Capítulo Tres

Kam pensó que estaba soñando. Soñaba con algo suave y de delicado aroma que deseaba coger. Entonnces se despertó y miró a su alrededor.

Asombrado, observó su mano apoyada en el hombro de Ashley. ¿Qué hacía ella en su cama si la había dejado durmiendo en la silla?

El sol entraba a raudales en la habitación. Kam no se explicaba cómo él, que siempre se despertaba con el amanecer, había seguido durmiendo incluso con Ashley metida en su cama.

A la luz del día parecía aún más pequeña. Con el pelo esparcido sobre la almohada y sus largas pestañas haciendo sombra sobre sus mejillas, parecía vulnerable, y Kam no quería saber nada de ello.

Retiró la mano tan suavemente como pudo, suspirando tranquilo al ver que ella no se despertaba. Lentamente, salió de la cama.

Un sonido lo detuvo en seco. Horrorizado, oyó que le llamaban desde el salón.

– Kam, no me digas que todavía no te has levantado.

Kam dejó escapar una palabrota. ¿Acaso la racha de mala suerte no tenía fin?, pensó.

Tanbién Ashley había oído la llamada y le observaba ahora desde la cama con expresión de pavor.

– ¿Quién…? -comenzó, pero Kam la detuvo.

– Es mi hermana Shawnee -dijo, quedamente-. Me temo que tiene una llave de la casa. Quédate aquí. Voy a ver qué quiere.

Kam sentía no tener tiempo de ponerse unos vaqueros, pero no podía perder tiempo. Cuanto más tardara, más se arriesgaba a que Shawnee fuera hasta el dormitorio. Salió en pantalón de pijama. Se sentía estúpido. En su precipitación, se dió un golpe contra el marco de la puerta. Maldiciendo,se dirigió hacia el salón dando saltos de dolor.

– Cuida tu lenguaje -lijo su hermana-. Traigo compañía.

Kam contempló a la hermosa joven que venía con Shawnee. Parecía tímida y dulce, y claramente avergonzada de encontrarse con un hombre en pijama.

Shawnee se echó en brazos de su hermano, lo besó ruidosamente y se retiró para contemplarlo con mirada amorosa.

– Tienes un aspecto espantoso -dijo, maternal-. Menos mal que has venido a casa. Te pondremos en forma en un periquete.

Se volvió y atrajo a su amiga hacia ellos.

– Kam, esta es Melissa Kim. Es la nueva encargada del restaurante. Pasábamos por aquí y le dije que debíamos acercarnos para que conociera a mi hermano pequeño -dijo, a la vez que le guiñaba un ojo a Kam.

Kam miró los ojos verdes y risueños de su adorada hermana y calculó las posibilidades de cometer un asesinato. Desde que él había cumplido los treinta años, Shawnee aparecía con chicas que pudieran interesarle. Estaba decidida a casarlo. Se estaba convirtiendo en un verdadero problema.

– Encantado, Melissa -farfulló, dedicándole una leve sonrisa-. Shawnee, es un placer veros pero…

Shawnee se volvió hacia la habitación. Su larga trenza se balanceaba siguiendo sus movimientos. Todos sus gestos indicaban a Kam que Shawnee tenía algún plan, y que no se marcharía hasta que lo llevara a cabo.

– Estoy tan contenta de que estés de vuelta en Big Island -dijo-. Mitchell me dijo que venías a pasar unas cortas vacaciones y me puse a hacer planes de inmnediato. Lo primero era venir a saludarte.

– Gracias por venir -rspondió él cortesmente, respondiendo a la sonrisa de Shawnee.

Titubeó pero tomó una decisión que se dispuso a poner en práctica. No estaba interesado en conocer a Melissa ni en ningún otro plan que Shawnee le hubiera preparado. Mucho menos quería que cualquiera de las dos se encontrara con la mujer que se escondía en su habitación.

Se pasó la mano por el despeinado cabello y les sonrió tímidamente.

– Llegué ayer tardísimo -comenzó-. Tuve problemas con la luz por culpa de la tormenta y lo cierto es que estoy casi dormido.

Shawnee elevó la barbilla, amenazadora.

– No te preocupes por nada -dijo-. Mira lo que hemos traído.

