14. CALLA BOLUDO Y SIGUE COMIENDO ESTA MIERDA

Ni siquiera me dejarían meterme en ese bar de este barrio asqueroso.

Sentados en el talud que desciende de la carretera hacia la primera hilera de casas de La Mina, Cayetano y Curro contemplan el efecto de las luces de la pantalla del televisor sobre los clientes del bar Pichi de La Mina.

– Si sigues en esto de vagabundo descubrirás que eres invisible, por más guarrería que lleves encima, eres invisible, pero a condición de que lo seas ¿ me explico?. Yo no puedo entrar en ese bar de pobres porque no me tienen miedo. Puedo entrar en un bar de ricos y no saben cómo echarme. Me tienen miedo. Un miedo extraño. Interior. Les jode que haya mendigos ¿ comprendes?. Y aquí nos tienes esperando que llegue Rocco, porque siempre nos citamos igual. Vine por allí, como si fuera al bar, pero entonces pasa de largo, yo bajo esta pendiente y le sigo hasta detrás de la esquina. Allí no hay luz y hablamos sin que ningún soplonero nos vea. Le conocí como a ti, en el mismo comedor o en algún otro parecido. Por allí estábamos en torno de las perolas llenas de comida. Rocco era uno más. Yo estaba sentado junto a Helga, la Palita, que no sé qué me pasa cuando la llamo Helga, que me parece otra. Me di cuenta de que algo la afectaba, había reconoció a Rocco. Tenía ganas de ir a por él pero se contuvo. Yo le daba a la cucharada, dale que dale, a mi ritmo, calladito, no se fuera a poner de mala leche la tía y me tirara la escudilla por los aires. Rocco vino hacia la mesa como si fuera la cosa más natural del mundo y se sentó frente a nosotros. Frente a frente, como si estuvieran enganchados por las miradas. Algo tenía que hacer la Palita y le habla como si le escupiera: -¿Tengo monos en la cara? -¿Y yo?, contestó Rocco.

– No es normal que un hombre mire a una mujer si no quiere follársela o si no la conoce de algo-dijo la Palita. -¿Te conozco de algo? ¿Rocco?. El tío se quedó precongelado. Yo helado. Finalmente se le llena los ojos de lágrimas y dice con la garganta llena de salivas -Helga. Yo algo tenía que hacer y me pongo borde. Me miro a la tía y le digo con la voz muy brava. -Palita. ¿Tu no te llamas Palita?. -Calla boludo y sigue comiendo esa mierda. Se levantó e hizo un gesto dirigido a Rocco para que la siguiera. Se sentaron en otra mesa lejos de mí y allí se pusieron a hablar. Él quería estar tierno, sobón, pero ella no le dejaba y tenía un cabreo encima de mucha entidad. De pronto ella gritó: ¡Somos dos triunfadores!. Yo me apaño como puedo ¿ y tú? ¿Eres lo que pareces o buscas emociones fuertes?

Enmudeció Cayetano y su compañero respetó su silencio y el vagar de sus ojos por todos los horizontes en busca de las estampas esparcidas de su evocación. Pero calla demasiado tiempo.

– ¿ Ya está?. ¿Eso fue todo?

– La Palita se convirtió en su protectora.

– ¿Ella protegía a Rocco?

– Sí y me pidió que la ayudara, que estaba en peligro y que si Rocco estaba en peligro ella también lo estaba. Y así fue como me puse al servicio de sus encuentros, de los escondites de él. Palita y yo le ofrecimos todos los escondites que conocíamos en la ciudad, los más seguros, hasta los refugios contra los bombardeos de la guerra civil, que alguno queda.

– ¿Y pasasteis mucho tiempo así?

– Hasta que ella desapareció.

– ¿Desapareció?

– Sí. Entonces el tío me daba la tabarra a mí.

Pasaron los cuartos de hora que Cayetano seguía en los seis relojes que se repartían sus dos muñecas mientras maldecía la poca fiabilidad que le inspiraban los seis. ¿Tienes tú hora? Le enseñó Curro las muñecas vacías.

– Un hombre merece tener un reloj, aunque sólo sea un reloj. Eso fue lo que me dijo mi padre cuando me regaló mi primer reloj, un Duward.

– Lo perdí en una timba en La Modelo y no quiero gastarme las cucas. Las emplearé en cosas más serias.

Estaba a disgusto Cayetano con sus seis relojes a cuestas frente a las desnudez horaria de Curro y evidenciaba secretas vacilaciones.

– Yo te daría uno, pero todos funcionan mal. Y este tío no viene. A ver sí… Igual lo han pringado, porque esta mañana, aquí donde me ves, yo me he ido de Jefatura de Policía, con estos cojones que llevo puestos, por la puerta principal y algo he oido de que a Rocco le podía pasar algo.

