27. VOS ME DIJISTE QUE ERAS DONCELLA

Dieste dirigía el remate del maquillaje de Dorotea. Ella se pintaba los labios, comprimiendo un labio contra el otro.

Se miraba en el espejo.

– ¿Qué tal?

– Parecés una puta, una puta vieja. Pero si se me levantara, serías mía. Hermosa.

– A los sesenta años no se es hermosa, cabrón. Cuando se te levante publicaré un anuncio en La Vanguardia.

– Yo sólo leo prensa argentina solvente, de importación: Caras, la Maga y Página Doce…

– ¿Público?

– Bien. Casi lleno.

– ¿El gallego?

– También.

– También ¿qué?

– También está y también está lleno, lleno de sí mismo. Ése es un gil, pero un gil con buena y mala leche. Unas veces le sale la mala y otras la buena. Te explico de qué va el espectáculo. Va de piezas post Piazzola que le incluyen, pero el tema de fondo son las paradojas. Va de muchachas con y sin flor, de los fantasmas de la juventud, de las corrupciones de la edad adulta. Termina con mi tango, mío, mío del todo. Lo cantas tú.

– El empresario te respeta porque dice que eres un filósofo. ¿Para qué sirven los filósofos? Dejaron de tener sentido en el marxismo. ¿Y los antropólogos? Yo prefiero a los antropólogos, pero es por la eufonía. Antropología es una palabra total. ¿Tu tango le va bien a la filosofía, a la antropología?

Dieste trató de rememorar. Finalmente canturreó:

– Tú me dijiste que eras doncella / pero lo eras de una madame…

Dorotea cogió la canción al vuelo y la siguió.

– Que te hizo puta sin preguntarle / si era por gusto o por estufar. Antropología pura, cultural. Me gusta.

– Toma una petaquita llena de grappa. Si te amilanas te tomas un traguito o cien. Algo borrachita te saldrá mejor el tango. Quisiera que te saliera esa voz a la vez desgarrada y tierna de una Varela, ¿comprendiste?, hoy día no hay voz como la de Adriana Varela. Recuerda el tono que emplea en Afiche o en Malena. No la Adriana Varela estilista de Volver, no, quiero esa Adriana Varela que parece un anticipo joven de Chavela Vargas.

Permaneció Dorotea entre bastidores mientras discurría la representación, dándole a la petaquita y estudiando las reacciones de Carvalho, hierático como el padre de todas las esfinges. Por fin Dieste daba paso a la última escena, aparecido en el escenario tanguero vestido de vagabundo tan degradado que ofendía cómicamente la inteligencia del público.

– Ahora soy impotente. Im… potente. Caballeros, si me encuentran en la cama con sus señoras, no se molesten. Lo habré hecho por cortesía, por nostalgia o porque soy actor shakespiriano y como Falstaff digo: ¡Humana condición en la que el deseo sobrevive a la potencia! Pero todas las mujeres que se meten conmigo en la cama luego ni tienen necesidad de empolvarse, la nariz, y la culpa la tuvo un primer amor lleno de paradojas. Mi primer amor tenía dos paradojas aquí y otra aquí. Las dos paradojas de arriba te abrían el apetito, pero la de abajo, la de abajo era como una boca dentada, el que entraba por ella era devorado. ¡La puerta estrecha del Dante! Por mí se va a la ciudad doliente. El infierno es el coño para los impotentes, la concha, como decimos en mi país. A aquella concha yo le di mi juventud. Yo tenía tan pocos años que ni siquiera necesitaba calendario, ni reloj. Y ya me ven. Fue mi perdición. Le di todo lo que tenía porque no podría darle lo que no tenía. Y ella me dijo que era doncella…

Señaló a su izquierda y el reflector marcó la aparición de Dorotea, puro rimmel y arrugas sumergidas en maquillaje de un naranja relavado por las luces. Piernas desnudas en mallas negras, zapatos de tacón en charol rojo y un mantón que jamás había estado en Manila. Arranca el bandoneón como un aviso y se arrastra como una ráfaga de sentimiento en la que naufraga el resuello de los espectadores para que brote la voz avarelada, achavelada de Dorotea Samuelsson.