Levantó la mano para enseñarle dos paquetes.

– Café y donuts -añadió-. Tal y como te gustan. Vamos a desayunar a la cocina.

Shawnee se dirigió hacia la cocina, pero Kam la tomó del brazo, atrayéndola hacia sí.

– Espera -dijo, susurrándole al oído-. No estoy vestido.

Shawnee hizo una mueca, indicando que aquello no tenía la menor importancia, y cogiéndole de la mano, lo llevó hacia la cocina.

– Ven y siéntate -dijo-. Quiero que comas y be bas y que luego nos acompañes a hacer unas compras.

Kam protestó, pero se dejó llevar. Shawnee le hizo sentarse a la mesa.

– No te procupes por Melissa dijo, mirando su torso desnudo-. A ella no le importa que no lleves camisa, ¿verdad? -añadió, haciendo un gesto a la joven.

Melissa se ruborizó. Kam miró intensamente a su hermana, pero ésta decidió ignorarle.

Mientras Shawnee preparaba las tazas y ponía la mesa, Kam se preguntó porqué siempre acababa haciendo lo que ella quería. Era ya un adulto independiente, pero en cuanto ella llegaba se convertía en un niño. Había crecido con ella, era como su madre. Pero la situación llegaba a ser ridícula.

Era difícil romper con los hábitos de toda una vida, pero tal vez aquella era la ocasión de hacerlo. Debía intentarlo, se dijo. Miró a Shawnee con ojos entrecerrados y espero a que le diera una oportunidad de hablar.

– Tienes que ver el nuevo teatro del hotel Shangri-la -estaba diciendo, sonriendo inocentemente-.Se me olvidaba decirte que Melissa no ha visto nunca una película policiaca. Deberías llevarla.

Kam dejó la taza sobre la mesa y la miró fijamente.

– No -dijo, con voz clara y firme. Shawnee le miró perpleja.

– ¿No? -repitió.

– No. Estoy harto de películas policiacas -añadió, sonriendo, pero mirándola con ojos enfadados-. Ahora me gustan más las películas de asesinatos en cadena. Cuanto más sangrientas mejor.

Shawnee le miró unos instantes inquisitva, luego su expresión se relajó y sonrió.

– Mientes -dijo, moviendo una mano en el aire-. Te conozco -miró a Melissa, quien parecía no enterarse de lo que pasaba, y añadió-. Da lo mismo.

– Vamos a hacer un picnic el domingo, ¿vendrás?

Era obvio que Shawnee tenía la intención de invitar a Melissa.

– No puedo -respondió Kam, secamente. Shawnee entrecerró los ojos para mirarlo.

– El lunes por la noche vienen a cenar Mack y Shelley.

Estoy ocupado -dijo Kam, no dejándole acabar la frase.

Shawnee levantó la barbilla, retadora. -¿Qué vas a hacer? -preguntó. Descansar.

Se miraron fijamente durante unos instantes. Shawnee se llevó las manos a la cabeza en un gesto de desesperación.

– Veo que hoy estás insoportable, así que lo dejaremos para otra ocasión.

Kam dejó escapar un suspiro de satisfacción. Era la primera batalla que ganaba con Shawnee.

– De acuerdo -dijo.

Los ojos de su hermana relampagueaban. No estaba acostumbrada a que su hermano se insubordinara.

– Se acaba de levantar -explicó a Melissa-. Te aseguro que mejora a medida que avanza el día.

– A mí me parece bien tal y como es -dijo Melissa, tal vez demasiado fervientemente.

Kam y Shawnee se miraron y tuvieron que reprimir una carcajada.

– Está bien -dijo Shawnee, dándose por vencida, pero decidida a hacer un último intento-. Tengo que ir al baño. Vosotros, mientras, hablad un rato.

Kam supo cuáles eran sus intenciones al instante. El problema era que tenía que ir a la parte de la casa donde estaba Ashley.

– ¡No! -exclamó, levantándose de su asiento.

Ella se volvió, haciendo una mueca.

– ¿Qué ocurre, Kam? Acaso crees que puede asustarme el estado en que esté tu baño -rió-. He criado a tres hermanos y a un hijo y sé bien de lo que sois capaces. No te preocupes.