– Yo me voy tío, no quiero líos.

Chasqueó la lengua Cayetano y ofreció a su recién adquirido conocimiento una sonrisa suficiente y desdentada.

– Ya te irás curtiendo.

– No tengo ganas de volver a la cangrí.

Se levantó la tía e hizo un gesto dirigido a Rocco para que la siguiera. Se sentaron en otra mesa lejos de mí y allí se pusieron a hablar

Se puso en pie, se limpió el culo del pantalón con las dos manos, correteó talud abajo hasta ganar la calle y desde allí le gritó a Cayetano.

– Si te necesito ya sé donde encontrarte.

Dobló la primera esquina, pero volvió sobre sus pasos para ver si Cayetano le seguía. Estaba liando filosóficamente un cigarrillo de hebras conseguidas de las mejores colillas de Barcelona. Siguió caminando Curro a paso más vivo y vio un Opel azul a una manzana de distancia. Avanzó resueltamente hacia él, comprobó que Cayetano no le seguía y se metió dentro del coche mientras se desprendía del mal aire que llevaba en los pulmones con una ruidosa expiración.

– Un poco más y me muero de asco. Es el último trabajo que hago de vagabundo, una cosa es la teoría de Celso Cifuentes y otra la práctica. Tuve que beber en la misma botella que ese desgraciado. Rocco era un antiguo novio de la Palita, de Helga Mushnick o Helga Singer de nombre artístico. Cayetano no nos dijo nada porque tenía miedo de liarse. Sospecha que lo que unió a Helga y Rocco no era cosa de su mundo. Recela, cree que se le puede complicar la vida. Helga parece ser que le ofreció a Rocco una serie de escondites por la ciudad. Esos rincones donde ellos saben esconderse cuando no quieren ser encontrados

.

– Sácale a ese desgraciado la lista de esos sitios-dijo Lifante.

– ¿He de volver a la mierda?

– Apenas. Acojónale si no habla. Dile que eres un fascista de esos que van matando basura humana y si no se acojona, lo detenemos.

El coche se puso en marcha y el conductor llamó la atención a Lifante sobre una llamada del forense. Se puso el auricular el inspector para recibir el mensaje en exclusiva y cuando fue suyo, se recostó en el asiento, ponderando lo que le había dicho el forense. Empezó a componer el Himno de la Alegría de Beethoven con las fosas nasales ante la atención acentuada del falso vagabundo. Por fin Lifante exclamó.

– ¡No la mataron en el Metro!.

– ¿A Palita?

– A Helga como se llame. La mataron de un golpe en la cabeza. Con algo parecido a un bate de baseball. Luego le dieron las puñaladas para despistar y dejaron el cuerpo en el Metro.

– Por lo que me ha dicho ese desgraciado igual no hay ningún misterio en esa muerte. Era una serpiente putón, como él dice. Cualquiera puede haberla rajado. A pesar de lo que le prometimos a su cuñado, habría que dar la noticia sobre la verdadera identidad de la muerta -dijo el mendigo policía.

– No seas memo. Nada de nada. Hay que esperarles. Verles venir.

– ¿A quién?

– A quien sea.

Desembarcaron en la central. Lifante subió al piso del poder y recorrió los pasillos que desembocaban en el despacho donde el poder se reunía de vez en cuando con sus ejecutantes. Esta vez no había ningún representante directo del gobierno y el Jefe Superior, aunque se autodotó de la gesticulación más importante a su alcance, le acogió entre dos cansancios. NO quería que Lifante le cansara más y escuchó sin demasiada atención el resumen de los asuntos más publicados. Reservaba Lifante para el último lugar la exposición de los avances conseguidos en la investigación del caso de la vagabunda que era algo más que una vagabunda, pero al mencionar el nombre de Helga Singer, el jefe le preguntó extrañado.

– ¿Quién es esa?

– Se trata de aquella vagabunda que apareció asesinada en el metro y que se me insinuó que era algo más que un ajuste de cuentas entre miserables.

– ¿Quién le insinuó eso?

– Estaba Vd. delante. Me lo insinuó el Excelentísimo Señor Delegado del Gobierno.

– A ese no le ha llamado excelentísimo señor nadie en su vida. Vd. vaya a la suya, Lifante. Consígame un culpable y no pierda demasiado tiempo en ese caso. ¿Tenemos un culpable?

– Una prefiguración de culpable.

– Pues eso.

Daba la audiencia por concluida. Lifante se cruzó por el pasillo con un hombre gordo vestido de blanco, resoplaba aunque avanzaba hacia el despacho del jefe Superior con la majestad de un elefante empapado de humedades perfumadas.

Загрузка...