Capítulo Ocho

Después de ducharse y vestirse fueron a la cocina a esperar, tensos, la llegada de sus visitantes. Los dos guardaban un silencio expectante, seguros de que Eric y Geraldine no tardarían en aparecer.

Sonó la puerta de entrada. Era Shawnee, que les llevaba la comida.

– He traído sushi -dijo, dejando el paquete con bolitas de arroz envuelto en algas sobre la mesa. Sonrió a Ashley y guiñó un ojo a su hermano.

– ¿Siempre traes comida? -preguntó Ashley, riendo.

– Siempre -asintió Shawnee-. Así soy bienvenida -sonrió-. Es un experimento conductista, como el del perro de Paulov.

– Sí -dijo Kam, fríamente-. Cada vez que alguien la oye llegar, se le hace la boca agua. -Kam!

– No te procupes, Ashley -la tranquilizó Shawnee-. Estoy acostumbrada a que me tome el pelo -miró a Ashley de arriba a abajo-. Como mi ropa no te quedaba bien, te he comprado algunas cosas.

– Gracias -exclamó Ashley, sorprendida-. ¿Cómo sabías que aún estaba aquí?

– Las noticias vuelan -sonrió Shawnee-. Varias personas me han contado tu hazaña en el bar. Todos ellos me dijeron que Kam te rescató. El pueblo entero está hablando de vosotros.

– Sobre todo teniendo en cuenta que tú diriges el nitro de cotilleo desde el restaurante -comentó Kain-. Si no hay un buen cotilleo, ella se encarga de inventárselo -añadió, dirigiéndose a Ashley.

– Eso es mentira -dijo Shawnee, sin inmutarse -se sentó a la mesa y sonrió a Ashley-. ¿Nos tomamos el sushi?

– Vosotras comed -dijo Kam, a la vez que se levantaba-. Yo voy a dar un paseo.

Shawnee dirigió una mirada inquisitiva a Ashley.

– Estamos los dos un poco nerviosos -explicó ésta-. Esperamos a que llegue mi familia para intentar llevarme con ellos.

Shawnee asintió aún sin entender muy bien lo que Ashley le contaba. Ella estaba más interesada por otras cuestiones.

– ¿Así que a pesar de haberlo negado, estáis liados?

Ashley sonrió recatadamente, a la vez que centraha su atención en el sushi.

– Algo por el estilo.

– ¿Cómo que algo por el estilo? -exclamó Shawnee, radiante. Pasó un brazo por el hombro de Ashley y la abrazó-. Gracias por haber venido a rescatarme. Pensé que nunca encontraría una mujer para el insoportable de mi hermano.

– No nos vamos a casar ni nada por el estilo -dijo Ashley, rápidamente, con gesto preocupado. Después de lo ocurrido con Wesley no quería desilusionar a nadie más.

– No, claro -Shawnee sacudió la cabeza vehementemente-. No soñaría con algo así -pero sonrió para sus adentros.

– Mejor así -dijo Ashley, cogiendo los palillos-. Porque ninguno de los dos somos de los que se casan.

– De acuerdo -asintió Shawnee, mirándola con escepticismo. Escogió el tipo de sushi que más le gustaba y le dió un mordisco, mirando a Ashley con curiosidad.

– ¿Te gustaría saber qué tipo de niño era? -preguntó al fin-. ¿Cómo fue su primer día en el colegio? -la miró casi con superioridad-.Tengo fotos.

Ashley dejó los palillos sobre el plato.

– ¿Dónde? -preguntó ansiosa-. ¿Era una monada? ¿Tienes alguna en la que esté en pañales?

Shawnee sonrió, alargó el brazo y sacó un album de fotos de su bolso.

– Tranquila. Tengo aquí mismo todo lo que deseas -dijo.

Pasaron un gran rato mirando las fotos y hablando de la infancia de Kam. Cuando acabaron, Ashley tenía la sensación de haberlo conocido toda la vida.

– ¡Qué niño tan serio parece haber sido! -comentó, a la vez que guardaban las últimas fotos.

– También es un hombre serio -dijo Shawnee-. Pero eso es en parte por lo que pasó con Ellen. ¿Sabes algo al respecto?

Ashley asintió.

– Solo un poco. Sé que murió.

Shawnee la miró en silencio y decidió a contárselo.

