10 Hoyuelos de chico corriente

El teléfono móvil de Brooke empezó a sonar justo cuando acababa de subir el pavo de diez kilos al apartamento y había conseguido depositarlo sobre la encimera de la cocina.

– ¿Diga? -contestó, mientras se disponía a despejar el frigorífico de todo lo que no fuera esencial, para dejar espacio al ave gigantesca.

– ¿Brooke? Soy yo, Samara.

La llamada la sorprendió con la guardia baja. Samara nunca jamás la había llamado antes. ¿Querría preguntar qué les había parecido la portada de Vanity Fair? La revista acababa de llegar a los quioscos y Brooke no podía dejar de mirarla. En la foto aparecía el Julian de toda la vida: con vaqueros, camiseta blanca ceñida y uno de sus gorros de lana favoritos, sonriendo de esa manera que realzaba los hoyuelos tan bonitos que tenía en las mejillas. Era, con diferencia, el más mono de todo el grupo.

– ¡Ah, hola! ¿No te parece que ha salido genial en la portada de Vanity Fair? No es que me sorprenda, claro, pero está tan…

– Brooke, ¿tienes un minuto?

Obviamente, no era una llamada de cortesía para hablar de la portada de una revista, y si aquella mujer intentaba decirle que Julian no iba a poder asistir a la primera fiesta de Acción de Gracias que celebraban en su casa como anfitriones, entonces, sencillamente, Brooke la mataría.

– Eh, sí… Espera un segundo. -Cerró el frigorífico y se sentó junto a la mesa diminuta, lo que le recordó que aún debía llamar para preguntar si la mesa y las sillas alquiladas estaban efectivamente en camino-. Bueno, ya está. ¿Qué querías decirme?

– Brooke, han escrito un artículo, y lo que dicen no es agradable -le anunció Samara, con su habitual estilo seco y cortante, aunque para noticias como aquélla, casi resultaba reconfortante.

Brooke intentó quitarle importancia a la noticia con una broma.

– Se diría que últimamente siempre hay alguien escribiendo un artículo Después de todo, soy la embarazada que empina el codo, ¿no te acuerdas? ¿Qué dice Julian?

Samara se aclaró la garganta.

– Todavía no se lo he contado. Sospecho que se molestará mucho y por eso quería hablar contigo primero.

– ¡Dios mío! ¿Qué dicen de él? ¿Se burlan de su pelo? ¿Se meten con su familia? ¿O ha aparecido alguna zorra de su pasado, que pretende…?

– No dicen nada de Julian, Brooke. Es sobre ti.

Se hizo un silencio. Brooke sintió que las uñas se le clavaban en las palmas de las manos, pero no podía evitarlo.

– ¿Qué dicen de mí? -preguntó finalmente, con la voz convertida casi en un susurro.

– Un montón de mentiras insultantes -respondió Samara con frialdad-. Quería que lo supieras por mí, y decirte también que tenemos a todo nuestro gabinete jurídico trabajando en ello, para desmentirlo todo. Nos lo estamos tomando muy en serio.

Brooke no conseguía articular ni una sola palabra. Tenía que ser algo realmente espantoso, para que Samara les diera tantas vueltas a unas mentiras publicadas en un periódico sensacionalista. Finalmente, dijo:

– ¿Dónde está? Tengo que verlo.

– Saldrá en el número de mañana de Last Night, pero ya está disponible en Internet. Brooke, recuerda por favor que todos te apoyamos, y te prometo que…

Por primera vez posiblemente desde la adolescencia (y sin duda alguna por primera vez en una conversación con cualquiera que no fuera su madre), Brooke le colgó el teléfono a mitad de la frase y se fue directamente al ordenador. Encontró la web en cuestión de segundos y sufrió un sobresalto cuando vio en la página de inicio una fotografía enorme de Julian y de ella, cenando en la terraza de un restaurante. Se devanó los sesos, intentando adivinar dónde podían estar, hasta que vio el cartel de la calle, al fondo. ¡Claro! Era el restaurante español donde habían cenado la noche en que Julian volvió por primera vez a casa, después de haberse marchado en medio de la fiesta de cumpleaños de su padre. Empezó a leer.


