8. ESPLENDOR EN LA HIERBA

– En literatura el tema de la juventud casi siempre ha sido un topos emparentado con el tópico, un lugar común, y nunca mejor utilizada la expresión, porque la juventud es una relación entre el ámbito y un tiempo. El tópico de la esperanza, del futuro, un imaginario que servirá a Rubén Darío para escribir uno de sus peores poemas y a Wordsworth para escribir uno de los mejores poemas de la lírica universal: Intimations of Inmorality from the Recolections of Early Childhood, para los que no saben inglés, supongo que por cuestiones temperamentales: Augurios de inmortalidad en los recuerdos de la primera infancia. Supongo también que los cinéfilos habrán visto Esplendor en la hierba, título de una película sacado de un verso de la oda de Wordsworth. ¿No? ¿Qué han visto ustedes que no sea de Spielberg? Cómprense el vídeo. Quisiera que hicieran un estudio comparado al universalismo abstracto del gran poema inglés y el de Gabriela Mistral que les he leído, el de las niñas que jugaban a ser reinas. Aunque se trate de niñas, los niños de la clase que no se abstengan. Recuerden el análisis que hicimos de A este lado del Paraíso, de Scott Fitgerald, a propósito de las expectativas de triunfo. Insisto en que no tienen que hacer análisis literario, sino análisis tipológico y establecer referentes mitómanos. Comparen el tratamiento de la edad primera en todos los casos que he referido y lo que les expliqué sobre la frustración narcisista en Fausto o Dorian Gray, según la interpretación de Imágenes desencantadas de Zolkokowski

Dio la clase por terminada y varias alumnas y alumnos acudieron a su mesa.

– Nunca había leído el poema de Gabriela Mistral como usted lo ha leído, y en el fondo nunca lo había entendido del todo -dijo una muchacha rubita con las venas marcadas en las sienes y la boca muy grande

– Me temo que hasta que no tengas mis años no lo entenderás del todo. El mito de la juventud es un engañabobos y sobre todo un engañajóvenes, igual que la promesa de ser reina o de ser un vencedor, como el personaje de Fitgerald en A este lado del Paraíso.

Dorotea salió del aula en busca de su despacho en el departamento, acompañada de la muchacha bocagrande que no paraba de hablar. Ni la oía mientras se intercambiaba instrucciones maquinales con la colega que compartía su despacho y consiguió desengancharse de una agraviada conversación sobre lo hijos de puta que eran los profesores varones, competitivos, aplastantes, siempre a la suya. Siguió la alumna a Dorotea hasta un taxi que la esperaba, en su interior un hombre que estaba mirándose las manos. Para llegar al taxi las dos mujeres tuvieron que rodear a un hombre gordísimo, tan increíblemente gordo que ni Dorotea ni la muchacha se lo creyeron y no lo vieron. Antes de meterse en el coche, Dorotea le entregó un libro a su alumna.

– Toma. Imágenes desencantadas, de Theodore Ziolkovski; fíjate sobre todo cuando habla del tratamiento del espejo en la fijación o liquidación de la propia imagen. El espejo no evita nunca el paso del tiempo. Se limita a constatarlo.

Había conseguido sorprender, incluso silenciar, a bocagrande; se sentó junto a Carvalho y se quedó mirando lo mismo que él, sus manos.

– ¿No reconoce sus manos? ¿No se las había visto nunca?

Carvalho las retiró como si se las hubieran sorprendido en una situación indecorosa. Se puso el taxi en marcha y Dorotea vio entonces al hombre gordo de pie, junto al inicio de las escaleras que llevaban a la facultad. El cuello se le quedó rígido y sus ojos atrapados por la mirada de agresiva complicidad del gordo. Carvalho hablaba y hablaba.

– Helga viene a España hacia 1980. Inútil viaje, inútil carrera. No consiguió llegar a estrella y en torno a 1980 abandona o es abandonada por su agente barcelonés, Gualterio Sampedro, amigo de Biscúter, un expresidiario hecho a la medida de Biscúter, mi socio. Pero usted no me ha dicho toda la verdad. Emmanuelle tenía relación con Rocco, con su ex marido, Dorotea. Entre 1980 y 1983, Gualterio los vio juntos. ¿Me oye? ¿Qué le sucede?

Dorotea le daba la espalda tratando de no perderse ni un gesto del gordo, progresivamente alejado, allá en la acera, adelgazado por la distancia, pero avanzando con pasos de paquidermo, como advirtiéndole que podría seguirla.

