Capítulo Cuatro

El vestido le quedaba un poco corto y demasiado ancho en la cintura, pero al menos cubría lo imprescindible. Ashley se pasó una mano por el cabello y desistió de peinarlo. Se dirigió a la cocina.

Kam estaba sentado a la mesa. Parecía malhumorado. Llevaba puestos los vaqueros y un polo blanco que resaltaba su moreno. Ashley pensó una vez más que era extremadamente atractivo.

Ese era un detalle sin importancia, se dijo, puesto que ella no estaba buscando novio, sino un puerto para refugiarse de la tempestad. Se sentó frente a él y le dedicó la mejor de sus sonrisas.

– ¿Dónde están los donuts que has mencionado? -preguntó, observando las migas que llenaban la mesa vacía.

Kam la miró con expresión culpable.

– Lo siento. Me los he comido -dijo.

– Te has dado prisa.

Kam tragó y carraspeó.

– Shawnee, mi hermana, se ha llevado casi todos. Sólo quedaba uno y lo he comido sin pensarlo.

Ashley sonrió de nuevo.

– ¿Ha sido un reflejo nervioso? -preguntó, maliciosa.

Kam frunció el ceño.

– Yo no tengo reflejos nerviosos.

Ashley abrió los ojos de par en par.

– Por supuesto que no -dijo, sarcástica.

Kam la observaba, suspicaz. Ashley se preguntó qué estaría pensando, convencida de que en parte lo sabía. Seguía sin explicarse qué hacia ella en su cama por la mañana. Probablemente pensaba que trataba de seducirlo y que en cualquier momento lo intentaría de nuevo. Ashley comprendía que un hombre tan atractivo como él pensara de esa manera, pero eso hacía las cosas aún más difíciles para ella.

– Quiero aclarar lo que ha pasado -comenzó a decir, tan indiferente como pudo-. Cuando me metí en tu cama por la noche, no estaba intentando seducirte.

Kam la miró sorprendido. Era obvio que no se esperaba una explicación tan directa. Siendo abogado, tendía a abordar los temas de una manera más indirecta.

– No he dicho que esa fuera tu intención -dijo, a la defensiva, mirándola y retirando la vista rápidamente.

Ashley sonrió.

– No, pero lo pensaste.

La mirada de Kam se oscureció. Echó la cabeza hacia atrás.

– ¿Acaso puedes leer mis pensamientos? -preguntó, irónico. Era obvio que la idea de que así fuera no le agradaba.

– Así es -dijo Ashley, sonriendo al saber que si adoptaba una actitud segura le irritaría-. Por eso sé que no me crees, porque no eres capaz de entender que una mujer necesite algo más que sexo de un hombre.

La ira nubló los ojos de Kam.

– Escucha, Ashley -dijo, frío y cortante-. Yo no te estoy acusado de nada, y me gustaría que tú me respetaras.

Ashley asintió lentamente.

– Tienes razón -dijo-. Lo siento -se echó hacia atrás en el asiento y suspiró-. Como disculpa, te daré una explicación.

Kam se encogió de hombros.

– No tienes que explicarme nada.

– Sí. Tengo que explicarte lo que pasó anoche y por qué esta mañana me has encontrado en tu cama.

Kam hizo un gesto de impaciencia, pero habló con suavidad.

– Está bien. Explicámelo todo -dijo, mirándola fijamente como si exigiera que la historia valiera la pena.

Ashley se pasó la lengua por los labios, a la vez que buscaba las palabras precisas con las que hacer entender a Kam algo que era más visceral que racional.

– Necesitaba estar junto a un ser humano -dijo, al fin, tratando de dar la explicación más sencilla posible-. ¿No te ha pasado nunca? Era una noche muy extraña para mí después de todo lo que había pasado. De pronto, en la oscuridad, sentí miedo y quise sentir el calor de otro ser humano.

Ashley sentía que a la luz del día sus palabras resultaban absurdas. Por la noche había sido como un clamor de su espíritu, pero esa era una sensación inexpresable.

– ¿Lo entiendes? -preguntó. Sus ojos azules reclamaban la aprobación de Kam.

Kam titubeó. Percibía que Ashley ansiaba una respuesta afirmativa, pero no estaba dispuesto a mentir por satisfacerla.