La pareja que comparte una paella en una mesa al aire libre del Hell's Kitchen de Manhattan tiene un aspecto de lo más normal, pero los entendidos reconocieron en seguida al nuevo compositor y cantante favorito de América, Julian Alter, y a quien es su mujer desde hace varios años, Brooke. El primer álbum de Alter ha dinamitado las listas de éxitos y sus hoyuelos de chico corriente le han hecho ganar legiones de admiradoras en todo el país. Pero ¿quién es esa mujer que tiene a su lado? ¿Y cómo se está tomando la reciente fama de Julian?

No muy bien, según una fuente cercana a la pareja. «Se casaron muy jóvenes, y sí, han resistido cinco años juntos, pero están al borde del colapso -asegura la citada fuente-. Julian tiene una agenda muy exigente y Brooke no ha sabido adaptarse.»

Se conocieron poco después de los ataques terroristas del 11 de septiembre y cimentaron su relación en el clima de desazón que vivía la ciudad. «Brooke lo persiguió durante meses por todo Manhattan. Iba sola a todas sus actuaciones, hasta que al final él no tuvo más remedio que fijarse en ella. Los dos se sentían solos», explica nuestra fuente. Un amigo de la familia Alter lo corrobora: «Los padres de Julian se desesperaron cuando Julian anunció que se iba a casar con Brooke, después de menos de dos años de salir juntos. Sólo tenían veinticuatro años. ¿Qué prisa tenían?» Aun así, la pareja se unió en una sencilla ceremonia en la casa familiar de los Alter en los Hamptons, aunque los padres de Julian, ambos médicos, «sospechaban que Brooke, una chica salida de un pueblo perdido de Pennsylvania, estaba intentando engancharse al vagón del éxito de Julian».

Durante los últimos años, Brooke compaginó dos empleos para ayudar a su marido a abrirse camino en el mundo de la música, pero alguien que la conoce comenta: «Brooke habría hecho cualquier cosa para que Julian alcanzara la fama que ella tanto anhelaba. Dos empleos, diez… Todo le daba igual, siempre que le sirviera para su propósito: estar casada con un famoso.» La madre de una alumna del selecto colegio privado del Upper East Side donde Brooke trabaja de asesora nutricional afirma: «Parece muy amable, pero mi hija me ha dicho que a menudo se va antes de hora o cancela citas.» Los problemas laborales no se acaban ahí. Una colega suya del Centro Médico de la Universidad de Nueva York explica: «Brooke era la mejor de todo el departamento, pero últimamente se ha descuidado. Será porque la carrera de su marido la distrae o porque la suya la aburre, pero en cualquier caso, es triste ver cómo ha empeorado.»

¿Y qué hay de los rumores sobre su embarazo iniciados en una reciente emisión de Today y desmentidos a la semana siguiente por US Weekly, con pruebas fotográficas de que los Alter no esperan a la cigüeña? Es poco probable que vayan a hacerse realidad en un futuro próximo. Un viejo amigo de Julian asegura: «Brooke lo ha estado presionando para tener un hijo desde que se conocieron, pero Julian no piensa ceder, porque todavía no está seguro de que ella sea la mujer de su vida.»

Con tantos problemas, es difícil no darle la razón.

«Tengo la certeza de que Julian hará lo correcto -afirma una fuente próxima al cantante-. Es un muchacho increíble, con la cabeza muy bien puesta. Encontrará el camino adecuado.»


Brooke no hubiese podido decir cuándo empezaron las lágrimas, pero cuando terminó de leer, habían formado una laguna junto al teclado y le habían humedecido las mejillas, la barbilla y los labios. No había palabras para describir lo que se sentía al leer algo así sobre una misma, sabiendo que todo era manifiestamente falso, pero preguntándose al mismo tiempo (¿quién no lo hubiera hecho?) si no encerraría pequeñas semillas de verdad. Todas las tonterías sobre la forma en que Julian y ella se habían conocido eran ridículas, pero ¿sería cierto que los padres de él la odiaban? ¿Estaría en peligro su reputación en los dos trabajos por lo mucho que faltaba? ¿Habría algo de cierto en el supuesto motivo de Julian para no tener todavía un bebé? Todo el artículo era espantoso hasta lo indescriptible.

Brooke lo leyó una vez más y después una tercera. Se habría pasado el día entero leyéndolo y volviéndolo a leer, pero sonó el teléfono. Esta vez era Julian.

– ¡Rook, no te imaginas lo indignado que estoy! Una cosa es que escriban un montón de basura sobre mí, pero cuando se meten contigo…

– No quiero hablar de eso -mintió.

