Por qué no abandonas y le dejas probar suerte a otro?

Se ofrecieron varios voluntarios, pero Kam sacudió la cabeza.

– Todavía no me has ganado -dijo, a la vez que se disponía a realizar otro tiro-. Apártate.

Kam siguió jugando con tenacidad, mientras pensaba distintos planes que pudieran sacarle de aquella situación.

Tal y como había ido el día, no podía contar con que la suerte le sonriera, y, sin embargo, lo hizo. Justo cuando Ashley daba a una bola se cayó una bandeja llena de vasos al fondo del bar.

Ashley ni se inmutó. Su tiro fue certero, pero el público se volvió al oír el ruido para ver qué había ocurrido y Kam aprovechó la oportunidad para tapar el agujero con su mano e impedir que la bola entrara.

– ¡Has hecho trampa! -exclamó Ashley, indignada.

– Has fallado -respondió él, sonriendo con ojos brillantes.

La gente volvía a restar atención.

– ¿Has visto? Ha fallado -exclamó desilusionado un hombre fuerte de brazos tatuados.

– Pero…, pero… -balbuceó Ashley, buscando con la mirada el apoyo del público. Se volvió hacia Kam-. Díselo, Kam -ordenó-. Diles por qué he fallado.

– Porque el ruido de los vasos te distrajo -dijo él, aparentando ser tan sincero como pudo-. He ganado.

Se volvió y dejó el taco con cuidado, luego miró a Ashley. Sus ojos azules brillaban llenos de indignación. Kam le sonrió y se volvió hacia el grupo de espectadores.

– No he jugado por dinero -dijo, elevando la voz para alcanzar a todos ellos.

Ashley le contemplaba frunciendo el ceño y fue incapaz de reaccionar cuando Kam se agachó para cogerla en brazos.

Ashley gritó e intentó soltarse.

– Será mejor que hagas lo que te digo -ordenó Kam-. Te voy a sacar de aquí de una u otra manera. Intentemos hacerlo con cierta dignidad.

– ¡Dignidad! -exclamó ella, entre dientes-. Yo nie siento como un saco de patatas.

Un murmullo se elevó entre el público. Nadie se movió al aproximarse Kam. No estaban de buen Rumor. Si no le abrían paso, tendría que abrírselo él mismo, y hacerlo no sería fácil llevando a Ashley en brazos.

Siguió acercándose, pero nadie se movió.

– ¿Le importa dejarme pasar? -preguntó, dirigiéndose a un hombre fornido, con cola de caballo-. Pesa más de lo que parece.

Hubo un instante de tensión. De pronto, el hombre soltó una carcajada y con él, todos los demás ejaron paso.

– Tráela mañana -bromeó un hombre-. No he tenido la oportunidad de mostrarle mi juego.

– Ya veremos -respondió Kam, sobre un fondo de risa generalizada. Hizo un saludo final y salió.

En cuanto alcanzaron la calle, dejó a Ashley en el suelo y la cogió por la muñeca, obligándola a seguirle.

– Vamos -dijo-. Marchémonos antes de que cambien de idea.

Ashley liberó su mano, pero le siguió, protestando.

– Me cuesta creer que te hayan dejado sacarme así del bar -se quejó, mirándole enfadada a la vez que andaban-. ¿Acaso se creen que soy de tu propiedad y puedes llevarme a tu antojo?

Kam le dirigió una sonrisa triunfante.

– Te gané justamente -dijo, sabiendo que sus palabras la enfurecerían.

Ashley se volvió hacia él, indignada.

– No es cierto. Hiciste trampa.

Habían llegado al coche. Kam abrió la puerta y la empujó suavemente para que entrara. Luego fue hacia su lado y entró a su vez, poniendo el motor en marcha.

– ¿Dónde vamos? -preguntó ella. Tenía un gesto enfurruñado, pero Kam adivinó que se le pasaría pronto. Lo mantenía más por principio que por estar realmente enfadada.

– A lo alto de la colina, a charlar un rato -dijo, mientras arrancaba-. Estaremos allí en tres minutos.

La vista desde la colina era espectacular. El oceano se perdía en el infinito, gris, azul y verde, levemente perturbado por la brisa que levantaba olas de espuma. La blancura de la playa y el verde de la jungla marcaban un contraste espectacular de colores y texturas. Hacia la derecha quedaban los prados del club King's Way. A la derecha, el pueblo.

Kam salió del camino y detuvo el coche, volviéndose hacia Ashley con un movimiento decidido.