– Murió en un accidente de navegación. Él se siente culpable. Desde entonces no ha tenido una relación seria con ninguna mujer -sonrió-. Al menos hasta ahora.

Se levantó precipitadamente y cogió el album.

– Tengo que marcharme. Voy a llevarle sushi al tío Reggie. Sigue sentado en el acantilado, esperando a su sirena.

Ashley frunció el ceño.

– ¿Qué? -preguntó.

Con un gesto de la mano, Shawnee indicó que no tenía importancia.

– Ya te lo explicaré. Por el momento, acuérdate de que te he hecho una oferta de trabajo. Llámame siempre que lo desees.

Ashley la acompañó hasta la puerta.

– Lo recordaré, Shawnee -le echó los brazos alrededor del cuello y la abrazó-. Gracias por todo. Especialmente, por ser mi amiga.

Shawnee la abrazó a su vez, emocionada.

– Cuenta siempre conmigo -dijo, separándose de ella y dándole una palmada en la espalda. Se volvió y se dirigió al coche, silbando una alegre melodía.

Kam volvió al poco tiempo de marcharse su hermana, con expresión circunspecta. Encontró a Ashley fregando los paltos, y se apoyó contra un mueble, junto a ella, decidido a hacerla partícipe de sus preocupaciones.

– Tenemos que hablar seriamente -dijo, solemne.

Ashley le miró y volvió a concentrarse en el fregado.

– ¿Sobre qué?

– Sobre el hecho de que hicimos el amor sin protección.

Ashley le miró fijamente y trató de sonreír.

– Yo me sentí muy protegida.

– Sabes a qué me refiero: no usamos nada.

Ashley no estaba segura de querer mantener aquella conversación. Había sido todo tan maravilloso que en aquel momento no quería pensar en la necesidad de usar un método anticonceptivo, preferentemente un preservativo. Quería aferrarse a la calidez de la mañana que habían compartido, y guardarla para siempre.

– Yo creía que los jóvenes conquistadores como tú siempre tenían esas cosas a mano -bromeó, ocultando sus sentimientos reales.

– Mis días de conquista se acabaron hace tiempo. Ashley le miró a los ojos.

– ¿Antes de Ellen? -dijo.

– Así es -asintió él.

Ashley le tomó la mano y lo miró fijamente.

– ¿La amabas mucho? -preguntó, temiendo la respuesta pero sintiendo la necesidad de oírla.

Al mirar a Ashley, Kam se preguntó si realmente había amado a Ellen. En su momento pensó que así era, pero Ashley le estaba descubriendo sentimientos para él desconocidos hasta entonces.

– Creímos estar enamorados -dijo, esquivando la respuesta.

– Shawnee dice que tú te sientes culpable.

Kam asintió. No le gustaba la idea de que Shawnee hubiera estado comentando su vida con Ashley.

– Tal vez tenga razón -dijo-. Lo cierto es que yo tuve la culpa.

Ashley le miró, compasiva.

– Pero si murió en un accidente de navegación ¿Cómo puedes ser tú culpable?

Kam parecía torturado por el recuerdo. -Porque la dejé marchar.

– Pero…

– Estaba enfadado con ella. Le había prometido llevarla a navegar, pero, llegado el momento, decidí quedarme a trabajar. Era muy temperamental y se enfadaba con rapidez. Nos peleamos y se marchó sola. Yo sabía que era peligroso, pero la dejé ir.

Ashley estaba de frente a él, sujetándole las manos. No sabía qué decir.

– ¿Estaríais casados si no hubiera tenido el accidente? -preguntó.

Kam reflexionó un instante.

– No lo sé. Lo dudo -sacudió la cabeza y la miró-. Eres una curiosa. ¿Por qué quieres saber todo eso?

Ashley sacudió los hombros.

– Quiero saberlo todo sobre ti -dijo-. Desde el aspecto que tenías de bebé hasta cuál es tu cena favorita.

Kam la besó.

– Has esquivado el tema -se quejó.

– ¿Qué tema?

– El riesgo que hemos corrido hoy. Tenemos que hablar del hecho de que no usáramos protección.

– Ah, sí -Ashley se encogió de hombros-. No te preocupes.

Kam estaba desconcertado.

– Pero voy a preocuparme. Si pasa cualquier cosa, quiero que me llames de inmediato. Te ayudaré. Es mi responsabilidad.