Era lo que más deseaba. Quería preguntarle a Julian, punto por punto, si estaba de acuerdo con alguna de las retorcidas afirmaciones del artículo, pero no tenía fuerzas para hacerlo.

– He hablado con Samara y me ha asegurado que el gabinete jurídico de Sony está preparando un…

– Julian, no quiero hablar de eso, en serio -repitió ella-. Todo lo que han publicado es horrible, odioso y falso (o al menos eso espero), y no puedo hacer nada al respecto. Mañana vamos a dar una cena de Acción de Gracias. Habrá nueve personas en casa, contándonos a nosotros, y necesito empezar a prepararlo todo.

– Brooke, no quiero que pienses ni por un segundo que…

– Sí, ya lo sé. Sigue en pie lo de mañana, ¿no?

Contuvo el aliento.

– ¡Claro que sí! Salgo en el primer vuelo, de modo que llegaré en torno a las ocho e iré directamente a casa desde La Guardia. ¿Quieres que compre algo por el camino?

Brooke cerró el horrible artículo y abrió la lista de la compra para el día de Acción de Gracias.

– Creo que ya lo tengo todo, aunque tal vez… un par de botellas de vino más, una de tinto y otra de blanco.

– Desde luego, nena. Dentro de poco estaré en casa y podremos hablar de todo eso, ¿de acuerdo? Te llamaré más tarde.

– Hum. De acuerdo.

La voz de Brooke sonó fría y distante, y aunque Julian no había tenido la culpa, no podía evitar cierto resentimiento.

Cuando colgaron, Brooke pensó en llamar primero a Nola y después a su madre; pero en seguida decidió que la mejor manera de tratar el problema era no tratarlo en absoluto. Llamó a la empresa que le alquilaba la mesa, saló el pavo, lavó las patatas para el puré del día siguiente, preparó la salsa de arándanos y partió los espárragos. Después, llegó el momento de la limpieza general y la reorganización del apartamento, que emprendió a los sones de un viejo cedé de hip-hop de cuando iba al instituto. Tenía pensado ir a hacerse la manicura en tomo a las cinco; pero cuando miró por la ventana, vio que al menos dos y quizá hasta cuatro hombres con cámaras, a bordo de Escalades, estaban acechando en la calle. Se miró las cutículas, volvió a echar un vistazo a los fotógrafos y llegó a la conclusión de que no merecía la pena.

Cuando se metió en la cama aquella noche, con Walter a su lado, había conseguido convencerse de que todo el alboroto no tardaría en caer en el olvido. A la mañana siguiente, el artículo fue lo primero que le vino a la cabeza, pero logró reprimir el pensamiento. ¡Había tanto que hacer el día de Acción de Gracias! Faltaban apenas cinco horas para que empezaran a llegar los invitados. Cuando Julian llegó a casa, poco después de las nueve, Brooke insistió en cambiar de tema.

– Pero, Rook, no me parece sano que evitemos hablar de esto -dijo él, mientras ayudaba a colocar contra la pared todo el mobiliario del cuarto de estar, para dejar espacio a la mesa alquilada.

– Sencillamente, no sé qué podemos decir. No es más que un montón de mentiras, y sí, desde luego, me preocupa (y me duele mucho) leer ese tipo de cosas sobre mí y mi matrimonio, pero a menos que haya algo de cierto en lo que dice el artículo, no veo la necesidad de darle más vueltas…

Lo miró con expresión inquisitiva.

– No hay ni una sola palabra que sea cierta: ni la basura acerca de mis padres, ni eso de que yo no creo que tú seas la mujer de mi vida. Todo es mentira.

– Entonces, centrémonos en el día de hoy, ¿de acuerdo? ¿A qué hora han dicho tus padres que se irán? No quiero que Neha y Rohan lleguen antes de que ellos se hayan marchado. No creo que quepamos todos al mismo tiempo.

– Vendrán a la una a tomar una copa, y les dije que tienen que irse antes de las dos. ¿He hecho bien?

Brooke recogió una pila de revistas y las escondió en el armario del pasillo.

– Perfecto. Los demás llegarán a las dos. Dime una vez más que no debo sentirme culpable por echarlos.

Julian resopló.

– No los echamos. Están invitados en casa de los Kamen. No querrán quedarse ni un minuto más allá de las dos, créeme.