Se puso el taxi en marcha y Dorotea vio al hombre gordo. El cuello se le quedó rígido y sus ojos atrapados por la mirada de agresiva complicidad del gordo

– ¡Hijo de puta!

Gritó la mujer con la voz estrangulada y consiguió que el taxista la examinara primero por el retrovisor y se volviera después demandando explicaciones a Carvalho de lo que estaba pasando.

– ¿Ocurre algo?

Preguntó Carvalho, pero Dorotea ya les daba la cara, sorprendida por la alarma del conductor y la pregunta de Carvalho.

– ¿A quién ha llamado hijo de puta?

– Pensaba en un político. Habría que exterminarlos a pistoletazos y con la ametralladora.

El taxista conducía con el cuerpo semivuelto hacia la extraña pareja.

– No se preocupe -quiso tranquilizarle Carvalho-. La pistola y la ametralladora serían de juguete.

– Que me las dieran a mí y no dejaría ni a un político vivo -contestó el taxista-. La señora tiene mucha razón.

Pero Dorotea ya no estaba dispuesta a que le diera la razón.

– ¿No le gustan los políticos? ¿Prefiere a los militares?

– No. No he dicho eso, señora. Aunque, qué quiere que le diga; los militares no se metían con nadie si no se metían con ellos y Franco también hizo cosas buenas

– ¡Pare! ¡Le he dicho que pare! -gritó Dorotea.

El taxista detuvo el coche. Dorotea sacó dinero del bolso y se lo tiró en el asiento delantero. Luego saltó del taxi sin atender lo que hacía Carvalho. Él la siguió ante el desconcierto del taxista, que balbuceaba justificaciones sobre el papel de Franco en la historia.

– No es que yo haya dicho…

Dorotea caminaba como si anduviera sola. Carvalho trató de ponerse a su altura, dificultado por las largas zancadas de la mujer, que lloraba silenciosamente. La detuvo, la abrazó, y ella estalló en sollozos cuando metió su cara contra el pecho de Carvalho. Se dejó llevar hasta un café donde pidió un té, mientras Carvalho jugueteaba ya con un vaso de whisky a la espera de una sinceración.

– He visto a una persona que me ha devuelto al pasado. A los años más negros de la dictadura en mi país. No le serviría de nada decirle quién es. En España a nadie puede interesarle saber quién es. No todo el mundo tiene mi misma memoria de las cosas. Al contrario, cada vez queda menos gente con la que pueda compartir mi memoria. Yo en España tuve que vivir muchos años con personas que no tenían mi memoria.

– Dispuso de muchos años para perderla. También nosotros la hemos perdido. Aquí nos estaban matando y torturando como quien dice hace dos días. Veinte años

– Nosotros hace catorce, catorce años ya desde que el borracho aquel nos metió en la guerra de Malvinas. Catorce. Como las malas mujeres en los tangos, la memoria siempre se va con otro, con otra generación. Pero yo no tengo recuerdos hermosos. No tuve mi esplendor en la hierba.

– ¿De que hierba habla?

– Déjelo correr. Del mate. ¿Le gusta el mate? ¿Lo ha probado?

– Lo suficiente como para preferir el whisky.

– ¿Qué me estaba diciendo de Emmanuelle?

– Que nada tiene sentido. Usted me pide que la busque y veinticuatro horas después aparece muerta. No me lo ha contado todo y no pienso seguir investigando si no me cuenta quién la puso en marcha, ¿o fue iniciativa suya?

Ni siquiera tiene la iniciativa de contestarle.

– ¿Fue Rocco?

Hay más melancolía que preocupación en el ensimismamiento de Dorotea.

– Deberíamos ir a ver a la hermana de Helga.

Asiente Dorotea y se levanta incitándole a la marcha.

Como Carvalho iba a por el teléfono del café, Dorotea le tendió un móvil y se retiró prudentemente para permitir que Carvalho hablara a solas. Desde la puerta los ojos de la mujer se han vuelto rómbicos para interpretar los ademanes de Carvalho mientras habla, pero de vez en cuando saca la cabeza al exterior para vigilar los seis puntos cardinales. Carvalho la ha alcanzado y le comenta:

– Rocco ha hecho una visita a Biscúter.

– ¿Cómo sabe que era Rocco? ¿Lo ha dicho él?

– ¿Acaso Rocco no es pelirrojo y tiene las mejillas congestionadas?

– Sí.

– Pues era Rocco.

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