Kam volvió a sentarse. No iba a poder detenerla. La única esperanza era que Ashley se hubiera quedado en la habitación. Si Shawnee la encontraba, se enteraría al oír el grito de sorpresa.

Melissa se removió en su asiento.

– Si no te gustan las películas policiacas, ¿qué tipo de palículas te gusta? -preguntó-. A mí las románticas.

Kam le sonrió pacientemente, a la vez que se prometía matar a Shawnee, convencido de que ningún jurado lo declararía culpable.

Shawnee se dirigió al baño con el ceño fruncido. Era imposible preparle citas al cabezota de su hermano. Sin embargo, de pequeño había sido muy dócil. Era con el único con el que se podía razonar, dispuesto a modificar su comportamiento. No era temperamental ni rebelde, como Mack, o impertinente como Mitchell. Era tranquilo y reflexivo, y sabía lo que quería.

– Es una pena que esté equivocado en lo que quiere -murmuró-. Cree querer estar solo, pero no es eso lo que necesita.

Estaba a punto de entrar en el cuarto de baño, cuando un ruido procedente de la habitación de Kam la detuvo. Se volvió y avanzó unos pasos, empujando la puerta del dormitorio.

En la cama estaba sentada una mujer menuda. Su (abello rubio enmarcaba su rostro. Tenía las piernas morenas estiradas frente a sí, dejando ver unos pies diminutos. Miraba a Shawnee con ojos sorprendih n, y ésta observó que sólo llevaba puesta una camisa de hombre.

– Hola -saludó, mirando inquisitivamente a Ashley.

– Hola -respondió aquélla, dirigiéndole una amplia sonrisa-. Debes ser la hermana de Kam.

Shawnee, atónita, asintió con la cabeza. Le costaba creer que hubiera una mujer en la cama de su hermano, pero aquel día parecía estar lleno de sorpresas.

Ashley adivinó lo que pensaba y se removió, incómoda.

– No es lo que piensas -dijo, bruscamente.

– ¿No? -dijo Shawnee, sonriendo-. ¡Qué lástima!

– De verdad -continuó Ashley con la mayor seriedad-. Apenas nos conocemos. No hemos… -dejó la frase inacabada, señalando la cama con la mano.

– Como tu quieras -dijo Shawnee, aún sonriendo.

Ashley trató de dar más explicaciones, ansiosa por evitar malentendidos.

– Comenzó la tormenta y se hizo tarde. Yo sólo estaba de paso.

Shawnee asintió, tranquilizadora.

– Decidiste entrar para protegerte de la lluvia -dijo.

Ashley suspiró hondo y se encogió de hombros.

– Eso es. Necesitaba un sitio para pasar la noche y Kam me dejó quedarme.

Shawnee arqueó las cejas.

– Veo que te olvidaste de traer un camisón -comentó.

Ashley miró la camisa que llevaba puesta y suspiró.

– Es lo unico que encontré. No tengo ropa que ponerme.

Shawnee sonreía cada vez más divertida.

– ¿No tienes ropa? -bromeó-. Eso sí que es interesante.

Ashley suspiró. Para ella era más bien un inconveniente. Pero era imposible dar más explicaciones sin entrar en detalles sobre la boda, y no quería que todo el mundo se enterara de que estaba allí. Así que Shawnee tendría que adivinar por sí sola.

– Es un verdadero problema -añadió, refiriéndose a la ropa-. La ropa de Kam no me sirve. ¿Conoces alguna tienda donde pudiera comprarme algo?

Shawnee se cruzó de brazos e inclinando la cabeza hacia un lado observó a la mujer que había pasado la noche con su hermano. Era muy hermosa, pero no parecía el tipo de Kam. Todas aquellas que le habían gustado había sido altas, elegantes, calladas y muy sofisticadas. Todas menos Ellen, pero ella había sido distinta en todo.

Ésta era muy bonita, pero había un contraste inexplicable entre la mirada inteligente de sus ojos azules y la torpeza de las explicaciones que se esforzaba en darle.

– A ver si me entero -dijo Shawnee, lentamente-. Estabas de paso y mi hermano te invitó a pasar la noche -frunció el ceño pensativa-. ¿Os conocéis hace tiempo?