Brooke no tenía por qué preocuparse. Los Alter llegaron exactamente a su hora, accedieron a beber únicamente del vino que habían llevado («No, por favor. Guardad las otras botellas para vuestros invitados. ¿No os parece mejor beber el bueno ahora?»), hicieron un solo comentario despectivo sobre el apartamento («Tiene su encanto, ¿verdad? Lo que me sorprende es que hayáis conseguido vivir aquí tanto tiempo») y se marcharon quince minutos antes de lo previsto. Treinta segundos después de haberse ido, volvió a sonar el timbre.

– Subid -dijo Brooke a través del intercomunicador.

Julian le apretó la mano.

– Será fantástico.

Brooke abrió la puerta del pasillo y su madre entró apresuradamente, sin apenas saludar.

– La nena se ha quedado dormida -declaró, como si estuviera anunciando la llegada del presidente y la primera dama-. ¿Dónde podemos acostarla?

– Bueno, veamos. Como vamos a comer en el cuarto de estar y supongo que no querrás dejarla en el baño, sólo queda un lugar posible. ¿No puedes ponerla en nuestra cama? -preguntó Brooke.

Randy y Michelle se materializaron detrás, con la pequeña Ella en un asiento portátil.

– Todavía es pequeña para darse la vuelta, así que probablemente estará bien -dijo Michelle, mientras se inclinaba para saludar a Julian con un beso.

– ¡Ni hablar! -exclamó Randy, que venía arrastrando algo semejante a una tienda de campaña plegada-. Para eso he traído la cuna de viaje. De ningún modo vais a ponerla en la cama.

Michelle miró a Brooke, como diciendo: «¿Quién puede contrariar a un papá sobreprotector?», y las dos se echaron a reír. Randy y la madre de Brooke llevaron a Ella al dormitorio y Julian empezó a servir el vino.

– Entonces… ¿estás bien? -preguntó Michelle.

Brooke cerró el horno, dejó sobre la encimera la perilla que usaba para bañar el pavo con la salsa y se volvió hacia Michelle.

– Sí, estoy muy bien. ¿Por qué lo dices?

Su cuñada de repente pareció contrita.

– Perdona, no debería haber sacado el tema, pero ese artículo era tan… malévolo.

Brooke hizo una inspiración profunda.

– Ah, sí, claro. Pensaba que nadie lo habría leído todavía. ¡Como la revista ni siquiera ha salido!

– ¡Oh, estoy segura de que nadie más lo ha leído! -exclamó Michelle-. Me lo pasó una amiga que es una fanática de las webs de cotilleos. Nadie lee tanto como ella.

– Entiendo. ¿Te importaría llevar esto al cuarto de estar? -preguntó Brooke, mientras le daba a Michelle una bandeja de quesos, con cuenquitos de mermelada de higo y una variedad de galletas saladas.

– Desde luego -respondió Michelle.

Brooke supuso que habría captado el mensaje, pero su cuñada dio dos pasos fuera de la cocina, se volvió y dijo:

– ¿Sabes? Hay un tipo que nos llama a menudo para hacernos preguntas sobre vosotros dos, pero nosotros nunca le decimos nada.

– ¿Qué? -preguntó Brooke, con la voz temblando por el pánico que hasta aquel momento había logrado controlar-. ¿Recuerdas que os pedimos que no hablarais de nosotros con ningún periodista? Ni por teléfono, ni en persona, ni de ninguna otra manera.

– Claro que lo recuerdo. Nosotros nunca hablaríamos de vosotros, pero te lo digo para que sepas que hay gente que busca información.

– Sí, ya lo sé. Y a juzgar por la exactitud de lo que han publicado, se ve que no se han molestado mucho en encontrar fuentes fidedignas -dijo Brooke, mientras se servía otra copa de vino blanco.

La voz de su madre interrumpió el silencio incómodo y Michelle salió apresuradamente con el queso.

– ¿Qué está pasando aquí? -preguntó, al tiempo que le daba a Brooke un beso en el pelo-. ¡Me ha alegrado tanto que organizaras tú la cena! Me sentía un poco sola, todos los años, cuando tu hermano y tú os ibais a casa de tu padre.

Brooke no le dijo que sólo se había ofrecido para organizar la cena de Acción de Gracias porque su padre y Cynthia estaban invitados a casa de la familia de Cynthia en Arizona. Por otro lado, daba gusto sentirse como una auténtica persona mayor, aunque sólo fuera por un día.