– ¿Cómo has sobrevivido estos treinta años? -preguntó, mirándola de arriba abajo.

Kam tenía que admitir que era hermosa. La excitación de la victoria había coloreado sus mejillas y le había puesto un brillo en los ojos que no había tenido antes.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó ella, indignada.

Se sentía extremadamente orgullosa de lo que acahaba de hacer-. Caí enmedio de un terreno descoiiocido y conseguí sobrevivir. Deberías estar orgulloso de mí.

Kam pensaba que lo que quería era retorcerle el pescuezo, aunque ahora que estaba más tranquilo tenía que reconocer que Ashley había hecho algo digno de admiración. Para ser una niña rica que él hubiera considerado incapaz de usar un teléfono público, se había comportado con valentía. Era una mujer capaz de actuar cuando era preciso.

Lo que preocupaba a Kam era la ausencia absoluta de temor que su comportamiento revelaba. ¿Acaso no era consciente de lo que arriesgaba?

– ¿No te has fijado en cómo te miraban algunos de esos hombres?

Ashley parpadeó.

– Las miradas no hacen daño.

Kam sacudió la cabeza, impaciente.

– Las miradas pueden conducir a otras cosas.

– No es tan terrible que les guste lo que ven -dijo ella, encogiéndose de hombros. Buscó la mirada-. ¿Estás atacando a todos los hombres en general? -preguntó con sorna-. Suenas como una de esas feministas universitarias que dicen que los hombres son incapaces de controlarse. ¿Tú también crees que son bestias insaciables capaces de atacar a cualquier ujer que se les acerque?

Kam dejó escapar un gruñido, a la vez que se echaba hacia atrás en el asiento.

– Yo no he dicho eso.

– Entonces ¿a qué te refieres?

Kam hizo una mueca.

– Dentro de un grupo de hombres, una gran mayoría pueden ser estupendos, pero siempre hay alguno que cree que debe responder a la llamada de la selva.

Ashley sabía a qué se refería, pero no estaba dispuesta a rendirse. Apretó los labios en un gesto impertinente.

– Veo que tienes una gran fe en las personas.

– Así es -dijo él, queriendo que ella le entendiera-. Pienso que la gente es buena por naturaleza. Y la mejor manera de que lo sigan siendo, es no dejar de observarlos en ningún momento.

Ashley le miró.

– ¡Menuda filosofía de la vida! -exclamó.

Kam tuvo que contenerse para no estrangularla. -Sólo te pido que tengas más cuidado la próxima vez que te metas en una situación como ésta, ¿de acuerdo?

Ashley titubeó antes de sonreír. Su sonrisa iluminó su rostro como un amanecer a cámara rápida despejaría la oscuridad de la noche.

– A sus órdenes, señor -bromeó, a la vez que saludaba al estilo militar.

– ¿Dónde aprendiste a jugar así al billar? -preguntó él.

– En el colegio -dijo ella, con un suspiro-. Era la campeona. Practicaba los ratos que me escapaba de clase de química. Eso fue antes de que el Arte se convirtiera en mi verdadera vocación.

Kam sacudió la cabeza.

– Eres un buen elemento, ¿verdad? -dijo, dulcemente

Ashley no estaba segura de si debía tomar aquello como un cumplido.

– Depende de lo que quieras decir con eso -dijo ella, dirigiéndole una sonrisa gatuna que se evaporó repentinamente-. ¿Ahora qué?

El cambio de un tono a otro cogió a Kam por sorpresa. Aquella sonrisa había atravesado las distintas capas de su coraza, llegándole muy hondo, y necesitó unos instantes para recuperar su aplomo característico.

– No lo sé -dijo, al fin, retirando la mirada y dirigiéndola al mar-. ¿Qué quieres hacer?

– No lo sé -dijo ella, en tono de broma-. Escalar el Everest, decubrir una cura de adelagazamiento, establecer la paz en el mundo -inclinó la cabeza hacia un lado y sonrió-. ¿Qué quieres hacer tú?

Kam sonrió a su vez.

– Mantenerte fuera de peligro -murmuró.

– ¿A mí? -preguntó ella, sorprendida-. Yo nunca estoy en peligro.

Kam dejó escapar un suspiro y, cerrando los ojos, echó la cabeza hacia atrás.

– Tal vez no recuerdas los acontecimientos de las últimas veinticuatro horas -dijo, fracasando en su intento de ocultar su impaciencia-. O tal vez tus días discurren siempre así.