Ashley sacudió la cabeza.

– No precisamente -dijo, sin dar más explicaciones.

Shawnee la seguía mirando inquisitiva. Ashley titubeó.

– No somos precisamente amigos.

– Ni amigos, ni amantes -murmuró Shawnee, moviendo la cabeza.

– Acabamos de conocernos -Ashley abrió las manos, con las palmas hacia arriba. Su mirada pedía comprensión-. De verdad que no tenemos una relación.

Shawnee asintió, a la vez que dirigía una mirada a las sábanas desordenadas. Por primera vez vio la manta sobre la silla.

– ¿Cuánto tiempo vas a quedarte? -preguntó. -Me voy ahora mismo. -Supongo que necesitas algo de ropa.

– Así es -respondió Ashley, moviendo la cabeza con tal vehemencia que su cabello flotó alrededor de su rostro.

– ¿Dónde vas a ir? -preguntó Shawnee.

Ashley abrió la boca y la cerró sin contestar, encogiéndose de hombros.

Necesitas trabajo? -preguntó Shawnee, sonriendo de pronto animada-. Necesito una camarera para las mañanas. Soy dueña del Café Puako -explicó-. Si te decides, pásate por allí.

Ashley la miró intrigada. Nunca había pensado trabajar como camarera, pero tal vez fuera divertido. Al menos, sería un cambio en su vida.

– Tal vez lo haga -respondió.

– Cuando hayas conseguido algo de ropa -comentó Shawnee.

– Así es. Shawnee sonrió.

– Hasta luego -se despidió.

– Adiós -respondió Ashley, devolviéndole la sonrisa.

Shawnee se marchó y de camino a la cocina se mordió el labio en un gesto de concentración. Al llegar junto a los otros sus ojos brillaban.

– Melissa, hay cambio de planes -dijo, a la vez que cogía algunos de los donuts y los metía en una bolsa-. Tenemos que marcharnos de inmediato.

– ¿Ahora? -preguntó Melissa, mirando a Kam y a Shawnee alternativamente. Ahora que empezaba a conocer a Kam, se resistía a marcharse.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Kam, suspicaz. Conocía a su hermana y la expresión de sus ojos le decía que tramaba algo.

– Melissa y yo tenemos que marcharnos -dijo, deteniéndose en su camino hacia el vestíbulo-. Tenemos que hacer cosas, ir a algunos sitios y visitar a gente.

Kam la siguió, preguntándose qué le habría hecho cambiar de opinión y practicamente seguro de que podía adivinarlo.

Shawnee se volvió y le dio un beso.

– Te quiero, hermano. Me alegro de que hayas vuelto. Hasta luego -dijo.

– Adiós -se despidió Melissa, siguiéndola contra su voluntad-. Espero verte en otra ocasión.

– Encantado de haberte conocido -respondió Kam, educadamente, despidiéndose desde la puerta…

Melissa sonrió con tristeza y salió. Kam se volvió hacia el interior pero Shawnee le detuvo. Acarreaba un montón de ropa.

– Esto es para tu amiga -dijo, sonriendo maliciosamente-. Quiero decir, para tu conocida. Llevaba un montón de ropa a una tienda de caridad. Tal vez estas prendas le sirvan -se volvió para marcharse definitivamente-. Adiós.

– Espera un segundo -la detuvo Kam-. ¿De qué amiga hablas?

– Ya sabes a quién me refiero. La chica que está en tu cama, sinvergüenza -dijo Shawnee, no pudiendo reprimir una sonrisa satisfecha.

Kam palideció. Le costaba creer que Ashley se hubiera quedado esperando en la cama. Decidó negar la evidencia.

– No hay ninguna mujer en mi cama -masculló.

Shawnee soltó una carcajada.

– No mientas, Kammie. Resérvate para cuando estás en los juicios. Sabes que yo leo en tus ojos -apretó el brazó de Kam cariñosamente y partió corriendo hacia el coche.

Kam se volvió lentamente. Shawnee se había marchado, pero aún le quedaba un problema mayor que resolver.