– ¿Ah, sí? ¡Veremos si todavía te alegras cuando pruebes el pavo! -dijo Brooke.

Sonó el timbre y la pequeña Ella empezó a llorar en el dormitorio.

Todos se dispersaron. Randy y Michelle corrieron a atender a Ella; Julian fue a abrir otra botella de vino, y la señora Greene siguió a Brooke hasta la puerta.

– Recuérdame por favor quiénes son esos amigos tuyos -le pidió-. Ya sé que me lo has dicho antes, pero se me ha olvidado.

– Neha y yo hicimos juntas el curso de posgrado, y ahora trabaja de asesora prenatal en nutrición, en la consulta de un ginecólogo de Brookline. Su marido, Rohan, es economista, y llevan unos tres años viviendo en Boston. Los dos tienen a sus familias en la India, por lo que no suelen celebrar el día de Acción de Gracias; pero pensé que sería agradable invitarlos -le susurró Brooke, mientras esperaban en el vestíbulo.

Su madre asintió. Brooke sabía que no recordaría ni la mitad de lo que acababa de decirle y que al final les pediría a Neha y a Rohan que le contaran toda la historia de nuevo.

Abrió la puerta y recibió a Neha con un fuerte abrazo.

– ¡No puedo creer que haya pasado tanto tiempo! ¿Por qué no nos vemos más a menudo?

Brooke se apartó y se puso de puntillas para darle a Rohan un beso en la mejilla.

– Pasad, chicos. Neha, Rohan, os presento a mi madre. Mamá, te presento a unos amigos de hace mucho tiempo.

Neha sonrió.

– ¡De cuando teníamos veintipocos años y todavía éramos guapas!

– ¡Sí, estábamos matadoras con las batas de laboratorio y los zuecos! Dadme los abrigos -dijo Brooke, mientras los hacía pasar.

Julian salió de la diminuta cocina alargada.

– ¡Hola! ¿Qué tal estás? -dijo, estrechándole la mano a Rohan y dándole una palmada en el hombro-. Me alegro de verte.

Estaba particularmente adorable, con vaqueros negros, jersey de punto de abeja en cachemira gris y un par de zapatillas clásicas de deporte. Tenía en la piel el fulgor sutil del bronceado adquirido en Los Ángeles y, pese a estar extenuado, tenía los ojos brillantes y se movía con una confianza relajada que Brooke sólo había empezado a notarle en los últimos tiempos.

Rohan se echó un vistazo a los pantalones azul marino, la camisa y la corbata, y se sonrojó visiblemente. Julian y él nunca habían sido muy amigos (Julian lo encontraba demasiado callado y conservador), pero siempre habían conseguido charlar de intrascendencias en presencia de sus respectivas mujeres. Esa vez, sin embargo, Rohan casi no se atrevía a mirar a Julian a los ojos, y solamente masculló:

– Yo también me alegro. Nosotros no tenemos tantas novedades como vosotros. De hecho, el otro día vimos tu cara en una valla publicitaria.

Hubo una pausa incómoda, hasta que Ella, que ya no lloraba y llevaba puesto el body de vaquita más bonito que Brooke hubiera visto en su vida, hizo su aparición, y todos pudieron rendirle su tributo de «¡ooohs!» y «¡aaahs!» admirados.

– Entonces, ¿os gusta Boston? -preguntó la madre de Brooke, que untó una galleta con queso azul y se la llevó a la boca.

Neha sonrió.

– Bueno, nos encanta nuestro barrio y hemos conocido gente muy simpática. Me gusta mucho el piso donde vivimos, y la calidad de vida en la ciudad es muy alta.

– Con eso quiere decir que se mueren de aburrimiento -intervino Brooke, pinchando una aceituna con un palillo.

Neha asintió.

– Es cierto. No podemos más.

La señora Greene se echó a reír y Brooke notó que su amiga le había caído bien a su madre.

– Entonces, ¿por qué no volvéis a Nueva York? Estoy segura de que a Brooke le encantaría.

– Rohan terminará el máster el año que viene, y si fuera por mí, yo vendería el coche (detesto conducir), renunciaría a nuestro piso perfecto, me despediría de nuestros educados vecinos y volvería cuanto antes a Nueva York, donde sólo podemos permitirnos un estudio sin ascensor en un barrio conflictivo, rodeados de vecinos groseros y agresivos, pero donde disfrutaría de cada minuto.