Ashley le miró y apartó la mirada.

«Responsabilidad» era la única cuestión en la que Kam parecía interesado. Ella no quería ser una carga o un deber para él. Quería ser diversión: un día en el parque, globos de colores y algodón de azucar. Todo lo que él quería saber era el precio de la entrada y si había facilidades de aparcamiento.

Algo de lo que había dicho Kam la preocupaba más en aquel momento.

– Has dicho que te llamara -dijo-. ¿Dónde piensas estar?

Kam la miró, sorprendido de que Ashley preguntara lo que era obvio.

– En Honolulu. Es donde vivo.

– Lo sé -dijo Ashley, pensando que prefería olvidarlo-. ¿Cuándo vas a irte?

Kam apretó las manos de Ashley. -Tengo que volver mañana.

Un cuchillo atravesó el corazón de Ashley, pero sonrió valientemente.

– ¿Dónde iré yo?

Se lo perguntaba a sí misma, no a él, pero fue él quien respondió.

– ¿Por qué no te quedas aquí?

Ashley miró a su alrededor, como si no hubiera pensado en esa posibilidad en ningún momento.

– ¿Aquí?

– Puedes quedarte tanto tiempo como quieras. Yo apenas vengo una vez al mes. Una asistenta viene a limpiar y a comprar comida, y un jardinero se ocupa del jardín.

Aquello era muy parecido al sueño que había imaginado Ashley hacía un rato, pero faltaba la presencia de Kam los fines de semana. Tal vez no era una idea tan buena.

– No lo sé -dijo, lentamente-. Tendré que pensar en otra solución.

Quizá ni tan siquiera hiciera falta, pensó Ashley. Probablemente al día siguiente para esas horas estaría de vuelta con su familia. La vida era así.

Kam adivinó sus pensamientos.

– No vas a volver, Ashley -dijo, con firmeza-. Vas a enfrentarte a ellos.

Ashley forzó una sonrisa.

– Es más fácil decirlo que hacerlo -susurró-. Ya veremos.

A los pocos minutos, Ashley los oyó llegar. La tensión la dominó y su corazón comenzó a latir con violencia. Corrió a la ventana para observarlos. Eric se aproximaba a la casa y su madre le seguía a unos pasos de distancia, cansada por el esfuerzo. Ashley sintió la misma mezcla de odio y amor que siempre sentía al verla.

Ansió poder huir y no volver nunca más. Pero Kam tenía razón al insistir en que se enfrentara a la situación con dignidad.

– 4. Reuniendo el valor necesario, salió al porche.

– ¡Hola! -saludó, animada.

Eric estaba ya junto a la casa. Geraldine algo más atrás.

– ¡Al fin te encontramos! -exclamó Eric al verla-. Tenías que estar aquí -se detuvo y la contempló, poniendo las manos en las caderas.

– ¿Te importa decirle a tu madre por qué huiste? Está volviéndome loco con sus acusaciones. Cree que soy el culpable. Dile que yo no te ayudé.

Ashley observó a su madre aproximándose con dificultad hacia la casa. Siempre le pasaba lo mismo. O se sentía como una niña, o como si ella misma fuera una madre impaciente. Pero se sintiera como se sintiera, siempre amaba a su madre. Era imposible no hacerlo.

– Eric no tiene nada que ver con esto, madre -gritó-. Lo hice yo sola.

Geraldine se detuvó y se secó el sudor de la frente. Era una mujer madura y atractiva.

Kam salió al porche en ese momento y pensó que si era cierto el dicho de que las hijas se asemejaban a las madres, a Ashley le quedaban años de belleza por delante.

– No me lo creo -respondió Geraldine-. No puedo creer que seas capaz de hacer esto a tu madre.

– No es a ti a quien se lo hice -le recordó Ashley, obligándose a rechazar el pánico que la invadía siempre que pensaba haber defraudado a sus padres-. Se lo hice a Wesley y a sus padres, y siento decírtelo, pero si la boda fuera hoy, haría lo mismo.

Su madre miró hacia arriba, poniendo los ojos en blanco.

– Ha sido espantoso -continuó, como si Ashley no hubiera dicho nada-. No pueden entender cómo nos has podido hacer esto.

Ashley hubiera deseado taparse los oídos, encogerse en una bola y ahuyentar toda crítica. Era doloroso. Le recordaba una infancia que prefería no revivir. Se volvió y miró a Kam en busca de apoyo. Éste se aproximó a ella y la tomó por el brazo.