Tú me dijiste que eras doncella

pero lo eras de una madame

que te hizo puta sin preguntarte

si era por gusto o por estufar.

Jamás te dije dame la lata

para ti nunca yo fui un macró

muy al contrario tú me dejaste

sin frente, rabo, chorna, ni plata.

Chantajes tiernos

de mala hembra

te diste al piro con un chacal

me dejo huero

entre las gambas

el frío triste de un carcamán.

Y ahora laburo por las esquinas

tiendo la mano hasta estufar

al candidato o a la canquela

aunque sea desprecio algo me den.

Jamás te dije dame la lata

para ti nunca yo fui un macró

muy al contrario tú me dejaste

sin frente, rabo, chorna, ni plata.

Chantajes dulces de hembra burrera

hiciste apuesta por un cheval

que te dejara

entre las gambas

todos los desmanes de un huracán.

Chantajes tiernos

de mala hembra

te diste al piro con un chacal

me dejo huero

entre las gambas

el frío triste de un funeral.

Cuando el gallego fue a saludarles al improvisado camerino, inclinó varias veces la cabeza ante Dorotea y luego la aplaudió con la punta de los dedos.

– Ya se agotó mi cupo de argentinidad, pero me ha entrado el gusto. Igual acepto la petición de mi tío de América y me voy a Buenos Aires a buscar a mi primo Raúl. Me voy por irme. No se me ha perdido nada en Buenos Aires. Pero quién sabe.

Cuando el gallego fue a saludarles al camerino, inclino varias veces la cabeza ante Dorotea y luego la aplaudió con la punta de los dedos

– ¿Y nosotros?

– Tranquilos. Lifante tiene que respetar un acuerdo que hicimos.

– ¿Y la verdad de esta historia?

– Excesiva. Una verdad que nos excede. Tantas verdades nos exceden. La de la Santísima Trinidad, por ejemplo.

Carvalho dejó a Dorotea entregada a las últimas reservas espirituales de su petaquita, mientras Dieste trataba de corregirle algunos aspectos de la interpretación.

– Cuando dices… tú me dejaste, sin frente, rabo, chorna, ni plata… buena parte del público y sobre todo el de aquí no te entiende, estás utilizando el lunfardo. Por lo tanto has de intervenir más, con el tono de voz, con el desgarro, has de traducirlo a lo que el público va a entender si tú pones en ello la vida.

– La vida.

Refunfuñó melancólicamente Dorotea. La vida, se dijo Carvalho varias veces camino de alguna parte. ¿Volvía a su despacho a pasar balance con Biscuter como él le había solicitado? ¿Se iba a su casa a Vallvidrera? ¿Escribía a Charo una carta de reencuentro o de despedida? Me voy a Buenos Aires, vaya si me voy a Buenos Aires. Pero adonde llegó fue al despacho, donde Biscuter acababa una cena, frugal, jefe, una tortillita de bacalao con cebolla y pa amb tomaquet. Queda la mitad. ¿Ha cenado, jefe? Se tomó la mitad de la tortilla de bacalao y las dos rebanadas de pan con tomate que le preparara Biscuter, dos vasos, tres, cuatro de Vino del Cosechero, Rioja Alta.

– Me salen muchos muertos, jefe. Helga, Rocco, la pobre Pepita de Calahorra y se va a comer todo el marrón el piernas ése, Cayetano. Eso no se lo cree nadie.

– Necesitan creerlo.

– ¿Y el código ético?

– He hecho mucho más por mi cliente que en cualquier otro caso. Le garantizo la vida. Le he dicho quién es el asesino y además la pongo a salvo del asesino.

– ¿Quién es el asesino?

– La Historia, la guerra sucia. El pasado. El pasado es el lugar donde están las causas, es decir, los culpables. Por eso los culpables insisten tanto en la inutilidad del pasado. Quieren un mundo sin culpables y cuando resulta imposible, cuando el pasado resucita la culpa, los culpables vuelven a matar, vuelven a ser lo que siempre fueron. Asesinos.

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