19. VÍCTIMAS DE LA BEBIDA O DE LA METAFÍSICA

En cuanto Gualterio dijo "te voy a abrir el corazón, Plegamáns", Biscúter supo que, en efecto, le iba a abrir el corazón, y no le sorprendió que el agente artístico se desabrochara la camisa y le enseñara el tórax lleno de extrañas cicatrizaciones.

– Te dije que esa mujer estuvo a punto de ser mi perdición y aquí tienes la prueba. Había pasado casi un año, quizá año y medio, desde la última vez que se había arrastrado por aquí buscando un trabajito y entraron en el despacho dos o tres matones exigiéndome que les dijera dónde estaba. Yo no lo sabía. No se lo creyeron. Me quemaron el pecho con cigarrillos y luego con un soplete. Finalmente se convencieron de que yo nada sabía y me dejaron, tan jodido, tan poquita cosa, tan mierda, Plegamáns, que me volví a Andorra, a esconderme donde pude, y hasta tuvieron que intervenir varios psiquiatras para sacarme de la depresión.

Y como callara Gualterio, Biscúter le conminó: "¿Eso es todo?". "Eso es todo", confirmó el otro bajando la cabeza, inclinando incluso el cuerpo bajo el peso de sus pasados terrores. Biscúter decidió que era el momento de tener una reunión balance con Carvalho, según un timing que expuso por teléfono a su socio, adormilado en la otra orilla telefónica de Vallvidrera.

– Ha habido un tiempo de indagaciones por separado, ahora habría que reunir lo sabido y partir en nuevas direcciones, sobre todo después de la aparición del cadáver de Rocco. ¿No lo sabía, jefe? Lo acaban de dar por la radio. Yo escucho la radio desde que terminan los programas deportivos hasta que empiezan los programas deportivos del día siguiente.

– ¿Sólo duermes mientras hablan los deportes?

– No. Al contrario, son los que más me gustan.

Biscúter consiguió que Carvalho se sentara para facilitarle el balance de sus pesquisas, abiertas todavía y con varias derivaciones que podían llevarles a sorprendentes resultados.

– Séase que habíamos convenido, jefe, en que Dorotea Samuelson se movía porque Rocco, su ex marido, la había puesto en marcha, deduzco que la susodicha Samuelson ha de saber mucho más de lo que ha dicho e incluso que quizá pueda sentirse en peligro. En el mundo de la farándula he encontrado tres personajes que tuvieron que ver con la muchacha que pudo ser Emmanuelle. Gualterio, el agente artístico. No hace ni media hora que ha cantado y me ha dicho que ayudar a Helga estuvo a punto de costarle la salud. Pepita de Calahorra, la gran estrella de la canción melódica y propietaria terminal de La Doce Vita, seguro que algo tuvo que ver con Helga hasta hace poco y, además, se reunió con un argentino gordo y rico que se hizo el longuis preguntando inocentemente si conocía a Helga. ¿Va atando cabos, jefe? Esta tía, que en paz descanse, la Emmanuelle, era más peligrosa que el sida, y bastaba rozarse con ella para buscarte la perdición. Por otra parte, esto se ha llenado de argentinos que lo saben todo sobre Helga Mushnick. Usted que tiene otra pinta, tan diferente de la mía, debería sorprender a la Samuelson en la universidad mientras da clase. Así no tendría escapatoria.

Irritado Carvalho por el exceso de iniciativas de Biscúter dudó entre ir a la Boquería a comprar lo necesario para guisar algo necesario o complicarle el sistema de señales al semiólogo Lifante. Compró en la Boquería una pierna de cabrito para asarla a lo medieval, según constaba en una receta que no sabía muy bien dónde tenía, pero sólo necesitaba la pierna del pobre animal, manteca de cerdo, sal y naranjas amargas, sobre todo naranjas amargas.

– No encontrará ni una naranja amarga en toda la Boquería. A veces llegan partidas para hacer mermeladas.

Un pequeño viejo, sonriente sacerdote vestido de clergyman y que acaba de comprar medio kilo de lichis frescos, le sugirió:

– ¿Por qué no va al patio de los naranjos de la presidencia de la Generalitat? Está lleno de naranjos bordes.

– Llego, pregunto por el presidente Pujol y le pido naranjas.

– Más o menos. Le acompañaré.

Carvalho compró en la Boquería una pierna de cabrito para asarla a lo medieval, según constaba en una receta que no sabía muy bien donde tenía, pero sólo necesitaba la pierna del pobre animal, manteca de cerdo, sal y naranjas amargas

Le pillaba camino de la Central de Policía y durante el recorrido mosén Piqueras le hizo un resumen religiosamente correcto sobre el uso de los bienes de este mundo, que son de todos y no son de nadie. Ya en la plaza de Sant Jaume abordó el cura a los mossos d' escuadra que montaban guardia.