– Señora Carrington, soy Kam Caine y ésta es mi casa -dijo, pausadamente-. ¿Por qué no pasan y se sientan?

Geraldine le miró.

– ¿Por qué no? -dijo, aceptando la invitación, a la vez que le miraba preguntándose qué papel jugaba él en todo aquello.

Entraron. Geraldine y Eric se sentaron en el sofá. Kam y Ashley, en sillas separadas, frente a ellos. Geraldine continuó como si no hubiera habido interrupción alguna.

– Ha sido espantoso, Ashley. No sé qué decir a Jane Butler. Siempre hemos sido grandes amigas, pero cuando una hija deja plantada al hijo de su amiga, la amistad se resiente. Me da vergüenza mirarle a la cara. Había organizado una fiesta ayer para presentarme a todos sus amigos y todos me miraron como si fuera un bicho raro. Nadie se atrevió a preguntarme por qué mi hija había hecho una cosa así, pero todos lo pensaban.

Ashley sonrió nerviosa y se echó el cabello para atrás.

– ¿Por qué no cancelasteis la fiesta? -preguntó.

Geraldine parpadeó sorprendida.

– ¡Pero si estaba organizada desde hace semanas! -exclamó-. Todo el mundo estaba invitado. ¿Cómo Íbamos a cancelarla?

Ashley miró a Kam con complicidad.

– Madre -dijo-. Cuando ocurre una catástrofe natural, o si alguien huye de su boda, las cosas se pueden cancelar en el último momento.

Geraldine desechó esa idea con un gesto de la mano.

– Nadie haría eso -insistió-. Además, todo salió muy bien. Lo único molesto fueron esas insistentes miradas.

Ashley tuvo que reprimir una carcajada. A Eric le dió un ataque de tos y Kam lo condujo a la cocina para darle un vaso de agua. Geraldine se echó hacia delante para hacer una confidencia a Ashley.

– Las cosas no van nada bien -susurró.

– ¿De verdad? -respondió Ashley, indiferente, todavía reprimiendo la risa-. Me extraña.

– Pensé que era perfecto, pero tal vez pido demasiado -se apoyó en el respaldo y se abanicó con una revista, aún acalorada por el esfuerzo de llegar hasta la casa-. Es una pena. Al principio era muy cariñoso.

Ashley dejó escapar un suspiro y miró a su madre con compasión.

– Tal vez deberías elegir un hombre mayor -comenzó.

– Ashley, querida -interrumpió su madre, como si hablara con alguien incapaz de comprender-. ¿No te has dado cuenta de que casi todos los hombres maduros prefieren mujeres jóvenes? ¿Acaso crees que si conociera a un hombre maduro, con el que pudiera hablar y que me comprendiera, lo dejaría escapar? Lo que ocurre es que todos quieren muñecas. Fíjate en tu padre -sus ojos azules brillaban llenos de indignación-. Si los hombres mayores consiguen mujeres jóvenes por dinero, y yo lo tengo, ¿por qué no he de tener hombres jóvenes?

Ashley se inclinó hacia ella y le cogió las manos.

– Porque no estás a gusto -dijo Ashley con dulzura.

Geraldine echó la cabeza hacia atrás.

– Eso no es del todo cierto. A veces me divierte que la gente gire la cabeza al vernos -estrechó la mano de Ashley, aceptando el apoyo que ésta le prestaba-. Además, hay actos sociales en los que hay que llevar acompañante y Eric es muy apropiado para eso.

De pronto la abandonó su actitud segura y sus ojos se llenaron de la vulnerabilidad que realmente sentía.

– Por eso quiero verte casada y feliz, querida, para que no tengas que pasar por lo que yo paso.

Ashley sintió un nudo en la garganta y miró a su madre con ojos amorosos.

– Madre, eres una mujer hermosa. Además eres lista y tienes una curiosidad intelectual y una calidez que apenas has potenciado. Me gustaría que te valoraras más. Lo mereces -respiró hondo-. No necesitas a Eric.

Geraldine la sorprendió no enfadándose, si no suspirando y asintiendo.

– Sé que tienes razón. Tengo que tomar una determinación -sonrió temblorosa y atrajo a Ashley para que se sentara junto a ella-. ¡Oh, Ashley! -musitó, abrazándola-. Siempre me siento mucho mejor después de hablar contigo.