– No estoy seguro de entender -dijo, lentamente-. Sigo sin saber qué querías.

Ashley se echó hacia atrás en su asiento y le miró fijamente. Al menos tenía el suficiente interés como para no asentir sólo para acabar con la conversación. Siendo así, ella debía crresponderle tratando de expresarse con mayor claridad.

Cerró los ojos y pensó unos instantes.

– ¿Te acuerdas de la canción que canta Elza Doolittle en My fair lady, sobre las ganas que tiene de tener un lugar para sí misma?

Kam la recordaba, pero seguía sin comprender a Ashley.

– ¡Vamos hombre! -exclamó, cuando empezó a ver una conexión. Prefería cambiar de tema. Ashley estaba entrando en un terreno demasiado personal sobre el que Kam no quería saber nada. No estaba dispuesto a ayudarla y prefería no saber más.

– Pobre niña rica -comentó, despectivo-. Tú has tenido siempre lo que has querido, un sitio acogedor en el que refugiarte, con un número indefinido de sillones enormes para descansar.

Ashley sacudió la cabeza, haciendo una mueca de dolor.

– Esa no es la cuestión. La canción no se refiere a la necesidad de cosas materiales. Trata sobre el deseo de tener algo propio. Como… como, una familia.

– ¿Una familia?

Su expresión asustada no pasó desapercibida a Ashley. Era obvio que pensaba que su intención era encontrar un marido y que temía ser él el elegido. Era tan paranoico que Ashley sintió ganas de reír a carcajadas.

– Nunca entendí así la letra de esa canción -dijo Kam, esquivando la mirada de Ashley.

– Por supuesto -dijo ella-. Porque eres un hombre y además, misógino.

– ¿Misógino? -repitió él.

Mantuvieron la mirada un instante y de pronto se encontraron al borde de la risa. La situación comenzaba a ser absurda. Kam retiró la vista para evitar la risa cómplice.

– Me pregunto por qué crees que sabes tanto sobre mí -comentó, secamente.

– Intuición femenina -dijo Ashley, haciendo un gesto con la mano-. No le des importancia-. También ella quería acabar la conversación. Si él seguía sin entenderla, ella no estaba en condiciones de hacer más esfuerzos.

Se levantó y fue hacia la nevera.

– Ya que te has tomado todos los donuts, tendré que buscar algo para desayunar.

– Hay un mango maduro en el frutero.

Ashley cogió la fruta anaranjada y la hizo girar en la mano.

– ¿Son buenos? ¿Cómo se comen?

– Saca un cuchillo del cajón -dijo Kam-. Pélalo y córtalo en rebanadas o muérdelo. Pero cómelo sobre el fregadero. Suelta mucho jugo.

Kam tenía razón. En poco tiempo el jugo corría por la barbilla y las manos de Ashley. Kam sacó una toalla limpia y la ayudó a limpiarse. Ambos rompieron a reír, pero él se apartó de inmediato. Se negaba a pasarlo bien con ella. Volvió a su asiento y miró cómo terminaba de limpiar el fregadero. Por primera vez le prestó verdadera atención. Era bonita y tenía cierta picardía. Parecía la versión crecida de una de esas niñas con hoyuelos y pecas. Tenía ojos soñadores y una melena salvaje enmarcaba su rostro. Algunos rasgos, como la línea firme del mentón y la expresión aristocrática de su mirada en algunas ocasiones, revelaban que provenía de una familia rica. Eso ya lo sabía Kam desde que había sabido que era la prometida de Wesley. Este no se hubiera casado con nadie que no perteneciera a su misma clase social.

No cabía duda de que se trataba de una niña rica y mimada que había decidido dar una lección a su prometido cometiendo una locura. Estaba jugando al escondite y lo más seguro era que tan sólo esperara a que Wesley fuera a buscarla. Kam la imaginaba viviendo siempre situaciones melodramáticas. Estaba decidido a que se fuera de su casa cuanto antes. Los melodramas no eran bien recibidos en su vida.

– ¿Qué planes tienes? -preguntó, bruscamente.

Ashley le miró con expresión vacía.

– Sí, planes -repitió Kam-. Esas cosas que se hacen para organizar la vida: primero esto, luego lo otro -añadió, sarcástico.