– Neha… -Rohan oyó la última parte y la miró con expresión severa.

– ¿Qué? No puedes esperar que me quede a vivir ahí para siempre. -Se volvió hacia Brooke y la señora Greene, y bajó la voz-. Él también lo detesta, pero se siente culpable por detestarlo. Ya sabéis: ¿cómo es posible que no nos guste una ciudad como Boston?

Cuando finalmente se reunieron en torno a la mesa para cenar, a Brooke ya casi se le había olvidado el artículo. Había vino en abundancia y el pavo estaba jugoso y cocido en su punto, y aunque el puré de patatas le había quedado un poco soso, sus invitados proclamaron que era el mejor puré que habían probado en su vida. Charlaron animadamente sobre la última película de Hugh Grant y el viaje a Mumbai y a Goa que estaban planeando Neha y Rohan, para visitar a sus familias durante las vacaciones. El ambiente era tan distendido, que cuando su madre se inclinó hacia ella y le preguntó en voz baja cómo lo estaba sobrellevando, Brooke estuvo a punto de dejar caer el tenedor.

– ¿Lo has leído? -exclamó, mirando a su madre con los ojos como platos.

– Claro que lo he leído, cielito. Cuatro amigas diferentes me lo enviaron esta mañana. Las cuatro se pasan la vida leyendo cotilleos. Imagino lo terrible que debió de haber sido para ti leer…

– Mamá, no quiero hablar de eso.

– … algo así, pero cualquiera que te conozca sabrá perfectamente que son (si me perdonas la expresión) mentiras podridas.

Neha debió de captar el final de la frase de su madre, porque también se inclinó hacia ella y le dijo:

– En serio, Brooke. Es muy evidente que son invenciones. No hay ni un gramo de verdad en todo el artículo. No deberías pensar en eso ni medio segundo.

Brooke se sintió otra vez como si la hubieran abofeteado. ¿Por qué había pensado que nadie lo habría leído? ¿Cómo había conseguido convencerse de que todo el asunto simplemente se desvanecería en el aire?

– Precisamente, estoy intentando no pensar.

Neha asintió, y Brooke pensó que había captado el mensaje. Ojalá hubiese podido decir lo mismo de su madre.

– ¿Habéis visto a los fotógrafos, cuando habéis llegado? -les preguntó la señora Greene a Neha y a Rohan-. Son como buitres.

Julian debió de ver que la expresión de Brooke se volvía tensa, porque se aclaró la garganta como para decir algo. Pero ella quería explicarlo todo de una vez, para poder pasar a otro tema.

– No es tan malo -dijo, mientras le pasaba a Randy la fuente de los espárragos a la parrilla-. No siempre están ahí abajo y, además, hemos puesto persianas para que no puedan hacer fotos. Quitar nuestro número de la guía telefónica ha sido una buena medida. Estoy segura de que es el alboroto inicial por el álbum. Para Año Nuevo, se habrán aburrido de nosotros.

– Espero que no -dijo Julian, con su sonrisa con hoyuelos-. Leo acaba de avisarme que está intentando hacerme un lugar en la gala de los Grammy. Dice que es bastante probable que me llamen para actuar.

– ¡Enhorabuena! -exclamó Michelle, con más entusiasmo del que había mostrado en todo el día-. ¿Es un secreto?

Julian miró a Brooke, que le devolvió la mirada.

– Bueno -dijo Julian, tras toser un poco-, no sé si es un secreto, pero no anunciarán a los músicos participantes hasta después de Año Nuevo, así que no tiene mucho sentido decir nada.

– ¡Genial! -dijo Randy, con una sonrisa-. Si vas tú, vamos todos. Ya lo sabes, ¿verdad? En esta familia somos todos para uno y uno para todos.

Julian le había mencionado la posibilidad a Brooke antes, por teléfono, pero oír que se lo contaba a todos hizo que a ella le pareciera mucho más real. Le costaba imaginarlo: ¡su marido actuando en la gala de los Grammy, en emisión para todo el mundo!

Un chillido de la pequeña Ella desde la silla portátil, junto a la mesa, interrumpió su ensoñación. Se levantó para colocar en fuentes y bandejas todas las delicias caseras que habían llevado los invitados: un pastel de calabaza y otro de ruibarbo, de su madre; una docena de pastelitos de menta y chocolate, de Michelle, y la especialidad de Neha: burfi de coco, que parecía hecho con crispis de arroz, pero sabía a queso fresco.