– Ahora que lo mencionas -dijo ella, dándole un golpecito con el pie-, han sido unas horas un poco agitadas. Pero me estoy acostumbrando.

Kam abrió los ojos y la contempló de soslayo.

Cuándo vas a volver? -preguntó, quedamente.

Ashley se puso tensa.

– ¿Volver a dónde?

Kam se volvió para mirarla de frente.

– Sabes a dónde. Alguna vez tendrás que volver.

Ashley hizo el ademán de taparse los oídos con las manos.

– ¿No te enteras? -preguntó fríamente-. No pienso volver con Wesley.

Kam desvió la mirada.

– ¿Volverás conmigo? -dijo, tan quedamente que Ashley apenas pudo oírlo.

– ¿Contigo? -repitió ella, mirándolo fijamente. Kam se removió incómodo en el asiento. La miró y desvió la mirada.

– Me siento culpable por algunas de las cosas que te dije esta mañana. ¿Por qué no vuelves? Puedes quedarte hasta que tomes una decisión.

Ashley tardó en hablar. Kam se volvió para mirarla. Estaba seria.

– ¿Por qué habría de volver? -preguntó ella, al fin-.Ahora tengo dinero y puedo ir adonde quiera -sus ojos buscaron los de él para ver cómo reaccionaba.

Kam no hizo el menor gesto. -Tienes razón -dijo.

– Así es -confirmó Ashley. Quería dejar claro que era una persona autónoma y que no necesitaba depender de él.

Kam se encogió de hombros. -Entonces, vete.

– ¿A dónde? -preguntó ella.

– Esa es la cuestión. Tan sólo me conoces a mí-dijo, con una mueca que pretendía ser una sonrisa. Ashley suspiró y sacudió la cabeza.

– Si voy contigo, tienes que prometerme no tratarme como a un chucho.

Kam frunció el ceño.

– Nunca te he tratado de esa manera Sus ojos se encontraron.

– Esta mañana -dijo ella-. Me hablaste como si fuera una inútil cabeza de chorlito, incapaz de cuidarse de sí misma.

Kam tragó saliva y fijó la mirada en sus manos, que agarraban el volante.

– Siento haberte hecho sentir así. Fue injusto.

– No lo fue -dijo ella, sonriendo-. Ahora te he demostrado que estabas equivocado.

Él hizo un esfuerzo por sonreír.

– Así es -accedió, no sin dificultad-. Al menos hasta cierto punto. No se qué habría pasado si esos hombres…

– Estás obsesionado con ellos -interrumpió Ashley, divertida-. ¿Acaso estás celoso?

– ¿Celoso? -Kam se removió en el asiento-. ¿Cómo podría estar celoso? Tú no eres mi novia, sino la de Wesley.

El buen humor abandonó a Ashley.

– No soy la novia de Wesley, a ver si te enteras -suspiró hondo y miró a la distancia-. Todo ha terminado.

– No terminará hasta que no vayas a verlo. Tienes que decírselo en persona.

Ashley calló, aceptando en su interior la verdad de lo que Kam decía.

– Todavía no estoy preparada -dijo, dulcemente, esquivando la mirada de Kam-. Necesito un poco más de tiempo.

– Por eso creo que deberías venir a mi casa -dijo Kam.

Se volvió hacia ella y al contemplar su rostro abatido tuvo que reprimir el impulso de cogerla por la barbilla y obligarla a levantarlo. Por un instante le invadió el pánico y fue consciente del riesgo que suponía llevarla a su casa. Se había preocupado tanto de evitar que ella corriera peligro, que se había olvidado de sí mismo.

Era demasiado atractiva. Lo sabía y sin embargo le había pedido que fuera con él. Ese no era su comportamiento habitual.

– Culpable a pesar del atenuante de enajenación mental -masculló.

– ¿Qué? -preguntó ella, mirándole.

– Nada -respondió, aferrándose con fuerza al volante-. ¿Cuál es el veredicto, vienes conmigo? Porque si no -añadió, precipitadamente- conozco unpequeño motel donde podrías quedarte.

Esperó. El corazón le latía aceleradamente.

Ashley se aproximó y le tocó el brazo.

– Gracias Kam -lijo-. Me gustaría ir contigo.

El cosquilleo que Kam sintió en su interior, fue la confirmación de que había cometido un error. Ashley no iba a pasar tan sólo unos días con él. Iba a cambiar su vida.

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