Ashley se sentó frente a él.

– Sé perfectamente qué es un plan -dijo. Kam arqueó una ceja.

– Pensaba que tal vez no lo supieras. Ashley se encogió de hombros.

– No he hecho ninguno -dijo.

Los labios de Kam se tensaron en un gesto intransigente.

– Algo tendrías pensado cuando decidiste huir de la iglesia para venir aquí.

Hablaba como si pensara que era una estúpida, pero Ashley pensó que no era eso lo que realmente pensaba. Tal vez sólo lo hacía para mantener las distancias. Al fin y al cabo, se dijo Ashley, eso era lo que había intentado desde el principio.

– Sí -dijo al fin, lentamente, buscando en los ojos de Kam la respuesta a sus reflexiones-. Tenía un plan. Pensaba quedarme aquí hasta que tuviera el valor de marcharme.

– ¿Por qué aquí?

– Porque en mis paseos por la playa había visto lue la casa estaba vacía. Parece un sitio maravilloso, con los geranios en flor y el musgo creciendo en los troncos de los árboles. Me di cuenta de que la ventana de atrás no estaba bien cerrada y que sería fácil abrirla. Eso es lo que hice.

¿Así que elegiste mi casa premeditadamente?

Ashley sonrió.

– Después tuve la mala suerte de que el dueño decidiera venir el mismo día. No podía ni predecirlo ni evitarlo.

– ¿Si no hubiera venido te habrías instalado aquí?

– Probablemente -dijo Ashley, dirigiendo una mirada aprobadora a la cocina-. Pero la habría cuidado bien.

– Eso no lo sabemos -dijo él, dulcemente.

Ashley le dirigió una rápida mirada, sorprendida por la ternura de su tono, pero Kam se levantó, impidiendo que sus ojos se encontraran.

– Ya que estás aquí -dijo él, dándole la espalda-, puedes quedarte hasta que estés dispuesta a volver.

Cuando Kam salió de la habitación, Ashley lo siguió con la mirada. Le ofrecía lo que quería, un lugar en el que refugiarse, y sin embargo no estaba contenta.

Kam había dicho «hasta que estés dispuesta a volver» y eso la desconcertaba. ¿Qué quería decir con eso?.

Levantándose despacio, le siguió hasta el dormitorio.

Kam estaba acabando de hacer la cama cuando Ashley entró. Era demasiado tarde para ayudarle, pero fue directa a la silla y comenzó a doblar la manta que había usado la noche anterior.

– No quiero molestarte -dijo, queriendo parecer animada-. Sé que has venido a relajarte y no quiero que dejes de hacerlo por mí. Si me dices qué piensas hacer durante el día, haré lo posible por no coincidir contigo.

– No te preocupes -dijo él, indiferente-. Si te veo venir, echaré a correr.

El tono irónico que usó puso a Ashley en guardia. Estaba tratando de ser amable y no le gustaba que él la insultara. Se volvió con rapidez a la vez que él se incorporaba tras ajustar la sábana y chocaron. A punto de caer, Ashley se agarró de su camisa, a la vez que él la asía con firmeza, rozándole los senos.

Ashley se removió pero no se apartó, mirándolo sorprendida por la sensación que aquel contacto le había producido.

Kam la miró enfadado.

– ¡No hagas eso! -exclamó, maldiciendo entre dientes. Le irritaba lo que había pasado y que Ashley le mirara con aquella expresión de asombro.

– ¿Qué no haga qué? -preguntó ella, parpadeando sorprendida-. Te recuerdo que eres tú quien me ha tocado.

Kam sabía que tenía razón. Pero era ella la que le estaba dando más importancia de la que tenía. Él debía haberse separado de ella, pero Ashley parecía mantenerlo atrapado en un campo magnético.

– No lo he hecho a propósito -dijo, mirándola a los ojos.

– ¿No? -preguntó ella, levantando la barbilla hacia él, retadora. Sabía bien que no lo había hecho intencionadamente, pero en ese momento eso daba lo mismo.

– No -respondió él. Sus ojos verdes brillaban. Mantenía los puños cerrados con fuerza-. Cuando quiero tocar a una mujer, no me ando con rodeos.

Ashley miró su boca sensual y sintió un estremecimiento.

– Estás muy seguro de ti mismo -dijo, provocativa.