Kam las observaba desde la puerta. Había escuchado gran parte de la conversación y estaba sorprendido. Había esperado ver a Ashley convertida en una niña acobardada frente a su madre, pero lo que había presenciado no tenía nada que ver con eso. Era obvio que las relaciones familiares eran más complejas de lo que había asumido.

Eric lo apartó para entrar en el salón.

– ¿Habéis aclarado las cosas? -preguntó. Ellas seguían abrazadas-. Veo que sí. ¿Vas a volver con nosotros, Ashley? ¿Recojo tus cosas?

– Vete, Eric -ordenó Geraldine-. Apenas hemos empezado la conversación.

– Pero yo tengo una cita para jugar al tenis a las dos -protestó él-. No quiero llegar tarde. ¿No podéis daros prisa?

Geraldine le cogió la mano como se la habría cogido a un hijo.

– Esto requiere su tiempo, Eric. Tendrás que tener paciencia.

Se oyó un ruido en el exterior, seguido de la entrada de un hombre maduro. Detrás iba una joven mujer voluptuosa y sexy. El hombre vestía pantalones cortos blancos y polo negro. Era elegante y atractivo.

– Así que estáis aquí -dijo, al ver a Geraldine y a Eric.

– Calla, Henry -dijo Geraldine-. Pareces como un personaje de una novela del siglo diecinueve.

– Y tú te comportas como si lo fueras -respondió Henry, sarcástico-. ¡Pobrecita, siempre con una tragedia en el pasado y un plan descabellado para el futuro -miró a Eric con desaprobación-. ¿Qué vas a hacer ahora, vivir en una choza en la playa y pescar en los arrecifes de coral?

Geraldine le miró furibunda.

– Si Eric y yo deciciéramos vivir así, tú no tendrías derecho a opinar.

De pronto, Henry vio a Ashley. Se precipitó hacia ella y la estrechó con fuerza entre sus brazos.

– Aquí está mi niña, mi pequeño ángel -sujetándola aún, echó la cabeza hacia atrás y la contempló con expresión triste-. ¿Qué has hecho, mi pequeña?

– Papá -empezó Ashley, a la vez que trataba de librarse de su abrazo.

– ¿Cómo has podido hacerlo? -continuó su padre, adoptando tono de conferenciante-. ¡Pobre Wesley, está destrozado! ¡Es un alma en pena!

– ¿De verdad? -preguntó Ashley incrédula, pues no podía imaginarse a Wesley en aquel estado.

– Bueno…-intervino Christina, que acostumbraba a llevar la contraria a Henry-. Tu padre exagera. Wesley actúa de forma peculiar, pero yo no diría que esté sufriendo.

Probablemente Christina era incapaz de concebir que un hombre sufriera por una mujer que no fuera ella.

– Hubo una gran excitación al principio. Cuando se dio cuenta de que realmente te habías marchado recorrió la casa rompiendo tus fotografías, después tiró tu ropa por la ventana. Despidió al guardés por no haberte detenido y estuvo a punto de despedir a la criada, pero su madre no le dejó -al reír le entró hipo-. Fue muy divertido, de verdad.

Ashley frunció el ceño.

– Por lo que dices, estaba más furioso que triste.

– Sí -intervino Eric, riendo a su vez-. Parecía más un chico con un bate de béisbol que un novio con el corazón destrozado.

– Eric -le reprendió Geraldine-. Eso no es verdad.


– Déjale hablar -dijo Ashley, sonriendo con tristeza-. Es sincero y esta familia necesita un poco más de honestidad -los miró de uno en uno-. ¿No estáis de acuerdo?

Todos guardaron silencio. Su madre le cogió la mano y le sonrió con ternura.

– Ahora todo ha acabado. Estoy segura de que has tomado la decisión correcta y estás preparada para volver y hacer lo que más te conviene, ¿verdad?

Ashley liberó su mano y miró a Kam con expresión desesperada.

– Todavía no lo hemos hablado -dijo, débilmente.

– Ya tendremos tiempo de hablar cuando volvamos al hotel. ¿No quieres tomar un té en la piscina?

Luego podemos llamar a los Butler y reconciliarnos. Ashley se miró las manos y guardó silencio.