– Y a ti ¿cómo te va el trabajo, Brooke? -preguntó Rohan, con la boca llena de pastelito de menta y chocolate.

Brooke dio un sorbo a su café y dijo:

– Bien. Me encanta el hospital, pero espero poder abrir una consulta propia dentro de un par de años.

– Podrías abrirla con Neha. Últimamente, no habla de otra cosa.

Brooke miró a su amiga.

– ¿De verdad? ¿Estás pensando en establecerte por tu cuenta?

Neha asintió con tanta fuerza, que la coleta se le sacudió arriba y abajo.

– ¡Claro que sí! Mis padres se han ofrecido a prestarme parte del dinero para empezar, pero necesito un socio para que las cosas funcionen. Lo empecé a pensar la última vez que vinimos a la ciudad.

– ¡No lo sabía! -exclamó Brooke, cada vez más entusiasmada.

– No puedo trabajar para siempre en la consulta de un ginecólogo. Si todo va bien, algún día tendremos niños… -Algo en la forma en que Neha miró a Rohan, que inmediatamente se sonrojó y apartó la vista, hizo que Brooke pensara que su amiga debía de estar embarazada de pocas semanas-… y necesitaré un horario más flexible. Lo ideal sería una pequeña consulta privada, especializada en asesoramiento nutricional pre y posnatal, para mamás y bebés. Quizá podríamos tener también una especialista en lactancia; no lo sé, aún no estoy segura.

– ¡Eso mismo, exactamente, he estado pensando yo! -exclamó Brooke-. Necesito entre nueve meses y un año más de experiencia clínica, y después…

Neha mordió delicadamente un trozo de burfi y sonrió. A continuación, se volvió hacia la otra punta de la mesa:

– Eh, Julian, ¿no podrías soltar un poco de dinero para darle un empujoncito a la consulta de tu mujer? -preguntó, y todos se echaron a reír.

Más tarde, cuando los invitados se habían ido a casa y ellos ya habían fregado los platos y plegado las sillas, Brooke se acurrucó junto a Julian en el sofá.

– ¿No te parece increíble que Neha esté planeando exactamente lo mismo que yo? -exclamó entusiasmada.

Aunque la conversación había derivado naturalmente hacia otros temas durante el postre, Brooke no había dejado de pensar en ello.

– Me parece absolutamente perfecto -dijo Julian, mientras le besaba la coronilla.

Su teléfono no había dejado de sonar en toda la noche, y aunque él lo había puesto en silencio y fingía no prestarle atención, era evidente que estaba distraído.

– Más que perfecto, porque en cuanto pueda establecerme por mi cuenta, tendré mucho más tiempo libre para viajar contigo y mucha más flexibilidad que ahora. ¿No crees que será fantástico?

– Hum. Sí, claro.

– Lo que quiero decir es que haría falta muchísimo tiempo y un esfuerzo enorme para hacerlo yo sola (¡por no hablar del dinero!), pero será perfecto hacerlo con Neha, porque podremos cubrirnos mutuamente las espaldas y, aun así, atender al doble de pacientes. ¡Es la solución ideal! -dijo Brooke con expresión de felicidad.

Era la buena noticia que necesitaba. Las ausencias de Julian, el acoso de los fotógrafos y el horrendo artículo todavía la preocupaban, pero una buena perspectiva de futuro era justo lo que le hacía falta para que todo lo demás la afectara menos.

El teléfono de Julian volvió a sonar.

– Responde ya, a ver si así acabamos de una vez -dijo ella, con más irritación de lo que hubiese pretendido.

Julian vio en la pantalla que era Leo y pulsó el botón para hablar.

– Hola, ¿qué hay? ¡Feliz día de Acción de Gracias! -Asintió un par de veces, rió y después dijo-: Sí, muy bien. Claro. Se lo preguntaré, pero estoy seguro de que podrá. Sí, cuenta con nosotros. Hasta pronto.

Se volvió y la miró con una gran sonrisa.

– Adivina adónde vamos…

– ¿Adónde?

– Tú y yo, cariño mío, estamos invitados a la ultraexclusiva recepción de Sony: a la comida y el cóctel. Leo dice que invitan a todo el mundo a la fiesta de la noche, en la ciudad; pero que sólo los principales artistas están invitados para reunirse con los jefazos, de día, en la recepción que organizan en una lujosa mansión de los Hamptons. Habrá actuaciones de invitados sorpresa y viajaremos ¡en helicóptero! Nunca nadie ha escrito nada sobre esa fiesta, porque es terriblemente secreta y exclusiva. ¡Y nosotros estamos invitados!