– Así es -dijo él, dulcemente.

Una corriente recorrió la espalda de Ashley, activando todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo. No quería analizar lo que le estaba ocurriendo porque sabía que si lo hacía tendría que interrumpirlo, y no quería dejar de sentirlo. Al menos mientras la tensión entre ambos fuera tan exquisita.

Ningún otro hombre le había hecho sentir aquel vértigo.

– No estoy de acuerdo -dijo, enfrentándose a la arrogancia de Kam con una mirada inquisitiva-. Creo que es tan sólo una fachada.

Kam la miró sorprendido.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó.

Ashley pensó que debía separarse de él, pero en lugar de hacerlo, se aproximó aún más, quedando a pocos milímetros de él.

– Pienso que no tocas a las mujeres -dijo, provocadora. Sabía que jugaba con fuego, pero no podía evitarlo-. Ni siquiera creo que las mujeres te interesen.

Kam la miró con ojos llameantes. Sabía que Ashley trataba de provocarle y que irritarse no sería sino morder el anzuelo. Pensó que debía reír y apartarse de ella, pero una fuerza irresistible le impedía hacer lo que más le convenía.

– Me encantan las mujeres -dijo, entre dientes.

La tomó por los hombros y hundió sus ojos en los de ella. Estaba seguro de que iba a besarla-. Lo que no me gustan son las niñas ricas -continuó, haciendo un último esfuerzo por contenerse.

– ¿Por qué? dijo ella, sarcástica-. ¿Porque no puedes competir? -se echó levemente hacia delante, levantando el rostro hacia él-. ¿O acaso crees que no puedes estar a mi nivel?

Kam la tomó con fuerza por los hombros y la atrajo hacia sí. Su boca era decidida y cálida, y Ashley se abrió a ella como una flor a un rayo de sol. Su calor la invadió, fundiéndose con cada rincón de su cuerpo. Nadie la había besado antes de aquella manera, ni le había hecho sentir la sangre en ebullición.

Estaba acostumbrada a besos corteses, faltos de pasión, carentes de deseo. En éste había algo primitivo que la aturdió hasta darle miedo, atravesándola con la certeza de que desearía más y más.

Entonces Kam se separó de ella, se pasó el dorso de la mano por la boca y contempló a Ashley.

– No puedo creer que me haya dejado llevar -murmuró.

Ashley sonrió. Un deliciosa sensación de letargo ralentizaba sus movimientos.

– Ni yo haberlo provocado -susurró, a su vez.

Kam fue a decir algo pero se detuvo. Había pasado justo lo que quería haber evitado. Ya era bastante problema tener una mujer en casa como para además empezar a hacer aquellas estupideces. Estaba decidido a no volver a intimar con una mujer. No debía olvidarlo.

Ashley observó la mirada preocupada de Kam. Era obvio que estaba disgustado y ella no podía explicarse la causa. Deseó decirle que no se preocupara, que el beso no tenía mayor importancia. Al fin y al cabo esa era la verdad. Había sido uno de esos maravillosos momentos imposibles de evitar. Aunque su corazón seguía latiendo con fuerza, Ashley se reafirmó en la idea de que no había tenido importancia.

– Te tomas la vida demasiado en serio -comentó, dulcemente-. No te preocupes, no ha sido nada.

– ¿Nada? -sus ojos se ensombrecieron al percibir un tono compasivo en Ashley-. Supongo que tampoco fue nada tu compromiso de boda -añadió, hablando lentamente-. Un día estás a punto de casarte y al siguiente estás dispuesta a seducir a otro. ¿Por eso me dices que me tomo la vida demasiado en serio?

Ashley enrojeció de rabia, separándose de él dolida y en actitud defensiva.

– No he tratado de seducirte. Tan sólo nos hemos dado un beso. No hace falta que vayamos a juicio por ello.

Kam echó la cabeza hacia atrás, mirándola con severidad.

– No lo vuelvas a hacer.

Ashley no cabía en sí de sorpresa e indignación.

– Lo haré siempre que quiera y con quien quiera -la mirada recriminadora de Kam consiguió aumentar su enfado-. Ocúpate de la virtud de otra persona. De la mía ya me ocupo yo, gracias.

Kam se encogió de hombros.