– Primero iremos a nuestro hotel. Tienes que lavarte y ponerte algo más presentable -miró el vestido con cara de espanto-. Luego, llamaremos a los Butler -continuó Geraldine.

– No -dlijo Ashley, suavemente. Todos se volvieron a mirarla, sin dar crédito a lo que oían.

– Y les diremos que quieres disculparte -siguió Geraldine.

– No -repitió Ashley, con más determinación.

Su madre se quedó callada un instante. Luego continuó, señalando a Ashley con un dedo amonestador.

– Claro que vas a volver. Pasarás el resto de tu vida con Wesley y todo irá bien.

Ashley siguió con la atención fija en sus propias manos, sacudiendo la cabeza. Los demás se miraron entre sí. Por fin, intervino su padre.

– Los demás id a daros una vuelta -dijo con firmeza-. Yo me ocuparé de esto.

Geraldine se levantó.

– Es milagroso. Me alegro de que a estas alturas hayas decidido asumir tu responsabilidad como padre -cogió a Eric del brazo y salieron.

– Yo no me voy -anunció Christina-. Pero necesito beber agua. No habléis de nada importante hasta que vuelva-añadió, saliendo de la habitación.

Henry se sentó junto a Ashley y le pasó un brazo por los hombros.

– Quiero hablar contigo sobre Wesley, pero tengo que librarme de Christina -dijo.

Kam se dio por aludido y salió para entretener a Christina un rato.

– Lo siento, papá, pero ¿no crees que es demasiado joven? -dijo Ashley.

Henry comenzó a decirle que no cambiara de tema, pero al mirar en los ojos de Ashley, calló. -Tienes razón -admitió, con tristeza-. La verdad es que se pasa el día hablando de que quiere ser modelo y de cosas que no me interesan nada. Ashley sonrió, dándole una palmada en la mano. -Eso tiene solución -dijo, quedamente.

Henry, inmerso en sus propios pensamientos, pareció no haberla oído.

– El otro día le dije que cuando era pequeño no teníamos televisión en casa -comentó Henry-. Y me dijo que sería porque la electricidad no se habría inventado todavía -se reclinó sobre los almohadones como si estuviera agotado de tratar de entenderse con su novia-. ¿Cómo se puede ser tan ignorante?

Ashley rió.

– Lo sé, lo sé. Es una monada, pero tengo que dejarla -añadió su padre.

Ashley le miró sorprendida.

– ¿Es así de sencillo? -preguntó?

– No. Se pega como una lapa.

Ashley recapacitó.

– Tengo una idea -dijo-. Consíguele un tabajo de modelo en Los Angeles. Estará encantada, y una vez esté situada, ella misma te dejará.

Henry frunció el ceño.

– ¿Crees que funcionará?

Ashley sonrió desmayadamente, deseando que todos los problemas pudieran solucionarse tan fácilmente.

– Te lo garantizo -dijo.

Henry se animó, la atrajo hacia sí y soltó una carcajada.

– Eres un genio. Voy a seguir tu consejo.

Kam había sido testigo de gran parte de la conversación desde la puerta, y una vez más comprobaba que Ashley no era una marioneta manejada por su familia. Nada parecía ser lo que aparentaba.

Christina volvió de la cocina.

– Me dijiste que volverías para enseñarme a comer semillas de papaya -dijo, dirigiéndose a Kam-. A mí me saben fatal.

– Lo siento -sonrió Kam-. Tal vez era una papaya macho. Hay que fijarse.

Christina le miró suspicaz, pero cuando estaba a punto de decir algo, aparecieron Eric y Geraldine.

– ¿Cómo van las cosas? -preguntó Geraldine.

– ¿Qué? -preguntó Henry, con gesto culpable, dándose cuenta de que no le había dicho una palabra a su hija sobre Wesley-. No nos habéis dado suficiente tiempo -se excusó.

Geraldine le ignoró.

– Seguro que te pusiste a hablar de otra cosa, como siempre. No tenemos todo el día -se sentó junto a Ashley y le cogió la mano, exgiéndole que le prestara atención.

– Cariño, tienes que volver con Wesley, eso es todo. Sabes que tu padre tiene negocios con la familia Butler y tu actuación no va a ser beneficiosa. Él ya no es joven y no podría volver a empezar. No puedes hacerle esto. Al fin y al cabo, es el único padre que tienes.