– ¡Vaya, es increíble! ¿Cuándo es? -preguntó Brooke, pensando ya en lo que iba a ponerse.

Julian se levantó de un salto y se dirigió a la cocina.

– El viernes antes de Navidad. No sé en qué fecha cae.

Brooke cogió el móvil y buscó el calendario.

– ¿El veinte de diciembre? ¡Julian, es el último día en Huntley, antes de las vacaciones de Navidad!

– ¿Y qué?

Julian sacó una cerveza del frigorífico.

– ¡Es el día de nuestra fiesta! ¡La fiesta de Huntley! Me han pedido que planifique el primer menú sano para la fiesta de las chicas. También le prometí a Kaylie que conocería a su padre y a su abuela. Los padres están invitados a la fiesta y ella está muy entusiasmada con la idea de presentarme a su familia.

Brooke estaba orgullosa de su enorme progreso con la niña en los últimos meses. Tras aumentar la frecuencia de sus sesiones y hacer un montón de hábiles preguntas sobre Whitney Weiss, había averiguado que Kaylie estaba coqueteando con la idea de provocarse el vómito y usar diuréticos y laxantes, pero también había podido establecer que la niña no cumplía ninguno de los criterios para diagnosticar un trastorno grave del comportamiento alimentario. Al poder hablar y ser escuchada, y gracias a que Brooke le había brindado atención en abundancia, había recuperado parte del peso que había perdido con tanta rapidez y parecía haber adquirido mayor confianza en sí misma. Probablemente, lo más importante de todo era que se había apuntado al club de teatro y había conseguido un papel secundario pero bastante importante en la producción de la obra West Side Story, que presentaría el colegio aquel año. Por fin tenía amigas.

Julian volvió a sentarse con Brooke en el sofá y encendió la televisión. La habitación se llenó de ruido.

– ¿Puedes bajar eso un poco? -preguntó ella, intentando disimular la irritación en la voz.

Él bajó el volumen, pero sólo después de mirarla con una expresión extraña.

– No quiero parecer insensible -dijo-, pero ¿no puedes llamar y decir que estás enferma? ¡Iremos en helicóptero a conocer a los ejecutivos de la división musical de Sony! ¿No hay nadie más que pueda elegir los pastelitos para la fiesta?

Brooke no recordaba que en ningún momento de sus cinco años de matrimonio Julian le hubiera hablado con tal tono de superioridad y condescendencia. Y lo peor de todo era que ni siquiera se daba cuenta de lo detestable y egoísta que había sido su comentario.

– ¿Sabes qué? Estoy segura de que hay mucha gente capaz de «elegir los pastelitos para la fiesta», como tú mismo has dicho. Después de todo, ¿qué puede importar mi trabajo pequeño y tonto, al lado del tuyo, que tiene categoría internacional? Pero se te olvida una cosa: me encanta lo que hago. Me gusta ayudar a esas chicas. He invertido toneladas de tiempo y energía en ayudar a Kaylie. ¿Y sabes qué? Está dando resultados. Ahora está más sana y feliz que nunca; ya no se culpa a sí misma, ni se pasa el día llorando. Ya sé que en tu mundo eso no es nada, en comparación con un número cuatro en la lista de Billboard; pero en el mío, es algo muy grande. Así que no, Julian, no voy a ir contigo a tu fiesta superselecta, porque yo ya tengo una fiesta a la que voy a asistir.

Se puso en pie y lo miró con intensidad, esperando de él una disculpa, un ataque o cualquier cosa, menos lo que hizo: mirar con expresión vacía la pantalla silenciosa del televisor, mientras meneaba la cabeza sin dar crédito a lo que acababa de oír y como diciendo: «Me he casado con una lunática.»

– Bueno, me alegro de que lo hayamos dejado claro -dijo ella en tono sereno, antes de dirigirse al dormitorio.

Esperaba que él fuera tras ella para hablar al respecto, abrazarla y recordarle que nunca se iban a la cama enfadados; pero cuando una hora más tarde volvió al cuarto de estar, lo encontró acurrucado en el sofá, bajo la manta morada, roncando suavemente. Se dio la vuelta y regresó a la cama, sola.

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