– Soy mosén Piqueras y he sido capellán del muy honorable Jordi Pujol. ¿Qué debería hacer para conseguir algunas naranjas bordes del patio?

Ni pestañeó el guardia y se comunicó con un superior mediante el transistor manual. Como no había recibido un no, pero tampoco un sí, se dio Carvalho a sí mismo, al cura y a la Administración autonómica cinco minutos para pasar a otra fase de su vida. Cuatro. Sólo necesitó cuatro y un mosso d'escuadra salió de las profundidades del poder para entregarle media docena de naranjas bordes depositadas en una bolsa de plástico de El Corte Inglés. No sabía Carvalho cómo interpretar la sonrisa ratonil del cura ni cómo agradecerle su gestión.

– No se preocupe, a mí Pujol no me puede negar nada. He sido su confesor. Vaya con Dios.

Se encaminó con sus naranjas y su pierna de cabrito hacia la Central de Policía, desde la inquietud de temer que la democracia fuera algo tan cojonudo que le quitara las naranjas bordes a los dioses para dárselas a los hombres. Lifante no le hizo esperar tampoco demasiado tiempo y le abrió las puertas de su despacho en persona.

– Política de puertas abiertas.

Uno de los mendigos que había visto durante la primera dosis de política de puertas abiertas, el que mereciera las caricias de Lifante, volvía a estar allí rodeado de semiólogos y en evidentes malas condiciones anímicas. Lloriqueaba aunque nadie le acosaba. Parecía en pleno ejercicio de interpretación mecánica, de control y descontrol. Lifante contempló al detenido como si fuera un animal de laboratorio.

– ¿Ya has terminado?

– Es que no sé, no sé. Yo no volví a ver a la Palita con Rocco. Ella me prohibió utilizar algunos de nuestros refugios hasta que ella me avisara, eso fue todo.

– Vamos a salir de paseo, Cayetano. Vamos a hacer un recorrido que te gustará. Visitaremos todos los escondrijos que pusiste a disposición de Rocco hasta que lo mataste.

– Que no lo maté, señor inspector. Yo quisiera que usted me tomara confianza. ¿Quiere que le diga un secreto que nunca le he dicho a nadie?

Los ayudantes de Lifante estaban incómodos por la presencia de Carvalho e instaron a su jefe a que remediara la situación. Lifante arqueó las cejas, se cruzó de brazos, se apuntaló ora sobre los talones, ora sobre la punta de sus pies y expresó su sentido de la lógica de la situación.

– Va por usted, señor Carvalho. Lógica de la situación. Un sospechoso está a punto de hacer una revelación a lo que él considera una revelación, en presencia de funcionarios del Cuerpo Superior de Policía y de un policía privado ancien regime. Lógicamente, mis ayudantes, personal muy competente, se sienten incómodos ante el intruso.

– Es que aquí ya entra cualquiera en una comisaría, o en esta jefatura, como Pedro por su casa, y esto no es el metro, Lifante. Y, además, ese tío lleva una bolsa con la compra y nadie se la ha registrado -refunfuñó Celso Cifuentes.

Se frotaba las manos de contento Lifante, y con las mismas manos se apoderó de la bolsa que Carvalho le tendía.

– Veamos. Pata de cordero. Escriba, Cifuentes.

– No me joda.

– No es de cordero, es de cabrito.

Corrigió Carvalho, pero ya tenía Lifante en las manos la manteca de cerdo y una naranja.

– Las naranjas son de Pujol.

Advirtió Carvalho. Lifante volvió a meterlo todo en la bolsa. El enfado era general y Lifante, consciente de que no había conseguido dominar la situación mediante la introducción de un correlato objetivo de señales distanciadoras, se puso a gritarle a Cayetano.

– ¡Capullo de mierda! ¿No ibas a contar no sé qué leches? ¿No ibas a confesar que has matado a tu Palita y a ese Rocco Cavalcanti?

Entendía Cayetano que el contenido de la bolsa de plástico había sido la metáfora de algo que no entendía y que de nuevo volvía a ser el más miserable y frágil de los centros del universo.

– Le puedo contar algo que me reveló Palita como uno de los secretos más duros de la vida. La Palita había tenido un hijo. ¿Sabe Ud. quién era el padre?

– Antonio Banderas.

Apuntó Rodríguez, el ultra macrobiótico especialista en camellos de droga de diseño y matones. Lifante pidió atención especial para las revelaciones que iba a hacerles Cayetano.

– El padre del hijo de Palita era su propio cuñado, un tal Olavarría, casado con la hermana.

– El famoso segundo frente.

Sentenció Lifante.

– Este tío cree que soy imbécil y que me voy a abrir un segundo frente con el cuñado.

Pero Cayetano estaba tranquilo. Se dedicó a enviarle a Carvalho muecas aseveradoras de lo que había dicho, mientras Lifante resumía la lógica de la situación.

– ¿Dónde he leído yo que los perdedores o son víctimas de la bebida o de la metafísica?

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