– De eso estoy seguro -dijo, secamente.

Al volverse tropezó con el vestido de novia que seguía tirado en el suelo. Se agachó a recogerlo.

– Será mejor que lo cuelgues -dijo, sujetándolo en alto-. Estoy seguro de que querrás usarlo pronto.

– ¿Pronto? -Ashley frunció el ceño-. No lo creo. No quiero saber nada de los hombres.

Tal y como le ocurría siempre, el enfado se le había pasado con rapidez. Se encogió de hombros y trató de sonreír.

– Como te ha pasado a ti con la mujeres. Tal vez pudieras darme un cursillo sobre cómo eliminar al sexo opuesto de tu vida.

Kam, manteniendo una expresión fría y cínica, dejó el vestido en el respaldo de una silla.

– No es más que cuestión de tiempo -dijo-. Volverás.

Ashley se quedó desconcertada. No daba crédito a lo que oía.

– ¿Qué has dicho? -exigió, mirando a Kam a los ojos, con los suyos abiertos de par en par.

– Sabes perfectamente que volverás. Es el hombre perfecto para ti: rico, elegante…

– Arrogante, mandón, indiscreto. Tienes razón.

– Me encantan los hombres así -interrumpió Ashley. -¿Acaso no sabías todo eso cuando le aceptaste? Ashley se sentó en la cama.

– Si quieres que sea sincera, no lo sabía. Siempre que le había visto había sido un perfecto caballero. Cuando nos visitó en La Jolla lo pasamos en grande -el recuerdo la hizo sonreír-. Nadamos, jugamos al billar, bailamos hasta el amanecer. Era una persona distinta a la que me encontré cuando vine a Hawaii.

Kam, con los brazos cruzados, se apoyó en la jamba de la puerta.

– Lo que quieres decir es que no le amas.

Lo dijo como si hubiera encontrado un fallo en la explicación que Ashley le daba.

– Nunca le amé -dijo Ashley con un tono firme y seguro.

Kam la miró sorprendido.

– ¿Por qué ibas a casarte con él?

A Ashley le asombró su falta de imaginación. -Porque seguía soltera a los treinta años.

La expresión de Kam se relajó. Al fin creía entender los hechos.

– Veo que eres una astuta embaucadora.

Era obvio para Ashley que seguía sin entender. Suspiró hondo.

– Te equivocas. Intenta pensar en términos emocionales, no de lógica. No tengo nada de embaucadora.

– ¿Qué querías, su dinero?

– Te equivocas -respondió Ashley, soltando una breve carcajada. Tener más dinero era lo último que deseaba-. Sigues sin entender.

Ashley empezaba a pensar que no valía la pena tratar de explicarse si Kam iba a seguir creyendo lo que quisiera. Aun así, decidió hacer un último esfuerzo para hacerle comprender.

– Pensé que había llegado el momento. Deseaba formar una familia, las circunstancias eran adecuadas… -su voz se hizo apenas audible y se encogió de hombros.

Kam la contempló sin saber qué creer. Para él todo resultaba demasiado ilógico. No entendía cómo Ashley podía haber pensado en casarse con un hombre al que no amaba. Supuestamente las mujeres eran seres románticos y sin embargo, ésta hablaba del deseo de formar una familia dado que las circunstancias eran apropiadas. Kam sentía que le faltaban las claves para comprenderla.

– ¿No has estado nunca enamorada? -preguntó.

Ashley, sorprendida por la pregunta, titubeó. Sacudió la cabeza.

– No -dijo, dulcemente, a la vez que buscaba la mirada de Kam-. Creo que no. ¿Tú?

La expresión de Kam se nubló una vez más. -No estamos hablando de mí, si no de ti -dijo, mirándola fijamente-. ¿Dices en serio que nunca has estado enamorada?

Ashley asintió en silencio. Nunca lo había admitido antes. Llegado un momento había asumido que era incapaz de amar. De no ser así, pensaba que ya habría estado enamorada.

Le gustaba la gente y siempre había tenido numerosos amigos de ambos sexos. Pero nunca había sentido ese algo especial sobre el que leía en los libros o veía en las películas.

Sin embargo, y aunque hubiera deseado sentirlo, nunca le había dedicado demasiado tiempo a ese pensamiento. Era difícil echar de menos algo que no conocía, y se había convencido de que la vida era más tranquila sin mezclarse en asuntos amorosos.