Ashley seguía en la cama, tal y como Shawnee la había dejado, tratando de buscar una solución. Cuanto más analizaba lo ocurrido, más pensaba que había hecho algo estúpido.

Se preguntaba por qué no había hablado con Wesley para romper el compromiso y devolverle su anillo. De esa manera, ahora sería libre y todo se habría solucionado.

Pero tal vez las cosas hubiesen ido aún peor, pensó, sintiendo un escalofrío. Wesley hubiera podido enfadarse y gritarle, su madre se habría puesto a llorar y su padre le habría dedicado uno de sus interminables sermones. Entre todos, habrían conseguido que aceptara casarse. Esa era la razón por la que había decidido huir.

Ahora se encontraba en una situación peculiar.

Estaba sola, no tenía dónde vivir, ni siquiera ropa para vestirse. Le había preguntado a Shawnee dónde podría comprar algo y, sin embargo, se dio cuenta de que no tenía dinero.

Era la primera vez en su vida que tenía que pensar en dinero. Siempre había estado a su disposición,bien en forma de billetes o de tarjeta de crédito. Pero al salir huyendo se había dejado la cartera. ¿Tendría que aceptar el trabajo de camarera?

– Se han ido -dijo Kam, apoyado en el marco de la puerta-. Puedes salir.

Era la primera vez que Ashley le veía a la luz del día y se quedó sorprendida. Se había dado cuenta de que era guapo, pero no había apreciado la dureza de sus rasgos. Sus ojos estaban llenos de misterio y su boca era suave y sensual. Su torso de anchos hombros revelaba una musculatura fuerte. Ashley lo miró sobrecogida y retiró la vista rápidamente, enrojeciendo.

– De acuerdo -dijo, torpemente.

– Shawnee te ha dejado esto -dijo Kam, dejando la ropa sobre la cama.

Ashley se alegró de poder fijar su atención en otra cosa.

– Un vestido de verano -dijo, cogiendo una tela de colores brillantes. No era ni su estilo ni su talla, pero por el momento, le valdría-. Voy a vestirme.

– Espera un momento -dijo él, sentándose en la cama, evitando tocarla. La mirada de Ashley al ver su torso desnudo no le había pasado desapercibida, y estaba decidido a evitar cualquier situación comprometida.

La atracción física entre dos personas de sexos opuestos era natural, se dijo. Lo importante era no dejarse llevar por ella.

La miró y observó sus piernas morenas. Parecía pequeña y vulnerable. Había algo profundo y primitivo en aquellos ojos azules. Kam se preguntó si tan sólo sería un efecto de la luz y optó por aceptar esa explicación.

– Así que has conocido a mi hermana -dijo.

Ashley asintió.

– ¿Qué te dijo?

Ashley reflexionó unos instantes.

– Casi nada. Escuchó mientras yo balbuceaba una explicación que justificase mi presencia -lo miró y sonrió. Se sentía más animada-. Me ofreció un traajo en su bar.

– ¿Cómo dices? -exclamó él, mirándola con espanto-. Espero que no lo hayas aceptado.

Ashley dudó antes de contestar. Kam parecía especialmente ansioso por que ella no estableciera ningun contacto con su familia.

– Le dije que lo pensaría -respondió, contemplando en los ojos de Kam la expresión de fastidio que había esperado ver.

Kam comenzó a decir algo, pero se detuvo. Se levantó y fue hasta el armario, de donde sacó una camisa y un par de vaqueros.

– ¿Por qué no te vas a vestir? -preguntó, mirándola inexpresivo-. En la cocina hay donuts.

Salió de la habitación. Ashley hizo una mueca a su espalda.

– Hay donuts -repitió, mofándose-. Tal vez te dé uno si eres una buena chica.

Era un hombre muy irritante. No la quería en su casa y ella iba a satisfacerle, marchándose lo antes posible.

El único problema era dónde ir. Cuando planeó escaparse había pensado que tendría un par días para tranquilizarse y hacer planes. Luego pensaba haber ido al hotel donde se hospedaba su madre para recoger sus cosas y marcharse. También había planeado enfrentarse a Wesley. Pero todos esos planes habían partido de la idea de que podría pasar unos días sola en aquella casa. Una vez más las cosas le salían mal.

¿Qué podía hacer?

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