Ashley la miró, soprendida de que hiciera aquella defensa de su padre. Henry también la miraba sin comprender.

– Geraldine, no sabía que eso te preocupara -dijo él, dulcemente.

– Claro que sí -dijo ella, cortante-. Me preocupa lo que te pase. Al fin y al cabo, hubo un tiempo en que estuve enamorada de ti.

– Pero llevamos veinte años divorciados -comentó Henry, con ojos brillantes.

Geraldine continuó, acentuando los aspectos prácticos de la situación.

– Tu padre siempre te ha ayudado y ahora necesita tu apoyo.

Todos miraron a Ashley, expectantes.

– No -susurró ella.

– ¿Qué dices? -exclamó su madre, indignada.Ashley levantó la barbilla.

– No -repitió más alto-. No, no y no. No volveré, no puedo.

– ¿Qué es lo que no puedes hacer?

– Volver con Wesley. No le amo, ni tan siquiera me gusta y no puedo casarme con él. -Eso es imposible.

– Lo siento, no puedo.

Hubo una conmoción general. Kam decidió que era el momento de intervenir.

– Ya habéis oído -dijo, cruzando los brazos sobre (I pecho-. Se queda aquí.

Geraldine le miró de arriba abajo, como si le viera por primera vez.

– ¿Tú qué tienes que ver en esto? -preguntó, arrogante.

– Te voy a decir una cosa -respondió Kam, mirándola fijamente-. Os he observado desde que haréis llegado y creo que a ninguno os importa Ashley de verdad. Sólo os preocupáis de vosotros mismos y de vuestros intereses.

Kam calló un instante, mirándolos detenidamente.

– Ese es mi papel aquí -continuó-. Ocuparme de Ashley.

– ¿La dejarías marchar si quisiera? -preguntó llenry.

Kam le miró fijamente.

– Por supuesto. Esa es decisión suya.

Después de varios comentarios entrecortados y cierta indecisión, los visitantes se fueron. Kam y Ashley se quedaron a solas.

– Ahora qué -preguntó Kam, mirándola con ternura.

Ashley le miró con ojos brillantes.

– :Ahora qué? -interrogó a su vez-. No tengo ni idea -se aproximó a él, sintiéndose vulnerable-. Abrázame, por favor, Kam -suplicó.


Ashley y Kam bajaron al pueblo y comieron en un restaurante italiano donde conocían a Kam desde pequeño. El dueño tocó el acordeón para ellos y las camareras cantaron melodías románticas y arias de ópera. Bebieron vino blanco y comieron en mesas con manteles de cuadros y velas. Ashley no recordaba haber pasado un rato tan delicioso en toda su vida. Nunca había visto reír a Kam tanto. Contaba chistes y se divertía con las locuras que ella le contaba.

– ¿Sabes cómo me siento? -preguntó Ashley, cuando volvían hacia la casa bajo una luna tropical-. Como si estuviéramos en una película sobre la Segunda Guerra Mundial, tú tuvieras que partir al frente en una misión peligrosa y ésta fuera nuestra última noche juntos.

Kam la atrajo hacia sí y la miró intensamente.

– Ashley, nunca he conocido a nadie como tú -dijo. El corazón le latía con fuerza-. Eres muy especial para mí.

– Lo mismo digo -dijo ella, besándole y preguntándose si aquel sentimiento era el estar enamorada.

Llevaba un vestido de gasa blanco con los hombros descubiertos. Ashley lo había encontrado entre las cosas que Shawnee le había comprado. Cuando se lo había probado para enseñárselo a Kam, éste la había mirado aprobadoramente y no había podido resistirse a besarla. De vuelta a casa, se detuvieron en una tienda abierta para comprar provisiones.

– No vamos a hacer el amor más sin protección -había dicho Kam.

Pero hicieron otra vez el amor. Y otra. Y lo siguieron haciendo cuando el día despuntaba. Al fin y al cabo, tal vez era su última noche juntos.


Volver a la mansión de los Butler no fue fácil, pero Ashley entró en ella con la cabeza alta, saludó a los mayores y fue directa al despacho de Wesley.

Éste estaba sentado en su escritorio. La miró con hostilidad.

– Wesley -dijo Ashley, con firmeza-. He venido a decirte que lo siento.

Wesley la miró fijamente. Su rostro no reflejaba emoción alguna.

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