– Nunca he estado enamorada -admitió-. Por eso me decidí por alguien que fuera compatible. Sinceramente pensé que Wesley y yo eramos perfectos el uno para el otro. Fuimos a los mismos colegios, teníamos amigos comunes, nuestras familias se conocían de siempre. Pensé que encajábamos a la perfección.

Kam la miraba impasible.

– Parece razonable -dijo.

– Pero no tenía suficiente información -continuó ella-. Debía haber sabido entonces lo que sé ahora. Kam emitió un sonido indefinido, a la vez que se separaba de la puerta.

– Déjate de historias, Ashley -dijo-. Estás jugando un juego desde el momento que te escapaste de la iglesia. Todo el mundo estará desconcertado, incluido Wesley. ¿No crees que ya es hora de volver y recoger tu recompensa?

Ashley le miró fijamente. No estaba segura de entender.

– ¿Recompensa? -repitió.

– El escándolo que planeaste -Kam sonreía con arrogancia-. Ahora eres el centro de atención. Hasta Wesley hará lo que sea por contentarte.

Ashley no podía creer que alguien pudiera pensar algo así de ella. Kam había sido antipático y poco cordial, pero además estaba decidido a pensar mal de ella, dijera lo que dijera.

En aquellas condiciones, no podía quedarse en la casa. Hubiera deseado pasar allí un par de días, pero era imposible después de aquello. Su autoestima le exigía marcharse.

– Se acabó -dijo, levantándose de la cama y retirándose el cabello hacia atrás-. Me marcho -pasó unto a él y se dirigió hacia la puerta de salida. -Espera -dijo él, sin creer que fuera a marcharse.

– Me voy -insistió Ashley, volviéndose hacia él desde la puerta-. No pongas esa expresión de suficiencia. Pertenece a otro siglo, querido. Adiós.

Abrió la puerta y salió al porche. Kam la siguió, sonriendo aún, convencido de que Ashley no cumpliría su amenaza.

– ¿Qué vas a hacer? -preguntó, arqueando una ceja-. ¿Tienes dinero? Ashley volvió la cabeza.

– No lo necesito -dijo, mintiendo con decisión.

La risa suficiente de Kam la indignó.

– No tienes ni dinero ni un sitio al que ir -dijo Kam.

Ashley lo miró con ojos furiosos. Nunca había estado tan enfadada.

– No se preocupe usted de mí. Tengo recursos-dijo.

– ¿Qué recursos?

– Están todos aquí -dijo ella, señalándose la cabeza.

– Estoy seguro -dijo él, sonriendo.

– No necesito que tú me ayudes.

Kam sacudió la cabeza, tratando de reprimir una sonrisa.

– Ashley, será mejor que te quedes hasta que decidas volver. Una mujer como tú…

– ¿Una mujer como yo? interrumpió ella. Todo lo que Kam decía empeoraba las cosas. Levantó los brazos hacia él en un ademán retador-. ¿Qué sabes tú de mi? Presupones cosas que llegas a creer. Debes ser un gran abogado.

Se volvió y continuó su marcha. Kam la contempló alejarse hacia la playa. El sol iluminaba su rubio cabello. Parecía tener una aureola.

Kam quiso seguirla y convencerla de que volviera. ¿Cómo iba a arreglárselas sin dinero? ¿Dormiría en la playa? O tal vez, pensó, alguno de sus amigos ricos la ayudaría. Era mejor así. Mejor para él.

– De buena te has librado -dijo, en voz audible.

Se sentía libre. Podía hacerse una limonada y echarse en la playa a beberla. Tomar el sol y relajarse. A eso había ido y por fin podía hacerlo.

Entró en la casa silbando. Recordó que no tenía limones y optó por una cerveza. Al ir a cogerla, se le cayó en el mismo pie que se había golpeado la noche anterior en la oscuridad. Maldiciendo, recogió la lata y al abrirla la espuma saltó y lo empapó.

– Este no es mi día -se dijo, sacudiéndose la espuma de la cerveza. De hecho, pensó, hacía tiempo que no tenía un buen día. Pero al menos estaba sólo, que era lo que realmente deseaba.

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